El imponente Cerro de los Siete Colores en Purmamarca, Jujuy (Argentina)

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jueves, 7 de febrero de 2013

TRES ESCRITOS DE KARL MARX


COMENTARIOS SOBRE TRES ESCRITOS DE KARL MARX

Por Sergio Daniel Aronas – 07 de febrero de 2013

Introducción

         ¿Por qué Karl Marx? Porque este año no sólo se van a 130 de su muerte, sino que se trata del autor, eminente economista, historiador, filósofo, escritor, estudioso, analista y dirigentes político sobre el que deben existir en el mundo bibliotecas enteras tanto a favor como en contra de su pensamiento e ideas. Incluso quienes no aceptan sus teorías por las razones que sean, le tienen un profundo respeto ya que se trata de alguien que revolucionó y conmovió las bases de las ciencias sociales en toda su expresión, motivo por el cual no sería nada descabellado considerar a Karl Marx la personalidad más determinante y la auténtica mente más brillante que haya habido en la historia de la humanidad. Es tanto lo que escribió, que muchas de sus obras fueron dadas a conocer póstumamente entre los cuales se destacan los tomo I y II de “El Capital” su obra más grandiosa. Por esa razón, es que  seguramente debe haber todavía muchos escritos como los que presentamos aquí que no son muy conocidos y por eso merecen ser leídos y publicados.

         Con Marx sucede que con pocos hombres de ciencia ocurre y que todos los días aparece un artículo, un estudio o una referencia a Marx; todos los años aparecen nuevas biografías o análisis particular de algún tema que haya tratado en alguna de sus obras o incluso hay autores que siguen escribiendo en forma de manuales o tratados sobre sus teorías económicas o sobre sus ideas filosóficas, sobre su método de análisis o sobre sus polémicas y discusiones con autores de su misma época. Todo esto es una clara demostración de la vitalidad de su pensamiento y que por lo tanto, quienes  pretendieron encerrar sus libros en los archivos como pieza de museo, no hsm podido con el devenir de la historia porque el fantasma de Marx aparece con inusitada fuerza para que a través de él, los pueblos pueden entender, saber, comprender y analizar qué es el capitalismo salvaje, cuáles han sido las metamorfosis que sufrió en estos 130 años y adónde conduce.

         La actual crisis económica que afecta a una buena parte del continente europeo ha motivado un regreso a Marx para intentar comprender desde otro ángulo, desde otra visión, las causas que dieron origen a la grave crisis financiera que devora y destruye a Europa, usando una terminología de Engels en su exposición sobre la teoría de la violencia en ese formidable libro Anti-Duhring. Y este resurgir de Marx sepultó para siempre las proclamas de los vencedores de la guerra fría según los cuales, Marx y su doctrina pasó a ser piedra de la arqueología antigua, que pasó su hora y su moda y que como consecuencia del derrumbe del sistema socialista mundial entre 1989 y 1991 se creen autorizados los  señores imperialistas a proclamar su victoria total y definitiva.

         Quienes se autoproclamaron su sepulturero, han tenido que inventar nuevas explicaciones para que sus pueblos puedan entender porque están embarrados en esta crisis que no parece tener final feliz. Y para destacar la opinión que sobre Marx tienen aquellos que no comulgan con sus ideas, podemos nombrar a dos altas personalidades: una de ellas es el Premio Nobel de economía 1970 el estadounidense Paul Samuelson por ser el campo donde Marx sobresalió y la otra proviene de la literatura y se trata del británico de origen letón Isaías Berlin quien en su biografía dedicada a Marx que se publicó en 1939 escribió lo siguiente: “Ningún pensador del siglo XIX ha ejercido una influencia tan directa, tan deliberada y poderosa sobre el género humano como Karl Marx” (Karl Marx. Su vida y su entorno). Paul Samuelson opina lo siguiente: “Son las ideas y escritos de Marx lo que constituye su importancia en la historia del pensamiento y del desarrollo político del mundo moderno” (Las dos cita provienen del libro de Paul Samuelson: Curso de Economía moderna. Biblioteca de Ciencias Sociales, Editorial Aguilar, Séptima Reimpresión, Madrid 1981, página 930.    

         Los tres escritos de Karl Marx que presentamos son trabajos poco conocidos de su vastísima obra que abarcó las principales ciencias sociales: la economía en primer lugar y a ella se agregan sus estudios sobre la filosofía, el derecho, la historia, la política, la sociología y hasta las matemáticas. De esta última, su amigo de toda la vida Friedrich Engels, dijo en su discurso durante su entierro, que había realizado descubrimientos importantes. Sin embargo, en todos los libros que leí y estudié sobre las matemáticas nunca apareció el nombre de Karl Marx; ni siquiera en el voluminoso tomo de Roll sobre “La historia de las matemáticas” se realiza alguna mención de él. Pero dejando de lado esta cuestión, lo gravitante y verdadera importantes son estos trabajos de los cuales a mi modo de ver los más conocidos en orden son primero, la carta a Abraham Lincoln, luego viene el tema sobre la nacionalización de la tierra y el menos conocido por el público es el referido a la productividad de las profesiones.
Nosotros empezamos por el menos conocido para terminar con el que la mayoría de la gente ha leído de la obra de Karl Marx.

Primer escrito

         En la “Concepción apologista de la productividad de las profesiones”, Marx comenta el papel de ciertas actividades en el desarrollo de las fuerzas productivas para la creación de riqueza en general (para la sociedad) y en particular (para el individuo). Así muestra como un profesor puede enriquecerse gracias a los libros que lanza al mercado como mercancías. Desde este punto de vista nos dice que hasta las tareas como el crimen y la delincuencia son promotoras, en su medida y en su forma, de nuevas profesiones y de nuevas producciones que obligan a la sociedad a hacer frente a los desafíos que implican las acciones delictivas y defenderse de las amenazas a la propiedad, valor sagrado de una sociedad que da pábulo a la existencia de estos actos. El artículo tiene en el libro hoja y media y empieza con cierto aire irónico con las producciones de determinadas profesiones. Le faltó mencionar a los médicos que producen recetas y que es la fuente principal de los ingresos de las farmacias.
Marx analiza en este breve texto el papel que desempeña y el lugar que ocupa el delincuente en la sociedad de aquella época y que bien puede aplicarse a las circunstancias actuales. Las nuevas industrias que crean las actividades delictivas como las alarmas antirrobo, las rejas, los sistemas de visión electrónica, los sistemas interconectados, las puertas blindadas, las cerraduras cada vez más sofisticadas y otros, han sido aplicados a la lógica protección de nuestras viviendas dado el aumento extrema de la agresividad y violencia de los robos. Quizá como en ninguna otra época se ha visto el crecimiento exponencial de las casas como fortalezas.

         Como antecedente, este escrito de Marx me lo publicó en agosto de 2001 el sitio www.losocial.com.ar y por suerte todavía puede leerse. La fecha de cuando fue escrito en el Tomo I de las “Teorías sobre la plusvalía” no lo menciona, pero puede decirse que fue para algunos autores entre 1861 y 1863 y otros para 1865 y 1868. 

Segundo escrito    

         En el segundo de esta serie, Marx plantea un tema de palpitante actualidad para un país como la Argentina en particular y la para la América Latina en general debido a la enorme influencia que tiene el sector agropecuario en la historia y economía de nuestros países ya que el problema del acceso a la tierra, su distribución, como así también la discusión sobre el régimen de propiedad y tenencia son cuestiones aun pendientes de resolver. Es un trabajo que se encontró entre los papeles perdidos de Marx y fue escrito a propuesta de Robert Applegarth (1834-1924) quien fuera miembro del Consejo General de la Primera Internacional en el Congreso de Londres de 1872. Los puntos salientes de la nacionalización de la tierra de Marx son a nuestro criterio los siguientes:

         En primer lugar, parte del hecho fundamental de que la propiedad de la tierra es el gran problema a resolver y de acuerdo al tipo de solución que se le dé, va a depender el porvenir de los trabajadores, pues la mayoría de la población era campesinos pobres, sin tierra, analfabetos y carne de cañón para los ejércitos de las monarquías reinantes en esa época.

         En segundo lugar, rechaza con vehemencia el supuesto derecho de conquista que tienen las potencias poderosas para proclamar como propia tierras ajenas que han sido obtenidas por el uso indiscriminado de la fuerza, por la violencia militar, por la agresión directa y según el cual debería establecerse un “derecho a la propiedad”. Esta forma de apropiación basada en el robo coincide con la definición de uno de los padres fundadores del anarquismo, el francés Pierre Proudhon para quien la propiedad era precisamente un robo. Marx no lo dice de esa forma pero deja entrever esa misma idea. Otro economistas francés al que criticó con dureza, 5

         En tercer lugar, muestra como el economista, el jurista y el filósofo tratan de justificar la posesión del usurpador mediante el dictado de leyes que al ser reconocida por todos, encuentra la fuente originaria de la legalidad de sus procedimientos, por más que hayan sido realizados por la violencia.

         En cuarto lugar y como consecuencia de lo anterior, destaca el papel del pueblo, como la mayoría de la sociedad, que si dejara de reconocer ese derecho a la propiedad de la tierra de los conquistadores, todo su edificio legal se derrumbaría.

         En quinto lugar, para Marx la nacionalización de la tierra es una cuestión de “necesidad social” por el desarrollo económico y por el crecimiento de la población requiere que la masa del pueblo tenga un lugar donde pueda desempeñarse y ganarse la vida con el fruto de su trabajo y debe enfrentarse a la estrechez de los “derechos de propiedad” a los que solo pueden gozar los dueños de la tierra. Y no sólo esa necesidad social tarde o temprano deberá ser reconocida por las leyes, sino que debe estar acompañada por el aumento constante de la producción sobre la base del aprovechamiento de los métodos productivos modernos, el arado de vapor, el drenaje, el riego, el uso de los abonos químicos, etc. De modo que la satisfacción de esas necesidades sea de carácter colectivo y no para unos pocos defensores de los intereses privados. Se requiere de una agricultura que permita “cultivar en gran escala una gran parte de la tierra”, termina afirmando Marx.
        
         Este escrito está considerado como uno de los más importantes de los que Marx le haya dedicado al problema de la tierra ya que se presentó como un manifiesto o plataforma política de la Primera Internacional hacia la cuestión agraria reivindicando  el derecho de los pueblos avasallados a recuperar la tierra que les fue arrebatada. Marx en El Capital le dedicó muchísimo a la cuestión campesina, al problema de la tierra, a la historia económica y social de la población rural que en los años que él vivió constituían la gran mayoría de la población. Así en el primer tomo, la octava sección dedicada al estudio de la acumulación primitiva y que constituye a mi modo de ver la parte histórica de este volumen, Marx analiza en profundidad la abolición de la servidumbre campesina base y secreto de la acumulación primitiva (Capítulo XXVI); sigue con la expropiación de la población agrícola (Capítulo XXVII) a partir del Siglo XVI con la Reforma Protestante y el despojo de los bienes a la Iglesia y la transformación de las tierras que eran de pequeños campesinos a los grandes terratenientes que gracias a su alianza con los financistas y capitalistas que llegaron al poder con Guillermo III de Orange en la llamada Revolución Gloriosa, crearon la gran aristocracia terrateniente que inaugura la era del despilfarro, la corrupción y los negociados con el saqueo sistemático de las arcas del Estado. Esta es lo que sucedió en Inglaterra entre los siglos XVI y XVII para que en el siglo siguiente se realizara el ideal del capitalismo bien salvaje: riqueza de la nación, pobreza para el pueblo. Con el estudio de la sangrienta legislación de los expropiados, es decir, los campesinos expulsados de los campos que da origen a la clase obrera industrial, Marx menciona todas las normas con que los reyes de Inglaterra combatieron a la población que al no poder ser absorbida en las fábricas y quedarse sin sustento se convierten en mendigos, ladrones y vagabundos. Así lo expresa con claridad meridiana: “La población del campo expropiada por la violencia y reducida al vagabundaje, fue quebrada mediante la disciplina que exige el sistema del salario mediante leyes de un terrorismo grotesco, por el látigo, la marca del fuego, la tortura y la esclavitud” (El Capital, Tomo I, Capítulo XXVIII, página 716, Ed. Cartago-México, 1983). En ese mismo tomo aborda, dentro de sus estudios de la economía agraria, la transformación de los pequeños campesinos en asalariados como consecuencia del desarrollo del capitalismo en el campo.
         Será en el tercer tomo de El Capital, donde estudiará detalladamente la renta del suelo y con ella la estructura de la producción agraria, sus formas jurídicas que determinan las relaciones de propiedad y del régimen de tenencia que se establecen en la agricultura, sus distintas formas de explotación de la tierra de acuerdo a las características del suelo que determinan diversas rentas de tipo diferencial basada en la fertilidad del suelo. Los nuevos análisis teóricos que plantea Marx a partir del Capítulo XXXVIII y siguientes de este tercer tomo, que para mí es el mejor y más completo de los tres tomos, podemos nombrar:

a) El surgimiento de la renta del suelo bajo el capitalismo y su diferencia son la renta feudal
b) Los dos tipos de monopolios en la agricultura (uno sobre la propiedad de la tierra y otro sobre la forma de explotación)
c) Como consecuencia de lo anterior, se detiene a estudiar las dos formas de renta del suelo: la diferencial y la absoluta.
d) El estudio acerca del precio de la tierra
e) Las particularidades del desarrollo capitalista en la agricultura
  
         También en el tema de la agricultura y el campo los análisis de Marx continúan siendo tema de debate como toda su obra.

Tercer escrito      

         Para terminar con estos breves comentarios sobre artículos de Marx, siempre me impactó el contenido de su carta enviada a Abraham Lincoln, reelecto presidente de los Estados Unidos para el período 1865-1869 en elecciones realizadas en 1864 que lo vieron ganador por amplia mayoría en el colegio electoral. Las expresiones y las definiciones que en ellas se leen son muy poderosas porque la lucha contra la esclavitud que levantó Lincoln coincide con la lucha contra todas formas de explotación que inauguraron Marx y Engels allá en 1848 con el Manifiesto del Partido Comunista. Claro está que cada uno lo hizo a su manera y teniendo en cuenta los intereses en juego y las circunstancias políticas propias del lugar donde se desarrolló el combate por las transformaciones sociales.

         Marx escribe la carta a pedido y en nombre del Consejo General de la Asociación Internacional de Trabajadores (Primera Internacional) porque la Guerra de Secesión de los Estados Unidos causó un gran impactó en el continente europeo y fue seguida muy de cerca por su principal amigo y colaborador de toda su vida Friedrich Engels, un especialista en cuestiones militares y que por su participación en las luchas en Alemania sus admiradores lo llamaban “el general”. Esa carta no fue casualidad porque colaboradores de Marx estuvieron combatiendo en el Ejército de la Unión como J.Wiedemeyer que llegó a coronel y A. Willich a general de brigada. Además la masiva participación de obreros, negros esclavos e inmigrantes por medio del reclutamiento masivo dieron un nuevo carácter al terrible enfrentamiento militar que disputaban dos sistemas diferentes de desarrollo y para quienes peleaban por la Unión creían que su victoria podría poner fin el horrendo sistema esclavista. De ahí que afirmara que el destino de la clase obrera estaba unido a la bandera estrellada como expresión de un combate por la libertad, por la abolición definitiva de la esclavitud como método de vida y de producción económica, ya que en esta guerra, o el país se reunifica bajo el impulso de la poderosa Unión con sus industrias y tecnología o el país se divide definitivamente en dos naciones irreconciliables.

I) CONCEPCIÓN APOLOGISTA DE LA PRODUCTIVIDAD DE TODAS LAS PROFESIONES

Por Karl Marx[1]

         Un filósofo produce ideas, un poeta poemas, un sacerdote sermones, un profesor compendios, etc. Un criminal produce delitos. Si miramos más de cerca la vinculación entre esta última rama de la producción y la sociedad en su conjunto, nos liberaríamos de muchos prejuicios. El criminal no sólo produce delitos, sino también la legislación en lo criminal, y con ello, al mismo tiempo, al profesor que diserta acerca de la legislación, y además de esto el inevitable compendio en el cual el mismo profesor lanza sus disertaciones al mercado general como "mercancías". Esto trae aparejado el aumento de la riqueza nacional, muy aparte del disfrute personal que - como nos lo dice un testigo competente, Herr Profesor Boscher[2] - el manuscrito del compendio otorga a quien le dio origen.
        
         Lo que es más, el criminal produce todo el conjunto de la policía y la justicia criminal, los alguaciles, jueces, verdugos, jurados, etc.; y todos estos distintos ramos de negocios, que constituyen, a la vez, muchas categorías de la división social del trabajo, desarrollan distintas capacidades del espíritu humano, crean nuevas necesidades y nuevas maneras de satisfacerlas. La tortura por sí sola engendró los más ingeniosos inventos mecánicos y empleó a muchos honrados artesanos en la producción de sus instrumentos.
        
         El criminal produce una impresión, en parte moral y en parte trágica, según sea el caso, y de esta manera presta un "servicio" al despertar los sentimientos morales y estéticos del público. No sólo produce compendios sobre Legislación en lo Criminal, no sólo códigos penales, y junto con ellos legisladores en ese terreno, sino también, artes, bellas letras, noveles e inclusive tragedias, y no sólo el Schuld de Müllner, y el Räuber de Schiller, sino también el Edipo (de Sófocles) y Ricardo III (de Shakespeare).

         El delincuente rompe la monotonía y la seguridad cotidiana de la vida burguesa. De esta manera le impide estancarse y engendra esa inquieta tensión y agilidad sin las cuales hasta el acicate de la competencia se embotaría. De tal manera estimula las fuerzas productivas. En tanto que el crimen aparta a una porción de la población superflua del mercado de trabajo, y de tal manera, reduce la competencia entre los trabajadores - con lo cual, hasta cierto punto, impide que los salarios desciendan por debajo del mínimo-, la lucha contra el delito absorbe a otra parte de esta población. De tal manera, el criminal aparece como uno de esos "contrapesos" naturales que provocan un correcto equilibrio y abren toda una perspectiva de ocupaciones "útiles".

         Se pueden mostrar en detalle los efectos del criminal sobre el desarrollo de la capacidad productiva. ¿Las cerraduras hubiesen llegado alguna vez a su actual grado de excelencia, si no hubiesen existido ladrones? ¿La fabricación de billetes de banco habría llegado a su perfección actual si no hubiese habido falsificadores? ¿El microscopio se habría abierto paso en la esfera del comercio común (véase Babbage), a no ser por los fraudes comerciales? ¿Acaso la química práctica no debe tanto a la adulteración de las mercancías y a los esfuerzos por descubrirlas, como al honesto celo por la producción? El crimen, gracias a sus métodos constantemente renovados de ataque contra la propiedad, procrea constantemente nuevos métodos de defensa, con lo cual es tan productiva como las huelgas contra la invención de máquinas. Si se abandona la esfera del delito privado: ¿habría nacido alguna vez el mercado mundial a no ser por el crimen nacional? En verdad, ¿habrían surgido siquiera las naciones? ¿Y acaso el Árbol del Pecado no fue al mismo el Árbol del Saber desde la época de Adán?
        
         En su Fable of the Bees (1705), Mandeville ya había mostrado que todos los tipos posibles de ocupación son productivos, y dio expresión a todo ese argumento:

"Lo que llamamos Mal en este Mundo, tanto Moral como Natural, es el Gran Principio que nos convierte en Criaturas Sociales, la sólida Base, la Vida y Apoyo de todos los oficios y Empleos sin excepción (...). Allí debemos buscar el verdadero origen de todas las artes y Ciencias, y (...) en cuanto cesa el Mal, la Sociedad se arruina si no se disuelve por completo" (2ª edición, Londres,  1723, pág. 428).

         Sólo que Mandeville, por supuesto, fue infinitamente más audaz y honrado que los apologistas filisteos de la sociedad burguesa.




[1] Ver Teorías sobre la Plusvalía, Tomo I, Ed. Cartago, Buenos Aires, 1974, páginas 327 y 328.
[2] Se trata de Wilhelm Georg Friedrich Roscher (1817-1894), el fundador de la Escuela Histórica Alemana de Economía Política.

II) LA NACIONALIZACION DE LA TIERRA
Por Karl Marx [1] – Escrito entre marzo y abril de 1872.
Primera edición: En el núm. 11 del periódico International
Herald del 15 de junio de 1872

Fuente: Marx-Engels. Escritos económicos menores. Tomo 11, Páginas 569
a 572, Fondo de Cultura Económica, México, Primera Edición, 1987

         La propiedad del la tierra, fuente original de toda riqueza, se ha convertido en el gran problema, de cuya solución depende el porvenir de la clase obrera.
         Sin a discutir aquí todos los argumentos que han sido aducidos por los defensores de la propiedad privada sobre la tierra —juristas, filósofos y economistas—, nos limitaremos por el momento a dejar sentado que encubren el hecho originario de la conquista bajo el manto del «derecho natural». Y si la conquista creó el derecho natural de unos poco, a los muchos les basta con reunir las fuerzas suficientes para adquirir el derecho natural de reconquistar lo que se les ha sido arrebatado.
         A lo largo de la historia, los conquistadores tratan siempre de dar, por medio de las leyes que ellos mismos promulgan, un cierto refrendo social a sus títulos posesorios, originados simplemente en la fuerza. a su derecho inicial, que se desprendía de la fuerza bruta, cierta estabilidad social mediante leyes impuestas por ellos mismos. Hasta que por último, viene el filósofo, quien se encarga de explicar, que dichas leyes cuentan con el ascenso general de la sociedad. Sin embargo, no cabe duda de que si la propiedad privada sobre la tierra descansa realmente sobre este asenso general, desaparecería a partir del momento en que la mayoría de la sociedad dejara de reconocerla.
         Pero si, dejamos a un lado los llamados «derechos» de la propiedad, comprobamos que el desarrollo económico de la sociedad, el crecimiento y la densidad de la población, la exigencia de un trabajo colectivo y organizado, así como la maquinaria y otros utensilios, convierten a la nacionalización de la tierra sea «una necesidad social», frente a la cual de nada sirve hablar de los derechos de propiedad.

         Los cambios dictados por una necesidad social acaban abriéndose paso, tarde o temprano, cuando estos cambios responden a una exigencia apremiante de la sociedad, no hay más remedio que someterse a ellos, y la legislación se verá obligada, quiéralo o no, a reconocerlos.
        
         Lo que se necesita es un incremento diario de la producción, cuyas exigencias no pueden ser satisfechas si se consiente que unos cuantos individuos la regulen con arreglo a su capricho o a sus intereses privados o agoten por ignorancia las fuerzas de la tierra. A la postre, no habría otro camino que dar entrada en la agricultura a todos los métodos modernos: la irrigación, el drenaje, el empleo del arado de vapor, la aplicación de abonos químicos, etc. Pero no podremos emplear eficazmente los conocimientos científicos que poseemos ni los medios técnicos de cultivo de la tierra que tenemos a nuestro alcance, la maquinaria, etc., practicar la agricultura de que disponemos, como las máquinas, etc., a menos que estemos en condiciones de cultivar en gran escala una gran parte de la tierra.
        
         Si el cultivo de la tierra en gran escala -incluso bajo la forma capitalista, que degrada al productor al papel de simple bestia de carga- conduce necesariamente a resultados muy superiores a los que pueden lograrse mediante el cultivo de pequeñas parcelas diseminadas y no cabe duda de que, aplicado en escala nacional, imprimiría a la producción un impulso gigantesco.
        
         Las necesidades sin cesar crecientes de la población de una parte, y de otra, el alza constante del precio de los productos agrícolas, viene a demostrar de un modo incuestionable que la nacionalización de la tierra ha pasado a ser una necesidad social.
         El retroceso de la producción agrícola, nacido del abuso individual, se hará imposible a partir del momento en que el cultivo de la tierra se coloque bajo el control de la nación y se lleve a cabo a expensas y en beneficio de ésta.
        
         Todos los ciudadanos a los que he oído durante los debates en torno a esta cuestión han defendido la nacionalización de la tierra, pero lo han hecho partiendo de muy distintos puntos de vista.
        
         Se alude con frecuencia a Francia, pero este país, con el régimen de propiedad campesina que en él prevalece, se halla más lejos de la nacionalización que Inglaterra, en que impera el régimen de los terratenientes. Cierto que en Francia la tierra se halla está al alcance de cuantos puedan comprarla, pero fue precisamente esa ventaja la que condujo al reparto de la tierra en pequeñas parcelas, cultivadas por gentes que disponen tan sólo de medios escasos y se ven obligados a atenerse, casi exclusivamente, a su trabajo personal y al de sus familias. Esta forma de propiedad de la tierra, a base del cultivo en tierras diseminadas, no sólo es incompatible con el empleo de la técnica agrícola, sino que, además, convierte al agricultor en resuelto enemigo de todo lo que sea progreso social y, principalmente de la nacionalización de la tierra.

         Encadenado a la tierra, a la que se ve forzado a entregar todas sus energías vitales para extraer de ella un rendimiento relativamente exiguo; obligado a ceder la mayor parte de su producto al Estado en forma de impuestos; a la camarilla forense en forma de costas judiciales y al usurero, en forma de réditos (interés); sumido en la más completa ignorancia en cuanto al movimiento social, ya que no ve más allá de sus estrechos linderos de su parcela, el campesino se siente, sin embargo, ciegamente a pegado a su pedazo de tierra y a su título de propiedad, puramente nominal. Todo ello ha empujado al campesino francés a un antagonismo fatal en el más alto grado sido llevado al antagonismo fatal con la clase obrera que trabaja en la industria. El régimen de propiedad de los campesinos constituye el mayor de los obstáculos para “la nacionalización de la tierra”, razón por la cual no es Francia precisamente, en su estado actual, el país en el que debemos buscar la solución de ese gran problema.
        
         La nacionalización de la tierra para arrendarla en pequeñas parcelas a particular o a sociedades de trabajadores, bajo un gobierno burgués, solo servirá para desatar entre ellos la más furiosa competencia, fomentando el alza de la “renta” renta, y brindar así, a quienes se apropiaron la tierra, nuevas posibilidades de vivir a costa de los productores.
        
         En el Congreso de la Internacional, celebrado en 1868[2], en Bruselas, uno de nuestros camaradas [*] dijo:

«La pequeña propiedad privada ha sido condenada por la ciencia, y la grande, por la justicia. Sólo queda una alternativa: que la tierra pase propiedad de asociaciones de agricultores o propiedad de toda la nación. El porvenir se encargará de decidir esto.”
         Pero yo digo que el fallo del porvenir sólo puede ser uno: que la tierra sea propiedad de la nación. Entregada a sus cultivadores asociados, equivaldría a poner la sociedad entera en manos de una clase aparte de productores.
        
         La nacionalización de la tierra traerá consigo una total transformación en cuanto a las relaciones entre el trabajo y el capital y acabará, al fin de cuentas, con toda la producción capitalista, tanto en la industria como en la agricultura. Y solamente entonces desaparecerán las diferencias de clase y los privilegios, al desaparecer la base económica sobre que descansan, convirtiéndose la sociedad en un asociación de “productores”. El vivir a costa del trabajo de otros países pasará a la hisotria. Después de existir un gobierno y un estado enfrentados a la misma sociedad.

         La agricultura, la minería, la industria, en una palabra, todas las ramas de la producción, más organizándose gradualmente del modo más eficaz y provechoso. La centralización nacional de los medios de producción pasará a ser la base natural de una sociedad formada por asociaciones de productores libres e iguales, que actuará conscientemente, con arreglo a un plan común y racional. Tal es la meta hacia la ue tiende el gran movimiento económico del siglo XIX.

[*] César de Paepe. (N. de la Edit.)


A ABRAHAM LINCOLN, PRESIDENTE DE LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA

Por Karl Marx

Escrito: Entre el 22 y el 29 de noviembre de 1864.
Publicado: En The Bee-Hive Newspaper, núm. 169, del 7 de enero de 1865.
Fuente: Digitalización y Edición electrónica: Marxists Internet Archive, 2001.

Muy señor mío:

         Saludamos al pueblo americano con motivo de la reelección de Ud. por una gran mayoría.

         Si bien la consigna moderada de su primera elección era la resistencia frente al poderío de los esclavistas, el triunfante grito de guerra de su reelección es: ¡Muera el esclavismo!

         Desde el comienzo de la titánica batalla en América, los obreros de Europa han sentido instintivamente que los destinos de su clase estaban ligados a la bandera estrellada. ¿Acaso la lucha por los territorios que dio comienzo a esta dura epopeya no debía decidir si el suelo virgen de los infinitos espacios sería ofrecido al trabajo del colono o deshonrado por el paso del capataz de esclavos?

         Cuando la oligarquía de 300.000 esclavistas se atrevió por vez primera en los anales del mundo a escribir la palabra «esclavitud» en la bandera de una rebelión armada, cuando en los mismos lugares en que había nacido por primera vez, hace cerca de cien años, la idea de una gran República Democrática, en que había sido proclamada la primera Declaración de los Derechos del Hombre [2] y se había dado el primer impulso a la revolución europea del siglo XVIII, cuando, en esos mismos lugares, la contrarrevolución se vanagloriaba con invariable perseverancia de haber acabado con las «ideas reinantes en los tiempos de la creación [19] de la constitución precedente», declarando que «la esclavitud era una institución caritativa, la única solución, en realidad, del gran problema de las relaciones entre el capital y el trabajo», y proclamaba cínicamente el derecho de propiedad sobre el hombre «piedra angular del nuevo edificio», la clase trabajadora de Europa comprendió de golpe, ya antes de que la intercesión fanática de las clases superiores en favor de los aristócratas confederados le sirviese de siniestra advertencia, que la rebelión de los esclavistas sonaría como rebato para la cruzada general de la propiedad contra el trabajo y que los destinos de los trabajadores, sus esperanzas en el porvenir e incluso sus conquistas pasadas se ponían en tela de juicio en esa grandiosa guerra del otro lado del Atlántico. Por eso la clase obrera soportó por doquier pacientemente las privaciones a que le había condenado la crisis del algodón [3], se opuso con entusiasmo a la intervención en favor del esclavismo que reclamaban enérgicamente los potentados, y en la mayoría de los países de Europa derramó su parte de sangre por la causa justa.

         Mientras los trabajadores, la auténtica fuerza política del Norte, permitían a la esclavitud denigrar su propia república, mientras ante el negro, al que compraban y vendían, sin preguntar su asenso, se pavoneaban del alto privilegio que tenía el obrero blanco de poder venderse a sí mismo y de elegirse el amo, no estaban en condiciones de lograr la verdadera libertad del trabajo ni de prestar apoyo a sus hermanos europeos en la lucha por la emancipación; pero ese obstáculo en el camino del progreso ha sido barrido por la marea sangrienta de la guerra civil [4].

         Los obreros de Europa tienen la firme convicción de que, del mismo modo que la guerra de la Independencia [5] en América ha dado comienzo a una nueva era de la dominación de la burguesía, la guerra americana contra el esclavismo inaugurará la era de la dominación de la clase obrera. Ellos ven el presagio de esa época venidera en que a Abraham Lincoln, hijo honrado de la clase obrera, le ha tocado la misión de llevar a su país a través de los combates sin precedente por la liberación de una raza esclavizada y la transformación del régimen social.

Firman en nombre del Consejo Central de la Asociación Internacional de los Trabajadores:  

Longmaid, Worley, Whitlock, Fox, Blackmore, Hartwell, Pidgeon, Lucraft, Weston, Dell, Nieass, Shaw, Lake, Buckley, Osbourne, Howell, Carter, Wheeler, Stainsby, Morgan, Grossmith, Dick, Denoual, Jourdain, Morrissot, Leroux, Bordage, Bocquet, Talandier, Dupont, L.Wolff, Aldovrandi, Lama, Solustri, Nusperli, Eccarius, Wolff, Lessner, Pfander, Lochner, Kaub, Bolleter, Rybczinski, Hansen, Schantzenbach, Smales, Cornelius, Petersen, Otto, Bagnagatti, Setacci;

George Odger, Presidente del Consejo; P.V. Lubez, Secretario Representante por Francia; Karl Marx, Secretario Representante por Alemania; G.P. Fontana, Secretario Representante por Italia; J.E. Holtorp, Secretario Representante por Polonia; H.F. Jung, Secretario Representante por Suiza; William R. Cremer, Secretario General Honorario.

RESPUESTA DEL EMBAJADOR ADAMS

Me dirijo para informarles y transmitirles debidamente a través de esta Legación que la carta del Consejo Central de la Asociación al Presidente de los Estados Unidos ha sido recibida por él.

La medida en que los sentimientos expresados en la misma son personales, son aceptados por él con un ansioso y sincero deseo de que él puede ser capaz de demostrar a sí mismo no indigno de la confianza que se ha extendido recientemente a él por sus conciudadanos y por muchos de los amigos de la humanidad y el progreso en todo el mundo.

El Gobierno de los Estados Unidos tiene una clara conciencia de que su política no es ni podría ser reaccionario, pero al mismo tiempo que se adhiere a lo que aprobó al principio, de abstenerse en todas partes de propaganda y la intervención ilegal. Se esfuerza por igual y exacta justicia a todos los Estados y a todos los hombres y se basa en los resultados beneficiosos de ese esfuerzo de apoyo en casa y para el respeto y la buena voluntad en todo el mundo.

Las Naciones no existen para ellos solos, sino para promover el bienestar y la felicidad de la humanidad por ejemplo y las relaciones benevolentes. En esta relación que los Estados Unidos en el conflicto actual con la esclavitud, su causa se mantiene insurgente como la causa de la naturaleza humana, y obtienen nuevos estímulos a perseverar el testimonio de los trabajadores de Europa que la actitud nacional es favorecida con su aprobación ilustrado y simpatías serios.

Tengo el honor de Ud
Charles Foster Adams

NOTAS

[1] El "Mensaje" de la Asociación Internacional de Trabajadores a A. Lincoln, Presidente de los EE.UU., con motivo de su segunda elección al cargo de Presidente, fue escrito por Marx de acuerdo con la decisión del Consejo General. En el momento más álgido de la guerra civil de los EE.UU., este "Mensaje" tuvo mucha significación.-
[2] Trátase de la "Declaración de la independencia" adoptada el 4 de julio de 1776, en el Congreso de Filadelfia, por los delegados de 13 colonias inglesas en América del Norte. Se proclama en ella que las colonias norteamericanas se separan de Inglaterra para constituir una república independiente: los Estados Unidos de América. En dicho documento se formulan principios democrático-burgueses, como la libertad del individuo, la igualdad de los ciudadanos ante la ley, la soberanía del pueblo, etc. Sin embargo, la burguesía y los grandes propietarios de tierras norteamericanos vulneraban desde el comienzo los derechos democráticos proclamados en la Declaración, apartaban a las masas populares de la participación en la vida política y conservaron la esclavitud. Los negros, que formaban una parte considerable de la población de la república, quedaron privados de los derechos humanos elementales.

[3] La crisis del algodón fue provocada por el cese de los envíos de algodón desde América por causa del bloqueo de los Estados esclavistas meridionales por la flota del Norte durante la guerra civil. Una gran parte de la industria de tejidos de algodón de Europa estuvo paralizada, lo cual repercutió gravemente en la situación de los obreros. Pese a todas las privaciones, el proletariado europeo apoyaba resueltamente a los Estados del Norte.

[4] La guerra civil de Norteamérica (1861-1865) se libró entre los Estados industriales del Norte y los sublevados Estados esclavistas del Sur. La clase obrera de Inglaterra se opuso a la política de la burguesía nacional, que apoyaba a los plantadores esclavistas, e impidió con su acción la intervención de Inglaterra en esa contienda.

[5] La guerra de la Independencia de las colonias norteamericanas de Inglaterra (1775-1783) contra la dominación inglesa debió su origen a la aspiración de la joven nación burguesa norteamericana a la independencia y a la supresión de los obstáculos que impedían el desarrollo del capitalismo. Como resultado de la victoria de los norteamericanos se formó un Estado burgués independiente: los Estados Unidos de América.