HIROSHIMA Y NAGASAKI: 70 AÑOS
DE LOS BOMBARDEOS NUCLEARES
Por
Sergio Daniel Aronas – 19 de agosto de 2015
"¿Has caminado por la tierra últimamente? Yo lo
he hecho: y he examinado los maravillosos inventos del hombre. Y te digo que en
las artes de la vida el Hombre no inventa nada, pero en las artes de la muerte
supera a la Naturaleza misma, y produce por la química y la maquinaria toda la
destrucción que son capaces la plaga, la peste y el hambre"
.
George Bernard Shaw, Hombre y
Superhombre, 1903
El lanzamiento de las
bombas nucleares sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, el 6 y 9 de agosto
de 1945 hace 70 años en el marco de la Segunda Guerra Mundial y en el
enfrentamiento particular en los Estados Unidos y el Japón, fue sin lugar a de
los más aberrantes crímenes de guerra y un acto de genocidio que el gobierno
estadounidense ordenó como forma de
obtener la rendición del Japón, argumento usado como excusa.
La realidad y los
objetivos políticos y criminales que se buscaron con las bombas atómicas no
fueron evitar nuevas víctimas de la guerra ni lograr la rápida terminación de
la guerra. En primer lugar, con el argumento de impedir que sigan muriendo
soldados en la guerra, el Alto Mando Militar de los Estados Unidos solo se
preocupó del estado de su propia fuerza y no la de su enemigo. Estaba muy claro
para los generales estadounidenses que tras las victorias sangrientas y
terribles de las batallas de las islas de Okinawa e Iwo Jima, derrotar al Japón
en sus islas principales requería de una movilización de equipamiento,
pertrechos, tanques, barcos y aviones en una magnitud nunca vista ni probada.
Además la cantidad de efectivos y soldados necesarios para una invasión
terrestre era tan descomunal que no tenía medíos suficientes para lograrlos
porque eran conscientes de que una operación tipo Normandía contra el Japón era
imposible. El dato de Iwo Jima es interesante para conocer la envergadura de la
guerra pues 50.000 estadounidenses chocaron un 10.000 fanáticos japoneses y si
peleaban así por esa isla, lo que sería una batalla global para la toma de
Tokyo.
Es importante realizar
un breve repaso de la guerra de los Estados Unidos contra el Japón en un
ejercicio que sea lo más entendible posible para analizar la decisión del
gobierno de Harry Truman de arrojar las bombas atómicas. La única batalla con
alta movilización y participación de tropas estadounidenses en contra los
japoneses fue en las islas Filipinas en la batalla de Luzón, donde los Estados
Unidos pusieron en combate a más 250.000 hombre contra unos 200.000 defensores
japoneses. Una vez que los estadounidenses conquistaron estas islas a un costo
elevadísimo de muertos y heridos, quedaba la última etapa de la campaña para
conquistar Japón que era la invasión a las islas principales donde se
encontraba la capital Tokyo y las otras grandes ciudades portuarias e
industriales.
El grueso del ejército japonés estuvo dislocado
ocupando un inmenso territorio en Asia que abarcaba China, en el sector
oriental que denominaron Machukuo, toda la península de Corea, las islas
Kuriles y Sajalin y que era una zona muy complicada y difícil de atacar porque
se necesitaba de una enorme cantidad de transporte de material de guerra y
soldados para enfrentar al ejército imperial Kuantung que tenía un total de 2
millones de hombres, organizados en 56 divisiones y 36 brigadas y el resto estaba
distribuido en las islas principales de con 2.350.000 en 64 divisiones y 25
brigadas. Esta era la situación militar
a la que se enfrentaban los Estados Unidos en la primera semana de agosto de
1945 al momento de elaborar el plan estratégico para derrotar al Japón: 2
millones de hombres en territorios conquistados y otros 2.350.0000 para la
defensa de las islas mayores.
La Unión Soviética había derrotado el ejército
japonés de Kuangtung, la más poderosa agrupación de tropas enemigas emplazada
en la zona de Asia-Pacífico: contaba con dos millones de efectivos, 1.155 tanques,
5.360 piezas de artillería, 1.800 aviones y 25 buques de guerra. A lo largo de
las fronteras tenía sofisticadas fortificaciones de hormigón que se comunicaban
mediante túneles. Las reservas de comida y agua permitían hacer guerra durante
varios meses sin tregua.
De acuerdo a lo firmado en Yalta, el 11 de
febrero de 1945, a los tres meses de terminada la guerra en Europa, la Unión
Soviética se comprometía a intervenir en la guerra contra el Japón y es así
como del 6 de agosto hasta el 2 de septiembre se inicia la campaña ofensiva en
el Lejano Oriente a cuyo mando fue puesto el mariscal Andrei Meretskov y que
entró en la historia como un ade las proezas más extraordinarias de la historia
de la Segunda Guerra Mundial y una brillante operación en el arte de la
estrategia militar como una de sus páginas más brillantes. La ofensiva había
sido lanzada en un frente de 5 mil kilómetros de extensión y de 200 a 800
kilómetros de profundidad. El teatro de operaciones era extremadamente
complicado: desiertos, estepas, montañas, pantanos y bosques atravesados por
ríos tan grandes como el Amur, Argún y Sungari.
El Ejército Rojo aniquiló a 84 mil soldados y
oficiales del enemigo e hizo prisioneros a otros 700 mil. A su vez, perdió sólo
a 12 mil efectivos, o sea, menos del uno por ciento del número de participantes
en los combates. En ninguna otra operación de la segunda conflagración mundial
se había alcanzado tales resultados, ni por parte de la Wehrmacht ni por parte
de las tropas anglonorteamericanas.
Los historiadores militares saben
perfectamente por qué Washington insistía tanto en que Moscú participara de en
la guerra contra Tokio. En agosto de 1945, las tropas japonesas contaban en la
zona de Asia-Pacífico con 7 millones de efectivos, 10 mil aviones y 500 buques
de guerra. El ejército de los aliados, a su vez, sólo tenía 1,8 millones de
soldados y 5 mil aviones. Si la Unión Soviética no hubiera entrado en la
guerra, las principales fuerzas del ejército de Kuangtung habrían atacado a los
estadounidenses, y entonces la guerra habría durado no un mes más, sino un año
o dos. Como consecuencia, las pérdidas de los Estados Unidos superarían un
millón de personas. Los generales del Pentágono se lo habían explicado bien
claro al presidente Truman y finalmente lograron convencerlo. Pero al
principio, y es un hecho histórico probado, el dirigente estadounidense tampoco
le veía sentido a que la Unión Soviética participara en la guerra contra Japón.
En esta guerra contra Japón, también era de
interés del gobierno soviético aplastar el ejército de Kuangtung, liberar la
parte nordeste de China (Manchuria) y de Corea del Norte, privar a Tokio de sus
bases logísticas en el continente asiático (punto de lanza de los ataques
nipones contra la URSS y Mongolia) y ayudar a los patriotas chinos a liberar su
patria.
Además, la Unión Soviética anhelaba
desquitarse por la estrepitosa derrota sufrida en la guerra ruso-japonesa de
1905 y recuperar Sajalín del Sur y las islas Kuriles, anexionadas
ilegítimamente por los japoneses.
.
Por otro lado, las tropas soviéticas tenían la
tarea de resguardar la seguridad de las fronteras del país en el Lejano
Oriente. Durante los 1.415 días que había durado la Gran Guerra Patria, la
Unión Soviética tenía que mantener en aquella zona 40 divisiones, tan
necesarias en el frente soviético-alemán. Sobre todo, aquellos refuerzos
habrían venido muy a propósito cuando se decidía el destino de las batallas de
Moscú, Stalingrado y Kursk, o sea, el destino de la Victoria final sobre la
Alemania nazi y solo pudieron enviar aquellos grandes refuerzos de tropas
frescas cuando la inteligencia soviética comprobó que el Japón no atacaría a la
URSS.
Ahí está el gran secreto de que la derrota del
ejército del Kuantung no sea obra de la Unión Soviética, sino que habría que
buscar una resolución drástica para mostrar el poderío contundente de los
Estados Unidos y que se lo vea como la nación victoriosa y triunfante, ya que
sería demasiado que vuelva a ser la Unión Soviética también la vencedora de la
guerra en Asia, después de su glorioso triunfo en Europa.
Los
mitos de las bombas atómicas
Hay tres mitos que son necesarios destruir
porque los libros de historia y los nuevos trabajos que aparecen siguen
justificando lo injustificable: Primero, que las bombas se arrojaron sobre
objetivos militares; segundo, que las bombas evitaron gran cantidad de muertos
y tercero, que las bombas pusieron fin a la Segunda Guerra Mundial y gracias a
éstas el Japón imperial firmó su rendición incondicional
En primer lugar ni Hiroshima ni Nagasaki eran
objetivos militares porque no tenían industria bélica, no era un puerto de
buques y/o navíos de guerra ni era una base de submarinos o que fuese un
aeropuerto para aviones y helicópteros de combate. La prueba más demostrativa de
que no era ninguna base militar era el hecho de que no tenía ninguna clase de
baterías o cañones antiaéreos que la protegiera. La verdadera razón de su
elección fue que estas ciudades que contaban con un población considerable, no
habían sido violentamente bombardeadas en el curso de los criminales ataques
aéreos a más de 100 ciudades japonesas, matando a miles de civiles en una cifra
que supera los 500 mil muertos y que
nada tenían que ver con la fuerza combatiente del imperio japonés con la cual
debía dirigirse los bombardeos. Eso es crimen de lesa humanidad.
Para el imperialismo estadounidense, cuya
doctrina militar se basa en el poderío aéreo, ya habían bombardeado unas 130
ciudades alemanes dejando como saldo unos 600 mil muertos, en los ataques a
Dresde (el más terrible de todos) y que al igual que los realizados a Japón, no
revistieron ningún resultado estratégico en el sentido de proclamar la victoria
sobre su enemigo porque ahí no estaban el gruesos de las fuerzas militares
destruidas. Solo fue un acto sin justificación para ablandar y obligar a los
gobiernos a rendirse,, cosa que efectivamente no hicieron.
Estos bombardeos con
explosivos incendiarios había arrasado habían arrasado no solo las 5 ciudades
más importantes, si no también otras 67 ciudades (23 ciudades de entre 100.000
y 400.000 habitantes y otras 41 ciudades de unos 100.000 habitantes)
destruyendo casi toda la capacidad industrial japonesa. En el bombardeo de
Tokio en la noche del 23 de marzo de 1945 una invasión de 520 bombarderos
arrojaron unas 4 mil toneladas de bombas incendiarias en un área de 18
kilómetros cuadrados (casi el tamaño de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires) que
provocó un fenómeno llamado “tormenta de fuego” donde las llamas creaban esos
vientos que intensificaban la masacre matando entre 85.000 y 100.000 personas.
Y es aquí donde aparece la idea bestial de la “eficacia” de la bomba atómica,
en la que un solo artefacto provoca el mismo número de muertos y de
destrucciones. Este fue el cálculo siniestro que analizó el gobierno de los
Estados Unidos para decidir el lanzamiento de estas bombas.
Si comparamos todos
estos bombardeos incendiarios tanto en Alemania como en Japón y los ataques
nucleares de Hiroshima y Nagasaki, murieron mucho más civiles en el sitio de
Leningrado y sin embargo, para los historiadores occidentales este hecho no
reviste ninguna importancia. Solo el hecho de comparar la eficacia en la forma
de matar y esto forma parte del pensamiento militar de los Estados Unidos, de
modo que cuando se plantea el llamado “problema ético” para los militares
encargados de realizar el trabajo sucio de arrojar la bomba atómica, la
moralidad la plantean en términos de la victoria, es decir, cuáles son los
medios más eficaces para alcanzar una victoria más rápida con el menor número
de bajas propias y eso debe lograrse a cualquier costo. Esa es la moralidad “más
elevada” con la que el gobierno de los Estados Unidos ha defendido el criminal
lanzamiento de las bombas atómicas sobre el Japón. (Esta expresión “más
elevada” puede encontrarla en el libro de Bernardo Brodie, Guerra y Política,
página 58, FCE).
En el caso de
Nagasaki fue una ciudad con un importante puerto comercial y fluvial en la que
se destacaba sus industrias navales como principal actividad y desde el punto
de vista social era la que albergaba la comunidad católica más importante del
país. Nagasaki tampoco había sufrido los bombardeos incendiarios que
destruyeron a otras ciudades. No era tampoco un objetivo militar y no
representaba ninguna amenaza a las fuerzas de los Estados Unidos.
El gobierno de los
Estados Unidos y sobre todo su presidente, Harry Truman no solo cometió un acto
de crímenes contra la humanidad sino que violó explícitamente tres tratados que
había firmado: el primero fue la Conferencia de la Haya de 1899 y 1907 que
establecieron la prohibición de usar armas venenosas en los conflictos bélicos
y había aceptado una resolución de la Sociedad de las Naciones que en 1938
había declarado la prohibición de ataques intencionales contra la población
civil. Por lo tanto, el gobierno de los Estados Unidos que son tan legalistas
cuando les conviene, se “olvidaron” de estos acuerdos y arrasaron con una
impunidad terrible a estas dos ciudades de una manera insensata, innecesaria y
inútil.
El segundo mito que
se debe destruir es el que dice que estos ataques nucleares evitaron un mayor
número de muertos de los aliados. No se puede mentir tanto porque con el
estallido de la bomba murieron en forma instantánea 140.000 personas en
Hiroshima y 70.000 en Nagasaki, es decir, 210.000 hombres, mujeres y niños,
casi todos civiles y en ambas ciudades y como consecuencia de los efectos
devastadores de la exposición a la radiación murieron respectivamente 180.000 y
140.000 en los años siguientes con lo cual unas 530.000 perecieron como
consecuencia de las explosiones atómicas.
Estas atrocidades
que en nada se diferencia en crueldad y sadismo a las cometidas por los nazis,
fue calificado como crimen de guerra durante los Juicios de Nuremberg, con la
substancial diferencia que a ningún juez se le ocurrió sentar en el banquillo de
los acusados al gobierno y a los militares de los Estados Unidos que decidieron
lanzar la bomba. Aquí también pueden establecerse niveles de responsabilidad
entre los que tomaron la decisión de fabricarla, los que la construyeron, los
que dieron la orden de arrojarse y los que ejecutaron los siniestros
bombardeos.
Las bombas fueron
lanzadas en ciudades ubicadas en el extremo sur del Japón y es una invención y
una colosal mentira que la destrucción atómica de Hiroshima y Nagasaki hubieran
ahorrado casi un millón y medio de vidas estadounidenses porque ya en las
semanas previas a los ataques, el gobierno imperial del Japón había comunicado
su deseo de rendirse en condiciones que le garanticen la vida y el respeto al
emperador, deseos que fueron concedidos cuando los estadounidenses obligaron a
la capitulación japonesa el 2 de septiembre de 1945 en el acorazado Misouri.
Durante la
conferencia de Postdam, el Japón envió varios telegramas a los efectos de
iniciar conversaciones para poner fin a la guerra sin llegar una rendición
incondicional. El primer país que los recibió fue la Unión Soviética que se lo
comunica a su par estadounidense. El presidente Truman no hizo nada porque
esperaba ansiosamente el informe secreto con relación a la prueba de la bomba
en el desierto de Alamogordo y sus resultados. A partir de conocer el éxito de
la explosión que se lo dice a Stalin, el comportamiento de la delegación de los
Estados Unidos se basará en el cálculo de cuándo estará lista la bomba atómica
para ser lanzada contra los japoneses.
La última gran
batalla librada por los Estados Unidos contra Japón terminó el 21 de junio de
1945 con la sangrienta conquista de la isla de Okinawa y el paso siguiente era
tomar las islas principales, en una invasión que sería desastrosa para el
ejército de los Estados Unidos.
Para el 25 de julio
de 1945 el Ministro Soviético de Asuntos Exteriores, Viacheslav Molotov, recibe
una comunicación del gobierno del Japón en el que le manifiestan el deseo de
terminar la guerra. Estados Unidos, Inglaterra y China acordaron una
declaración de rendición incondicional al Japón al que la Unión Soviética firmó
como cuarto adherente en virtud de su próxima entrada en la guerra contra los
japoneses sobre la cual dieron detalles a sus aliados en dicha Conferencia.
El lanzamiento de la
bomba atómica fue una demostración criminal de fuerzas bestial innecesaria ya
que los bombardeos incendiarios sobre el Japón, las victorias soviéticas sobre
el ejército imperial del Kuantung fueron acontecimientos que unidos a las
intenciones japonesas de rendirse justificaban no realizar un ataque de esta
naturaleza, ya que estaba suficientemente derrotado.
El tercer mito
relacionado con las bombas atómicas lanzadas contra Hiroshima y Nagasaki es el
que dice que aceleró el fin de la Segunda Guerra Mundial con la rendición del
imperio japonés. Desde que los Estados Unidos tomaron el control de la isla de
Okinawa sus operaciones militares se centraron en los bombardeos masivos a las
ciudades japonesas, que provocó una enorme matanza de civiles como un intento
de someterlos a la voluntad del imperialismo estadounidense que buscaba
escarmentar por cualquier vía la guerra iniciada contra ellos.
En esos dos meses,
fueron las fuerzas armadas soviéticas las que movilización sus unidades del
oeste al Lejano Oriente para cumplir con su compromiso y lealtad de aliado de
participar en la guerra contra el Japón y aquí está la clave y el secreto de
todo. Fue la magistral campaña soviética y sus formidables operaciones
ofensivas las que derrotaron al gran ejército japonés del Kuangtung. Esta
ofensiva soviética tomó absolutamente por sorpresa a los ejércitos imperiales
del Japón porque no creían que pudieran ser atacados por lugares de tan difícil
acceso como tuvo lugar en Primorie. Esto lo pudo hacer la Unión Soviética
gracias a su experiencia en la guerra contra Alemania de atacar en el punto
donde el enemigo menos se lo espera contribuyendo también el hecho de que no
hayan preparado suficientemente bien sus fortificaciones defensivas. Y dado el
empuje de los soviéticos que en menos de diez días aplastó a los japoneses,
rindiéndose todos sus generales, lo que obligó al gobierno japonés a solicitar
conversaciones para poner fin a la guerra.
El presidente de los
Estados Unidos seguía atentamente tanto la entrada soviética en la guerra
contra el Japón como los preparativos para lanzar la bomba y fue precisamente
que el momento que los soviéticos desatan su vasta ofensiva en todo el frente,
la aviación estadounidense descarga la segunda bomba sobre Nagasaki para hacer
creer al mundo que fueron los Estados Unidos los que derrotaron al Japón y no
los soviéticos, cuya guerra victoria sobre el militarismo japonés no es
reconocido por la historiografía occidental y ocultan el papel de la Unión
Soviética en la derrota de los ejércitos japoneses.
La propaganda
imperialista quiere presentar los lanzamientos de las bombas atómicas como el
hecho decisivo que marcó el fin de la Segunda Guerra Mundial en detrimento de
que la verdadera causa de la rendición japonesa en los términos de la
Declaración de Postdam fue la arrolladora victoria del ejército soviético sobre
el Kuangtung y nunca las bombas atómicas.
Los altos mandos de los Estados Unidos que se oponen
a la bomba atómica
Estas tres
cuestiones fundamentales sobre la historia de la bomba atómica está avalada en
el sentido de que los jefes militares más importantes de la época y que
tuvieron la gran responsabilidad de conducir la victoria de los Ejércitos de
los Estados Unidos, se negaron rotundamente al empleo de este artefacto
diabólico por innecesario pues consideraban con pleno fundamento y conocimiento
de causa que el Japón Imperial estaba prácticamente vencido y no hacía falta un
exterminio semejante. Esto fue sostenido por Dwight Eisenhower, comandante de
las tropas aliadas. Douglas McArthur, jefe de las tropas estadounidenses en el
Pacífico, los almirantes Chester Nimitz y William D. Leahy fueron también
fervientes opositores a su empleo argumentando cada uno sus puntos de vista
porque estaban convencidos que no eran razones militares las que se basaba la
decisión de arrojar las bombas, sino que eran fundamentalmente diplomáticas,
razones superiores de la política del Estado donde debía quedar claramente
determinado, el nuevo poderío absoluto de los Estados Unidos en el monopolio de
la nueva arma de destrucción masiva y de esa forma enviar un mensaje
contundente a los victoriosos ejércitos soviéticos y su gobierno de quien es el
dueño del mundo. Mantener a raya a los soviéticos fue el objetivo de lanzar la
bomba.
Así tenemos la
opinión del Comandante de la Fuerza Aérea Estratégica del Ejército de EE.UU.,
general Carl Spaats comprendía la separación entre el mando civil y el militar.
Él dijo: “El lanzamiento de la bomba atómica fue obra de un militar bajo
órdenes militares. Se supone que debemos llevar a cabo esas órdenes y no
cuestionarlas. Pero esa fue una decisión puramente política. No fue una
decisión militar”
Por su parte, el almirante William D. Leahy, quien era jefe del Estado Mayor
Presidencial, dijo que “El uso de este arma bárbara en Hiroshima y Nagasaki no
significó una ayuda material en nuestra guerra contra Japón. Los japoneses ya
estaban derrotados y listos para rendirse.”
Un jefe de alto nivel como el almirante Chester W. Nimitz, que ocupaba el cargo
comandante en jefe de la Flota del Pacífico, dio su parecer de esta manera:
“Los japoneses, de hecho, ya habían pedido la paz… La bomba atómica no jugó
ningún papel decisivo desde un punto de vista puramente militar en la derrota
de Japón.”
El general Douglas
MacArthur lo entendió de esta manera. “La guerra podría haber terminado semanas
antes, dijo, si Estados Unidos hubiese llegado a un acuerdo, como hizo más
tarde de todos modos, sobre el mantenimiento de la institución del emperador”.
Quien fuera
considerado uno de los máximos héroes de las fuerzas armadas de los Estados
Unidos, el General Dwight Eisenhower en una conversación con Henry Stimson, el
Secretario de Defensa del gabinete de Harry Truman, le dijo al secretario lo
siguiente: "Japón esta derrotado ya y tirar la bomba es totalmente
innecesario... “Pensé que nuestro país debe evitar la opinión impactante del
mundo por su uso de un arma innecesariamente como medida de ahorrar vidas
americanas. Era mi creencia que Japón, en ese mismo momento, buscaba una cierta
manera de rendirse salvando mínimamente su honor. Mi actitud perturbó al
secretario profundamente, refutando casi airadamente las razones que di." Como
se puede ver a los políticos del gobierno no le importaba la opinión de los
generales profesionales que sabían mucho más de la guerra que el mismo Stimson
y por esa razón tenían motivos fundamentados para oponerse al empleo del arma
atómica.
Hemos reseñado a los
más importantes jefes militares estadounidenses opositores a la bomba nuclear y
lo hicieron desde sus puestos de comandantes de tropas y con años de
experiencia en la guerra, en el manejo de armas y en la conducción táctica y
estratégica.
Los objetivos de lanzar las bombas
Un proyecto de
investigación y desarrollo como fue el proyecto Manhattan que implicó la
movilización y participación de 150 mil personas, significó una inversión
multimillonaria en dólares y el producto derivado de este secreto no iba a
quedar guardado en un arsenal sin conocer sus resultados y que podía derivarse
de él.
Ninguno de los mitos
descriptos (acortar la guerra, obtener la rendición del Japón y salvar vidas)
están relacionados con los objetivos de lanzar la bomba porque no fueron los
factores militares los causantes de su utilización monstruosa, sino la política
y la diplomacia del poder imperial de los Estados Unidos. ¿Y para qué? En
primer lugar, para emitir una clara señal a la Unión Soviética del poderío de
esta bomba y lo que es capaz de hacer el gobierno de los Estados Unidos si
tratan de meterse en sus asuntos. En segundo lugar, la explosión atómica que
siendo la última acción militar en la guerra, da comienzo a la guerra fría, a
la guerra de confrontación política, económica, bélica, diplomática e
ideológica entre los Estados Unidos y la Unión Soviética por sus espacios de
influencia y más de ellos, porque el fin de la Segunda Guerra Mundial que
provocó el hundimiento definitivo del imperio colonial británico, surge todo un
movimiento de liberación anticolonial donde la Unión Soviética apoya a los
países que se independizan optando por vías no capitalistas de desarrollo y los
Estados Unidos que sostienen y financian a los gobiernos colonialistas en todos
los continentes. En tercer lugar, los bombazos atómicos, es la gran oportunidad
para el capitalismo para el desarrollo de nuevos negocios y que se traduce en
el plano político-militar como el nacimiento de la carrera armamentista a
escala global.
El intento de
acorralar a la Unión Soviética cuando los Estados Unidos tuvo el monopolio
nuclear se basó cálculos temerarios y en planes ya desclasificados sobre la
destrucción atómica del país soviético, cuya dirigencia comandada por Josef
Stalin, era un rival difícil de asustar y mucho menos de intimidar. Está claro
que al término de la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética estaba
destruida con su economía devastada entre un 30-40%, mientras que la de los
Estados Unidos estaba intacta, sin haber sufrido un solo ataque, ni una sola
destrucción en su territorio y con sus grandes monopolios vinculados a la
guerra es un estado óptimo de esplendor con ganancias siderales.
La afirmación más
precisa de que la Unión Soviética no deseaba la guerra contra los Estados
Unidos la brindó el economista austríaco Joseph Schumpeter quien en su obra
Capitalismo, Socialismo y Democracia decía al respecto: “… a menos que Stalin
cometa el primer error de su vida, no habrá guerra en los próximos años y Rusia quedará en paz
para desarrollar sus recursos, reconstruir su economía y construir la máquina
de guerra más grande con mucho, absoluta y relativamente, que el mundo haya
visto jamás” (Ediciones Folio, Tomo II, página 500). La Unión Soviética terminó
la guerra con un ejército de 11 millones de hombres que desmovilizó y redujo a
solo 3 millones de soldados, al tiempo que los Estados Unidos dueños y únicos
productores del arma atómica comenzaron a planificar todo tipos de operaciones
tendientes a la destrucción de la Unión Soviética mediante el uso masivo de
bombardeos nucleares.
En su análisis
acerca de la actitud del presidente Harry Truman respecto a la Unión Soviética,
el politólogo Bernard Brodie comete un increíble error garrafal de apreciación
al interpretar groseramente que la entrada de la Unión Soviética en la guerra
contra el Japón fue una “circunstancia más bien fortuita” y pone en el mismo
nivel la victoria del Ejército Soviético contra el Kuangtung y el lanzamiento estadounidense
de las bombas, pues estos dos hechos tuvieron “el efecto máximo sobre la moral
del gobierno japonés” (Ver Bernard Brodie, “Guerra y Política, página 60).
También en el libro “Sinopsis
de la historia de los Estados Unidos (Editorial Fraterna, Buenos Aires, 1992),
en el capítulo 27 “Guerra por el mundo 1941-1945, cometen una doble
equivocación extrema al afirmar que Truman había decidido emplear la nueva arma
contra el enemigo para “lograr un efecto máximo, antes que lanzada primero
sobre territorio deshabitado como advertencia” (página 594) y la página
siguiente comete el segundo error tremendo cuando dice desfachatadamente que la
Unión Soviética “entró en la guerra precipitadamente, antes de la fecha
prevista” (página 595).
Tanto Brodie como el
grupo de autores de la Sinopsis de historia estadounidense parece que nunca
leyeron los acuerdos de Yalta referidos a la participación soviética en la
guerra contra el Japón. Está perfectamente claro lo dicho en Yalta que a los
tres meses de terminada la guerra en Europa los soviéticos declararían la guerra
al Japón y así lo hicieron en la fecha exacta sin ninguna “precipitación” ni “por
hecho fortuito”. Como la guerra en Eruipa terminó el 8 de mayo correspondía
iniciar la guerra contra el imperio japonés el 8 de agosto de 1945 eso fue exactamente lo que hizo la Unión
soviética: cumplir con los hechos el compromiso asumido y firmado. Quien actuó
violenta y precipitadamente fue el gobierno de Truman al decidir arrojar las
bombas atómicas a un país prácticamente derrota como lo reconocieron sus más
altos jefes militares. También llamada la atención afirmar que lanzarían las
bombas sobre “territorio deshabitado como advertencia”. No se puede mentir
tanto en la historia-
El segundo aspecto
que permitieron los ataques atómicos fue la oportunidad de un fantástico,
fabuloso y megamillonario negocio para la venta de armas que dio inicio a la carrera
armamentista con la creación de la industria de guerra a través del poderoso
complejo militar industrial científico con los cuales las grandes empresas
contratistas del gobierno estadounidense pusieron en marcha la creación de
nuevos medios de destrucción masivo.
Entre los principales monopolios que se
beneficiaron con dicho contratos y lograros increíbles ganancias para sus madrigueras
podemos nombrar a la Lockheed Martin,
la gigante aeroespacial Boeing, Northrop Grumman, contratista de la
Fuerza Aérea, Raytheon, y General Dynamics. Así tenemos que la Boeing,
fabricó los bombarderos que transportaron las bombas de Hiroshima y Nagasaki, e
integró el "lobby militar" que promovió e impulsó el proyecto
compuesto entre otros por, Carnegie,
Dupont, uWestinghouse, Union
Carbide, Tenesee Eastman,
y Monsanto (este último aportó sus
laboratorios para las pruebas y análisis de los componentes de la bomba)
A partir de la creación de la bomba atómica se
desarrollaron nuevos tipos de armas como los misiles, los aviones de combate
estratégicos, las rampas de lanzamiento de misiles con base en tierra, los
misiles nucleares lanzados desde submarinos y desde silos subterráneos, las
ojivas y las ojivas con reentrada múltiple, las bombas termonucleares y la
neutrónica. La participación de los monopolios estadounidenses en los contratos
para la fabricación de esas armas terribles de destrucción global, fue el más
extraordinario y rentable negocio por muchos años.
En pleno siglo XXI los libros que se publican
sobre la Segunda Guerra Mundial son terribles porque la gran mayoría están
dedicados a Hitler y su dictadura nazi-fascista y terrorista. Y en cuanto al
tema de las bombas atómicas el lavado de cerebro de muchos pueblos ha sido tan
grande y la intoxicación de la propaganda imperialista ha sido tan devastadora
como las bombas que arrasaron Hiroshima y Nagasaki porque todavía se cree que
sirvieron para salvar al mundo, poner fin a la guerra y obligar a la rendición
del imperio japonés.
Bibliografía
Bernard Brodie. Guerra y Política. Fondo de
Cultura Económica, México, 1973
Sellers Charles, Henry
May y Neil R. McMillen. Sinopsis de la
historia de los Estados Unidos- Ediciones Fraterna. Buenos Aires, 1992.
Peter Scowen. El libro
negro de América. El antiamericanismo y la política exterior de los Estados
Unidos. Ediciones B, Buenos Aires, 2003.
Joseph Schumpeter.
Capitalismo, Socialismo y Democracia. Ediciones Folio, Barcelona. 1996. Segunda
Edición publicada en 1946 (primera versión es de 1942)-