GRAMSCI: VIGENCIA DE UN GENIO
EXTRAORDINARIO
Por Sergio D. Aronas – 22 de
enero de 2017
Un 22 de enero de 1891
nacía Antonio Gramsci, que se iba a convertir en uno de los más grandes
políticos y más influyentes pensadores marxistas de la historia del siglo XX
pese a su corta vida. Fue un hombre insobornable e incorruptible que junto a
Ernesto Che Guevara y Ho Chi Minh son -a mi humilde parecer- los más fieles
representantes de la ética revolucionaria que hasta sus más acérrimos enemigos lo respetan y tratan
de utilizar su lenguaje expresivo.
.
La siguiente nota fue
escrita por Sacristán como entrada “Gramsci” para el Diccionario de filosofía de
Dagobert D. Runes cuya traducción él mismo coordinó:
“Antonio Gramsci
(1891-1937). Político y filósofo italiano, fundador del PCI. Estudió
lingüística y Filología (sobre todo Glotología) en la Universidad de Turín, sin
llegar a terminar la carrera por su dedicación a la política... Encarcelado en
1926, muere el 27 de abril de 1937, a los seis días de haber cumplido la
condena que el fiscal había motivado con la frase “Durante veinte años tenemos
que impedir que funcione este cerebro”. La obra de Gramsci consta de artículos
periodísticos anteriores a su encarcelamiento y de una treintena de cuadernos
de notas escritos en la cárcel (“Quaderni del carcere”). Las cartas escritas
por Gramsci desde la cárcel fueron consideradas por Benedetto Croce como una
nueva pieza de la literatura italiana”.
En su homenaje van
tres artículos suyos dedicados a la Gran Revolución Socialista de Octubre de
2017 que cumple este un Centenario de gloriosa memoria revolucionaria.
A.
Gramsci
NOTAS SOBRE LA REVOLUCIÓN RUSA
Primera Edición: En el "Il Grido del
Popolo" el 29 de abril de 1917.
Digitalización: Aritz, setiembre de 2000.
Edición Digital: Marxists Internet Archive, 2000.
¿Por qué la Revolución rusa es una revolución
proletaria?
Al leer los periódicos, al leer el conjunto de
noticias que la censura ha permitido publicar, no se entiende fácilmente.
Sabemos que la revolución ha sido hecha por proletarios (obreros y soldados),
sabemos que existe un comité de delegados obreros que controla la actuación de
los organismos administrativos que ha sido necesario mantener para los asuntos
corrientes. Pero ¿basta que una revolución haya sido hecha por proletarios para
que se trate de una revolución proletaria? La guerra la hacen también los
proletarios, lo que, sin embargo, no la convierte en un hecho proletario. Para
que sea así es necesario que intervengan otros factores, factores de carácter
espiritual. Es necesario que el hecho revolucionario demuestre ser, además de
fenómeno de poder, fenómeno de costumbres, hecho moral. Los periódicos
burgueses han insistido sobre el fenómeno de poder; nos han dicho que el poder
de la autocracia ha sido sustituido por otro poder, aún no bien definido y que
ellos esperan sea el poder burgués. E inmediatamente han establecido el
paralelo: Revolución rusa, Revolución francesa, encontrando que los hecho se
parecen. Pero lo que se parece es sólo la superficie de los hechos, así como un
acto de violencia se asemeja a otro del mismo tipo y una destrucción es
semejante a otra.
No obstante, nosotros estamos convencidos de
que la Revolución rusa es, además de un hecho, un acto proletario y que debe
desembocar naturalmente en el régimen socialista. Las noticias realmente
concretas, sustanciales, son escasas para permitir una demostración exhaustiva.
Pero existen ciertos elementos que nos permiten llegar a esa conclusión.
La Revolución rusa ha ignorado el jacobinismo.
La revolución ha tenido que derribar a la autocracia; no ha tenido que
conquistar la mayoría con la violencia. El jacobinismo es fenómeno puramente
burgués; caracteriza a la revolución burguesa de Francia. La burguesía, cuando
hizo la revolución, no tenía un programa universal; servía intereses
particulares, los de su clase, y los servía con la mentalidad cerrada y
mezquina de cuantos siguen fines particulares. El hecho violento de las
revoluciones burguesas es doblemente violento: destruye el viejo orden, impone
el nuevo orden. La burguesía impone su fuerza y sus ideas no sólo a la casta
anteriormente dominante, sino también al pueblo al que se dispone a dominar. Es
un régimen autoritario que sustituye a otro régimen autoritario.
La Revolución rusa ha destruido al
autoritarismo y lo ha sustituido por el sufragio universal, extendiéndolo
también a las mujeres. Ha sustituido el autoritarismo por la libertad; la
Constitución por la voz libre de la conciencia universal. ¿Por qué los
revolucionarios rusos no son jacobinos, es decir, por qué no han sustituido la
dictadura de uno solo por la dictadura de una minoria audaz y decidida a todo
con tal de hacer triunfar su programa? Porque persiguen un ideal que no puede
ser el de unos pocos, porque están seguros de que cuando interroguen al
proletariado, la respuesta es indudable, está en la conciencia de todos y se
transformará en decisión irrevocable apenas pueda expresarse en un ambiente de
libertad espiritual absoluta, sin que el sufragio se vea adulterado por la
intervención de la policia, la amenaza de la horca o el exilio. El proletariado
industrial está preparado para el cambio incluso culturalmente; el proletariado
agrícola, que conoce las formas tradicionales del comunismo comunal, está
igualmente preparado para el paso a una nueva forma de sociedad. Los
revolucionarios socialistas no pueden ser jacobinos; en Rusia tienen en la
actualidad la única tarea de controlar que los organismos burgueses (la Duma,
los Zemtsvo) no hagan jacobinismo para deformar la respuesta del sufragio
universal y servirse del hecho violento para sus intereses.
Los periódicos burgueses no han dado ninguna
importancia a este otro hecho: los revolucionarios rusos han abierto las
cárceles no sólo a los presos políticos, sino también a los condenados por
delitos comunes. En una de las cárceles, los reclusos comunes, ante el anuncio
de que eran libres, contestaron que no se sentían con derecho a aceptar la
libertad porque debían expiar sus culpas. En Odesa, se reunieron en el patio de
la cárcel y voluntariamente juraron que se volverían honestos y vivirían de su
trabajo. Esta noticia es más importante para los fines de la revolución que la
de la expulsión del Zar y los grandes duques. El Zar habría sido expulsado
incluso por los burgueses, mientras que para éstos los presos comunes habían
sido siempre adversarios de su orden, los pérfidos enemigos de su riqueza, de
su tranquilidad. Su liberación tiene para nosotros este significado: la
revolución ha creado en Rusia una nueva forma de ser. No sólo ha sustituido
poder por poder; ha sustituido hábitos por hábitos, ha creado una nueva
atmósfera moral, ha instaurado la libertad del espíritu además de la corporal.
Los revolucionarios no han temido poner en la calle a hombres marcados por la
justicia burguesa con el sello infame de lo juzgado a priori, catalogados por
la ciencia burguesa en diversos tipos de la criminalidad y la delincuencia.
Sólo en una apasionada atmósfera social, cuando las costumbres y la mentalidad
predominante han cambiado, puede suceder algo semejante. La libertad hace
libres a los hombres, ensancha el horizonte moral, hace del peor malhechor bajo
el régimen autoritario un mártir del deber, un héroe de la honestidad. Dicen en
un periódico que en cierta prisión estos malhechores han rechazado la libertad
y se han constituido en sus guardianes. ¿Por qué no sucedió esto antes? ¿Por
qué las cárceles estaban rodeadas de murallas y las ventanas enrejadas? Quienes
fueron a ponerles en libertad debían ser muy distintos de los jueces, de los
tribunales y de los guardianes de las cárceles, y los malhechores debieron
escuchar palabras muy distintas a las habituales cuando en sus conciencias se
produjo tal transformación que se sintieron tan libres como para preferir la
segregación a la libertad, como para imponerse voluntariamente una expiación.
Debieron sentir que el mundo había cambiado, que también ellos, la escoria de
la sociedad, se había transformado en algo, que también ellos, los segregados,
tenían voluntad de opción.
Este es el fenómeno más grandioso que la
iniciativa del hombre haya producido. El delincuente se ha transformado, en la
revolución rusa, en el hombre que Emmanuel Kant, el teórico de la moral
absoluta, había anunciado, el hombre que dice: la inmensidad del cielo fuera de
mí, el imperativo de mi conciencia dentro de mí. Es la liberación de los
espíritus, es la instauración de una nueva conciencia moral lo que nos es
revelado por estas pequeñas noticias. Es el advenimiento de un orden nuevo, que
coincide con cuanto nuestros maestros nos habían enseñado. Una vez más la luz
viene del Oriente e irradia al viejo mundo Occidental, el cual, asombrado, no
sabe más que oponerle las banales y tontas bromas de sus plumíferos.
|
A.
Gramsci
La
poda de la historia
Escrito: 1919
Primera Edición: Aparecido en L´Ordine Nuovo, 7 de
enero de 1919
Digitalización: Aritz
Esta Edición: Marxists Internet Archive, año 2001
¿Qué reclama aún la historia al proletariado
ruso para legitimar y hacer permanentes sus victorias? ¿Qué otra poda
sangrienta, qué más sacrificios pretende esta soberana absoluta del destino de
los hombres?
Las dificultades y las objeciones que la
revolución proletaria debe superar se han revelado inmensamente superiores a
las de cualquier otra revolución del pasado. Estas tendían tan sólo a corregir
las formas de la propiedad privada y nacional de los medios de producción y de
cambio; afectaban a una parte limitada de los elementos humanos. La revolución
proletaria es la máxima revolución; porque quiere abolir la propiedad privada y
nacional, y abolir las clases, afecta a todos los hombres y no sólo a una parte
de ellos. Obliga a todos los hombres a moverse, a intervenir en la lucha, a
tomar partido explícitamente. Transforma fundamentalmente la sociedad; de
organismo unicelular (de individuos-ciudadanos) la transforma en organismo
pluricelular; pone como base de la sociedad núcleos ya orgánicos de la sociedad
misma. Obliga a toda la sociedad a identificarse con el Estado; quiere que
todos los hombres sean conocimiento espiritual e histórico. Por eso la
revolución proletaria es social; por eso debe superar dificultades y objeciones
inauditas; por eso la historia reclama para su buen logro podas monstruosas
como las que el pueblo ruso se ve obligado a resistir.
La revolución rusa ha triunfado hasta ahora de
todas las objeciones de la historia. Ha revelado al pueblo ruso una
aristocracia de estadistas como ninguna otra nación posee; se trata de un par
de millares de hombres que han dedicado toda su vida al estudio (experimental)
de las ciencias políticas y económicas, que durante decenas de años de exilio
han analizado y profundizado todos los problemas de la revolución, que en la
lucha, en el duelo sin par contra la potencia del zarismo, se han forjado un
carácter de acero, que, viviendo en contacto con todas las formas de la
civilización capitalista de Europa, Asia y América, sumergiéndose en las
corrientes mundiales de los cambios y de la historia, han adquirido una conciencia
de responsabilidad exacta y precisa, fría y cortante como las espadas de los
conquistadores de imperios.
Los comunistas rusos son un núcleo dirigente
de primer orden. Lenin se ha revelado, testimonian cuantos le han conocido,
como el más grande estadista de la Europa contemporánea; el hombre cuyo
prestigio se impone naturalmente, capaz de inflamar y disciplinar a los
pueblos; el hombre que logra dominar en su vasto cerebro todas la energías
sociales del mundo que pueden ser desencadenadas en beneficio de la revolución;
el hombre que tiene en ascuas y derrota a los más refinados y astutos
estadistas de la rutina burguesa.
Pero una cosa es la doctrina comunista, el
partido político que la propugna, la clase obrera que la encarna
conscientemente y otra el inmenso pueblo ruso, destrozado, desorganizado,
arrojado a un sombrío abismo de miseria, de barbarie, de anarquía, de
aniquilación en una prolongada y desastrosa guerra. La grandeza política, la
histórica obra maestra de los bolcheviques consiste precisamente en haber
puesto en pie al gigante caído, en haber dado de nuevo (o por la primera vez)
una forma concreta y dinámica a esta desintegración, a este caos; en haber
sabido fundir la doctrina comunista con la conciencia colectiva del pueblo
ruso, en haber construido los sólidos cimientos sobre los que la sociedad
comunista ha iniciado su proceso de desarrollo histórico; en una palabra: en
haber traducido históricamente en la realidad experimental la fórmula marxista
de la dictadura del proletariado. La revolución es eso, y no un globo hinchado
de retórica demagógica, cuando se encarna en un tipo de Estado, cuando se
transforma en un sistema organizado del poder. No existe sociedad más que en un
Estado, que es la fuente y el fin de todo derecho y de todo deber, que es
garantía de permanencia y éxito de toda actividad social. La revolución es
proletaria cuando de ella nace, en ella se encarna un Estado típicamente
proletario, custodio del derecho proletario, que cumple sus funciones
esenciales como emanación de la vida y del poder proletario.
Los bolcheviques han dado forma estatal a las
experiencias históricas y sociales del proletariado ruso, que son las
experiencias de la clase obrera y campesina internacional; han sistematizado en
un organismo complejo y ágilmente articulado su vida íntima, su tradición y su
más profunda y apreciada historia espiritual y social. Han roto con el pasado,
pero han continuado el pasado; han despedazado una tradición, pero han
desarrollado y enriquecido una tradición; han roto con el pasado de la historia
dominado por las clases poseedoras, han continuado, desarrollado, enriquecido
la tradición vital de la clase proletaria, obrera y campesina. En eso han sido
revolucionarios y por eso han instaurado el nuevo orden y la nueva disciplina.
La ruptura es irrevocable porque afecta a lo esencial de la historia, sin más
posibilidad de vuelta atrás que el desplomamiento sobre la sociedad rusa de un
inmenso desastre. Y era esta iniciación de un formidable duelo con todas las
necesidades de la historia, desde las más elementales a las más complejas, lo
que había que incorporar al nuevo Estado proletario, dominar, frenar, en las
funciones del nuevo Estado proletario.
Se precisaba conquistar para el nuevo Estado a
la mayoría leal del pueblo ruso; mostrar al pueblo ruso que el nuevo Estado era
su Estado, su vida, su espíritu, su tradición, su más precioso patrimonio. El
Estado de los Soviets tenía un núcleo dirigente, el Partido comunista
bolchevique; tenía el apoyo de una minoría social, representante de la
conciencia de clase, de los intereses vitales y permanentes de toda la clase,
los obreros de la industria. Se ha transformado en el Estado de todo el pueblo
ruso, merced a la tenaz perseverancia del Partido comunista, a la fe y la
entusiasta lealtad de los obreros, a la asidua e incesante labor de propaganda,
de esclarecimiento, de educación de los hombres excepcionales del comunismo
ruso, dirigidos por la voluntad clara y rectilínea del maestro de todos, Lenin.
El Soviet ha demostrado ser inmortal como forma de sociedad organizada que
responde plásticamente a las multiformes necesidades (económicas y políticas),
permanentes y vitales, de la gran masa del pueblo ruso, que encarna y satisface
las aspiraciones y las esperanzas de todos los oprimidos del mundo.
La prolongada y desgraciada guerra había
dejado una triste herencia de miseria, de barbarie, de anarquía; la
organización de los servicios sociales estaba deshecha; la misma comunidad
humana se había reducido a una horda nómada, sin trabajo, sin voluntad, sin
disciplina, materia opaca de una inmensa descomposición. El nuevo Estado
recogió de la matanza los trozos torturados de la sociedad y los recompuso, los
soldó; reconstruyó una fe, una disciplina, un alma, una voluntad de trabajo y
de progreso. Misión que puede constituir la gloria de toda una generación.
No basta. La historia no se conforma con esta
prueba. Formidables enemigos se alzan implacables contra el nuevo Estado. Se
pone en circulación moneda falsa para corromper al campesino, se juega con su
estómago hambriento. Rusia se ve cortada de toda salida al mar, de todo
intercambio comercial, de cualquier solidaridad; se ve privada de Ucrania, de
la cuenca del Donetz, de Siberia, de todo mercado de materias primas y de
víveres. En un frente de diez mil kilómetros, bandas armadas amenazan con la
invasión; se pagan sublevaciones, traiciones, vandalismo, actos de terrorismo y
de sabotaje. Las victorias más clamorosas se convierten, mediante la traición,
en súbitos fiascos.
No importa. El poder de los Soviets resiste.
Del caos que sigue a la derrota, crea un poderoso ejército que se transforma en
la espina dorsal del Estadio proletario. Presionado por imponentes fuerzas
antagónicas, encuentra en sí el vigor intelectual y la plasticidad histórica para
adaptarse a las necesidades de la contingencia, sin desnaturalizarse, sin
comprometer el feliz proceso de desarrollo hacia el comunismo.
El Estado de los Soviets demuestra así ser un
momento inevitable e irrevocable del proceso ineluctable de la civilización
humana; ser el primer núcleo de una nueva sociedad.
Y puesto que los otros Estados no pueden
convivir con la Rusia proletaria y son impotentes para destruirla, puesto que
los enormes medios de que el capital dispone -el monopolio de la información, la
posibilidad de la calumnia, la corrupción, el bloqueo terrestre y marítimo, el
boicot, el sabotaje, la impúdica deslealtad (Prinkipo), la violación del
derecho de gentes (guerra sin declaración), la presión militar con medios
técnicos superiores- son impotentes contra la fe de un pueblo, es
históricamente necesario que los otros Estados desaparezcan a se transformen al
nivel de Rusia.
El cisma del género humano un puede
prolongarse mucho tiempo. La humanidad tiende a la unificación interior y
exterior, tiende a organizarse en un sistema de convivencia pacífica que
permita la reconstrucción del mundo. La forma de régimen debe ser capaz de
satisfacer las necesidades de la humanidad. Rusia, tras una guerra desastrosa,
con el bloqueo, sin ayudas, contando con sus únicas fuerzas, ha sobrevivido dos
años; los Estados capitalistas, con la ayuda de todo el mundo, exacerbando la
expoliación colonial para sostenerse, continúan decayendo, acumulando ruinas
sobre ruinas, destrucciones sobre destrucciones.
La historia es, pues, Rusia; la vida está,
pues, en Rusia; sólo en el régimen de los Consejos encuentran adecuada solución
los problemas de vida o de muerte que incumben al mundo. La Revolución rusa ha
pagado su poda a la historia, poda de muerte, de miseria, de hambre, de
sacrificio, de indomable voluntad. Hoy culmina el duelo: el pueblo ruso se ha
puesto en pie, terrible gigante en su ascética escualidez, dominando la
voluntad de pigmeos que le agreden furiosamente.
Todo ese pueblo se ha armado para su Valmy. No
puede ser vencido; ha pagado su poda. Debe ser defendido contra el orden de los
ebrios mercenarios, de los aventureros, de los bandidos que quieren morder su
corazón rojo y palpitante. Sus aliados naturales, sus camaradas de todo el
mundo, deben hacerle oír un grito guerrero de irresistible eco que le abra las
vías para el retorno a la vida del mundo.
A.
Gramsci
NOTAS SOBRE LA REVOLUCIÓN RUSA
Primera Edición: En el "Il Grido del
Popolo" el 29 de abril de 1917.
Digitalización: Aritz, setiembre de 2000.
Edición Digital: Marxists Internet Archive, 2000.
¿Por qué la Revolución rusa es una revolución
proletaria?
Al leer los periódicos, al leer el conjunto de
noticias que la censura ha permitido publicar, no se entiende fácilmente.
Sabemos que la revolución ha sido hecha por proletarios (obreros y soldados),
sabemos que existe un comité de delegados obreros que controla la actuación de
los organismos administrativos que ha sido necesario mantener para los asuntos
corrientes. Pero ¿basta que una revolución haya sido hecha por proletarios para
que se trate de una revolución proletaria? La guerra la hacen también los
proletarios, lo que, sin embargo, no la convierte en un hecho proletario. Para
que sea así es necesario que intervengan otros factores, factores de carácter
espiritual. Es necesario que el hecho revolucionario demuestre ser, además de
fenómeno de poder, fenómeno de costumbres, hecho moral. Los periódicos
burgueses han insistido sobre el fenómeno de poder; nos han dicho que el poder
de la autocracia ha sido sustituido por otro poder, aún no bien definido y que
ellos esperan sea el poder burgués. E inmediatamente han establecido el
paralelo: Revolución rusa, Revolución francesa, encontrando que los hecho se
parecen. Pero lo que se parece es sólo la superficie de los hechos, así como un
acto de violencia se asemeja a otro del mismo tipo y una destrucción es
semejante a otra.
No obstante, nosotros estamos convencidos de
que la Revolución rusa es, además de un hecho, un acto proletario y que debe
desembocar naturalmente en el régimen socialista. Las noticias realmente
concretas, sustanciales, son escasas para permitir una demostración exhaustiva.
Pero existen ciertos elementos que nos permiten llegar a esa conclusión.
La Revolución rusa ha ignorado el jacobinismo.
La revolución ha tenido que derribar a la autocracia; no ha tenido que
conquistar la mayoría con la violencia. El jacobinismo es fenómeno puramente
burgués; caracteriza a la revolución burguesa de Francia. La burguesía, cuando
hizo la revolución, no tenía un programa universal; servía intereses
particulares, los de su clase, y los servía con la mentalidad cerrada y
mezquina de cuantos siguen fines particulares. El hecho violento de las
revoluciones burguesas es doblemente violento: destruye el viejo orden, impone
el nuevo orden. La burguesía impone su fuerza y sus ideas no sólo a la casta
anteriormente dominante, sino también al pueblo al que se dispone a dominar. Es
un régimen autoritario que sustituye a otro régimen autoritario.
La Revolución rusa ha destruido al
autoritarismo y lo ha sustituido por el sufragio universal, extendiéndolo
también a las mujeres. Ha sustituido el autoritarismo por la libertad; la
Constitución por la voz libre de la conciencia universal. ¿Por qué los
revolucionarios rusos no son jacobinos, es decir, por qué no han sustituido la
dictadura de uno solo por la dictadura de una minoria audaz y decidida a todo
con tal de hacer triunfar su programa? Porque persiguen un ideal que no puede
ser el de unos pocos, porque están seguros de que cuando interroguen al
proletariado, la respuesta es indudable, está en la conciencia de todos y se
transformará en decisión irrevocable apenas pueda expresarse en un ambiente de
libertad espiritual absoluta, sin que el sufragio se vea adulterado por la
intervención de la policia, la amenaza de la horca o el exilio. El proletariado
industrial está preparado para el cambio incluso culturalmente; el proletariado
agrícola, que conoce las formas tradicionales del comunismo comunal, está
igualmente preparado para el paso a una nueva forma de sociedad. Los
revolucionarios socialistas no pueden ser jacobinos; en Rusia tienen en la
actualidad la única tarea de controlar que los organismos burgueses (la Duma,
los Zemtsvo) no hagan jacobinismo para deformar la respuesta del sufragio
universal y servirse del hecho violento para sus intereses.
Los periódicos burgueses no han dado ninguna
importancia a este otro hecho: los revolucionarios rusos han abierto las
cárceles no sólo a los presos políticos, sino también a los condenados por
delitos comunes. En una de las cárceles, los reclusos comunes, ante el anuncio
de que eran libres, contestaron que no se sentían con derecho a aceptar la
libertad porque debían expiar sus culpas. En Odesa, se reunieron en el patio de
la cárcel y voluntariamente juraron que se volverían honestos y vivirían de su
trabajo. Esta noticia es más importante para los fines de la revolución que la
de la expulsión del Zar y los grandes duques. El Zar habría sido expulsado
incluso por los burgueses, mientras que para éstos los presos comunes habían
sido siempre adversarios de su orden, los pérfidos enemigos de su riqueza, de
su tranquilidad. Su liberación tiene para nosotros este significado: la
revolución ha creado en Rusia una nueva forma de ser. No sólo ha sustituido
poder por poder; ha sustituido hábitos por hábitos, ha creado una nueva
atmósfera moral, ha instaurado la libertad del espíritu además de la corporal.
Los revolucionarios no han temido poner en la calle a hombres marcados por la
justicia burguesa con el sello infame de lo juzgado a priori, catalogados por
la ciencia burguesa en diversos tipos de la criminalidad y la delincuencia.
Sólo en una apasionada atmósfera social, cuando las costumbres y la mentalidad
predominante han cambiado, puede suceder algo semejante. La libertad hace
libres a los hombres, ensancha el horizonte moral, hace del peor malhechor bajo
el régimen autoritario un mártir del deber, un héroe de la honestidad. Dicen en
un periódico que en cierta prisión estos malhechores han rechazado la libertad
y se han constituido en sus guardianes. ¿Por qué no sucedió esto antes? ¿Por
qué las cárceles estaban rodeadas de murallas y las ventanas enrejadas? Quienes
fueron a ponerles en libertad debían ser muy distintos de los jueces, de los
tribunales y de los guardianes de las cárceles, y los malhechores debieron
escuchar palabras muy distintas a las habituales cuando en sus conciencias se
produjo tal transformación que se sintieron tan libres como para preferir la
segregación a la libertad, como para imponerse voluntariamente una expiación.
Debieron sentir que el mundo había cambiado, que también ellos, la escoria de
la sociedad, se había transformado en algo, que también ellos, los segregados,
tenían voluntad de opción.
Este es el fenómeno más grandioso que la
iniciativa del hombre haya producido. El delincuente se ha transformado, en la
revolución rusa, en el hombre que Emmanuel Kant, el teórico de la moral
absoluta, había anunciado, el hombre que dice: la inmensidad del cielo fuera de
mí, el imperativo de mi conciencia dentro de mí. Es la liberación de los
espíritus, es la instauración de una nueva conciencia moral lo que nos es
revelado por estas pequeñas noticias. Es el advenimiento de un orden nuevo, que
coincide con cuanto nuestros maestros nos habían enseñado. Una vez más la luz
viene del Oriente e irradia al viejo mundo Occidental, el cual, asombrado, no
sabe más que oponerle las banales y tontas bromas de sus plumíferos.