El imponente Cerro de los Siete Colores en Purmamarca, Jujuy (Argentina)

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jueves, 20 de agosto de 2015

HIROSHIMA Y NAGASAKI: 70 AÑOS
DE LOS BOMBARDEOS NUCLEARES

Por Sergio Daniel Aronas – 19 de agosto de 2015
  
"¿Has caminado por la tierra últimamente? Yo lo he hecho: y he examinado los maravillosos inventos del hombre. Y te digo que en las artes de la vida el Hombre no inventa nada, pero en las artes de la muerte supera a la Naturaleza misma, y produce por la química y la maquinaria toda la destrucción que son capaces la plaga, la peste y el hambre"
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George Bernard Shaw, Hombre y Superhombre, 1903

El lanzamiento de las bombas nucleares sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, el 6 y 9 de agosto de 1945 hace 70 años en el marco de la Segunda Guerra Mundial y en el enfrentamiento particular en los Estados Unidos y el Japón, fue sin lugar a de los más aberrantes crímenes de guerra y un acto de genocidio que el gobierno estadounidense  ordenó como forma de obtener la rendición del Japón, argumento usado como excusa.

La realidad y los objetivos políticos y criminales que se buscaron con las bombas atómicas no fueron evitar nuevas víctimas de la guerra ni lograr la rápida terminación de la guerra. En primer lugar, con el argumento de impedir que sigan muriendo soldados en la guerra, el Alto Mando Militar de los Estados Unidos solo se preocupó del estado de su propia fuerza y no la de su enemigo. Estaba muy claro para los generales estadounidenses que tras las victorias sangrientas y terribles de las batallas de las islas de Okinawa e Iwo Jima, derrotar al Japón en sus islas principales requería de una movilización de equipamiento, pertrechos, tanques, barcos y aviones en una magnitud nunca vista ni probada. Además la cantidad de efectivos y soldados necesarios para una invasión terrestre era tan descomunal que no tenía medíos suficientes para lograrlos porque eran conscientes de que una operación tipo Normandía contra el Japón era imposible. El dato de Iwo Jima es interesante para conocer la envergadura de la guerra pues 50.000 estadounidenses chocaron un 10.000 fanáticos japoneses y si peleaban así por esa isla, lo que sería una batalla global para la toma de Tokyo.

Es importante realizar un breve repaso de la guerra de los Estados Unidos contra el Japón en un ejercicio que sea lo más entendible posible para analizar la decisión del gobierno de Harry Truman de arrojar las bombas atómicas. La única batalla con alta movilización y participación de tropas estadounidenses en contra los japoneses fue en las islas Filipinas en la batalla de Luzón, donde los Estados Unidos pusieron en combate a más 250.000 hombre contra unos 200.000 defensores japoneses. Una vez que los estadounidenses conquistaron estas islas a un costo elevadísimo de muertos y heridos, quedaba la última etapa de la campaña para conquistar Japón que era la invasión a las islas principales donde se encontraba la capital Tokyo y las otras grandes ciudades portuarias e industriales.
  

El grueso del ejército japonés estuvo dislocado ocupando un inmenso territorio en Asia que abarcaba China, en el sector oriental que denominaron Machukuo, toda la península de Corea, las islas Kuriles y Sajalin y que era una zona muy complicada y difícil de atacar porque se necesitaba de una enorme cantidad de transporte de material de guerra y soldados para enfrentar al ejército imperial Kuantung que tenía un total de 2 millones de hombres, organizados en 56 divisiones y 36 brigadas y el resto estaba distribuido en las islas principales de con 2.350.000 en 64 divisiones y 25 brigadas.  Esta era la situación militar a la que se enfrentaban los Estados Unidos en la primera semana de agosto de 1945 al momento de elaborar el plan estratégico para derrotar al Japón: 2 millones de hombres en territorios conquistados y otros 2.350.0000 para la defensa de las islas mayores.

La Unión Soviética había derrotado el ejército japonés de Kuangtung, la más poderosa agrupación de tropas enemigas emplazada en la zona de Asia-Pacífico: contaba con dos millones de efectivos, 1.155 tanques, 5.360 piezas de artillería, 1.800 aviones y 25 buques de guerra. A lo largo de las fronteras tenía sofisticadas fortificaciones de hormigón que se comunicaban mediante túneles. Las reservas de comida y agua permitían hacer guerra durante varios meses sin tregua.

De acuerdo a lo firmado en Yalta, el 11 de febrero de 1945, a los tres meses de terminada la guerra en Europa, la Unión Soviética se comprometía a intervenir en la guerra contra el Japón y es así como del 6 de agosto hasta el 2 de septiembre se inicia la campaña ofensiva en el Lejano Oriente a cuyo mando fue puesto el mariscal Andrei Meretskov y que entró en la historia como un ade las proezas más extraordinarias de la historia de la Segunda Guerra Mundial y una brillante operación en el arte de la estrategia militar como una de sus páginas más brillantes. La ofensiva había sido lanzada en un frente de 5 mil kilómetros de extensión y de 200 a 800 kilómetros de profundidad. El teatro de operaciones era extremadamente complicado: desiertos, estepas, montañas, pantanos y bosques atravesados por ríos tan grandes como el Amur, Argún y Sungari.

El Ejército Rojo aniquiló a 84 mil soldados y oficiales del enemigo e hizo prisioneros a otros 700 mil. A su vez, perdió sólo a 12 mil efectivos, o sea, menos del uno por ciento del número de participantes en los combates. En ninguna otra operación de la segunda conflagración mundial se había alcanzado tales resultados, ni por parte de la Wehrmacht ni por parte de las tropas anglonorteamericanas.

Los historiadores militares saben perfectamente por qué Washington insistía tanto en que Moscú participara de en la guerra contra Tokio. En agosto de 1945, las tropas japonesas contaban en la zona de Asia-Pacífico con 7 millones de efectivos, 10 mil aviones y 500 buques de guerra. El ejército de los aliados, a su vez, sólo tenía 1,8 millones de soldados y 5 mil aviones. Si la Unión Soviética no hubiera entrado en la guerra, las principales fuerzas del ejército de Kuangtung habrían atacado a los estadounidenses, y entonces la guerra habría durado no un mes más, sino un año o dos. Como consecuencia, las pérdidas de los Estados Unidos superarían un millón de personas. Los generales del Pentágono se lo habían explicado bien claro al presidente Truman y finalmente lograron convencerlo. Pero al principio, y es un hecho histórico probado, el dirigente estadounidense tampoco le veía sentido a que la Unión Soviética participara en la guerra contra Japón.

En esta guerra contra Japón, también era de interés del gobierno soviético aplastar el ejército de Kuangtung, liberar la parte nordeste de China (Manchuria) y de Corea del Norte, privar a Tokio de sus bases logísticas en el continente asiático (punto de lanza de los ataques nipones contra la URSS y Mongolia) y ayudar a los patriotas chinos a liberar su patria.

Además, la Unión Soviética anhelaba desquitarse por la estrepitosa derrota sufrida en la guerra ruso-japonesa de 1905 y recuperar Sajalín del Sur y las islas Kuriles, anexionadas ilegítimamente por los japoneses.
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Por otro lado, las tropas soviéticas tenían la tarea de resguardar la seguridad de las fronteras del país en el Lejano Oriente. Durante los 1.415 días que había durado la Gran Guerra Patria, la Unión Soviética tenía que mantener en aquella zona 40 divisiones, tan necesarias en el frente soviético-alemán. Sobre todo, aquellos refuerzos habrían venido muy a propósito cuando se decidía el destino de las batallas de Moscú, Stalingrado y Kursk, o sea, el destino de la Victoria final sobre la Alemania nazi y solo pudieron enviar aquellos grandes refuerzos de tropas frescas cuando la inteligencia soviética comprobó que el Japón no atacaría a la URSS.

Ahí está el gran secreto de que la derrota del ejército del Kuantung no sea obra de la Unión Soviética, sino que habría que buscar una resolución drástica para mostrar el poderío contundente de los Estados Unidos y que se lo vea como la nación victoriosa y triunfante, ya que sería demasiado que vuelva a ser la Unión Soviética también la vencedora de la guerra en Asia, después de su glorioso triunfo en Europa.

Los mitos de las bombas atómicas

Hay tres mitos que son necesarios destruir porque los libros de historia y los nuevos trabajos que aparecen siguen justificando lo injustificable: Primero, que las bombas se arrojaron sobre objetivos militares; segundo, que las bombas evitaron gran cantidad de muertos y tercero, que las bombas pusieron fin a la Segunda Guerra Mundial y gracias a éstas el Japón imperial firmó su rendición incondicional

En primer lugar ni Hiroshima ni Nagasaki eran objetivos militares porque no tenían industria bélica, no era un puerto de buques y/o navíos de guerra ni era una base de submarinos o que fuese un aeropuerto para aviones y helicópteros de combate. La prueba más demostrativa de que no era ninguna base militar era el hecho de que no tenía ninguna clase de baterías o cañones antiaéreos que la protegiera. La verdadera razón de su elección fue que estas ciudades que contaban con un población considerable, no habían sido violentamente bombardeadas en el curso de los criminales ataques aéreos a más de 100 ciudades japonesas, matando a miles de civiles en una cifra que supera los 500 mil muertos y  que nada tenían que ver con la fuerza combatiente del imperio japonés con la cual debía dirigirse los bombardeos. Eso es crimen de lesa humanidad.

Para el imperialismo estadounidense, cuya doctrina militar se basa en el poderío aéreo, ya habían bombardeado unas 130 ciudades alemanes dejando como saldo unos 600 mil muertos, en los ataques a Dresde (el más terrible de todos) y que al igual que los realizados a Japón, no revistieron ningún resultado estratégico en el sentido de proclamar la victoria sobre su enemigo porque ahí no estaban el gruesos de las fuerzas militares destruidas. Solo fue un acto sin justificación para ablandar y obligar a los gobiernos a rendirse,, cosa que efectivamente no hicieron.  

Estos bombardeos con explosivos incendiarios había arrasado habían arrasado no solo las 5 ciudades más importantes, si no también otras 67 ciudades (23 ciudades de entre 100.000 y 400.000 habitantes y otras 41 ciudades de unos 100.000 habitantes) destruyendo casi toda la capacidad industrial japonesa. En el bombardeo de Tokio en la noche del 23 de marzo de 1945 una invasión de 520 bombarderos arrojaron unas 4 mil toneladas de bombas incendiarias en un área de 18 kilómetros cuadrados (casi el tamaño de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires) que provocó un fenómeno llamado “tormenta de fuego” donde las llamas creaban esos vientos que intensificaban la masacre matando entre 85.000 y 100.000 personas. Y es aquí donde aparece la idea bestial de la “eficacia” de la bomba atómica, en la que un solo artefacto provoca el mismo número de muertos y de destrucciones. Este fue el cálculo siniestro que analizó el gobierno de los Estados Unidos para decidir el lanzamiento de estas bombas.

Si comparamos todos estos bombardeos incendiarios tanto en Alemania como en Japón y los ataques nucleares de Hiroshima y Nagasaki, murieron mucho más civiles en el sitio de Leningrado y sin embargo, para los historiadores occidentales este hecho no reviste ninguna importancia. Solo el hecho de comparar la eficacia en la forma de matar y esto forma parte del pensamiento militar de los Estados Unidos, de modo que cuando se plantea el llamado “problema ético” para los militares encargados de realizar el trabajo sucio de arrojar la bomba atómica, la moralidad la plantean en términos de la victoria, es decir, cuáles son los medios más eficaces para alcanzar una victoria más rápida con el menor número de bajas propias y eso debe lograrse a cualquier costo. Esa es la moralidad “más elevada” con la que el gobierno de los Estados Unidos ha defendido el criminal lanzamiento de las bombas atómicas sobre el Japón. (Esta expresión “más elevada” puede encontrarla en el libro de Bernardo Brodie, Guerra y Política, página 58, FCE).

En el caso de Nagasaki fue una ciudad con un importante puerto comercial y fluvial en la que se destacaba sus industrias navales como principal actividad y desde el punto de vista social era la que albergaba la comunidad católica más importante del país. Nagasaki tampoco había sufrido los bombardeos incendiarios que destruyeron a otras ciudades. No era tampoco un objetivo militar y no representaba ninguna amenaza a las fuerzas de los Estados Unidos.  

El gobierno de los Estados Unidos y sobre todo su presidente, Harry Truman no solo cometió un acto de crímenes contra la humanidad sino que violó explícitamente tres tratados que había firmado: el primero fue la Conferencia de la Haya de 1899 y 1907 que establecieron la prohibición de usar armas venenosas en los conflictos bélicos y había aceptado una resolución de la Sociedad de las Naciones que en 1938 había declarado la prohibición de ataques intencionales contra la población civil. Por lo tanto, el gobierno de los Estados Unidos que son tan legalistas cuando les conviene, se “olvidaron” de estos acuerdos y arrasaron con una impunidad terrible a estas dos ciudades de una manera insensata, innecesaria y inútil.
El segundo mito que se debe destruir es el que dice que estos ataques nucleares evitaron un mayor número de muertos de los aliados. No se puede mentir tanto porque con el estallido de la bomba murieron en forma instantánea 140.000 personas en Hiroshima y 70.000 en Nagasaki, es decir, 210.000 hombres, mujeres y niños, casi todos civiles y en ambas ciudades y como consecuencia de los efectos devastadores de la exposición a la radiación murieron respectivamente 180.000 y 140.000 en los años siguientes con lo cual unas 530.000 perecieron como consecuencia de las explosiones atómicas.

Estas atrocidades que en nada se diferencia en crueldad y sadismo a las cometidas por los nazis, fue calificado como crimen de guerra durante los Juicios de Nuremberg, con la substancial diferencia que a ningún juez se le ocurrió sentar en el banquillo de los acusados al gobierno y a los militares de los Estados Unidos que decidieron lanzar la bomba. Aquí también pueden establecerse niveles de responsabilidad entre los que tomaron la decisión de fabricarla, los que la construyeron, los que dieron la orden de arrojarse y los que ejecutaron los siniestros bombardeos.

Las bombas fueron lanzadas en ciudades ubicadas en el extremo sur del Japón y es una invención y una colosal mentira que la destrucción atómica de Hiroshima y Nagasaki hubieran ahorrado casi un millón y medio de vidas estadounidenses porque ya en las semanas previas a los ataques, el gobierno imperial del Japón había comunicado su deseo de rendirse en condiciones que le garanticen la vida y el respeto al emperador, deseos que fueron concedidos cuando los estadounidenses obligaron a la capitulación japonesa el 2 de septiembre de 1945 en el acorazado Misouri.

Durante la conferencia de Postdam, el Japón envió varios telegramas a los efectos de iniciar conversaciones para poner fin a la guerra sin llegar una rendición incondicional. El primer país que los recibió fue la Unión Soviética que se lo comunica a su par estadounidense. El presidente Truman no hizo nada porque esperaba ansiosamente el informe secreto con relación a la prueba de la bomba en el desierto de Alamogordo y sus resultados. A partir de conocer el éxito de la explosión que se lo dice a Stalin, el comportamiento de la delegación de los Estados Unidos se basará en el cálculo de cuándo estará lista la bomba atómica para ser lanzada contra los japoneses.   

La última gran batalla librada por los Estados Unidos contra Japón terminó el 21 de junio de 1945 con la sangrienta conquista de la isla de Okinawa y el paso siguiente era tomar las islas principales, en una invasión que sería desastrosa para el ejército de los Estados Unidos.

Para el 25 de julio de 1945 el Ministro Soviético de Asuntos Exteriores, Viacheslav Molotov, recibe una comunicación del gobierno del Japón en el que le manifiestan el deseo de terminar la guerra. Estados Unidos, Inglaterra y China acordaron una declaración de rendición incondicional al Japón al que la Unión Soviética firmó como cuarto adherente en virtud de su próxima entrada en la guerra contra los japoneses sobre la cual dieron detalles a sus aliados en dicha Conferencia.

El lanzamiento de la bomba atómica fue una demostración criminal de fuerzas bestial innecesaria ya que los bombardeos incendiarios sobre el Japón, las victorias soviéticas sobre el ejército imperial del Kuantung fueron acontecimientos que unidos a las intenciones japonesas de rendirse justificaban no realizar un ataque de esta naturaleza, ya que estaba suficientemente derrotado.

El tercer mito relacionado con las bombas atómicas lanzadas contra Hiroshima y Nagasaki es el que dice que aceleró el fin de la Segunda Guerra Mundial con la rendición del imperio japonés. Desde que los Estados Unidos tomaron el control de la isla de Okinawa sus operaciones militares se centraron en los bombardeos masivos a las ciudades japonesas, que provocó una enorme matanza de civiles como un intento de someterlos a la voluntad del imperialismo estadounidense que buscaba escarmentar por cualquier vía la guerra iniciada contra ellos.

En esos dos meses, fueron las fuerzas armadas soviéticas las que movilización sus unidades del oeste al Lejano Oriente para cumplir con su compromiso y lealtad de aliado de participar en la guerra contra el Japón y aquí está la clave y el secreto de todo. Fue la magistral campaña soviética y sus formidables operaciones ofensivas las que derrotaron al gran ejército japonés del Kuangtung. Esta ofensiva soviética tomó absolutamente por sorpresa a los ejércitos imperiales del Japón porque no creían que pudieran ser atacados por lugares de tan difícil acceso como tuvo lugar en Primorie. Esto lo pudo hacer la Unión Soviética gracias a su experiencia en la guerra contra Alemania de atacar en el punto donde el enemigo menos se lo espera contribuyendo también el hecho de que no hayan preparado suficientemente bien sus fortificaciones defensivas. Y dado el empuje de los soviéticos que en menos de diez días aplastó a los japoneses, rindiéndose todos sus generales, lo que obligó al gobierno japonés a solicitar conversaciones para poner fin a la guerra.

El presidente de los Estados Unidos seguía atentamente tanto la entrada soviética en la guerra contra el Japón como los preparativos para lanzar la bomba y fue precisamente que el momento que los soviéticos desatan su vasta ofensiva en todo el frente, la aviación estadounidense descarga la segunda bomba sobre Nagasaki para hacer creer al mundo que fueron los Estados Unidos los que derrotaron al Japón y no los soviéticos, cuya guerra victoria sobre el militarismo japonés no es reconocido por la historiografía occidental y ocultan el papel de la Unión Soviética en la derrota de los ejércitos japoneses.

La propaganda imperialista quiere presentar los lanzamientos de las bombas atómicas como el hecho decisivo que marcó el fin de la Segunda Guerra Mundial en detrimento de que la verdadera causa de la rendición japonesa en los términos de la Declaración de Postdam fue la arrolladora victoria del ejército soviético sobre el Kuangtung y nunca las bombas atómicas.

Los altos mandos de los Estados Unidos que se oponen a la bomba atómica

Estas tres cuestiones fundamentales sobre la historia de la bomba atómica está avalada en el sentido de que los jefes militares más importantes de la época y que tuvieron la gran responsabilidad de conducir la victoria de los Ejércitos de los Estados Unidos, se negaron rotundamente al empleo de este artefacto diabólico por innecesario pues consideraban con pleno fundamento y conocimiento de causa que el Japón Imperial estaba prácticamente vencido y no hacía falta un exterminio semejante. Esto fue sostenido por Dwight Eisenhower, comandante de las tropas aliadas. Douglas McArthur, jefe de las tropas estadounidenses en el Pacífico, los almirantes Chester Nimitz y William D. Leahy fueron también fervientes opositores a su empleo argumentando cada uno sus puntos de vista porque estaban convencidos que no eran razones militares las que se basaba la decisión de arrojar las bombas, sino que eran fundamentalmente diplomáticas, razones superiores de la política del Estado donde debía quedar claramente determinado, el nuevo poderío absoluto de los Estados Unidos en el monopolio de la nueva arma de destrucción masiva y de esa forma enviar un mensaje contundente a los victoriosos ejércitos soviéticos y su gobierno de quien es el dueño del mundo. Mantener a raya a los soviéticos fue el objetivo de lanzar la bomba.

Así tenemos la opinión del Comandante de la Fuerza Aérea Estratégica del Ejército de EE.UU., general Carl Spaats comprendía la separación entre el mando civil y el militar. Él dijo: “El lanzamiento de la bomba atómica fue obra de un militar bajo órdenes militares. Se supone que debemos llevar a cabo esas órdenes y no cuestionarlas. Pero esa fue una decisión puramente política. No fue una decisión militar”

Por su parte, el almirante William D. Leahy, quien era jefe del Estado Mayor Presidencial, dijo que “El uso de este arma bárbara en Hiroshima y Nagasaki no significó una ayuda material en nuestra guerra contra Japón. Los japoneses ya estaban derrotados y listos para rendirse.”


Un jefe de alto nivel como el almirante Chester W. Nimitz, que ocupaba el cargo comandante en jefe de la Flota del Pacífico, dio su parecer de esta manera: “Los japoneses, de hecho, ya habían pedido la paz… La bomba atómica no jugó ningún papel decisivo desde un punto de vista puramente militar en la derrota de Japón.”

 
El general Douglas MacArthur lo entendió de esta manera. “La guerra podría haber terminado semanas antes, dijo, si Estados Unidos hubiese llegado a un acuerdo, como hizo más tarde de todos modos, sobre el mantenimiento de la institución del emperador”.

Quien fuera considerado uno de los máximos héroes de las fuerzas armadas de los Estados Unidos, el General Dwight Eisenhower en una conversación con Henry Stimson, el Secretario de Defensa del gabinete de Harry Truman, le dijo al secretario lo siguiente: "Japón esta derrotado ya y tirar la bomba es totalmente innecesario... “Pensé que nuestro país debe evitar la opinión impactante del mundo por su uso de un arma innecesariamente como medida de ahorrar vidas americanas. Era mi creencia que Japón, en ese mismo momento, buscaba una cierta manera de rendirse salvando mínimamente su honor. Mi actitud perturbó al secretario profundamente, refutando casi airadamente las razones que di." Como se puede ver a los políticos del gobierno no le importaba la opinión de los generales profesionales que sabían mucho más de la guerra que el mismo Stimson y por esa razón tenían motivos fundamentados para oponerse al empleo del arma atómica.

Hemos reseñado a los más importantes jefes militares estadounidenses opositores a la bomba nuclear y lo hicieron desde sus puestos de comandantes de tropas y con años de experiencia en la guerra, en el manejo de armas y en la conducción táctica y estratégica.

Los objetivos de lanzar las bombas

Un proyecto de investigación y desarrollo como fue el proyecto Manhattan que implicó la movilización y participación de 150 mil personas, significó una inversión multimillonaria en dólares y el producto derivado de este secreto no iba a quedar guardado en un arsenal sin conocer sus resultados y que podía derivarse de él.

Ninguno de los mitos descriptos (acortar la guerra, obtener la rendición del Japón y salvar vidas) están relacionados con los objetivos de lanzar la bomba porque no fueron los factores militares los causantes de su utilización monstruosa, sino la política y la diplomacia del poder imperial de los Estados Unidos. ¿Y para qué? En primer lugar, para emitir una clara señal a la Unión Soviética del poderío de esta bomba y lo que es capaz de hacer el gobierno de los Estados Unidos si tratan de meterse en sus asuntos. En segundo lugar, la explosión atómica que siendo la última acción militar en la guerra, da comienzo a la guerra fría, a la guerra de confrontación política, económica, bélica, diplomática e ideológica entre los Estados Unidos y la Unión Soviética por sus espacios de influencia y más de ellos, porque el fin de la Segunda Guerra Mundial que provocó el hundimiento definitivo del imperio colonial británico, surge todo un movimiento de liberación anticolonial donde la Unión Soviética apoya a los países que se independizan optando por vías no capitalistas de desarrollo y los Estados Unidos que sostienen y financian a los gobiernos colonialistas en todos los continentes. En tercer lugar, los bombazos atómicos, es la gran oportunidad para el capitalismo para el desarrollo de nuevos negocios y que se traduce en el plano político-militar como el nacimiento de la carrera armamentista a escala global.

El intento de acorralar a la Unión Soviética cuando los Estados Unidos tuvo el monopolio nuclear se basó cálculos temerarios y en planes ya desclasificados sobre la destrucción atómica del país soviético, cuya dirigencia comandada por Josef Stalin, era un rival difícil de asustar y mucho menos de intimidar. Está claro que al término de la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética estaba destruida con su economía devastada entre un 30-40%, mientras que la de los Estados Unidos estaba intacta, sin haber sufrido un solo ataque, ni una sola destrucción en su territorio y con sus grandes monopolios vinculados a la guerra es un estado óptimo de esplendor con ganancias siderales.

La afirmación más precisa de que la Unión Soviética no deseaba la guerra contra los Estados Unidos la brindó el economista austríaco Joseph Schumpeter quien en su obra Capitalismo, Socialismo y Democracia decía al respecto: “… a menos que Stalin cometa el primer error de su vida, no habrá guerra  en los próximos años y Rusia quedará en paz para desarrollar sus recursos, reconstruir su economía y construir la máquina de guerra más grande con mucho, absoluta y relativamente, que el mundo haya visto jamás” (Ediciones Folio, Tomo II, página 500). La Unión Soviética terminó la guerra con un ejército de 11 millones de hombres que desmovilizó y redujo a solo 3 millones de soldados, al tiempo que los Estados Unidos dueños y únicos productores del arma atómica comenzaron a planificar todo tipos de operaciones tendientes a la destrucción de la Unión Soviética mediante el uso masivo de bombardeos nucleares.  

En su análisis acerca de la actitud del presidente Harry Truman respecto a la Unión Soviética, el politólogo Bernard Brodie comete un increíble error garrafal de apreciación al interpretar groseramente que la entrada de la Unión Soviética en la guerra contra el Japón fue una “circunstancia más bien fortuita” y pone en el mismo nivel la victoria del Ejército Soviético contra el Kuangtung y el lanzamiento estadounidense de las bombas, pues estos dos hechos tuvieron “el efecto máximo sobre la moral del gobierno japonés” (Ver Bernard Brodie, “Guerra y Política, página 60).

También en el libro “Sinopsis de la historia de los Estados Unidos (Editorial Fraterna, Buenos Aires, 1992), en el capítulo 27 “Guerra por el mundo 1941-1945, cometen una doble equivocación extrema al afirmar que Truman había decidido emplear la nueva arma contra el enemigo para “lograr un efecto máximo, antes que lanzada primero sobre territorio deshabitado como advertencia” (página 594) y la página siguiente comete el segundo error tremendo cuando dice desfachatadamente que la Unión Soviética “entró en la guerra precipitadamente, antes de la fecha prevista” (página 595).

Tanto Brodie como el grupo de autores de la Sinopsis de historia estadounidense parece que nunca leyeron los acuerdos de Yalta referidos a la participación soviética en la guerra contra el Japón. Está perfectamente claro lo dicho en Yalta que a los tres meses de terminada la guerra en Europa los soviéticos declararían la guerra al Japón y así lo hicieron en la fecha exacta sin ninguna “precipitación” ni “por hecho fortuito”. Como la guerra en Eruipa terminó el 8 de mayo correspondía iniciar la guerra contra el imperio japonés el 8 de agosto de 1945  eso fue exactamente lo que hizo la Unión soviética: cumplir con los hechos el compromiso asumido y firmado. Quien actuó violenta y precipitadamente fue el gobierno de Truman al decidir arrojar las bombas atómicas a un país prácticamente derrota como lo reconocieron sus más altos jefes militares. También llamada la atención afirmar que lanzarían las bombas sobre “territorio deshabitado como advertencia”. No se puede mentir tanto en la historia-

El segundo aspecto que permitieron los ataques atómicos fue la oportunidad de un fantástico, fabuloso y megamillonario negocio para la venta de armas que dio inicio a la carrera armamentista con la creación de la industria de guerra a través del poderoso complejo militar industrial científico con los cuales las grandes empresas contratistas del gobierno estadounidense pusieron en marcha la creación de nuevos medios de destrucción masivo.

Entre los principales monopolios que se beneficiaron con dicho contratos y lograros increíbles ganancias para sus madrigueras podemos nombrar a la Lockheed Martin,  la gigante aeroespacial Boeing, Northrop Grumman, contratista de la Fuerza Aérea, Raytheon, y General Dynamics. Así tenemos que la Boeing, fabricó los bombarderos que transportaron las bombas de Hiroshima y Nagasaki, e integró  el "lobby militar" que promovió e impulsó el proyecto compuesto entre otros por, Carnegie, Dupont, uWestinghouse, Union Carbide, Tenesee Eastman, y Monsanto (este último aportó sus laboratorios para las pruebas y análisis de los componentes de la bomba)

A partir de la creación de la bomba atómica se desarrollaron nuevos tipos de armas como los misiles, los aviones de combate estratégicos, las rampas de lanzamiento de misiles con base en tierra, los misiles nucleares lanzados desde submarinos y desde silos subterráneos, las ojivas y las ojivas con reentrada múltiple, las bombas termonucleares y la neutrónica. La participación de los monopolios estadounidenses en los contratos para la fabricación de esas armas terribles de destrucción global, fue el más extraordinario y rentable negocio por muchos años.

En pleno siglo XXI los libros que se publican sobre la Segunda Guerra Mundial son terribles porque la gran mayoría están dedicados a Hitler y su dictadura nazi-fascista y terrorista. Y en cuanto al tema de las bombas atómicas el lavado de cerebro de muchos pueblos ha sido tan grande y la intoxicación de la propaganda imperialista ha sido tan devastadora como las bombas que arrasaron Hiroshima y Nagasaki porque todavía se cree que sirvieron para salvar al mundo, poner fin a la guerra y obligar a la rendición del imperio japonés.

Bibliografía

Bernard Brodie. Guerra y Política. Fondo de Cultura Económica, México, 1973

Sellers Charles, Henry May y Neil R. McMillen. Sinopsis de la historia de los Estados Unidos- Ediciones Fraterna. Buenos Aires, 1992.

Peter Scowen. El libro negro de América. El antiamericanismo y la política exterior de los Estados Unidos. Ediciones B, Buenos Aires, 2003.

Joseph Schumpeter. Capitalismo, Socialismo y Democracia. Ediciones Folio, Barcelona. 1996. Segunda Edición publicada en 1946 (primera versión es de 1942)-