VIGENCIA DEL GENIO DE ENGELS
Por Sergio Daniel Aronas – 20 de mayo de 2018
Friedrich Engels (1820-1895) el gran amigo,
camarada y compañero de lucha de Karl Marx fue tan genio como él, pese a no
reconocerlo y considerar a Marx como el verdadero genio con el cual construyó
la teoría revolucionaria del socialismo desde que se conocieron en 1844 y
empezaron a trabajar y a escribir las bases de la crítica a la filosofía,
economía, la política y sociedad capitalista.
En este artículo –bastante conocido por
cierto- no deja de llamar la atención que pone Engels en el análisis y la
formulación de las consignas de la lucha del movimiento obrero, cuando éstas ya
dejan de cumplir su efecto unificador o transformador y requiere que se
replanteen sus enunciados conforme a la nueva situación política en función de
la evolución del desarrollo de la sociedad con el paso del tiempo, en el
sentido, de que aquella consigna que fue importante para una época ya no tiene
la misma validez en la actualidad de una determinada época.
El planteo o la consigna a finales del siglo
XIX sobre el salario justo para un trabajo justo, es para Engels imposible de
ser aplicada en la lucha del movimiento obrero, porque no existen igualdad de
condiciones entre el capitalista y el trabajador; solo existe la justicia para
la clase dominante porque es la que crea las leyes, las normas e impone sus
condiciones.
Engels parte de la base que en la sociedad capitalista,
es decir, en el régimen basado en la propiedad privada sobre los medios e
instrumentos de producción, no hay ninguna posibilidad de que los trabajadores
alcancen su pleno desarrollo como personas ni puede existir la justicia para la
clase trabajadora dado que no son iguales las condiciones bajo las cuales se
desempeña el capitalista y el trabajador. Este vende su fuerza de trabajo al
dueño de la fábrica quien le paga un salario y le da los medios para que pueda
producir los bienes que la empresa venderá en el mercado, Si el capitalista no
está conforme con su trabajador puede prescindir de él, dejarlo en la calle y
tomar otras personas tan necesitadas de trabajar como quien fue expulsado de su
puesto laboral. Y esta particular forma de ver la justicia está amparada por
las leyes que garantizan el ejercicio de la explotación conforme a las
modalidades del sistema capitalista.
En el “contrato” entre las partes que forman
la relación laboral, el trabajador se ve sometido a una tripe forma de
dependencia, que si bien Engels no lo dice con estas palabras, se entiende el
contenido de su análisis. En la relación laboral se entrelazan tres formas de subordinación que son
las características esenciales de la dependencia: En primer lugar, tenemos
la subordinación jurídica que se concreta en la
obligación del trabajador de acatar las órdenes del empleador en la ejecución del
trabajo. En segundo lugar, se verifica la subordinación técnica que se revela
cuando el capitalista le da las directivas, órdenes y las
maneras de realizar las tareas. En tercer lugar, tenemos
la subordinación económica, donde el trabajador para emplearse vende su fuerza
de trabajo por el salario que le paga el capitalista. Estas tres formas de subordinación
le dan el contenido a la explotación del trabajo en la que el capital siempre
lleva las de ganar.
Por palpitante actualidad presentamos este artículo de Engels sobre el salario justo por un trabajo justo donde puntualiza como se desenvuelve la relación en el trabajo que está oculta en la maleza de las costumbres y en la formas según la presenta la economía política burguesa y su sistema jurídico.
FRIEDRICH ENGELS: UN SALARIO JUSTO
POR UNA JORNADA DE TRABAJO JUSTA.
Publicado en The Labour Standard, Nº1, 7 de mayo de 1881
Este
fue el lema del movimiento obrero inglés durante los últimos cincuenta años. Y
hay que decir que prestó buenos servicios en el período de auge de las
tradeunions, después de que en 1824 fueron abolidas las odiosas leyes
anticoalicionistas; y aún rindió mejor servicio
durante los años del glorioso movimiento cartista, cuando los obreros
ingleses iban a la cabeza de la clase obrera de Europa. Pero los tiempos
cambian, y muchas cosas que pudieron ser buenas y necesarias hace cincuenta
años o hace treinta años, para no ir más lejos, resultan hoy anticuado y fuera
de sitio. ¿No ocurrirá lo mismo con aquella vieja y venerable consigna?
¿Un salario justo por una jornada
de trabajo justa? Pero ¿qué hemos de entender por un trabajo justo y por una
justa jornada de trabajo? ¿Cómo los determinan las leyes bajo las que la
sociedad moderna existe y se desarrolla? Para poder contestar a esto pregunta
no debemos atenernos a la ciencia de la moral o del derecho y la equidad, ni a los
sentimentales de humanitarismo, caridad o justicia. Lo que para la moral o
inclusive para el derecho es justo, puede hallarse muy lejos de serlo en el
aspecto social. La justicia o la injusticia social vienen determinadas
únicamente por una ciencia, por la ciencia que trata de los hechos materiales
de la producción y el cambio, la ciencia de la Economía política.
Pues bien ¿a qué llama la
Economía política salario justo y jornada de trabajo justa? Sencillamente, a la
remuneración y a la duración e intensidad del trabajo realizado durante un día,
tal como aparece determinados por la competencia entre el patrón y el obrero en
el mercado libre. Veamos, pues, en qué consisten cuando se los define de ese
modo.
Un salario justo, es en
condiciones normales, la suma necesaria para procurar al obrero los medios de existencia
que, con arreglo al nivel de vida de su clase y la de su país, mantenerse en
condiciones de poder trabajar y de perpetuar su especie. Es posible que el
salario real fluctúe por encima o por debajo de ese coeficiente, según las oscilaciones
de la coyuntura, pero en condiciones normales ese coeficiente representará, sin
duda, el promedio de las fluctuaciones del salario.
Una jornada de trabajo justa es la
duración e intensidad de la jornada de trabajo efectiva en que el obrero
emplea, invierte toda su fuerza de trabajo, de un día, sin menoscabar con ello,
su capacidad para seguir rindiendo al día siguiente y en los días sucesivos la
misma cantidad de trabajo.
La cosa podría describirse así: el
obrero entrega al capitalista toda la fuerza total de trabajo de un día, es
decir, la cantidad que puede dar sin hacer imposible la constante repetición de
la transacción. A cambio de ello recibe los objetos justamente necesarios, y no
más, para la vida, lo que se necesita para que la transacción pueda renovarse
un día tras otro. El obrero da tanto y el capitalista da tan poco como la
naturaleza de la transacción admite. Tal es esta peculiarísima justicia.
Pero examinemos el asunto algo
más a fondo. Considerando que, según los economistas, el salario y la jornada
los determina la competencia, la justicia parece exigir que ambas partes sean
puestas, desde el principio mismo, en igualdad de condiciones. Pero no sucede
así. Si el capitalista no ha podido entenderse con el obrero, se encuentra en
condiciones de esperar, viviendo de su capital. El obrero no. No tiene otros
medios de vida más que su salario, y por eso se ve obligado a aceptar el
trabajo en el tiempo, el lugar y las condiciones en que lo pueda conseguir.
Desde el principio mismo, el obrero se encuentra en condiciones desfavorables.
El hambre lo coloca en una situación terriblemente desigual. Pero, según la
Economía política de la clase capitalista, esto es el colmo de la justicia.
Pero esto no es aún sino simples
minucias. El empleo de la fuerza mecánica y de las máquinas en las nuevas
industrias, así como la extensión y el perfeccionamiento de las máquinas en las
industrias en que ya se empleaban, quitan trabajo a un número mayor y mayor de
“brazos”; y esto ocurre mucho más de prisa que los “brazos” desplazados puedan
ser absorbidos y encontrar empleo en las fábricas del país. Estos “brazos”
desplazados forman un verdadero ejército industrial de reserva, del que se
aprovecha el capital. Si los asuntos de la industria van mal, pueden morirse de
hambre, pedir limosna, robar o dirigirse a la casa de trabajo; si los asuntos
de la industria van bien, siempre están a mano para ampliar la producción; y
mientras el último hombre, mujer o niño de este ejército de reserva no
encuentre trabajo —lo que ocurre sólo en los períodos de frenética
superproducción—, su competencia hará descender el salario, y su sola
existencia vigorizará la fuerza del capital en su lucha contra el trabajo. En
la emulación con el capital, el trabajo no se encuentra únicamente en
condiciones desfavorables, sino que debe arrastrar una bala de cañón sujeta al
pie. Mas eso es lo justo según la Economía política de los capitalistas.
Examinemos, sin embargo, de qué
fondo paga el capital este salario tan justo. Del capital, se entiende. Pero el
capital no produce valor. Quitando la tierra, el trabajo es la única fuente de
riqueza; el capital no es otra cosa que producto acumulado del trabajo. Por
tanto, el trabajo se paga con trabajo, y el obrero es pagado con su propio
producto. Según lo que podemos denominar justicia común, el salario del obrero
debe corresponder al producto de su trabajo. Pero, según la Economía política,
esto no sería justo. Al contrario, el producto del trabajo del obrero se lo
queda el capitalista, y el obrero no recibe de él más de lo estrictamente
necesario para la vida. Así, como resultado de esta competición tan
desusadamente “justa”, el producto del trabajo de quienes trabajan se va
acumulando inevitablemente en las manos de quienes no trabajan, convirtiéndose
en una potentísima arma para la esclavización de los mismos que los produjeron.
¡Un salario justo por una jornada
justa! Mucho podría decirse también de la jornada justa, cuya justicia es igual
punto por punto a la justicia del salario. Pero habremos de dejarlo para otra
ocasión. De lo dicho queda completamente claro que la vieja consigna ha
cumplido su misión y que es difícil que se mantenga en nuestros días. La
justicia de la Economía política, en la medida en que esta última formula
acertadamente las leyes que dirigen la sociedad moderna, se halla toda a un
lado: al lado del capital. Así, pues, enterremos para siempre la vieja consigna
ysustituyámosla por otra:
LOS MEDIOS DE TRABAJO
—MATERIAS PRIMAS, FÁBRICAS Y MÁQUINAS— DEBEN PERTENECER A LOS OBREROS MISMOS.
Escrito el 1-2 de mayo de
1881.