El imponente Cerro de los Siete Colores en Purmamarca, Jujuy (Argentina)

El imponente Cerro de los Siete Colores en Purmamarca, Jujuy (Argentina)
El imponente Cerro de los Siete Colores en Purmamarca, Jujuy (Argentina)

sábado, 31 de octubre de 2015

ELECCIONES PRESIDENCIALES ARGENTINA 2015 (II)

Por Sergio Daniel Aronas – 30 de octubre de 2015-10-30


Seguimos analizando que pasó el domingo 25 de octubre en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de la Argentina para el período 2015-2019 porque ha provocado resultados inesperados en todos los distritos de la República. Ha significado un verdadero cimbronazo tanto por el impacto a nivel nacional como por las repercusiones que puede llegar a tener a nivel internacional, básicamente en el contexto sudamericano y latinoamericano.

Pese a que el candidato oficialista fue el más votado para presidente, la impresión general es que ha sufrido una derrota porque no pudo ganar con la mayoría necesaria para evitar el ballotaje, que es por cierto, el objetivo que se planteó la Alianza Cambiemos como trampolín hacia una posible victoria el 22 de noviembre. Y que esta derecha tenga un presidente y aunque a muchos no le guste el término, es una situación peligrosa no tanto por las escasas ideas que tiene Mauricio Macri, sino por el equipo de colaboradores que tiene, los poderosos intereses empresarios agrarios e industriales que defiende y por sus vínculos con los Estados Unidos que lo ve como la personalidad ideal para reconquistar posiciones en la política argentina y en toda la región.

Vamos a presentar una serie de artículos de diversos autores y analistas que nos brindan sus puntos de vista acerca de la interpretación política y sociológica del electorado argentino en estas elecciones tan transcendentales.

Todos coinciden en el giro conservador o hacia la derecha que ha tenido lugar en estos comicios por la forma en que se expresó el electorado, especialmente en la provincia de Buenos Aires, la más importante de la Argentina por la cantidad de habitantes y el poder económico que concentra este estado. Ahí el partido Cambiemos, provocó un fuerte cambio al ganar no solo la gobernación sino que desbarrancó a muchos caciques del peronismo de sus intendencias que las tenían como bastiones inexpugnables desde varios años. Para el profesor Astarita, no es tanto un giro a la derecha, sino una modificación de la coyuntura económica lo que produce el voto hacia Macri. Aun así, el avance que tuvo su partido PRO desde las primarias de 2013 a esta de 2015 es arrollador y por más vuelta que se le dé a esta cuestión, es indudable el voto masivo a los candidatos de derecha porque si sumamos a Massa y a Scioli, que este último no tiene nada de izquierda, casi el 95% del electorado prefirió a este sector político.

La lista de los que elegimos para el estudio de las elecciones son los siguientes: 

1) Eduardo Lucita, economista del colectivo Economistas de Izquierda
2) Luis Bilbao, analista de temas internacionales y director de la revista América XXI
3) Aram Aharonian, el menos conocido de estos analistas
4) Juan Castillo y Cia, del blog episteme
5) Atilio Borón, reconocido analista de política internacional
6) Rolando Astarita, economista, profesor universitario-

Creemos que es una buena selección ya que todos aportan buenos elementos de análisis y siendo que la mayoría son gente de izquierda, llama la atención las diferencias entre ellos, especialmente entre Borón, que apoya este proceso político desde el punto de vista de la integración latinoamericana y por la existencia de gobiernos de izquierda progresista y el de Rolando Astarita, que con su enfoque interpreta una modificación en la situación económica, en un reagrupamiento de fuerzas de la burguesía y que en definitiva por su modo de ver las cosas apunta a votar en blanco en el balotaje. Para él no hay cambio ni de régimen ni un peligro fascista, lo cual es subestimar a la derecha y lo que esconde detrás de sus candidatos ya que nunca dicen lo que van a hacer sino cuando están en el gobierno. De ahí el peligro que el profesor Astarita no cree que exista. En el escrito de Luis Bilbao, es el único que plantea como salida de la crisis el camino de la Revolución y el Socialismo. ¿A quién de nosotros no nos gustaría ese rumbo? El problema que la izquierda que debería levantar esta estrategia de cambio, no es una izquierda revolucionaria ni tiene como norte la conquista del poder por medios revolucionarios. Hablamos del Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT) que hizo una buena elección con casi 800.000 votos para presidente.

Dejamos que Uds lean estas notas y puedan tener un mejor panorama de las causas que motivaron el tipo de votación el pasado domingo 25 de octubre, cuáles son las perspectivas políticas, económicas y sociales que se vienen en la Argentina en caso de suceder un cambio de gobierno.


SE FUE LA PRIMERA, CON SORPRESAS Y FINAL ABIERTO

Eduardo Lucita (EDI – Economistas de Izquierda) - Rebelión – 30/10/2015

Finalmente luego de un largo año electoral llegó el día, y hubo sorpresas. No por el balotaje que era esperado y promocionado por muchos analistas, sino porque los resultados agregaron una fuerte incertidumbre. La gobernabilidad está en juego.
Un temblor de proporciones, con epicentro en la Provincia de Buenos Aires, sacudió las urnas e impactó fuertemente en los resultados generales. El giro conservador, señalado ya desde esta columna, que expresaban los tres candidatos con posibilidades se verificó una vez más, pero lo que no estaba en los cálculos de nadie es que encumbrara a la derecha empresarial con muchas posibilidades de ganar la segunda vuelta. Los resultados instalan una fuerte crisis política, particularmente al interior del movimiento peronista.

Es la política

Seguramente un análisis más detallado permitirá mejores conclusiones sobre los resultados, pero hay que dejar en claro al menos una cuestión. El resultado articula con el ascenso de la derecha regional y el llamado fin de ciclo de los gobiernos “progresistas” (Brasil, Uruguay, Ecuador) y es funcional a la política internacional que está desplegando EEUU. No es solo el acercamiento a los mercados y la vuelta al endeudamiento externo, garantías a las grandes corporaciones y protección de sus tasas de ganancia. Es también la liberalización de los mercados y el poner fin a los devaneos neo-desarrollistas de las fracciones pequeño-burguesas (alfonsinismo-kirchnerismo) que se asumen como la representación política de un capital nacional casi inexistente.

Del ensayo general a la elección definitiva

El tiempo transcurrido entre el 9 de agosto y la noche del pasado domingo 25 estuvo cargado de incertidumbre. De la veintena de encuestadoras reconocidas solo dos daban ganador en primera vuelta al FPV, el resto no mostraba mayores diferencias con los resultados de la PASO. En los sondeos previos la anunciada polarización no se concretaba pero tampoco el sprint final que hiciera superar el 40 por ciento al FPV y colocara en el podio a Scioli. Por el contrario UNA (Massa) se recuperaba y como contrapartida evitaba que Cambiemos (Macri) incrementara su caudal y forzara el balotaje. En el otro extremo el FIT (Del Caño) aspiraba a superar el 4 por ciento y sobre todo a incrementar su bancada legislativa.
Según las consultoras una semana atrás ya el 70 por ciento de los votantes tenía definido su voto, un 10 estaba indeciso y otro 17, que ya había elegido su candidato, podría cambiar su voto a último momento. Se inventó entonces la categoría de “voto frágil”. Así en la última semana los candidatos se lanzaron a buscar votos entre los 8.0 millones de abstenidos en las PASO, entre el 1.5 millón que votaron en blanco o entre los 3.5 millones que eligieron candidatos que no pasaron las primarias.
El día esperado llegó con una economía estancada que acumula fuertes desequilibrios pero con buenos niveles de consumo y empleo. La anunciada crisis no se produjo, lo que no niega que haya tendencias a la crisis. Así los llamados al voto útil –aquel que hace que se vote a uno para que no gane el otro- se antepusieron a las propuestas y programas de gobierno. El FIT rechazó ese llamado recurriendo a lo que podríamos llamar el Teorema Dilma. En Brasil se pedía el voto a Dilma Roussef para que no ganara la derecha, hoy es Dilma quién que está aplicando el programa de la derecha…

Las corporaciones

Acompañando la campaña tanto empresarios como sindicalistas buscaban recomponer sus relaciones internas para definir como pararse frente al nuevo ciclo. Las distintas vertientes de las direcciones sindicales históricas hicieron su propia fumata, provisoria porque la definitiva será dentro de un año. Definieron un pliego de reivindicaciones nada original -paritarias, obras sociales, preservación del modelo sindical. Por su parte los grandes capitalistas –en las elecciones en la UIA, en el coloquio de IDEA, en reuniones en la Bolsa de Comercio- analizaban la situación económica -poniendo énfasis en el tipo de cambio, la necesidad de inversiones, control de la inflación- y las perspectivas electorales -se sienten más cómodos con Macri (al final es uno de ellos) pero Scioli les da mayores garantías de gobernabilidad- pero sobre todo buscan recomponer el comando del bloque de las clases dominantes, para actuar unificadamente en el próximo período.
Punto más o menos los grandes capitalistas, y también los asesores y economistas de los principales candidatos, reconocen que con los desequilibrios macroeconómicos que acumula la economía algún ajuste se impone… dependiendo de en qué tiempo se consigan dólares del exterior, mientras están pendientes de las propuestas de la Convención de la UIA el 14 de diciembre próximo. Por su parte los dirigentes sindicales ofrecen a cambio de sus demandas la contención del conflicto social… Saque el lector sus propias conclusiones.

Panorama antes de la definición

Finalmente hubo una doble polarización, tenue a nivel presidencial y mayor en la disputa por la gobernación de la Provincia de Buenos Aires. La participación fue alta, más del 79 por ciento, el voto en blanco fue bajo ,2.3, y el voto útil dio resultados y dejó descolocados a todas las consultoras y analistas. El FPV obtuvo el 36.3 por ciento de los votos; Cambiemos el 34.8 y el FR el 21.3. El FIT, 3.3, superando levemente la votación de las PASO y se ubicó como cuarta fuerza nacional, en tanto que el centro izquierdismo se desbarrancó, Progresistas obtuvo el 2.6. Este desbarranque se verificó también para el sector K más progresista en la Ciudad de Buenos Aires.

Pensando en el balotaje del 22 de noviembre próximo conviene registrar que en relación a las PASO Cambiemos creció 4.2 por ciento, especialmente en las provincias Buenos Aires y Córdoba, en tanto que el FPV perdió 1.5, concentrados en los históricos bastiones peronistas del Conurbano bonaerense y las provincias del Norte y el Sur del país.

La gobernabilidad en cuestión

El ciclo abierto en el 2003 ha concluido, lo que no significa que el kirchnerismo no perdure como corriente política. El país ingresa en otra etapa en la que el próximo gobierno, cualquiera sea, se enfrentará a una situación política muy distinta a la actual.

Desde el punto de vista institucional no controlará al poder legislativo. En Senadores el FPV tendrá mayoría simple pero no en Diputados, donde será primera minoría. Las otras fuerzas con representación parlamentaria han aumentado sus representantes. Cambiemos no controlará ninguna de las dos cámaras. Cualquiera de las dos fuerzas que van al balotaje necesita rápidamente trabar acuerdos con el FR, no solo para ganar las elecciones.

En síntesis, quien asuma la administración de los asuntos del Estado será un gobierno partido, que necesitará de negociaciones, acuerdos y componendas permanentes. Este acuerdismo será complejo ya que las principales fuerzas son producto de coaliciones, constituidas más por necesidades electorales que por acuerdos programáticos y no es seguro voten en bloque.

Es entonces de prever un gobierno más débil que los anteriores que deberá implementar una política de ajuste con la lógica resistencia de los trabajadores y sectores populares, que están mejor posicionados que en el 2002, que pondrá a prueba la capacidad para arbitrar el previsible conflicto social.
----------------------------------------------------------------------------------------------------------
32 millones de argentinos fueron convocados a participar de las elecciones generales para elegir al presidente de la Nación entre las seis fórmulas que lograron superar las elecciones primarias de agosto pasado. En un mismo acto se renovaron la mitad de las bancas de diputados (130) y un tercio de las de senadores (24), se eligieron también representantes al Parlasur así como gobernadores y diversos cargos provinciales y municipales en 11 provincias.

El FPV en Diputados perdió 26 escaños y llegará a 107 (20 kirchneristas), Cambiemos ganó 29 y alcanzará 91(54 UCR), mientras que el FR gana 9 y llega a 36 (es un bloque muy heterogéneo). Progresistas perdió 8 y quedan con 5, mientras que el FIT ganó 1 y llega a 4 diputados. En senadores el FPV con aliados ganó 3 escaños y tendrá mayoría simple propia.

DURA DERROTA DE GOBIERNO Y PARTIDO PERONISTA
EN PRIMERA RONDA PRESIDENCIAL

Luis Bilbao – Rebelión – 30/10/2015

Argentina está en suspenso tras los resultados de la elección el domingo pasado. Resumo los datos en un apéndice al final de la nota.
Excepto aisladas e inaudibles voces de un sector de la izquierda revolucionaria este desenlace no fue previsto. Por lo mismo, no hay respuesta inmediata a la coyuntura.
Sólo una brusca reversión de las tendencias hoy visibles podría evitar la victoria de Mauricio Macri y el Frente Cambiemos.

Macri, como he repetido en numerosas ocasiones, es un pálido representante de la Internacional Parda. Responde ideológicamente a José Aznar y Álvaro Uribe. Cambiemos es un frente con la Unión Cívica Radial, socialdemócrata, y la Coalición Cívica, creación artificial del Departamento de Estado, por cuya mano fue creada esta fórmula hasta el momento exitosa. En la creatura tuvo un peso singular el Vaticano, que no obstante apoyar inicialmente a Daniel Scioli, cuando Cristina Fernández impuso como candidato a gobernador de Buenos Aires a Aníbal Fernández giró en redondo y respaldó fuertemente a María Eugenia Vidal, quien finalmente arrolló al peronismo en la provincia de mayor peso del país (cuenta con el 40% de los habitantes y el mayor desarrollo industrial).
Así las cosas, la fórmula lanzada a ganar el 22 de noviembre está apalancada por cuatro fuerzas potentes: socialdemocracia, socialcristianismo, una patrulla perdida digitada por el Departamento de Estado y la Internacional Parda, que responde a la vez a Washington y Bruselas a través de Uribe y Aznar.

Que después de 12 años de gobierno del matrimonio Kirchner gane una fórmula digitada por el imperialismo y su mentor espiritual, habla por sí mismo respecto de la naturaleza y carácter de este gobierno. En 2007 Cristina Fernández ganó explicando que quería una Argentina a imagen y semejanza de Alemania. Nadie podría acusarme de simpatía con el gobierno alemán si digo que 8 años después Argentina sería feliz si, aunque sea lejanamente, pudiera compararse con la maltrecha cabeza del imperialismo europeo.
Tras cuatro años de estancamiento, recesión y elevadísima inflación, Argentina atraviesa un dramático momento económico, que el próximo presidente –incluso considerando la improbable eventualidad de que sea Scioli- tratará de resolver apretando el cuello de los trabajadores y el conjunto del pueblo, con la precondición de someterse sin condiciones a Washington y alinearse con el imperio contra la revolución en curso en América Latina.

Nada de esto es novedad. No hablo en este tono cuando la Presidente calla a 72 horas de la derrota que la tiene ella como responsable directa. Quienquiera puede ver mis posiciones (www.luisbilbao.com.ar) desde el inicio de este gobierno, en mayo de 2003. Reuní posicionamientos al respecto en mi libro Argentina como clave regional (Fuenap, 2004). Estas afirmaciones continúan un posicionamiento explícito frente a una gran ficción que engañó a muchos.

El cambio regional que esto representa, sumado a la crisis convulsiva del gobierno brasileño, lo resumí en la edición de octubre de América XXI ( http://americaxxi.com.ve/la-naturaleza-del-conflicto/ ).

Ahora se trata de asumir la nueva situación, que está muy lejos de ser desfavorable para la perspectiva de una revolución antimperialista y anticapitalista en la región.
Justamente: si Fernández en lugar de Alemania hubiese puesto a Venezuela como faro a seguir en 2007, hoy estaríamos en otra situación. Pero el fracaso de tal prototipo es, en realidad, la impotencia del sistema capitalista para resolver incluso los problemas más elementales de nuestras sociedades latinoamericanas. Quienes optaron por esa híbrida mezcla de socialdemocracia y socialcristianismo están hoy claramente en bancarrota.

Al otro lado de la barricada, la Revolución sigue su marcha, seguramente afectada por la defección de sucesivos gobiernos, pero estratégicamente fortalecida por pueblos que tienen cada día más claro que, ante la convulsiva crisis del capitalismo, los horrores de esa crisis tanto en la guerra como en el drama de millones de seres humanos lanzados a la deriva, tienen más posibilidad (porque tienen más necesidad) de comprender que la Revolución Bolivariana de Venezuela y el heroico esfuerzo de los gobiernos del Alba son la única respuesta posible, aunque difícil y exigente.

El resultado electoral del 25 de octubre en Argentina era previsible. Y fue previsto. De un solo plumazo fueron barridos el reformismo burgués (por estos días llamado desarrollismo o keynesianismo) y el tradicional reformismo obrero, apalancado por la socialdemocracia, el ex comunismo y el socialcristianismo, arrasados moral y electoralmente por la ciudadanía en sus diferentes estratos.
El suspenso durará poco. En la hipótesis más optimista, hasta el recambio presidencial el 10 de diciembre y el comienzo de la faena, en marzo de 2016. Pero ya ha llegado la hora de palabras nítidas y rotundas: Revolución; Socialismo.
Por arduo que sea el camino, es ahora que comienza. Y sabremos recorrerlo hasta el fin.

Apéndice: Los resultados de la elección

Los tres candidatos principales, Daniel Scioli, Mauricio Macri y Sergio Massa obtuvieron a nivel nacional 36,86%, 34,33% y 21,34% respectivamente. En comparación con las Paso, realizadas el 9 de agosto, Scioli perdió 2 puntos, Macri ganó 4 y Massa 1. En la provincia de Buenos Aires la gobernación quedó en manos de María Eugenia Vidal, del Frente Cambiemos, con 39,49% contra 35,18% de Aníbal Fernández, actual jefe de gabinete nacional, y 19,22% de Felipe Solá, ex gobernador peronista actualmente alineado con Massa.

Conducido por la viuda de Kirchner el Partido Justicialista fue arrasado allí donde siempre tuvo su base principal. No sólo perdió la gobernación de la provincia de mayor peso en el país, sino también 64 gobiernos municipales en el interior, incluyendo La Plata, capital provincial, y todas las grandes ciudades del distrito: Mar del Plata, Bahía Blanca, Olavarría, Junín, Pergamino, Campana, Rojas... Peor aún: el PJ y el Frente para la Victoria perdieron municipios clave del Gran Buenos Aires, Quilmes, Lanús, Morón, 3 de Febrero, Pilar, entre tantos otros. A la pérdida de la provincia de Buenos Aires, que concentra el 40% de la población nacional, se agregaron derrotas por porcentajes inusuales en la Capital Federal y en las tres provincias con mayor población y desarrollo industrial después de Buenos Aires: Córdoba, Santa Fe y Mendoza.

El Frente de Izquierda y los Trabajadores obtuvo el 3,27% y el Frente Progresista el 2,53%. El Partido Socialista, que originalmente encabezó ese sector, tuvo un durísimo revés con la derrota de Hermes Binner, que no logró la banca de Senador por la cual compitió. Otro fracaso estrepitoso lo sufrió el PC, asociado a la candidatura de Aníbal Fernández a través del ex intendente de Morón Martín Sabbatella, quien fue como candidato a vice gobernador, perdió esa posición y también la intendencia de Morón, que había delegado en su hermano.

En otro plano y a diferencia de lo ocurrido en las Paso, el voto en blanco y los anulados (entre otros el Voto Protesta) fue bajo a nivel nacional: 2,36 y 0,75; también en Córdoba: 1,22% y 0,82%; en Santa Fe 2,52% y 1,10%. Pero hubo provincias donde cobraron una relevancia mayor. En Chubut hubo 9,58% en blanco y 1,51% nulos. En Santa Cruz 3,65 y 1,08%; en Neuquén 3,72 y 1,42 respectivamente. También hubo una participación mayor de la ciudadanía: del 74% en las Paso al 80,88% el 25 de octubre. Aunque no se puede medir en votos, la iglesia católica y propio Papa jugaron un papel importante en estos resultados. No tanto porque Vidal proviene de ese cenáculo, sino porque Francisco se empeñó personalmente en que Aníbal Fern,ández, acusado de narcotráfico y participación en asesinatos, no accediera a la gobernación de Buenos Aires.


SCIOLI NO SE ESCRIBE CON K

Aram Aharonian Rebelión – 29/10/2015

Es difícil discutir los números. Daniel Scioli, el candidato presidencial del oficialista Frente para la Victoria, sacó el 36,86% de los votos en la primera vuelta de las elecciones del domingo; 8 millones 996.194 sufragios. El candidato presidencial de la alianza derechista Cambiemos, Mauricio Macri, se quedó con el 34,33% y 8 millones 379.016 votos: 617 mil menos. O sea, ganó Scioli, pero como no superó el 45% y la diferencia fue menor al 10%, irán ambos a una segunda vuelta el 22 de noviembre.

La causa de este acercamiento, el inesperado triunfo de María Eugenia Vidal, de la coalición Cambiemos que lidera Macri, en Buenos Aires, una provincia históricamente peronista, y que suma el 46% de los votos de todo el país. Con el 39,5% de los votos frente al 35,1 del candidato del Frente Para la Victoria, será la primera mujer en gobernar la provincia más poblada y compleja del país.


Mientras la fórmula presidencial del FpV obtuvo 3,4 millones de votos bonaerenses, Fernández, candidato a gobernador, sólo consiguió 3,1 millones. Más de 300 mil votos de diferencia en contra, lo que seguramente lo llevó al aún hoy Jefe de Gabinete de la Presidencia, a sembrar la manifiesta sospecha de la traición de algunos de sus compañeros.


Muchos, dentro del kirchnerismo-peronismo- progresismo (si es que existe) se preguntan hoy si Scioli fue el mejor candidato, máxime cuando se intentó instalar la idea de que “el candidato es el proyecto” como fórmula para amalgamar a Scioli con el kirchnerismo, que superaba el 50% de credibilidad en las encuestas.

Recién la noche del domingo, el gobernador bonaerense decidió recordar la re-estatización de la petrolera YPF y de Aerolíneas Argentinas, la reestructuración de la deuda externa, las políticas sociales. Cristina se alejó y no fue determinante en la campaña. Es más, La Cámpora -sector juvenil kirchnerista- no estuvo en el acto de cierre de campaña.

Otros se preguntan por qué en doce años de gobierno, el kirchnerismo no supo o no pudo modelar un candidato a su medida, ni a la presidencia ni a las gobernaciones. Y ahora, además, perdió el control total de la Cámara de Diputados (conserva holgadamente la primera minoría), aunque tiene mayoría en el Senado.


Scioli lleva una gestión de ocho años en la Provincia de Buenos Aires, con aciertos y también con errores. Su perfil está alejado de la emotividad, de la épica kirchnerista, de la irrupción de la juventud, del relato de país de Néstor y Cristina.


Scioli aceptó lo que le decían sus constructores de imagen y siempre habló como si las elecciones fueran un mero trámite. Recordó que existía la confrontación y que estaba en medio de una batalla de ideas, cuando ya se habían emitido los votos.


Hasta ahora, el escenario de lucha no era –según sus consultores– bueno ni para Scioli ni para Macri: ahora saldrán a confrontar, a masacrarse. Si es que quieren ganar, claro.


La política no puede prescindir de los medios de comunicación ni de las redes sociales, pero tampoco puede prescindir del territorio y de la militancia. Lo que no hizo Scioli en la campaña hasta la conferencia de prensa del domingo fue romper la lógica del funcionariato, la dirigencia (sin gente) ávida de ministerios y una partidocracia mayoritariamente prekirchnerista. Ese estilo proselitista lo aleja de la mujer y el hombre de a pie, le quita frescura y lo aísla del pueblo, repetía un enojado dirigente del Movimiento Evita.


Daniel Scioli aparece como un político de siglo XX, mientras Mauricio Macri logró convertir –con el inapreciable apoyo de la Unión Cívica Radical– a un pequeño grupo de la Capital en un movimiento con anclaje territorial, tejiendo alianzas con connotados personajes del pasado y sumando jóvenes provenientes de los ambientes faranduleros, pero también académicos.


Su vacío programático fue llenado de mercadeo político, donde se recita “cambio” pero no se propone nada nuevo. Parte con viento de cola, aunque en el camino deberá enfrentarse con Scioli en un escenario al que ambos hasta ahora rehuyeron.


Desde las PASO (elecciones internas obligatorias) de agosto hasta las elecciones del 25 de octubre, se sumaron casi millón y medio de votantes, parte de ese pueblo que es muy distinto al de hace 12 años, cuando no lograba salir del corralito y sucumbía en la crisis para gambetear el hambre y la miseria. Hoy existe una sociedad con alta demanda social (y requerimientos básicos satisfechos) que busca nuevas respuestas.




LO QUE SE DEFINE EN EL BALLOTAGE
NO DA MARGEN PARA LA INDIFERENCIA

Juan Castillo y Cia (http://epistemesxxi.blogspot.com) Rebelión – 29/10/2015

Suponer que estamos en condiciones de explicar el porqué del resultado de los comicios en Argentina sería un exceso de presuntuosidad de nuestra parte. En principio porque no hay un patrón común sobre el cual se fundamente el voto de cada ciudadano. Pues algunos lo hacen sobre criterios de racionalidad, otros sobre la base de la intuición, otros sobre impulsos sentimentales, otros en función de lo que determinan los medios hegemónicos, otros atendiendo a un conjunto de prejuicios (culturales, ideológicos, sociales e incluso raciales), algunos -como es lógico esperar- conforme a su interés personal; y otros a raíz de su pertenencia partidaria. Están obviamente aquellos que lo hacen posicionados desde su perspectiva individual y otros en función de lo que lo que conciben como conveniente para las mayorías o necesario para el país. De ahí que procurar efectuar una interpretación universal que nos lleve a encontrar la causa determinante del resultado de la elección es una pretensión que raya en lo quimérico.

Cierto es que en determinados momentos históricos pueden aparecer causas que induzcan a la ciudadanía a manifestarse en bloque y en forma homogénea en una contienda electoral. Pero esto generalmente suele suceder en situaciones de crisis económico-social sumamente graves; donde el anhelo de la población, por superarlas, se manifiesta de manera casi unánime. El mismo fenómeno puede producirse ante la presencia de un gran líder carismático capaz de reunir un elevado número de voluntades detrás de su propuesta; si bien es cierto que ésta clase de liderazgos suelen aparecer en períodos similares; es decir, en aquellos signados por una profunda agonía social. No por casualidad la proliferación de estos liderazgos tuvo lugar en Latinoamérica después del “huracán neoliberal” que azotó a la región durante las décadas del 80 y de los 90.

Lo concreto es que un sector importante de la sociedad argentina, estando lejos de esa situación y habiéndose recuperado significativamente de los devastadores vientos de aquel entonces; parece añorar -y así lo demuestran los resultados electorales- los catastróficos soplos huracanados. Resulta difícil comprender, más allá del desgaste típico que ocasiona el ejercicio del poder gubernamental, porqué la respuesta ciudadana orientó su voto hacia un candidato que no solo públicamente se jactó de calificar al ex presidente, Carlos Saúl Menem como “un gran estadista”; sino que cuenta en su equipo de economistas con los más rancios neoliberales que aplaudieron –y peor aún, ejecutaron- a rajatablas el endeudamiento sistemático iniciado por Martínez de Hoz y continuado por Domingo Felipe Cavallo.

No faltará alguno que apele al pueril, y mediocre argumento, de que el candidato del FPV incursionó en la política bajo “la bendición” del propio Menem. Hecho que no desconocemos, ni concebimos en él, la figura de un revolucionario. Pero más allá de ese antecedente, nadie en su sano juicio puede imaginar que un candidato que llega al poder de la mano del Kirchnerismo va a emprender un proceso desregulador y privatizador en la Argentina como sí lo propugna, si bien subrepticiamente, el candidato oficial del establishment: Mauricio Macri. Tampoco es lo mismo un candidato que se comprometió de antemano a seguir fortaleciendo los vínculos regionales con nuestros hermanos del Mercosur; a otro que se encargó recurrentemente de asistir a la embajada americana para recibir consejos y solicitar que le pongan freno a las iniciativas del gobierno kirchnerista.

Obviamente son muchas las diferencias políticas que existieron, al menos a lo largo de estos últimos años, entre estos dos candidatos. Uno se opuso a la estatización de YPF, de Aerolíneas Argentinas, de las AFJP, de la transmisión de “futbol para todos”, de la sanción de la ley de fertilización asistida, de la ley de matrimonio igualitario; por solo citar algunas. Mientras que el otro acompañó cada una de esas iniciativas. El primero se llama Mauricio Macri; y el segundo, Daniel Scioli. Uno de ellos será el futuro presidente de los argentinos; pues, resulta entonces razonable preguntarnos: ¿Dónde radica el peligro?

En la figura de un candidato que aspira a despolitizar la sociedad argentina como aconteció en los años 90 y volver a la ola privatizadora, retrotrayéndonos, de ese modo, a la década neoliberal; o en la figura de Daniel Scioli que, sin ser un candidato que despierte demasiado entusiasmo, sabemos que no nos va a hacer retroceder del camino transitado.

Solo la necedad exacerbada puede conducirnos a dar un paso hacia al abismo; de ahí que sea preciso reflexionar al efecto. No se trata de ampararnos en el futuro con la cómoda expresión de “yo no lo vote”. Al fin y al cabo; el no votar encierra una decisión y esa decisión no es neutra, contrariamente a lo que muchos suponen. El abstencionismo en el próximo ballotage es funcional a la derecha más recalcitrante que hay en el país y, más aún, termina siendo funcional a los dictados del imperio hegemónico en el plano internacional. Porque, entre otras cosas, la política exterior que asuma el gobierno argentino en los foros internacionales va a estar condicionada por la concepción política del futuro presidente. Ni hablar del rol que puede asumir Argentina en un contexto geopolítico internacional donde a todas luces se visualiza el fin de la hegemonía unilateral, con un candidato que cree que “aislarse del mundo” es no priorizar exclusivamente nuestra relación con EEUU.

Sin duda el factor principal del crecimiento del caudal electoral de Cambiemos (Macri) se debió indudablemente al papel desarrollado por la Corporación mediática (Clarín) qué, a través de sus canales de televisión, no solo se encargó de ocultar los centenares de procesos en que está sumergido el líder del PRO; sino que a su vez, se ocuparon de “ensuciar” a los candidatos del FPV con operaciones mediáticas falsas, de modo de desacreditar su imagen y ahuyentar a sus votantes. Basta comparar el tratamiento mediático que desplegaron recurrentemente sobre la persona del actual Vicepresidente de la Nación, Amado Boudou por dos (2) causas judiciales y la nula repercusión que, en esos mismos medios, tuvieron las más de doscientas (200) causas judiciales que pesan sobre las espaldas de Mauricio Macri.

Ahora bien, si con un gobierno adverso a sus intereses, la Corporación mediática pudo ignorar la ley de medios, “enchastrar” a todo aquel que se le oponía en su camino y manipular la información engañando dolosamente a la ciudadanía; es dable imaginarnos que será capaz de hacer si su candidato se sienta triunfante en “el sillón de Rivadavia”.

Como vemos el ballotage no da lugar a cavilaciones y mucho menos a abstenciones. Puede que algunos ciudadanos incurran en el error por desconocimiento y voten incluso en contra de sus auténticos intereses. Puede que algún asalariado vote a un candidato como Macrí, cuyos asesores reclaman la supresión de las paritarias, sin reparar en lo pernicioso que eso resultará para su bolsillo ; pero aquellos que conocemos el sesgo que ha de tener su gobierno, no podemos ser indiferentes a estas cuestiones. De ahí que el voto en blanco, en estas circunstancias, es una manifiesta agresión a la inteligencia.
Hace muchos años, con meridiana precisión, lo definía un destacado líder político argentino del siglo XX; con el que seguramente, de haber sido contemporáneos, hubiésemos tenido más de una discrepancia. No obstante, eso no es impedimento para reconocer su notoria inteligencia, la misma que le hizo decir: “Hombre que está pensando en poner un blanco sin definición en la urna no merece tener hijos. Porque está faltando al compromiso que tiene contraído con ellos”.

UN BALOTAJE CRUCIAL PARA AMÉRICA LATINA
Atilio Borón - Rebelión  29/10/2015

El resultado de las elecciones del pasado domingo no fue un rayo en un día sereno. Un difuso pero penetrante malestar social se había ido instalando en la sociedad al compás de la crisis general del capitalismo, las restricciones económicas que impone a la Argentina el agotamiento del boom de las commodities y la tenaz ofensiva mediática encaminada a desestabilizar al gobierno. Era, por lo tanto, apenas cuestión de tiempo que esta situación se expresara en el terreno electoral. Ya las PASO (elecciones Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias) celebradas el 9 de Agosto habían sido una voz de alarma, pero no fue escuchada y analizada por el oficialismo con la rigurosidad requerida por las circunstancias. Prevaleció una actitud que para utilizar un término benévolo podríamos calificar como “negacionista”, gracias a la cual la autocrítica y la posibilidad de introducir correctivos estuvieron ausentes, con las consecuencias que hoy estamos lamentando.

Me ceñiré, en este breve análisis, a algunos aspectos más relacionados con la estrategia y la táctica de la lucha política adoptadas por el Frente para la Victoria en los últimos meses. Dejo para otro momento la realización de un balance de la experiencia kirchnerista en su integralidad y con sus múltiples contradicciones: asignación universal por hijo y concentración empresarial; extensión del régimen jubilatorio y regresividad tributaria; desarrollo científico y tecnológico (ARSAT I y II, etcétera) y sojización de la agricultura; orientación latinoamericanista de la política exterior y extranjerización de la economía. Algo he dicho al respecto en el pasado y no viene al caso reiterarlo en esta ocasión. Volveré sobre este tema en un escrito futuro, sin el apremio del momento actual. 

Tampoco me referiré, por ejemplo, a cuestiones que remiten a un arco temporal que trasciende la actual coyuntura electoral, como por ejemplo la llamativa ineptitud para construir un sujeto político y hacer de “Unidos y Organizados” una verdadera fuerza plural y frentista y no un cascarón vacío cuya única misión fue apoyar, sin ninguna eficacia práctica, las medidas del gobierno. O a la asombrosa incapacidad para preparar, al cabo de doce años de gobierno, un liderazgo de recambio que no fuera Daniel Scioli, un político nacido del riñón del menemismo. O a la suicida actitud, seguida hasta hace unos pocos meses, de descalificar y hasta ridiculizar a quien, al final del camino, era el único candidato con el que contaba el kirchnerismo a la hora de enfrentar la riesgosa sucesión presidencial. Es decir, se vapuleó a una figura, contra la cual no se ahorraron ninguna clase de ofensas y humillaciones, sin percibir, en la alegre ofuscación de los cortesanos del poder, que era la única carta con la que contaban y que poco después deberían vergonzosamente aferrarse a ella, cual clavo ardiente, en una desesperada tentativa por salvar “el proyecto”. Dejo a la imaginación de los lectores la calificación de esta actitud.

Más cercano en el tiempo se cometieron varios errores de estrategia política de incalculables proyecciones: para comenzar, la decisión de no apoyar a Martín Lousteau en el balotaje por la jefatura de gobierno de la ciudad de Buenos Aires en contra de Horacio Rodríguez Larreta, el delfín de quien hoy aparece como el probable verdugo del kirchnerismo. De haberse actuado de esa manera, dejando de lado un absurdo fundamentalismo, el macrismo habría perdido la ciudad de Buenos Aires y se le habría propinado un golpe -si no mortal, al menos demoledor- a la candidatura presidencial de Mauricio Macri. Esta ofuscación del FPV, de la cual participaron desde la Casa Rosada hasta el último militante, fue una bendición para la derecha ya que le permitió nada menos que conservar en su poder a la ciudad de Buenos Aires y salvar el futuro de su principal espada política. Pocos casos de miopía política pueden igualarse a este.

Pero la carrera de errores no se detuvo allí. Con la intención de salvaguardar la pureza ideológica de la fórmula kirchnerista, y ante la desconfianza suscitada por Daniel Scioli y su sinuosa trayectoria política no se tuvo mejor idea que proponer como candidato a vicepresidente a Carlos Zannini. Al optar por el Secretario Legal y Técnico de la Presidencia se configuró una fórmula “kirchnerista pura”, buena para aplacar la ansiedad de los propios pero absolutamente incapaz de captar un solo voto por fuera del universo político del kirchnerismo. Esta decisión pasó olímpicamente por alto todo lo que enseñan los manuales de la sociología electoral, que dicen que para obtener una mayoría hay que presentar una oferta política capaz de atraer la voluntad no sólo de los ya convencidos -el núcleo duro de una fuerza partidaria- sino también de quienes podrían ser atraídos por otras razones: rechazo a las fuerzas anti-kirchneristas, cálculo oportunista o tendencia a “votar a ganador”, entre muchas otras. Pero la fórmula Scioli-Zannini cerraba todas estas puertas, como se comprobó el pasado domingo y se quedaba enclaustrada en el voto kirchnerista, importante para insuficiente para obtener la diferencia que hubiera evitado el temido balotaje.

A lo anterior se agregó otro yerro inexplicable: el empecinamiento en proponer como candidato a la gobernación de la crucial provincia de Buenos Aires, que con casi el 38 % del padrón nacional es la madre de todas las batallas políticas en la Argentina, al Jefe de Gabinete de Ministros de la Presidenta Cristina Fernández, Aníbal Fernández. Este fue víctima de una tenaz e inmoral campaña de desprestigio que lo convirtió en el personaje con mayor imagen negativa de la provincia. Pese a ello se insistió tercamente en una candidatura que solo representaba a los propios y que perdía por completo de vista el complejo panorama electoral de la provincia. El resultado fue una derrota inapelable a manos de una candidata opositora, María Eugenia Vidal, que carecía por completo de experiencia en ese distrito ya que se había desempeñado en los últimos ocho años como Vice Jefa de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires, acompañando a Mauricio Macri. Justo es reconocer que en esta derrota existen responsabilidades concurrentes: la mala imagen de Fernández se articuló con la pobre gestión de Scioli en la provincia. Si esta hubiera sido algo mejor Vidal no podría haberse alzado con la gobernación. Por ejemplo, si en lugar de dotar a la provincia con los tan publicitados 85.000 nuevos policías el gobernador saliente hubiera designado una cifra igual de nuevos maestros seguramente otro habría sido el resultado. En todo caso, cuesta entender las razones del tan pernicioso como costoso empecinamiento en sostener una candidatura como la de Fernández en esas circunstancias.

Por último, en este breve racconto, otro error fue la decisión de hacer que Scioli desplegase una campaña en la cual fuera lo más parecido posible a Cristina y cuyo eje central fuese la cerrada defensa de la gestión presidencial, sin ninguna proyección a futuro. Contra quienes proponían como slogan el cambio -de ahí el nombre de la alianza derechista: “Cambiemos”- o quien como Macri demagógicamente exaltaba la “revolución de la alegría”, Scioli aparecía como un político triste y titubeante, a la defensiva, e históricamente maltratado por la presidenta y su entorno, debilitado por las críticas recibidas desde la Casa Rosada, la Cámpora, Carta Abierta y con un libreto que lo condenaba a posicionarse como un acérrimo defensor del “proyecto”, sin la menor posibilidad de aludir a todo lo que faltaba hacer en el mismo, como una reforma tributaria integral, la estatización del comercio exterior y la implementación de una heterodoxa política antiinflacionaria que evitase la licuación de una parte nada desdeñable de la cuantiosa inversión social del gobierno de Cristina Fernández. Los resultados están a la vista.

Habría otras cuestiones por señalar, como el faltazo ante el debate con los otros candidatos presidenciales, que lo disminuyó aún más antes los ojos de la opinión pública y el oportunista anuncio, hecho sobre la hora, de duplicar el piso salarial para el impuesto a las ganancias, algo que el gobierno nacional tendría que haber hecho hace mucho. En todo caso, parecería que ciertos cambios habidos en la estructura social argentina y en el clima cultural imperante en el país, fuertemente semantizados por el terrorismo mediático lanzado por la derecha; cambios producidos precisamente por las políticas de inclusión social del gobierno de CF, no operaron en la dirección de otorgarle mayor sustentabilidad al proyecto sino todo lo contrario, en línea con tendencias ya observadas en países como Brasil, Bolivia, Ecuador y Venezuela y que es incomprensible que hubieran sido pasadas por alto en la Argentina. No necesariamente los sectores populares que mejoran su situación socioeconómica y cultural gracias a la acción de los gobiernos progresistas y de izquierda luego lo recompensan con su voto, y en la Argentina del pasado domingo esto fue muy elocuente. Hace tiempo que hemos venido advirtiendo que, ante la ausencia de una sistemática labor concientizadora y de formación ideológica –la célebre “batalla de ideas” de Fidel- el boom de consumo no crea hegemonía política sino que termina engrosando las filas de los partidos de la derecha.

Dado lo anterior, revertir lo ocurrido en la primera vuelta electoral aparece como una empresa muy difícil aunque no imposible. Habrá que intentarlo, para evitar que la Argentina sea la punta de lanza de un proceso que, ahora sí, podría ser el inicio del “fin de ciclo” progresista en la región, algo que hasta hace unos pocos días parecía poco probable. De hecho, si el candidato del kirchnerismo es derrotado en el balotaje sería la primera vez que un gobierno progresista o de izquierda es vencido en las urnas desde el triunfo inaugural de Hugo Chávez en diciembre de 1998. Hasta ahora, todos esos gobiernos fueron ratificados en las urnas y sería lamentable que la Argentina rompiera con esa positiva tendencia. Tenemos una responsabilidad regional de la cual no podemos sustraernos: una victoria de Macri sería un golpe mortal para la UNASUR, la CELAC y el mismo Mercosur. Además, la Argentina se realinearía incondicionalmente con el imperio y este redoblaría su ofensiva en contra de los gobiernos bolivarianos, cada vez más privados de apoyos externos. Como latinoamericano y marxista no puedo ser indiferente ante la amenaza que representa un eventual gobierno de Macri que se uniría de inmediato a Álvaro Uribe, José M. Aznar y sus mentores norteamericanos en su pertinaz cruzada para erradicar de la faz de la tierra al chavismo, a los gobiernos de Evo y Correa y para propiciar el “cambio de régimen” en Cuba. Es decir, para liquidar definitivamente todo rastro de antiimperialismo en América Latina. Nadie situado genuinamente en la izquierda política podría contemplar distraídamente esta posibilidad ni dejar de hacerse cargo de enfrentarla con todas sus fuerzas. Desgraciadamente, llegados a este punto, no tenemos mejores opciones que la de apoyar al FPV para aventar el riesgo de un mal mayor, sabiendo empero que si lográsemos triunfar en este empeño tendríamos que darnos de inmediato a la tarea de construir una verdadera alternativa política de izquierda porque el kirchnerismo, con sus aciertos, sus errores y sus limitaciones ideológicas, no lo es y no puede serlo.

¿Podrá Scioli doblegar a su contrincante en el balotaje? Dependerá de cómo diseñe su estrategia de campaña para estas semanas. Los dos debates con Macri pueden ser la llave del triunfo, si es capaz de pasar a la ofensiva y demostrar que tras la vaguedad discursiva de su oponente se esconde un brutal programa de ajuste. Pero no le bastará con eso. Tendrá también que dejar de circunscribir su discurso a la defensa de la obra del kirchnerismo (algo para lo cual la presidenta Cristina Fernández no necesita ayuda porque lo hace infinitamente mejor que él), definir nuevas prioridades y salir con propuestas concretas en materia económica, social, cultural e internacional que le permitan persuadir a la opinión pública que podrá ser el presidente que comience a hacer todo aquello que el kirchnerismo, en otros momentos, reconocía que aún restaba por hacer y no hizo. Y que lo diga con convicción, sin pedirle permiso a nadie ni esperar la palmadita afectuosa de la Casa Rosada. Es una tarea difícil pero no imposible. Enfrente suyo no tiene a un De Gaulle o un Churchill sino a un insulso producto de un astuto marketing político, apoyado por el aparato publicitario de la derecha imperial. Difícil, repito, pero lejos de ser imposible. Ojalá que le vaya bien porque, aunque algunos se empeñen en negarlo, en este balotaje también se juega el futuro de los procesos emancipatorios y de las luchas antiimperialistas en América Latina.


Rolando Astarita - https://rolandoastarita.wordpress.com/ - 28/10/2015

“El país gira electoralmente a la derecha”. Esta caracterización, que tomo del sitio web del Movimiento Al Socialismo, a la vista de los resultados electorales, está muy extendida en la izquierda. Pero… ¿por qué se caracteriza a Macri como la derecha de Scioli? ¿Qué hay distintivamente “de izquierda” en el kirchnerismo y Scioli con respecto a Cambiemos, cuando se considera el programa político global?

Por empezar, y a la luz de las experiencias pasadas, ¿no es necesario tener algo más de prudencia a la hora de caracterizar como “de izquierda” o “derecha” a candidatos, gestiones y programas? Por caso, en 1983 muchos de los que hoy argumentan acaloradamente que votar en blanco es “facilitar el camino de la derecha”, sostenían, con la misma vehemencia, que Luder (sí, el que pedía amnistía para los milicos del Proceso) y Herminio Iglesias encarnaban la “liberación nacional”, contra el candidato Alfonsín. Y en 1989 decían que el voto “contra la derecha” era Menem. Aunque en 1999 era a la Alianza (¿recuerdan las bondades que le atribuían a la “tercera vía”?) contra Menem. Y en 2003 lo “progresista” era Kirchner, que subía apoyado por Duhalde. Aunque en 2011 la derecha era Duhalde, frente a Cristina Kirchner. Con un agregado “de yapa”: el mismo “analista social” que recorrió todo este espinel de caracterizaciones, en 1973 me trataba de convencer de que el voto a Perón era de izquierda (después de que Lastiri y López Rega hubieran desplazado a Cámpora); y que en 1976 había un ala militar “progresista” frente al ala “ultra y fascista” de la dictadura. Pero sin llegar a los extremos de las piruetas mentales de la militancia, o ex militancia, PC, el enfoque está instalado: en cada coyuntura aparecen los más que sutiles análisis de las sutiles diferencias para establecer las improbables “líneas divisorias” entre las también sutiles “izquierda y derecha”.  Y para abrir la puerta a los oportunismos de ocasión.

¿No es hora entonces de poner un poco de orden en estos vaivenes, asentando los análisis en las relaciones sociales subyacentes, y en la caracterización del régimen político? Por supuesto, un análisis materialista dará un “trazo grueso” en el que no habrá espacio para el verso progre-K del tipo “la construcción retórica de una nueva subjetividad por parte del kirchnerismo se pone en juego en el próximo ballotage en la confrontación de los estilos discursivos”. ¿La nueva “subjetividad” es la que se expresó en el voto del domingo pasado? ¿O es que con este palabrerío “de alto vuelo intelectual” se busca disimular la falta de alternativa real de los teóricos de “la construcción discursiva de lo real” frente a los crecientes problemas que enfrenta la economía argentina? Para “bajarlo a tierra” (aunque sea una tarea sin horizonte cuando se trata de algunos ensayistas, evadidos del rigor de las relaciones sociales reales): ¿qué diferencia de fondo hay entre las condiciones a los inversores que propone dar Scioli y las que propone Macri? La respuesta: ninguna diferencia sustancial, como hemos explicado en otras notas.

Sin embargo, lo más importante es que en estas caracterizaciones, tan superficiales como acomodaticias, subyace un error elemental: considerar que un gobierno capitalista pasa a ser “de derecha” cuando la economía enfrenta dificultades y aplica las medidas que, aproximadamente, aplican todos los gobiernos capitalistas en circunstancias parecidas. El caso de Dilma Rousseff es ilustrativo: “progresista” cuando se estaba en la fase ascendente del  ciclo, “derechista” cuando vino la crisis y aplica las recetas “de toda la vida”. ¿Qué dicen ahora los que recomendaban en las últimas elecciones votar a Dilma para “enfrentar el programa de la derecha”? Nada, no dicen palabra. Jamás los vamos a ver hacerse responsables por las irresponsabilidades discursivas a las que nos tienen acostumbrados. Pero es la misma manera de barrer debajo de la alfombra, aquí en Argentina, la historia de los peronistas de izquierda en los últimos 25 años: “derechistas” sosteniendo y participando del gobierno junto a Menem cuando el capital demandaba los “ajustes” (¿o quiénes apoyaron las privatizaciones de YPF, de las cajas de jubilación, del banco de Santa Cruz y similares?); progres “izquierdistas” en la fase de ascenso del ciclo económico y bonanza de los términos de intercambio, para girar al apoyo de un auténtico producto del menemismo en el 2015. Por eso Scioli hoy es la viva corporización de estos vaivenes.

Por supuesto, todo esto se puede disimular agitando el peligro del fascismo, o del golpe de Estado. Pero la realidad es que aquí no está en juego un cambio de régimen político (de democracia burguesa a dictadura militar, o régimen nazi), sino simples variantes al interior del dominio burgués “ad usum” desde 1983. Pero si esto es así, ¿por qué es de “izquierda” pagar hasta el último centavo al Club de París, sin chistar, y es de derecha decir, desde la oposición, que está bien arreglar con el Club de París? ¿Por qué es de izquierda afirmar que en última instancia hay que arreglar con los holdouts (declaración de Kicillof a La Nación), y es de “derecha” prometer que si se llega al gobierno se va a arreglar con los holdouts (declaraciones de Macri, pero también de Scioli)? Más atrás, y para tocar una “conquista histórica” del gobierno K, ¿por qué el pedido de la oposición burguesa de una asignación universal por hijo era una propuesta “de derecha” durante las elecciones de 2009, pero fue una “medida revolucionaria” cuando la instaló el gobierno de Cristina K por decreto? O también, ¿qué tiene “de izquierda” endeudarse con Venezuela al 15% anual en dólares, o colocar deuda hoy al 10%?

Pero incluso desde el punto de vista de los que defienden el estatismo burgués, ¿qué tiene de “izquierdista” haber destrozado el INDEC y por qué es “derechista” criticar la destrucción del INDEC? ¿Por qué es “izquierdista” haber “logrado” que la matrícula en la escuela pública haya descendido en relación a la matrícula en la escuela privada? ¿Qué tiene de “izquierda” haber vaciado YPF con el grupo Eskenazi? ¿Qué tiene de “izquierda” vaciar de reservas al Banco Central? Y así podría seguir.

Vayamos por un momento a la cuestión ambiental, otro punto axial de cualquier política progresista, sin importar aquí el carácter de clase de un gobierno. ¿Qué tiene de “izquierdista” no haber avanzado en la aplicación de la ley de glaciares? ¿Qué tiene de “izquierdista” no cumplir con la ley de bosques, sancionada hace ya 8 años? ¿Por qué es “de derecha” exigir la aplicación de estas leyes elementales de preservación del medio ambiente, y “de izquierda” negarse a hacerlo?
Por otra parte, ¿qué razones hay para decir que los Alperovich, los Berni, los Urtubey, los Beder Herrera, los Curto, los Insfrán, los Granado, son “de izquierda” comparados con los elementos que trae el macrismo + la UCR + Coalición Cívica? ¿Por qué es “de izquierda” estar con Caló o Yasky, y “de derecha” estar con Moyano? ¿Dónde está la diferencia? Más en general, ¿por qué está “a la izquierda” la represión a los qom, o a los manifestantes de Neuquén contra los acuerdos de Chevron, y “a la derecha” la represión de la policía metropolitana en el Borda? ¿Por qué están a la “derecha” las escuchas telefónicas de Macri, y “a la izquierda” el proyecto X y la infiltración de los servicios en las organizaciones sociales y los partidos de izquierda? ¿Qué tiene “de izquierda” defender a Milani? ¿O la ley antiterrorista? ¿Qué tiene de “izquierda” decir que hay que bajar la edad de imputabilidad de los menores, designar ejecutores de políticas de mano dura y seguir amparando las torturas en las cárceles como “solución” a la inseguridad en la provincia de Buenos Aires, por ejemplo? ¿Qué tiene de “izquierda” el ocultamiento por parte de Aníbal Fernández y de Capitanich de las responsabilidades de la policía del Chaco en la muerte de Ángel Verón?

En definitiva, hay un cambio político, pero no porque la sociedad haya “girado de la izquierda a la derecha”, sino porque, dentro del apoyo a las corrientes y gobiernos burgueses, lo que ha cambiado es la coyuntura económica. Tengamos presente el dato fundamental: desde 1983 a la fecha más del 90% de la población ha votado, sistemáticamente, a partidos y candidatos enemigos del socialismo y defensores del régimen capitalista (incluidos los progresistas “a lo Stolbizer”). Es dentro de estos marcos que se desenvuelven las políticas gubernamentales, que cambian ante los cambios del ciclo económico. De conjunto, en América Latina se asiste a este giro, marcado por la falta de perspectivas del capitalismo estatista, en el contexto de la caída del precio de las materias primas y el crecimiento débil de la economía mundial. La historia de Lula y Dilma es el espejo en el que se puede mirar el progresismo K izquierdista argentino. No hay cambio de régimen (ni se viene el fascismo, como exageran algunos). La clase trabajadora no tiene nada para ganar apoyando a alguno de los dos candidatos principales. Mal que les pese a los apologistas de la “construcción discursiva de la realidad”.