EL
MUCHACHO DE NIQUINOHOMO
Por
Sergio Ramírez Mercado
Nota: Este ensayo de quien fuera el vicepresidente de la Nicaragua Sandinista,
fue traducido al inglés por el profesor de la Universidad Estatal de Kansas,
Lyman Baker y publicado en la revista Latin American Perspectives Issue 62,
Volumen 16, Nbr. 3, Summer, 1989.
Desde
los tiempos de la conquista española el destino de Nicaragua ha estado marcado
por su posición geográfica y por las características de su territorio; colocada
entre los océanos Atlántico y Pacífico, la comunicación natural entre el río
San Juan y el Gran Lago de Nicaragua despertó desde el primer momento en los
españoles la ambición de lograr un paso entre los dos mares, llamado en las
cartas y relaciones de la conquista el Estrecho dudoso.
Al producirse en el siglo XIX
la expansión del capitalismo mundial, ya en proceso de franca liquidación el
poderío colonial de España en América, la necesidad de contar con vías
marítimas más económicas y rápidas para el transporte de materias primas, hace
que Inglaterra, como dueña de los mares, fije su mira en la construcción de un
canal interoceánico a través de Nicaragua. El canal se convierte así en el eje
de las pretensiones de Inglaterra sobre el mar Caribe, que es ya su more
nostrum y también en el eje de sus disputas con el naciente poder imperial de
los Estados Unidos.
Así
cuando los cinco países que bajo el régimen colonial español formaban el Reino
de Guatemala declaran su independencia en el año de 1821, la disputa entre
Inglaterra y los Estados Unidos comenzará a afectar el curso de la política
interna de estas provincias, que anexadas fugazmente al imperio de Iturbide en
México, se proclaman luego en República Federal Centroamericana, según el
modelo de la constitución política de los Estados Unidos. Pronto se iniciaría una
cruenta sucesión de guerras civiles, la Iglesia Católica
y los viejos terratenientes criollos empeñados en combatir a los caudillos
liberales que son los abanderados del federalismo; entre la sangre y la
anarquía, la República Federal
sólo resulta un experimento efímero, y después del fusilamiento del General
Francisco Morazán, las antiguas provincias se separan y la reacción vuelve a
ocupar el poder en cada una de ellas, pobres, obscuras y aisladas, tiranizadas
por fanáticos religiosos, como sería el caso de Guatemala con el gobierno de
Carrera.
Uno
de los países desmembrados de la federación, que más padeció guerra civiles fue
Nicaragua. Los españoles habían fundado en su territorio dos ciudades. Granada,
a orillas del Gran Lago y abierta a la comunicación del Atlántico a través del
río San Juan, la ruta canalera; y León, primeramente junto al Lago Xolotlán y
trasladada en el siglo XVII un poco más hacia el occidente, por causa de
violentos sismos, y cuya salida hacia el Pacífico era el importante puerto
colonial de El Realejo.
Estas
dos ciudades, poco comunicadas entre sí, organizaron su vida económica en forma
autónoma, realizando en forma independiente su comercio a través de sus propios
puertos; y ejercían su control político independiente sobre las regiones
rurales de cuya agricultura eran dueñas, creándose así una división a la vez
rural y política: ambas ciudades aparecían como sustitutos de un Estado
nacional inexistente. El resto del país no era más que una inexplorada e ignota
extensión territorial, pues las únicas tierras cultivadas eran las de la franja
del Pacífico, lugar de los asentamientos coloniales donde también se había
congregado la mayoría de la población mestiza pobre que rendía su mano de obra
en las haciendas de añil y de cacao, productos coloniales que seguían siendo la
base de la economía nicaragüense, junto con la explotación ganadera. Hacia las
selvas del Atlántico, serían por el contrario los ingleses quienes empezarían a
ejercer su dominio sobre las tribus indígenas de aquella región, la más grande
del país. Los ricos comerciantes de Granada, respaldados por el clero, se
habían opuesto primero a la independencia y luego repudiaron los ensayos
liberales de la facción leonesa, formada por agricultores. Tales inquinas
hegemónicas hacen que al romperse la federación, las dos ciudades reclamen para
sí la capitalidad, como forma de afirmar su dominio político y arrogarse el
Estado nacional. Los finqueros y comerciantes arrastraban a los campesinos a la
vorágine de las guerras civiles, haciéndoles morir inútilmente bajo sus
banderas señoriales. En el año de 1854, el Partido Conservador de los
granadinos llamado el Legitimista, y el Partido Liberal de los leoneses llamado
el Democrático, entraron en un nuevo conflicto cuyas consecuencias habrían de
ser amargas y trágicas como nunca.
Para ese entonces, a pesar de la expansión imperial inglesa, comenzaba a
consolidarse ya el poder de los Estados Unidos, cuya mira inmediata en el
continente americano era el more nostrum inglés, el Caribe: para proteger este
coto de caza, el Presidente James Monroe proclamó en 1823 su doctrina de
América for the americans.
Dentro
de esta exclusividad pretendida de dominio, que llevaría más tarde al despojo
territorial de México y luego a la guerra contra España por la posesión de
Cuba, caía necesariamente la construcción y operación, lo mismo que la defensa
militar, de un canal interoceánico cuyas opciones eran Nicaragua y Panamá;
Inglaterra reconoció oficialmente este derecho canalero sobre Nicaragua a los
Estados Unidos, por medio del Tratado Clayton-Bulwer firmado en el año de 1850,
sin que por supuesto el olvidado gobierno de Nicaragua, o quienes lo
pretendían, fueran tomados en cuenta para tales arreglos.
Pero
dos años antes de firmarse este tratado, ocurría un acontecimiento que traería
profundas consecuencias con respecto al territorio nicaragüense comprometido ya
internacionalmente en el proyecto del canal: en 1848 se descubre oro en
California, región que después de la guerra con México, los Estados Unidos se
habían apropiado por derecho de conquista. Aventureros, comerciantes, fulleros,
inmigrantes, todo el mundo quiere correr desde la costa este hacia California
en busca de fortuna; pero un viaje a través de los desiertos y praderas del
continente es riesgoso porque el far-west es todavía terra incognita, donde los
indios hostiles asaltan a cada paso las caravanas; por barco, debía viajarse
hasta el Estrecho de Magallanes, en el extremo sur de América, para ganar el
Océano Pacífico, empresa de meses; puede intentarse el cruce del istmo de
Panamá, pero allí están los pantanos, la fiebre, muchos quedan en el camino.
En
el año de 1849, el Comodoro Cornelius Vanderbilt, uno de esos personajes con
garra y sin escrúpulos que forman el coro de padres fundadores del capitalismo
moderno, obtiene del gobierno de Nicaragua una concesión para operar a través
de su territorio, por aguas de la disputada ruta canalera, un servicio de
transportes para carga y pasajeros. Funda su compañía, The Accessory Transit
Company, con barcos que desde New York hacen transbordes en el puerto de San
Juan del Norte en la desembocadura atlántica del río San Juan; desde allí,
embarcaciones de poco calado remontan el río y el Gran Lago, las pocas millas
terrestres del istmo de Rivas, se hacen en diligencias desde el puertecito de La Virgen hasta San Juan del
Sur en el Pacífico; y de allí en buques otra vez hasta California. Todo muy
rápido y más que nada, barato.
En
base a su contrato negociado con las autoridades nicaragüenses, el Comodoro Vanderbilt
logra acumular una fortuna de millones al poco tiempo, pero mientras se
encontraba en un crucero de recreo por Europa, para el cual había mandado
construir un buque de lujo llamado White Star que atracaba en los puertos del
Mediterráneo, donde Vanderbilt convidaba a bordo a la nobleza, sus socios
Garrison y Morgan logran tomar el control de la compañía a través de una
maniobra financiera. Empezaría entonces una guerra sin cuartel entre el
Comodoro y sus antiguos socios por el control de las rutas hacia California,
que multiplicaría los fuegos de la contienda civil nicaragüense iniciada en
1854 por liberales y conservadores: los liberales de León habían desconocido al
gobierno conservador de don Fruto Chamorro de Granada y abiertas las
hostilidades conciben en su empeño por derribarlo, la idea de contratar una
falange de mercenarios norteamericanos. Un aventurero del sur, Byron Cole
(quien perdería luego la vida mientras huía del campo de batalla, colgado de un
árbol por campesinos nicaragüenses) hace la contrata con los leoneses y recluta
en New Orleans a la falange, que encabeza el sureño William Walker. Los
empresarios navieros Morgan y Garrison financian la compra de armas, municiones
y vituallas, interesados en asegurarse la concesión de tránsito por
Nicaragua".
William
Walker, quien había peleado en México tratando de anexar el territorio de
Sonora a los Estados Unidos, era el adalid de una política expansionista de los
Estados esclavistas del sur; en 1855 desembarca con su falange en Nicaragua y es
recibido jubilosamente por el gobierno liberal establecido en León, se le
acuerda grado de General y va inmediatamente a tomar la plaza de Rivas en manos
de los conservadores, pero es rechazado; logra sin embargo apoderarse poco
después de la ciudad de Granada en una operación sorpresiva; fusila a
dirigentes políticos de ambos bandos, aumenta su número de falangistas y
armamento por medio de envíos recibidos desde Estados Unidos, y ya en julio de
1856 se proclama Presidente de Nicaragua; decreta que el inglés es la lengua
oficial y ordena el restablecimiento de la esclavitud. Los Estados Unidos
reconocen su gobierno y establecen relaciones diplomáticas con él. Y como parte
medular de su empresa de conquista, declaró nula la concesión otorgada al
Comodoro Vanderbilt, suscribiendo una nueva a favor de Morgan y Garrison en
febrero de 1856. Vanderbilt, por fuerza de sus intereses, y el gobierno inglés,
que no quitaba su ojo puesto desde hacía tanto tiempo atrás sobre el canal,
aportaron por su parte dinero y armas para equipar a los ejércitos de los
restantes países centroamericanos que se unieron a los nicaragüenses, en una
campaña militar de expulsión del invasor, que pretendía un dominio no sólo
sobre Nicaragua, sino también sobre todo Centroamérica: Five or none se leía en
los estandartes de los batallones de rifleros de la falange filibustera. Seis
meses después de su proclamación como Presidente de Nicaragua, los ejércitos
centroamericanos lograron derrotar a los filibusteros; después de perder la
segunda batalla de Rivas en abril de 1857 termina toda resistencia del invasor
y Walker se embarca bajo protección del gobierno de los Estados Unidos, con
rumbo a su país; cuando llega a New York, los periódicos lo aclaman como un
héroe y estimulado por las demostraciones de apoyo, intenta varias veces más
nuevos desembarcos en Centroamérica hasta que en 1860 es capturado en Trujillo,
Honduras, y fusilado.
Las
facciones en disputa en Nicaragua, firmaron un acuerdo de paz y se dieron una
larga tregua después de concluida esta guerra, dejándose a las familias
conservadoras de Granada gobernar el país por espacio de casi treinta años que
coincidía también con una tregua que los imperios capitalistas se daban sobre
el canal, obligados por la guerra de Secesión en los Estados Unidos y por las
luchas coloniales de Inglaterra en el África. El proyecto del canal se deja
dormir todos estos años en que si no hay guerras, tampoco hay mucho que cambie
en Nicaragua; un gobierno patriarcal que cuida del país como si se tratara de una
hacienda ganadera.
Al
ocurrir la derrota de la Comuna
de París en 1870, el capitalismo mundial haría un nuevo empuje que envolvería
más que nunca a países marginales como los centroamericanos, en la producción
indefectible de materias primas para las industrias metropolitanas. En este
nuevo panorama internacional, Centroamérica producirá y explotará primeramente
café y más tarde bananos. En el primer caso, como la caficultura requiere de un
nuevo orden agrario, ya que debe concentrarse la tierra y disponerse de
abundante mano de obra campesina, es la oportunidad de que los grupos liberales
puedan derrocar por medio de revoluciones acaudilladas por militares, a los
gobiernos conservadores, y expropiar las tierras de la Iglesia Católica.
Se
forma así, primero en Guatemala en 1872, un gobierno de terratenientes
cafícultores de credo liberal y aquella ola de cambios, aunque tardaría en
llegar a Nicaragua, produciría en 1893 el derrocamiento de los conservadores
granadinos y el establecimiento de una dictadura militar liberal, que preside
el General José Santos Zelaya. En el segundo caso, la producción de banano se
realiza por medio de la ocupación de enormes cantidades de tierra por parte de
compañías norteamericanas como la United Fruit Company, que ya a comienzos del
siglo XX cultivan, exportan y comercian el banano. Las plantaciones bananeras
llegarían a ser verdaderos Estados, con sus leyes, ciudades, fuerzas de
policía, tiendas, almacenes, moneda; y los países donde se establecieron no
percibirían más que pálidos beneficios y estarían al margen de esos imperios.
El
General Zelaya gobierna a Nicaragua por 16 años, durante los cuales logra
medidas de progreso y consolidación nacional, como la reincorporación del
territorio inglés; y entre sus planes no deja nunca de estar la construcción
del canal, pues Zelaya participaba ardorosamente de la ideología de que el
progreso sólo podría lograrse por medio del capitalismo mundial en expansión.
Sólo el canal llegaría a ser la fuente de riqueza y transformación del país.
Es
entonces cuando el presupuesto calculado de América for the americans sufre
alteraciones impuestas por la nueva etapa en que entran los Estados Unidos en
su expansión imperial, han librado su guerra contra España por el dominio de
Cuba y Teodoro Roosevelt toma violentamente el territorio de Panamá,
agregándolo de Colombia, para asegurarse la construcción, al fin, de un canal
interoceánico. Y la doctrina Monroe es ahora la del big stick, bajo la cual se
ocupa militarmente Haití, Santo Domingo, Cuba, Honduras, México, Nicaragua.
Cuando
Zelaya advierte que los Estados Unidos no estarán ya más interesados en un
canal por Nicaragua al haberse decidido por Panamá, intenta negociar una
concesión canalera con otras potencias extranjeras y busca contactos con Alemania
y el Japón. Su caída del poder que se produce en el año 1909, y la subsiguiente
ocupación de Nicaragua por la
Marina de Guerra yanki, es provocada en parte por semejante
intento; y porque su hostilidad contra Estados Unidos, toma a Zelaya bajo los
fuegos de la también recién inaugurada doctrina de la Dollar diplomacy, que
convierte al Departamento de Estado en agente de los banqueros y financieros,
para operaciones de préstamos e hipotecas que requieren de gobiernos dóciles en
el área del Caribe; y cuando no, los marines pasan a ser la policía de esos
mismos banqueros, y a vigilar también que no se perturbe la paz de los enclaves
bananeros. Para entonces ya los países centroamericanos pertenecen a la United Fruit Co. y a
Boccaro Brothers & Co., que deponen presidentes, compran diputados y
derogan y emiten leyes, encienden guerras. Son las banana republics.
A
finales de 1909, los conservadores, con la franca ayuda del Departamento de
Estado, se levantan en armas contra Zelaya en la Costa Atlántica
del país, una región selvática y aislada y de enorme extensión, propicia para
revueltas, su ejército insurgente está financiado por The Rosario and Light
Mines Co., empresa minera yanqui de la familia Buchanin establecida en el país
y a la que Zelaya reclamaba impuestos no pagados; dos norteamericanos enrolados
como mercenarios en las filas conservadoras son fusilados por el gobierno, lo
cual sirve de pretexto y ocasión al Secretario de Estado, Mr. Philander C. Knox
-abogado de The Rosario & Light Mines Co., y consejero legal de la familia
Buchanan- para desconocer al régimen de Zelaya por medio de una nota
diolomática que al llegar a manos de Zelaya el 9 de diciembre de 1909, provocó
su renuncia a la
Presidencia, veinticuatro horas después, ya que en el juego de
relación de poder de Estados Unidos en el Caribe, una comunicación semejante
equivalía a una destitución; pasando el cargo a manos del Dr. José Madriz,
quien no puede sostenerse pues los barcos de guerra yanquis patrullan las
costas nicaragüenses, llevan armas a los alzados y detienen el avance de las
fuerzas gubernamentales, declarando "zonas neutrales" los territorios
en poder de éstos, y protegiendo a los rebeldes para que colecten impuestos de
aduana.
Los
generales conservadores entran a Managua y forman de acuerdo con Estados
Unidos, un gobierno cuya cabeza sería poco tiempo después el contador jefe de la Rosario & Light Mines
Co., Adolfo Díaz. Mr. Knox, envía pronto a uno de los abogados de su firma, Mr.
Dawson, a imponer al gobierno conservador una serie de condiciones que se
conocen como "Los Pactos Dawson", contratación de préstamos para
"salvar las finanzas del país", exclusivamente con banqueros
norteamericanos; ninguna clase de concesiones (lo cual incluye claro está los derechos
canaleros) a otras potencias, y los dictados de cómo deberá organizarse el
nuevo régimen. Nicaragua pasa a ser de inmediato, y como se le conocía en los
círculos financieros internacionales, la Brown Brothers
Republic, pues aquella compañía junto con J. & W. Sehgman, U. S. Morgage
Trust Company y otras más, se dividieron como en el Evangelio, las vestiduras
del país: tomaron en prenda sus ferrocarriles, las entradas de aduanas, se
posesionaron de los bancos, de las minas, y en el año de 1912, como "el
contador jefe" iba a ser derrocado por uno de sus antiguos aliados, presto
a su solicitud desembarcó la
Marina de Guerra y bombardeó la ciudad de Masaya; los marines
entraron en combato y capturaron al jefe rebelde, a quien internaron en la Zona del Canal de Panamá como
recluso; surgiría entonces como héroe nacional el General Benjamín Zeledón,
"el indio Zeledón" que no se rindió a los ocupantes; sería perseguido
y asesinado y su cadáver paseado a la vista pública sobre el lomo de un
caballo.
Desde
esa fecha, las fuerzas de ocupación norteamericanas permanecerían en posesión
del país, amparando con sus bayonetas a los gobiernos conservadores que se
suceden hasta 1928 entre primos y parientes, y que documento continúan
entregando a la nación a los intereses extranjeros, adquiriendo deudas
usurarias y dando más bienes y recursos en prenda; el punto culminante fue
alcanzado en 1914, cuando el General Emiliano Chamorro, embajador de Adolfo
Díaz en Washington, firma con el Secretario de Estado, Mr. Jennis Bryan, un
tratado que permito al gobierno de los Estados Unidos la construcción del canal
interoceánico, con ejercicio de soberanía sobre las áreas necesarias de
territorio y con facultad de construir bases navales en el Golfo de Fonseca y
en las Islas de Maíz:
"El
Gobierno de los Estados Unidos tendrá la opción de renovar por otro lapso de
noventa y nueve años, el arriendo y concesiones referidos, a la expiración de
los respectivos plazos; siendo expresamente convenido que el territorio que por
el presente se arrienda y la base naval que puede ser establecida en virtud de
la concesión ya mencionada, estarán sujetos exclusivamente a las leyes y
soberana autoridad de los Estados Unidos".
Dice
parte del texto de esto contrato de venta de la soberanía de una nación, por lo
cual se pagaron a los gobernantes tres millones de dólares que de inmediato se
entregaron a los mismos banqueros para consolidar a las viejas deudas, todo en
una operación de tan vergonzosa tristeza que el mismo Senado norteamericano se
negó durante varios años a ratificarla.
Por este tratado Estados Unidos no obtenía tanto una concesión para construir
un canal, sino al contrario, para que nadie más lo construyera, pues teniendo
el de Panamá concluido ese mismo año no estaban interesados en una nueva
empresa que demandaba muchos millones de dólares. Allí estaban Díaz y Chamorro
para garantizar esa exclusividad y la
Marina de Guerra, para garantizarlos a ellos. En 1923, uno de
los presidentes de la familia muere repentinamente, y el cargo pasa a don
Bartolomé Martínez, el primero de los presidentes conservadores que no
pertenecía por parentesco a la oligarquía y por tanto, tenía cierta posibilidad
de actuar independientemente, redimió muchas de las deudas con los banqueros
yanquis, rescató las acciones del Banco Nacional que pasó a ser propiedad del
Estado; y buscó una alianza con los liberales para oponerse a la oligarquía
conservadora granadina en las siguientes elecciones que se celebrarían en 1925,
después de las cuales los Estados Unidos habían anunciado que retirarían del
país las fuerzas de ocupación, pues una vez garantizada la opción del canal a
través del Tratado Chamorro-Bryan su permanencia no se hacía ya tan necesaria.
La
coalición dirigida por el Presidente Martínez, sale triunfante de las
elecciones y gana la
Presidencia Carlos Solórzano, conservador; y la Vice-Presidencia
el Dr. Juan Bautista Sacasa, de la oligarquía liberal leonesa. Ha sido
derrotado el General Emiliano Chamorro, a quien los norteamericanos ya habían
dado un período presidencial como premio por la firma del tratado canalero;
caudillo de muchas artimañas y de vivas ambiciones personales. Chamorro no
queda conforme con esta derrota y sobre todo cuando cree disfrutar siempre del
favor del Departamento de Estado. Los Estados Unidos, no obstante, habían
aprobado la elección de Solórzano, un señor sin luces, cuyo terror de gobernar
sin la presencia de los marinos lo llevó a suplicar que no se fueran del país.
Pero éstos se van de todas maneras en agosto de 1925, sólo para regresar pocos
meses después. Chamorro derrocó en octubre de 1925 a Solórzano y en enero
de 1926 se hizo proclamar Presidente de la República por el Congreso Nacional.
Sus cálculos con respecto a la bendición yanqui que debía de recibir de
inmediato para sostenerse en el poder, quedan sin embargo entrampados a causa
de un error técnico; años antes Estados Unidos había hecho firmar a los países
centroamericanos un "Tratado de Paz y Amistad", que el gobierno
yanqui suscribía en una de sus cláusulas más importantes: no podía reconocerse
diplomáticamente entre las partes contratantes, a gobiernos surgidos de golpes
de estado.
Los
liberales reclaman que de acuerdo con la Constitución, la Presidencia
corresponde al Vice-Presidente Sacasa y para amparar esta demanda provocan en la Costa Atlántica un
primer levantamiento, rápidamente copado por barcos de guerra norteamericanos
en mayo de 1926. Como resultaba demasiado evidente para el Departamento de
Estado reconocer de inmediato a su fiel y viejo servidor Chamorro, pasando por
encima del "Tratado de Paz y Amistad", los Estados Unidos llevan
hasta aguas del puerto de Corinto en el Pacífico un barco de guerra, The
Denver, y hacen subir a representantes de los dos partidos para unas pláticas
de paz celebradas en octubre de 1926, que fracasan. Los yanquis, para apaciguar
los ánimos, obligan entonces a Chamorro a dejar la Presidencia y en su
lugar imponen a otro viejo amigo, "el contador-jefe" Adolfo Díaz.
Los
liberales habían hecho un nuevo desembarco en el Atlántico en agosto del mismo
año, con ayuda y armamentos proporcionados por el gobierno de México, en
disputa entonces con los Estados Unidos; Sacasa instala un gobierno liberal en
Puerto Cabezas en diciembre, y el Ministro de Guerra de su Gabinete, el General
José María Moncada, inicia las operaciones de avance del ejército
revolucionario hacia el Pacífico, comenzando así "la guerra
constitucionalista".
La
ayuda mexicana a los insurgentes, sirve de pretexto al gobierno yanqui para
justificar su apoyo a Adolfo Díaz, y para movilizar de inmediato numerosos
barcos de guerra a Nicaragua y preparar nutridos desembarcos destinados a
obstaculizar la marcha del "ejército constitucionalista" que comanda
Moncada. Para entonces ha culminado ya el proceso de la revolución mexicana
iniciado en 1911; como resultado, se había puesto en marcha una reforma agraria
y los gobiernos posteriores a la revolución defendían una política nacionalista
que incluía el clamor por la nacionalización de los recursos naturales; el
petróleo mexicano de la Costa
del Golfo, en Veracruz y Tamaulipas, estaba en poder de poderosos consorcios
yanquis. (Años después, el General Lázaro Cárdenas recuperaría para México esos
yacimientos). En Washington, el Secretario de Estado Frank B. Kellog, acusaría
a "los bolcheviques mexicanos" de fomentar el desorden y la
intranquilidad, en un país de "gobiernos ejemplares" como Nicaragua.
La
situación militar se deteriora rápidamente para el gobierno de Díaz, y la Marina de Guerra sabe que
aquél no puede sostenerse sin su providencial ayuda, que no tardan en darle
otra vez las "victoriosas" columnas de marines. Desembarcan primero
en el Atlántico en diciembre de 1926, donde rodean y aislan, dentro de sus
famosas operaciones de declaración de "zonas neutrales" a Sacasa y
sus ministros, siendo gran parte del armamento y municiones lanzadas al agua; y
en enero de 1927, ocupan la
Costa del Pacífico, posesionándose de los puertos, la vía
férrea y las principales ciudades; el 9 de enero, participan con sus aviones en
la batalla de Chinandega, arrasando en llamas la ciudad.
Pero
el "Ejército Constitucionalista" marcha ya por las selvas, desde
Laguna de Perlas, por las montañas de Las Segovias y los llanos de Chontales y
Boaco hada el Pacifico y pese a la presencia de los marines, sus avances lo
llevan en el mes de abril de 1927,
a estar en posición de atacar muy pronto la capital.
El
Presidente Coolidge, interesado personalmente en evitar la caída del
Contador-Jefe Adolfo Díaz, pide a su amigo personal, el Sr. Henry Stimson, que
viaje a Nicaragua para que allá, con plenos poderes arregle la situación a
cualquier precio. Mr. Stimson llega a Nicaragua a fines de abril y el 4 de mayo
se entrevista con el General Moncada en la Villa de Tipitapa, a pocos kilómetros de la
capital; se ha impuesto una tregua y las fuerzas liberales ocupan Boaco, que
cierra el dominio sobre más de la mitad del país. En aquella plática, Stimson
sólo deja a Moncada dos alternativas: firmar un armisticio que permitiría a
Díaz continuar en la
Presidencia hasta las siguientes elecciones de 1928, elecciones
que se celebrarían con garantía de la vigilancia de los marinos, quienes por
supuesto seguirían en el país; o por el contrario, hacer frente a las fuerzas
de ocupación que de inmediato entrarían en guerra con los rebeldes para
desarmarlos. Moncada, eligió la primera alternativa. Mr. Stimson refiere en sus
memorias sobre esta misión en Nicaragua, que aquel General insurrecto le
pareció un hombre de gran atractivo y no común talento, lo cual no significaría
otra cosa que Moncada era un hombre viable para ser Presidente. Esas señales no
pasarían desapercibidas para Moncada, quien de regreso en Boaco reunió a su
consejo de generales y les recomendó aceptar la rendición. Mientras tanto, se
haría una alegre repartición de puestos públicos entre los jefes guerreros
liberales, y a cada uno se dejaría en posesión de las mulas y caballos de su
columna, remunerándoles también con diez dólares por cada día peleado. Excepto
para Moncada, el precio de la rendición no era elevado, pero todos aceptaron,
por medio de un telegrama que se transmitió al Comando Militar norteamericano
el 8 de mayo.
Todos,
menos uno. Y aquí comienza la historia del General Augusto César Sandino.
Los caudillos que sólo defienden los intereses de dominio de su clase, o que
disputan en las guerras civiles el disfrute de beneficios personales, el acceso
al poder para hacer negocios, comprar tierras, traficar con los impuestos; su
sumisión incondicional a los dictados de la dominación extranjera y a la
voluntad omnímoda de los consorcios y banqueros; la simple envoltura retórica
de sus demandas patrióticas y reivindicaciones nacionalistas o
constitucionales, que en el fondo no esconden otra cosa que la ambición, y tras
de todo lo cual se compromete la vida de miles de campesinos que nunca alcanzan
a saber por qué pelean o mueren: esas son las figuras centroamericanas que
componen los terribles murales de lo que por mucho tiempo se llamó las guerras
bananeras. Adolfo Díaz, Emiliano Chamorro, José María Moncada; gracias a ellos,
Nicaragua apareció a los ojos del mundo como un protectorado norteamericano
durante un cuarto de siglo y continuó siendo, aunque sin tropas de ocupación,
protectorado norteamericano después. Pero sería un muchacho abstemio, tímido y
de pequeña estatura, que había salido de un pueblecito nicaragüense situado en
una meseta cubierta de arbustos de café en las estribaciones de la cordillera
andina, en descenso hacia el Litoral Pacífico; que había andado por
plantaciones de banano e ingenios de azúcar en la costa norte de Honduras y
Guatemala, y por los centros petroleros de México, el que convirtiéndose en
caudillo militar de esa guerra, contradiría aquellos esquemas entreguistas;
trabajando como peón, como tornero mecánico, como cuadrillero de limpieza
urbana, como artesano, como obrero agrícola, había llegado por fin a México
junto con otros muchos jóvenes latinoamericanos que iban en busca de mejor
fortuna, y en el año-1926, precisamente aquel en que los marines volverían a
desembarcar en su país para intervenir a favor de los conservadores en la
guerra civil, estaba sentado en algún lugar público de la bulliciosa ciudad que
era el Tampico del petróleo, de las doctrinas anarcosindicalistas, del
socialismo galopante de la revolución bolchevique, del agrarismo mexicano de
Zapata, conversando con amigos estibadores y petroleros; y teniendo el
periódico del día sobre la mesa, este muchacho nicaragüense había dicho que la
situación de su país lo estaba haciendo seriamente pensar en regresar para
empuñar las armas en contra de la intervención.
-Qué se va a ir usted mano -le respondió uno de
ellos- todos ustedes los nicaragüenses no son más que unos vendepatrias.
Esas
palabras ayudarían en mucho a decidir su destino, porque como él lo contaría
después, lo hicieron cavilar aquella y muchas otras noches, pensando que
efectivamente, si vendepatrias eran los políticos de su país, los que callaban
ante aquella ignominia, también lo eran. Y como en el curso de sus años de
trabajador había ahorrado algún dinero, tomó parte de esos ahorros y con ellos
decidió financiar el inicio de una resistencia armada contra la ocupación de
Nicaragua, a donde llegó de regreso el 1° de junio de 1926.
Augusto
César Sandino había nacido el 18 de mayo de 1895, en ese pequeño pueblo de
Niquinohomo, formado por chozas de paja y lodo, de campesinos que trabajan como
peones agrícolas en las plantaciones de café, región que es también de
maizales, tabacales y platanares, localizada en el departamento de Masaya, el
más densamente poblado de la república. Junto a la iglesia colonial que se
levanta frente a una humilde plaza, hay unas pocas casas de tejas que
pertenecen a los ladinos acomodados, que poseen tierras de alguna extensión y
comercian con cereales que compran a los pequeños productores antes de la
cosecha. (Una ironía del destino haría que en un pequeño radio territorial que
no alcanza diez kilómetros, nacieran, Sandino en Niquinohomo, y en otros
pequeños poblados más hacia el sur, José María Moncada en Masatepe, y Anastasio
Somoza, en San Marcos).
A aquel grupo de ladinos de fortuna de Niquinohomo, pertenecía su padre don
Gregorio Sandino, de cuya relación con una campesina de nombre Margarita
Calderón, que recogía café en su propiedad, resultaría este hijo único nacido
el mismo año en que José Martí caía en Cuba luchando por la independencia de su
patria.
Las
angustias, pobrezas y privaciones que forman la infancia de Sandino serían las
mismas que en la sociedad nicaragüense de tintes feudales y patriarcales,
debían sufrir los campesinos, hijos naturales de acomodados, sobre todo cuando,
como en el caso de don Gregorio, el padre se casara con otra mujer de la misma
condición, y los hijos fuera de matrimonio, al ser recibidos en última
instancia en la casa paterna, que también sería el caso de Sandino, estaban en
la obligación de trabajar duro en distintos menesteres para retribuir su propio
sustento; al sentarse a comer, estos hijos naturales, debían hacerlo en la
cocina, segregados de los hijos legítimos, de quienes debían usar también la
ropa vieja. Del matrimonio de don Gregorio resultaron tres hijos, dos mujeres y
un varón llamado Sócrates, que se incorporaría después al ejército de
liberación de su hermano. De acuerdo con aquel mismo sistema feudal vigente en
Centroamérica a lo largo del siglo XX y como remora de los anteriores, los
campesinos podían obtener de sus empleadores adelantos por cuenta de su trabajo
futuro, y redimir aquella deuda con las horas de labor que el patrono fijaba;
al no poder cumplir, por causa de enfermedad, por ejemplo, iban a la cárcel. Cuando
Sandino tenía nueve años, y antes de pasar a la casa paterna, su madre fue
tomada prisionera por una deuda de esa naturaleza; y es también costumbre que
los niños tengan que ir con sus padres a la cárcel si no hay quien vea por
ellos. Allí en el calabozo, vería él cómo su madre, embarazada, se desangraba
por causa de un aborto; así, su infancia maduraría entre interrogantes sobre la
verdad de la justicia.
Tendría
veinte años cuando dejaría la casa de su padre, para buscar la manera de hacer
su vida por sí mismo y así recorrió haciendas y plantaciones trabajando como
ayudante de mecánica; volvería más tarde a Niquinohomo para dedicarse al
comercio de cereales, y en 1920, estando próximo a casarse con su prima
Mercedes, se ve envuelto en un hecho de sangre que tendría mucho que ver con su
vida futura, pues por asuntos de honor o de negocios, hirió mal a un hombre
llamado Dagoberto Rivas a la hora de la misa dominical en la iglesia
parroquial, y tuvo que salir huyendo hacia Honduras. Como se vivía allá la
fiebre del banano en los reinos de la Frutera, muchos centroamericanos emigraban hacia
esas tierras calientes de la costa norte, que eran una especie de far west
tropical; las calles de Tela y de La
Ceiba hervían de foráneos, se multiplicaban los garitos y las
cantinas, los crímenes, los duelos a balazos.
Sandino
se empleó en La Ceiba
como guardalmacén del Ingenio Montecristo, propiedad de la Honduras Sugar
& Distilling Co. En el año de 1923 tendría que dejar Honduras y llegó a
Guatemala, donde se colocó como peón bananero en las plantaciones de la United Fruit Company
en Quiriguá; ese mismo año seguiría viaje hacia México, donde comenzaría a
trabajar en Tampico para la South Pensylvania Oil Co. En 1925 pasó al
campamento que la
Huasteca Petroleum Co., tenía en Cerro Azul, Estado de
Veracruz y fue nombrado jefe de un departamento de venta de gasolina al por
mayor, donde, estuvo hasta su viaje de regreso a Nicaragua en junio de 1526.
Ya
en el país, se dirigió a la mina de San Albino, también de propiedad norteamericana,
situada en la región norte de Nicaragua, y en las vecindades de lo que más
tarde sería el teatro do la guerra sandinista; allí se empleó y comenzó a
realizar una labor de proselitismo entre los mineros, a favor de la causa
nacionalista. En octubre había formado una pequeña columna de soldados sacados
de entre los trabajadores y con sus ahorros compró unos pocos viejos rifles a
traficantes de armas de la frontera con Honduras. El Partido Liberal, en armas
contra el gobierno en la
Costa Atlántica, peleaba una guerra que según la mira de
Sandino, debía ser también una guerra contra la intervención extranjera, y por
eso buscó dar su propia batalla dentro de esas filas. Libró con sus hombres el
primer combate el 2 de noviembre de 1926, atacando la población de El Jícaro,
en manos de fuerzas del gobierno. La mala preparación de su columna y la
escasez y pésima calidad de las armas y municiones, harían que sufriera una
derrota, pues no pudo ocupar la plaza. Pero aquella pérdida, sólo serviría para
reafirmar su vocación de lucha; reagrupó a su gente y después de dejarla bajo
seguro en un lugar, que después llegaría a ser un reducto legendario de la
guerrilla sandinista, el cerro de El Chipote, en el. corazón de las montañas
segovianas, se dirigió con unos pocos hombres hacia la Costa Atlántica,
donde estaba el grueso de las tropas liberales, viajando por pipante a través
del río Coco, en medio de la selva, travesía de muchos días y de muchas
penalidades que no podía realizarse sin la ayuda de los indígenas zambos y
mosquitos que pueblan la zona; soldados sandinistas durante la guerra
posterior, esos indígenas formarían una eficiente aunque primitiva marina de
guerra con sus pimpantes, llevando por el río guerrilleros, municiones y
alimentos. Varías semanas después alcanzó al General Moncada en Río Grande y se
entrevistó con él para solicitarle armas y municiones, para su gente, que según
sus planes formaría una columna segoviana que operaría en la región norte del
país, al iniciarse la marcha del ejército hacia el Pacífico. Moncada se negó, y
Sandino siguió para Puerto Cabezas, donde estaba Sacasa con su gobierno,
llegando allí para la Navidad
de 1926, precisamente cuando la
Marina de Guerra declaraba la zona neutral y desarmaba a
Sacasa, lanzando el armamento al agua. Por la noche, alumbrándose con teas de
ocote, sus hombres y él, ayudados por las personas del puerto, recogieron
rifles y municiones del estuario hasta el amanecer; con estas armas, inició su
viaje de regreso a donde esperaban sus soldados.
En aquellas guerras civiles los ejércitos eran formados con peones de las
haciendas, y los hacendados, actuaban como generales; el gobierno reclutaba
forzosamente a los campesinos para enviarlos al frente de batalla, sin ninguna
preparación militar previa y armados de viejos rifles Krag que se habían
utilizado en la guerra entre Estados Unidos y España a finales del siglo
anterior, con lo que las mortandades eran terribles, pues además se peleaba con
tácticas cerriles, avances descubiertos de infantería, encuentros cuerpo a
cuerpo, sitio de poblaciones, mientras los generales permanecían a la
retaguardia, siempre convenientemente lejana. Guerra civil significaba hambre y
viudez, los miembros y las familias quedaban abandonadas y los caminos se
llenaban de niños pordioseros huérfanos.
Además
del rifle antiguo, a los soldados se les proveía de un par de caites de cuero,
especie de sandalias descubiertas, de un salbeque con diez tiros y de un
sombrero de palma con una divisa que sería o roja o verde, según fuera el partido
que los reclutara, Liberal o Conservador. Este servicio militar forzoso era
parte del tributo que junto con su trabajo semigratuito, el campesino
nicaragüense debía pagar al dueño de la tierra, dentro del sistema servil
agrícola.
Metido
en una guerra civil tradicional, Sandino aparecía como un General del pueblo
que lejos de rehuir la lucha, participaba en ella brazo a brazo con los
soldados de su columna, que multitudinaria pero disciplinadamente andaban tras
él y tras la bandera enarbolada desde entonces en sus filas de colores rojo y
negro, con la inscripción LIBERTAD O MUERTE. Iracundo por los éxitos militares
de aquella columna de campesinos desarrapados, una columna popular del General
abajo, que batía ferozmente al ejército conservador y salvaba del fracaso a
última hora a los improvisados generales liberales, el jefe del ejército
insurgente. Moncada, interrogó acremente un día de tantos a Sandino, en
reclamo: -¿Y a usted, quién lo hizo General? -Mis hombres, señor - respondería
él humilde pero firmemente.
Después de haber batido a las fuerzas del gobierno en San Juan de Segovia y
Yucapuca tras una batalla de 12 horas, la columna segoviana de Sandino toma en
marzo de 1927 la ciudad de Jinotega, marchando en el flanco derecho de Moncada,
y el 2 de mayo, cuando Moncada se prepara a la rendición frente a Mr. Stimson,
ocupa Sandino el Cerro del Común, frente a la ciudad de Boaco, que constituye
ya una posición de avance hacia la capital. Hasta allí enviaría a buscarlo
Moncada, para anunciarle las condiciones del armisticio, pero cuando Sandino
llega al cuartel general ya el desarme está aceptado en consejo de generales.
Regresa al Cerro del Común y se aparta de sus hombres para que no lo vean
llorar, mientras cavila amargamente sobre el eterno destino de la nación: la
venta, la entrega. Igual que Moncada frente a la demanda de Mr. Stimson,
Sandino examina esa larga noche de meditaciones en el Cerro del Común, dos
alternativas: entregar las armas, licenciar a sus hombres; o resistir hasta la
muerte frente al poderoso ejército de los Estados unidos, que tiene barcos de
guerra, aviones, cañones, infinitos recursos. Los intereses que
tradicionalmente se ponían en juego en las guerras civiles, indicaban que era
una locura resistir; a Sandino se le estaban ofreciendo mulas, caballos,
dinero, un puesto público como Jefe Político del departamento de Jinotega,
prebendas y granjerías. Y la vergüenza. Pero esa noche recuerda aquella voz
burlona del amigo trabajador en Tampico, que lo llamaba vendepatria. Recuerda que
no había venido de tan lejos para pelear por un partido, sino por un país; que
lo que importaba era no quién sería el candidato a la Presidencia en unas
próximas elecciones que los marines realizarían a su antojo, sino que los
Estados Unidos no tenían derecho a invadir un pequeño país, imponerle la
humillación. Sandino decidió aquella noche resistir, más con ánimo de
sacrificarse como un ejemplo futuro, que con pretensiones de una victoria
militar. Aquella decisión transformaría una guerra civil de facciones
oligárquicas, en una larga guerra de liberación nacional; transformaría una
guerra de soldados reclutados a la fuerza y de generales oportunistas, en una
guerra en que generales y soldados serían todos pobres e hijos del pueblo, que
andarían en harapos, que se llamarían unos a otros hermanos y cuya consigna
escrita al pie de todos sus documentos oficiales, junto a un sello que
representaba a un campesino decapitando con un machete a un soldado yanqui,
sería la de Patria y Libertad; y aquella guerra convencional de montoneras, se
transformaría en la primera guerra de guerrillas librada en el continente
americano.
-¿Cómo se le ocurre morir por el pueblo -le diría
en su última entrevista Moncada a Sandino-. El pueblo no agradece, lo
importante es vivir bien.
Y
dejándolo con una sonriente promesa de ser Presidente de un país ocupado y
humillado, que ya tenía en el bolsillo. Sandino se retiró el 12 de mayo con su
ejército a la ciudad de Jinotega, donde por medio de una circular telegráfica
anunció a todas las autoridades de los departamentos del país, su decisión de
no aceptar la capitulación, y resistir hasta las últimas consecuencias. Allí
licenció a todos los que fueran casados, o tuvieran deberes de familia, para
que volvieran a sus hogares. Treinta hombres permanecieron con él y con ellos
se internó en aquellas ya conocidas soledades de las frías alturas de Yucapuca,
tres días después de haberse casado con Blanca Aráuz, la muchacha telegrafista
de San Rafael del Norte, la que había transmitido durante la recién concluida
campaña, todos sus mensajes en la pequeña oficina de comunicaciones de la
población. La boda se celebró la madrugada del 18 de mayo; recordaría, después
que al entrar a aquella iglesia humilde que era como la de su pueblo, el olor
de los cirios y de las flores silvestres, le traerían a la memoria su infancia.
El día primero de junio, dio a conocer su primer manifiesto:
"El hombre que de su patria no exige más que
un palmo de tierra para su sepultura, merece ser oído, y no sólo ser oído sino
también creído".
En
adelante, sus proclamas, sus cartas, hasta sus telegramas, estarían redactados
en aquel lenguaje que nunca sería ni retórico ni gratuito, cargado de pasión
pero también cargado de verdad. Era la voz de un artesano, de un campesino
explicando su guerra en una lengua llana, pero lírica, el tono sencillo de un
maestro rural en que también se dirigiría a sus generales, que lejos, con sus
columnas en las selvas y en las montañas, recibían aquellas cartas del General
en Jefe, que eran como lecciones, como poemas. Generales analfabetos que
aprendieron a leer en el curso de la lucha y a escribir en las máquinas
avanzadas al enemigo, sus propias cartas. Todo como una gran escuela. El día 16
de julio de 1927, Sandino atacó la ciudad de Ocotal, en el departamento de
Nueva Segovia, protegida por una guarnición de marines; con aquella batalla que
duró desde las horas del amanecer hasta la tarde, el mundo sabría que la guerra
de liberación había comenzado. El 2 de septiembre de 1927, Sandino reunió a sus
soldados en el cerro de "El Chipote" y en aquel recóndito e
inexpugnable lugar de las montañas, fue jurado por los campesinos en armas que
acudieron de todos los rumbos, el documento constitutivo del "Ejército
Defensor de la
Soberanía Nacional de Nicaragua", al pie del cual
quedarían cientos de firmas de los que podían firmar, y la huella pulgar de los
analfabetos.
El
ataque a Ocotal de dos meses atrás, había sido aún una batalla convencional,
tratando de poner sitio a la guarnición de marines; los aviones yanquis
acudieron pronto y bombardearon la ciudad, produciendo muchas bajas entre los
sandinistas que peleaban a campo abierto y podían ser reconocidos fácilmente
desde el aire, pero también entre los habitantes del pueblo. En aquel mismo mes
de julio, refuerzos de tropas yanquis llegadas desde Managua con órdenes
estrictas de acabar con "los bandidos" como comenzaría a llamarse a
los rebeldes, habían perseguido incansablemente a los sandinistas y sostenido
con ellos dos combates; uno en la ciudad de San Fernando el 25 de julio, donde
los sorprendieron acampando en el poblado, y otro en Santa Clara, el 27 del
mismo mes, donde también habían llevado la peor parte. La superioridad
numérica, de elementos de guerra y de apoyo táctico de los marines no habría dado
a los sandinistas ninguna posibilidad de resistir, si después de aquellas
derrotas no cambiaban radicalmente sus tácticas. Se estaba dando paso al
nacimiento de la guerra de guerrillas y Sandino y sus hombres desaparecen en
las montañas para reorganizarse; entonces el servicio de inteligencia
norteamericano reporta jubiloso en el mes de agosto que "los bandidos no
están en capacidad de causar ya más problemas". Una semana después de
constituido el Ejército Defensor, presentan su primer combate dentro de aquel
estilo que los marines no podían recordar después sin terror: el de la
emboscada, el ataque sorpresa, la retirada rápida, una columna enemiga
esperándoles en cualquier parte de abras y senderos desconocidos, en medio de
la maleza, disparando desde las copas de los árboles, aguardándoles para
dejarles cruzar un río y cuando estuvieran dentro del agua, tirarles. La
primera batalla guerrillera fue dada el 9 de septiembre de 1927 en un lugar
llamado Las Flores, cuando una columna de marines en marcha de una guarnición a
otra, es sorprendida y sufre numerosas bajas; y el 19 de septiembre, la
guarnición de Telpaneca, cerca del río Coco, es víctima de un ataque relámpago.
Aquellos llegarían a ser los dos sistemas típicos de la táctica sandinista de
guerrillas: emboscadas a columnas en movimiento a través de la montaña; y
asaltos a guarniciones en pequeños poblados. Los objetivos eran simples y
claros: causar el mayor número de bajas, con la menor cantidad de municiones;
apropiarse de armas, balas y otros elementos de guerra. No presentar combates
prolongados, retirarse en orden por veredas que sólo ellos conocían, para
reunirse más tarde en un lugar ya acordado; no dejar huellas, y recoger sus
bajas. Después de un ataque y cuando los marines estaban aún esperando que el
fuego continuara, ya los sandinistas iban lejos y sólo podían percibirse los
ruidos de la montaña. Los bien entrenados y elegantemente uniformados soldados
yanquis, sólo encontraron una frase para designar aquella pesadilla: damned
country! Lluvias, mosquitos, suampos, ríos crecidos, fieras, el horror de caer
de pronto en una emboscada, fiebres, nunca un enemigo visible.
Una
rama desprendida de un árbol, una piedra colocada en el camino, el remedo del
grito de un animal o del canto de un pájaro, podrían ser clave del lenguaje
sandinista de guerra, para indicar que los yanquis se acercaban, o para dar una
orden de fuego. Todos los ruidos de la montaña eran enemigos del invasor.
Cualquier campesino a cuya casa se acercaran a pedir agua u orientación, podría
ser un sandinista que sembraba su pequeña parcela de maíz de día y servía como
correo por la noche, o como soldado en días alternos. El 8 de octubre, el
Ejército Defensor cumple por primera vez una de aquellas hazañas que tanto se
repetirían también después con fuego de metralla, derriban un avión de la
marina y sus pilotos son capturados y ejecutados tras juicio sumario. Una
patrulla enviada en rescate de los tripulantes es sorprendida por los
sandinistas en El Zapotillo el mismo día y la desbandan en derrota. La prensa
norteamericana, comenzaría a pasar a tener en la época de expansión más grande
de sus operaciones, a las primeras páginas aquellas noticias y en la América Latina se
comentarían con júbilo. Una poetisa chilena, Gabriela Mistral -declarada luego
Benemérita del Ejército Defensor, mucho antes de que ganara el Premio Nobel de
Literatura- llamaría a aquellos hombres descalzos y harapientos, "el
pequeño ejército loco". ¿Y dónde estaba aquel General Sandino, dónde los
jefes de sus columnas volantes, dónde aquellos soldados?
Cuando los jefes tácticos de la
Marina de Guerra de Estados Unidos comenzaron a querer
localizar un monte llamado "El Chipote" en sus mapas, tal lugar no
aparecía ni bajo ese nombre ni bajo ningún otro. El Chipote, se decían, no
existe. Es un nombre creado por la fantasía de los campesinos, que interrogados
por los marines sobre su ubicación sólo respondían:
-A saber, señor, para allá...
Allá,
eran Las Segovias, la región montañosa de Nicaragua que se extiende desde la
frontera con la República de Honduras en el norte y que desciende por el este
hacia las selvas y pantanos del Litoral Atlántico y por el noreste en suaves
ondulaciones hacia las llanuras del Litoral Pacífico. Sus altos montes
cubiertos de espesos pinares, centenarios y altísimos árboles que forman
gigantescas grutas naturales de vegetación, parajes de roca viva por los que se
precipitan los ríos, hondonadas y desfiladeros, cubren varios departamentos del
país: Nueva Segovia, Estelí, Madriz, Matagalpa, Jinotega; región de ricos
cafetales, de explotaciones madereras, minas, en manos de plantadores europeos
o de compañías norteamericanas.
En
algún lugar de esa región y cercano a la frontera hondureña, quedaba aquel
lugar mítico. El Chipote, alta prominencia defendida por desfiladeros y a la
que ningún camino conocido llegaba, siempre cubierta de nubes. En sus cumbres,
se habían construido rústicos ranchos de palma, viviendas, bodegas para
almacenar alimentos, corrales para caballos y ganado vacuno, talleres de refacción
de armas, de fabricación de municiones, sastrerías y zapaterías, todo dentro de
la pobreza del ambiente. A través de la frontera con Honduras, funcionaba
eficientemente un correo con la ciudad de Danlí. Por allí salían hacia el mundo
los comunicados y partes de guerra sandinistas.
El
número de efectivos del Ejército Defensor, varió en distintas ocasiones, de
entre 2,000 a
6,000 soldados que llegó a tener en la época de expansión más grande de sus
operaciones, en 1931/1932. Sus ocho columnas, estaban bajo el mando cada una de
un General, y cada columna tenía a su cargo un área territorial, para
operaciones militares, organización civil y paramilitar, recolección de
impuestos, lo mismo que para organización de producción agrícola que se hacía
por medio de cooperativas. En esas áreas, también llegaron a funcionar escuelas
de primeras letras para soldados y los campesinos. Los generales sandinistas
eran campesinos y artesanos, la mayor parte de ellos segovianos, pero había
también del interior del país, y de otros lugares de Centroamérica. El General
Pedro Altamirano, conocido como Pedrón, indígena de Jinotega que aprendió a
leer y escribir durante la campaña, era comandante de la columna número uno,
que llegó a controlar los departamentos de Matagalpa y Chontales.
El
General Juan J. Colindres, también de Jinotega, comandante de la columna número
siete que operó en Nueva Segovia, Estelí y, cuando la guerra alcanzó el
Pacífico, en León y Chinandega. El General José León Díaz, era de El Salvador y
comandaba la columna número cinco, en León y Chinandega. El General Francisco
Estrada, artesano de Managua, actuaba como Jefe del Estado Mayor del Ejército;
era un muchacho de extraordinario talento. El General Pedro Antonio Irías, era
comandante de la columna número tres en los departamentos de Jinotega,
Matagalpa y Zelaya, y había nacido en Jinotega. El General José María Jirón
Ruano, de Guatemala, había estudiado su carrera militar en Potsdam. Murió
fusilado en el curso de la lucha, después de ser capturado. El General Miguel
Ángel Ortez, que murió peleando en la batalla de Palacagüina cuando sólo tenía
25 años de edad, había nacido en Ocotal, y era un táctico militar nato. El
General Abraham Rivera, era de Jinotega y un profundo conocedor de las regiones
del río Coco, de sus pobladores y de las lenguas indígenas; comandaba la
columna número seis en Zelaya y Cabo Gracias a Dios. El General Carlos Salgado,
de Somoto, comandaba la columna número dos que se movía en distintas
direcciones, desde Zelaya en el Atlántico, hasta León en el Pacífico. Y el
General Pedro Umanzor, comandante de la columna número cuatro, que cubría Nueva
Segovia. Aquellas columnas volantes contaban además de su número regular de
tropa, con cuadros paramilitares, se trataba de voluntarios civiles que servían
como correos, y en el servicio de espionaje; existía también una red de agentes
urbanos que informaba de los movimientos de salida de tropas hacia la montaña,
o de la llegada de aviones. Pero había también en los cuarteles de la montaña,
muchos niños huérfanos de guerra, que tenían también su papel en el ejército:
se les conocía como "el coro de los ángeles". Asistían a las
emboscadas y asaltos y su papel consistía en dar gritos, vivas y hacer toda
clase de ruidos -un coro infantil cuyas voces se alzaban ensordecedoramente en
el monte- con latas y triquitraques, dando unas veces la impresión de que el
número de sandinistas era mayor, y otras, que llegaban refuerzos. Estos niños,
cuando crecían, llegaban a ser soldados regulares y debían conquistar su propio
rifle, como el caso del comandante Santos López. Existió también una brigada
internacional, compuesta por intelectuales y estudiantes principalmente, que
llegaban de distintos puntos de América Latina hasta Las Segovias, a prestar
servicio militar; los hubo de México, Argentina, El Salvador, Guatemala, Costa
Rica, República Dominicana, Venezuela, Colombia, Honduras. Algunos pelearon
como soldados de línea, otros sirvieron en el Estado Mayor, como secretarios de
Sandino; varios, allí murieron. A finales del mes de diciembre de 1927, los
aviones de reconocimiento yanquis pudieron al fin descubrir "El
Chipote" y comenzó entonces un intenso bombardeo que duró días de días,
como preparación de un asalto por tierra para el cual concentraron cientos de
soldados, la marcha de los marines hacia "El Chipote", planeada
metódicamente por el General Lejeune, veterano de la Primera Guerra
Mundial, comenzó en enero de 1928. Como una vez descubierta su localización
aquel reducto perdía su importancia y no podía seguir siendo cuartel general,
Sandino decide desocuparlo; manda entonces a fabricar muñecos de zacate que son
colocados en las trincheras y demás puntos de defensa, sobre los árboles, y en
el monte, mientras el Ejército Defensor retira sus columnas ordenadamente por
senderos desconocidos. El día 3 de febrero, mientras Sandino recibe en San
Rafael del Norte al periodista norteamericano de The Nation, Carleton Beals, a
quien concede una importante entrevista, los marines conquistaron por fin la
cumbre de "El Chipote", desierta y abandonada a no ser por los
soldados de zacate que impasibles los miran desde sus posiciones de fuego. Poco
tiempo después, el 27 de febrero, el más joven de los generales sandinistas,
Miguel Ángel Ortez, quien era casi un adolescente, coge por sorpresa a una
columna yanqui, y causa a los ocupantes una de sus más tremendas derrotas, en
el combate de "El Bramadero". Es después de entonces que en los
documentos oficiales de la
Marina de Guerra puede encontrarse o que ya no se le llama a
Sandino "bandido" sino "guerrillero". Era una promoción
conquistada a balazos. "Lo llamamos "bandido" decía el
Secretario de Estado, Cordell Hull, sólo en un sentido técnico". En enero
de 1928, se celebraría en La
Habana la VI Conferencia Panamericana a la que asiste
personalmente el Presidente de Estados Unidos, Calvin Coolidge; el tema central
de los debates en aquella asamblea, sería el de la intervención armada en
Nicaragua. El nombre de Sandino es ya una bandera en toda América Latina, menos
para los representantes del gobierno conservador de su patria en aquella
conferencia, quienes tratan de justificar por todos los medios la presencia de
Estados Unidos, y restar razón a la resistencia de Sandino. No sería por tanto
raro tampoco, que el Obispo de la ciudad de Granada bendijera en una ceremonia
pública las armas de los marines que salían en febrero hacia Las Segovias. Con
esas actitudes quedaba claro como nunca, que aquella era guerra del pueblo. Esa
guerra se extendería pronto a las regiones atlánticas bañadas por el río Coco y
los ataques sandinistas tendrían allí un objeto preciso: arrasar las
instalaciones de las compañías norteamericanas mineras. Sandino mueve su
cuartel general de San Rafael del Norte hacia Pis, en el mes de marzo de 1928 y
en abril sus tropas ocupan las minas de La Luz y Los Ángeles que como se recordará eran
propiedad de la familia Buchanan que había contribuido a la derrota del
gobierno de Zelaya décadas atrás. Los aviones yanquis realizan extensos
bombardeos en busca de los sandinistas y arrasan pequeños poblados de
campesinos: Murra, Ojoche, Naranjo, Quiboto; había comenzado el terror aéreo.
Pero las minas son incendiadas por los sandinistas, sus túneles dinamitados,
los artículos de venta en los comisariatos confiscados. Los marines siguen
muriendo en las selvas nicaragüenses, las listas aparecen a diario en los
periódicos norteamericanos y la opinión pública comienza a inquietarse. Los
senadores protagonizan acalorados debates en los que se preguntan, por qué si
los marines quieren dedicarse a combatir "bandidos", no lo hacen en
Chicago, contra Al Capone y sus secuaces. En abril de 1928, el Comité de
Relaciones Exteriores de la
Cámara del Senado, ordena la comparecencia del Secretario de
Marina para que explique sobre las operaciones en Nicaragua y una resolución
que adopta ese mismo mes, cuestiona la autoridad del Presidente de los Estados
Unidos para mantener tropas de ocupación en aquel país. En New York, en Los Ángeles,
en Chicago, en Detroit, comienzan a surgir comités de lucha antiimperialista en
favor de la causa de Sandino y se celebran mítines para reunir fondos. El
gobierno persigue bajo acusación de ilegalidad a estos comités, que por otra
parte han aparecido en Venezuela, en México, en Argentina, en Costa Rica.
Desde Francia, el escritor Henri Barbuse saludaría públicamente a Sandino como
"el General de hombres libres"; el Primer Congreso Antiimperialista
reunido en Frankfurt en 1928, da pleno respaldo a la lucha nicaragüense en las
montañas. En el combate de La
Flor junto al río Cuas, cae el Capitán Hunter, USMC, y muchos
de sus soldados; en el combate de Illiwás del 7 de agosto, los marines son otra
vez derrotados. La resistencia del Ejército Defensor parece imbatible y frente
a la presión interna de los Estados Unidos y el clamor internacional que sigue
creciendo, la Marina
de Guerra da su primer paso atrás: no comprometerá ya a sus hombres en acciones
de guerra directas y sólo los utilizará como "asesores técnicos". En
adelante, el grueso de la responsabilidad de fuego corresponderá a un ejército
local, creado y entrenado por los marines, la Guardia Nacional
de Nicaragua, que se funda en diciembre de 1927 mediante un contrato entre los
gobiernos de Estados Unidos y Nicaragua, y que entraría en operación un año
después. El combate de Cuje del 6 de diciembre de 1928, sería la última
"batalla oficial" de las fuerzas de ocupación en Nicaragua, aunque un
número posterior de muertos que siguen produciéndose en sus filas, probaría que
aquel retiro no sería tan verdadero.
El triunfo electoral que dos años antes Mr. Stimson había dejado entrever al
General Moncada, se produce a .finales de 1928. El Partido Liberal con Moncada
a la cabeza gana las elecciones presidenciales que se realizan en noviembre.
Las mesas electorales son presididas por oficiales yanquis y están integradas
por marines; el General Charles McCoy, nombrado por el Presidente Coolidge,
Director del Consejo de Elecciones de Nicaragua, es el que cuenta los votos.
Moncada toma posesión de aquel cargo largamente esperado el 1° de enero de
1929, y no busca de ninguna manera el retiro de los marines del territorio, a
pesar de que Sandino seguía proclamando todos los días, que apenas el último
soldado interventor saliera del país, la guerra quedaría concluida. Más bien.
procura conservar la presencia de aquellas fuerzas y redoblar la lucha contra
Sandino, para lo cual crea una especie de ejército particular al margen de la Guardia Nacional,
al que denomina "fuerza de voluntarios", que bajo el mando de un
aventurero mexicano, Juan Luis Escamilla, comete toda clase de atrocidades en
Las Segovias.
Al
entrar el año de 1929 y frente a la decisión de los marines de continuar en el
país, y la de Moncada en mantenerlos, Sandino avizora una lucha más prolongada;
se trata ahora de una guerra nacional de resistencia de la cual ha desaparecido
cualquier vestigio partidista; se enfrenta por igual a liberales y
conservadores, a la oligarquía amparada en la intervención.
Para hacer frente a aquella perspectiva de una guerra larga, Sandino sabe que
necesitará mucho más recursos de los que tiene, pues hasta entonces sus armas
son los pocos rifles anticuados de la pasada guerra civil, o los que se arranca
a los marines en las emboscadas y combates; la solidaridad internacional
produce muy poco en ayuda efectiva de municiones, armas, alimentos, medicinas.
Por eso decide en enero de 1929, escribir al Presidente Provisional de México,
Emilio Portes Gil, pidiéndole la autorización de viajar allá, llevando en mente
buscar personalmente la ayuda que necesita; los comités más entusiastas de
apoyo a su lucha, están en México. Mientras tanto, la represión contra los
campesinos que viven en las áreas donde se desarrolla la guerra, se vuelve cada
vez más cruel; se incendia sus ranchos, se destruyen sus siembras y se les
obliga a abandonar sus hogares, para ser llevados a distantes sitios que sirven
como campos de concentración. A todos se les sospecha ser miembros o
colaboradores del Ejército Defensor. Según un reporte de The Foreign Policy
Association, murieron sólo en el año de 1929 en esos campos de concentración,
más de 200 personas entre mujeres y niños, a causa del hambre y el frío. Al
comenzar a operar meses después la columna del famoso Teniente Lee, famosa por
sus crueldades, torturas y mutilaciones, se redoblaría el terror. (La
fotografía de un soldado norteamericano sosteniendo en su mano la cabeza de un
nicaragüense asesinado, sería publicada en todo el mundo). Al sobrevenir ese
mismo año de 1929 la crisis económica mundial, la empobrecida economía nicaragüense
que depende de sus exportaciones de café, sufre junto con la de los otros
países centroamericanos, un grave colapso; sobreviene la total desocupación en
el campo, el hambre; se endurece la represión y cientos de campesinos engrosan
las filas sandinistas; para toda esa nueva gente era necesario conseguir más
rifles. Sandino sale hacia Honduras en viaje a México en mayo de 1929 y a
finales del mes llega secretamente al puerto de La Unión, en El Salvador, de
donde sigue hacia Guatemala; el 28 de junio arriba al puerto de Veracruz, y es
recibido por una gran multitud; va acompañado de lugartenientes que pertenecen
a las brigadas internacionales; Farabundo Martí, líder comunista salvadoreño,
asesinado en 1932 en su país cuando fue reprimida sangrientamente una rebelión
campesina que dejó más de diez mil muertos; José Pavietich, del Perú; José de
Paredes, de México; Gregorio Gilbert, de la República Dominicana.
Allí se les juntaría también su hermano Sócrates, quien llegaba de los Estados
Unidos, donde había participado en los mítines sandinistas en New York. En
Veracruz, recibe instrucciones del gobierno de dirigirse hacia Mérida, Yucatán,
donde debe aguardar la oportunidad de seguir viaje a la ciudad de México; allí
debe instalarse, pues, y esperar por aquel aviso que tarda mucho en producirse.
Las presiones en la capital para que no sea recibido, de parte del Embajador de
Estados Unidos, son muchas, y las intenciones del gobierno mexicano de ayudarle
efectivamente, comienza Sandino a darse cuenta da que nunca han sido muy
claras. Desesperado, Sandino escribe al Presidente Portes Gil de nuevo en enero
de 1930 y al fin es autorizado para ir a México, adonde llega el 27 de enero a
bordo de un avión que ha sido bautizado con su nombre; en el aeropuerto, delegaciones
sindicales, organizaciones juveniles, periodistas, los miembros del comité
sandinista lo esperan. Se entrevista con Portes Gil el día 29, pero tras tanto
tiempo aguardando, de aquella gestión no resultaría nada concreto. Regresa a
Mérida y allí se embarca secretamente hacia Nicaragua, adonde penetra de nuevo
a través de la frontera con Honduras y el 16 de mayo de 1930, está ya en sus
cuarteles de la montaña. En su ausencia, había quedado al mando de las fuerzas
el General Pedro Altamirano, y si es cierto que la actividad había decrecido,
gran parte del ejército que permanecía inactivo, estaba en espera del nuevo
llamado, pues aquel tipo de soldados -agricultores- siempre estaban de alta. Ya
Sandino de regreso, la lucha recrudece inmediatamente y se abren nuevos
frentes, llegando las columnas hasta territorios nuevos, cada vez más cerca de
las áreas mayormente pobladas del país en el Pacífico. Se dan las batallas de
El Bálsamo, El Tamarindo y San Juan de Telpaneca en junio de 1930; Blanca, la
esposa de Sandino, es obligada a trasladarse de San Rafael del Norte a la
ciudad de León, donde queda bajo vigilancia militar. Las insurrecciones y
motines en las guarniciones de la Guardia Nacional, por parte de soldados
nicaragüenses, comenzarían a repetirse; dando muerte a los comandantes yanquis,
estos soldados se pasaban con todo y sus armas a las filas sandinistas; y se
dieron casos también de deserciones de soldados norteamericanos, que llegaron a
los cuarteles de Sandino a entregar sus armas. A finales de 1930, el gobierno
de Moncada ordena el cierre de todas las escuelas en el país, por falta de
recursos; su gobierno languidece completamente y cada vez el poder de los
interventores se impone con más crudeza.
La
columna temible del General Miguel Ángel Ortez, aquel militar casi adolescente
cuya cabellera rubia desplegaba al viento era como un símbolo de la
resistencia, llega a atacar la ciudad de Telica, en el departamento de León, ya
cerca de la capital, en noviembre de 1930 y en diciembre, esta misma columna infringiría
a los marines una de las derrotas más decisivas de la guerra: el 31 de
diciembre, una columna formada sólo por norteamericanos, es sorprendida en el
camino de Achuapa, todos resultan muertos, excepto dos que logran huir.
La noticia causó en Estados Unidos un impacto extraordinario y los debates se
redoblaron en los diarios y en el Senado. En febrero de 1931, el Secretario de
Estado que era ahora el antiguo negociador de la paz en Nicaragua, Mr. Henry L.
Stimson, nombrado por el Presidente Herbert J. Hoover que había tomado posesión
en 1929, se ve obligado a declarar que las fuerzas de ocupación sólo
permanecerían en Nicaragua hasta inmediatamente después que se celebraran las
elecciones presidenciales, en noviembre de 1932; aquel era otro paso atrás.
En
el mes de abril de 1931, el Ejército Defensor lanza una amplia ofensiva sobre
las plantaciones de la
United Fruit Company en la región de Puerto Cabezas en el
Atlántico. Recios combates se dan en Logtown y el río Wawa; el Ejército
Defensor, después de arrasar con los campamentos de la United Fruit, avanza
sobre Puerto Cabezas, lo que provoca la apresurada llegada de barcos de guerra
norteamericanos y el desembarco de soldados; los sandinistas ocupan en cambio
Cabo Gracias a Dios, hacia el norte y cuando ya han salido de allí, los aviones
bombardean el pueblo. Al día siguiente de estos sucesos, Mr. Stimson hace saber
públicamente desde Washington, que el gobierno de los Estados Unidos ya no
ofrecerá ninguna protección, ni a la vida ni a la propiedad de personas
norteamericanas en Nicaragua, la United Fruit, había recurrido al Departamento de
Estado en demanda de aquella protección, pues los ataques sandinistas les
habían dejado millones de dólares en pérdidas. La decisión de Estados Unidos de
sacar su Ejército de Nicaragua, era ya irreversible. La sombra de gobierno que
era el de Moncada, llega a desvanecerse completamente el 31 de marzo de 1931,
un terremoto destruye completamente la dudad capital de Managua y es el
Comandante de la Marina
el que se convierte en el verdadero gobernante del país. Entre los años de 1931
y 1932, la guerra sandinista alcanzaría las proporciones de una guerra
nacional. Excepto la región del Pacífico más cercana a la capital, todos los
demás lugares- para no hablar de Las Segovias que es dominio absoluto de
Sandino- comenzarán a ser alcanzados por las incursiones de las columnas
rebeldes, que llegan hasta Santo Domingo de Chontales, región ganadera y
también minera en las llanuras orientales del Gran Lago de Nicaragua, o hasta
Ciudad Rama en la confluencia de los ríos tributarios que forman el caudal del
río Escondido, puerto fluvial del Atlántico en el sudeste; ocuparán la ciudad
de Chichigalpa en la costa occidental y sobre la vía férrea que lleva a la
capital, en el mes de noviembre de 1931, lo cual según un despacho del
Embajador de Estados Unidos en Managua, conmocionó a la ciudad, y el 2 de
octubre de 1932, ocuparían San Francisco del Carnicero, en la costa norte del
Lago de Managua.
Mientras
tanto, los asuntos de política criolla tendrían que arreglarse con el
Departamento de Estado apresuradamente: el Partido Liberal nombra como
candidato presidencial a una vieja figura postergada tantas veces, que al fin
recibía su turno: el Dr. Juan Bautista Sacasa, que regresaba de Washington,
ungido debidamente; el Congreso de Estados Unidos, rechazaría sin embargo una
apropiación de fondos para financiar aquellas nuevas elecciones.
Cuando
se acercaban los comicios el Embajador de Estados Unidos impone a los dos
partidos tradicionales un pliego de condiciones, una de las cuales es que al
retirarse en enero del año siguiente las fuerzas de ocupación, tendrá que
designarse de común acuerdo entre todos ellos, a un Jefe-Director de la Guardia Nacional,
que sería por primera vez un nicaragüense.
Al
resultar electo Sacasa en noviembre de 1932, como ya se esperaba, el candidato
del Embajador norteamericano para dirigir la Guardia Nacional,
es escogido; se trata de un sobrino político de Sacasa, Anastasio Somoza
García. Somoza había estudiado mecanografía y comercio en una escuela de
Filadelfia, y allí había aprendido a hablar inglés con los giros del slang de
los choferes de taxi, cosa que divertía muchísimo al Embajador yanqui, un
anciano llamado Mr. Hanna y había cautivado a su esposa, no tan vieja como él;
Somoza, que era asiduo de la Embajada,
había ganado su generalato nombrándose él mismo, después de asaltar al comienzo
de la pasada guerra constitucionalista el cuartel de San Marcos, su pueblo
natal, y ser rechazado por las fuerzas conservadoras. Dentro del mecanismo de
poder que los marines heredaban al retirarse, la Jefatura de la Guardia Nacional
era el puesto clave: por primera vez el país tendría un ejército profesional,
que debido a su institucionalidad y a las condiciones políticas del país, que
quedaba desgarrado y confundido después de más de veinte años de intervención
extranjera, tendría que jugar un papel que como se probaría después, sería
aplastantemente decisivo; era un ejército armado, entrenado e inspirado para
actuar como una fuerza de ocupación en su propio país. El día primero de enero
de 1933, el último contingente de la
Marina de Guerra de los Estados Unidos de América se
embarcaba en el puerto de Corinto y dejaron Nicaragua. Seis largos años de
solitario heroísmo de un puñado de obreros y campesinos, sufriendo privaciones,
viviendo en la inclemencia de la montaña, peleando a brazo partido por su
nacionalidad, habían logrado aquella victoria. Y empeñando la palabra sometida,
de concluir su lucha apenas el último invasor se fuera, Sandino estuvo de
inmediato dispuesto a negociar; su carta anunciando sus puntos de paz, estuvo
en manos de sus agentes desde el mes de diciembre de 1932, y fue entregada a
Sacasa el mismo día que los marines salieron. El gobierno organizó una misión
de paz, que encabezada por el Ministro del Trabajo, un intelectual y líder
sindical, el señor Sofonías Salvatierra, llegó a Las Segovias y se entrevistó
con Sandino; el día 23 de enero, se declara una tregua de hostilidades y el 2
de febrero de 1933, el General Sandino llega en avión a Managua, para discutir
con el Presidente Sacasa las condiciones de la paz. La gente lo aclama
tumultuosamente en el aeropuerto y en las calles, todo el mundo quiere conocer
a aquel hombre, tan pequeño de estatura y tan sencillo, que había cumplido una
hazaña tan increíble. Para muchos, ese General de los humildes en cuyo rostro
de muchacho se pintaban las huellas de las durezas de la lucha, había
conquistado un derecho que los políticos entregados a los intereses de las compañías
yanquis nunca habían tenido en cuenta: el de la nacionalidad, el de poder
llamarse nicaragüenses, centroamericanos, latinoamericanos, el derecho de no
ser colonos de un imperio. A la medianoche del 2 de febrero de 1933, el
convenio de paz se firma en la Casa Presidencial; Sandino es requerido para
quedarse en la ciudad y recibir homenajes, pero a todo se niega. Dice que no es
hombre de agasajos y prefiere regresar a las montañas, donde sus hombres, como
tantas veces, esperan su regreso. El 22 de febrero de 1933, el Ejército
Defensor de la
Soberanía Nacional de Nicaragua es oficialmente desarmado en
San Rafael del Norte. De lugares alejados y recónditos llegarían las columnas
de aquellos hombres, muchos de ellos, ancianos, otros aun niños, cubiertos de
lodo, de sudor, de polvo, sin zapatos, a pie con sus viejos rifles, otros pocos
en cabalgaduras, su bandera roja y negra flameando en un palo cualquiera de la
montaña, entrando a la población por cienes, bajo la más estricta disciplina, a
colocar sus armas en los lugares indicados, para regresar sin ninguna
recompensa, sin haber esperado nunca nada, a sus hogares, a sus pueblos, a sus
familias, miles de hombres que sólo pagaban sus afanes con aquella victoria. Sandino
seleccionó a un grupo de cien de sus soldados para formar la guardia personal
que se le garantizaba en los convenios de paz; con ellos se retiraría a las
regiones vírgenes de Wiwilí en las márgenes del río Coco, selva adentro, donde
pretendía organizar una cooperativa agrícola y de explotación minera entre los
campesinos. Quedaba sin embargo, pese a los abrazos de paz y a las
celebraciones, un punto no completamente aclarado para Sandino: el hecho de que
la Guardia Nacional
entraba a cumplir un papel de ejército de ocupación, no le pasaría nunca
desapercibido; persistiría la hostilidad de aquel ejército para con los hombres
de Sandino, que tan grandes derrotas le habían causado. Esta hostilidad, a lo
largo del año de 1933, no cesó de provocar la persecución a los sandinistas en
sus poblados y caseríos, adonde habían vuelto: encarcelamientos, ataques a los
sitios donde se comenzaban a formar las cooperativas, y que en ocasiones
degeneraban en verdaderos combates. Sacasa era un hombre débil, indeciso, que
no tenía ningún control sobre el Ejército. Sandino hace varios viajes a
Managua, para discutir con Sacasa aquellas dificultades y cada vez declara a
los periódicos que consideraba a la Guardia Nacional como un ejército creado al
margen de la constitución política del país y de las leyes, como resultado de
un acto ilegal del poder interventor. El último de aquellos viajes, tendría
lugar en febrero de 1934. La noche del 21 de febrero de 1934, cuando Sandino
bajaba de la Casa
Presidencial después de haber asistido a una comida con el
Presidente Sacasa, el automóvil en que viajaba junto con su padre, con el
Ministro Salvatierra, y con los generales Estrada y Umanzor, es detenido frente
al Cuartel del Campo de Marte por una patrulla de soldados de la Guardia Nacional,
que los conminan a bajarse. Salvatierra y el padre de Sandino, son llevados
prisioneros por aparte y los tres generales, conducidos por rumbo diferente.
El
día anterior por la tarde, Sacasa había firmado un decreto nombrando a un
General sandinista, Horacio Portocarrero, delegado militar presidencial, con
jurisdicción en los departamentos segovianos del norte; con esto, Sacasa se
decidía a buscar un equilibrio de su autoridad minada por Somoza como Jefe de la Guardia y a la vez
aseguraba a Sandino tranquilidad en sus cooperativas. Pero Somoza, que veía en
aquella medida un golpe mortal para su ambiciones de poder, reunió la tarde del
21 de febrero apresuradamente a los oficiales de su confianza y les expuso la
necesidad de liquidar a Sandino de inmediato, para lo cual contaba con la venia
del Embajador de los Estados Unidos en Nicaragua, Arthur Bliss Lane. Aquella
voz del procónsul yanqui transmitida por Somoza a los oficiales significaba una
sentencia de muerte y todos se dieron prisa en aprobarla. Cuando desde su celda
don Gregorio, el padre de Sandino, oyó en el silencio de aquella cálida noche
de Managua disparos en la distancia, dijo a Salvatierra: "Ya los están
matando; el que se mete a redentor muere crucificado". Pero aquellos
balazos escuchados eran más bien los del asalto de la Guardia Nacional
a la casa de Savatierra, donde se alojaba Sandino con su gente; allí se trabó
un breve combate en el que resultó muerto Sócrates, el hermano menor de
Sandino. El General Santos López, logró huir herido. Mientras tanto, Sandino y
sus dos generales lugartenientes habían sido conducidos al lugar de su
ejecución, unos terrenos baldíos en las afueras de la ciudad, cercanos al campo
de aviación. Fueron colocados frente a
una zanja excavada con anterioridad y allí, a la luz de los focos de un camión,
asesinados con fuego de metralla y de fusiles; sus cuerpos, una vez despojados
de sus ropas y objetos personales que se vendieron al día siguiente en Managua
(relojes, anillos) fueron lanzados a la zanja.
El lugar de aquella tumba sería
guardado en adelante en Nicaragua, y hasta hoy, como secreto de Estado. Al día
siguiente, patrullas de la
Guardia Nacional cayeron sorpresivamente sobre los
campamentos de las cooperativas agrícolas del río Coco y más de trescientos
campesinos fueron masacrados. La última resistencia en ser vencida fue la del
General Pedro Altamirano, muerto a traición un año después y decapitado, siendo
llevada a Managua su cabeza. Somoza, que apenas dos meses después del asesinato
admitía en un discurso pronunciado en la ciudad de Granada, haberlo cometido
"por el bien de Nicaragua", con el respaldo del Embajador
norteamericano; al poco tiempo y con el apoyo de Estados Unidos también,
derrocó en 1936 a
su tío político, el Presidente Sacasa y se hizo elegir después, con mejor
suerte que la de su par el General Chamorro, pues siguió reeligiéndose
sucesivamente por espacio de veinte años, amasando a la par una incalculable
fortuna hasta que en septiembre de 1956 un joven poeta, artesano de la ciudad
de León llamado Rigoberto López Pérez, lo abatió a tiros en el curso de una
fiesta con la que se celebraba su proclamación para nuevo período presidencial;
heredó a su familia el poder que la intervención extranjera le había deparado y
el nombre de Sandino estuvo prohibido por medio siglo en Nicaragua, hasta el
triunfo de la revolución sandinista el 19 de julio de 1979.
La
lucha de seis años del General Sandino en las montañas nicaragüenses a la
cabeza de un puñado de campesinos y obreros, debe verse como resultado
histórico de siglos de dominación extranjera en su patria y de la constante
entrega de los grupos dominantes a esos mismos poderes externos. Aquellos
hombres peleando a brazo partido con sus machetes de trabajo y sus viejos
rifles, fabricando bombas en latas vacías de conservas y rellenándolas de
piedra y fragmentos de hierro, derribando aviones enemigos y casi a pedradas,
manteniendo siempre una alta moral de lucha frente a un ejército cien veces más
poderoso, probaron algo que hasta antes de la aparición de ese ejército del
pueblo, habían quedado escondidos en los vericuetos de la historia
latinoamericana; la hermosa posibilidad de que unos campesinos, con sus líderes
propios, con sus tácticas forjadas al golpe de la marcha, con su doctrina
surgida del proceso mismo de la lucha, organizaran una resistencia exitosa por
la autonomía nacional.
El pensamiento político de Sandino expresado en sus cartas y demás documentos
no es el resultado de una preparación intelectual, porque un artesano que dejó
sus herramientas para pasar directamente al combate, difícilmente pudo tener
una formación semejante; pero precisamente, porque lo que piensa no es más que
el resultado de su experiencia cotidiana como jefe de esa guerra de resistencia
y porque las circunstancias de la lucha son las que van modelando ese pensamiento,
es que todo lo que dice y proclama, tiene la carga de la verdad.
Despojado de la vieja retórica latinoamericana de los políticos decimonónicos
que aún reinan en pleno siglo XX, el pensamiento de Sandino pasa a convertirse
en algo que posee relieves reales, producto de la praxis. Sus palabras se
cargan de profundo sentido político, en tanto que son expresión de una verdad
que no admite recovecos, tanteos, engaños, disfraces o retrocesos; expresa,
simplemente, una lucha sin cuartel contra el imperialismo.
El último soldado de aquel ejército, el más pequeño niño del "coro de los
ángeles", sabía y sentía que todos los sacrificios no tenían más meta que
la expulsión del invasor y que el invasor representaba la causa de la opresión
en Nicaragua. Repetidas veces el antiimperialismo de Sandino toca fondo en el
clamor de justicia largamente soterrado en el corazón del hombre
latinoamericano, secularmente oprimido, sencillamente porque esa opresión no es
sino resultado del dominio extranjero. No en balde quienes estaban en armas
contra la poderosa Marina de Guerra ¿e los Estados Unidos eran campesinos sin
tierra, siervos de la
United Fruit y de los terratenientes criollos, jornaleros,
aparceros, braceros, desde los tiempos coloniales.
Durante
los años de la lucha Sandino estuvo internacionalmente solo, aturdido por un
coro de alabanzas y exaltaciones líricas, de apoyos retóricos, con lo cual no
bastaba para comprar un solo cartucho; en el extranjero lo acosaban los
oportunistas, los sectarios; muchos de los que desde el frente civil lo
apoyaron en Nicaragua, eran viejos políticos, algunos bien intencionados pero
cortados según las medidas liberales del siglo XIX latinoamericano. Y había que
ver cómo florecían entre ellos los candidatos a la Presidencia de la República.
Y a la hora de cesar la lucha y entregar sus armas, aun
sabiendo que se encaminaría incluso al sacrificio de su vida, Sandino ejecuta
su inmolación sin más alternativas. Los norteamericanos salían de Nicaragua y
terminaba la era de su presencia física en el territorio nacional; entraba
Estados Unidos en una nueva época de sus relaciones con América Latina y el big
stick del primer Roosevelt, se cambiaba en "'el buen vecino" del
segundo Roosevelt. Y en el contexto de la política mundial, las luchas
democráticas comenzaban a enderezarse contra el fascismo en Italia, el nazismo
en Alemania, el militarismo en Japón. Pronto sobrevendría la guerra civil
española. Por eso, preguntarse por qué Sandino no prosiguió su lucha hasta la
conquista del poder, no es más que una proposición romántica; cumplió con su
tarea, fue incluso al sacrificio para que su vida y sus acciones, las de sus
hombres, pudieran ser recordadas como ejemplo en el futuro latinoamericano.