ELECCIONES PRESIDENCIALES ARGENTINA 2015 (II)
Por Sergio Daniel Aronas – 30 de octubre de 2015-10-30
Seguimos analizando que pasó el domingo 25 de
octubre en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de la Argentina
para el período 2015-2019 porque ha provocado resultados inesperados en todos
los distritos de la República. Ha significado un verdadero cimbronazo tanto por
el impacto a nivel nacional como por las repercusiones que puede llegar a tener
a nivel internacional, básicamente en el contexto sudamericano y
latinoamericano.
Pese a que el candidato oficialista fue el más
votado para presidente, la impresión general es que ha sufrido una derrota porque
no pudo ganar con la mayoría necesaria para evitar el ballotaje, que es por
cierto, el objetivo que se planteó la Alianza Cambiemos como trampolín hacia
una posible victoria el 22 de noviembre. Y que esta derecha tenga un presidente
y aunque a muchos no le guste el término, es una situación peligrosa no tanto
por las escasas ideas que tiene Mauricio Macri, sino por el equipo de
colaboradores que tiene, los poderosos intereses empresarios agrarios e
industriales que defiende y por sus vínculos con los Estados Unidos que lo ve
como la personalidad ideal para reconquistar posiciones en la política
argentina y en toda la región.
Vamos a presentar una serie de artículos de
diversos autores y analistas que nos brindan sus puntos de vista acerca de la
interpretación política y sociológica del electorado argentino en estas
elecciones tan transcendentales.
Todos coinciden en el giro conservador o hacia
la derecha que ha tenido lugar en estos comicios por la forma en que se expresó
el electorado, especialmente en la provincia de Buenos Aires, la más importante
de la Argentina por la cantidad de habitantes y el poder económico que
concentra este estado. Ahí el partido Cambiemos, provocó un fuerte cambio al
ganar no solo la gobernación sino que desbarrancó a muchos caciques del
peronismo de sus intendencias que las tenían como bastiones inexpugnables desde
varios años. Para el profesor Astarita, no es tanto un giro a la derecha, sino una modificación de la coyuntura económica lo que produce el voto hacia Macri. Aun así, el avance que tuvo su partido PRO desde las primarias de 2013 a esta de 2015 es arrollador y por más vuelta que se le dé a esta cuestión, es indudable el voto masivo a los candidatos de derecha porque si sumamos a Massa y a Scioli, que este último no tiene nada de izquierda, casi el 95% del electorado prefirió a este sector político.
La lista de los que elegimos para el estudio de las elecciones son los siguientes:
1) Eduardo Lucita, economista del colectivo
Economistas de Izquierda
2) Luis Bilbao, analista de temas
internacionales y director de la revista América XXI
3) Aram
Aharonian, el menos conocido de estos analistas
4) Juan Castillo y
Cia, del blog episteme
5) Atilio Borón,
reconocido analista de política internacional
6) Rolando Astarita,
economista, profesor universitario-
Creemos que es una buena selección ya que todos aportan buenos elementos de análisis y siendo que la mayoría son gente de izquierda, llama la atención las diferencias entre ellos, especialmente entre Borón, que apoya este proceso político desde el punto de vista de la integración latinoamericana y por la existencia de gobiernos de izquierda progresista y el de Rolando Astarita, que con su enfoque interpreta una modificación en la situación económica, en un reagrupamiento de fuerzas de la burguesía y que en definitiva por su modo de ver las cosas apunta a votar en blanco en el balotaje. Para él no hay cambio ni de régimen ni un peligro fascista, lo cual es subestimar a la derecha y lo que esconde detrás de sus candidatos ya que nunca dicen lo que van a hacer sino cuando están en el gobierno. De ahí el peligro que el profesor Astarita no cree que exista. En el escrito de Luis Bilbao, es el único que plantea como salida de la crisis el camino de la Revolución y el Socialismo. ¿A quién de nosotros no nos gustaría ese rumbo? El problema que la izquierda que debería levantar esta estrategia de cambio, no es una izquierda revolucionaria ni tiene como norte la conquista del poder por medios revolucionarios. Hablamos del Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT) que hizo una buena elección con casi 800.000 votos para presidente.
Dejamos que Uds lean
estas notas y puedan tener un mejor panorama de las causas que motivaron el
tipo de votación el pasado domingo 25 de octubre, cuáles son las perspectivas
políticas, económicas y sociales que se vienen en la Argentina en caso de
suceder un cambio de gobierno.
SE FUE LA
PRIMERA, CON SORPRESAS Y FINAL ABIERTO
Eduardo Lucita (EDI
– Economistas de Izquierda) - Rebelión
– 30/10/2015
Finalmente luego de un largo año electoral llegó el día, y hubo
sorpresas. No por el balotaje que era esperado y promocionado por muchos
analistas, sino porque los resultados agregaron una fuerte incertidumbre. La
gobernabilidad está en juego.
Un temblor de proporciones,
con epicentro en la Provincia de Buenos Aires, sacudió las urnas e impactó
fuertemente en los resultados generales. El giro conservador, señalado ya desde
esta columna, que expresaban los tres candidatos con posibilidades se verificó
una vez más, pero lo que no estaba en los cálculos de nadie es que encumbrara a
la derecha empresarial con muchas posibilidades de ganar la segunda vuelta. Los
resultados instalan una fuerte crisis política, particularmente al interior del
movimiento peronista.
Es la política
Seguramente un análisis más
detallado permitirá mejores conclusiones sobre los resultados, pero hay que
dejar en claro al menos una cuestión. El resultado articula con el ascenso de
la derecha regional y el llamado fin de ciclo de los gobiernos “progresistas”
(Brasil, Uruguay, Ecuador) y es funcional a la política internacional que está
desplegando EEUU. No es solo el acercamiento a los mercados y la vuelta al
endeudamiento externo, garantías a las grandes corporaciones y protección de sus
tasas de ganancia. Es también la liberalización de los mercados y el poner fin
a los devaneos neo-desarrollistas de las fracciones pequeño-burguesas
(alfonsinismo-kirchnerismo) que se asumen como la representación política de un
capital nacional casi inexistente.
Del ensayo general a la
elección definitiva
El tiempo transcurrido
entre el 9 de agosto y la noche del pasado domingo 25 estuvo cargado de
incertidumbre. De la veintena de encuestadoras reconocidas solo dos daban
ganador en primera vuelta al FPV, el resto no mostraba mayores diferencias con
los resultados de la PASO. En los sondeos previos la anunciada polarización no
se concretaba pero tampoco el sprint final que hiciera superar el 40 por ciento
al FPV y colocara en el podio a Scioli. Por el contrario UNA (Massa) se
recuperaba y como contrapartida evitaba que Cambiemos (Macri) incrementara su
caudal y forzara el balotaje. En el otro extremo el FIT (Del Caño) aspiraba a
superar el 4 por ciento y sobre todo a incrementar su bancada legislativa.
Según las consultoras una
semana atrás ya el 70 por ciento de los votantes tenía definido su voto, un 10
estaba indeciso y otro 17, que ya había elegido su candidato, podría cambiar su
voto a último momento. Se inventó entonces la categoría de “voto frágil”. Así
en la última semana los candidatos se lanzaron a buscar votos entre los 8.0
millones de abstenidos en las PASO, entre el 1.5 millón que votaron en blanco o
entre los 3.5 millones que eligieron candidatos que no pasaron las primarias.
El día esperado llegó con
una economía estancada que acumula fuertes desequilibrios pero con buenos
niveles de consumo y empleo. La anunciada crisis no se produjo, lo que no niega
que haya tendencias a la crisis. Así los llamados al voto útil –aquel que hace
que se vote a uno para que no gane el otro- se antepusieron a las propuestas y
programas de gobierno. El FIT rechazó ese llamado recurriendo a lo que
podríamos llamar el Teorema Dilma. En Brasil se pedía el voto a Dilma Roussef
para que no ganara la derecha, hoy es Dilma quién que está aplicando el
programa de la derecha…
Las corporaciones
Acompañando la campaña
tanto empresarios como sindicalistas buscaban recomponer sus relaciones
internas para definir como pararse frente al nuevo ciclo. Las distintas
vertientes de las direcciones sindicales históricas hicieron su propia fumata,
provisoria porque la definitiva será dentro de un año. Definieron un pliego de
reivindicaciones nada original -paritarias, obras sociales, preservación del
modelo sindical. Por su parte los grandes capitalistas –en las elecciones en la
UIA, en el coloquio de IDEA, en reuniones en la Bolsa de Comercio- analizaban
la situación económica -poniendo énfasis en el tipo de cambio, la necesidad de
inversiones, control de la inflación- y las perspectivas electorales -se
sienten más cómodos con Macri (al final es uno de ellos) pero Scioli les da
mayores garantías de gobernabilidad- pero sobre todo buscan recomponer el
comando del bloque de las clases dominantes, para actuar unificadamente en el
próximo período.
Punto más o menos los
grandes capitalistas, y también los asesores y economistas de los principales
candidatos, reconocen que con los desequilibrios macroeconómicos que acumula la
economía algún ajuste se impone… dependiendo de en qué tiempo se consigan
dólares del exterior, mientras están pendientes de las propuestas de la
Convención de la UIA el 14 de diciembre próximo. Por su parte los dirigentes
sindicales ofrecen a cambio de sus demandas la contención del conflicto social…
Saque el lector sus propias conclusiones.
Panorama antes de la
definición
Finalmente hubo una doble
polarización, tenue a nivel presidencial y mayor en la disputa por la
gobernación de la Provincia de Buenos Aires. La participación fue alta, más del
79 por ciento, el voto en blanco fue bajo ,2.3, y el voto útil dio resultados y
dejó descolocados a todas las consultoras y analistas. El FPV obtuvo el 36.3
por ciento de los votos; Cambiemos el 34.8 y el FR el 21.3. El FIT, 3.3,
superando levemente la votación de las PASO y se ubicó como cuarta fuerza
nacional, en tanto que el centro izquierdismo se desbarrancó, Progresistas
obtuvo el 2.6. Este desbarranque se verificó también para el sector K más
progresista en la Ciudad de Buenos Aires.
Pensando en el balotaje del
22 de noviembre próximo conviene registrar que en relación a las PASO Cambiemos
creció 4.2 por ciento, especialmente en las provincias Buenos Aires y Córdoba,
en tanto que el FPV perdió 1.5, concentrados en los históricos bastiones
peronistas del Conurbano bonaerense y las provincias del Norte y el Sur del
país.
La gobernabilidad en
cuestión
El ciclo abierto en el 2003
ha concluido, lo que no significa que el kirchnerismo no perdure como corriente
política. El país ingresa en otra etapa en la que el próximo gobierno,
cualquiera sea, se enfrentará a una situación política muy distinta a la
actual.
Desde el punto de vista
institucional no controlará al poder legislativo. En Senadores el FPV tendrá
mayoría simple pero no en Diputados, donde será primera minoría. Las otras
fuerzas con representación parlamentaria han aumentado sus representantes. Cambiemos
no controlará ninguna de las dos cámaras. Cualquiera de las dos fuerzas que van
al balotaje necesita rápidamente trabar acuerdos con el FR, no solo para ganar
las elecciones.
En síntesis, quien asuma la
administración de los asuntos del Estado será un gobierno partido, que
necesitará de negociaciones, acuerdos y componendas permanentes. Este
acuerdismo será complejo ya que las principales fuerzas son producto de
coaliciones, constituidas más por necesidades electorales que por acuerdos
programáticos y no es seguro voten en bloque.
Es entonces de prever un
gobierno más débil que los anteriores que deberá implementar una política de
ajuste con la lógica resistencia de los trabajadores y sectores populares, que
están mejor posicionados que en el 2002, que pondrá a prueba la capacidad para
arbitrar el previsible conflicto social.
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32 millones de argentinos
fueron convocados a participar de las elecciones generales para elegir al
presidente de la Nación entre las seis fórmulas que lograron superar las
elecciones primarias de agosto pasado. En un mismo acto se renovaron la mitad
de las bancas de diputados (130) y un tercio de las de senadores (24), se eligieron
también representantes al Parlasur así como gobernadores y diversos cargos
provinciales y municipales en 11 provincias.
El FPV en Diputados perdió
26 escaños y llegará a 107 (20 kirchneristas), Cambiemos ganó 29 y alcanzará
91(54 UCR), mientras que el FR gana 9 y llega a 36 (es un bloque muy
heterogéneo). Progresistas perdió 8 y quedan con 5, mientras que el FIT ganó 1
y llega a 4 diputados. En senadores el FPV con aliados ganó 3 escaños y tendrá
mayoría simple propia.
DURA
DERROTA DE GOBIERNO Y PARTIDO PERONISTA
EN
PRIMERA RONDA PRESIDENCIAL
Luis Bilbao – Rebelión – 30/10/2015
Argentina está en suspenso tras los resultados de la elección el domingo
pasado. Resumo los datos en un apéndice al final de la nota.
Excepto aisladas e
inaudibles voces de un sector de la izquierda revolucionaria este desenlace no
fue previsto. Por lo mismo, no hay respuesta inmediata a la coyuntura.
Sólo una brusca reversión
de las tendencias hoy visibles podría evitar la victoria de Mauricio Macri y el
Frente Cambiemos.
Macri, como he repetido en
numerosas ocasiones, es un pálido representante de la Internacional Parda.
Responde ideológicamente a José Aznar y Álvaro Uribe. Cambiemos es un frente
con la Unión Cívica Radial, socialdemócrata, y la Coalición Cívica, creación
artificial del Departamento de Estado, por cuya mano fue creada esta fórmula
hasta el momento exitosa. En la creatura tuvo un peso singular el Vaticano, que
no obstante apoyar inicialmente a Daniel Scioli, cuando Cristina Fernández
impuso como candidato a gobernador de Buenos Aires a Aníbal Fernández giró en
redondo y respaldó fuertemente a María Eugenia Vidal, quien finalmente arrolló
al peronismo en la provincia de mayor peso del país (cuenta con el 40% de los
habitantes y el mayor desarrollo industrial).
Así las cosas, la fórmula
lanzada a ganar el 22 de noviembre está apalancada por cuatro fuerzas potentes:
socialdemocracia, socialcristianismo, una patrulla perdida digitada por el
Departamento de Estado y la Internacional Parda, que responde a la vez a
Washington y Bruselas a través de Uribe y Aznar.
Que después de 12 años de
gobierno del matrimonio Kirchner gane una fórmula digitada por el imperialismo
y su mentor espiritual, habla por sí mismo respecto de la naturaleza y carácter
de este gobierno. En 2007 Cristina Fernández ganó explicando que quería una
Argentina a imagen y semejanza de Alemania. Nadie podría acusarme de simpatía
con el gobierno alemán si digo que 8 años después Argentina sería feliz si,
aunque sea lejanamente, pudiera compararse con la maltrecha cabeza del
imperialismo europeo.
Tras cuatro años de
estancamiento, recesión y elevadísima inflación, Argentina atraviesa un
dramático momento económico, que el próximo presidente –incluso considerando la
improbable eventualidad de que sea Scioli- tratará de resolver apretando el
cuello de los trabajadores y el conjunto del pueblo, con la precondición de
someterse sin condiciones a Washington y alinearse con el imperio contra la
revolución en curso en América Latina.
Nada de esto es novedad. No
hablo en este tono cuando la Presidente calla a 72 horas de la derrota que la
tiene ella como responsable directa. Quienquiera puede ver mis posiciones (www.luisbilbao.com.ar) desde el inicio de este
gobierno, en mayo de 2003. Reuní posicionamientos al respecto en mi libro
Argentina como clave regional (Fuenap, 2004). Estas afirmaciones continúan un
posicionamiento explícito frente a una gran ficción que engañó a muchos.
El cambio regional que esto
representa, sumado a la crisis convulsiva del gobierno brasileño, lo resumí en
la edición de octubre de América XXI ( http://americaxxi.com.ve/la-naturaleza-del-conflicto/ ).
Ahora se trata de asumir la
nueva situación, que está muy lejos de ser desfavorable para la perspectiva de
una revolución antimperialista y anticapitalista en la región.
Justamente: si Fernández en
lugar de Alemania hubiese puesto a Venezuela como faro a seguir en 2007, hoy
estaríamos en otra situación. Pero el fracaso de tal prototipo es, en realidad,
la impotencia del sistema capitalista para resolver incluso los problemas más
elementales de nuestras sociedades latinoamericanas. Quienes optaron por esa híbrida
mezcla de socialdemocracia y socialcristianismo están hoy claramente en
bancarrota.
Al otro lado de la
barricada, la Revolución sigue su marcha, seguramente afectada por la defección
de sucesivos gobiernos, pero estratégicamente fortalecida por pueblos que
tienen cada día más claro que, ante la convulsiva crisis del capitalismo, los
horrores de esa crisis tanto en la guerra como en el drama de millones de seres
humanos lanzados a la deriva, tienen más posibilidad (porque tienen más
necesidad) de comprender que la Revolución Bolivariana de Venezuela y el
heroico esfuerzo de los gobiernos del Alba son la única respuesta posible,
aunque difícil y exigente.
El resultado electoral del
25 de octubre en Argentina era previsible. Y fue previsto. De un solo plumazo
fueron barridos el reformismo burgués (por estos días llamado desarrollismo o
keynesianismo) y el tradicional reformismo obrero, apalancado por la
socialdemocracia, el ex comunismo y el socialcristianismo, arrasados moral y
electoralmente por la ciudadanía en sus diferentes estratos.
El suspenso durará poco. En
la hipótesis más optimista, hasta el recambio presidencial el 10 de diciembre y
el comienzo de la faena, en marzo de 2016. Pero ya ha llegado la hora de
palabras nítidas y rotundas: Revolución; Socialismo.
Por arduo que sea el
camino, es ahora que comienza. Y sabremos recorrerlo hasta el fin.
Apéndice: Los resultados de
la elección
Los tres candidatos
principales, Daniel Scioli, Mauricio Macri y Sergio Massa obtuvieron a nivel
nacional 36,86%, 34,33% y 21,34% respectivamente. En comparación con las Paso,
realizadas el 9 de agosto, Scioli perdió 2 puntos, Macri ganó 4 y Massa 1. En
la provincia de Buenos Aires la gobernación quedó en manos de María Eugenia
Vidal, del Frente Cambiemos, con 39,49% contra 35,18% de Aníbal Fernández,
actual jefe de gabinete nacional, y 19,22% de Felipe Solá, ex gobernador
peronista actualmente alineado con Massa.
Conducido por la viuda de
Kirchner el Partido Justicialista fue arrasado allí donde siempre tuvo su base
principal. No sólo perdió la gobernación de la provincia de mayor peso en el
país, sino también 64 gobiernos municipales en el interior, incluyendo La
Plata, capital provincial, y todas las grandes ciudades del distrito: Mar del
Plata, Bahía Blanca, Olavarría, Junín, Pergamino, Campana, Rojas... Peor aún:
el PJ y el Frente para la Victoria perdieron municipios clave del Gran Buenos
Aires, Quilmes, Lanús, Morón, 3 de Febrero, Pilar, entre tantos otros. A la
pérdida de la provincia de Buenos Aires, que concentra el 40% de la población
nacional, se agregaron derrotas por porcentajes inusuales en la Capital Federal
y en las tres provincias con mayor población y desarrollo industrial después de
Buenos Aires: Córdoba, Santa Fe y Mendoza.
El Frente de Izquierda y los
Trabajadores obtuvo el 3,27% y el Frente Progresista el 2,53%. El Partido
Socialista, que originalmente encabezó ese sector, tuvo un durísimo revés con
la derrota de Hermes Binner, que no logró la banca de Senador por la cual
compitió. Otro fracaso estrepitoso lo sufrió el PC, asociado a la candidatura
de Aníbal Fernández a través del ex intendente de Morón Martín Sabbatella,
quien fue como candidato a vice gobernador, perdió esa posición y también la
intendencia de Morón, que había delegado en su hermano.
En otro plano y a
diferencia de lo ocurrido en las Paso, el voto en blanco y los anulados (entre
otros el Voto Protesta) fue bajo a nivel nacional: 2,36 y 0,75; también en
Córdoba: 1,22% y 0,82%; en Santa Fe 2,52% y 1,10%. Pero hubo provincias donde
cobraron una relevancia mayor. En Chubut hubo 9,58% en blanco y 1,51% nulos. En
Santa Cruz 3,65 y 1,08%; en Neuquén 3,72 y 1,42 respectivamente. También hubo
una participación mayor de la ciudadanía: del 74% en las Paso al 80,88% el 25
de octubre. Aunque no se puede medir en votos, la iglesia católica y propio
Papa jugaron un papel importante en estos resultados. No tanto porque Vidal
proviene de ese cenáculo, sino porque Francisco se empeñó personalmente en que
Aníbal Fern,ández, acusado de narcotráfico y participación en asesinatos, no
accediera a la gobernación de Buenos Aires.
SCIOLI NO
SE ESCRIBE CON K
Es difícil discutir los números. Daniel Scioli, el candidato
presidencial del oficialista Frente para la Victoria, sacó el 36,86% de los
votos en la primera vuelta de las elecciones del domingo; 8 millones 996.194
sufragios. El candidato presidencial de la alianza derechista Cambiemos,
Mauricio Macri, se quedó con el 34,33% y 8 millones 379.016 votos: 617 mil
menos. O sea, ganó Scioli, pero como no superó el 45% y la diferencia fue menor
al 10%, irán ambos a una segunda vuelta el 22 de noviembre.
La causa de este acercamiento, el inesperado triunfo de María Eugenia Vidal, de
la coalición Cambiemos que lidera Macri, en Buenos Aires, una provincia
históricamente peronista, y que suma el 46% de los votos de todo el país. Con
el 39,5% de los votos frente al 35,1 del candidato del Frente Para la Victoria,
será la primera mujer en gobernar la provincia más poblada y compleja del país.
Mientras la fórmula presidencial del FpV obtuvo 3,4 millones de votos
bonaerenses, Fernández, candidato a gobernador, sólo consiguió 3,1 millones.
Más de 300 mil votos de diferencia en contra, lo que seguramente lo llevó al
aún hoy Jefe de Gabinete de la Presidencia, a sembrar la manifiesta sospecha de
la traición de algunos de sus compañeros.
Muchos, dentro del kirchnerismo-peronismo- progresismo (si es que existe) se
preguntan hoy si Scioli fue el mejor candidato, máxime cuando se intentó
instalar la idea de que “el candidato es el proyecto” como fórmula para
amalgamar a Scioli con el kirchnerismo, que superaba el 50% de credibilidad en
las encuestas.
Recién la noche del domingo, el gobernador bonaerense decidió recordar
la re-estatización de la petrolera YPF y de Aerolíneas Argentinas, la
reestructuración de la deuda externa, las políticas sociales. Cristina se alejó
y no fue determinante en la campaña. Es más, La Cámpora -sector juvenil
kirchnerista- no estuvo en el acto de cierre de campaña.
Otros se preguntan por qué en doce años de gobierno, el kirchnerismo no supo o
no pudo modelar un candidato a su medida, ni a la presidencia ni a las
gobernaciones. Y ahora, además, perdió el control total de la Cámara de
Diputados (conserva holgadamente la primera minoría), aunque tiene mayoría en
el Senado.
Scioli lleva una gestión de ocho años en la Provincia de Buenos Aires, con aciertos
y también con errores. Su perfil está alejado de la emotividad, de la épica
kirchnerista, de la irrupción de la juventud, del relato de país de Néstor y
Cristina.
Scioli aceptó lo que le decían sus constructores de imagen y siempre habló como
si las elecciones fueran un mero trámite. Recordó que existía la confrontación
y que estaba en medio de una batalla de ideas, cuando ya se habían emitido los
votos.
Hasta ahora, el escenario de lucha no era –según sus consultores– bueno ni para
Scioli ni para Macri: ahora saldrán a confrontar, a masacrarse. Si es que
quieren ganar, claro.
La política no puede prescindir de los medios de comunicación ni de las redes
sociales, pero tampoco puede prescindir del territorio y de la militancia. Lo
que no hizo Scioli en la campaña hasta la conferencia de prensa del domingo fue
romper la lógica del funcionariato, la dirigencia (sin gente) ávida de
ministerios y una partidocracia mayoritariamente prekirchnerista. Ese estilo
proselitista lo aleja de la mujer y el hombre de a pie, le quita frescura y lo
aísla del pueblo, repetía un enojado dirigente del Movimiento Evita.
Daniel Scioli aparece como un político de siglo XX, mientras Mauricio Macri
logró convertir –con el inapreciable apoyo de la Unión Cívica Radical– a un pequeño
grupo de la Capital en un movimiento con anclaje territorial, tejiendo alianzas
con connotados personajes del pasado y sumando jóvenes provenientes de los
ambientes faranduleros, pero también académicos.
Su vacío programático fue llenado de mercadeo político, donde se recita
“cambio” pero no se propone nada nuevo. Parte con viento de cola, aunque en el
camino deberá enfrentarse con Scioli en un escenario al que ambos hasta ahora
rehuyeron.
Desde las PASO (elecciones internas obligatorias) de agosto hasta las
elecciones del 25 de octubre, se sumaron casi millón y medio de votantes, parte
de ese pueblo que es muy distinto al de hace 12 años, cuando no lograba salir
del corralito y sucumbía en la crisis para gambetear el hambre y la miseria.
Hoy existe una sociedad con alta demanda social (y requerimientos básicos
satisfechos) que busca nuevas respuestas.
LO QUE SE DEFINE EN EL BALLOTAGE
NO DA MARGEN PARA LA INDIFERENCIA
Juan Castillo y Cia (http://epistemesxxi.blogspot.com) Rebelión – 29/10/2015
Suponer que estamos en
condiciones de explicar el porqué del resultado de los comicios en Argentina
sería un exceso de presuntuosidad de nuestra parte. En principio porque no hay
un patrón común sobre el cual se fundamente el voto de cada ciudadano. Pues
algunos lo hacen sobre criterios de racionalidad, otros sobre la base de la
intuición, otros sobre impulsos sentimentales, otros en función de lo que
determinan los medios hegemónicos, otros atendiendo a un conjunto de prejuicios
(culturales, ideológicos, sociales e incluso raciales), algunos -como es lógico
esperar- conforme a su interés personal; y otros a raíz de su pertenencia
partidaria. Están obviamente aquellos que lo hacen posicionados desde su
perspectiva individual y otros en función de lo que lo que conciben como
conveniente para las mayorías o necesario para el país. De ahí que procurar
efectuar una interpretación universal que nos lleve a encontrar la causa
determinante del resultado de la elección es una pretensión que raya en lo
quimérico.
Cierto es que en
determinados momentos históricos pueden aparecer causas que induzcan a la
ciudadanía a manifestarse en bloque y en forma homogénea en una contienda
electoral. Pero esto generalmente suele suceder en situaciones de crisis
económico-social sumamente graves; donde el anhelo de la población, por
superarlas, se manifiesta de manera casi unánime. El mismo fenómeno puede
producirse ante la presencia de un gran líder carismático capaz de reunir un
elevado número de voluntades detrás de su propuesta; si bien es cierto que ésta
clase de liderazgos suelen aparecer en períodos similares; es decir, en
aquellos signados por una profunda agonía social. No por casualidad la
proliferación de estos liderazgos tuvo lugar en Latinoamérica después del
“huracán neoliberal” que azotó a la región durante las décadas del 80 y de los
90.
Lo concreto es que un
sector importante de la sociedad argentina, estando lejos de esa situación y
habiéndose recuperado significativamente de los devastadores vientos de aquel
entonces; parece añorar -y así lo demuestran los resultados electorales- los
catastróficos soplos huracanados. Resulta difícil comprender, más allá del
desgaste típico que ocasiona el ejercicio del poder gubernamental, porqué la
respuesta ciudadana orientó su voto hacia un candidato que no solo públicamente
se jactó de calificar al ex presidente, Carlos Saúl Menem como “un gran
estadista”; sino que cuenta en su equipo de economistas con los más rancios
neoliberales que aplaudieron –y peor aún, ejecutaron- a rajatablas el
endeudamiento sistemático iniciado por Martínez de Hoz y continuado por Domingo
Felipe Cavallo.
No faltará alguno que apele
al pueril, y mediocre argumento, de que el candidato del FPV incursionó en la
política bajo “la bendición” del propio Menem. Hecho que no desconocemos, ni
concebimos en él, la figura de un revolucionario. Pero más allá de ese
antecedente, nadie en su sano juicio puede imaginar que un candidato que llega
al poder de la mano del Kirchnerismo va a emprender un proceso desregulador y
privatizador en la Argentina como sí lo propugna, si bien subrepticiamente, el
candidato oficial del establishment: Mauricio Macri. Tampoco es lo mismo un
candidato que se comprometió de antemano a seguir fortaleciendo los vínculos regionales
con nuestros hermanos del Mercosur; a otro que se encargó recurrentemente de
asistir a la embajada americana para recibir consejos y solicitar que le pongan
freno a las iniciativas del gobierno kirchnerista.
Obviamente son muchas las
diferencias políticas que existieron, al menos a lo largo de estos últimos
años, entre estos dos candidatos. Uno se opuso a la estatización de YPF, de
Aerolíneas Argentinas, de las AFJP, de la transmisión de “futbol para todos”,
de la sanción de la ley de fertilización asistida, de la ley de matrimonio
igualitario; por solo citar algunas. Mientras que el otro acompañó cada una de
esas iniciativas. El primero se llama Mauricio Macri; y el segundo, Daniel
Scioli. Uno de ellos será el futuro presidente de los argentinos; pues, resulta
entonces razonable preguntarnos: ¿Dónde radica el peligro?
En la figura de un
candidato que aspira a despolitizar la sociedad argentina como aconteció en los
años 90 y volver a la ola privatizadora, retrotrayéndonos, de ese modo, a la
década neoliberal; o en la figura de Daniel Scioli que, sin ser un candidato
que despierte demasiado entusiasmo, sabemos que no nos va a hacer retroceder
del camino transitado.
Solo la necedad exacerbada
puede conducirnos a dar un paso hacia al abismo; de ahí que sea preciso
reflexionar al efecto. No se trata de ampararnos en el futuro con la cómoda
expresión de “yo no lo vote”. Al fin y al cabo; el no votar encierra una
decisión y esa decisión no es neutra, contrariamente a lo que muchos suponen.
El abstencionismo en el próximo ballotage es funcional a la derecha más
recalcitrante que hay en el país y, más aún, termina siendo funcional a los
dictados del imperio hegemónico en el plano internacional. Porque, entre otras
cosas, la política exterior que asuma el gobierno argentino en los foros
internacionales va a estar condicionada por la concepción política del futuro
presidente. Ni hablar del rol que puede asumir Argentina en un contexto
geopolítico internacional donde a todas luces se visualiza el fin de la hegemonía
unilateral, con un candidato que cree que “aislarse del mundo” es no priorizar
exclusivamente nuestra relación con EEUU.
Sin duda el factor
principal del crecimiento del caudal electoral de Cambiemos (Macri) se debió
indudablemente al papel desarrollado por la Corporación mediática (Clarín) qué,
a través de sus canales de televisión, no solo se encargó de ocultar los
centenares de procesos en que está sumergido el líder del PRO; sino que a su
vez, se ocuparon de “ensuciar” a los candidatos del FPV con operaciones
mediáticas falsas, de modo de desacreditar su imagen y ahuyentar a sus
votantes. Basta comparar el tratamiento mediático que desplegaron
recurrentemente sobre la persona del actual Vicepresidente de la Nación, Amado
Boudou por dos (2) causas judiciales y la nula repercusión que, en esos mismos
medios, tuvieron las más de doscientas (200) causas judiciales que pesan sobre
las espaldas de Mauricio Macri.
Ahora bien, si con un
gobierno adverso a sus intereses, la Corporación mediática pudo ignorar la ley
de medios, “enchastrar” a todo aquel que se le oponía en su camino y manipular
la información engañando dolosamente a la ciudadanía; es dable imaginarnos que
será capaz de hacer si su candidato se sienta triunfante en “el sillón de
Rivadavia”.
Como vemos el ballotage no
da lugar a cavilaciones y mucho menos a abstenciones. Puede que algunos
ciudadanos incurran en el error por desconocimiento y voten incluso en contra
de sus auténticos intereses. Puede que algún asalariado vote a un candidato
como Macrí, cuyos asesores reclaman la supresión de las paritarias, sin reparar
en lo pernicioso que eso resultará para su bolsillo ; pero aquellos que
conocemos el sesgo que ha de tener su gobierno, no podemos ser indiferentes a
estas cuestiones. De ahí que el voto en blanco, en estas circunstancias, es una
manifiesta agresión a la inteligencia.
Hace muchos años, con
meridiana precisión, lo definía un destacado líder político argentino del siglo
XX; con el que seguramente, de haber sido contemporáneos, hubiésemos tenido más
de una discrepancia. No obstante, eso no es impedimento para reconocer su
notoria inteligencia, la misma que le hizo decir: “Hombre que está pensando
en poner un blanco sin definición en la urna no merece tener hijos. Porque está
faltando al compromiso que tiene contraído con ellos”.
UN BALOTAJE CRUCIAL PARA
AMÉRICA LATINA
Atilio Borón -
Rebelión 29/10/2015
El resultado de las
elecciones del pasado domingo no fue un rayo en un día sereno. Un difuso pero
penetrante malestar social se había ido instalando en la sociedad al compás de
la crisis general del capitalismo, las restricciones económicas que impone a la
Argentina el agotamiento del boom de las commodities y la tenaz
ofensiva mediática encaminada a desestabilizar al gobierno. Era, por lo tanto,
apenas cuestión de tiempo que esta situación se expresara en el terreno
electoral. Ya las PASO (elecciones Primarias Abiertas Simultáneas y
Obligatorias) celebradas el 9 de Agosto habían sido una voz de alarma, pero no
fue escuchada y analizada por el oficialismo con la rigurosidad requerida por
las circunstancias. Prevaleció una actitud que para utilizar un término
benévolo podríamos calificar como “negacionista”, gracias a la cual la
autocrítica y la posibilidad de introducir correctivos estuvieron ausentes, con
las consecuencias que hoy estamos lamentando.
Me ceñiré, en este breve
análisis, a algunos aspectos más relacionados con la estrategia y la táctica de
la lucha política adoptadas por el Frente para la Victoria en los últimos
meses. Dejo para otro momento la realización de un balance de la experiencia
kirchnerista en su integralidad y con sus múltiples contradicciones: asignación
universal por hijo y concentración empresarial; extensión del régimen
jubilatorio y regresividad tributaria; desarrollo científico y tecnológico
(ARSAT I y II, etcétera) y sojización de la agricultura; orientación
latinoamericanista de la política exterior y extranjerización de la economía.
Algo he dicho al respecto en el pasado y no viene al caso reiterarlo en esta
ocasión. Volveré sobre este tema en un escrito futuro, sin el apremio del
momento actual.
Tampoco me referiré, por ejemplo, a cuestiones que remiten a un
arco temporal que trasciende la actual coyuntura electoral, como por ejemplo la
llamativa ineptitud para construir un sujeto político y hacer de “Unidos y
Organizados” una verdadera fuerza plural y frentista y no un cascarón vacío
cuya única misión fue apoyar, sin ninguna eficacia práctica, las medidas del
gobierno. O a la asombrosa incapacidad para preparar, al cabo de doce años de
gobierno, un liderazgo de recambio que no fuera Daniel Scioli, un político
nacido del riñón del menemismo. O a la suicida actitud, seguida hasta hace unos
pocos meses, de descalificar y hasta ridiculizar a quien, al final del camino,
era el único candidato con el que contaba el kirchnerismo a la hora de
enfrentar la riesgosa sucesión presidencial. Es decir, se vapuleó a una figura,
contra la cual no se ahorraron ninguna clase de ofensas y humillaciones, sin
percibir, en la alegre ofuscación de los cortesanos del poder, que era la única
carta con la que contaban y que poco después deberían vergonzosamente aferrarse
a ella, cual clavo ardiente, en una desesperada tentativa por salvar “el
proyecto”. Dejo a la imaginación de los lectores la calificación de esta
actitud.
Más cercano en el tiempo se
cometieron varios errores de estrategia política de incalculables proyecciones:
para comenzar, la decisión de no apoyar a Martín Lousteau en el balotaje por la
jefatura de gobierno de la ciudad de Buenos Aires en contra de Horacio
Rodríguez Larreta, el delfín de quien hoy aparece como el probable verdugo del
kirchnerismo. De haberse actuado de esa manera, dejando de lado un absurdo
fundamentalismo, el macrismo habría perdido la ciudad de Buenos Aires y se le
habría propinado un golpe -si no mortal, al menos demoledor- a la candidatura
presidencial de Mauricio Macri. Esta ofuscación del FPV, de la cual
participaron desde la Casa Rosada hasta el último militante, fue una bendición
para la derecha ya que le permitió nada menos que conservar en su poder a la
ciudad de Buenos Aires y salvar el futuro de su principal espada política.
Pocos casos de miopía política pueden igualarse a este.
Pero la carrera de errores
no se detuvo allí. Con la intención de salvaguardar la pureza ideológica de la
fórmula kirchnerista, y ante la desconfianza suscitada por Daniel Scioli y su
sinuosa trayectoria política no se tuvo mejor idea que proponer como candidato
a vicepresidente a Carlos Zannini. Al optar por el Secretario Legal y Técnico
de la Presidencia se configuró una fórmula “kirchnerista pura”, buena para
aplacar la ansiedad de los propios pero absolutamente incapaz de captar un solo
voto por fuera del universo político del kirchnerismo. Esta decisión pasó
olímpicamente por alto todo lo que enseñan los manuales de la sociología
electoral, que dicen que para obtener una mayoría hay que presentar una oferta
política capaz de atraer la voluntad no sólo de los ya convencidos -el núcleo
duro de una fuerza partidaria- sino también de quienes podrían ser atraídos por
otras razones: rechazo a las fuerzas anti-kirchneristas, cálculo oportunista o
tendencia a “votar a ganador”, entre muchas otras. Pero la fórmula
Scioli-Zannini cerraba todas estas puertas, como se comprobó el pasado domingo
y se quedaba enclaustrada en el voto kirchnerista, importante para insuficiente
para obtener la diferencia que hubiera evitado el temido balotaje.
A lo anterior se agregó
otro yerro inexplicable: el empecinamiento en proponer como candidato a la
gobernación de la crucial provincia de Buenos Aires, que con casi el 38 % del
padrón nacional es la madre de todas las batallas políticas en la Argentina, al
Jefe de Gabinete de Ministros de la Presidenta Cristina Fernández, Aníbal
Fernández. Este fue víctima de una tenaz e inmoral campaña de desprestigio que
lo convirtió en el personaje con mayor imagen negativa de la provincia. Pese a
ello se insistió tercamente en una candidatura que solo representaba a los
propios y que perdía por completo de vista el complejo panorama electoral de la
provincia. El resultado fue una derrota inapelable a manos de una candidata opositora,
María Eugenia Vidal, que carecía por completo de experiencia en ese distrito ya
que se había desempeñado en los últimos ocho años como Vice Jefa de Gobierno de
la ciudad de Buenos Aires, acompañando a Mauricio Macri. Justo es reconocer que
en esta derrota existen responsabilidades concurrentes: la mala imagen de
Fernández se articuló con la pobre gestión de Scioli en la provincia. Si esta
hubiera sido algo mejor Vidal no podría haberse alzado con la gobernación. Por
ejemplo, si en lugar de dotar a la provincia con los tan publicitados 85.000
nuevos policías el gobernador saliente hubiera designado una cifra igual de
nuevos maestros seguramente otro habría sido el resultado. En todo caso, cuesta
entender las razones del tan pernicioso como costoso empecinamiento en sostener
una candidatura como la de Fernández en esas circunstancias.
Por último, en este breve racconto,
otro error fue la decisión de hacer que Scioli desplegase una campaña en la
cual fuera lo más parecido posible a Cristina y cuyo eje central fuese la
cerrada defensa de la gestión presidencial, sin ninguna proyección a futuro.
Contra quienes proponían como slogan el cambio -de ahí el nombre de la alianza
derechista: “Cambiemos”- o quien como Macri demagógicamente exaltaba la
“revolución de la alegría”, Scioli aparecía como un político triste y
titubeante, a la defensiva, e históricamente maltratado por la presidenta y su
entorno, debilitado por las críticas recibidas desde la Casa Rosada, la
Cámpora, Carta Abierta y con un libreto que lo condenaba a posicionarse como un
acérrimo defensor del “proyecto”, sin la menor posibilidad de aludir a todo lo
que faltaba hacer en el mismo, como una reforma tributaria integral, la
estatización del comercio exterior y la implementación de una heterodoxa política
antiinflacionaria que evitase la licuación de una parte nada desdeñable de la
cuantiosa inversión social del gobierno de Cristina Fernández. Los resultados
están a la vista.
Habría otras cuestiones por
señalar, como el faltazo ante el debate con los otros candidatos
presidenciales, que lo disminuyó aún más antes los ojos de la opinión pública y
el oportunista anuncio, hecho sobre la hora, de duplicar el piso salarial para
el impuesto a las ganancias, algo que el gobierno nacional tendría que haber
hecho hace mucho. En todo caso, parecería que ciertos cambios habidos en la
estructura social argentina y en el clima cultural imperante en el país,
fuertemente semantizados por el terrorismo mediático lanzado por la derecha;
cambios producidos precisamente por las políticas de inclusión social del
gobierno de CF, no operaron en la dirección de otorgarle mayor sustentabilidad
al proyecto sino todo lo contrario, en línea con tendencias ya observadas en
países como Brasil, Bolivia, Ecuador y Venezuela y que es incomprensible que
hubieran sido pasadas por alto en la Argentina. No necesariamente los sectores
populares que mejoran su situación socioeconómica y cultural gracias a la
acción de los gobiernos progresistas y de izquierda luego lo recompensan con su
voto, y en la Argentina del pasado domingo esto fue muy elocuente. Hace tiempo
que hemos venido advirtiendo que, ante la ausencia de una sistemática labor
concientizadora y de formación ideológica –la célebre “batalla de ideas” de
Fidel- el boom de consumo no crea hegemonía política sino que termina
engrosando las filas de los partidos de la derecha.
Dado lo anterior, revertir
lo ocurrido en la primera vuelta electoral aparece como una empresa muy difícil
aunque no imposible. Habrá que intentarlo, para evitar que la Argentina sea la
punta de lanza de un proceso que, ahora sí, podría ser el inicio del “fin de
ciclo” progresista en la región, algo que hasta hace unos pocos días parecía poco
probable. De hecho, si el candidato del kirchnerismo es derrotado en el
balotaje sería la primera vez que un gobierno progresista o de izquierda es
vencido en las urnas desde el triunfo inaugural de Hugo Chávez en diciembre de
1998. Hasta ahora, todos esos gobiernos fueron ratificados en las urnas y sería
lamentable que la Argentina rompiera con esa positiva tendencia. Tenemos una
responsabilidad regional de la cual no podemos sustraernos: una victoria de
Macri sería un golpe mortal para la UNASUR, la CELAC y el mismo Mercosur.
Además, la Argentina se realinearía incondicionalmente con el imperio y este
redoblaría su ofensiva en contra de los gobiernos bolivarianos, cada vez más
privados de apoyos externos. Como latinoamericano y marxista no puedo ser indiferente
ante la amenaza que representa un eventual gobierno de Macri que se uniría de
inmediato a Álvaro Uribe, José M. Aznar y sus mentores norteamericanos en su
pertinaz cruzada para erradicar de la faz de la tierra al chavismo, a los
gobiernos de Evo y Correa y para propiciar el “cambio de régimen” en Cuba. Es
decir, para liquidar definitivamente todo rastro de antiimperialismo en América
Latina. Nadie situado genuinamente en la izquierda política podría contemplar
distraídamente esta posibilidad ni dejar de hacerse cargo de enfrentarla con
todas sus fuerzas. Desgraciadamente, llegados a este punto, no tenemos mejores
opciones que la de apoyar al FPV para aventar el riesgo de un mal mayor,
sabiendo empero que si lográsemos triunfar en este empeño tendríamos que darnos
de inmediato a la tarea de construir una verdadera alternativa política de
izquierda porque el kirchnerismo, con sus aciertos, sus errores y sus
limitaciones ideológicas, no lo es y no puede serlo.
¿Podrá Scioli doblegar a su
contrincante en el balotaje? Dependerá de cómo diseñe su estrategia de campaña
para estas semanas. Los dos debates con Macri pueden ser la llave del triunfo,
si es capaz de pasar a la ofensiva y demostrar que tras la vaguedad discursiva
de su oponente se esconde un brutal programa de ajuste. Pero no le bastará con
eso. Tendrá también que dejar de circunscribir su discurso a la defensa de la
obra del kirchnerismo (algo para lo cual la presidenta Cristina Fernández no
necesita ayuda porque lo hace infinitamente mejor que él), definir nuevas
prioridades y salir con propuestas concretas en materia económica, social,
cultural e internacional que le permitan persuadir a la opinión pública que
podrá ser el presidente que comience a hacer todo aquello que el kirchnerismo,
en otros momentos, reconocía que aún restaba por hacer y no hizo. Y que lo diga
con convicción, sin pedirle permiso a nadie ni esperar la palmadita afectuosa
de la Casa Rosada. Es una tarea difícil pero no imposible. Enfrente suyo no
tiene a un De Gaulle o un Churchill sino a un insulso producto de un astuto
marketing político, apoyado por el aparato publicitario de la derecha imperial.
Difícil, repito, pero lejos de ser imposible. Ojalá que le vaya bien porque,
aunque algunos se empeñen en negarlo, en este balotaje también se juega el
futuro de los procesos emancipatorios y de las luchas antiimperialistas en
América Latina.
Rolando Astarita -
https://rolandoastarita.wordpress.com/ - 28/10/2015
“El país gira electoralmente a la derecha”. Esta
caracterización, que tomo del sitio web del Movimiento Al Socialismo, a la
vista de los resultados electorales, está muy extendida en la izquierda. Pero…
¿por qué se caracteriza a Macri como la derecha de Scioli? ¿Qué hay
distintivamente “de izquierda” en el kirchnerismo y Scioli con respecto a
Cambiemos, cuando se considera el programa político global?
Por empezar, y a la luz de las experiencias
pasadas, ¿no es necesario tener algo más de prudencia a la hora de
caracterizar como “de izquierda” o “derecha” a candidatos, gestiones y
programas? Por caso, en 1983 muchos de los que hoy argumentan acaloradamente
que votar en blanco es “facilitar el camino de la derecha”, sostenían, con la
misma vehemencia, que Luder (sí, el que pedía amnistía para los milicos del
Proceso) y Herminio Iglesias encarnaban la “liberación nacional”, contra el
candidato Alfonsín. Y en 1989 decían que el voto “contra la derecha” era Menem.
Aunque en 1999 era a la Alianza (¿recuerdan las bondades que le atribuían a la
“tercera vía”?) contra Menem. Y en 2003 lo “progresista” era Kirchner, que
subía apoyado por Duhalde. Aunque en 2011 la derecha era Duhalde, frente a Cristina
Kirchner. Con un agregado “de yapa”: el mismo “analista social” que recorrió
todo este espinel de caracterizaciones, en 1973 me trataba de convencer de que
el voto a Perón era de izquierda (después de que Lastiri y López Rega hubieran
desplazado a Cámpora); y que en 1976 había un ala militar “progresista” frente
al ala “ultra y fascista” de la dictadura. Pero sin llegar a los extremos de
las piruetas mentales de la militancia, o ex militancia, PC, el enfoque está
instalado: en cada coyuntura aparecen los más que sutiles análisis de las
sutiles diferencias para establecer las improbables “líneas divisorias” entre
las también sutiles “izquierda y derecha”. Y para abrir la puerta a los
oportunismos de ocasión.
¿No es hora entonces de poner un poco de orden en
estos vaivenes, asentando los análisis en las relaciones sociales subyacentes,
y en la caracterización del régimen político? Por supuesto, un análisis
materialista dará un “trazo grueso” en el que no habrá espacio para el verso
progre-K del tipo “la construcción retórica de una nueva subjetividad por parte
del kirchnerismo se pone en juego en el próximo ballotage en la confrontación
de los estilos discursivos”. ¿La nueva “subjetividad” es la que se expresó en
el voto del domingo pasado? ¿O es que con este palabrerío “de alto vuelo
intelectual” se busca disimular la falta de alternativa real de
los teóricos de “la construcción discursiva de lo real” frente a los crecientes
problemas que enfrenta la economía argentina? Para “bajarlo a tierra” (aunque
sea una tarea sin horizonte cuando se trata de algunos ensayistas, evadidos del
rigor de las relaciones sociales reales): ¿qué diferencia de fondo hay
entre las condiciones a los inversores que propone dar Scioli y las que propone
Macri? La respuesta: ninguna diferencia sustancial, como hemos explicado en
otras notas.
Sin embargo, lo más importante es que en estas
caracterizaciones, tan superficiales como acomodaticias, subyace un error
elemental: considerar que un gobierno capitalista pasa a ser “de derecha” cuando
la economía enfrenta dificultades y aplica las medidas que, aproximadamente,
aplican todos los gobiernos capitalistas en circunstancias parecidas. El caso
de Dilma Rousseff es ilustrativo: “progresista” cuando se estaba en la fase
ascendente del ciclo, “derechista” cuando vino la crisis y aplica las
recetas “de toda la vida”. ¿Qué dicen ahora los que recomendaban en las últimas
elecciones votar a Dilma para “enfrentar el programa de la derecha”? Nada, no
dicen palabra. Jamás los vamos a ver hacerse responsables por las
irresponsabilidades discursivas a las que nos tienen acostumbrados. Pero
es la misma manera de barrer debajo de la alfombra, aquí en Argentina, la
historia de los peronistas de izquierda en los últimos 25 años: “derechistas”
sosteniendo y participando del gobierno junto a Menem cuando el capital
demandaba los “ajustes” (¿o quiénes apoyaron las privatizaciones de YPF, de las
cajas de jubilación, del banco de Santa Cruz y similares?); progres
“izquierdistas” en la fase de ascenso del ciclo económico y bonanza de los
términos de intercambio, para girar al apoyo de un auténtico producto del
menemismo en el 2015. Por eso Scioli hoy es la viva corporización de estos
vaivenes.
Por supuesto, todo esto se puede disimular
agitando el peligro del fascismo, o del golpe de Estado. Pero la realidad es
que aquí no está en juego un cambio de régimen político (de democracia burguesa
a dictadura militar, o régimen nazi), sino simples variantes al interior del
dominio burgués “ad usum” desde 1983. Pero si esto es así, ¿por qué es
de “izquierda” pagar hasta el último centavo al Club de París, sin chistar, y
es de derecha decir, desde la oposición, que está bien arreglar con el Club de
París? ¿Por qué es de izquierda afirmar que en última instancia hay que arreglar
con los holdouts (declaración de Kicillof a La Nación), y es
de “derecha” prometer que si se llega al gobierno se va a arreglar con los holdouts
(declaraciones de Macri, pero también de Scioli)? Más atrás, y para tocar una
“conquista histórica” del gobierno K, ¿por qué el pedido de la oposición
burguesa de una asignación universal por hijo era una propuesta “de derecha”
durante las elecciones de 2009, pero fue una “medida revolucionaria” cuando la
instaló el gobierno de Cristina K por decreto? O también, ¿qué tiene “de
izquierda” endeudarse con Venezuela al 15% anual en dólares, o colocar deuda
hoy al 10%?
Pero incluso desde el punto de vista de los que
defienden el estatismo burgués, ¿qué tiene de “izquierdista” haber destrozado
el INDEC y por qué es “derechista” criticar la destrucción del INDEC? ¿Por qué
es “izquierdista” haber “logrado” que la matrícula en la escuela pública haya
descendido en relación a la matrícula en la escuela privada? ¿Qué tiene de
“izquierda” haber vaciado YPF con el grupo Eskenazi? ¿Qué tiene de “izquierda”
vaciar de reservas al Banco Central? Y así podría seguir.
Vayamos por un momento a la cuestión ambiental,
otro punto axial de cualquier política progresista, sin importar aquí el
carácter de clase de un gobierno. ¿Qué tiene de “izquierdista” no haber
avanzado en la aplicación de la ley de glaciares? ¿Qué tiene de “izquierdista”
no cumplir con la ley de bosques, sancionada hace ya 8 años? ¿Por qué es “de
derecha” exigir la aplicación de estas leyes elementales de preservación del
medio ambiente, y “de izquierda” negarse a hacerlo?
Por otra parte, ¿qué razones hay para decir que
los Alperovich, los Berni, los Urtubey, los Beder Herrera, los Curto, los
Insfrán, los Granado, son “de izquierda” comparados con los elementos que trae
el macrismo + la UCR + Coalición Cívica? ¿Por qué es “de izquierda” estar con
Caló o Yasky, y “de derecha” estar con Moyano? ¿Dónde está la diferencia? Más
en general, ¿por qué está “a la izquierda” la represión a los qom, o a los
manifestantes de Neuquén contra los acuerdos de Chevron, y “a la derecha” la
represión de la policía metropolitana en el Borda? ¿Por qué están a la
“derecha” las escuchas telefónicas de Macri, y “a la izquierda” el proyecto X y
la infiltración de los servicios en las organizaciones sociales y los partidos
de izquierda? ¿Qué tiene “de izquierda” defender a Milani? ¿O la ley
antiterrorista? ¿Qué tiene de “izquierda” decir que hay que bajar la edad de
imputabilidad de los menores, designar ejecutores de políticas de mano dura y
seguir amparando las torturas en las cárceles como “solución” a la inseguridad
en la provincia de Buenos Aires, por ejemplo? ¿Qué tiene de “izquierda” el
ocultamiento por parte de Aníbal Fernández y de Capitanich de las
responsabilidades de la policía del Chaco en la muerte de Ángel Verón?
En definitiva, hay un cambio político, pero no
porque la sociedad haya “girado de la izquierda a la derecha”, sino porque,
dentro del apoyo a las corrientes y gobiernos burgueses, lo que ha cambiado
es la coyuntura económica. Tengamos presente el dato fundamental: desde
1983 a la fecha más del 90% de la población ha votado, sistemáticamente, a
partidos y candidatos enemigos del socialismo y defensores del régimen
capitalista (incluidos los progresistas “a lo Stolbizer”). Es dentro de
estos marcos que se desenvuelven las políticas gubernamentales, que cambian
ante los cambios del ciclo económico. De conjunto, en América Latina se
asiste a este giro, marcado por la falta de perspectivas del capitalismo
estatista, en el contexto de la caída del precio de las materias primas y el
crecimiento débil de la economía mundial. La historia de Lula y Dilma es el
espejo en el que se puede mirar el progresismo K izquierdista argentino. No hay
cambio de régimen (ni se viene el fascismo, como exageran algunos). La clase
trabajadora no tiene nada para ganar apoyando a alguno de los dos candidatos
principales. Mal que les pese a los apologistas de la “construcción discursiva
de la realidad”.