SEMBLANZA DE SANDINO SEGÚN GREGORIO SELSER
Por Sergio Daniel Aronas – 21 de febrero de 2013
Al cumplirse un nuevo aniversario
del bárbaro asesinato del General Augusto César Sandino ocurrido el 21 de
febrero de 1934, quiero reproducir
algunos párrafos del capítulo final del excelente libro de Gregorio Selser,
“Sandino, General de Hombres Libres”, Ediciones Iguazú, Buenos Aires, 4ª
Edición, 1966, donde traza una semblanza de la trayectoria del héroe
nicaragüense, el lugar que ocupó y el papel que desempeñó en la historia de su
país y en Nuestra América toda, su proyección en el tiempo y las condiciones
que tuvo lugar su lucha contra los invasores imperialistas de los Estados
Unidos para la defensa de la soberanía de su patria. El pequeño ejército loco
de Augusto César Sandino fue el primero en infligirle una derrota a los invasores
imperialistas en América Latina que los obligaron a abandonar Nicaragua en 1933
bajo el empuje de la poderosa resistencia popular basado en métodos
guerrilleros y dotados de armamento vetusto. Como consecuencia de esta
retirada, el amigo Roosevelt proclamó en diciembre de 1934 la política del “Buen
Vecino” con fin el de “mejorar” sus vínculos con América Latina cuyas intervenciones
militares habían provocado la más execrables y horribles matanzas. Y como
demostración de su graciosa amistad ordenó el asesinato que fue ejecutado por
los serviles lacayos de Anastasio Somoza, a quien Roosevelt llamaba “nuestro
hijo de puta” dinastía terrorista que gobernó Nicaragua a sangre y fuego con el
total beneplácito de sus amigos y amos de los Estados Unidos, hasta que la
revolución gloriosa del 19 de julio de 1979 puso fin a esta dictadura salvaje.
Así escribió
Gregorio Selser la hazaña de la gesta heroica de Sandino y su ejército de
campesinos:
“Sandino no fue
solo la rebeldía individual, desesperada y romántica de un hombre. Sandino está
en cada campesino que al secar sus sudores, piensa con rabia que la tierra no
es suya; Sandino está en cada indio que carga sobre sus hombros la larga
costumbre de la explotación blanca; está en cada mulato que sufre y se resiente
del menosprecio racial; en cada negro que constata que su piel y no su corazón
está en la balanza. Sandino está en cada obrero que en su sindicato o en el
cubil donde le recluye su verdugo, obra la tarea social de su reivindicación;
está en fin estudiante que redacta o distribuye el panfleto, siempre los mismos
estudiantes y panfletos, aunque los siglos sean distintos” (págs. 339/340). (…)
“Los años que
son los mejores jueces, van cubriendo lentamente, pero sin cejar, la memoria de
aquellos que agraviaron, en Sandino, a Iberoamérica. Por contraste, la epopeya de
ayer de Sandino es hoy leyenda como mañana será mito. Por toda Nuestra América
están vigentes los signos de la supervivencia de su mensaje. En tanto perdure,
Nuestra América no será la fácil presa de los filibusteros o mercaderes” (pág.
340). (…)
“Nuestros
pueblos vieron surgir del más absoluto anonimato a un hombre que había sido
campesino, obrero manual, empleado y minero, cuya única aspiración era seguir
trabajando en cualesquiera de esas tareas una vez cumplido el propósito que
hizo resaltar su nombre; sentían suyo ese oscuro anhelo de libertad; se sentían
traducidos en la aventura quijotesca contra un enemigo que, superior en hombres
y en armas, era vergonzosamente derrotado por un puñado de valientes que a las
ametralladoras oponían latas de sardinas en granadas de mano, a los aviones los
anticuados fusiles de la guerra de Cuba, al poderío abrumador la táctica de
guerrillas y al espíritu mercenario del invasor (cuyos soldados eran enrolados
a sueldo) el insobornable espíritu de los que sin paga alguna llegaron desde
todos los ámbitos de la tierra a engrosar las filas del General de Hombres
Libres” (págs. 340/341). (…)
“Nuestra América
vio en Sandino cobradas viejas deudas, la de los conquistadores antiguos y las
de los modernos. Sintió que su lengua, su raza y su destino injusto tomaban
desquite de aquellos que les habían convertido en esclavos de su propia tierra.
Nuestra América vio nuevamente abrirse las puertas de un camino que, de ser
totalmente recorrido, concluirá por reivindicarla, por enaltecerla, por
liberarla. Nuestra América tenía fe en Sandino. Sabía que no era el suyo el
aislado gesto de un romántico tardío, sino el grito que en todos los pueblos
llamara a la rebelión convocándolos para la batalla común”
“Por eso Sandino
resultó triunfador. No sólo porque los invasores tuvieron finalmente que
retirarse, sino por que indicó cómo nuestros pueblos disponen dentro de sí
mismos los elementos de su liberación y se mostró a sí mismo como ejemplo de
esa posibilidad, legándonos su divisa y su tarea” (pág. 341). (…)
“Pocas veces se
ha dado en la historia en caso análogo de desinterés material ligado a una fama
guerrera; de una modestia que al referirse al destino de su patria se convirtiera
en tanto orgullo; de una ingenuidad política que no le impidiera descubrir
quien era el responsable de la ejecución de su pueblo; de una timidez que no
obstara al coraje; de un sentimiento humano, fraternal, que no fuera obstáculo
para que su fusil abatiera al enemigo; de una altivez que antes que de
grandezas personales se jactara de la posesión de un oficio manual. Hombres
como Sandino reconcilian a los esclavos con la esperanza, a los oprimidos con
el destino. Hombres así señalan los derroteros, inclinan en su favor las
batallas más arduas y acorazadas físicamente hasta el más endeble. El Héroe
tiene su significado más cabal cuando está referido a hombres como Sandino”.
“Con su muerte,
su batalla particular se hizo patrimonio de toda América. No esperemos
encontrarle en los libros donde los relatos oficiales enarbolan la hojarasca
patriotera para ocultar la realidad siniestra de la traición, la venta y la
sumisión. Ni en aquella que inscribe los nombres en las calles, plazas y
ciudades del Continente, pero que se guarda de revelar las páginas inéditas de
sus figurones consagrados; como omite también referirse a las cárceles, a las
torturas, a los pelotones de fusilamiento, a las bases extranjeras en suelo
nacional, a las intervenciones militares, a la lucha de mercados, a la división
imperialista de los territorios, o a la criminal desunión en que se debaten
nuestros pueblos, desunión fomentada, acuciada y mantenida por conservarnos en
la debilidad y en la inercia”.
“Que es la
historia americana de la infamia (Págs. 342/343) (…)
“Sandino se
lanzó contra ella nada más que con sus puños y su rabia de sentirse esclavo.
Triunfó si, en el limitado plan que se había propuesto, pero no liquidó la
esclavitud de sus hermanos. A lo sumo, los esclavizadotes cambiaron de táctica
y la opresión secular prosiguió, constante, oprobiosa, insultante. Y además,
Sandino pagó con la vida su rebeldía. Esa su vida magnífica que llenó siete
años de gloria de un Continente encarnecido, que no le volvió la espalda,
reconoció en él al hijo dilecto que le reivindicaba, justificaba y orientaba
hacia un futuro libre de opresión y amargura.
“Y porque ningún
esfuerzo se pierde y ningún gesto es estéril; porque detrás de cada afirmación
está la voluntad de resistir, porque en cada rebelión está presente el instinto
de justicia, porque en tiempos de opresión la facultad de rebelarse es la única
libertad que no se pierde, Sandino no ha pasado en vano por su Nicaragua ni
muerto inútilmente por su Iberoamérica” (pág. 343).
Mi reflexión
final después de leer esta historia es que hombres como Sandino no debieron
morir nunca.