DOCUMENTOS SOBRE LA CRISIS GRIEGA - III
MANIFIESTO
DE LOS ECONOMISTAS FRANCESES ATERRADOS
CRISIS Y DEUDA EN EUROPA: 10 FALSAS
EVIDENCIAS,
22 MEDIDAS EN DEBATE PARA SALIR DEL
ATOLLADERO
Introducción
La
reactivación económica mundial, lograda por medio de una colosal inyección de
gasto público en el circuito económico (de los EEUU a China), es frágil pero
real. Un solo continente se queda atrasado, Europa. Encontrar el camino del
crecimiento no es su prioridad política. Europa entró en otra vía: la de la
lucha contra los déficits públicos.
En
la Unión Europea estos déficits son elevados, es verdad, -7% en promedio en el
2010-, pero mucho menos que el 11% de los EEUU. Mientras algunos Estados
norteamericanos de peso económico superior al de Grecia, California por
ejemplo, están cercanos a la quiebra, los mercados financieros decidieron
especular sobre la deuda soberana de los países europeos, particularmente los
del sur. Europa está prisionera de su propia trampa institucional: los Estados
deben tomar créditos ante instituciones financieras privadas que obtienen
liquidez a bajo precio del Banco Central Europeo. Así, los mercados tienen la llave
del financiamiento de los Estados. En este marco la ausencia de solidaridad
europea suscita la especulación, tanto más cuanto que las agencias de
calificación juegan a acentuar la desconfianza.
Fue
necesaria la degradación de la nota de Grecia por la agencia Moody’s el 15 de
junio, para que los dirigentes europeos retomaran el término de
“irracionalidad” que tanto emplearon al inicio de la crisis de los subprimes.
De este modo se descubre que España está más amenazada por la fragilidad de su
modelo de crecimiento y de su sistema bancario que por su deuda pública.
Para
“tranquilizar los mercados” se improvisó un Fondo de estabilización del euro, y
se lanzaron por toda Europa drásticos, y a menudo ciegos, planes de reducción
del gasto público. Los funcionarios son las primeras víctimas, incluso en
Francia, en donde el alza de cotizaciones de su previsión será una disimulada
baja de sus salarios. El número de funcionarios disminuye en todas partes,
amenazando los servicios públicos. Las prestaciones sociales, de los Países
Bajos a Portugal, pasando por Francia con su actual reforma de la previsión,
están siendo gravemente amputadas. El paro y la precariedad del empleo crecerán
forzosamente en los años venideros. Estas medidas son irresponsables desde un punto
de vista político y social, e incluso en el estricto ámbito económico.
Esta
política, que ha calmado provisoriamente la especulación, tiene ya
consecuencias sociales muy negativas en numerosos países europeos,
particularmente en la juventud, el mundo del trabajo y los más vulnerables. A
corto plazo agudizará las tensiones en Europa y con ello amenazará la propia
construcción europea que es mucho más que un proyecto económico. Allí la
economía debiese estar al servicio de la construcción de un continente
democrático, pacificado y unido. En lugar de eso, se impone por todas partes
una forma de dictadura de los mercados, y especialmente hoy en día en Portugal,
España y Grecia, tres países que aun eran dictaduras a principios de los años
1970, hace apenas cuarenta años.
Que
se la interprete como el deseo de “tranquilizar los mercados” por parte de
gobiernos asustados, o bien como un pretexto para imponer decisiones dictadas
por la ideología, la sumisión a esta dictadura es inaceptable tanto ha dado ya
la prueba de su ineficacia económica y de su potencial destructivo en los
planos político y social.
Un
verdadero debate democrático sobre las decisiones de política económica debe
pues abrirse en Francia y en Europa. La mayor parte de los economistas que intervienen
en el debate público lo hacen para justificar o racionalizar la sumisión de las
políticas a las exigencias de los mercados financieros. Cierto, en todas partes
los poderes públicos debieron improvisar planes keynesianos de reactivación e
incluso nacionalizar temporalmente los bancos. Pero quieren cerrar este
paréntesis lo más pronto posible. El software neoliberal aun sigue siendo
considerado como legítimo, a pesar de sus patentes fracasos. Este, fundado
sobre la hipótesis de eficiencia de los mercados financieros, plantea reducir
el gasto público, privatizar los servicios públicos, flexibilizar el mercado
del trabajo, liberalizar el comercio, los servicios financieros y los mercados
de capitales, aumentar la competencia en todo tiempo y lugar…
En
tanto economistas, estamos aterrados al ver que estas políticas siguen a la
orden del día y que sus fundamentos teóricos no son cuestionados. No obstante,
los argumentos avanzados desde hace treinta años para orientar las decisiones
de política económica europea son desmentidos por los hechos. La crisis desnudó
el carácter dogmático e infundado de la mayor parte de las pretendidas
evidencias repetidas hasta la saciedad por quienes deciden y por sus
consejeros. Ya se trate de la eficacia y de la racionalidad de los mercados
financieros, de la necesidad de mutilar el gasto para reducir la deuda pública
o de reforzar el “pacto de estabilidad”, hay que interrogar dichas falsas
evidencias y mostrar la pluralidad de decisiones posibles en materia de
política económica. Otras decisiones son posibles y deseables, a condición,
primero que nada, de liberarse del dominio impuesto por la industria financiera
sobre las políticas públicas.
Hacemos
más adelante una presentación crítica de diez postulados que continúan inspirando
cada día las decisiones de los poderes públicos en toda Europa, a pesar de los
brutales desmentidos aportados por la crisis financiera y sus consecuencias. Se
trata de falsedades que inspiran medidas injustas e ineficaces, frente a las
cuales proponemos al debate veintidós contra proposiciones. Ellas no cuentan
necesariamente con el asentimiento unánime de los signatarios de este texto,
pero deben ser tomadas en serio si queremos sacar a Europa del atolladero.
Falsedades
y medidas
Falsedad n°1: los mercados financieros son
eficientes.
Falsedad n°2: los mercados financieros son
favorables al crecimiento económico.
Falsedad n°3: los mercados son buenos jueces de la
solvencia de los Estados.
Falsedad n°4: el aumento de la deuda pública resulta
de un aumento del gasto.
Falsedad n°5: hay que reducir el gasto para reducir
la deuda pública.
Falsedad n°6: la deuda pública le hará pagar
nuestros excesos a nuestros nietos.
Falsedad n°7: hay que tranquilizar a los mercados
financieros para financiar la deuda pública.
Falsedad n°8: la Unión Europea defiende el modelo
social europeo.
Falsedad n°9: el euro nos protege contra la crisis.
Falsedad n°10: la crisis griega permitió avanzar
hacia un gobierno económico y una verdadera solidaridad europea.
FALSA EVIDENCIA N°1: LOS MERCADOS FINACIEROS SON EF ICIENTES
Un
hecho se impone hoy a todos los observadores: el papel primordial que
desempeñan los mercados financieros en el funcionamiento de la economía. Es el
resultado de una larga evolución que empezó finales de la década de 1970. La
midamos como la midamos esta evolución marca una ruptura neta, tanto
cuantitativa como cualitativa, con las décadas precedentes. Bajo la presión de
los mercados financieros la regulación del conjunto del capitalismo se transforma
en profundidad y da nacimiento a una forma inédita de capitalismo que algunos
llamaron “capitalismo patrimonial”, capitalismo
financiero”
o incluso “capitalismo neoliberal”.
Estas
mutaciones encontraron en la hipótesis de eficiencia informativa de los
mercados financieros su justificación teórica. En efecto, según esta hipótesis,
es importante desarrollar los mercados financieros, hacer que puedan funcionar
lo más libremente posible porque constituyen el único mecanismo de asignación
eficaz del capital. Las políticas que se han llevado a cabo obstinadamente
desde hace treinta años son conformes a esta recomendación. Se trata de
construir un mercado financiero mundialmente integrado en el que todos los
actores (empresas, hogares, Estados, instituciones financieras) puedan
intercambiar todas las categorías de títulos (acciones, obligaciones, deudas,
derivados, divisas) en todos los plazos (largo plazo, medio plazo, corto
plazo). Los mercados financieros han llegado a parecerse al mercado “sin fricción”
de los manuales: el discurso económico ha conseguido crear la realidad. Como
los mercados eran cada vez más “perfectos” en el sentido de la teoría económica
dominante, los analistas creyeron que en adelante el sistema financiero era
mucho más estable que en el pasado. La “gran moderación” (este periodo de
crecimiento económico sin subida de los salarios que conoció Estados Unidos
desde 1990 a 2007) parecía confirmarlo.
Todavía
hoy el G20 persiste en la idea de que los mercados financieros son el buen mecanismo
de asignación del capital. La primacía y la integridad de los mercados
financieros siguen siendo los objetivos finales que prosigue su nueva
regulación financiera. La crisis se interpreta no como un resultado inevitable
de la lógica de los mercados desregulados sino como el efecto de la
deshonestidad e irresponsabilidad de algunos actores financieros mal vigilados
por los poderes públicos.
Sin
embargo, la crisis se ha encargado de demostrar que los mercados no son
eficientes y que no permiten una asignación eficaz del capital. Las
consecuencias de este hecho en materia de regulación y de política económica
son inmensas. La teoría de la eficiencia reposa sobre la idea de que los
inversores buscan y encuentran la información más fiable posible sobre el valor
de los proyectos que compiten para encontrar una financiación. De creer esta
teoría, el precio que se forma en un mercado refleja los juicios de los
inversores y sintetiza el conjunto de la información disponible: constituye,
por consiguiente, un buen cálculo del verdadero valor de los títulos. Ahora
bien, se supone que este valor resume toda la información necesaria para
orientar la actividad económica y así la vida social.
De
este modo el capital se invierte en los proyectos más rentables y deja de lado
los proyectos menos eficaces. Ésta es la idea central de esta teoría: la
competencia financiera produce unos precios justos que constituyen señales
fiables para los inversores y orientan eficazmente el desarrollo económico.
Pero
la crisis vino a confirmar los diferentes trabajos críticos que habían puesto
en duda esta propuesta. La competencia financiera no produce necesariamente
precios justos. Peor: con frecuencia la competencia financiera es
desestabilizante y lleva a unas evoluciones de precios excesivas e
irracionales, las burbujas financieras.
El
error principal de la teoría de la eficiencia de los mercados financieros
consiste en trasponer a los productos financieros la teoría habitual de los
mercados de bienes ordinarios. En estos últimos la competencia es en parte
autorreguladora en virtud de lo que se llama la “ley” de la oferta y la
demanda: cuando el precio de un bien aumenta, entonces los productores van a
aumentar su oferta y los compradores a reducir su demanda; el precio, por lo
tanto, va a bajar y a volver cerca de su nivel de equilibrio. En otras
palabras, cuando el precio de un bien aumenta unas fuerzas de llamada tienden a
frenar y después a invertir este alza. La competencia produce lo que se llama
“feedbacks negativos”, unas fuerzas de llamada que van en el sentido contrario
del choque inicial. La idea de la eficiencia nace de una transposición directa
de este mecanismo a la finanza de mercado.
Ahora
bien, para esta última la situación es muy diferente. Cuando el precio aumenta
es frecuente observar no una bajada, ¡sino una subida de la demanda! En efecto,
la subida del precio significa un rendimiento mayor para quienes poseen el
título debido a la plusvalía realizada. Por consiguiente, la subida del precio
atrae a nuevos compradores, lo que refuerza más la subida inicial. Las promesas
de bonos empujan a los traders a ampliar aún más el movimiento. Hasta el
incidente, imprevisible pero inevitable, que provoca la inversión de las
anticipaciones y la quiebra. Este fenómeno digno de la irreflexión de los
borregos es un proceso de “feedbacks positivos” que empeora los desequilibrios.
Es la burbuja especulativa: una subida acumulativa de los precios que se
alimenta a sí misma. Este tipo de proceso no produce precios justos sino, por
el contrario, precios inadecuados.
Por
consiguiente, el lugar preponderante ocupado por los mercados financieros no
puede llevar a eficacia alguna. Aún más, es una fuente permanente de
inestabilidad, como lo demuestra claramente la serie ininterrumpida de burbujas
que hemos conocido desde hace 20 años: Japón, Sudeste de Asia, internet,
mercados emergentes, la inmobiliaria, conversión de la deuda en valores. Así,
la inestabilidad financiera se traduce en fuertes fluctuaciones de las tasas de
intercambio y de la Bolsa, que manifiestamente no tienen relación con los
fundamentos de la economía. Esta inestabilidad, nacida del sector financiero,
se propaga a la economía real por medio de numerosos mecanismos.
Para
reducir la ineficiencia e inestabilidad de los mercados financieros
sugerimos
cuatro medidas:
Medida n°1: compartimentar estrictamente los
mercados financieros y las actividades de los actores financieros, prohibir a
los bancos especular por su propia cuenta para evitar la propagación de las
burbujas y de las quiebras,
Medida n°2: Reducir la liquidez y la especulación
desestabilizadora por medio de controles sobre los movimientos de capitales y
de las tasas sobre las transacciones financieras,
Medida n°3: limitar las transacciones financieras
a las que respondan a las necesidades de la economía real (por ejemplo, CDS
[Credit Default Swap o permuta de incumplimiento crediticio] únicamente para
quienes detentan títulos asegurados, etc.)
Medida n°4: limitar la remuneración de los
traders.
FALSA
EVIDENCIA N°2: LOS MERCADOS FINANCIEROS SON FAVORABLES AL CRECIMIENTO ECONÓMICO
La
integración financiera ha llevado el poder de las finanzas a su cenit debido al
hecho de que unifica y centraliza la propiedad capitalista a escala mundial. En
adelante ella es quien determina las normas de la rentabilidad exigidas al
conjunto de los capitales. El proyecto era que la finanza de mercado
sustituyera a la financiación bancaria de los inversores. Proyecto que, además,
ha fracasado porque hoy, globalmente, son las empresas las que financian a los
accionistas en vez de lo contrario. En adelante la gobernanza de las empresas
se ha transformado profundamente para alcanzar las normas de rentabilidad del
mercado. Con el aumento en potencia del valor accionarial se ha impuesto una
concepción nueva de la empresa y de su gestión, pensadas como puestas al
servicio exclusivo del accionista. Ha desaparecido la idea de un interés común
propio de las diferentes parte interesadas vinculadas a la empresa. Los
dirigentes de las empresas que cotizan en Bolsa tiene en adelante la misión primera
de satisfacer únicamente el deseo de enriquecimiento de los accionistas. En
consecuencia, dejan ellos mismos de ser asalariados, como demuestra el
desmesurado aumento de sus remuneraciones. Como avanza la teoría de “la
agencia”, se trata de hacer de modo que los intereses de los dirigentes sean en
adelante convergentes con los de los accionistas.
El
ROE (Return on Equity, o rendimiento de los capitales propios) de 15% a 25% es
en adelante la norma que impone el poder de la finanza a las empresas y a los
asalariados. La liquidez es el instrumento de este poder que permite en
cualquier momento a los capitales no satisfechos ir a buscar a otra parte.
Frente a esta potencia, tanto los asalariados como la soberanía política
parecen por su fraccionamiento en estado de inferioridad. Esta situación
desequilibrada lleva a unas exigencias de beneficio descabelladas porque
reprimen el crecimiento económico y llevan a un aumento continuo de las
desigualdades de ingresos. Por un lado las exigencias de rentabilidad inhiben
fuertemente la inversión: cuanto más elevada es la rentabilidad demandada más
difícil es encontrar proyectos suficientemente eficientes para satisfacerla.
Las tasas de inversión siguen siendo históricamente débiles en Europa y en
Estados Unidos. Por otra parte, estas exigencias provocan una constante presión
a la baja sobre los salarios y el poder adquisitivo, lo que no es favorable a
la demanda. La ralentización simultánea de la inversión y del consumo lleva a
un crecimiento débil y a un paro endémico. En los países anglosajones se ha
contrarrestado esta tendencia por medio de desarrollo del endeudamiento de los
hogares y por medio de las burbujas financieras que crean una riqueza que
permite un crecimiento del consumo sin salarios, pero terminan en quiebras.
Para
remediar los efectos negativos sobre la actividad económicas ponemos debatir
tres medidas :
Medida n°5 : reforzar significativamente los
contra-poderes en las empresas para obligar a las direcciones a tener en cuenta
los intereses del conjunto de las partes interesadas,
Medida n°6 : aumentar fuertemente los impuestos a
los ingresos muy altos para disuadir la carrera por los rendimientos
insostenibles,
Medida n°7 : reducir la dependencia de las empresas
en relación a los mercados financieros desarrollando una política pública del
crédito (tasas preferenciales para las actividades prioritarias en el plano
social y medioambiental).
FALSAEVIDENCIAN°3:
LOS MERCADOS SONBUENOSJUECES DE LA SOLVENCIA DE LOS ESTADOS
Según
los defensores de la eficiencia de los mercados financieros, los operadores de
mercado tendrían en cuenta la situación objetiva de las finanzas públicas para
evaluar el riesgo de suscribir un préstamo de Estado. Tomemos el caso de la
deuda griega: los operadores financieros y quienes toman las decisiones se
remiten únicamente a las evaluaciones financieras para juzgar la situación.
Así, cuando la tasa exigida a Grecia ascendió a más del 10%, cada uno dedujo
que el riesgo de falta [de pago] estaba cercano: si los inversores exigen
semejante prima de riesgo es que el peligro es extremo.
Hay
en ello un profundo error si se comprende la verdadera naturaleza de la
evaluación por el mercado financiero. Como éste no es eficiente, lo más
frecuente es que produzca unos precios completamente desconectados de los
fundamentales. En esas condiciones es descabellado entregarse únicamente a las
evaluaciones financieras para juzgar una situación. Evaluar el valor de un
título financiero no es una operación comparable a medir un tamaño objetivo,
por ejemplo, a calcular el peso de un objeto. Un título financiero es un
derecho sobre unos ingresos futuros: para evaluarlo hay que prever lo que será
el futuro. Es una cuestión de juicio, no una medida objetiva porque en el instante
t, el futuro no está en modo alguno predeterminado. En las salas de mercado
sólo es lo que los operadores imaginan que será. Un precio financiero resulta
de un juicio, de una creencia, de una apuesta sobre el futuro: nada asegura que
el juicio de los mercados tenga algún tipo de superioridad sobre las demás
formas de juicio.
Sobre
todo, la evaluación financiera no es neutra: afecta al objeto medido,
compromete y construye el futuro que ella imagina. Así, las agencias de
calificación financieras contribuyen en mucho a determinar las tasas de interés
en los mercados de obligaciones atribuyendo unas notas cargadas de una gran
subjetividad, incluso de una voluntad de alimentar la inestabilidad, fuente de
beneficios especulativos. Cuando degradan la calificación de un Estado aumentan
la tasa de interés exigida por los actores financieros para adquirir los
títulos de la deuda pública de este Estado y aumentan con ello el riesgo de
quiebra que ellas han anunciado.
Para
reducir la influencia de la psicología de los mercados sobre la financiación de
los estados, proponemos debatir dos medidas:
Medida n°8: no se debe autorizar a las agencias de
calificación financiera a pesar arbitrariamente en las tasas de interés de los
mercados de obligaciones degradando la calificación de un Estado: su actividad
se debería reglamentar exigiendo que esta nota resulte de un calculo económico
transparente.
Medida n°8 bis: liberar a los Estados de la amenaza de
los mercados financieros garantizando que el Banco Central Europeo (BCE) compra
los títulos públicos.
FALSAEVIDENCIAN°4:
LASUBIDAESPECTACULARDE LAS DEUDAS PÚBLICAS ES EL RESULTADO DE UN EXCESO DE
GASTOS
Michel
Pébereau, uno de los “padrinos” de la banca francesa, describía en 2005 en unos
de estos informes oficiales ad hoc a una Francia asfixiada por la deuda pública
y sacrificando sus generaciones futuras al entregarse a unos gastos sociales
irreflexivos. El Estado que se endeuda como un padre de familia alcohólico que
bebe por encima de sus medios: ésta es la visión que
suelen
propagar la mayoría de los editorialistas. La reciente explosión de la deuda
pública en Europa y en el mundo se debe en todas partes a otra cosa: a los
planes de salvamiento de las finanzas y, sobre todo, a la recesión provocada
por la crisis bancaria y financiera que empezó en 2008: el déficit público
medio en la zona euro era sólo el 0,6% del PIB en 2007, pero la crisis le ha
hecho pasar al 7% en 2010. Al mismo tiempo la deuda pública ha pasado del 66%
al 84% del PIB.
Sin
embargo, el aumento de la deuda pública tanto en Francia como en muchos países
europeos fue primero moderada y anterior a esta recesión: proviene en gran
parte no de una tendencia a la subida de los gastos públicos (puesto que, al
contrario, desde principios de la década de 1990 estos son estables o en baja
en la Unión Europea en proporción al PIB) sino del desmoronamiento de los
ingresos públicos debido a la debilidad del crecimiento económico en el periodo
y a la contrarrevolución fiscal que han llevado a cabo la mayoría de los
gobiernos desde hace veinticinco años. A más largo plazo la contrarrevolución
fiscal ha alimentado continuamente el hinchamiento de la deuda de una recesión
a otra. Así, en Francia un reciente informe parlamentario cifra en 100.000
millones de euros en 2010 el coste de las bajadas de impuestos consentidas
entre 2000 y 2010, sin incluir siquiera las exoneraciones de cotizaciones
sociales (30.000 millones) y otros “gastos fiscales”.
A
falta de una armonización fiscal, los Estados europeos se han entregado a la
competencia fiscal, bajando los impuestos a las sociedades, los altos ingresos
y los patrimonios. Aunque el peso relativo de sus determinantes varíe de un
país a otro, la subida casi general de los déficits públicos y de las ratios de
deuda pública en el curso de los treinta últimos años no resulta principalmente
de una deriva culpable de los gastos públicos. Un diagnóstico que,
evidentemente, abre otras pistas que la sempiterna reducción de los gastos
públicos.
Para
restaurar un debate público informado sobre el origen de la deuda y, por lo
tanto, de los medios de remediarla, proponemos debatir una propuesta:
Medida n°9 : realizar una auditoría pública de las
deudas públicas para determinar su origen y conocer la identidad de los
principales poseedores de títulos de la deuda y los montantes que poseen.
FALSA
EVIDENCIA N°5: HAY QUE REDUCIR LOS GASTOS PAR A REDUCIR LA DEUDA PÚBLICA
Aunque
el aumento de la deuda pública resultara en parte de un aumento de los gastos
públicos, cortar en estos gastos no contribuiría necesariamente a la solución
porque la dinámica de la deuda pública no tiene mucho que ver con la de un
hogar: la macroeconomía no es reducible a la economía doméstica.
Generalmente
la dinámica de la deuda depende de varios factores: el nivel de los déficits
primarios, pero también la diferencia entre la tasa de interés y la tasa de
crecimiento nominal de la economía.
Y
es que si este último es más débil que la tasa de interés la deuda va a crecer
mecánicamente debido al “efecto bola de nieve”: explota el importe de los
intereses y también el déficit total (incluidos los intereses de la deuda).
Así, a principios de la década de 1990 la política del franco fuerte que llevó
a cabo Bérégovoy y se mantuvo a pesar de la recesión de 1993-94 se tradujo en
una tasa de interés más elevada de forma duradera que la tasa de crecimiento,
lo que explica el salto de la deuda pública de Francia durante este periodo. Es
el mismo mecanismo que explicaba el aumento de la deuda durante la primera mitad
de la década de 1980 bajo el impacto de la revolución neoliberal y de la
política de tasas de interés elevadas que llevaron a cabo Ronald Reagan y
Margaret Thatcher.
Pero
la propia tasa de crecimiento no es independiente de los gastos públicos: a corto
plazo la existencia de gastos públicos estables limita la magnitud de las
recesiones (“estabilizadores automáticos”); a largo plazo las inversiones y
gastos públicos (educación, sanidad, investigación, infraestructuras …)
estimulan el crecimiento. Es falso afirmar que todo déficit público crece tanto
como la deuda pública o que toda reducción del déficit permite reducir la
deuda. Si la reducción de los déficit compromete la actividad económica la
deuda aumentará aún más. Los comentaristas liberales subrayan que algunos
países (Canadá, Suecia, Israel) realizaron unos ajustes brutales de sus cuentas
públicas en la década de 1990 e inmediatamente después conocieron un fuerte
rebote del crecimiento. Pero esto sólo es posible si el ajuste concierne a un
país aislado, que vuelve a ganar competitividad sobre sus rivales. Lo que
evidentemente olvidan los partidarios del ajuste estructural europeo es que los
países europeos tienen por principales clientes y rivales a otros países
europeos ya que la Unión Europea está globalmente poco abierta al exterior. Una
reducción simultánea y masiva de los gastos públicos del conjunto de los países
de la Unión Europea sólo puede tener como efecto una recesión agravada y, por
lo tanto, una nueva subida de la deuda pública.
Para
evitar que el restablecimiento de las finanzas públicas provoque un desastre
social y político proponemos debatir dos medidas:
Medida n°10: mantener el nivel de las protecciones
sociales, incluso mejorarlas (subsidio de desempleo, vivienda…);
Medida nº 11: aumentar el esfuerzo presupuestario en
materia de educación, de investigación, de inversión en reconversión ecológica…
para establecer las condiciones de un crecimiento sostenible que permita un
fuerte descenso del
paro.
FALSA
EVIDENCIA N°6: LA DEUDA PÚBLICA TRASLADA EL P RECIO DE NUESTROS EXCESOS A
NUESTROS NIETOS
La
afirmación de que la deuda pública sería una transferencia de riqueza en
detrimento de las generaciones futuras es otra afirmación falsa que confunde
economía doméstica y macroeconomía. La deuda pública es un mecanismo de
transferencia de riquezas, pero es sobre todo de los contribuyentes ordinarios
hacia los rentistas.
En
efecto, basándose en la creencia raramente verificada según la cual bajar los
impuesto estimularía el crecimiento y aumentaría in fine los ingresos públicos,
desde 1980 los Estados europeos han imitado a Estados Unidos en una política
sistemática de hacer la oferta fiscal más baja. Se han multiplicado las
reducciones de impuestos y de cotizaciones (sobre los beneficios de las
sociedades, sobre los ingresos de los particulares más acomodados, sobre los
patrimonios, sobre las cotizaciones patronales…), pero su impacto en el
crecimiento económico sigue siendo muy incierto. Por consiguiente, estas
políticas fiscales anti-redistributivas han agravado a la vez y de manera
acumulativa las desigualdades sociales y los déficits públicos.
Estas
políticas fiscales han obligado a las administraciones públicas a endeudarse
con hogares acomodados y mercados financieros para financiar los déficits así
creados. Es lo que se podría llamar “el efecto jackpot”: con el dinero ahorrado
de sus impuestos los ricos han podido adquirir títulos (portadores de interés)
de la deuda pública emitida para financiar los déficits públicos provocados por
las reducciones de los impuestos… Así, el servicio de la deuda pública en
Francia representa 40.000 millones de euros, casi tanto como las recaudaciones
del impuesto sobre la renta. Tour de force tanto más brillante cuanto que a
continuación se ha logrado hacer creer al público que los culpables de la deuda
pública eran los funcionarios, los jubilados y los enfermos.
Por
consiguiente, el aumento de la deuda pública en Europa o en Estados Unidos no
es el resultado de políticas keynesianas expansionistas o de políticas sociales
dispendiosas sino más bien de una política en favor de las capas privilegiadas:
los “gastos fiscales” (bajadas de impuestos y de cotizaciones) aumentan los
ingresos disponibles de quienes menos lo necesitan, los cuales gracias a ello
pueden aumentar más sus inversiones, sobre todo en Bonos del Tesoro, que son
remunerados en intereses por medio del impuesto procedente de todos los
contribuyentes. En resumen, se establece un mecanismo de redistribución al
revés, desde las clases populares hacia las clases acomodadas, vía la deuda
pública cuya contrapartida es
siempre
la renta privada.
Para
rectificar de manera equitativa las finanzas públicas en Europa y en Francia
proponemos debatir dos medidas:
Medida n°12: volver a dar un carácter fuertemente
redistributivo a la fiscalidad directa sobre los ingresos (supresión de los
vacíos [fiscales], creación de nuevas series y aumento de las tasas del
impuesto sobre la renta…)
Medida n°13: suprimir las exoneraciones consentidas
a las empresas que no tienen suficiente efecto sobre el empleo.
FALSA
EVIDENCIA N°7 : HAY QUE ASEGURAR A LOS MERCAD OS FINANCIEROS PARA PODER
FINANCIAR LA DEUDA PÚBLICA
A
nivel mundial se debe analizar el ascenso de las deudas públicas
correlativamente a la financiación. Durante los últimos treinta años a favor de
la liberalización total de la circulación de los capitales las finanzas han
aumentado considerablemente su influencia sobre la economía. Las grandes
empresas recurren cada vez menos al crédito bancario y cada vez más a los
mercados financieros. Los hogares también ven una parte cada vez mayor de su
ahorro drenado hacia las finanzas para sus pensiones, vía los diversos
productos de inversión o incluso en algunos países vía la financiación de su
vivienda (préstamos hipotecarios). Los gestores de carteras que tratan de
diversificar los riesgos buscan títulos públicos como complemento a los
privados. Los han encontrado fácilmente en los mercados porque los gobiernos
han llevado a cabo unas políticas similares que han llevado a un relanzamiento
de los déficits: tasas de interés altas, bajada de los impuestos centradas en
los ingresos altos, incitaciones masivas al ahorro financiero de los hogares
para favorecer las jubilaciones por capitalización, etc.
A
nivel de la UE la financiación de la deuda pública se ha inscrito en los
tratados: desde Maastricht los Bancos Centrales tienen prohibido financiar
directamente a los Estados, que deben encontrar prestamistas en los mercados financieros.
Esta “represión monetaria” acompaña a la “liberación financiera” y hace
exactamente lo contrario de las políticas adoptadas tras la gran crisis de la
década de 1930, de “represión financiera” (drásticas restricciones a la
libertad de acción de las finanzas) y de “liberación monetaria” (con el final
del patrón oro). Se trata de someter a los Estados, que se supone que son por
naturaleza demasiado dispendiosos, a la disciplina de los mercados financieros,
que se supone que son eficientes y omniscientes por naturaleza.
Como
resultado de esta elección doctrinaria, el Banco Central Europeo no tiene así
derecho a suscribir directamente las emisiones de obligaciones públicas de
los
Estados europeos. Privados de la garantía de poder financiarse siempre en el
Banco Central, los Estados europeos del sur han sido así víctimas de ataques
especulativos. En efecto, aunque en nombre de una ortodoxia sin fisuras el BCR
siempre se había negado a ello, desde hace algunos meses compra obligaciones de
Estado a la tasa de interés del mercado para calmar las tensiones en el mercado
de obligaciones europeos. Pero nada dice que esto sea suficiente si la crisis
de la deuda se agrava y se esfuman las tasas de interés de mercado. Entonces
podría ser difícil mantener esta ortodoxia monetaria que carece de fundamentos
científicos serios.
Para
remediar el problema de la deuda pública proponemos debatir dos medidas:
Medida n°14 : autorizar al Banco Central Europeo a
financiar directamente a los Estados (o a imponer a los bancos comerciales
suscribir la emisión de obligaciones públicas) a bajo interés, aflojando así el
lastre con el que les traban los mercados financieros,
Medida n°15: si fuera necesario, reestructurar la
deuda pública, por ejemplo, limitando el servicio de la deuda pública a
determinado tanto por ciento del PIB, y operando una discriminación entre los
acreedores según el volumen de los títulos que poseen: los rentistas muy
grandes (particulares o instituciones) deben aceptar un alargamiento sensible
del perfil de la deuda, incluso anulaciones parciales o totales. También hay
que volver a negociar las exorbitantes tasas de interés de los títulos emitidos
por los países en dificultades desde la crisis.
FALSA
EVIDENCIA N°8: LA UNIÓN EUROPEA DEFIENDE EL MODELO SOCIAL EUROPEO
La
construcción europea parece una experiencia ambigua. Coexisten dos visiones de
Europa sin osar enfrentarse abiertamente. Para los socialdemócratas, Europa
hubiera debido proponerse el objetivo de promover el modelo social europeo,
fruto del compromiso social de la época posterior a la Segunda Guerra Mundial,
con su protección social, sus servicios públicos y sus políticas industriales.
Europa hubiera debido construir una muralla defensiva frente a la globalización
liberal, un medio de proteger, de hacer vivir y progresar este modelo. Europa
hubiera debido defender una visión específica de la organización de la economía
mundial, la globalización regulada por unas organizaciones de gobernanza
mundial. Hubiera debido permitir a los países miembro mantener un nivel elevado
de gastos públicos y de redistribución, protegiendo su capacidad de
financiarlos por medio de la armonización de la fiscalidad sobre las personas,
las empresas y los ingresos del capital.
Sin
embargo, Europa no ha querido asumir su especificidad. Actualmente la visión
dominante en Bruselas y en el seno de la mayoría de los gobiernos nacionales es
la contraria a la de una Europa liberal, cuyo objetivo es adaptar a las
sociedades europeas a las exigencias de la globalización: la construcción
europea es la ocasión de poner en tela de juicio el modelo social europeo y de
desregular la economía. La preeminencia del derecho de la competencia sobre las
reglamentaciones nacionales y sobre los derechos sociales en el Mercado Único
permite introducir más competencia en los mercados de los productos y de los
servicios, disminuir la importancia de los servicios públicos y organizar
competitividad de los trabajadores europeos. La competencia social y fiscal
permitió reducir los impuestos, sobre todo sobre los ingresos del capital y de
las empresas (las “bases móviles”) y hacer presión sobre los gastos sociales.
Los tratados garantizan cuatro libertades fundamentales: la libre circulación
de las personas, de las mercancías, de los servicios y de los capitales. Pero
lejos de limitarse al mercado interior, la libertad de circulación de los
capitales se ha concedido a los inversores del mundo entero, sometiendo así al
tejido productivo europeo a los imperativos de valorización de los capitales
internacionales. La construcción europea perece un medio de imponer a los
pueblos unas reformas neoliberales.
La
organización de la política macroeconómica (independencia del BCE frente a la
política, Pacto de Estabilidad) está marcada por la desconfianza respecto a los
gobierno elegidos democráticamente. Se trata de privar a los países de toda
autonomía en materia tanto de política monetaria como en materia presupuestaria.
Para ya sólo dejar jugar a la “estabilización automática” se debe alcanzar el
equilibrio presupuestario y después toda política discrecional desterrada de
reactivación. A nivel de la zona no se ha establecido ninguna política
coyuntural común ni se ha definido ningún objetivo común en términos de
crecimiento o de empleo. No se tienen en cuenta las diferencias de situación
entre los países porque el pacto no se interesa ni por las tasas de inflación
ni por los déficits exteriores nacionales; los objetivos de las finanzas
públicas no tienen en cuenta situaciones económicas nacionales.
Las
instancias europeas trataron de impulsar unas reformas estructurales (por medio
de las Grandes Orientaciones Políticas Económicas, el Método Abierto de Coordinación
o la Agenda de Lisboa) con un éxito muy desigual. Como su modo de elaboración
no era democrático ni movilizador, su orientación liberal no correspondía
obligatoriamente a las políticas decididas a nivel nacional, teniendo en cuenta
las relaciones de fuerza existentes en cada país. Esta orientación no conoció
de entrada los brillantes éxitos fulgurantes que la habría legitimado. Se puso
en tela de juicio el movimiento de liberalización económica (fracaso de la
Directiva Bolkestein); se tentó a algunos países con nacionalizar su política
industrial mientras que la mayoría se oponía a la europeización de sus
políticas fiscales o sociales. La Europa social ha seguido siendo una palabra
vacía, sólo se ha afirmado realmente la Europa de la competencia y de las
finanzas.
Para
que Europa promueva verdaderamente un modelo social europeo proponemos debatir
dos medidas:
Medida n°16: poner en tela de juicio la libre
circulación de los capitales y de las mercancías entre la UE y el resto del
mundo negociando si fuera necesario acuerdos multilaterales o bilaterales,
Medida n°17: en vez de la política de competencia,
convertir a “la armonización en el progreso” en el hilo director de la
construcción europea. Establecer unos objetivos comunes de alcance constringente
tanto en materia de progreso social como en materia macroeconómica (unas GOPS,
grandes orientaciones de política social).
FALSA
EVIDENCIA N°9: EL EURO ES UN ESCUDO CONTRA LA CRISIS
El
euro debería haber sido un factor de protección contra la crisis financiera
mundial. Después de todo, la supresión de toda incertidumbre sobre las tasas de
cambio entre las monedas europeas eliminó un factor fundamental de
inestabilidad. Sin embargo, no ha habido nada de eso: Europa se ha visto afectada
más duramente y de forma duradera por la crisis que el resto del mundo. Esto se
debe a las propias modalidades de construcción de la unión monetaria.
Desde
1999 la zona euro conoció un crecimiento relativamente mediocre y un aumento de
las divergencias entre los Estados miembro en términos de crecimiento, de
inflación, de paro y de desequilibrios exteriores. El marco de política
económica de la zona euro, que tiende a imponer a unos países en situaciones
diferentes unas políticas macroeconómicas parecidas, ha ampliado las
disparidades de crecimiento entre los Estados miembro. En la mayoría de los
países, en particular los más grandes, la introducción del euro no ha provocado
la prometida aceleración del crecimiento. Para otros, hubo crecimiento pero a costa
de desequilibrios difícilmente sostenibles. La rigidez monetaria y
presupuestaria, reforzada por el euro, ha permitido hacer caer todo el peso de
los ajustes sobre el trabajo. Se ha promovido la flexibilidad y la austeridad
salarial, reducido la parte de los salarios en el ingreso total, aumentado las
desigualdades.
Esta
carrera a la baja social la ha ganado Alemania, que ha sabido liberar
importantes surplus comerciales en detrimento de sus vecinos y, sobre todo, de
sus propios asalariados, imponiéndose una bajada del coste del trabajo y de las
prestaciones sociales, lo que le ha conferido una ventaja comercial en
relación
a sus vecinos que no han podido tratar tan duramente a sus trabajadores. Los
excedentes comerciales alemanes pesan sobre el crecimiento de los demás países.
Los déficits presupuestarios y comerciales de unos sólo son la contrapartida de
los excedentes de los demás … Los Estados miembro no han sido capaces de
definir una estrategia coordinada.
La
zona euro hubiera debido verse menos afectada por la crisis que Estados Unidos
y Reino Unido. Los hogares están claramente menos implicados en los mercados
financieros, que son menos sofisticados. Las finanzas públicas estaban en una
situación mejor; el déficit público del conjunto de los países de la zona era
del 0,6% del PIB en 2007, frente a casi el 3% en Estados Unidos, en Reino Unido
o Japón. Pero la zona euro sufría un aumento de los desequilibrios: los países
del norte (Alemania, Austria, Países Bajos, países escandinavos) limitaban sus
salarios y sus demandas internas, y acumulaban excedentes exteriores, mientras
que los países del sur (España, Grecia, Irlanda) conocían un crecimiento
vigoroso impulsado por unas tasas de interés débiles en relación a la tasa de
crecimiento, al tiempo que acumulaban unos déficits exteriores.
Aunque
la crisis económica partió de Estados Unidos, éste ha tratado de establecer una
política real de reactivación presupuestaria y monetaria al tiempo que iniciaba
un movimiento de desregulación financiera. Europa, por el contrario, no ha
sabido emprender una política suficientemente reactiva. De 2007 a 2010 el
impulso presupuestario ha sido del orden de 1,6 puntos de PIB en la zone euro,
de 3,2 puntos en Reino Unido y de 4,2 puntos en Estados Unidos. La pérdida de
producción debida a la crisis ha sido claramente más fuerte en la zona euro que
en Estados Unidos. En la zona se ha sufrido más el aumento del déficits que el
resultado de una política activa.
Al
mismo tiempo, la Comisión ha seguido lanzando unos procedimientos de déficit
excesivo contra los Estados miembro de modo que a mediados de 2010
prácticamente todos los Estados de la zona estaban sometidos a ellos. Ha pedido
a los Estados miembro que para 2013 ó 2014 se comprometan a volver bajo la
línea del 3%, independientemente de la evolución economía. Las instancias
europeas han seguido reclamando unas políticas salariales restrictivas y que se
replanteen los sistemas públicos de jubilación y de sanidad, con el riesgo
evidente de hundir al continente en la depresión y de aumentar las tensiones
entre los países. Esta ausencia de coordinación y, más fundamentalmente, la
ausencia de un verdadero presupuesto europeo que permita una solidaridad
efectiva entre los Estados miembro han incitado a los operadores financieros a
desviarse del euro, incluso a especular abiertamente contra él.
Para
que el euro pueda proteger realmente a los ciudadanos europeos de la
crisis
proponemos debatir estas medidas:
Medida n°18: garantizar una verdadera coordinación
de las políticas macroeconómicas y una reducción concertada de los
desequilibrios comerciales entre los países europeos,
Medida n°19: compensar los desequilibrios de pago
en Europa por medio de un Banco de Pagos (que organice los préstamos entre los
países europeos),
Medida n°20: si la crisis del euro lleva a su
desintegración y esperando el ascenso en régimen del presupuesto europeo (cf.
infra), establecer un régimen monetario intraeuropeo (moneda común tipo
“bancor”) que organice la reabsorción de los desequilibrios de los balances
comerciales en el seno de Europa.
FALSA
EVIDENCIA N°10: LA CRISIS GRIEGA HA PERMITIDO FINALMENTE AVANZAR HACIA UN
GOBIERNO ECONÓMICO Y UNA VERDADERA SOLIDARIDAD EUROPEA
A
partir de mediados de 2009 los mercados financieros empezaron a contar con las
deudas de los países europeos. Globalmente la fuerte subida de las deudas y de
los déficits públicos a escala mundial no ha provocado (todavía) subidas de las
tasas largas: los operadores financieros consideran que los bancos centrales
mantendrán mucho tiempo las tasas monetarias reales a un nivel próximo de cero
y que no hay riesgo de inflación ni de falta [de pago] de un gran país. Pero
los especuladores han percibido los fallos de la organización de la zona euro.
Mientras que los gobiernos de los demás países desarrollados siempre pueden ser
financiados por su Banco Central, los países de la zona euro han renunciado a
esta posibilidad y dependen totalmente de los mercados financieros para sus
déficits. Por ello se ha podido desencadena la especulación sobre los países
más frágiles de la zona: Grecia, España e Irlanda.
Las
instancias europeas y los gobiernos han tardado en reaccionar al no querer dar
la impresión de que los países miembro tenían derecho a un apoyo ilimitado de
sus socios y querer sancionar a Grecia, culpable de haber ocultado (con ayuda
de Goldman Sachs) la magnitud de sus déficits. Con todo, en mayo de 2010 el BCE
y los países miembro tuvieron que crear urgentemente un Fondo de Estabilización
para indicar a los mercados que aportarían este apoyo sin límites a los países
amenazados. En contrapartida estos han tenido que anunciar unos programas de
austeridad presupuestaria sin precedentes que los van a condenar a un retroceso
de la actividad a corto plazo y a un largo periodo de recesión. Bajo la presión
del FMI y de la Comisión Europea Grecia debe privatizar sus servicios públicos
y España flexibilizar su mercado laboral. Del
mismo
modo, Francia y Alemania, que no están afectadas por la especulación, han anunciado
medidas restrictivas.
Sin
embargo, la demanda no es en modo alguno excesiva en Europa. La situación de
las finanzas públicas es mejor que la de Estados Unidos o de Gran Bretaña, lo
que deja márgenes de maniobra presupuestaria. Hay que reabsorber los
desequilibrios de manera coordinada: los países excedentarios del norte y del
centro de Europa deben llevar a cabo políticas expansionistas (aumento de los
salarios, de los gastos sociales …) para compensar las políticas restrictivas
de los países del sur. Globalmente la política presupuestaria no debe ser
restrictiva en la zona euro mientras que la economía no se acerque al pleno
empleo a una velocidad satisfactoria.
Pero,
por desgracia, hoy se han reafirmado los partidarios de las políticas presupuestarias
automáticas y restrictivas en Europa. La crisis griega permite hacer olvidar
los orígenes de la crisis financiera.
Quienes
han aceptado apoyar financieramente a los países del sur quieren imponer en
contrapartida un Pacto de Estabilidad. La Comisión Europea y Alemania quieren
imponer a todos los países miembros que inscriban en su Constitución el
objetivo del presupuesto equilibrado, hacer que unos comités de expertos
independientes vigilen la política presupuestaria. La Comisión quiere imponer a
los países una larga cura de austeridad para volver a una deuda pública
inferior al 60% del PIB. Si hay un avance hacia un gobierno económico es hacia
un gobierno que en vez de aflojar el torno de las finanzas va a imponer la
austeridad y profundizar las “reformas” estructurales en detrimento de las
solidaridades sociales en cada país y entre los países.
La
crisis ofrece a las elites financieras y a las tecnocracias europeas la
tentación de establecer la “estrategia del choque” aprovechando la crisis para
radicalizar la agenda neoliberal. Pero esta política tiene pocas posibilidades
de éxito:
La
disminución de los gastos públicos va a comprometer el esfuerzo necesario a
escala europea para mantener los gastos del futuro (investigación, educación,
política familiar), para ayudar a la industria europea a mantenerse y a
invertir en los sectores del futuro (economía verde).
La
crisis va a permitir imponer fuertes reducciones de los gastos sociales,
objetivo incansablemente buscado por los paladines del neoliberalismo, a riesgo
de comprometer la cohesión social, de reducir la demanda efectiva, de empujar a
los hogares a ahorrar para su jubilación y su salud en las instituciones
financieras, responsables de la crisis.
Los
gobiernos y las instancias europea se niegan a organizar la armonización fiscal
que permitiría la subida necesaria de los impuestos en el sector financiero, en
los patrimonios importantes y en los ingresos altos.
Los
países europeos instauran duraderamente unas políticas presupuestarias
restrictivas que van a pesar enormemente sobre el crecimiento. Van a descender
las recaudaciones fiscales. Los sueldos públicos apenas mejorarán, las ratios
de deuda se degradarán, no se tranquilizará a los mercados.
Debido
a la diversidad de sus culturas políticas y sociales los países europeos no han
podido plegarse todos a la disciplina de hierro impuesta por el Tratado de
Maastricht; no se plegarán todos al reforzamiento de éste que se está
organizando actualmente. El riesgo de activar una dinámica generalizada de
repliegue sobre sí mismo es real.
Para
avanzar hacia un verdadero gobierno económico y una solidaridad europea
proponemos debatir dos medidas:
Medida n°21: desarrollar una fiscalidad europea
(tasa carbono, impuesto sobre los beneficios, …) y un verdadero presupuesto
europeo para ayudar a la convergencia de las economías y tender a una
igualación de las condiciones de acceso a los servicios públicos y sociales en
los diversos Estados miembro sobre la base de las mejores prácticas.
Medida n°22: lanzar un vasto plan europeo,
financiado por suscripción pública a tasas de interés débil pero garantizado
y/o por medio de creación monetaria del BCE para emprender la reconversión
ecológica de la economía europea.
Conclusión
DEBATIR LA POLÍTICA ECONÓMICA, TRAZAR CAMINOS
PARA REFUNDAR LA UNIÓN EUROPEA
Desde
hace tres décadas Europa se ha construido sobre una base tecnocrática que
excluye a las poblaciones del debate de política económica. Se debe abandonar
la doctrina neoliberal que descansa sobre la hipótesis hoy indefendible de la
eficiencia de los mercados financieros. Hay que volver a abrir el espacio de
las políticas posibles y debatir propuestas alternativas y coherentes que
limiten el poder de las finanzas y organicen la armonización en el progreso de
los sistemas económicos y sociales europeos. Esto supone la mutualización de
importantes recursos presupuestarios, obtenidos por medio del desarrollo de una
fiscalidad europea fuertemente redistributiva. También hay que liberar a los
mercados del cerco de los mercados financieros.
Solamente
así el proyecto de construcción europea podrá esperar recuperar una legitimidad
popular y democrática de la que hoy carece.
Evidentemente,
no es realista esperar que 27 países decidan al mismo tiempo operar semejante
ruptura en el método y los objetivos de la construcción europea. La Comunidad
Económica Europea comenzó con seis países: también la refundación de la Unión
Europea pasará al principio por un acuerdo entre algunos países deseosos de
explorar unas vías alternativas. A medida que se hagan evidentes las
consecuencias desastrosas de las políticas adoptadas hoy, aumentará por toda
Europa el debate sobre las alternativas. Luchas sociales y cambios políticos
intervendrán a ritmo diferente según los países. Unos gobiernos nacionales
tomarán decisiones innovadoras. Quienes lo deseen deberán adoptar unas
cooperaciones reforzadas para adoptar medidas audaces en materia de regulación
financiera, de política fiscal o social. Por medio de unas propuestas concretas
tenderán la mano a los demás pueblos para que se unan al movimiento.
Por
ello nos parece importante esbozar y debatir
ahora las grandes líneas de políticas económicas alternativas que harán posible
esta refundación de la construcción europea.
Premiers
signataires :
Philippe
Askenazy (CNRS, Ecole d’économie de Paris), Thomas Coutrot (Conseil
scientifique d’Attac), André Orléan (CNRS, EHESS), Henri Sterdyniak (OFCE)
Traducido
gracias a:
http://www.attacmadrid.org/?p=2754