El imponente Cerro de los Siete Colores en Purmamarca, Jujuy (Argentina)

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viernes, 22 de julio de 2016

A 80 AÑOS DE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA

Por Sergio Daniel Aronas – 23 de julio de 2016

Se cumplen hoy 80 años del inicio de la Guerra Civil Española que marcó para siempre no sólo la historia del país sino también la historia del movimiento obrero y campesino mundial por la derrota que sufrió la revolución española. Si esta contienda fue el resultado de los enfrentamientos internos, rápidamente se convirtió en un problema internacional de primera magnitud donde el fascismo se alzó en armas contra el gobierno de la República elegido por el voto popular. Algunos libros para comprender esta historia de mi biblioteca particular:

1) E.H.Carr. La Comintern y la Guerra Civil Española.

2) Paul Preston. Las tres Españas del 36


3) Edward Malefakis y otros. La guerra de España (1936-1939)

4) León Trotski. La revolución española.


5) Aldo Garosci. Los intelectuales y la guerra de España

6) Mónica Quijada. Aires de República, Aires de Cruzada: La guerra civil española en la Argentina.


7) Antony Beevor. La guerra civil española (pueden obtener este voluminoso libro en formato pdf (https://futurodelmundo.files.wordpress.com/…/beevor-antony-…

8) Pierre Vilar. La guerra civil española


Como homenaje tomamos el artículo sobre Las Brigadas Internacionales de Resumen Latinoamericano:


http://www.resumenlatinoamericano.org/2016/07/17/80-anos-guerra-civil-espanola-o-guerra-revolucionaria-iii-las-heroicas-brigadas-internacionales-cientos-de-brigadistas-de-argentina-fueron-a-pelear-contra-el-fascismo/

80 años: ¿Guerra Civil Española o Guerra Revolucionaria? (III) // Las heroicas Brigadas Internacionales / Cientos de Brigadistas de Argentina fueron a pelear contra el fascismo

Las Brigadas Internacionales fueron unidades militares compuestas por voluntarios extranjeros de 54 países que participaron en la Guerra Civil Española junto al ejército democrático de la II República, enfrentando a los sublevados o bando nacional dirigido por Francisco Franco, que recibió ayuda de la Alemania nazi y de la Italia fascista.
Según los datos manejados por los estudios realizados en Estados Unidos por la Brigada Lincoln y por el historiador Andreu Castell, llegaron a participar en total 59.380 brigadistas extranjeros, de los cuales murieron más de 15.000; al mismo tiempo los internacionales no sobrepasaron más el número de 20.000 hombres presentes en los frentes en cada periodo de la guerra.

La nacionalidad más numerosa fue siempre la francesa, con una cifra cercana a los 10.000 hombres, buena parte de ellos de la zona de París. La mayoría no eran soldados, sino trabajadores reclutados voluntariamente por los partidos comunistas o veteranos de la Primera Guerra Mundial.

Su base se encontraba en el aeródromo de Los Llanos, en Albacete. Las Brigadas participaron en la defensa de Madrid en 1936, las batallas del Jarama, Guadalajara, Brunete, Belchite, Teruel, Aragón y el Ebro, siendo retiradas a partir del 23 de septiembre de 1938, a fin de modificar la posición ante la intervención extranjera del Comité de No intervención.

Antecedentes

Las Brigadas Internacionales no fueron, al contrario de lo que se suele creer, ni los primeros ni los únicos voluntarios extranjeros que partieron a luchar a España en favor de la República. Ya antes de su formación (en octubre de 1936) había en la Península un número, aunque no muy alto, de soldados extranjeros, que desde prácticamente el día de la sublevación de los fascistas estaban participando en la contienda. Algunos de ellos ya residían en España antes del golpe del 18 de julio y procedían mayoritariamente de países con gobiernos fascistas (o pseudo fascistas), de donde se habían visto obligados a exiliarse por su militancia progresista, socialista, comunista o anarquista. Por esta razón, los dos principales países de origen de estos primeros voluntarios extranjeros fueron Alemania e Italia. De este primer grupo de combatientes extranjeros que ya vivían en España al estallar la guerra, se encontraban, como dos de los más conocidos, el novelista André Malraux , el socialista italiano (que años antes había atentado contra el hijo de Victor Manuel de Saboya), Fernando De Rosa Lenccini.

También hubo otro grupo de extranjeros que a partir del 18 de julio fue llegando a España por sus propios medios y se incorporó al frente. Pero si es difícil dar cifras sobre los soldados que conformaron las Brigadas Internacionales, mucho más aún, por la inexistencia de documentos oficiales, lo es cifrar a los extranjeros que llegaron antes de octubre de 1936.
En tercer lugar, es destacable la incorporación a las filas del bando republicano de los participantes en las olimpiadas populares. Esta competición, organizada por grupos políticos de izquierda, se estaba celebrando en Barcelona en el verano de 1936 como contrapartida a las olimpiadas oficiales que se disputaban en Berlín bajo el gobierno de Adolf Hitler, y en ella tomaban parte deportistas de diversos países del mundo. Muchos de estos atletas se sumaron a las luchas callejeras de Barcelona, participaron en el levantamiento de barricadas y en la ocupación del Hotel Colón. La mayoría de los participantes, cuyo número oscilaba entre 174 y 300, regresó a sus respectivos países el día 24 de ese mismo mes de julio, tras haber sido protagonistas durante la primera semana de la guerra.

Las unidades formadas por estos primeros voluntarios extranjeros, se bautizaron con nombres de militares progresistas del siglo anterior, como Walery Wroblewski, muerto en la Comuna de París, o de figuras políticas de mucho prestigio, como el socialista inglés Tom Mann.

Muchos de los soldados que conformaban estas unidades voluntarias espontáneas se integraron luego en las Brigadas Internacionales, pero otros muchos, por diversas circunstancias, permanecieron al margen de ellas y combatieron en otras unidades del Ejército Popular de la República. Numerosos extranjeros no se integraron en las brigadas debido, principalmente, a discrepancias políticas debido a que las Brigadas empezaron organizadas y promovidas por el Partido Comunista Francés (de donde salieron los primeros oficiales brigadistas), lo cual causaba que militantes socialistas, anarquistas, o marxistas ajenos al comunismo, prefiereran enrolarse en otras unidades.

En algunos de los casos algunos extranjeros lucharían integrándose en unidades del POUM o de otras organizaciones de izquierdas disidentes de la Komintern. Relacionado con esta cuestión, y tras los Sucesos de mayo de 1937 en Barcelona, el gobierno republicano ordenó el 19 de junio de 1937, por un decreto puesto en marcha por Vicente Rojo siguiendo órdenes de Indalecio Prieto (en esos tiempos ministro de Defensa), “que todos los extranjeros que prestan servicio al ejército, quedaban encuadrados en las Brigadas Internacionales”. Esta orden no fue cumplida por muchos soldados extranjeros, que lucharon hasta el final de la guerra en unidades ajenas a las de los brigadistas.

Creación

La idea original de la creación de las Brigadas Internacionales se presentó en Moscú en septiembre de 1936, donde la Komintern trataba de captar voluntarios comunistas y no comunistas para participar en apoyo de los republicanos españoles en la guerra. El Gobierno de la República no se decidió al inicio por aceptar la propuesta. La opinión cambiaría en octubre de ese mismo año, cuando los primeros combates y el avance de los sublevados hacia Madrid evidenciaron la crítica situación militar de la República.
No obstante, a los pocos días de la sublevación militar, muchos de los atletas que iban a participar el día siguiente en la Olimpiada Popular organizada en Barcelona por Lluís Companys, se unieron en una brigada propia, muriendo el atleta austriaco Mechter el 19 de julio, quien es considerado el primer brigadista caído en combate. Y en agosto entró en combate en Irún el batallón Commune de Paris, compuesto sobre todo por franceses y belgas al mando de Jules Dumont.

La sede internacional de reclutamiento se estableció en París bajo la dirección del Partido Comunista de la Unión Soviética y el Partido Comunista francés. Desde el gobierno republicano se tramitaba la documentación necesaria para el recluta, se hacía llegar estos documentos a París, y desde allí se embarcaba a los voluntarios que, desde toda Europa, llegaban vía ferrocarril a Barcelona. Posteriormente, el gobierno republicano los remitía a Albacete, donde la Komintern había establecido el cuartel general de las Brigadas, así como su centro de entrenamiento.
El 23 de octubre, Francisco Largo Caballero crea la División Orgánica de Albacete con un Comité de Organización encargado de asistir de manera centralizada a los voluntarios que llegaban del extranjero. El líder comunista francés André Marty, secretario general de la Tercera Internacional y hombre, al parecer, de la plena confianza de Stalin, será nombrado Jefe de la base de Albacete. Los que llegaban iban destinados luego a distintas poblaciones:

La Roda, Tarazona de la Mancha, Villanueva de la Jara y Madrigueras eran los lugares de mayor concentración.

Las movilizaciones en favor de reclutas para las Brigadas Internacionales se extendieron
por toda Europa y luego por Estados Unidos, pero en países como Alemania e Italia se identificaron como el primer paso para combatir en batalla al fascismo y al nazismo, que ya había establecido dictaduras en ambos Estados. Los primeros brigadistas llegaron a Albacete el 14 de octubre de 1936.

Las primeras Brigadas formadas (XI, XII y XIII) estaban compuestas mayoritariamente por franceses, belgas, italianos y alemanes voluntarios. Dentro de cada brigada se constituyeron batallones, generalmente de miembros de la misma nacionalidad para facilitar las comunicaciones entre los integrantes.

Origen de los brigadistas

Hubo brigadistas de más de 50 países del mundo. El país que más voluntarios aportó fue Francia, con más de 10.000 según algunas fuentes (Andre Castells la eleva hasta 15.000). El segundo contingente más importante era el de alemanes y austriacos con unos 5.000, en su mayoría exiliados en París y Bruselas. También destacaron los contingentes de Italia (4.000), los 2.500 británicos, 2.000 estadounidenses y un millar de latinoamericanos. También se enrolaron en menores cantidades voluntarios de países como México, Abisinia, Polonia, Albania, Checoslovaquia, Hungría, Bulgaria, Suecia, Suiza, Holanda, Cuba o hasta Rumania.

Según distintas estimaciones, hasta 8.000 de estos voluntarios, un 15 % del total de brigadistas internacionales, lucharon por el bando republicano. En general, estos voluntarios habían sido previamente militantes comunistas y anarquistas, con poca o nula conciencia hebrea, pero también se dieron casos como la Unidad judía Botwin (anteriormente denominada 2ª Compañía del Batallón Palafox).
Los brigadistas procedían de muy diferentes estratos sociales, desde intelectuales a trabajadores manuales, pasando por militares retirados o soldados veteranos. Hubo en sus filas una gran variedad de procedencias: sindicalistas, mineros de Europa Central, estibadores y cargadores de los principales puertos europeos, ex-combatientes de la Primera Guerra mundial, médicos, afroamericanos y orientales naturales de suburbios neoyorkinos, también estadounidenses eran un numeroso grupo de universitarios británicos procedentes de las zonas de concentración industrial, algunos escritores, artistas, políticos y muchos militares desempleados de la Europa del Este. Como vemos, la procedencia tanto geográfica como social y profesional era de una heterogeneidad impresionante. El importante número de intelectuales, médicos, artistas y científicos que integraban las brigadas, ha hecho que en muchas ocasiones se les haya definido como “la unidad militar más intelectual de la historia”. Hay que añadir en este apartado que hubo varios escritores, como Ernest Hemingway y George Orwell, que aunque sí participaron en la guerra y escribieron algunas obras que se han hecho muy populares (Por quién doblan las campanas u Homenaje a Cataluña), no se encuadraron como combatientes dentro de las Brigadas Internacionales.

La filiación política mayoritaria era la comunista, ya que casi todos los brigadistas habían sido invariablemente reclutados por los partidos comunistas de diferentes naciones, aunque unos pocos acudieron a España para enrolarse directamente sin adherirse previamente a un partido político. Sin embargo, la militancia política variaba según el país de origen; por ejemplo, entre los brigadistas norteamericanos los efectivamente marxistas (socialistas, comunistas o anarquistas) no llegaban ni a la mitad, mientras que en el contingente alemán los soldados de filiación comunista estaban en torno al 80 %, siendo de igual proporción la presencia comunista en unidades francesas o italianas. Mientras tanto, los batallones británicos y de Europa Oriental mostraban presencia mayoritaria de obreros sindicalizados, con una minoría de militantes de algún partido. La filiación de los brigadistas no comunistas era muy variada también: iba desde el socialismo hasta el anarquismo, pasando por todas las formas del progresismo antifascista.

Fueron muchos los brigadistas que posteriormente acabarían convirtiéndose en personajes de notable importancia histórica. Por dar algunos ejemplos se podrían citar los nombres del alemán Willy Brandt, que sería alcalde de Berlín y luego Canciller de Alemania, el intelectual holandés Jef Last, el militar húngaro Kleber, el pintor mexicano David Alfaro Siqueiros, el general polaco Walter, el presidente yugoslavo Tito (la participación de este último ha sido bastante discutida), y otros muchos alemanes que llegarían a ocupar importantes cargos en la RDA.

Acciones de guerra

Las primeras operaciones de combate en las que participaron las brigadas (en concreto las número XI, XII y XIV) fueron en la Batalla de Madrid a partir del 4 de noviembre de 1936 hasta febrero de 1937, durante la primera ofensiva del ejército nacional, que ocupaba ya Getafe y Leganés.

Con 1.550 hombres y mujeres (1.628 según los archivos soviéticos), se instaló el Cuartel General en la Facultad de Filosofía y Letras, siendo las unidades brigadistas muy activas en los alrededores de la Casa de Campo, donde se enfrentaron al general Varela en los accesos desde la carretera de Valencia, la defensa de la Ciudad Universitaria y los accesos a Guadarrama, en un amplio despliegue que los llevaba en algunas ocasiones a combatir en las puertas de Getafe.

La XV Brigada compuesta principalmente por unidades de rusos, norteamericanos y británicos se enfrentó a las tropas nacionales que pretendían conquistar Madrid, desde el 6 de febrero de 1937 en la Batalla del Jarama. La XV Brigada participó en la contención de la ofensiva y capturó prisioneros, manteniendo enfrentamientos hasta el día 27 inclusive.

En la Batalla de Belchite de 1937 tomaron parte las brigadas XI y XV. Durante la Batalla de Guadalajara iniciada por tropas italianas del Corpo Truppe Volontarie el 9 de marzo de 1937 para tratar de penetrar desde el norte en Madrid, las tropas republicanas hicieron frente a un ejército de 30.000 hombres, 80 carros de combate y 200 piezas de artillería. En el escenario se encontraron combatiendo la XI y XII Brigada Internacional, que sufrieron gran cantidad de bajas.

Batalla de Teruel. Invierno 1937-38. En esta ofensiva republicana, que tenía como fin desviar la presión de los nacionales sobre el frente norte, participaron todas las Brigadas Internacionales (ya muy mermadas), excepto la XIV. De cara a las sesiones del Comité de No Intervención, el gobierno mantuvo que serían sólo las tropas españolas las que lucharían, pero esto pronto se demostró como una falsedad cuando el 7 de diciembre llegó la orden a la base brigadista en Albacete de que partiesen hacia Aragón.
Los brigadistas tuvieron también un importante papel en los grupos de guerrilleros que se infiltraron tras las líneas antes de la batalla para sabotear las comunicaciones enemigas. La reconquista de Teruel por parte de los nacionales en febrero del 38, costó un altísimo número de muertos especialmente a la XI Brigada.

Brigadas: denominación, composición e historia

Los primeros voluntarios llegaron a Albacete el 12 de octubre, y a partir de ahí llegaron convoyes casi diariamente durante los días sucesivos. El día 15, Luigi Longo (luego se hará llamar Luigi Gallo) empezó a organizar las primeras compañías. Otros que se suman al primer órgano de dirección son Allard, Wisniewski, Hans Kahle, Jean Marie François, Lalmanovic o Ribiere. Este comité organizador se vio superado ante la llegada de tantos voluntarios y pronto se transformó en un comité militar, en el que aparte de los ya mencionados entraron otros, como el Comandante Vidal y André Marty, que se convertiría en el jefe de la base y de las Brigadas Internacionales.

El encuadramiento en los distintos grupos se efectuó en función de grupos idiomáticos y de origen. Los jefes en un principio fueron elegidos por los propios voluntarios, pero más tarde la elección pasó a hacerse en función de las necesidades. Al lado de cada jefe militar había un comisario político, cuyas tareas principales eran de carácter político (mantener la moral, arengar políticamente a las tropas, etc.) aunque en ocasiones también tenían que asumir labores militares.
Se formaron siete brigadas, llamadas XI, XII, XIII, XIV, XV, 129 y 150. Cada brigada se dividía a su vez en tres batallones (salvo en algunos casos en los que había cuatro) que en un principio rondaban los 650 hombres cada uno. Estos batallones recibían nombres con un claro contenido político, como Garibaldi o Commune de Paris.

Las Brigadas estuvieron organizadas de la siguiente forma:

XI BRIGADA

La XI Brigada fue la primera en constituirse formalmente el 22 de octubre de 1936 con tres batallones: Edgar André, Commune de París y Garibaldi, apoyados por un batallón español. Jefe de la Brigada fue Manfred Stern primero y Jean Marie François después.

1er Batallón “Edgar André”. Alemán.
2º Batallón “Commune de Paris”. Franceses y belgas. Trasladado posteriormente a la XIV.
3er Batallón “Dabrowski”. Polacos, húngaros, yugoslavos, 2 paraguayos. Trasladado posteriormente a las Brigadas XII, XIII y 150. (Bandera en la imagen).
4º Batallón “Garibaldi”. Italianos. Trasladados más tarde a la XII.

XII BRIGADA


La XII Brigada se constituyó el 1 de noviembre de 1936 con los batallones Ernst Thälmann, André Marty y, desde la XI Brigada, el Garibaldi. El Jefe de la Brigada fue el general Zalka Maté.

1er Batallón “Thaelmann”. Alemán. Trasladado posteriormente a la XI.
2º Batallón “Garibaldi”. Italianos.
3er Batallón “André Marty”. Franceses y belgas. Trasladado posteriormente a la 150, XII y XIV.


XIII BRIGADA

La XIII Brigada se constituyó el 1 de diciembre de 1936 con los batallones Chapiaev, Henri Vuillemin y Lousie Michel. El jefe de la Brigada fue Wilhelm Zaisser.


1erBatallón “Louise Michel”. Franceses y belgas. Trasladado posteriormente a la XIV.
2º Batallón “Chapiaev”. De distintos países balcánicos. Trasladado posteriormente a la 129.
3er Batallón “Henri Vuillemin”. Franceses. Trasladado posteriormente a la XIV.
4º Batallón “Miskiewicz Palafox”. Polacos y judíos mayoritariamente,[3] además de unas decenas de sobrevivientes ucranianos del ejército anarquista de Néstor Majnó.


XIV BRIGADA

La XIV Brigada, a la que se conoció como La Marsellaise por estar conformada por mayoría de franceses, fue creada el 1 de diciembre de 1936 y reorganizada por completo el 27 de noviembre de 1938.

1er Batallón “Noves Nacions”. Trasladado posteriormente al “Commune de Paris”.
2º Batallón “Domingo Germinal”. Anarquistas españoles y portugueses.
3er Batallón “Henri Barbusse”. Franceses.
4º Batallón “Pierre Brachet”. Franceses.

XV BRIGADA

La XV Brigada se formó el 31 de enero de 1937 con los Batallones Dimitrov, 6 de febrero, Pierre Brachet (que se trasladó pronto a la XIV Brigada), Británico, Lincoln y Washington.

El Jefe de la Brigada fue Janos Galiez

1er Batallón “Dimitrov”. Yugoslavos. Trasladados posteriormente a la 150 y después a la XIII.
2º Batallón Británico.

3er Batallón: “Lincoln”, “Washington”, “Mackenzie-Papineau”: Estadounidenses  y canadienses. A este batallón se unió la Columna Connolly formada por un reducido grupo de irlandeses.
4º Batallón “6 de febrero”. Franceses. Trasladados posteriormente a la Brigada XIV.

150 BRIGADA


Formada en junio de 1937.

1er Batallón “Rakosi”. Húngaros.

129 BRIGADA

La 129 Brigada se constituyó el 28 de abril de 1937 con restos de batallones de otras Brigadas y miembros del POUM. La distinta procedencia de sus miembros la llevó a ser conocida como la Brigada de las cuarenta naciones. Las diferencias entre las fuerzas políticas y el conflicto en Cataluña con el POUM la hicieron poco efectiva, debiendo ser reorganizada en febrero de 1938. Entonces se nombró Jefe de la Brigada a Wacek Komar (que provenía del Batallón Dobrowsky de la XIII Brigada).

1er Batallón “Masaryk”. Checoeslovacos.
2º Batallón “Dayachovitch”. Búlgaros.
3er Batallón “Dimitrov”. De diversos países balcánicos

La marcha de las Brigadas

Durante 1938 se suceden los intentos para poner fin a la guerra civil desde los organismos internacionales, como la Sociedad de Naciones, ante el evidente fracaso del Comité de No Intervención para detener el conflicto.
Tras la grave derrota sufrida en abril por la Ofensiva de Aragón, la República era consciente de su debilidad, y Juan Negrín juega la baza de apostar por un proceso de pacificación, emitiendo con ocasión del 1 de mayo de 1938 un posible acuerdo basado en trece puntos ante la opinión pública internacional, entre los que se incluía la retirada de todas las fuerzas compuestas por extranjeros que estuvieran presentes en el conflicto español.
Esto se unía a una intensa labor diplomática, encabezada por Manuel Azaña, en la que se mostraba a Francia y Gran Bretaña la conveniencia de tener un fuerte aliado en el sur ante los acontecimientos que se precipitaban en Europa tras la amenaza dirigida contra Checoslovaquia por Hitler. La desfavorable situación bélica y estratégica de la República (desde el 15 de abril quedó cortada en dos la zona republicana) causó que Francia y Gran Bretaña no mostrasen entusiasmo por la propuesta de Negrín, e inclusive la prensa de la URSS, bajo control gubernamental, admitía seriamente la posibilidad que Franco triunfase en España.
El Gobierno de la República comunicó oficialmente a la Sociedad de Naciones y al Comité de No Intervención su firme compromiso en la retirada de las Brigadas Internacionales el 21 de septiembre, cuando ya se había estancado mucho el avance de las tropas republicanas en la Batalla del Ebro. Para esta fecha se había dificultado mucho el reclutamiento de soldados extranjeros para las Brigadas Internacionales, debido a los intermitentes cierres de la frontera realizados por Francia; las pugnas internas entre el PCE y el POUM habían desalentado el reclutamiento de extranjeros en las Brigadas (tales extranjeros preferían luchas en otras unidades del Ejército Popular de la República), y pese a su gran experiencia en combate las Brigadas empezaban a ver reducido su número tras la derrota en Aragón: sumaban menos de 10,000 hombres en toda España al empezar la Batalla del Ebro.
La propuesta llegó al bando nacional, si bien Franco comunicó “oficiosamente” que era tarde ya para cualquier acuerdo, en tanto las tropas rebeldes contaban con una situación militar mucho más ventajosa. De todas formas, el Gobierno de la República consumó el proceso de desmovilización esperando que la buena voluntad sirviera para que las potencias europeas (neutrales o no) presionaran a Franco, mientras la URSS apoyaba la posibilidad de que numerosos militantes comunistas (integrados en las Brigadas) abandonaran España, al alejarse las posibilidades de un triunfo republicano.
El 23 de septiembre de 1938 los brigadistas vivieron su último día de combate, pero no sería hasta el 27 de octubre que los internacionales del Ejército del Centro y de Levante, 1.500 hombres, serían reagrupados en Valencia. Al día siguiente ocurrió igual con los brigadistas de Cataluña, que fueron reunidos en Barcelona.
El ejército les brindó un gran homenaje bajo el lema: Caballeros de la libertad del mundo: ¡buen camino! El mayor de los homenajes que se les rindió, fue el desfile celebrado en Barcelona el 28 de octubre. Toda la ciudad amaneció con pancartas y carteles alusivos a las Brigadas Internacionales. Ante Companys, Azaña, Negrín, Vicente Rojo y más de 300.000 personas, los internacionales desfilaron por la Avenida 14 de abril (actual Avenida Diagonal), en un ambiente altamente emotivo, con un histórico discurso de Dolores Ibárruri.
Hubo actos similares de homenaje en Valencia y Madrid. Tras un desfile en el que la gente los despidió con aplausos, llantos y cubriendo la calzada de rosas, después de un espectacular despliegue de cazas republicanos los brigadistas estaban listos para partir.
En algunos lugares, ya durante la guerra se construyeron monumentos en homenaje a los brigadistas. Por ejemplo en la zona de la Batalla del Jarama, el 30 de junio de 1938 fue inaugurado un monumento en forma de puño. Volvió un grupo de brigadistas para un acto de despedida en noviembre. El monumento fue destruido después de la guerra.
La mayoría de los menos de diez mil brigadistas supervivientes a la guerra trataron de volver a sus países. Muchos de ellos no tendrían problemas (franceses, británicos, norteamericanos), pero otros muchos se verían con situaciones complejas: los italianos, alemanes, austriacos, suizos, búlgaros y canadienses se vieron entre la espada y la pared. Formalmente eran expulsados de España pero, o serían detenidos en sus países al regreso debido que en ellos gobernaban el fascismo y el nazismo, o bien se arriesgaban a la cárcel porque habían salido sin autorización para servir en un ejército extranjero. Algunos brigadistas que no tenían un país al cual volver con seguridad se refugiaron en casas particulares en Cataluña y otros pasaron la frontera de los Pirineos sólo para quedarse clandestinamente en Francia. La URSS acogió a algunos brigadistas, pero éstos eran casi exclusivamente líderes comunistas de importancia.
Después de la Guerra
Tras la salida de las Brigadas internacionales, y con el regreso a sus países de origen, sus miembros fueron acogidos de forma distinta. En un principio muchos fueron tachados de simples mercenarios, mientras otros fueron condecorados en su propia tierra. La llegada de la Segunda Guerra Mundial evidenció el papel que habían tenido estos combatientes en España al ser los primeros soldados de sus respectivos países que habían luchado contra el expansionismo fascista de Alemania e Italia.
El 26 de enero de 1996, el Congreso de los Diputados español concedió la nacionalidad española a los brigadistas si renunciaban a su nacionalidad propia, cumpliendo así la promesa realizada por Juan Negrín cuando estos abandonaron España 57 años antes. Aún así, la mayoría de los veteranos optó por no renunciar.
Después, la Ley de la Memoria Histórica reconoció a los brigadistas la nacionalidad española por naturalización, sin tener que renunciar a la suya propia. En junio de 2009, la embajada española en Londres entregó a varios brigadistas sus pasaportes españoles

Los más conocidos brigadistas
Las Brigadas Internacionales contaron entre sus miembros con personalidades como el joven Willy Brandt, que sería luego canciller socialdemócrata de la República Federal de Alemania, Wilhelm Zaisser, Ministro de Seguridad del Estado en la República Democrática Alemana y jefe de la policía política Stasi desde 1950 hasta 1953, así como los literatos Ralph Fox, Charles Donnelly, John Cornford y Christopher Caudwell, George Orwell, Pablo de la Torriente (escritor y periodista cubano) , Wifredo Lam, pintor afrocubano y Alex Canitrot, general francés, entre otros.

BRIGADISTAS ARGENTINOS QUE PELEARON CONTRA EL FASCISMO

Cientos de brigadistas argentinos fueron a pelear contra Franco. Estuvieron en todos los frentes, pero para ellos la historia fue mezquina y los condenó al olvido.

Graciela Mochkofsky

En los días agónicos de la Guerra Civil Española, ciento noventa y siete argentinos esperaban el final en dos parajes de Cataluña. Al Norte, los Pirineos los separaban del exilio. Al Sur, sus compañeros españoles libraban la última gran batalla contra las tropas de Francisco Franco en los márgenes del río Ebro. Los argentinos habían sido obligados a abandonarla por razones políticas, junto con brigadistas llegados de todo el mundo a combatir por la República.
Eran, en su mayoría, jóvenes que se habían ofrecido para luchar una guerra que consideraban propia y de la que ahora, en el momento decisivo, habían sido apartados, en un vano intento de contentar a las grandes potencias. Estas, sin embargo, asistirían impávidas a la primera victoria armada del fascismo en Europa. Intentaban así evitar una guerra mundial que les estallaría en la cara poco después.
En esas largas horas vacías, las burocracias partidarias les pidieron a los brigadistas que llenaran formularios con su puño y letra. Anotaron sus datos personales, sus historiales políticos y de combate, sus opiniones y esperanzas para el futuro del mundo.
¿Qué escribe un idealista en el momento en que todo aquello en que ha creído, aquello por lo que ha matado y ha estado dispuesto a morir, parece a punto de colapsar? No mucho después dejarían a pie la España que ya era del general que se había alzado el 18 de julio de 1936, para hacinarse en campos de concentración en Francia. Y, meses más tarde, regresarían a la Argentina –donde les esperaban años de persecución y existencias clandestinas–, o se perderían en el mundo, como sus nombres, sus ilusiones, sus hazañas. Porque la mayoría, si no todos, murió anónima.
Tras la caída de la República, en abril de 1939, esos formularios fueron el equipaje de algunos comunistas españoles , que como todos los combatientes soviéticos que habían sobrevivido marcharon hacia Moscú . Las memorias del grupo más numeroso de los brigadistas latinoamericanos quedaron encerradas en los herméticos depósitos del Instituto de Marxismo- Leninismo. Allí durmieron, en el secreto y el olvido, hasta después de que la Unión Soviética dejara de existir y el Instituto se transformara en el Archivo Estatal Ruso de Historia Sociopolítica.
La presidenta de la Asociación de Amigos de las Brigadas Internacionales, Ana Pérez, me reveló su existencia, décadas después, en una España que había decidido olvidar la guerra tras la muerte de Franco. Yo buscaba el rastro de alguien que había sido olvidado con tanto empeño que, aunque era por sangre y derecho mi pariente directo, sólo supe de su existencia hace un par de años: mi tío abuelo Benigno Mochkowsky, a quien su padre había echado para siempre de su casa por comunista cuando sólo tenía quince años.
Librado a su suerte, Boris, como lo llamaba en voz baja la familia que había decidido negarlo, adoptaría otra: el Partido Comunista. Tras diversas aventuras y prisiones en varias provincias y países, había llegado a España. Allí fue uno de los oficiales del legendario Quinto Regimiento. Bajo el nombre comandante Ortiz dirigió a 4.000 hombres en batalla. Con ese nombre lo mencionan en sus memorias el general Enrique Líster y La Pasionaria, y así lo conocerían hasta su muerte la mayoría de sus compañeros.
El, como los otros, no figuraba en los registros de nadie y se borraba de las memorias de cuantos lo habían conocido. Pero me empeñé en que no concluiría mi libro sin recuperar a todos. Gracias a una red de amigos de diversas partes del mundo, un difícil acuerdo monetario con la guardiana del archivo moscovita y la decisiva participación del embajador de España en Buenos Aires, Carmelo Angulo, logré rescatar una copia de ese registro único de los combatientes argentinos y traerlo, por primera vez, al país.
COMBATIR A LOS VEINTE
El menor tenía 17 años; el mayor, una excepción, 55; la mayoría estaba en sus veinte. Eran en gran parte comunistas, porque la Internacional Comunista había organizado las Brigadas Internacionales, pero también había anarquistas, como Ramón Belanguer García, que peleó en la columna del legendario Buenaventura Durruti desde el segundo mes de la guerra; socialistas, como Carlos Francisco Acevedo Rodríguez, un músico de 23 años, que combatió como soldado raso; o simpatizantes republicanos sin partido, como Antonio Moreno Vives, que reclutaba voluntarios para el Ejército Popular de la República desde su puesto de secretario de Finanzas del Centro de Repatriación de Españoles Republicanos, hasta que renunció “para venir yo también a España”.
Había un aristócrata, Carlos Kern Alemán (así firmó su ficha), primo hermano de los economistas Juan y Roberto Alemann, y oveja negra de su familia desde que, mientras estudiaba arquitectura en Berlín, se convirtió en líder de los estudiantes rojos alemanes que se enfrentaron a Hitler. Y varios miembros de la clase media, como Juan Gastón Gilly, hijo de un comerciante, ex cadete de la Escuela Naval, estudiante de Derecho, que había ido preso en Córdoba por el asesinato de “dos fascistas”. Pero muchos eran simples trabajadores, como Francisco Comendador López, que se había interesado en el movimiento proletario por “los mismos problemas que se plantean hoy en nuestros hogares”.
La mayoría no tenía experiencia militar, excepto por enfrentamientos con la Policía. Pocos eran como Salvador Loy Klepach, alias “Ernesto”, encargado de “trabajo anti-militarista”, es decir, de oposición o infiltración en las Fuerzas Armadas (tarea que el PC intentó, con más o menos éxito, durante años) Entre 1923 y 1930, Loy Klepach había sido detenido por “disparo de armas, lesiones y homicidio”, media docena de veces, una de ellas en el congreso partidario en que, fruto de una pelea interna, fue asesinado el dirigente juvenil comunista Ernesto Müller, en diciembre de 1925.
Muchos de los combatientes comunistas habían sido enviados por el PC argentino, que financiaba y organizaba sus viajes en barco hasta Europa, proveyéndolos con pasaportes, a veces bajo nombres falsos, y contactos. A través del PC francés, los ayudaba a entrar en España por tierra, vía París. Lo mismo hacían otros partidos comunistas, en consonancia con la campaña mundial de reclutamiento lanzada por la Internacional Comunista, o Comintern, en septiembre de 1936, a casi dos meses del golpe que dio comienzo a la guerra civil.
Una vez en España, los combatientes recibían instrucción militar en una base en Albacete, que regía con mano de hierro el comunista francés André Marty. Los argentinos eran destinados a brigadas de españoles, de latinoamericanos o de otras nacionalidades, porque no reunían la cantidad suficiente para tener su propio batallón, como sí ocurrió con ingleses, norteamericanos, franceses, belgas, polacos, y otros que llegaron de a miles. De los latinoamericanos, la participación argentina, con la mexicana, fue de las más numerosas.
Hubo, también, comunistas argentinos que financiaron sus viajes por cuenta propia, con la convicción, como anotó Kern Alemán en su ficha, de que la derrota del fascismo en España sería también en “todos los pueblos del mundo”.
El partido envió además funcionarios políticos –que se mantuvieron lejos del frente–, asignados al Socorro Rojo Internacional, un organismo de asistencia y solidaridad de la Comintern, al entrenamiento y control ideológico de los combatientes –como Salomón Elguer, que fue comisario político de las Brigadas Internacionales–, o al PCE, bajo el ala del ítalo-argentino Victorio Codovilla, uno de los fundadores del Partido Comunista Argentino, su jefe máximo durante décadas, y organizador del partido español en los años previos a la guerra y hasta mediados de 1937.
Anarquistas, socialistas, republicanos y líberos viajaron a su costo y riesgo, empapados del fervor antifascista que movilizaba a toda una generación. “Luchar contra el fascismo” se repite ficha tras ficha.
Algunos estaban en España desde antes de la guerra. Las fichas no aclaran por qué, pero la hipótesis más probable es que se trataba de hijos argentinos de inmigrantes españoles que regresaron a su país de origen a comienzos de los treinta por razones políticas (con la deportación de activistas de izquierda que siguió al golpe de Uriburu) o personales. Entre estos, muchos esperaban regresar a América, como Ricardo Rodríguez Fernández, que había ido preso durante el intento revolucionario de Asturias de 1934 y soñaba con volver a la calle Pepirí 693, en Buenos Aires.
Brigadistas argentinos pelearon en la terrible batalla de Brunete, en la que los republicanos, blancos fáciles en una llanura pelada sembrada de cadáveres pudriéndose al sol, padecieron una sed desesperante y se quedaron sin municiones, mientras algunos de sus jefes militares exageraban sus logros, en la más pura tradición estalinista. Allí, Agustín Denegri, carnicero en Bahía Blanca, chofer y fusilero en España, fue herido en la espalda bajo un bombardeo de aviación (en Brunete, la República perdió su superioridad aérea, con la llegada de los cazas alemanes prestados a Franco por Hitler). Veinte mil combatientes republicanos murieron o fueron heridos sólo en esa batalla.
Cándido Castañón García, oriundo de Chacabuco (¿hermano de José, también herido en el brazo, la pierna, la espalda?), fue herido en la cabeza, en el brazo y en el muslo izquierdos en la batalla de Teruel, durante el invierno español del 37/38, con hasta 20º bajo cero. Una dura derrota, por las pérdidas en hombres y armamento, y por las ejecuciones disciplinarias ordenadas por jefes militares comunistas.
Otros pelearon en Belchite, Aragón, Mallorca, Madrid’ Pero el combate que se repite y repite en los formularios manuscritos, el más espectacular y dramático, porque estuvo a punto de dar vuelta, a favor de la República, una derrota que muchos políticos y jefes militares republicanos daban por sentada cuando la URSS y Europa la habían dejado librada a su suerte: la batalla del Ebro. Los combatientes cruzaron el inmenso río en un ataque sorpresa, a nado, en botes, en puentes desmontables, la noche del 24 de julio de 1938 y, hasta que en septiembre fueron obligados a retirarse, participaron de una hazaña de voluntad y resistencia que costó decenas de miles de vidas: Alfredo Borello, de Lanús, herido en el brazo; Emilio Giménez, herido en el pie izquierdo; Pedro Marrube, herido en septiembre, por una explosión; Loy Klepach, que fue cabo de ametralladoras y ayudante del comisario de la 60 Brigada Mixta; Kern Alemán, elogiado en una orden del día de su unidad “por su brillante actuación en la ofensiva del Ebro y por su valiente actitud y disciplina en todo momento”.

UNA RETIRADA OBLIGADA

El 21 de septiembre, en plena batalla, los combatientes del Ebro recibieron la noticia de que el presidente republicano, Juan Negrín, que apostaba al estallido de la Segunda Guerra Mundial como única alternativa para no ser derrotado por Franco, había ofrendado la retirada de los brigadistas internacionales ante la Sociedad de las Naciones. El 23 de septiembre, más de seis mil brigadistas, argentinos incluidos, tomaron sus cosas (“abandonando la lucha antes de tiempo”, protestaría en su formulario Jesús Castilla) y cruzaron el Ebro en reversa, hacia la repatriación.
Desfilaron en Barcelona, en un acto histórico en el que La Pasionaria dio un discurso que no se olvida: “¡Camaradas de las Brigadas Internacionales! Razones políticas, razones de Estado, la sustentación de la misma causa por la que ofrecisteis vuestra sangre con tan incomparable solidaridad, obligan ahora a volver a algunos de vosotros a vuestra patria, y a otros a un exilio forzoso. Podéis marchar orgullosos. Vosotros sois la Historia. Vosotros sois leyenda”.
Los argentinos fueron a Cardedeu y Ripoll, en Cataluña, junto al resto de los latinoamericanos. Los españoles siguieron peleando en el Ebro hasta la derrota, en noviembre; un resultado que parecía evidente para la mayoría de los actores de la guerra, pero no para los brigadistas argentinos que, en su espera, escribían: “De nuestra victoria saldrá fortalecido el Frente Popular, no sólo el español, sino que logrará que todas las fuerzas democráticas mundiales se unifiquen y hará imposible el triunfo del fascismo” (Roberto Fierro), y también: “Los españoles pronto olvidarán estos momentos de lucha y podrán vivir felices en una República democrática, avanzada y progresista” (José María García Noya).
Mi tío abuelo mandó a quemar la edición completa del periódico de la Brigada Mixta 24 del Ejército Popular Republicano, que comandaba, cuando descubrió un artículo que lo exaltaba. Los heroísmos, creía, eran siempre colectivos. Cuando un periodista intentó entrevistarlo en plena batalla, lo despidió: “¡Hombre, váyase usted al diablo!”. El, como los otros, jamás aspiró a la gloria individual ni a dejar de sí más que la causa por la que había entregado todo. El, como los otros, fue olvidado por la Historia, es decir: por sus partidos, sus familias, por España y el mundo. Es decir: por todos nosotros. Ha llegado el momento de recordarlos.
En memoria de Fanny Edelman, de las Brigadas Internacionales, comunista y feminista.
Su antifascismo la llevó a defender en España la II República. En septiembre de 1937 llegó a Valencia junto a su compañero para participar de las Brigadas Internacionales. Entró en contacto con Miguel Hernández Antonio Machado, con quien colaboró particularmente durante una campaña de alfabetización dirigida a los soldados. Tras el avance fascista, huyó a Barcelona y regresó a Argentina en mayo de 1938. La misma rebeldía antifascista que la había traído a España la hizo también destacar en el combate a la dictadura militar argentina. Con su ayuda se presentaron doscientos testimonios de familiares y víctimas de la última dictadura militar en el año 1978 ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU en Ginebra.


Fanny Edelman, cuyo apellido de soltera era Jabcovsky, ha muerto a los 100 años. Todo un siglo de vida en rojo de esa mujer que participó en la defensa de la República durante la Guerra Civil Española, formó parte del Socorro Rojo, trabajó durante 50 años en la Unión de Mujeres de la Argentina, fue secretaria general de la Federación Democrática Internacional de Mujeres y realizó importantes trabajos con la ONU, la UNESCO, UNICEF y la OIT. Fue además secretaria general de la Federación Democrática Internacional de Mujeres e impulsora del Año Internacional de la Mujer y del Encuentro de la ONU en Nairobi en 1975.
Fanny Edelman, como dijo el poeta, es de las imprescindibles.