FRANCIS
BILBAO (1823-1865): REVOLUCIONARIO DE AMÉRICA
Por Sergio
Daniel Aronas – 09 de enero de 2013-01-09
Presentamos una pequeña reseña de
Francisco Bilbao, una figura destacadísima de la época de transición de la
historia latinoamericana porque vivió entre los años que siguió al fin de la
dominación española y la formación de la nuevas Repúblicas independientes.
Un día como hoy de 1823 nacía en Chile, este futuro escritor, ensayista y
periodista, llamado el Apóstol de la Libertad de América quien refiriéndose a
la emancipación americana escribió: “Es a la Revolución a la que debemos el orgullo del hombre dueño de
sí mismo; es a ella a la que debemos no vivir ni haber vivido bajo castas, bajo
reyes, bajo aristocracias del terruño; bajo
señores de horca y cuchillo, de pendón y caldera; es a ella a la que
debemos la consciencia de la igualdad, el bautismo de la soberanía, el
entusiasmo por lo heroico; el amor a las virtudes patrias y sociales (…)” (El Evangelio Americano, Buenos Aires, 1864). Fue
el primer latinoamericano en impulsar el derecho del pueblo a gobernarse por sí
mismo y no por medio de representantes, en lo que llamaríamos democracia
directa o participativa que se corresponde plenamente con el origen y la
definición de la palabra democracia. Desterrado de Chile por practicar sus
ideas revolucionarias, se instaló en la Argentina entre 1858 hasta su muerte en
1865. Siguiendo a Bolívar y antes que el gran cubano José Martí, advertía sobre
el peligro que la política expansionista de los Estados Unidos implicaba para
la América toda. Y así lo hizo saber el 22 de junio de 1856 en su propuesta “Iniciativa
para la América. Ideas de un Congreso Federal de Repúblicas: “Los Estados
Des-Unidos de la América del Sur, empieza a divisar el humo del campamento de
los Estados-Unidos. Ya empezamos a sentir los pasos del coloso que sin temer a
nadie, cada año, con su diplomacia, con esa siembra de aventureros que
dispersa; con su influencia y su poder crecientes que magnetiza a sus vecinos,
con las complicaciones que hace nacer en nuestros pueblos; con tratados
precursores, con mediaciones y protectorados; con su industria, su marina, sus
empresas; acechando nuestras faltas y fatigas; aprovechándose de la división de
las Repúblicas; cada año más impetuoso y más audaz, ese coloso juvenil que cree
en su imperio, como Roma también creyó en el suyo, infatuado ya con la serie de
sus felicidades, avanza como marea creciente que suspende sus aguas para
descargarse en catarata sobre el Sur”.
Iniciativa de la América-Idea de un Congreso Federal de las Repúblicas-Post-dictum.
Por Francisco de Bilbao
Las palabras
que publico, fueron leídas el día 22 de Junio de 1856 en París, en presencia de
treinta y tantos ciudadanos pertenecientes a casi todas las Repúblicas del Sur.
Acepten todos ellos la gratitud de su compatriota, por la benévola atención que
dispensaron.
La idea de la
Confederación de la América del Sur, propuesta un día por Bolívar, intentada
después por un Congreso de plenipotenciarios de algunas de las Repúblicas, y
reunido en Lima, no ha producido los resultados que debían esperarse. Los Estados
han permanecido Des-Unidos.
Hoy, nosotros
intentamos. Hemos aumentado las dificultades, pedimos mucho más que lo que
antes se había imaginado. No es sólo una alianza para asegurar el nacimiento de
la Independencia contra las tentativas de la Europa, ni únicamente en vista de
intereses comerciales. Más elevado y trascendental es nuestro objeto.
Unificar el
alma de la América. [286]
Identificar
su destino con el de la República.
Salvar la
personalidad con el desarrollo integral de todas sus funciones y derechos; la
personalidad que se pierde en Europa por la influencia de su pasado, por la
fuerza del despotismo que mutila o divide para dominar más fácilmente, y por la
división exagerada del trabajo, transportada a las funciones y derechos
indivisibles de la personalidad.
Salvar la
independencia territorial y la iniciativa del mundo Americano, amenazadas por
la invasión, por el ejemplo de la Europa y por la división de los Estados.
Unificar el
pensamiento, unificar el corazón, unificar la voluntad de la América.
Idea de
libertad universal, fraternidad universal y práctica de la soberanía.
Acrecentamiento
de fuerza por la unión, por la unidad de miras, la unidad de llamamiento al
emigrante y unidad de educación al porvenir.
Consolidación
de la República: o en fin la idea que todo lo resume:
Iniciativa de
la América del Sur: en este momento sagrado de la historia, por medio de la
iniciación que nosotros emprendemos para que se manifieste la creación moral
del nuevo continente.
Tal es el
objeto de esta llamada que hacemos a los hijos del Sur. La América debe al
mundo una palabra. Esa palabra pronunciada, será la espada de fuego del genio
del porvenir que hará retroceder al individualismo Yankee en Panamá; esa
palabra serán los brazos de la América abiertos a la tierra y la revelación de
una era nueva.
El palenque
está abierto, la hora ha sonado. A todos el deber.
Francisco
Bilbao
París, 24 de
junio de 1856. [287]
El Congreso Normal Americano
No creo que
la historia nos presente un espectáculo más trascendental, que el que presenta
hoy día, el Continente Americano.
Ha habido
grandes iniciaciones en el mundo, –revoluciones que han cambiado su faz,
cataclismos que parecían sumergir a la humanidad en el caos. La Grecia con su
filosofía, su arte y su política, fijó en el firmamento de la historia, el
astro más resplandeciente de la inteligencia y el más fecundo de heroísmo.
Roma, con su espada, fue el arado terrible que abrió el surco sepulcral de una
ciudad universal. Y los bárbaros vencedores del Imperio, aparecieron como
imagen de pueblos convertidos en elementos que pasan como la tempestad sobre
los monumentos del pasado.
Pero, ni en
el Oriente antiguo, ni en Europa y en ninguna época, jamás se ha visto al más
vasto continente dominado tan sólo por dos razas, con dos idiomas, con sólo dos
religiones y una forma política, abrir un albergue a las ideas, hospitalidad a
los nobles náufragos de Europa, –una esperanza, un campo al porvenir, –un derecho
de ciudad a la razón, elevada por la soberanía de los pueblos a la altura de
legislador del Nuevo Mundo.
No, jamás se
ha visto campear a la razón, en un teatro más nuevo, más grandioso y más
espléndido. Jamás se ha visto, a sólo dos razas diferentes, herederas, no de
las tradiciones de la Europa, sino de las utopías de sus genios, ensayar los
gérmenes de vida que contienen, y frente a frente, sin más barreras entre sí
que el Océano que saluda y los Andes que se inclinan, levantarse como dos
Titanes para disputarse los funerales o el porvenir de la civilización. No se
había visto todavía a todo un mundo que marcha dejando atrás sus cementerios
[288] en Europa; –y que «deja a los muertos que entierren a sus muertos». –Como
si el soplo creador que impulsaba a Colón, continuase soplando sobre la frente
del Océano, así vemos a la América, bajel profético, navegar su rumbo sublime
en línea recta, a pesar de algunos marineros temblorosos, no tras un paraíso de
verdura y abundancia, ni buscando el camino a una cruzada, sino tras los
Campos-Elíseos de la humanidad moderna, tras el cielo de la razón, que es la
República en la tierra.
La cordillera
de los Andes que extendiendo sus brazos a los polos, pretende abarcar la tierra
con todas sus latitudes, y presentar perpendicularmente al Viejo-Mundo la
barrera más portentosa que las entrañas del planeta levantaran, es la imagen
del futuro coloso que mirando a ambos Océanos, elevará más alto que sus
volcanes, no sólo el faro del viajero, sino el esplendor de la justicia.
Tal imagen,
tal destino; –tal es nuestro deber, Americanos. No es tan sólo la magnitud de
la cuna, ni las profecías de Colón, ni las riquezas de la creación derramadas
en grande escala, el único impulso digno de agitar las almas de sus hijos; no
es la herencia purificada de la historia, es el espectáculo del mundo antiguo
revolviéndose en sus errores, es la tradición de la Independencia, es una
concepción más grandiosa de la Divinidad y del destino del hombre libertado, el
motivo que debe agitarnos para manifestar una creación moral no conocida, digna
de tener por pedestal ese continente, –y por esperanza, la pacificación del
mundo.
La paz es la
unidad de la libertad. –En todo tiempo hemos visto imperar con más o menos
fuerza, una idea, un dogma, un principio, y también a un pueblo o a una raza,
representantes de esa idea, extender su poderío moral y material sobre las
demás naciones. Pero todas esas tentativas falaces de unidad, han llenado la
fosa de los siglos con la sangre más pura de la humanidad, tras el ensueño
satánico de la monarquía universal.
Es verdad,
que siempre ha parecido ser necesario un centro para el movimiento humano, así
como un sol para la proyección de los planetas. Así también, una capital parece
ser necesaria para la administración de un Estado, como la cabeza para coronar
la organización del hombre.
Pero ¿qué es
un centro, una capital, una cabeza? Es la manifestación, la representación de
la unidad. Hasta hoy se exige la [289] representación material de la unidad,
confundiendo la idea con un símbolo. Se dice que la centralización es necesaria
bajo pretexto de unidad; que la monarquía es unidad; –que la conquista es el
sometimiento de la tierra a la unidad; –en una palabra, se ha identificado esa
idea, con el despotismo; –y la vitalidad de los pueblos ha sido devorada por
las capitales; –los derechos de la soberanía del hombre han sido usurpados por
la monarquía o por las facultades extraordinarias; –la independencia de las
razas ha sido violada en obsequio a la codicia, vanidad u orgullo de las
naciones fuertes: –y la conciencia, el libre pensamiento, en fin, han sido el
objeto constante de ataque espiritual y material de las teocracias: todo esto
bajo pretexto de unidad.
Si tal es la
unidad, no la queremos. No es ésa la idea que buscamos. Tal era la unidad de la
conquista, destronada por nuestros padres en los campos de la Independencia. La
unidad que buscamos es la identidad del derecho y la asociación del derecho. No
queremos ejecutivosmonarquías, ni centralización despótica, ni conquista, ni
pacificación teocrática. Mas la unidad que buscamos, es la asociación de las
personalidades libres, hombres y pueblos, para conseguir la fraternidad
universal.
Tal es la
idea que nosotros podemos llamar el centro del movimiento Americano, la capital
de la futura Confederación, el Capitolio de la libertad.
¿Hay hoy
alguna nación que represente esa idea? Sé que hay algunas que pretenden
representar la iniciación del mundo. Pero obras pedimos y no palabras,
prácticas y no libros, instituciones, costumbres, enseñanza, y no promesas
desmentidas.
Vemos
imperios que pretenden renovar la vieja idea de la dominación del globo. El
Imperio Ruso y los Estados-Unidos, potencias ambas colocadas en las
extremidades geográficas, así como lo están en las extremidades de la política,
aspiran, el uno por extender la servidumbre Rusa con la máscara del
Paneslavismo, y el otro la dominación del individualismo Yankee. La Rusia está
muy lejos, pero los Estados-Unidos están cerca. La Rusia retira sus garras para
esperar en la acechanza; pero los Estados-Unidos las extienden cada día en esa
partida de caza que han emprendido contra el Sur. Ya vemos caer fragmentos de
América en las mandíbulas sajonas del boa magnetizador, que [290] desenvuelve
sus anillos tortuosos. Ayer Tejas, después el Norte de Méjico y el Pacífico
saluda a un nuevo amo. Hoy las guerrillas avanzadas despiertan el Istmo, y
vemos a Panamá vacilar suspendida, mecer su destino en el abismo y preguntar:
¿seré del Sur, seré del Norte?
He ahí un
peligro. El que no lo vea, renuncie al porvenir. ¿Habrá tan poca conciencia de
nosotros mismos, tan poca fe de los destinos de la raza Latino-Americana, que
esperemos a la voluntad ajena y a un genio diferente para que organice y
disponga de nuestra suerte? ¿Hemos nacido tan desheredados de los dotes de la
personalidad, que renunciemos a nuestra propia iniciativa, y sólo creamos en la
extraña, hostil y aún dominadora iniciación del individualismo? –No lo creo,
pero ha llegado el momento de los hechos. Ha llegado el momento histórico de la
unidad de la América del Sur; se abre la segunda campaña, que a la
Independencia conquistada, agregue la asociación de nuestros pueblos. El
peligro de la Independencia y la desaparición de la iniciativa de nuestra raza,
es un motivo. El otro motivo que invoco no es menos importante.
Hemos
indicado la acefalia del mundo en nuestros días. La historia vegeta, repitiendo
viejos ensayos, renovando momias, desenterrando cadáveres. Sólo vemos una
ciencia política: el despotismo, el sable, el maquiavelismo, la conquista, el
silencio. La ciencia europea nos revela los secretos y las fuerzas de la
creación para mejor dominarla; pero ¡fenómeno extraño! en ninguna faz histórica
la personalidad ha aparecido más pequeña en medio de tanto esplendor
inteligente. Parece que la ciencia cooperase a precipitar en el torrente de la
fatalidad a la noble causa de la libertad del hombre. La materia obedece, el
tiempo y el espacio se conquistan, los goces y el bienestar se extienden, pero
la espontaneidad se olvida, la originalidad desaparece, el espíritu de creación
espanta. Parece que el Viejo-Mundo trabajase en cavar una fosa y elevar un
mausoleo, a la personalidad para presentarse sobre el desarrollo de los siglos
como una especie nueva del reino animal. Las masas, los gobiernos, aparecen hoy
día como acordes, y el sufragio universal de la vieja Europa consagra una
alianza fementida en la abdicación de la soberanía del pueblo.
Pero la
América vive, la América latina, sajona e indígena protesta, y se encarga de
representar la causa del hombre, de [291] renovar la fe del corazón, de
producir en fin, no repeticiones más o menos teatrales de la edad-media, con la
jerarquía servil de la nobleza, sino la acción perpetua del ciudadano, la
creación de la justicia viva en los campos de la República.
A cualquier
punto del horizonte que vuelva la vista el hijo de América, no verá sino a la
América en actitud de desplegar sus alas para salvar el mar rojo de la
historia. Recibamos el aliento que nos impulsa. Comprendamos que el momento
iniciador del Nuevo-Mundo se presenta. Somos independientes por la razón y la
fuerza. De nadie dependemos para ser grandes y felices. A nadie debemos esperar
para emprender la marcha, cuando la conciencia, la naturaleza y el deber dicen
al mundo Americano: Llegó la hora de tus grandes días. Cuando el mundo abdica,
tú no has desesperado de la forma política de la justicia. A pesar de tus
caídas, jamás has renegado la responsabilidad de un pueblo libre. Purificas tu
suelo de los legados de la conquista. Ya no hay esclavos en las Repúblicas del
Sur. Arrancas a pedazos el manto de Loyola. Derribas las barreras que separaban
a los pueblos. La palabra circula en tus valles, visita las orillas de los
grandes ríos, y brilla en los Andes para contemplar el firmamento poblado por
la palabra de Dios. ¡Adelante, mundo de Colón, América de Maipo, Carabobo y de
Ayacucho!
Pero para
arrancar a la conciencia de un continente sus secretos, al porvenir sus
misterios, para crear nuestros destinos, la unión es necesaria; –unidad de
ideas por principio y la asociación como medio.
Permitid que
insista. Tenemos que desarrollar la independencia, que conservar las fronteras
naturales y morales de nuestra patria, tenemos que perpetuar nuestra raza
Americana y Latina, que desarrollar la República, desvanecer las pequeñeces
nacionales para elevar la gran nación Americana, la Confederación del Sur.
Tenemos que preparar el campo con nuestras instituciones y libros a las
generaciones futuras. Debemos preparar esa revelación de la libertad que debe
producir la nación más homogénea, más nueva, más pura, extendida en las pampas,
llanos y sábanas, regadas por el Amazonas, el Plata y sombreadas por los Andes.
Y nada de esto se puede conseguir sin la unión, sin la unidad, sin la
asociación.
Y todo esto,
fronteras, razas, República y nueva creación [292] moral, todo peligra, si
dormimos. Los Estados Des-Unidos de la América del Sur, empieza a divisar el
humo del campamento de los Estados-Unidos. Ya empezamos a sentir los pasos del
coloso que sin temer a nadie, cada año, con su diplomacia, con esa siembra de
aventureros que dispersa; con su influencia y su poder crecientes que magnetiza
a sus vecinos, con las complicaciones que hace nacer en nuestros pueblos; con
tratados precursores, con mediaciones y protectorados; con su industria, su
marina, sus empresas; acechando nuestras faltas y fatigas; aprovechándose de la
división de las Repúblicas; cada año más impetuoso y más audaz, ese coloso
juvenil que cree en su imperio, como Roma también creyó en el suyo, infatuado
ya con la serie de sus felicidades, avanza como marea creciente que suspende
sus aguas para descargarse en catarata sobre el Sur.
Ya resuena
por el mundo ese nombre de los Estados-Unidos, contemporáneo de nosotros y que
tan atrás nos ha dejado. Los hijos de Pen y Washington hicieron época, cuando
reunidos en Congreso proclamaron la más grande y bella de las constituciones
existentes y aún antes de la revolución francesa. Entonces regocijaron a la
humanidad adolorida, que desde su lecho de tormento, saludó a la República del
Atlántico como una profecía de la regeneración de la Europa. El libre
pensamiento, el self government, la franquicia moral y la tierra abierta al
emigrante, han sido las causas de su engrandecimiento y de su gloria. Fueron el
amparo de los que buscaban el fin de la miseria, de los que huían de la
esclavitud feudal y teocrática de Europa; sirvieron de campo a las utopías, a
todos los ensayos: de templo en fin a los que aspiran por regiones libres para
sus almas libres. Ése fue el momento heroico en sus anales. Todo creció:
riqueza, población, poder y libertad. Derribaron las selvas, poblaron los
desiertos, recorrieron todos los mares. Despreciando tradiciones y sistemas, y
creando un espíritu devorador del tiempo y espacio, han llegado a formar una
nación, un genio particular. Volviendo sobre sí mismos y contemplándose tan
grandes, han caído en la tentación de los Titanes, creyéndose ser los árbitros
de la tierra y aun los contemptores del Olimpo. La personalidad infatuada
desciende al individualismo, su exageración al egoísmo; y de aquí, a la
injusticia y a la dureza de corazón no hay más que un paso. Pretenden en sí
[293] mismos concentrar el universo. El Yankee reemplaza al Americano, el
patriotismo romano al de la filosofía, la industria a la caridad, la riqueza a
la moral, y su propia nación a la justicia. No abolieron la esclavitud en sus
estados, no conservaron las razas heroicas de sus indios, ni se han constituido
en campeones de la causa universal, sino del interés Americano, del
individualismo sajón. Se precipitan sobre el Sur, y esa nación que debía haber
sido nuestra estrella, nuestro modelo, nuestra fuerza, se convierte cada día en
una amenaza de la AUTONOMÍA de la América del Sur.
Hé ahí algo
de providencial que nos estimula para que entremos al palenque, y no podemos
hacerlo sino unidos. ¿Cuáles serán nuestras armas, nuestra táctica? Nosotros
que buscamos la unidad, incorporaremos en nuestra educación los elementos
vitales que contiene la civilización del Norte. Procuraremos completar lo más
posible al ser humano, aceptando todo lo bueno, desarrollando las facultades
que forman la belleza o constituyen la fuerza de otros pueblos. Hay manifestaciones
diferentes pero no hostiles de la actividad del hombre. Reunirlas, asociarlas,
darles unidad, es el deber. La ciencia y la industria, el arte y la política,
la filosofía y la naturaleza deben marchar de frente, así como en el pueblo
deben vivir inseparables todos los elementos que constituyen la soberanía: el
trabajo, la asociación, la obediencia y la soberanía indivisible. Por eso no
despreciaremos, sino que nos incorporaremos, todo aquello que resplandece en el
genio y en la vida de la América del Norte. No debemos despreciar bajo pretexto
de individualismo todo lo que forma la fuerza de esa raza. Cuando los romanos
quisieron formar una marina, tomaron por modelo a un buque cartaginés;
cambiaron su espada por la española, se apoderaron de la ciencia, filosofía, y
arte de los griegos sin abdicar su genio, y abrieron un templo a las
divinidades de los pueblos mismos a quienes combatían, como para asimilarse, el
genio de las razas y la fuerza de todas las ideas. Del mismo modo nosotros
debemos apoderarnos del hacha del Yankee para desmontar la tierra; debemos
enfrenar la anarquía con la libertad, único Hércules capaz de domeñar esa
hidra; derribar el despotismo con la libertad, único Bruto capaz de extinguir a
todos los tiranos. Y todo esto lo posee el Norte porque es libre, porque se
gobierna a sí mismo, porque sobre todas las sectas y religiones [294] impera un
principio común que las domina, que es la libertad del pensamiento y el
gobierno del pueblo. No hay entre ellos religión del Estado porque la religión
del Estado es el Estado: la soberanía del pueblo. Tal espíritu, tales elementos
debemos asimilarnos, debemos agregar a lo que nos caracteriza. Es así como las
ideas, esas divinidades sin conciencia que vagan por las selvas y cordilleras
de la América, aparecerán un día en el foro de la República del Sur.
No temamos el
movimiento. Respiremos el aura viril que hace flamear el pabellón de las
estrellas; sintamos hervir en nuestras venas el germen de todas las empresas;
oigamos resonar en nuestras regiones silenciosas el estrépito de las ciudades
que se levantan, las emigraciones atraídas por la libertad; y en las plazas y
bosques, en las escuelas y congreso se repita con la fuerza de la esperanza:
¡adelante!, ¡adelante!
Que más
rápido que el camino de hierro y que el telégrafo eléctrico, el pensamiento de
los hijos del Sur, unísono en sus miras, palpite armónicamente en nuestros
pueblos para dar un centro, una capital, un corazón a ese mundo sobre quien se
ciernen tantas bendiciones.
Es para
cooperar a ese fin que os he convocado.
No nos
creamos tan desnudos de obras morales, de modo que nuestra pequeñez nos
desanime.
Conocemos las
glorias y aun la superioridad del Norte, pero también nosotros tenemos algo que
colocar en la balanza de la justicia.
Podemos
decirle:
Todo os ha
favorecido. Sois los hijos de los primeros hombres de la Europa moderna, de
aquellos héroes de la Reforma que cargando el antiguo testamento atravesaron
las grandes aguas para levantar un altar al Dios de la conciencia. Una raza de
caballeros salvajes os recibió con la hospitalidad primitiva. Una naturaleza
fecunda y tierras vírgenes sin fin, multiplicaban vuestros esfuerzos. Nacíais y
erais bautizado en las florestas primitivas con el entusiasmo de una nueva fe,
iluminados con la prensa, con la libertad de la palabra y recompensados con la
abundancia. Recibíais una educación viril, que era la idea y la práctica de la
soberanía. Lejos de reyes y siendo todos reyes, lejos de las castas raquíticas
de Europa, de sus hábitos de servilidad y de sus costumbres de domesticidad,
crecíais con [295] el vigor de una nueva creación. Erais libres; quisisteis ser
independientes, –y lo fuisteis. Albión retrocedió ante los héroes de Plutarco
que os constituyeron en la federación más grande.
No así
nosotros.
Fueron los
hombres de Felipe II que en la nave del concilio de Trento atravesaron el
océano para hacer con la espada el desierto de razas y naciones. Cuadros de
explotadores fueron los que delinearon las ciudades. Las llamas de la ortodoxia
eclipsaban el resplandor de las cordilleras, y esos hombres cebados en las
carnicerías de Granada y en los bosques de los Países Bajos, convertidos en
patíbulos de herejes, fueron los legisladores, los institutores de la América
del Sur. Cuna de hierro fue nuestra cuna, sangre de naciones fue nuestro
bautismo, himno de terror fue el cántico que saludó nuestros primeros pasos.
Aislados del universo, sin más luz que la que permitía el cementerio del
Escorial, sin más voz humana que la de obediencia ciega, pronunciada por la
milicia del Papa, los frailes y la milicia del Rey, los soldados, tal fue
nuestra educación. En silencio crecíamos, con espanto nos mirábamos.
Extendieron una piedra funeral sobre el continente, y sobre ella pusieron el
peso de diez y ocho siglos de servidumbre y decadencia. Y a pesar de eso, hubo
palabra, hubo luz en las entrañas del dolor, y rompimos la piedra sepulcral, y
hundimos esos siglos en el sepulcro de los siglos que nos habían destinado. Tal
fue el arranque, tal fue la revelación o inspiración de la República.
Con tales
antecedentes, este resultado merece ser colocado en la balanza con la América
del Norte.
En seguida
hemos tenido que organizarlo todo. Hemos tenido que consagrar la soberanía del
pueblo en las entrañas de la educación teocrática. Hemos tenido que luchar
contra el sable infecundo, que infatuado con sus triunfos, creyó encontrar los
títulos de legislador en su tajante acero. Hemos tenido que despertar a las
masas a riesgo de ser sofocados con la fatalidad de su peso, para iniciarlas en
la vida nueva, dándoles la soberanía del sufragio. Hemos hecho desaparecer la
esclavitud de todas las Repúblicas del Sur, nosotros los pobres, y vosotros los
felices y los ricos no le habéis hecho; hemos incorporado e incorporamos a las
razas primitivas, formando en el Perú la casi totalidad de la nación, porque
las creemos nuestra sangre y nuestra carne, y vosotros las extermináis
jesuíticamente. Vive [296] en nuestras regiones algo de esa antigua humanidad y
hospitalidad divinas; en nuestros pechos hay espacio para el amor del género
humano. No hemos perdido la tradición de la espiritualidad del destino del
hombre. Creemos y amamos todo lo que une; preferimos lo social a lo individual,
la belleza a la riqueza, la justicia al poder, el arte al comercio, la poesía a
la industria, la filosofía a los textos, el espíritu puro al cálculo, el deber
al interés. Somos de aquellos que creemos ver en el arte, en el entusiasmo por
lo bello, independientemente de sus resultados, y en la filosofía, los
resplandores del bien soberano. No vemos en la tierra, ni en los goces de la
tierra el fin definitivo del hombre; y el negro, el indio, el desheredado, el
infeliz, el débil, encuentra en nosotros el respeto que se debe al título y a
la dignidad del ser humano.
Hé ahí lo que
los Republicanos de la América del Sur se atreven a colocar en la balanza, al
lado del orgullo, de las riquezas y del poder de la América del Norte.
Pero nuestra
inferioridad es latente. Es necesario desarrollarla. La del Norte es presente y
se desarrolla. Esto quiere decir que el tiempo golpea nuestras fronteras para
llamar las nacionalidades a la acción.
Así como
Catón, el censor, terminaba todos sus discursos con una frase destructora,
«delenda est Cartago», así, al fin de todos los raciocinios, uno es el
pensamiento creador que se presenta: la necesidad de la Unión Americana.
¿Quién ha
brillado más en la historia que la Grecia? Poseedora en alto grado de todos los
elementos y condiciones que pueden presentar al hombre en la plenitud de sus
facultades asociadas en el goce completo de la personalidad, sucumbe por la
división y la división apaga la luz que su heroísmo conquistara. Nosotros
nacemos y, al nacer, en la cuna nos asaltan las serpientes. Tenemos, como Hércules,
que ahogarlas; –y esas serpientes son la anarquía, la división, las pequeñeces
nacionales. El campo nos provoca para realizar los doce trabajos simbólicos del
héroe. Los monstruos espían en la selva de nuestras preocupaciones, la hora y
la prolongación del letargo. Las columnas de Hércules están hoy en Panamá. Y
Panamá simboliza la frontera, la ciudadela, y el destino de ambas Américas.
Unidos, Panamá será el símbolo de nuestra fuerza, el centinela de nuestro
porvenir. Des-Unidos, será el nudo gordiano cortado [297] por el hacha del
Yankee y que le dará la posesión del imperio, el dominio del segundo foco de la
elipsis, que describen la Rusia y los Estados-Unidos en la geografía del globo.
Además del
interés que tenemos en unirnos para desarrollar la República y dar una marcha
normal a las naciones, además de la gloria que nos espera si arrebatamos la
iniciativa en este momento histórico, exhausto de libertad en el Viejo Mundo,
los intereses geográficos, territoriales, la propiedad de nuestras razas, el
teatro de nuestro genio, todo eso nos impulsa a la unión, porque todo está
amenazado en un porvenir y no remoto por la invasión ayer jesuítica, hoy
descarada de los Estados Unidos.
Walker es la
invasión, Walker es la conquista, Walker son los Estados-Unidos. ¿Esperaremos
que el equilibrio de fuerza se incline de tal modo al otro lado, que la
vanguardia de aventureros y piratas de territorios, llegue a asentarse en
Panamá, para pensar en nuestra unión? Panamá es el punto de apoyo que busca el
Arquímedes Yankee para levantar a la América del Sur y suspenderle en los
abismos para devorarla a pedazos. Ni la antigua Colombia bastaría a contener el
desborde sajón, una vez rotos los diques, dueños de la llave de los dos Océanos
y de las costas y desembocaduras de los grandes ríos. Después el Perú, sería el
amenazado, como ya lo es por su Amazonas. Entonces veríamos de qué peso sería
Bolivia, Chile, las Repúblicas del Plata. Entonces veríamos cuál sería nuestro
destino en vez del de la gran unión del Continente. La unión es deber, la
unidad de miras es prosperidad moral y material, la asociación es una
necesidad, aún más diría, nuestra unión, nuestra asociación debe ser hoy el
verdadero patriotismo de los Americanos del Sur.
No se crea
tal idea un imposible. No hace medio siglo, que los hijos del Plata y del
Orinoco, del Guayas y del Magdalena, que los descendientes de Atahualpa y de
Caupolicán se abrazaban en los días de muerte y de victoria, por espacio de 12
años y en las cimas de los Andes. Entonces la patria se llamaba Independencia.
¿Por qué hoy, cuando se trata de conservar las condiciones físicas y morales
del derecho y del porvenir de esa Independencia, no hemos de volver a sentir
esa alma Americana que iluminó nuestro nacimiento con los resplandores de todas
las campañas, desastres y victorias de los [298] años terribles? –Sí. –Hoy la
patria se llamará CONFEDERACIÓN, para la segunda campaña, para abrir la era de
una nueva manifestación de gloria.
Otra
consideración más elevada y más profunda tengo también que presentaros.
¿Qué es lo
que se pierde en Europa? La personalidad. ¿Por qué causa? Por la división. Se
puede decir, sin temor de asentar una paradoja, que el hombre de Europa, se convierte
en instrumento, en función, en máquina, o en elemento fragmentario de una
máquina. Se ven cerebros y no almas; –se ven inteligencias y no ciudadanos; –se
ven brazos y no humanidad; reyes, emperadores, y no pueblos; se ven masas y no
soberanía; se ven súbditos y lacayos por un lado, y no soberanos. El principio
de la división del trabajo, exagerado, y trasportado de la economía política a
la sociabilidad, ha dividido la indivisible personalidad del hombre, ha
aumentado el poder y las riquezas materiales, y disminuido el poder y las
riquezas de la moralidad; y es así como vemos los destrozos del hombre flotando
en la anarquía y fácilmente avasallados por la unión del despotismo y de los
déspotas.
Huyamos de
semejante peligro. Salvar la personalidad en la armonía de todas sus
facultades, funciones y derechos, es otra empresa sublime digna de los que han
salvado la República a despecho de la vieja Europa. Todo pues nos habla de
unidad, de asociación y de armonía: la filosofía, la libertad, el interés individual,
nacional y continental. Basta de aislamiento. Huyamos de la soledad egoísta que
facilita el camino a la misantropía, a los pensamientos pequeños, al despotismo
que vigila y a la invasión que amenaza.
Uno es
nuestro origen y vivimos separados. Uno mismo nuestro bello idioma y no nos
hablamos. Tenemos un mismo principio y buscamos aislados el mismo fin. Sentimos
el mismo mal y no unimos nuestras fuerzas para conjurarlo. Columbramos idéntica
esperanza y nos volvemos las espaldas para alcanzarla, tenemos el mismo deber y
no nos asociamos para cumplirlo. La humanidad invoca en sus dolores por la era
nueva, profetizada y preparada por sus sabios y sus héroes; –por la juventud
del mundo regenerado, por la unidad del dogma y de la política, por la paz de las
naciones y la pacificación del alma, ¿y nosotros, que parecíamos consagrados
para iniciar la profecía, nosotros [299] olvidamos esos sollozos, ese suspiro
colosal del planeta, que invoca por ver a la América revestida de justicia y
derramando la abundancia del alma y de sus regiones, sobre todos los
hambrientos de justicia?
No,
americanos, no hermanos, que vivimos esparcidos en esa cuna grandiosa mecida
por los dos Océanos.
La asociación
es la ley, es la forma necesaria de la personalidad en sus relaciones. En paz o
en guerra, para acrecentar nuestro ser, para perfeccionarnos, la asociación es
necesaria. Aislarse es disminuirse. Crecer es asociarse. Nada tenemos que temer
de la unión y sí mucho que esperar. ¿Cuáles son las dificultades? Creo que tan sólo
el trabajo de propagar la idea. ¿Qué nación o qué gobierno Americano se
opondrían? ¿Qué razón podrían alegar? ¿La independencia de las nacionalidades?
Al contrario, la confederación lo consolida y desarrolla, porque desde el
momento que existiese la representación legal de la América, cuando viésemos
esa capital moral, centro, concentración y foco de la luz de todos nuestros
pueblos, la idea del bien general, del bien común, apareciendo con autoridad
sobre ellos, las reformas se facilitarían, la emulación del bien impulsaría, y
la conciencia de la fuerza total, de la gran confederación, fortificaría la
personalidad en todos los ámbitos de América. –No veo sino pequeñez en el
aislamiento; –no veo sino bien en la asociación. La idea es grande, el momento oportuno,
¿por qué no elevaríamos nuestras almas a esa altura?
Sabemos que
la Rusia es la barbarie absolutista, pero los Estados-Unidos olvidando la
tradición de Washington y Jefferson son la barbarie demagógica. Hoy se presenta
a nuestra vista el más vasto palenque de dos razas, de dos ideas en el campo
más vasto del mundo para disputarse la soberanía territorial y el imperio del
porvenir. El Norte sajón condensa sus esfuerzos, unifica sus tentativas,
harmoniza los elementos heterogéneos de su nacionalidad para alcanzar la
posesión de su Olimpo, que es el dominio absoluto de la América. Ha creado su
diplomacia, ahoga la responsabilidad de sus actos con las palpitaciones
egoístas de una fiebre invasora; y de su prensa, de sus meetings sale la voz
profética de una cruzada filibustera que promete a sus aventureros las regiones
del sur y la muerte de la iniciativa Sur-Americanas. ¿Y nosotros que tenemos
que dar cuenta a la Providencia de las razas indígenas, nosotros que tenemos
que [300] presentar el espectáculo de la República identificada con la fuerza y
la justicia, nosotros que creemos poseer el alma primitiva y universal de la
humanidad, una conciencia para todos los resplandores del ideal, nosotros en
fin, llamados a ser la iniciativa del mundo por un lado y por otro la barrera a
la demagogia y al absolutismo y la personificación del porvenir más bello,
abdicaremos, cruzaremos los brazos, no nos uniremos para conseguirlo? –¿Quién
de nosotros, conciudadanos, no columbra los elementos de la más grande de las epopeyas
en ese estremecimiento profético que conmueve al Nuevo-Mundo?
Debemos,
pues, presentar el espectáculo de nuestra unión Republicana. Todo clama por la
unidad. La América pide una autoridad moral que la unifique. La verdad exige
que demos la educación de la libertad a nuestros pueblos; un gobierno, un
dogma, una palabra, un interés, un vínculo solidario que nos una, una pasión
universal que domine a los elementos egoístas, al nacionalismo estrecho y que
fortifique los puntos de contacto. Los bárbaros y los pobres esperan ese
Mesías; los desiertos, nuestras montañas, nuestros ríos claman por el futuro
explotador; y la ciencia, y aún el mundo prestan oído para ver si viene una
gran palabra de la América: Y esa palabra será, la asociación de las Repúblicas.
¿Cómo iniciar
esta idea?
Es para eso
que os he convocado, creyendo de antemano que aceptaréis este proyecto, para
que cada uno de vosotros, según sus esfuerzos, coopere a su propaganda, en sus
patrias respectivas.
He aquí lo
que propongo:
Proponer y
pedir la formación de un Congreso Americano.
La primera
nación que proclame esa idea, puede ofrecer su hospitalidad a la primera
reunión, y oficiar a las demás Repúblicas para que envíen sus representantes.
Cada
República enviará igual número de representantes. Puede fijarse el mínimum a
cinco.
Reunido el
Congreso con autoridad legal para entender en todo lo relativo a lo que sea
común, ese Congreso puede determinar la capital Americana. Sus determinaciones no
tendrán fuerza de ley sin la aprobación particular de los Estados.
Siendo el
Congreso la autoridad moral, la norma de las reformas y del espíritu que debe
imperar en la Confederación, [301] debe aceptar como base de sus trabajos, el
reconocimiento de la soberanía del pueblo, y la separación absoluta de la
Iglesia y del Estado.
Siendo el
Congreso el símbolo de la unión y de la iniciación, se ocupará especialmente de
los puntos siguientes, que procurará convertir en leyes particulares de cada
Estado:
1º La
ciudadanía universal. Todo Republicano puede ser considerado como ciudadano en
cualquier República que habite.
2º Presentar
un proyecto de código internacional.
3º Un pacto
de alianza federal y comercial.
4º La
abolición de las aduanas inter-Americanas.
5º Idéntico
sistema de pesos y medidas.
6º La
creación de un tribunal internacional, o constituirse el mismo Congreso en
tribunal, de modo que no pueda haber guerra entre nosotros, sin haber antes
sometido la cuestión al Congreso y esperado su fallo, a menos en el caso de
ataque violento.
7º Un sistema
de colonización.
8º Un sistema
de educación universal y de civilización para los bárbaros.
9º La
formación de libro americano.
10º La
delimitación de territorios discutidos.
11º La
creación de una Universidad Americana, en donde se reunirá todo lo relativo a
la historia del Continente, al conocimiento de sus razas, lenguas americanas,
&c.
12º Presentar
el plan político de las reformas, en el cual se comprenderán el sistema de
contribuciones, la descentralización, y las formas de la libertad que
restituyan a la universalidad de los ciudadanos las funciones que usurpan o han
usurpado las constituciones oligárquicas de la América del Sur.
13º Que ese
Congreso sea declarado el representante de la América en caso de conflicto con
las naciones extrañas.
14º El
Congreso fijará el lugar de su reunión y el tiempo, organizará su presupuesto,
creará un diario americano. Es así como creemos que de iniciador se convierta
un día en verdadero legislador de la América del Sur.
15º Una vez
fijadas las atribuciones unificadoras del Congreso Americano y ratificadas por
la unanimidad de las Repúblicas, el Congreso podrá disponer de las fuerzas de
los Estados-Unidos [302] del Sur, sea para la guerra, sea para las grandes
empresas que exige el porvenir de la América.
16º Los
gastos que exija la Confederación, serán determinados por el Congreso y
repartidos en las Repúblicas a prorrata de sus presupuestos.
17º Además de
las elecciones federales para representantes del Congreso, puede haber
elecciones unitarias de todas las Repúblicas, sea para nombrar un representante
de la América, un generalísimo de sus fuerzas, o bien sea para votar las
proposiciones universales del Congreso.
18º En toda
votación general sobre asuntos de la Confederación, la mayoría será la suma de
los votos individuales y no la suma de los votos nacionales. Esta medida unirá
más los espíritus.
Epílogo.
Así como
Colón se apoderó de todas las tradiciones, leyendas y poesías de la antigüedad
que indicaban un mundo perdido u olvidado para fecundizar su inspiración y sus
cálculos científicos; respirando, se puede decir, en la atmósfera de la tierra
completada por su genio, y abrazando a la geografía, a las razas, a las ideas,
con las llamas de un cosmopolitismo religioso,{1} para salvar el misterio del
Océano indefinido; así nosotros, poseedores de toda latitud y todo clima,
herederos de la tradición purificada, incorporando en nuestra vida las armonías
de las razas, y vivificando con la razón y con el alma la solidaridad del
género humano en la libertad civil, política y religiosa, tomaremos el vuelo
para salvar ese océano de sangre y de tinieblas que se llama historia, fundar
la nueva era del mundo y descubrir el paraíso de la pacificación y libertad.
Que más alto
que los Andes, el fanal del Nuevo Mundo se levante; –que llegue su luz matinal
a los espíritus que gimen en [303] Europa, y que esa luz sea la antorcha de la
hospitalidad y de la ciudadanía. Que caigan las barreras del espíritu y del
cuerpo, la intolerancia y las aduanas.
Todo
pensamiento de la América debe corresponder al desarrollo democrático del deber
y del derecho. Que el hombre y los pueblos en nuestras regiones, despierten
amamantados por las lecciones de la juventud inmortal de la naturaleza, sin
conocer más tradiciones y recuerdos que el ruido que hace el Viejo-Mundo
despeñándose en sus antiguos precipicios. Sepamos contemplar a la humanidad
doliente, que cual otro Prometeo protesta encadenado en Asia, África y Europa,
dormitando bajo el peso de la naturaleza sin la libertad, o bajo la ciencia de
la fuerza y del engaño, y que espera quizás la revelación de la justicia por la
boca de todo un Continente, para proclamarse emancipada. Que más libre que el
Cóndor, despliegue la razón sus alas, y de volcán en volcán, de playa en playa,
recorriendo con su organización predestinada a todo clima, sacuda la
somnolencia, impulse a los que vigilan y derrame los efluvios de su luz en la
conciencia de todo hombre.
Nuestros
padres tuvieron un alma y una palabra para crear naciones; tengamos esa alma
para formar la nación Americana, la confederación de las Repúblicas del Sur,
que puede llegar a ser el acontecimiento del siglo y quizás el hecho precursor
inmediato de la era definitiva de la humanidad. Álcese una voz cuyos acentos
convoquen a los hombres de los cuatro vientos, para que vengan a revestir la
ciudadanía Americana. Que del foro grandioso del Continente unido, salga una
voz: ¡adelante! –¡adelante en la tierra poblada, surcada, elaborada: adelante
con el corazón ensanchado para servir de albergue a los proscritos y
emigrantes: adelante con la inteligencia para arrancar los tesoros del oro
inagotable, depositados por Dios en las entrañas de los pueblos libres;
adelante con la voluntad para que se vea en fin la religión del heroísmo,
vencedora de la fatalidad, vencedora de los hechos y vencedora de las victorias
de los malvados!
¿Qué
queremos? Libertad y unión. Libertad sin unión es anarquía. Unión sin libertad
es despotismo. La libertad y la unión será la Confederación de las Repúblicas.
Somos
pequeños si contamos nuestros años, pero grandes si comprendemos lo que se ha
hecho; somos pequeños si contamos [304] el número de nuestros habitantes, pero
no lo somos si calculamos esa población y su espíritu, tan despojado de
tradiciones y de errores, somos pobres en capitales adquiridos y los más ricos
si la asociación y el trabajo despertaran; somos pequeños bajo el cielo o ante
la faz del Omnipotente, pero sublimes si verdaderos intérpretes del Ser, nos
ponemos en camino, cargando el testamento de la perfección del género humano.
Llegando a
este grado en la conciencia del destino, nuestra causa llega a ser una
religión, Americanos, porque sería la iniciativa de una creación moral, la
formación de un vínculo divino, para acrecentar el bien en todos y el mejor de
todos los bienes, la libertad y la solidaridad del hombre.
Tal es el
fin. Espero que todos nosotros, poseídos de la verdad, de la necesidad, de la
utilidad del fin propuesto, cooperemos según nuestras fuerzas a su realización.
——
{1} Véase: Révolutions d'Italie, por E. Quinet. –Christophe Colom.
–París, Bruxelles.
Fuente: http://www.bicentenarios.es/doc/8560622.htm