LA INVASIÓN YANQUI A NICARAGUA
Y EL SURGIMIENTO DE SANDINO
Por Sergio Daniel Aronas - 06 de enero de 2017
El 6 de enero se cumplieron
noventa años de la invasión militar de los Estados Unidos contra Nicaragua,
hecho que dio inicio a la resistencia, heroísmo y la leyenda de aquel enorme
patriota que fue el general Augusto César Sandino quien se alzó con la armas
para enfrentar a la agresión imperialista con su indómito e indomable “pequeño
ejército loco”. Quien mejor reflejó las hazañas de esta gesta magnífica fue su
principal biógrafo Gregorio Selser del cual extraigo algunos párrafos del
capítulo final de su excelente libro, “Sandino, General de Hombres Libres”,
Ediciones Iguazú, Buenos Aires, 4ª Edición, 1966, donde traza una semblanza de
la trayectoria del héroe nicaragüense, el lugar que ocupó y el papel que
desempeñó en la historia de su país y en Nuestra América toda, su proyección en
el tiempo y las condiciones que tuvo lugar su lucha contra los invasores para
la defensa de la soberanía de su patria. Ese pequeño ejército loco de Augusto
César Sandino fue el primero en infligirle duras derrotas a los ejércitos
imperialistas en América Latina que los obligaron a abandonar Nicaragua en 1933
bajo el empuje de la poderosa resistencia popular basado en métodos
guerrilleros y dotados de armamento vetusto. Como consecuencia de esta
retirada, el amigo Roosevelt proclamó en diciembre de 1934 la política del
“Buen Vecino” con fin el de “mejorar” sus vínculos con América Latina cuyas
intervenciones militares habían provocado la más execrables y horribles
matanzas.
Así escribió Gregorio Selser la
gesta heroica de Sandino con su ejército de campesinos:
“Sandino no fue solo la rebeldía
individual, desesperada y romántica de un hombre. Sandino está en cada
campesino que al secar sus sudores, piensa con rabia que la tierra no es suya;
Sandino está en cada indio que carga sobre sus hombros la larga costumbre de la
explotación blanca; está en cada mulato que sufre y se resiente del menosprecio
racial; en cada negro que constata que su piel y no su corazón está en la
balanza. Sandino está en cada obrero que en su sindicato o en el cubil donde le
recluye su verdugo, obra la tarea social de su reivindicación; está en fin
estudiante que redacta o distribuye el panfleto, siempre los mismos estudiantes
y panfletos, aunque los siglos sean distintos” (págs. 339/340). (…)
“Los años que son los mejores
jueces, van cubriendo lentamente, pero sin cesar, la memoria de aquellos que
agraviaron, en Sandino, a Iberoamérica. Por contraste, la epopeya de ayer de
Sandino es hoy leyenda como mañana será mito. Por toda Nuestra América están
vigentes los signos de la supervivencia de su mensaje. En tanto perdure,
Nuestra América no será la fácil presa de los filibusteros o mercaderes” (pág.
340). (…)
“Nuestros pueblos vieron surgir
del más absoluto anonimato a un hombre que había sido campesino, obrero manual,
empleado y minero, cuya única aspiración era seguir trabajando en cualesquiera
de esas tareas una vez cumplido el propósito que hizo resaltar su nombre;
sentían suyo ese oscuro anhelo de libertad; se sentían traducidos en la
aventura quijotesca contra un enemigo que, superior en hombres y en armas, era
vergonzosamente derrotado por un puñado de valientes que a las ametralladoras
oponían latas de sardinas en granadas de mano, a los aviones los anticuados
fusiles de la guerra de Cuba, al poderío abrumador la táctica de guerrillas y
al espíritu mercenario del invasor (cuyos soldados eran enrolados a sueldo) el
insobornable espíritu de los que sin paga alguna llegaron desde todos los
ámbitos de la tierra a engrosar las filas del General de Hombres Libres”
(págs. 340/341). (…)
“Nuestra América vio en Sandino
cobradas viejas deudas, la de los conquistadores antiguos y las de los
modernos. Sintió que su lengua, su raza y su destino injusto tomaban desquite
de aquellos que les habían convertido en esclavos de su propia tierra. Nuestra
América vio nuevamente abrirse las puertas de un camino que, de ser totalmente
recorrido, concluirá por reivindicarla, por enaltecerla, por liberarla. Nuestra
América tenía fe en Sandino. Sabía que no era el suyo el aislado gesto de un
romántico tardío, sino el grito que en todos los pueblos llamara a la rebelión
convocándolos para la batalla común”
“Por eso Sandino resultó
triunfador. No sólo porque los invasores tuvieron finalmente que retirarse,
sino por que indicó cómo nuestros pueblos disponen dentro de sí mismos los
elementos de su liberación y se mostró a sí mismo como ejemplo de esa
posibilidad, legándonos su divisa y su tarea” (pág. 341). (…)
“Pocas veces se ha dado en la
historia en caso análogo de desinterés material ligado a una fama guerrera; de
una modestia que al referirse al destino de su patria se convirtiera en tanto
orgullo; de una ingenuidad política que no le impidiera descubrir quien era el
responsable de la ejecución de su pueblo; de una timidez que no obstara al
coraje; de un sentimiento humano, fraternal, que no fuera obstáculo para que su
fusil abatiera al enemigo; de una altivez que antes que de grandezas personales
se jactara de la posesión de un oficio manual. Hombres como Sandino reconcilian
a los esclavos con la esperanza, a los oprimidos con el destino. Hombres así
señalan los derroteros, inclinan en su favor las batallas más arduas y
acorazadas físicamente hasta el más endeble. El Héroe tiene su significado más
cabal cuando está referido a hombres como Sandino”.
“Con su muerte, su batalla
particular se hizo patrimonio de toda América. No esperemos encontrarle en los
libros donde los relatos oficiales enarbolan la hojarasca patriotera para
ocultar la realidad siniestra de la traición, la venta y la sumisión. Ni en
aquella que inscribe los nombres en las calles, plazas y ciudades del
Continente, pero que se guarda de revelar las páginas inéditas de sus figurones
consagrados; como omite también referirse a las cárceles, a las torturas, a los
pelotones de fusilamiento, a las bases extranjeras en suelo nacional, a las
intervenciones militares, a la lucha de mercados, a la división imperialista de
los territorios, o a la criminal desunión en que se debaten nuestros pueblos,
desunión fomentada, acuciada y mantenida por conservarnos en la debilidad y en
la inercia”.
“Que es la historia americana de
la infamia (Págs. 342/343) (…)
“Sandino se lanzó contra ella
nada más que con sus puños y su rabia de sentirse esclavo. Triunfó si, en el
limitado plan que se había propuesto, pero no liquidó la esclavitud de sus
hermanos. A lo sumo, los esclavizadotes cambiaron de táctica y la opresión
secular prosiguió, constante, oprobiosa, insultante. Y además, Sandino pagó con
la vida su rebeldía. Esa su vida magnífica que llenó siete años de gloria de un
Continente encarnecido, que no le volvió la espalda, reconoció en él al hijo
dilecto que le reivindicaba, justificaba y orientaba hacia un futuro libre de
opresión y amargura.
“Y porque ningún esfuerzo se
pierde y ningún gesto es estéril; porque detrás de cada afirmación está la
voluntad de resistir, porque en cada rebelión está presente el instinto de
justicia, porque en tiempos de opresión la facultad de rebelarse es la única
libertad que no se pierde, Sandino no ha pasado en vano por su Nicaragua ni
muerto inútilmente por su Iberoamérica” (pág. 343).
Mi reflexión final después de
leer esta historia es que hombres como Sandino no debieron morir nunca.