EL NACIMIENTO DEL LIBERATADOR SAN
MARTIN
Por Sergio Daniel Aronas – 26 de
de febrero de 2013
En el día de ayer nacía
José Francisco de San Martín, futuro general y libertador de la América del Sud
durante las guerras de la independencia que se iniciaron en 1809 con la
insurrección de Chuquisaca y La Paz en el Alto Perú, territorio que hoy forma
parte integrante de la República de Bolivia y que fueran violentamente
reprimidas por los generales de los ejércitos pro defensores del colonialismo
español. Ya en 1804 en Haití había tenido lugar el primer movimiento por la
libertad del único enclave francés en América, una poderosa rebelión de
esclavos negros puso en jaque el poder del imperio napoleónico en este lado del
mundo. Debería ser un motivo de alegría
Cuando San Martín nació el
25 de febrero de 1778 en la ciudad de Yapeyú de las antigua Misiones
jesuíticas, comenzaba la vida de quien sería uno de los grandes héroes y
luchadores más formidables de independencia americana, sino que al mismo tiempo
se inicia el misterio de su nacimiento, porque a 235 años de haber nacido
todavía existen muchas dudas sobre su filiación, origen y quienes fueron sus
verdaderos padres. Esta polémica se instaló con dureza cuando el ya fallecido
historiador y escritor José García Halminton publicó su libro “Don José” donde
afirmaba que San Martín era hijo de Diego de Alvear y de una india de Misiones,
lo cual desató un cataclismo entre los académicos de la tradición de Bartolomé
Mitre, del exclusivo y poco comunicativo Instituto Nacional Sanmartiniano,
entre los historiadores revisionistas y entre aquellos profesionales de la
historia que se consideran partidarios de la interpretación americanista y
revolucionaria. Entre estos grupos se dijeron de todo, pero la enseñanza
principal de todas estas polémicas y discusiones muy valiosas, fue poner en el
orden del día la importancia de acercarse más a la figura de San Martín en dos
cuestiones fundamentales de su vida y
que sigue siendo tema de amplio debate e investigación entre los expertos: En
primer lugar, ¿cuál fueron sus verdaderos padres? Y en segundo lugar, ¿porqué
regresó San Martín a Buenos Aires en marzo de 1812 luego de 27 años de una
magnífica trayectoria militar en los ejércitos de España combatiendo en todos
los terrenos destacándose por su capacidad, decisión y valentía lo que causó
admiración de sus oficiales superiores quienes estimaban mucho sus cualidades.
Este misterio del origen
de San Martín tiene que ver con el propio Libertador fue un hombre que sus
cartas escribió muy poco de su vida familiar, de sus padres, de sus hermanos y
por esta razón es que lo consideraban un hombre enigmático. Aun así, el debate
actual se centra en el origen mestizo de San Martín que no debería sorprender a
nadie dado que las caracterizaciones de quienes lo conocieron tanto amigos como
enemigos describen sus rasgos indígenas, su pelo y ojos negros, tez oscura a lo
que se une toda una serie de epítetos y calificativos que lo siguieron a lo
largo de su vida por sus particularidades mestizas.
Por tal razón, al cumplirse ayer un
nuevo aniversario del nacimiento del Libertador José de San Martín, quien desee
conocer más de cerca su enigmática historia sobre su filiación puede leer el
muy buen libro del profesor Hugo Chumbita: “El secreto de Yapeyú. El origen
mestizo de San Martín”, porque esta cuestión como así también las causas que
motivaron su regreso a la América insurrecta después de 27 años de militar al
servicio de España, siguen siendo temas de profundas y apasionadas polémicas e
investigaciones entre los historiadores argentinos, latinoamericanos y del
mundo.
En su semblanza sobre El Libertador
San Martín escribió Álvaro Yunque: “Los hombres actuales que luchan por la
independencia económica de América, complemento indispensable de su libertad
política, son los únicos herederos del pensamiento de San Martín. Ellos son
quienes han recogió lo esencial de éste. No puede haber independencia por
separado de ningún país de América. En cuanto uno de ellos se halle sujeto a la
economía de un imperialismo conquistador, la independencia americana no existe.
San Martín comprendió que la libertad de la Argentina, por separado de la de
los otros países de América no sería durable. Y luchó por la libertad de todos.
Los herederos de su pensamiento también luchan hoy por la independencia de los
países americanos” (Historia de los argentinos. Tomo. Ediciones Ánfora, Buenos
Aires, 1968, página 55).
Como parte de esta
celebración por uno de los más grandes hombres de la historia Argentina y de la
América transcribo un interesante investigación del gran maestro profesor Dr.
Hugo Chumbita, acerca del origen mestizo de San Martín.
San
Martín, el renegado de España
EL VIAJE DEL LIBERTADOR HACIA
SUS ORÍGENES
Hugo
Chumbita
- Publicado en revista Veintitrés,
Buenos Aires, 15 agosto 2002
A 152
años de su muerte, la figura de San Martín sigue convocando curiosidad y
debates. Hugo Chumbita sostiene que es hijo de don Diego de Alvear y la india
Rosa Guarú. Su tesis se basa en las memorias de la nieta de Alvear y la
tradición oral de Yapeyú. Recién llegado de España, el autor revela secretos de
los documentos de la familia
Alvear, donde se constata la estrecha
relación de San Martín con Alvear y el desarraigo de sus últimos años.
A 152 años de la muerte de José de San Martín, su figura
sigue siendo la de un contemporáneo. Es una memoria omnipresente, uno de los
pocos próceres que, más allá del bronce y los ritos patrióticos, ocupa un lugar
en el corazón de su pueblo. Entre los argentinos hay quienes lo veneran,
quienes levantan su nombre como estandarte de los más dispares movimientos
políticos (y hasta lo votaron en las últimas elecciones), aunque tampoco faltan
quienes cuestionan o censuran sus gestos e ideas.
En España, en
cambio, pesa en torno a él un gran silencio. El vendaval polémico que se desató
en Buenos Aires en los días del Sesquicentenario, al conocerse nuevos testimonios
sobre su filiación y su madre india, no trascendió del otro lado del océano.
Para los españoles informados es un personaje extraño, un soldado que renegó de
la madre patria: al revés de tantos emigrantes argentinos que hoy pululan en la
península y que nuestras crisis empujan en oleadas a sus playas.
El autor de la
presente nota recorrió los lugares de España en los que transcurrió la carrera
de San Martín, buscando otras pruebas acerca de su origen y de los motivos de
su empresa libertadora, en un momento especial de las relaciones de ambos
países -entrelazados
por las aventuras empresariales, los escándalos de corrupción y las
complicidades políticas–, lo cual confería un marco bastante paradójico, aunque
no menos interesante, a la preocupación por entender la trayectoria humana del
principal actor del proyecto de la independencia.
La
encrucijada de Cádiz
Todas las casas
importantes de Cádiz miran al mar que la circunda. Esta antigua ciudad
mercante, museo viviente de un pasado trimilenario, babel del comercio
mediterráneo y de la ruta a las Indias Occidentales, baluarte de la resistencia
española a la invasión napoleónica y sede de las famosas Cortes liberales de
1812, fue un hervidero de actividad masónica, como lo corroboran numerosos
estudios recientes, y fue también, secretamente, el taller de forja de la
revolución de la independencia americana.
No es difícil
imaginar, por las aceras rectas y angostas del discreto barrio gaditano de San
Carlos, la figura un hombre alto, moreno, envuelto en un capote militar, que
llegaba por las noches a reunirse con sus cofrades de la sociedad antecesora de
la Logia Lautaro ,
preparando un viaje que iba a cambiar la historia. El capitán y luego teniente
coronel San Martín, vivió entre estas murallas y callejuelas las luchas,
dilemas, emociones y amores más intensos de su juventud. Aquí mantuvo una
estrecha vinculación con Carlos de Alvear y su padre don Diego y, luego de
sigilosos preparativos, resolvió romper el juramento de obediencia al Rey y
cruzar el Atlántico para ir a liberar el continente en el que había nacido.
En efecto, en Cádiz,
a finales de 1811, tras obtener licencia del ejército español, San Martín se
embarcó, vía Londres, para ir a Buenos Aires a ponerse al servicio de la
revolución. Hasta hace poco era difícil explicar de manera convincente los
motivos íntimos de aquel paso, las razones y la pasión que lo determinaron.
¿Por qué, después de 27 años de alejarse de América, al cabo de una trayectoria
ejemplar como oficial del Reino, abandonó para siempre la familia, los
camaradas, las instituciones y el país donde se había formado, para ir a luchar
por una causa incierta en aquellas tierras en las que nadie lo esperaba?
A este misterio, que él mismo nunca aclaró, los
historiadores intentaron responder por lo general con dos tipos de
interpretación: la telúrica y la conspirativa, suponiendo razones más
bien ideológicas o especulaciones interesadas. Mitre escribió y sus epígonos
repitieron que volvió los ojos "a la
patria lejana, a la que siempre amó como a la verdadera madre", y
Ricardo Rojas invocó "la
subconciencia del niño" que su educación en España no habría podido
borrar. Barcia Trelles, sin embargo, observó que era inverosímil que un hombre
formado en la península desde los cinco años dejara repentinamente la tierra
donde estaban su madre, sus hermanos, sus amigos y las cenizas de sus mayores; y Oriol i Anguera añadía que debió
mediar una crisis muy profunda para que un militar español se convirtiera en
perjuro a la bandera por la que hasta entonces se había jugado la vida.
Contra los que invocaban el
"llamado de la selva" o el puro fervor por las ideas liberales de su
tiempo, varios autores creyeron encontrar una razón más sólida en los designios
ingleses o napoleónicos y en las redes de la masonería en que se involucró.
Enrique de Gandía sostuvo que el grupo de San Martín viajó a Buenos Aires en
1812 financiado por los franceses. Rodolfo Terragno estudió las concomitancias
de su plan con las maquinaciones británicas, en particular el proyecto de
Maitland, y si bien rechazó la hipótesis de que fuera un agente inglés, sus
aportes contribuyeron a reforzar la tesis de que sí lo era. Así lo expuso
abiertamente Juan B. Sejean, considerando a San Martín como un mercenario.
El historiador
Antonio Lago Carballo, que presidió durante largos años el Instituto Español
Sanmartiniano, planteó con meridiana claridad que, para entender el
comportamiento y las creencias íntimas de este hombre que influyó tanto en su
pueblo, era imprescindible despejar las incógnitas sobre aquella decisión
crucial, cuando pidió el retiro en Cádiz para dar un vuelco definitivo a su
existencia.
En Madrid, Lago
Carballo y otros miembros del Instituto nos manifestaron su punto de vista: es
absurdo creer que San Martín se identificara con el solar nativo, del que
apenas podía tener una borrosa imagen infantil; basta pensar en la actitud
opuesta de sus tres hermanos, y otros ejemplos semejantes que abundan. Para el
historiador militar José María Gárate, ello induce a creer que lo determinante
fue la conexión inglesa o francesa, abonando así la teoría conspirativa.
Sin negar la
importancia objetiva de la ayuda británica, la influencia francesa o el
respaldo masónico, factores que por cierto San Martín cultivó y aprovechó, los
datos sobre su condición de mestizo han venido a poner de relieve otro factor
subjetivo –la conciencia de su identidad americana– como causa motora de su
decisión. Más que un impulso subconciente o una misteriosa impronta telúrica,
sería la concreta certeza de ser hijo de una madre guaraní. No un sentimiento
abstracto por algo tan azaroso como el lugar de nacimiento, sino su
imposibilidad de ser europeo, el anhelo de reivindicar a los pueblos sometidos
de donde provenía su sangre materna, y la intuición de que era necesario fundar
otra nacionalidad criolla, que fuera la síntesis o la conjunción de la cultura
europea y el mundo americano a los que él debía su propia existencia.
Pero esta tesis
requiere completar el acopio de las evidencias, y para ello era imperioso ir a
Montilla.
La casa Alvear de Montilla
En esta pequeña y luminosa ciudad que
se levanta sobre una ondulación de las serranías cordobesas, una de las
residencias más antiguas y elegantes fue el hogar de los primeros Alvear,
donado para ser hoy el Colegio de la Asunción que administran las monjas Esclavas del
Divino Corazón. Varios miembros de la rama española de la familia residen en la
vecindad, donde mantienen una gran bodega que cría los acreditados vinos de su
marca. Los visitamos para obtener documentos y testimonios acerca de los
vínculos entre el brigadier de marina don Diego de Alvear y José de San
Martín.
Como ellos ya saben por las cartas y
recortes periodísticos que les enviaron sus parientes porteños, en Buenos Aires
hemos encontrado el manuscrito de las memorias de Joaquina de Alvear, hija de
Carlos de Alvear y nieta de don Diego, en las cuales manifiesta que San Martín
era hijo natural de su abuelo y de una indígena misionera, lo cual concuerda
con la tradición oral que ha subsistido en la zona de Yapeyú. El secreto de la
familia, transmitido a través de las generaciones, es ahora de conocimiento
público. Distantes de la conmoción que ello implica para los dogmas y
prejuicios de la historia oficial argentina, Álvaro de Alvear Zambrano y Juan
Bosco de Alvear Zubiría –tataranietos de don Diego– no tuvieron reparos en
facilitarnos referencias precisas de sus antepasados, relatar anécdotas de la
tradición oral, e indicarnos dónde y quiénes poseen los archivos y registros
que buscamos.
Gran parte de los
papeles y de la biblioteca de la familia están siendo inventariados, a fin de
incorporarlos al patrimonio del Ayuntamiento de Montilla (hoy gobernado por los
comunistas de Izquierda Unida, aunque ello no ha alterado la apacible rutina
burguesa de la villa). El editor y bibliófilo Manuel Ruiz Luque nos permitió
examinar ese material, que comprende las cartas y demás documentos compiladas
por Sabina de Alvear y Ward –hija del segundo matrimonio de don Diego, amiga de
Eugenia de Montijo y de Próspero Merimée– para escribir la biografía de su
padre. En ese libro, Sabina destaca el papel de su medio hermano Carlos de
Alvear, puntualizando que éste costeó el pasaje de algunos otros camaradas que
viajaron a Buenos Aires en 1812.
Por otra parte, don
Juan Bosco de Alvear nos confirma que, según los relatos de sus mayores, “don
Diego le pagó la carrera militar a San Martín”. Es un dato de obvia relevancia,
que coincide con anteriores testimonios y señala de qué modo asumió de manera
indirecta su obligación paterna. ¿Cómo enviaba el dinero desde América? Un
estudio realizado por el escribano montillano Joaquín Zejalbo suministra otra
pista clave: en los protocolos notariales hay constancias de que, por diversos
conceptos relacionados con las propiedades y negocios de la familia, don Diego
giraba dinero desde Buenos Aires a Montilla.
Los hermanos de sangre
Los itinerarios de los tres personajes –San Martín y los
Alvear, padre e hijo– coincidieron en Cádiz en el período culminante de la
historia de América y de Europa: la época de las guerras napoleónicas, de la
ocupación francesa en España y del estallido independentista en las colonias
hispanoamericanas. San Martín había sido destinado al Regimiento de Voluntarios
de Campo Mayor, que a fines de 1803 se estableció en Cádiz, y desde esta ciudad
fue y volvió, participando en diversas expediciones y batallas.
Diego de Alvear, al
regresar después de treinta años en América, en 1804, perdió en un inesperado
combate naval a toda su familia, excepto su hijo Carlos, que tenía entonces
quince años. Prisioneros de los ingleses, fueron sin embargo indemnizados y tan
bien tratados en Londres que anudaron allí perdurables contactos antes de
radicarse en España. Luego de un par de años en Montilla, Carlos marchó a incorporarse
al cuerpo de carabineros reales y don Diego fue designado jefe de la artillería
provincial en Cádiz, donde San Martín era ayudante del gobernador militar de la
ciudad. Después Carlos pidió la baja y se radicó también en Cádiz, y poco más
tarde don Diego fue nombrado gobernador de la contigua isla de León.
Esta convergencia de
desplazamientos no fue casual. Entre 1808 y 1811, mientras se producía el
levantamiento general de la península contra Napoleón y Cádiz se convertía en
el último reducto de los juntistas liberales gracias al respaldo de la flota
inglesa, Carlos de Alvear y San Martín, protegidos por don Diego, tramaron una
exitosa serie de maniobras, con el auxilio de la red masónica, para retornar al
Río de la Plata
junto a un grupo de oficiales –Zapiola, Holmberg, Chilavert y otros– que
aportaron a la causa americana los mandos militares que hacían falta: las
espadas de la revolución.
Todo ello se discutió y se resolvió en uno de los pisos del barrio de San Carlos que ocupaba el joven Carlos con su esposa, en el cual funcionaba la sociedad masónica de los Caballeros Racionales Nº 3 (a pocos metros de la llamada Casa de las Cuatro Torres, donde estuvo el precursor de estas logias americanistas, el venezolano Francisco de Miranda), Los recursos decisivos que necesitaban para ese proyecto José de San Martín y Carlos de Alvear eran el dinero y el contacto con Londres. Quienes se los proporcionó, según resulta claro ahora, el padre de ambos, don Diego de Alvear.
Todo ello se discutió y se resolvió en uno de los pisos del barrio de San Carlos que ocupaba el joven Carlos con su esposa, en el cual funcionaba la sociedad masónica de los Caballeros Racionales Nº 3 (a pocos metros de la llamada Casa de las Cuatro Torres, donde estuvo el precursor de estas logias americanistas, el venezolano Francisco de Miranda), Los recursos decisivos que necesitaban para ese proyecto José de San Martín y Carlos de Alvear eran el dinero y el contacto con Londres. Quienes se los proporcionó, según resulta claro ahora, el padre de ambos, don Diego de Alvear.
La despatriación
En 1812, en el acto de contraer matrimonio, San Martín
declaró que sus padres habían muerto. Doña Gregoria Matorras, su madre
adoptiva, aún vivía; pero él ya había decidido enterrar ese pasado. Sólo
volvería a tener contacto en Europa con uno de sus hermanos de crianza, Justo
Rufino. Los otros, y en especial el mayor, Manuel, lo decepcionaron al negarse
a acompañarlo a América.
Al cabo de sus
campañas victoriosas por la emancipación del continente, tuvo que exiliarse,
hostilizado por el partido de Rivadavia. Pero no volvió jamás a España. Cuando
su amigo y benefactor Aguado lo invitó a viajar a la península, se rehusó a
acompañarlo. A pesar de las apariencias diplomáticas, él sabía que los
realistas no lo habían perdonado.
Optó por emigrar a
Francia, que era de algún modo la cuna de las ideas liberales en las que
abrevaron sus lecturas juveniles. Algunos lo consideraban un “afrancesado”. Sin
embargo, cuando se produjeron las intervenciones anglofrancesas en el Río de la Plata , no vaciló en ofrecer
sus servicios al gobierno de Buenos Aires para ir a pelear en cualquier puesto
que se le asignara, y expuso el grave error que cometían los incursores,
tratando de frenar aquel atropello mediante sendos mensajes que tuvieron eco en
la prensa y llegaron al gabinete y el parlamento de ambas naciones. En
Inglaterra tenía buenos amigos y Francia era su tierra de asilo, pero él era
ante todo americano.
Hasta los últimos
días vivió preocupado por la suerte de las repúblicas emancipadas, en
particular Perú, Chile y Argentina, y donó su sable a Rosas en honor a la
inquebrantable voluntad con que éste había defendido la dignidad del país
frente a la agresión de las potencias europeas. Ese gesto tampoco se lo
perdonarían los liberales de la siguiente generación, los que entregaron la
república a los capitales del coloniaje británico y postergaron durante treinta
años la repatriación de sus restos, a pesar de que su última voluntad
testamentaria era ser enterrado en el cementerio de Buenos Aires.
Aquel viaje póstumo
se impuso al fin por una necesidad política, como un reclamo de la opinión
pública y de la justicia histórica. Era el anhelado reencuentro con su pueblo,
el definitivo retorno a sus orígenes del gran despatriado.
Bibliografía
Sabina de Alvear y Ward, Historia de don Diego de Alvear y Ponce de
León, 1891.
Augusto. Barcia Trelles, San
Martín en España, 1941.
Hugo Chumbita, El secreto de Yapeyú, 2001.
Enrique de Gandía, "La vida secreta de San Martín", en Todo es Historia Nº 16, 1968.
Enrique Garramiola Prieto, “Elites
de poder y bandolerismo”, en Ámbitos
Nº 2, 1999.
Francisco Espino Jiménez y
María Ramírez Ponferrada, “Contribución a la historia social de la cultura
española decimonónica: la biblioteca de la familia Alvear a mediados del siglo
XIX”, Ámbitos Nº 5-6, 2001.
José M. García León, La masonería gaditana desde sus orígenes
hasta 1833, 1993.
Antonio
Lago Carballo (coord.), Vida española del
general San Martín, 1994.
Bartolomé Mitre, Historia
de San Martín y de la emancipación sudamericana, 1887-1888.
A. Oriol i Anguera, Agonía
interior del muy egregio señor José de San Martín y Matorras, 1954.
Ricardo Rojas, El santo de la espada, 1949.
María P. Ruiz Nieto-Guerrero, Historia urbana de Cádiz, 1999.
Héctor
J. Piccinali, Vida de San Martín en
España, 1977.
Juan Bautista Sejean, San Martín y la tercera invasión inglesa, 1977.
Rodolfo Terragno, Maitland & San Martín, 1999.
Alfredo G. Villegas, San Martín y su época, 1976.