ANÁLISIS DE LAS ELECCIONES PRESIDENCIALES EN LOS
ESTADOS UNIDOS 2016 – PARTE II
Continuamos con el estudio de las elecciones
presidenciales de los Estados Unidos. En esta segunda parte, los artículos
seleccionados también de la página web Rebelión, comprende a los siguientes
autores: José Antonio Gutiérrez, Noami Klein, Armando B. Ginés, Michael Moore,
Amy Goodman, Guadi Calvo, Guillermo
Oglietti y Sergio Martín-Carrillo, Rodolfo Bueno, Armando Gastón Espinosa.
Espero que sea del agrado de los lectores del
blog que así pueden tener todos los artículos reunidos en un solo espacio.
TRUMPAZO AL ESTABLISHMENT EN EEUU: LA
LUCHA
DE CLASES Y EL MAGNATE EXCÉNTRICO
José Antonio Gutiérrez D.- Rebelión
– 11/11/2016
Este es uno de esos momentos en los que dan ganas de que Marx todavía
estuviera vivo para analizar lo que se está viviendo en EEUU. Seguramente,
escribiría algo de la magnitud del “18 Brumario”, porque lo que estamos
viviendo hoy es uno de esos momentos paradójicos de la historia: la
lucha de clases ha vuelto al centro de la política norteamericana de la mano de
un multimillonario . Donald Trump, el millonario excéntrico al que se
opuso todo el establecimiento de EEUU –sus medios de comunicación de masas que
no pararon de burlarse de su pelo y sus expresiones, sus grandes capitales, los
líderes de los partidos republicano y demócrata-, el forastero en asuntos de
política, desplazó a la que era la favorita de todos los sectores del poder. Un
hijo descarriado del establecimiento, terminó canalizando en la votación el
profundo malestar que hay con el sistema en los EEUU.
Los Clinton representaban al establecimiento, por eso es que la familia Bush los apoyaba y por eso es que, veladamente, el liderazgo republicano esperaba que Clinton ganara. El triunfo de Trump, en cierta medida, es la primera gran grieta en el orden bipartidista de los EEUU y eso no es nada menor. Me alegro que Clinton haya perdido… el problema es que Trump es un representante de esa clase capitalista especuladora, un misógino y un xenófobo. Pero Clinton, aunque esos liberales de alcurnia nos quieran hace creer lo contrario, no era una beata progresista: defendió los abusos sexuales de su marido y atacó a sus víctimas, a la vez que también apoyó a su momento la construcción del muro con México. Aparte del hecho que era mujer, no tenía mucho más de “progre” que ofrecer, y como lo demuestra Margaret Thatcher, eso no garantizaba nada. Como tampoco el hecho de que Obama fuera negro impidió que los afroamericanos hoy estén pasando uno de los períodos de mayor represión y violencia en la historia reciente de los EEUU. Acá no había ningún santo y sí dos pecadores.
Enorme bofetada recibieron estos liberales de alcurnia y progres del jet-set, que con su típico esnobismo despreciaban a esa “basura blanca” ( White trash ), a ese populacho ( rednecks ), que creían inferior, carente de su sofisticación y de su progresismo de fachada. Su arrogancia al referirse a sus adversarios políticos y su clasismo elitista eran francamente insultantes. A ver cuántos de esos insoportables cumplen sus amenazas de irse a vivir a otro país. Ese desprecio es global, como lo refleja con aire señorial una columna del colombiano Antonio Caballero, que acusa la soberbia del aristócrata cachaco con varios presidentes en su linaje familiar: “ Trump les gusta a millones de personas, mujeres y hombres: los que lo han llevado a ganar la candidatura republicana. Les gusta porque es como todos ellos. Piensa como ellos, actúa como ellos, habla el mismo lenguaje que hablan ellos. ”[1]
Paradójicamente Trump, el millonario que viene de las mismas entrañas del establecimiento, terminó hablando y representando a ese populacho despreciado por las elites. Hillary Clinton los trató de “deplorables” y con ello logró darles inmediatamente un sentido de identidad, por oposición : “ellos”, los profesionales cosmopolitas, y “nosotros”, los jodidos que nos hemos quedado sin trabajo y que hemos visto al “sueño americano” convertirse en una pesadilla. Incluso, el eco que tuvo entre los seguidores de Trump sus palabras advirtiendo que las elecciones podrían estar manchadas por el fraude, demuestran que la fe de estos “deplorables” en las sacrosantas instituciones de la democracia (supuestamente) “más avanzada del mundo”, está por el suelo. Donald Trump supo canalizar este descontento, tarea que tuvo fácil por la debilidad de las alternativas de izquierda en EEUU y emergió como una sombra distorsionada y deforme de la lucha de clases que los intelectuales a sueldo han querido sepultar, pero que carcome las entrañas de ese país.
El triunfo de Trump refleja no solamente el malestar que recorre a la sociedad norteamericana, sino que también la internalización de los valores neoliberales en una población que no tiene alternativas de izquierda a la mano . En todo el mundo vemos empresarios saltar a la política, con el discurso de que se necesita un manager en el Estado, alguien que, si se hizo rico, podrá hacer rico a nuestro país, o como decía la campaña de Trump, que volverá a hacer a EEUU grande de nuevo. El problema es que no entienden que la lógica del enriquecimiento privado es inversamente proporcional a la lógica de la cosa pública.
Lo impagable de todo esto es que por fin los Clinton han terminado de convertirse en cadáveres políticos . Una pareja que han sido de los más destructivos en la historia del imperialismo de EEUU –sino, que le pregunten a Haití, Siria, Libia e Irak (que Clinton destruyó con sanciones económicas mucho antes de la invasión de Bush), todos países los cuales los Clinton fueron directamente responsables de sumir en el caos y la destrucción más absoluta. Clinton, desde el punto de vista de su política internacional, es una halcón que ha activamente promovido el intervencionismo militar en todo el mundo: ni había ganado las elecciones y su lenguaje beligerante indicaba que una política clave de su gobierno sería escalar la confrontación con Rusia.
Desde luego que Trump no hará nada radicalmente diferente a lo que Clinton podría haber hecho, aunque probablemente no tendrá su mismo celo y fanatismo de halcón. La política norteamericana no la define un presidente, sino los intereses corporativos del bloque dominante, el cual pese al remezón, siguen intactos. Eso ya lo demostró Obama con el escalamiento de una agresiva política militar internacional, aun después de sus promesas electorales de desescalar las aventuras militares de Bush. Se ganó el premio Nobel de la paz y hoy son de los mejores amigos con Bush, el carnicero del Medio Oriente.
Trump es el síntoma, pero claramente no es la cura para esa profunda crisis que atraviesa a la sociedad norteamericana. Esos “deplorables” que pusieron su fe en Trump se verán pronto desilusionados y enfrentados a la triste realidad. Tendrán por delante dos opciones: volver a participar ritualmente en la fábrica de las ilusiones político-electorales en el 2020, o bien organizarse y comenzar a defender activa y colectivamente sus derechos. Porque si no lo hacen ellos, no lo hará nadie.
LA MAYORÍA SILENCIOSA Y EL FASCISMO NEOLIBERAL DE
TRUMP
Armando B. Ginés - Rebelión – 11/11/2016
Tenía que ser alguien procedente de la antipolítica el 45º presidente de
EE.UU. Trump, por mucho que se teorice sobre sus maneras fascistas, era y es el
candidato ideal del neoliberalismo imperante en el mundo desde hace décadas.
Las elites estadounidenses y globales saben de lo
impopular de las tesis neoliberales y del daño que están causando en las
inmensas mayorías de la clase trabajadora y de las denominadas capas medias de
las sociedades occidentales.
Un candidato a la vieja usanza tipo Bush hijo, con un
discurso moderado en la forma de medias verdades y medias mentiras, no iba a
calar en un electorado depauperado y vapuleado como nunca en su nivel de vida.
Esos próceres clásicos no sirven en momentos de crisis aguda. Hacen falta
discursos levantiscos y demagógicos de retórica fácil para engatusar a las
masas más desfavorecidas e ignorantes, políticamente hablando.
Había que conectar con urgencia y en vivo con la
América profunda expresando en voz alta sus prejuicios contra los ricos, los
intelectuales y el sector de la cultura sabia o académica, sus miedos
personales al desempleo, al terrorismo y al otro inmigrante que compite con las
clases populares por magros subsidios y empleos de mala calidad. Mucho
patriotismo, mucha xenofobia y mucha misoginia de barra de bar conforman un
cóctel diabólico de éxito casi asegurado en ciclos de profundo desencanto
social y de valores democráticos y participativos con tendencia a la baja.
Detrás de la mayoría silenciosa, rascando un poco,
siempre es factible encontrar su particular y genuino pánico escénico al
futuro, además de factores compulsivos y complejos de inferioridad que bien
activados salen a flote a favor de un líder fuerte, sin complejos y sin pelos
en la lengua, alejado de los artificios de laboratorio de las palabras técnicas
de los profesionales del estamento político copado por las derechas
tradicionales y las socialdemocracias descafeinadas.
Trump ha explotado al máximo los prejuicios atávicos y
freudianos de la gente del común, aprovechándose de la publicidad negativa de
los medios de comunicación más influyentes. Las elites corporativas que se
hallan a la sombra de la figura del que será el nuevo máximo mandatario de la
Casa Blanca han jugado sus aviesas bazas a la perfección: el electorado menos ilustrado
veía cada crítica de los de arriba como un motivo más para adorar y votar a
Trump.
Si los ricos, los listos urbanitas y los exquisitos
sofisticados de la globalización capitalista no le quieren, ese es nuestro
mejor candidato: su discurso es claro y sin subterfugios edulcorados, va al
grano y no se pierde en elaboraciones complejas e incomprensibles de la
realidad. Así también ganó Hitler en Alemania, ya lo hizo Berlusconi en Italia
y ya veremos si Le Pen no se encarama al Elíseo en breve. La misma corriente
populista de gente maltratada por las recetas neoliberales y las arengas
convencionales (el Brexit como ejemplo más próximo) amenaza también a Europa
desde años atrás.
El fascismo es muy posible y las soluciones finales a
lo nazi no son descartables en el mundo actual. La marea de insatisfacción es
muy honda y las alternativas de rompe y rasga que hablan de tú a tú a las
emociones más básicas son compradas por el abajo social de modo casi
instantáneo. Trump ha sido ese mesías salvador que la gente menos politizada y
más sensible a los sentimentalismos de serie televisiva estaba esperando desde
hace tiempo para dar una patada en el culo a los expertos en demoscopia y a los
voceros oficiales de la política del establishment.
Hay demasiado odio acumulado en las clases medias y la
gente corriente contra los vetustos líderes de los partidos de toda la vida:
hablan demasiado para no hacer jamás nada por los más pobres o en peores
condiciones socioeconómicas.
Quienes catalicen ese odio hacia sus intereses propios
decantará el el envite a su favor. De ahí el riesgo de que la configuración
teórica de arriba-abajo sea utilizada por igual por espectros e ideas políticas
contrarias, tanto a la izquierda como a la derecha del panorama internacional.
Ese esquema maniqueo de escasa elaboración intelectual entra por los ojos pero
elude las confrontaciones políticas de fondo (creciente explotación y
precariedad laboral, estructura capitalista a la ofensiva y sociedad patriarcal
fundamentalmente), dejando un vasto campo en barbecho que puede sembrarse con
soluciones rápidas de diferente signo o naturaleza.
Ha ganado Donald Trump porque era la apuesta de verdad
del neoliberalismo salvaje. Y no es que Hillary Clinton representara una
auténtica oposición de izquierdas: simplemente era la opción menos mala, a la
vez que la más contaminada y desgastada por la verborrea tradicional de los
políticos profesionales, aquella que ha concitado las iras furibundas de las
mayorías silenciosas que suelen callar y otorgar al ordeno y mando
institucional por sistema o como norma de vida habitual.
Esa mayoría instalada en el silencio perpetuo,
antipolítico, hoy se ha tomado una venganza pírrica y simbólica contra los de
arriba. Al menos, esa es su creencia ahora mismo mientras las elites estarán
brindando a lo grande en sus cenáculos privados.
Los vacíos progresistas de izquierda siempre se llenan
con padres severos, líderes osados y fuertes o demagogos desenfrenados. Eso es
precisamente Trump, un pater familias, un cow boy muy macho y un bocazas de pub
que va sin atajos al corazón de los prejuicios de la América profunda. Por eso
su triunfo estruendoso e inapelable.
En suma, el gesto histriónico de Trump ha servido de
pantalla al neoliberalismo corporativo, que ha tapado con una estrategia muy
inteligente sus vergüenzas a través de un falso discurso antisistema, arañando
y hurgando a la vez dentro de las heridas abiertas y en los prejuicios de la
mayoría silenciosa de EE.UU., la cual ha recibido un subidón de autoestima como
recompensa a sus votos emocionales y, paradójicamente, a su nula actitud
crítica y reflexiva. Este instante de gloria no se lo quita ya nadie. Con el
tiempo se darán cuenta de su error al ofrecer apoyo incondicional a su enemigo
acérrimo de clase, el emporio militar y corporativo con sede política en
Washington.
UN MUNDO PARA DONALD TRUMP
Guadi Calvo - Rebelión – 12/11/2016
El mundo mira con profunda desconfianza al nuevo presidente de los Estados
Unidos, como nunca antes miró a otro, y sobran razones para eso. Donald Trump
podría ser considerado una especie de ovni, que está a menos de dos meses de
aterrizar en el corazón del mundo, y nadie tiene la menor idea sobre que va a
salir de esa nave.
Sin duda su victoria sobre Hillary Clinton, ha asombrado a las enormes mayorías que siguieron el proceso electoral de los Estados Unidos, que en muchos tramos tuvo entidad de culebrón mexicano, y que anoche terminó convirtiéndose en un verdadero “cisne negro” que acaba de desplegar sus alas con todo esplendor.
Sin duda su victoria sobre Hillary Clinton, ha asombrado a las enormes mayorías que siguieron el proceso electoral de los Estados Unidos, que en muchos tramos tuvo entidad de culebrón mexicano, y que anoche terminó convirtiéndose en un verdadero “cisne negro” que acaba de desplegar sus alas con todo esplendor.
Las razones de porque ganó Trump, más allá de que supo llevar al barro a Clinton y sabemos cómo de manejan los empresarios en la mugre, se engloban en una sola respuesta, los trágicos ocho años de gobierno del Barack Obama, que más allá de crisis económicas y cualquier tipo de objeciones, termina su mandato dejando al mundo al borde de la tercer guerra mundial, aunque para muchos, incluyendo al Papa Francisco, esa guerra ya ha empezado hace más de un año.
No conforme con esto Obama, alentó como sucesor, a quien ha hecho lo indecible por generar este estado de cosas. Los cinco años de Hilary Clinton, al mando del Departamento de Estado, son la razón fundamental de que hoy ya nadie se sienta seguro en ningún lugar del mundo, sino que lo digan los cuatro parroquianos muertos en el bistró Le Petit Cambodge durante la trágica jornada del 14 de noviembre del año pasado en Paris, donde un raid terrorista terminó con la vida de 140 personas y por mucho tiempo más, con aquello de que Paris era una fiesta.
Las aberrantes políticas del tándem Obama-Clinton, son la causa fundamental del resurgimiento de la ultra derecha en toda Europa, como única respuesta a los millones de refugiados que con los bombardeos “quirúrgicos” del Pentágono lanzaron a las playas, y caminos europeos, sin contar los miles que quedaron en el fondo del Mediterráneo. Esta “invasión” de víctimas de las políticas guerreristas de Obama, y llevadas a cabo por Clinton, como un efecto dominó, no solo provocó el Brexit, sino el de poner a la Unión Europea, al borde de la disolución.
Las políticas que también la Unión Europea, fomentó con el apoyo de
Washington, son la razón de la guerra en Ucrania, lo que obligó a Moscú a
intervenir, en defensa propia. En Ucrania la OTAN, pretendía terminar de
enhebrar en toda la frontera occidental rusa, un peligroso cerco, que desde ya
el presidente ruso Vladimir Putin no iba a tolerar. La torpeza del Departamento
de Estado, ya en manos de John Kerry, que poco y nada pudo hacer para enderezar
la nave definitivamente escorada por Clinton terminaron por darle visibilidad
mundial al presidente Putin, quien se ha convertido en un líder global que Rusia
no tenía desde los tiempos de Stalin, y a una China, a quien prácticamente
obligaron a salir de su milenario mutismo.
Donald Trump, el 45 presidente de los Estados Unidos, tiene todo un mundo por resolver si pretende que lo sentenciado por Francisco no se convierta en una aseveración absoluta.
La bronca blanca
Nunca antes en la historia moderna, nadie tuvo tanto poder político sin una carrera que lo respaldara. Trump, es un perfecto arribista que solo pudo acceder a su postulación como el candidato del partido Republicano, porque supo, y muy bien, transitar por las vísceras carcomidas de un sistema tomado por la corrupción, tal cual sucede con el partido Demócrata, que solo se animó a jugar con una candidata del establishment desgastada, ya no solo por su actuación en el Departamento de Estado, sino también por ser parte de esa “clase” política que los blue collar, es decir los obreros, particularmente blancos, que se han cansado de sostener el sistema que los llevó a la desocupación, a los bajos sueldos y por lo que en esos sectores se dispararon las tasas de alcoholismo, drogadicción y suicidio, como nunca antes.
Trump, les habló a las clases bajas blancas que se han sentido traicionadas por el sistema, y supo direccionar su bronca, su bronca blanca, como los líderes europeos, nada han podido hacer para que esos mismos sectores no deriven en una bronca parda y eso ha sido también un elemento clave de su triunfo.
Es paradójico que muchos sectores progresistas, siempre en busca de un padre, esta misma mañana hayan librado un cheque en blanco a quien hasta hace pocas semanas catalogan de nazi y hoy prácticamente lo ven como a un Fidel Castro bajando de Sierra Maestra.
Develaremos quien es el verdadero Trump, inmediatamente llegue a la Casa Blanca, ya que en Irak y Siria se están librando dos batallas claves contra el Estado Islámico, que no le dará tiempo para ninguna luna de miel. Turquía, aliado fundamental en la región de Washington desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, se ha desbocado, en estos últimos meses y las andadas de su presidente, Recep Erdogan, tampoco permite dilaciones al momento de ponerlo en caja. La cuestión en el desorden generalizado de Libia y la crisis en Afganistán, donde el talibán, ya casi desbordando al gobierno títere de Kabul, están a punto de volver a incendiar Asia Central.
Será clave la política exterior que lleve Trump, para entender si en Estados Unidos hubo un cambio real u otra vez el establishment hizo una de las suyas, si bien su grandes propuestas fueron hacia el interior de los Estados Unidos, antes de encerarse tras su fronteras, levantar muros y demás tendrá que ordenar por lo menos en parte lo que tu antecesor le ha dejado.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
LISTA DE TAREAS PARA EL DÍA SIGUIENTE
1. Ocupar el Partido Demócrata y devolverlo al pueblo. Nos han fallado
miserablemente.
2. Despedir a todos los expertos, pronosticadores,
encuestadores y a cualquier otro empleado de los medios que haya tenido una
narrativa de la que no pueda desprenderse y se haya negado a escuchar o
reconocer lo que en realidad ocurría. Eso mismos pomposos analistas nos dirán
ahora que debemos sanar la división y unirnos. Seguirán
proclamando esas burradas en los días por venir. Hay que apagarlos.
3. Cualquier miembro del Partido Demócrata o del
Congreso que no se despertó la mañana siguiente dispuesto a luchar, resistir y
obstruir de la misma forma en que los republicanos lo hicieron con el
presidente Obama cada día durante ocho años debe hacerse a un lado, y dejar que
quienes sabemos lo que pasa encabecemos la marcha para detener la malignidad y
la locura que están por comenzar.
4. Todos deben dejar de decir que están pasmados y conmocionados.
Lo que dan a entender es que estaban en una burbuja y que no prestaban atención
a sus compatriotas estadunidenses y a su desesperación. En AÑOS de ser
despreciados por ambos partidos, la rabia y la necesidad de venganza contra el
sistema sólo crecieron. Llegó una estrella de la televisión que les caía bien,
cuyo plan era destruir ambos partidos y decir a todo el mundo: ¡Estás
despedido! La victoria de Trump no es una sorpresa. Nunca fue una broma.
Tratarlo como si lo fuera sólo lo fortaleció. Es tanto una criatura como una
creación de los medios, y los medios nunca lo reconocerán.
5. Deben decir esta frase a todos los que encuentren: ¡HILLARY
CLIN-TON GANÓ EL VOTO POPULAR! La MAYORÍA de los estadunidenses
prefirieron a Hillary Clinton sobre Donald Trump. Punto. Es un hecho. Si esta
mañana despertaron con la idea de que viven en un país que se fue al caño,
deséchenla. La mayoría de nuestros compatriotas querían a Hillary, no a Trump.
La única razón por la que es presidente es por una idea arcaica y demente, del
siglo XVIII, que se llama Colegio Electoral. En tanto no la cambiemos,
continuaremos teniendo presidentes que no elegimos y no queremos. Vivimos en un
país donde la mayoría de los ciudadanos han dicho que creen en el cambio
climático, creen que las mujeres deben recibir el mismo salario que los
hombres, quieren una educación superior libre de deudas, no quieren que
invadamos países, quieren un aumento del salario mínimo y un sistema universal
de salud pagado por el Estado. Nada de eso ha cambiado. Sólo nos falta el
liderazgo liberal necesario para que eso ocurra.
Tratemos de tener todas estas tareas hechas al
mediodía de hoy.
* Mensaje publicado originalmente al día siguiente de
la elección en Estados Unidos.
POR
QUÉ GANÓ TRUMP Y LA CRISIS DEL MODELO DE GLOBALIZACIÓN ACTUAL
Guillermo
Oglietti y Sergio Martín-Carrillo- CELAG
Los medios, la
política tradicional, todos, están asombrados con los resultados electorales en
EEUU. Las encuestas fallaron sobre la intención de la ciudadanía, tanto como la
ciudadanía acertó en desafiar la voluntad del estatus quo. A la luz
de las encuestas, el resultado de la elección estadounidense es sorprendente,
pero nada es más comprensible que el resultado desde el punto de vista de los
ciudadanos.
Muchas
explicaciones compiten por analizar los resultados que muchos han calificado
como decepcionantes para el establishment global. Así parecía
reflejarlo durante las primeras horas en las que comenzaba a vislumbrarse el
triunfo de Trump. Caía el precio del petróleo, el dólar se devaluaba, las
bolsas asiáticas y europeas se desplomaban… parecía que Wall Street seguiría
ese curso tras abrir sus puertas, sin embargo, Wall Street se mostró confiado
con el nuevo Presidente. La Bolsa estadounidense subió, y a ésta la siguieron
con confianza las europeas. El precio del petróleo recuperó sus valores y el
dólar se fortalecía de manera notable. El candidato que no era del establishment,
contentaba a los aparatos del establishment. ¿Hasta qué punto
Donald Trump es por tanto un verdadero outsiders? En el discurso
mantenido para ganar las elecciones lo era, sin duda. Pero tenemos nuestras
dudas ahora que ya se ha convertido en Presidente electo de los Estados Unidos.
Volviendo a las
causas de la victoria de Trump, una explicación predomina si observamos las
elecciones estadounidenses bajo una óptica global: los resultados electorales
en EEUU y los de otras geografías muestran un voto bien definido contra la
actual globalización.
En España el
descontento con la globalización se plasmó en el discurso en defensa del Estado
de Bienestar amenazado por la globalización y la integración neoliberal
europea, esto propició el nacimiento y el auge de Podemos, así como la fractura
del PSOE, uno de los dos representantes del establishment en
España (junto al PP). En el Reino Unido, esto se plasmó con el Brexit y el
ascenso discurso antieuropeo. En Grecia fue con el ascenso de Tsipras, que
logró gracias a un discurso soberanista, es decir, antiglobalización (que al
final no cumplió) ganar dos elecciones consecutivas. El apoyo popular que
recibió Sanders en las primarias de EEUU, si bien no alcanzó a triunfar sobre
el aparato partidario manejado por Clinton, fue el primer reflejo del voto anti
globalización que sobrevendría. El triunfo de Trump es otro hito en esta
sucesión de eventos. Todos estos resultados tienen un factor común: el
descontento con la globalización.
Trump ganó aun a
pesar de lo que dice y hace.
Los votantes
aumentan su preferencia por las ofertas electorales que muestran un discurso
más desafiante con la globalización en cualquiera de sus manifestaciones. El
avance en el este y centro de Europa y en Francia de partidos xenófobos, como
el Frente Nacional, también ponen de manifiesto el actual descontento con la
globalización neoliberal. Sin embargo, y muy en contra del discurso que quieren
imponer los medios hegemónicos, las causas del auge de partidos como Syriza en
Grecia o Podemos en España pueden ser las mismas que las del auge de partidos
como el Frente Nacional francés, el UKIP en Gran Bretaña o figuras como la de
Trump, sin embargo, las soluciones frente a la actual crisis de modelo son
radicalmente diferentes. No es momento de hacer demagogia y poner en el mismo
saco a unos y otros con la única finalidad de salvar el modelo en crisis. Esto
puede tener terribles consecuencias que ya padeció Europa en particular y todo
el mundo en general en la década de los ´30.
En Trump
encontramos simultáneamente el discurso xenófobo junto al discurso soberanista,
el muro con México y el lema de campaña “Make America Great Again” que en
campaña Trump vinculó a la falta de proteccionismo, la destrucción de 60.000
empresas industriales que cerraron y millones de empleos industriales perdidos.
Trump ha ganado esta elección con un discurso antiglobalización, eligiendo
quirúrgicamente a sus enemigos, los inmigrantes que le quitan puestos de
trabajo a los norteamericanos, el liberalismo comercial que desplaza puestos de
trabajo al resto del mundo y al gran ganador de la globalización, Wall Street y
los medios de comunicación que lo acompañan.
No es el triunfo
de la antipolitica. Por el contrario, lo que llevó a un magnate de derecha al
poder fue precisamente la incapacidad del sistema político norteamericano para
presentar las alternativas correctas. Fue la falta de política de los partidos
que proscribieron la mejor opción, junto al interés político de los ciudadanos
los que encumbraron a Trump. Sobre esto, hay que entender que la disputa
electoral en los EEUU no se fraguó en el turnismo entre Demócratas y
Republicanos, sino que se desarrolló en el enfrentamiento entre el
mantenimiento del status quo del sistema, y la ruptura del
mismo mediante un discurso que si era abiertamente contrario al sistema
político estadounidense. En este sentido, queda de manifiesto que el mejor
candidato para disputar la presidencia a Trump no era Hillary Clinton, sino que
era Bernie Sanders. Pero éste, evidentemente, si que no contaba con la
bendición de los grupos de poder estadounidenses.
Trump le ganó
al establishment político, al Partido Demócrata, le ganó al
propio Partido Republicano (recordemos que muchos líderes del partido, como los
Bush, afirmaron que iban a votar a Clinton), al partido mediático, ganó contra
la voluntad de las cancillerías extranjeras (la canciller argentina, Susana
Malcorra haciendo gala de un timing político sin parangón,
manifestó el mismo día de la elección su preferencia por el triunfo de Clinton)
y aparentemente también había ganado a Wall Street. El triunfo de Trump es
impresionante y muestra una rebelión contra el estatus quo que
sostiene este sistema de globalización que contribuye a la incertidumbre y la
infelicidad mundial.
La globalización
neoliberal está enferma. No sirve a los intereses de la humanidad. Los
ciudadanos del mundo la perciben ampliamente como un problema. Los acuerdos
internacionales son negociados en secreto, a espaldas de los ciudadanos para que
los trabajadores no sepan de qué se trata. En ningún acuerdo comercial
internacional los trabajadores de los países involucrados han estado
involucrados en las negociaciones. Ninguno de los acuerdos comerciales logrados
en el planeta involucra cláusulas serias vinculadas a la defensa del trabajo,
de los trabajadores y su nivel de vida. Solo se incorporan unas cuantas
cláusulas que remiten a las modestas directrices de la Organización
Internacional del Trabajo que solo sirven para darle legitimidad a estos
tratados que empeoran la vida de todos los ciudadanos del globo[1].
Las negociaciones de tratados comerciales internacionales han reservado un solo
lugar a la participación de los trabajadores, la calle, y a veces ni tan
siquiera eso. Pero el descontento está montándose en las urnas. Parece ser que
a pesar de lo débiles que son nuestras democracias para representar los
intereses de las mayorías, la rebelión popular contra la globalización está
materializándose en votos. Una de las principales víctimas que esta rebelión de
votantes está mostrando son los grandes medios de comunicación. Sin dudarlo,
los medios están permeados por los intereses de las grandes finanzas y las
transnacionales que contribuyen a financiarlos, por lo que “todos” son
extremadamente conservadores en lo económico. Los medios son el principal pilar
que sostiene el modelo actual de globalización. Permeados por los intereses de
las grandes corporaciones y las finanzas, han logrado con mucho éxito, anular
la democracia como instrumento de representación de las mayorías. El modelo
actual de globalización agoniza, pero no está enterrado aún gracias a la
capacidad de los medios de comunicación para cumplir este papel nefasto.
Latinoamérica
debe evaluar los riesgos y aprovechar las oportunidades. Si Trump procura un
cambio de estilo en la política exterior estadounidense, los resultados para
Latinoamérica en términos geopolíticos podrían ser positivos. La competencia
global dejaría de ser la excusa favorita para aplicar paquetazos, ajustes,
privatizaciones etc. que tanto afectan al desarrollo de nuestros países. La
xenofobia de Trump también servirá para desacreditar a nuestras élites más
americanófilas y posiblemente brinde una ventana de oportunidad para poner en
valor propuestas más soberanistas y emancipadoras tan relegadas en algunos
países de la región. Lamentablemente, y a pesar del discurso pre-electoral de
Trump, es difícil que la política exterior de EEUU hacia la América Latina
cambie significativamente, ya que es, y seguirá siendo, conducida por los
intereses de sus corporaciones.
Tenemos algunas
pocas certidumbres tras estas elecciones. Una es que estamos en presencia de
una profunda crisis del modelo de globalización impulsado por el
neoliberalismo, que no cuenta para nada con el beneplácito de las grandes
mayorías. Una segunda certidumbre es que frente al desencanto que genera esta
globalización, la salida puede asumir cualquier color, el rojo de Sanders,
Podemos y Syriza, o el color de la extrema-derecha de Trump, May o Le Pen. La
tercera es que, con Trump en la presidencia de EEUU, quien realmente domina el
mundo en estos días es la incertidumbre.
[1] Véase
el siguiente enlace: http://www.celag.org/competencia-salarial-desleal-del-modelo-de-globalizacion-neoliberal-por-que-la-oit-no-puede-evitarla-y-por-que-es-imperiosa-una-salida-regional-por-guillermo-oglietti/
LA CLASE DE DAVOS SELLÓ EL DESTINO DE ESTADOS UNIDOS
Naomi Klein - La Jornada/Rebelión – 12/11/2016
Le echarán la culpa a James Comey y la Oficina Federal
de Investigaciones (FBI). Le echarán la culpa a la supresión del voto y al
racismo. Le echarán la culpa a Bernie y a la misoginia. Le echarán la culpa a
los otros partidos y a los candidatos independientes. Le echarán la culpa a los
grandes medios por darle una plataforma, a las redes sociales por ser un
altavoz y a Wikileaks por sacar los trapitos al sol.
Pero todo esto no toma en cuenta la fuerza más
responsable de crear la pesadilla en la cual estamos bien despiertos: el
neoliberalismo. Esa visión del mundo –encarnada por Hillary Clinton y su
maquinaria– no le hace competencia al extremismo estilo Donald Trump. La
decisión de poner a competir a uno contra el otro es lo que selló nuestro
destino. Si no aprendemos nada más, ¿podemos por favor aprender de este error?
Esto es lo que necesitamos entender: mucha gente está
adolorida. Bajo las políticas neoliberales de desregulación, privatización,
austeridad y comercio empresarial, sus estándares de vida han caído
drásticamente. Han perdido sus empleos. Han perdido sus pensiones. Han perdido
buena parte de la seguridad social que permitía que estas pérdidas fueran menos
aterradoras. Ven un futuro aún peor que su precario presente.
Al mismo tiempo, son testigos del ascenso de la clase
de Davos, una ultraconectada red de multimillonarios de los sectores banquero y
tecnológico, líderes electos por el voto popular que están terriblemente
cómodos con esos intereses, y celebridades de Hollywood que hacen que todo se
vea insoportablemente glamoroso. El éxito es una fiesta a la cual no fueron
invitados, y muy dentro de sí mismos saben que esta creciente riqueza y poder
de alguna manera está conectada con sus crecientes deudas e impotencia.
Para la gente que asumía la seguridad y el estatus
como un derecho de nacimiento –sobre todo los hombres blancos–, estas pérdidas
son insoportables.
Trump le habla directamente a ese dolor. La campaña
del Brexit le habló a ese dolor. También lo hacen todos los
partidos de extrema derecha en ascenso en Europa. Responden a ese dolor con un
nacionalismo nostálgico y un enojo contra las lejanas burocracias económicas,
ya sea Washington, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, la
Organización Mundial del Comercio o la Unión Europea. Y, claro, responden a él
atacando a los inmigrantes y las personas de color, vilipendiando a los
musulmanes y degradando a las mujeres. El neoliberalismo de élite no puede
ofrecer algo contra ese dolor, porque el neoliberalismo dio rienda suelta a la
clase de Davos. Gente como Hillary y Bill Clinton son el brindis de la fiesta
de Davos. De hecho, ellos la organizaron.
El mensaje de Trump fue: Todo está del demonio.
Clinton contestó: Todo está bien. Pero no está bien: está lejos de
estarlo.
Las respuestas neofascistas a la desenfrenada inseguridad
y desigualdad no se van a ir. Pero lo que sabemos de los años 30 del siglo
pasado es que lo que hace falta para enfrentar al fascismo es una izquierda
verdadera. Se le podría quitar buena parte del apoyo a Trump si hubiera una
auténtica agenda de redistribución sobre la mesa, que enfrente a la clase
multimillonaria con algo más que retórica y que use el dinero para un nuevo
pacto verde. Un plan de este tipo podría crear una oleada de empleos
sindicalizados bien pagados; llevar recursos y oportunidades, tan necesarios, a
las comunidades afroestadunidenses e insistir en que quienes contaminan paguen
para que los trabajadores vuelvan a ser capacitados y sean incluidos en este
futuro.
Podría crear políticas que luchen, a la vez, contra el
racismo institucional, la desigualdad económica y el cambio climático. Podría
enfrentar los malos acuerdos comerciales y la violencia policiaca, y respetar a
los pueblos indígenas como los protectores originales del territorio, el agua y
el aire.
La gente tiene derecho a estar enojada, y una poderosa
agenda de izquierda, intersectorial, puede canalizar ese enojo adonde debe
estar, mientras lucha por soluciones holísticas que unifiquen a una crispada
sociedad.
Una coalición así es posible. En Canadá comenzamos a
construirla bajo la bandera de una agenda popular llamada El Manifiesto Dar
el Salto, suscrito por más de 220 organizaciones, desde Greenpeace Canadá a
Las Vidas Negras Importan-Toronto y algunos de nuestros mayores sindicatos.
La impresionante campaña de Bernie Sanders avanzó en
la construcción de una coalición de este tipo, y demostró que hay hambre de un
socialismo democrático. Pero al inicio la campaña falló en conectar con
votantes latinos y negros de mayor edad, quienes son el sector demográfico que
más sufre con nuestro actual modelo económico. Esa falla no dejó que la campaña
alcanzara su máximo potencial. Esos errores pueden ser corregidos, y una audaz
y transformadora coalición ya está ahí para construir sobre ella.
Esa es la principal tarea por delante. El Partido
Demócrata necesita ser arrebatado de manos de los neoliberales pro
empresariales o ser abandonado. Desde Elizabeth Warren a Nina Turner, a los
egresados de Ocupa que llevaron la campaña de Bernie a escala supernova, este
el más fuerte conjunto de líderes progresistas, promotores de una coalición,
que haya habido en mi vida. Estamos llenos de líderes, como dicen muchos
en el Movimiento por las Vidas Negras.
Así que salgamos del shock lo más rápido posible y
construyamos un movimiento radical que tenga una auténtica respuesta al odio y
al miedo que representan los Trumps de este mundo. Hagamos a un lado lo que sea
que nos separa y comencemos ahora mismo.
Naomi Klein es autora de This
Changes Everything
Este artículo se publicó en The Guardian
TRIUMPHAR: CUANDO EL QUE PIERDE LAS ELECCIONES GANA
De Barack Obama, el primer presidente afroestadounidense, la balanza se ha
inclinado paradójicamente hacia el elegido del Ku Klux Klan, Donald Trump. En
el lanzamiento de su campaña, el recientemente electo 45º presidente de Estados
Unidos se refirió a los mexicanos como "violadores" y prometió
construir un muro a lo largo de la frontera con México (y hacer que México
pague por él). Además, propuso prohibir el ingreso a Estados Unidos a todos los
musulmanes, insultó a personas discapacitadas, se jactó de haber cometido
agresiones sexuales, negó el cambio climático y dijo que enviaría a la cárcel a
su candidata rival, Hillary Clinton. Dada la actual composición del Congreso,
donde el Partido Republicano cuenta con la mayoría tanto en la Cámara de
Representantes como en el Senado, el poder de Trump podría quedar prácticamente
fuera de control.
Mientras en el resto del mundo el resultado de las elecciones ha causado estupor y el derrumbe de los mercados financieros, aquí en Estados Unidos, los analistas políticos de Washington se apresuran a hacer su “mea culpa” y las encuestadoras intentan explicar el fracaso de sus métodos científicos. Este malestar político realmente no tiene precedentes en la historia de Estados Unidos. Tras la conclusión de este proceso electoral, que fue extremadamente agresivo, a menudo grosero, extremadamente costoso y agotadoramente largo, predominan dos interrogantes: ¿Cómo llegamos a este resultado? y ¿Hacia dónde vamos desde aquí?
En primer lugar, la campaña de Trump fue abiertamente racista, y eso parece haber motivado a una aterradora cantidad de votantes. Al incremento de votantes blancos, se sumaron agresivas iniciativas tendientes a reducir la cantidad de votantes de color. Se trata de las primeras elecciones nacionales en más de 50 años que se llevaron a cabo sin la totalidad de los amparos dispuestos por la Ley de Derecho al Voto de 1965. En el sur, inclusive en dos estados decisivos como Florida y Carolina del Norte, florecieron esfuerzos sistemáticos para restringir el voto en el seno de las comunidades de color.
Los medios de comunicación tuvieron un papel fundamental a la hora de crear al presidente electo Donald Trump. El Informe Tyndall, que contabiliza la cantidad de tiempo al aire destinado a distintos temas y candidatos en las principales cadenas de noticias, realizó un compendio de la cobertura realizada por los medios en 2015 de los diferentes candidatos. Donald Trump ocupó 327 minutos de aire, o casi una tercera parte de todo el tiempo dedicado a la cobertura de campaña, en un momento en que aún contaba con dieciséis rivales dentro de la contienda del Partido Republicano. Según Tyndall, “ABC World News Tonight” dedicó 81 minutos de aire a informes sobre Donald Trump, en comparación con solo 20 segundos dedicados a información sobre el precandidato presidencial demócrata Bernie Sanders. El 15 de marzo de 2016, después del día de elecciones primarias que recibió el nombre de “Súper Martes 3”, las cadenas emitieron los discursos de todos los candidatos, salvo el discurso de Sanders. En realidad, las cadenas destinaron más tiempo a mostrar el podio vacío de Trump, dejando pasar el tiempo con comentarios de relleno hasta que empezó a hablar, que a transmitir alguna de las palabras pronunciadas por Sanders, que se dirigió a la mayor de las multitudes congregadas esa noche.
Este año, durante una conferencia sobre la industria de los medios de comunicación organizada por Morgan Stanley, el director ejecutivo de CBS, Les Moonves, dijo con relación al volumen de los avisos publicitarios políticos que el “circo” de la campaña de Trump resultaba atractivo: “Podrá no ser bueno para Estados Unidos, pero es de lo más conveniente para CBS. Es todo lo que tengo para decir. ¿Qué puedo decirles? Ingresa dinero en grandes cantidades”.
Como afirma el lingüista de renombre mundial y disidente político Noam Chomsky: “Los medios de comunicación fabrican consentimiento”.
Otro elemento que contribuyó a la inesperada victoria de Trump es el FBI. El 28 de octubre, el director del FBI, James Comey, envió una carta a legisladores republicanos en la que sugería que se habían descubierto más correos electrónicos “que parecerían ser relevantes para la investigación" sobre el servidor privado de correo electrónico de Hillary Clinton. Eso fue once días antes de las elecciones. Nueve días después, Comey declaró públicamente que esos correos electrónicos no habían aportado nada nuevo. Durante esos nueve días, estaba en pleno transcurso el proceso de votación anticipada, con Hillary Clinton bajo la sombra de una posible nueva investigación por parte del FBI. Según el Business Insider, en ese período se emitieron 24 millones de votos. Nunca se podrá saber cuántos votos puede haber perdido Clinton a consecuencia de esa intervención del FBI. Como dijo el periodista Allan Nairn en el programa de “Democracy Now!”: “Se puede decir con total justicia que el FBI inclinó las elecciones a favor de Trump. Y no creo que nadie haya dicho alguna vez que el primer director del FBI, J. Edgar Hoover, cambió el resultado de elecciones presidenciales”.
Hillary Clinton obtuvo la mayoría de los votos directos de la población, pero Trump la venció en el Colegio Electoral. La noche de las elecciones del año 2012, Trump publicó en Twitter: "El colegio electoral es un desastre para la democracia". Pero es así como Trump asumirá el cargo que conlleva más poder en el mundo, la presidencia de Estados Unidos. Sin embargo, existe una fuerza aún más poderosa: los movimientos sociales. En el transcurso de las horas siguientes al discurso pronunciado por Trump tras la victoria, se comenzaron a organizar manifestaciones en todo el país. En Marruecos, donde el día anterior a las elecciones se inició la conferencia de Naciones Unidas sobre cambio climático, delegados que participan de las negociaciones, activistas ambientales y personas afectadas de todo el mundo organizaron reuniones ad hoc por temor a que Trump pueda hacer naufragar todo el Acuerdo de París sobre cambio climático.
Donald Trump cerró el discurso que pronunció tras su victoria con las siguientes palabras: "Solo puedo decir que aunque la campaña terminó, nuestra labor en realidad recién empieza" Para las millones de personas de todo el mundo comprometidas con oponerse a la peligrosa y divisiva agenda de Trump, su labor también recién empieza.
© 2016 Amy Goodman
Traducción al español del texto en inglés: Fernanda Gerpe. Edición: María Eva Blotta y Democracy Now! en español, spanish@democracynow.org
Amy Goodman es la conductora de Democracy Now!, un noticiero internacional que se emite diariamente en más de 800 emisoras de radio y televisión en inglés y en más de 450 en español. Es co-autora del libro "Los que luchan contra el sistema: Héroes ordinarios en tiempos extraordinarios en Estados Unidos", editado por Le Monde Diplomatique Cono Sur.
¿POR QUÉ GANÓ TRUMP?
Miguel Lamas - Rebelión – 14/11/2016
El "inesperado" (para encuestadores y analistas) triunfo del
candidato republicano Donald Trump expresa un profundo descontento social que
se tradujo en millones de votos "castigo" contra el
"establishment" de la principal potencia imperialista del mundo, contra
Hillary Clinton y el fracaso de la mentira del "sí se puede" de
Obama.
Aunque prácticamente empataron -con leve ventaja para Clinton (59.600.000 votos) contra Trump (59.390.000)- el sistema es indirecto y eligen los electores (el que gana en cada estado se lleva todos los electores de ese estado). Trump obtuvo más electores y por eso ganó.
El nuevo presidente, un magnate dueño de casinos e inmobiliarias, recibió de los multimillonarios que financian las campañas mucha menos plata que Clinton (sumaron más de 1.500 millones de dólares en total).
Trump habló demagógicamente contra la "globalización", por traer de vuelta las fábricas (que las multinacionales se llevaron a China y otros países) y contra el libre comercio. Pegando en cosas sentidas por millones de trabajadores desempleados.
Crisis en el imperio
"Lo que muestra la campaña electoral es un cuerpo social desgarrado como consecuencia de una política que ha concentrado el poder y la renta en el 1% de la población [...] Ahora el consumo de heroína afecta al cinturón industrial del país, donde han cerrado cientos de fábricas y barrios enteros que han quedado abandonados.
Según datos oficiales, los ingresos descendieron el 17% entre los más pobres y el 10% en las clases medias" (nota Raúl Zibechi en Sputniknews.com). Pero las ganancias del 1% más rico se incrementaron un 156% (Harvard Gazete, 1/2/2016). La mortalidad entre los más pobres es similar a la de Sudán o Pakistán.
El llamado históricamente "sueño americano" (es decir, la oportunidad de progreso social), se ha vuelto una pesadilla para millones de personas que perdieron su casa por hipotecas y en muchos casos sus jubilaciones, y para millones de jóvenes que sólo consiguen trabajos precarios y deben vivir con sus padres porque no pueden acceder a ninguna vivienda. Mientras Obama rescató a los bancos y automotrices, no rescató a los millones que perdieron su empleo, casa, salud y/o la jubilación.
Crisis política y social
En gran medida la votación por Trump y el aumento de la abstención (en 8 años los demócratas perdieron 10 millones de votos, respecto a lo obtenido por Obama en el 2008), fue un voto castigo contra el desastre que causó la crisis del sistema capitalista-imperialista abierta en el 2007. Y un voto castigo a la política económica encabezada por Obama en los últimos años en EE.UU y en el mundo, provocando que la crisis la paguen los trabajadores y los de abajo. Así se demostró la falsedad del supuesto "cambio" que había prometido el "demócrata" Obama y que muchos desde la izquierda reformista alentaron que sería un presidente "progresista". Esto fue lo que los votantes repudiaron, equivocadamente votando a Trump o con abstención.
Hace tres meses el Washington Post indicaba que el 57% de los ciudadanos yanquis no quería a ninguno de ambos candidatos. Otra encuesta, de Gallup, realizada en junio, indicaba que un 47% de votantes "podría votar por un socialista" (esto se elevaba a un 69% entre los jóvenes).
Es decir, lo que hay es una gigantesca crisis política y social en los EE.UU., o sea, en la cabeza del sistema imperialista mundial. En su seno se expresa una masa popular que ha empezado a odiar a los supermillonarios que llevaron a este desastre y a descreer de los políticos que los gobiernan (los Bush, Obama o los Clinton). Esto se expresó, hacia la izquierda, en la interna demócrata con la candidatura de Sanders, que aunque perdió frente al tramposo aparato demócrata que hizo ganar a Clinton, sacó 13 millones de votos. Y se manifiesta, en forma distorsionada, con el equivocado voto de sectores populares y trabajadores por Trump, ante la falta de una alternativa de izquierda, un millonario racista que también es parte de lo mismo. Un fenómeno de descreimiento político mundial emparentado con el Brexit (la votación en Gran Bretaña por la salida de la Unión Europea) o el NO al acuerdo con las FARC en Colombia. O sea, se sumaron votos de trabajadores blancos y populares a la base electoral tradicional de derecha y ultraderecha del país.
Lo que viene
El discurso de Trump, luego del triunfo, fue sorpresivamente moderado para
su estilo. Después de felicitar a su rival, Hillary Clinton, llamó a la
"unidad de todos los americanos". Es decir, ya dejó de hablar contra
los ricos de Wall Street, y más bien quiere entenderse con ellos.
Por eso su falsa promesa de que "volverá al sueño americano", a
reestablecer los puestos de trabajo perdidos o los salarios caídos, no se
cumplirá. El verdadero rostro de Trump quedará aclarado rápidamente para sus
votantes. Trump es el nuevo jefe del imperialismo yanqui. Va a gobernar para
Wall Street y las multinacionales.
El triunfo de Trump impactó en el mundo y se hacen todo tipo de pronósticos apocalípticos. Desde ya nada bueno se podrá esperar de este derechista, misógino y racista. Veremos hasta dónde va a poder aplicar su política en EE.UU y en el mundo. Lo seguro es que la crisis aguda de la economía capitalista-imperialista va a continuar y que, por lo tanto, en los EE.UU seguirá la crisis social y política. Por eso la perspectiva más probable es que, en los próximos años, se profundice la crisis y la lucha social por el salario, el trabajo, la salud, educación y los derechos de los afroamericanos e hispanos.
Miguel Lamas: Unidad Internacional de los Trabajadores – Cuarta Internacional (UIT-CI)
El triunfo de Trump impactó en el mundo y se hacen todo tipo de pronósticos apocalípticos. Desde ya nada bueno se podrá esperar de este derechista, misógino y racista. Veremos hasta dónde va a poder aplicar su política en EE.UU y en el mundo. Lo seguro es que la crisis aguda de la economía capitalista-imperialista va a continuar y que, por lo tanto, en los EE.UU seguirá la crisis social y política. Por eso la perspectiva más probable es que, en los próximos años, se profundice la crisis y la lucha social por el salario, el trabajo, la salud, educación y los derechos de los afroamericanos e hispanos.
Miguel Lamas: Unidad Internacional de los Trabajadores – Cuarta Internacional (UIT-CI)
DECLARACIÓN DE LA INTERNATIONAL SOCIALIST ORGANIZATION
(ISO)
LA ELECCIÓN DE TRUMP Y LOS COMBATES QUE SE ANUNCIAN
Socialist Worker/A l'encontre
Traducción
de Ernesto Herrera – Correspondencia de Prensa
|
1. La elección de Donald Trump como presidente de
los Estados Unidos es un punto de inflexión brutal y peligroso, no sólo para
los Estados Unidos, sino para el mundo entero. Este punto de inflexión decisivo
representa el fracaso final de los partidos de centro-derecha y de izquierda en
los países capitalistas avanzados como consecuencia de la gran recesión
(2007-2009), que abrió la vía para el triunfo de un candidato que utiliza el
populismo de derecha para reforzar el racismo, la xenofobia y la reacción.
El éxito electoral de Trump bajo una plataforma de
criminalización de los inmigrantes musulmanes y los mexicanos en particular
-reforzará las fuerzas racistas y anti-inmigrantes de todo el mundo, tales como
el Frente Nacional en Francia, cuya jefa Marine Le Pen felicitó a Trump y dijo
que Francia conocerá el mismo destino. Este resultado refuerza incluso a
organizaciones abiertamente nazis como Amanecer Dorado en Grecia.
El menosprecio de Trump por las mujeres, su historia
de depredador sexual y la voluntad de restringir severamente el derecho al
aborto, estimulan las corrientes reaccionarias que quieren demoler las
conquistas del movimiento de las mujeres en este país y más allá.
Su política de "América primero" puede
agudizar las rivalidades imperialistas y socavar las alianzas de Washington,
así como las maniobras de Estados Unidos para mantener su dominación global.
Por supuesto, este enfoque va a exacerbar el nacionalismo, especialmente en cuestiones
relacionadas con los acuerdos de libre comercio. El cerrará la puerta de
entrada al número ya limitado de refugiados que el gobierno de los Estados
Unidos recibe.
La campaña de Trump ha fortalecido las fuerzas de
derecha en los Estados Unidos, incluyendo la extrema derecha, y su elección les
dará probablemente más audacia. También podemos esperar que la policía racista
que ya mata con impunidad a los negros, considere la victoria de Trump como una
luz verde para continuar haciéndolo.
2. La elección no representa un cambio masivo hacia
la derecha en la sociedad norteamericana -y no sólo porque Trump obtuvo menos
votos que Hillary Clinton (ver artículo de Lance Selfa, Correspondencia de
Prensa, 11-11-2016) De hecho, estamos asistiendo a un proceso de polarización
política en que la derecha y la izquierda se desarrollan.
La orientación de la política en los Estados Unidos
depende, principalmente, del desarrollo y construcción en los movimientos
sociales, sindicatos y organizaciones sociales de una corriente activista,
combativa, de izquierda. La ISO está comprometida junto con a los asalariados y
las asalariadas, oprimidos y oprimidas que van a sufrir los fuertes ataques
bajo la presidencia de Trump. Vamos a participar plenamente en la lucha por la
defensa de los que van a ser el blanco de la ofensiva de la derecha, así como
en un combate más amplio por la justicia.
3. La clase capitalista norteamericana y sus
representantes políticos intentarán frenar los excesos de Trump. Pero el
Partido Republicano, teniendo en cuenta el éxito electoral de Trump,
probablemente, también tratará de normalizar su política, adaptando su programa
a sus propios intereses.
La clase capitalista de los Estados Unidos no pudo
frenar a Trump, pese a la abrumadora oposición dentro de sus filas. Una clase
dirigente que dominó el mundo desde la mitad de siglo XX y que atraviesa hoy
por tensiones internas, aunque en el seno de fracciones enemigas se compran a
los políticos que tienden a estar interesados en sus propios intereses, sin tener
otros objetivos más amplios.
Sin la disciplina de la Guerra Fría o la presión de
una clase obrera organizada, los capitalistas estadounidenses han utilizado la
era neoliberal para apoderarse de toda la riqueza que podían, sin tener en
cuenta las consecuencias políticas. Los republicanos actuando de manera abierta
y agresiva por este programa. Los demócratas tratando de mediar las exigencias
del capital y las demandas de la base electoral del partido. Trump, quien
reconoció que millones de personas encuentran intolerable el statu quo, quebró
el consenso político, al menos retóricamente.
Por lo tanto, la Casa Blanca, dominada por
personalidades de la clase dominante y los políticos socializados en el
ejército norteamericano, estará ahora ocupada por un multimillonario sin
escrúpulos. Trump, a pesar de las comparaciones que algunos han hecho con el
líder fascista italiano Mussolini, se parece más a Silvio Berlusconi, el
magnate de los medios de comunicación italianos que utilizó su fortuna y su
fuerza de atracción populista, para imponerse a un establishment político
corrupto y conservador.
4. Cualesquiera que sean las pequeñas cosas que una
administración Trump pueda proporcionar a los trabajadores, a condición de que
este sea el caso, serán mínimas en comparación con los enormes recortes
fiscales que Trump ya se ha comprometido a poner en práctica. La Corporate
America obtendrá las exoneraciones fiscales que demanda desde largo tiempo para
traer de vuelta al país las masas de capitales exiliados. Y el Congreso
controlado por los republicanos, será la ocasión para socavar oportunidad para
socavar las regulaciones e incluso para atacar la seguridad social y el
Medicare (seguro de salud para las personas mayores de 65 años).
La "reforma" fiscal bajo Trump, si ella se
realiza, reforzaría la más grande desigualdad económica que los Estados Unidos
haya conocido desde hace un siglo. Sectores de la clase obrera blanca que
apoyaron a Trump verían sus condiciones agravadas, probablemente de manera
dramática. Lo mismo con respecto a la columna vertebral de apoyo a Trump,
constituida por una clase media maltratada en el plano económico, así como los
propietarios de pequeñas empresas y los pequeños gestores.
Es una fórmula que conducirá a un mayor descontento
social y político, en el momento que la derecha busque alcanzar plenamente sus
objetivos, lo que ha ocurrido varias veces en el pasado.
5. La elección de Trump, basada en el miedo y el
odio, se produce ocho años después de la primera campaña de Barack Obama para
ganar la presidencia, marcada por su retórica de esperanza y cambio.
Asumiendo el cargo en medio de la peor crisis
económica desde la década de 1930 con una sólida mayoría demócrata en ambas
cámaras del Congreso, Obama tuvo la oportunidad de marginalizar a los republicanos
por una década el menos. En cambio, la administración Obama se consagró a
rescatar a los bancos y reducir el tamaño relativo del gobierno federal,
mientras que los trabajadores recibieron una ayuda muy reducida, mientras que
el desempleo y la carga de la vivienda treparon.
La legislación de la administración Obama en el sector
de la salud -que podría haber dado lugar a un programa popular amplio y muy
necesario, basado en el gobierno- sobre todo reforzó el poder de las grandes
compañías de seguros y empresas farmacéuticas. Los asalariados y asalariadas
pagan primas más altas ahora y reciben calidad más baja luego de la reforma de
salud de Obama. En lo político, la oportunidad para que los demócratas
fortalecieran su base electoral mediante la implementación de un sistema de
salud universal ha sido en vano. En cambio, los republicanos han dispuesto de
otro palo para golpear al llamado "gran gobierno" (la gran burocracia
del gobierno federal) y a los demócratas.
Esta y otras decepciones abrieron el camino para el
regreso de los republicanos en las elecciones de medio término en el año 2010,
lo que puso en sus manos el control de muchos gobiernos estaduales y permitió
el bloqueo sistemático en el Congreso desde entonces, con ello el Grand Old
Party (GOP) obtuvo el fuelle para controlar tanto la Cámara de Representantes
como el Senado. Algunos aumentos de impuestos a los ricos y las empresas y una
mayor regulación de los bancos no impidieron que la Corporate América pudiera
cosechar beneficios récord a pesar de la debilidad de la economía.
6. Las políticas del Partido Demócrata -desde Bill
Clinton en la década de 1990 a la de Obama en los últimos ocho años- han minado
en la clase obrera su base electoral tradicional después del New Deal y de la
Great Socciety (años 1960), reduciendo el tamaño del gobierno federal y
eliminando los programas federales para los pobres y precarios. El declive de
los sindicatos -acelerado por las políticas pro-negocio de las administraciones
de Clinton y Obama- fragilizaron aún más la base tradicional de los demócratas
y desorientaron a la clase obrera organizada.
Dirigido por los "neo-demócratas" como Bill
Clinton y Al Gore, la estrategia del partido consistió en construir redes
electorales a través de las maquinarias políticas en las grandes ciudades y
operar un giro superficial hacia la "diversidad" (las llamadas
minorías), mientras se promovían políticas favorables a los negocios en un
intento de ganar el apoyo de las periferias blancas de clase media tradicionalmente
republicanas tradicionales. El crecimiento de Trump en el Partido Republicano,
hizo que esta estrategia reapareciera en la campaña de Hillary Clinton en 2016,
los dirigentes (demócratas) creyeron que podían suplantar a los republicanos
como el primer partido del capitalismo norteamericano.
7. El papel de los demócratas como guardianes de un
status quo cada vez más intolerable, creó las condiciones para una rebelión
dentro del partido la cual se expresó en la campaña de Bernie Sanders durante
la primaria demócrata.
Al apuntar a la "clase milmillonaria,"
Sanders -que no ocultó su trayectoria socialista- mostró que millones de
trabajadores estaban dispuestos a adoptar un mensaje basado en los derechos y
la solidaridad de los trabajadores.
Pero Sanders, después de abandonar su independencia
política cultivada durante su vida política a fin de funcionar como un
demócrata, finalmente dio el apoyo a Hillary Clinton en la Convención Demócrata
el pasado verano. A partir de ese momento, cesó toda crítica al establishement
del partido. Él apoyó una campaña destinada al fracaso, que se resume en el
lema "América ya es grande" (en oposición a al lema de Trump:
"Hacer América grande otra vez"].
8. Con el silencio de Sanders y con Clinton
tratando de ganar votos republicanos, Trump no dejó pasar la oportunidad de
hablarle a la clase obrera, algo inédito para un candidato a la presidencia de
los Estados Unidos.
Después de usar el populismo derechista para derrotar
a sus rivales republicanos, Trump centró de nuevo su campaña electoral en las
reivindicaciones económicas de los trabajadores blancos y en las tradiciones
más reaccionarias de la política de los Estados Unidos: en primer lugar, el
racismo contra los afro-americanos y los inmigrantes.
En un país construido sobre la esclavitud, el
genocidio de los indios norteamericanos y la conquista imperial, Trump siguió
el camino de otros populistas de derecha como George Wallace (gobernador
demócrata de Alabama, partidario de la segregación racial hasta los años 1970).
También se apoyó en una base que, generalmente, está más cómoda y cercana
de Clinton y Sanders, según las encuestas de boca de urna. Pero también
sectores de la clase trabajadora blanca -incluso en las zonas claramente
ganadas por Obama en 2008 y 2012 - han rechazado la defensa de los demócratas
de un status quo intolerable y se han alineado detrás de Trump.
9. La campaña "Trump" ha confortado a la
derecha dura. Ella refuerza su confianza en materia de inmigración, de orden
público y otros temas.
Una consecuencia probable se manifestará en otra
política racista de polarización. La militarización de las fuerzas de seguridad
que se ha intensificado bajo el gobierno de Obama, sin duda alguna, se
acentuará con el uso de la represión contra las rebeliones negras como en
Ferguson y Baltimore, y más recientemente ante la lucha de Standing Rok contra
el oleoducto Dakota Acces, que sirven como modelo para quebrar un movimiento.
10. La victoria de Trump en la elección presidencial
se logró a pesar de obtener un menor número de votos populares. El Colegio
Electoral -un sistema arcaico diseñado en la fundación de los Estados Unidos
para favorecer a los estados esclavistas del Sur - dio la ventaja de Trump (279
contra 228). La organización estatal -federal- del Colegio Electoral significó que
los grandes centros industriales como Nueva York, Los Ángeles, Chicago y
Houston, no jugaran un papel decisivo en la campaña de 2016, ya que estos
Estados no son decisivos en la competencia entre los partidos por los “grandes
electores".
11. Sin embargo, los principales círculos dirigentes
del Partido Demócrata -después de apostar al miedo de manera cínica para
deslegitimar a Trump durante meses, por su autoritarismo y el rol de los
evangelistas-, ahora le otorgan una legitimidad al presidente electo, con las
apelaciones de Hillary Clinton, Obama y otros líderes, en el sentido de
"dar una oportunidad a Trump" y unirse detrás de él por el bien del
país.
Esto entrañará tensiones con un gran número de
militantes demócratas que fueron atraídos por el ala Sanders. Ciertas
personalidades liberales del partido pueden ensayar una respuesta dando un poco
más de margen de maniobra para el activismo. Pero como en el pasado, los
demócratas liberales en última instancia buscarán canalizar este tipo de
activismo en los esfuerzos para renovar el Partido Demócrata.
Las primeras protestas contra la elección Trump -en
contraste con la actitud conciliadora de los líderes demócratas- ilustran el
potencial para construir una mayor resistencia popular que podría, a su vez,
ejercer presión sobre los sindicatos y/o organizaciones de izquierda para
enfrentar y poner en cuestión de cierta manera a la derecha.
Sin embargo, prioritariamente, se afirma la necesidad
urgente de luchar contra los ataques de la extrema derecha bajo la presidencia
de Trump, y vincular estos movimientos sociales y luchas que existen en un
proyecto común de resistencia en torno a un programa para los trabajadores y
los oprimidos expresado en términos positivos. Las múltiples crisis que creará
o agudizará la presidencia Trump puede radicalizar a una nueva generación que
ya ha sido impulsada por Black Lives Matter (Las vidas negras cuentan) por la
lucha contra el oleoducto en Dakota y la solidaridad con la lucha de los Sioux
de Standing Rock (Lakota), por la defensa de los derechos de los inmigrantes y
otros movimientos sociales (salario mínimo, profesores, etc.), y la izquierda
que surgió durante la campaña de Bernie Sanders.
La ISO está plenamente comprometida con la lucha por
la democracia y la justicia en contra del programa reaccionario de Donald Trump
y todas las fuerzas responsables de su victoria. Como parte de la lucha, vamos
a poner énfasis en una orientación política hacia adelante, absolutamente
necesaria, para alimentar una esperanza real y un movimiento de emancipación -a
diferencia de la política de la desesperación y en el cabeza de turco en que
prospera Trump - basados en nuestro compromiso de abrir una vía hacia una
sociedad socialista donde los trabajadores y trabajadoras controlen su propia
vida y la sociedad.
La necesidad urgente de construir una organización política y militante
puede ser sentida con motivo de las primeras protestas contra Trump. Este es el
desafío para la izquierda y organizaciones tales como la ISO, y ese es el reto
que tenemos y tienen todos los que quieren luchar contra la derecha y hacia
otro mundo.
Fuente: https://socialistworker.org/
http://alencontre.org/
Fuente: https://socialistworker.org/
http://alencontre.org/
DEL OPTIMISMO CAUTELOSO A LA INCERTIDUMBRE
Rodolfo Bueno - Rebelión
- 14/11/2016
Adónde va a conducir el triunfo de Trump es algo que
al optimista cauteloso aterrara, pues la incertidumbre es el primer paso al
pesimismo. Y no es para menos, EE.UU., un país rico y poderoso pero con graves
problemas, que la gran prensa se encarga de ocultar, se encuentra en la
encrucijada de “Ser o no ser”. ¿Qué ha pasado? Que el triunfo de Trump trae
patas arriba al estadounidense asustadizo y descorazonado, que no acepta su
triunfo. ¿Por qué? Pues porque tanto le han inflado las virtudes de la Sra.
Clinton y le han lavado el cerebro con el cuento de que Trump es un ignorante,
traidor y fascista, que se han volcado a las calles para impedir su posesión.
¿Lo lograrán? No se sabe. Sólo se sabe que si no lo logran, es malo y si lo
logran, peor.
Para entender el conflicto hay que ir a sus raíces. Los
derrotados son los neocon, un sector político que luego de la desaparición de
la URSS a toda costa impuso la globalización, que destruyó a la clase obrera
norteamericana al enviar las fábricas al extranjero, y la globalización
financiera, que arruinó a la clase media luego del estallido de la crisis de
2008, la más grave desde 1929; que se endeuda agresivamente y emite dólares de
manera inorgánica (cuando subió el Presidente Obama, EE.UU. debía diez billones
y ahora debe el doble); que arrasó el Medio Oriente con guerras de rapiña y se
enfrenta a Rusia y China, aún a riesgo de una nueva guerra mundial.
Los neocon pueden ser republicanos o demócratas, eso
explica por qué la política de actual no se diferencia en mucho de la anterior
y hay tantos neocon en el gobierno de Washington. Son, como decían nuestros
abuelos, la misma jeringa con distinto bitoque.
Esta política ha conducido a EE.UU. al borde de la
bancarrota y la disolución. Contra ella se rebelado un sector muy importante de
ese país, que intenta fortificarlo en lo interno para conservarlo como Estado
poderoso, el más poderoso de la historia. La propuesta es a la vez simple y
práctica: Terminar con las intervenciones militares de Estados Unidos, que
tanto le cuestan; para saldar deudas, imponer impuestos a Wall Street y
penalizar a las empresas que subcontraten empleos; acabar con los tratados
comerciales TPP y la NAFTA, que eliminan puestos de trabajo en EE.UU.; eliminar
gastos superfluos como mantener a la buena para nada, OTAN; eliminar la política
antirusa, que no beneficia a nadie ni corresponde al interés de los pueblos de
ambos países, y establecer una alianza estratégica con Rusia para combatir al
Estado islámico, principal enemigo del género humano, lo que beneficia a la
comunidad internacional.
Con los fondos ahorrados, Trump propone corregir las
graves fallas de la actual infraestructura estadounidense: Sistemas de
transporte, canalización, iluminación, puentes, educación, salubridad, en fin,
al estilo de Franklin D. Roosevelt, un nuevo New Deal, lo que permitirá
reconstituir la economía de ese país.
Parecería que los neocon no aceptan ni las propuestas
de Trump ni su propia derrota, por lo que impulsan el desbarajuste para pescar
en río revuelto. Para ello, han satanizado la figura de Trump y con multitudes
descontentas organizan un Maidán en las principales ciudades de EE.UU.
Ojalá no se les escape del diablo de la botella.
TRUMP, EL PREFERIDO DE CLINTON
Es difícil añadir nada nuevo a algunos de los excelentes análisis que desde
la izquierda se vienen haciendo estos días en torno al triunfo de Trumpen
las elecciones estadounidenses del pasado martes; nada, desde luego, al marco
interpretativo general, orientado a tratar de entender -y no a despreciar- los
motivos del votante republicano. Me gustaría sólo recordar algunos datos muy
elementales para desplazar la mirada hacia arriba, lejos de las urnas, en
dirección al lugar que ocupan los candidatos, ese lugar donde -en EEUU y en
Europa- se están produciendo los verdaderos cambios.
Recordemos, por ejemplo, que el 37% del ya reducido
censo electoral estadounidense no ha votado.
Que Trump ha ganado el voto electoral pero no el
popular; es decir, que va a ser presidente de los EEUU con menos votos que su
rival.
Que Trump ha obtenido menos votos que otros candidatos
republicanos derrotados en comicios anteriores. Pensemos, por ejemplo, en los
casos de McCaine en 2008 y de Romney en 2012.
Que la mayor parte de los votantes ha votado a uno de
los dos partidos tradicionales en un país donde sólo formalmente es posible
llegar a la Casa Blanca desde fuera del bipartidismo centenario dominante. Que
Trump era, por tanto, el candidato de los republicanos como Clinton la
candidata de los demócratas y que gran parte del voto estadounidense va
rutinariamente destinado a una de las dos marcas, con independencia de quién
las represente.
Que no es cierto -o no del todo- que el voto a Trump
refleje una “revuelta de los pobres”. Según las estadísticas, del 17% de
votantes cuyos ingresos son inferiores a 30.000 dólares, el 53% habría votado a
Clinton y sólo el 41% a Trump; una distribución muy parecida se registra en la
franja de población (19%) con ingresos inferiores a 50.000 dólares. Trump gana
precisamente en todos los tramos económicos superiores, donde el resultado, por
lo demás, es muy equilibrado. Gana también entre los blancos, hombres y mujeres
(63% y 53% respectivamente), mientras pierde entre los no blancos, cuyas
condiciones sociales son menos favorables (sólo han votado republicano un 12%
de negros y un 35% de latinos, algunos más, en todo caso, que en las elecciones
ganadas por Obama). Si hay una “revuelta” es la de los blancos
trabajadores pobres de zonas rurales, “revuelta” que, más que autorizar una
lectura tradicional de “clase”, expresa una fractura cultural no desdeñable
-dirá la socióloga Arlie Rusell Hochschild– entre la derecha pobre
estadounidense y el Estado del que depende. En un libro de título muy elocuente
(Extranjeros en su propia tierra: ira y luto en la derecha americana) Hochschild describe con detalle la situación en Louisiana, donde los
blancos más castigados por la crisis, beneficiarios de subsidios estatales, se
sienten despreciados por las clases urbanas liberales, también blancas, que les
habrían cortado el acceso al “sueño americano” (en favor de los negros o los
latinos) y además condenarían sus relaciones familiares, sus creencias
religiosas y hasta su forma de comer.
Digamos, por tanto, que la crisis, y la respuesta de
los poderosos, ha agravado una fractura cultural ya existente que no ha
afectado, sin embargo, al sistema de partidos ni a la distribución del voto. La
lección que yo extraería de la victoria de Trump -y de la extensión del
destropopulismo en el mundo entero- no es la de que los trabajadores y clases
medias empobrecidas prefieren el fascismo; lo que se ha desplazado hacia la
derecha no es el electorado sino los dirigentes y sus partidos. Podemos afirmar
sin vacilaciones que en las elecciones del pasado martes, en el marco intocado
del bipartidismo, cada uno de los candidatos representaba, respecto del año
2012, la derechización extrema de sus respectivas organizaciones, con la
diferencia de que, mientras Clinton había cerrado toda apertura por la
izquierda y representaba a las élites blancas y al establishment capitalista,
Trump representaba un paradójico -dice muy bien Amador
Fernández-Savater– “elitismo anti-elitista, un sistema anti-sistema y un
capitalismo anti-capitalista”. Mientras el votante de izquierdas se quedaba sin
representación o derechizaba su voto como mal menor, el votante republicano se
radicalizaba y hasta giraba hacia la izquierda votando una propuesta que
combinaba ataques a los ganglios económicos y simbólicos del sistema con una
reivindicación orgullosa de la cultura material de los blancos más pobres,
despreciada por los demócratas. Sólo Bernie Sanders, el candidato
demócrata derrotado en primarias, se ha mostrado plenamente consciente de este
doble frente -social y cultural- como lo demuestra su comunicado del pasado
miércoles, en el que escribe que “en la medida en que Trump esté dispuesto a
tomar medidas políticas en favor de las familias trabajadoras de este país, yo
y otros progresistas estamos preparados para trabajar con él; en la medida en
que defienda políticas racistas, sexistas, xenófobas y anti-ecológicas, nos
tendrá vigorosamente en contra”.
¿Quién es el último responsable de la victoria de
Trump? Hay motivos fundados para creer que, en el contexto descrito, sólo
Sanders podía haber presentado verdaderamente batalla con alguna garantía de
éxito. Y que son los liberales blancos del partido demócrata -no menos
racistas, por cierto, y más clasistas- los que, entre Sanders y Trump, han
preferido al chiflado, autoritario, machista y xenófobo candidato republicano.
La citada Arlie Rusell Hochschild es tajante sobre la responsabilidad de los
dirigentes progresistas: “El Partido Demócrata, el partido de los trabajadores,
se está desangrando. La gente trabajadora abandona el partido en masa, haciendo
que sea la izquierda la que se convierte en extranjera en su propia tierra.
[Los votantes de Trump] no son en absoluto deplorables, como declaró Clinton.
Son sus aliados naturales. Muchos sienten simpatía por Bernie Sanders, a quien
llaman, con afecto, “tío Bernie”. De hecho ya estamos de acuerdo en muchas
cosas. La pelota está en el tejado de los demócratas. El error es suyo: han
abandonado a la clase trabajadora”.
Esta “opción por el mal mayor” de los partidos
“demócratas”, que ya hemos visto otras veces antes a lo largo de la historia,
es un fenómeno común que hoy se extiende por Europa. ¿Por qué gana
terreno Le Pen en Francia mientras el PSF se desploma? ¿Por
qué gana el Brexit en Inglaterra? ¿Por qué la socialdemocracia se disuelve como
un azucarillo mientras avanza irresistible la ultraderecha? Más allá o más acá
de una izquierda autocomplacida en la derrota y desamarrada de la “cultura de
los pobres”, la culpa es de unos partidos, unos intelectuales y unos medios de
comunicación que abren camino a todos los Trump del continente cerrando el paso
a quienes podrían frenarlos. Lo explica muy bien el conocido sociólogo
italiano Marco d’Eramo: “nunca habrá un plan B si sigue
prevaleciendo el relato según el cual toda forma de disidencia, de descontento
popular y de voluntad de cambio es catalogada bajo el sello de “populista”. [En
EEUU] la partida estaba ya jugada desde el momento en que los gestores de la
opinión pública habían equiparado a Sanders y a Trump bajo la etiqueta
“populista”, olvidando que la distancia entre los dos es intergaláctica: uno
quería el servicio sanitario nacional, el otro quería suprimir el Obama
Care; uno quería imponer tasas a los bancos, el otro abolir los impuestos,
uno reducir los gastos militares y el otro construir un muro en la frontera de
México”. Uno, añadiría yo, quería recuperar y profundizar la democracia; el
otro sacrificarla a un proyecto ideológico autoritario, discriminatorio y
medieval.
Nuestros políticos y periodistas mainstream optan
una vez más por “el mal mayor”. El caso de España es ejemplar. Es el único país
de Europa donde existe una alternativa pujante a la ultraderecha; el único país
donde el malestar frente a la crisis y la clase política ha adoptado una forma
democrática; el único país donde puede apoyarse institucionalmente un dique
europeo frente al fascismo. Ayer en estas mismas páginas Carlos
Fernández Liria escribía un
magnífico artículo en el que recordaba lo que representan Podemos y
las fuerzas del cambio, así como la responsabilidad de nuestros medios de
comunicación (y nuestros opinadores) en su debilitamiento y criminalización.
Cada vez que se califica a Podemos de “populista”, equiparando a Pablo
Iglesias con Trump o Le Pen, se toma en realidad partido por Trump o
Le Pen -se trabaja en favor de un Trump o un Le Pen- y ello frente al único
proyecto factible que, con todos sus errores y hasta sus miserias, no sólo está
evitando el trumpismo y el lepenismo en
España sino que se toma en serio la democracia, los derechos humanos y el
Estado de Derecho.
La sola polarización real que existe hoy en el mundo
-muerto el comunismo histórico- es la que existe entre democracia plena y
dictadura(s), entre civilización y barbarie, entre derecho(s) e intemperie. El
caso de EEUU debería enseñarnos lo que ocurre cuando las élites abandonan a los
pueblos y desplazan a un Sanders en favor de una Clinton: que los Clinton y sus
partidarios, con la democracia que no han querido defender, son devorados por
el fascismo.
(*) Santiago Alba Rico es filósofo y
columnista.
¡DIGAMOS ADIÓS A LA IZQUIERDA PIJA!
Alberto Garzón Espinosa - El Diario -
En efecto,
lo que hemos conocido como globalización neoliberal ha provocado transformaciones
muy profundas en la estructura productiva y social de las sociedades
occidentales. Y ello ha producido una nueva división: entre ganadores y
perdedores de la globalización
|
En España la campaña electoral estadounidense se ha podido seguir con
notable dificultad. Es verdad que no han faltado minutos de atención mediática,
pero sí ha faltado situar bien el foco. La mayoría de los medios de
comunicación se han centrado, día tras día, en los aspectos más espectaculares
y llamativos, tales como el uso ofensivo del lenguaje de Trump, más que en el
aspecto sustantivo, como las propuestas económicas que ofrecían ambos
candidatos. En la hipermodernidad, como la define con buen criterio Gilles
Lipovetsky, lo que más llama la atención no es siempre lo más importante. Y en
esas condiciones es ciertamente complicado hacerse una idea del por qué un
multimillonario machista, xenófobo y engreído ha podido vencer en la contienda
electoral.
Durante toda la campaña electoral, Donald Trump ha
centrado su discurso en atacar al establishment político como responsable de la
corrupción, de poner el dinero del pueblo americano en los bolsillos de las
grandes empresas y de aprobar tratados internacionales que destruyen fábricas y
empleos y deslocalizan el aparato productivo y la fuente de riqueza del país.
En suma, de empeorar la vida de la clase trabajadora de Estados Unidos. Esta
terminología que acabo de usar está literalmente extraída de sus discursos; no
es una adaptación al gusto. En efecto, D. Trump no es un neoliberal al uso. No
es Ronald Reagan, por decirlo así, y por eso un dirigente republicano como
George Bush anunció no haberle votado. Si tuviéramos que encontrar alguna
similitud tendríamos que retrotraernos al fascismo corporativista de los años
veinte y treinta del siglo XX. Pero aun así, la duda asalta: ¿por qué ha
ganado?
Sin duda las transformaciones económicas de las
últimas décadas nos permiten entender mejor este fenómeno que, sin embargo, no
es el único (el Brexit pero sobre todo el auge de la extrema derecha en Europa
son fenómenos muy relacionados). En efecto, lo que hemos conocido como
globalización neoliberal ha provocado transformaciones muy profundas en la
estructura productiva y social de las sociedades occidentales. Esta
globalización ha consistido, en general, en más competencia económica, cultural
y política. Y ello ha producido una nueva división: entre ganadores y
perdedores de la globalización.
Lo que ha ido quedando atrás ha sido el modelo
keynesiano, con su Estado social o del Bienestar. En él los trabajadores y las
empresas construían sus vidas en un entorno de certezas y de protección
estatal, con una economía mundial altamente regulada en sus niveles financieros
y productivos. Las reformas iniciadas desde los años setenta y ochenta catalizaron
las transformaciones económicas, llevando a un incremento de la competencia en
todos los niveles. La vida y el trabajo estable daba lugar a un contexto donde
el concepto dominante es la flexibilidad. Vidas y trabajos cada vez más
precarios, inestables, inciertos… ¡Hasta el carácter se corroe, como nos
recuerda Richard Sennet!
Pero eso no ha afectado a todo el mundo por igual. Por
ejemplo, las empresas y trabajadores cualificados más expuestos a la
globalización han salido ganando porque han visto incrementar su mercado y
posibilidades, mientras que las empresas y trabajadores cualificados otrora no
expuestos a la globalización o los trabajadores no cualificados en general han
sido duramente afectados como perdedores de la globalización. En el caso de
estos últimos, con mucha dureza debido a la fuerte presión competitiva y al
fracaso del llamado ascensor social –la posibilidad que tienen los nacidos en
un estrato social bajo de aspirar a mejores puestos de trabajo y
remuneraciones. Estos fenómenos se han dado en todo el mundo, en mayor o menor
grado, pero han variado según las singularidades de cada país.
Ya de una forma relativamente temprana, en 2008,
Hanspeter Kriesi y otros autores (West european politics in the age of
globalization) supieron ver que estos fenómenos acabarían llevándose por
delante el sistema de partidos en todos los países occidentales. Según ellos la
paradoja política de la globalización estribaba en que aunque la causa sea
global, la solución tiende a articularse a nivel nacional y en forma de cambios
radicales en el seno de los partidos o, más probablemente, en nuevos partidos
que aprovechan una «ventana de oportunidad» (en efecto, el concepto era ya
ese). Según ellos los fenómenos económicos y sociales que se situaban al margen
de los partidos –como la globalización- los obligarían a reconfigurarse en
nuevas formas y relaciones y en torno a nuevos problemas vinculados a la
división entre ganadores y perdedores de la globalización.
Por eso cabe descartar los análisis simplistas, vengan
de donde vengan. No se trata de una simple pugna entre partidarios del libre
mercado y partidarios del proteccionismo como tampoco lo es entre capitalistas
y trabajadores, religiosos y ateos o nacionalistas y cosmopolitas. Hay un poco
de todo, y requiere análisis serio. Por ejemplo, no es cierto que la clase
trabajadora estadounidense haya votado en masa a Trump, porque entre otras
cosas también los latinos y los negros son en gran medida clase trabajadora.
Pero sí es cierto que el discurso de Trump ha tenido una conexión esencial con
el mundo blanco del trabajo, el más afectado por la globalización neoliberal, y
de donde ha extraído millones de votos. Pero ojo, no sólo se trata del mundo
del trabajo puesto que también las grandes empresas otrora protegidas y ahora
expuestas al mercado internacional están en las mismas posiciones. El caso de
la empresa textil New Balance, cuyas zapatillas se han convertido para los
anti-Trump en objetivo político, es representativo. Hay pocos sectores más
interesados que el textil (empresarios y trabajadores) en reducir la
competencia económica internacional con nuevas formas de proteccionismo
económico.
Ahora bien, lo que tienen en común los
quema-zapatillas y los analistas liberales es su falta de comprensión, cuando
no directamente de desprecio, hacia la realidad de la clase trabajadora. Quizás
revele una suerte de elitismo, o quizá de ignorancia, pero ese es, en efecto,
el principal problema de la izquierda ante fenómenos como los que estamos
viviendo.
Analistas liberales como Dani Rodrik han reconocido este hecho también desde muy
temprano, sugiriendo que una globalización no regulada tendría como
consecuencia directa el crecimiento de la rabia y la frustración social. No
hace falta que me detenga en la obra completa de un pensador que es, subrayo de
nuevo, liberal. En resumen, Rodrik ha insistido en que estas fuerzas desatadas
serían incontrolables política y socialmente, y ha culpado directamente a la izquierda
de no estar a la altura. Creo que, en este punto, tiene razón. También en los
últimos días la socióloga Eva Illouz ha abundado en esta hipótesis. Según ella
la llamada nueva izquierda se dedicó a temas importantes –imprescindibles,
diría yo- como las nuevas demandas civiles de las minorías y del feminismo y
ecologismo pero a costa de abandonar a los segmentos más desprotegidos de la
clase trabajadora. Al cabo de un tiempo ésta parecía tener comportamientos
inentendibles para una izquierda que, en suma, se había hecho élite. Esta
denuncia es, a mi juicio, también correcta. Y es coherente tanto con la tesis
de Ronald Inglehart sobre la desmaterialización de la izquierda (despreocupada
cada vez más de las cuestiones materiales) como con la tesis de Owen Jones
acerca del abandono que la izquierda ha sometido a los estratos sociales más
bajos, los llamados chavs.
Nuestro país tiene una singularidad adicional, muy
vinculada a la transición. A pesar de tener a uno de los movimientos obreros
más fuertes de Europa, en España la izquierda abandonó en los setenta la
prioridad de construir alternativa en el tejido social. En efecto, Santiago
Carrillo desmontó la estructura organizativa del Partido Comunista y que hasta
entonces se articulaba sectorialmente y con una fuerte presencia en los barrios
populares. En su lugar dejó una organización estructurada en paralelo a las circunscripciones
electorales, de tal modo que el mensaje era claro: lo importante eran las
instituciones, esto es, presentarse con éxito a las elecciones. En aquellos
años se sentaron las bases de una izquierda institucionalizada, dedicada casi
en exclusiva a la gestión, y cada vez más desconectada de la realidad concreta
de la clase trabajadora. Una clase que, además, se fragmentaba cada vez más
como consecuencia de las reformas neoliberales de los gobiernos de los 70s y
80s. La izquierda, como estrategia, tendía a refugiarse en universidades e
instituciones políticas. Mientras la realidad, por decirlo así, caminaba por
otra parte. Naturalmente miles y miles de militantes mantuvieron su conexión
con la realidad del pueblo y de la clase, y gracias a eso es por lo que aún
existe izquierda digna de tal nombre en nuestro país.
En estos días nos han dicho que desde Unidos Podemos
somos igual que Trump. Es radicalmente falso, y más aún en este punto.
Desgraciadamente estamos lejos de llegar a la clase trabajadora realmente
existente (y con este realmente existente pretendo desvincular la realidad
material de la clase con la liturgia que acompaña todo llamamiento a la clase;
¡como si decir clase cien veces nos hiciera clase o acaso marxistas!). Alguno
podría pensar que todo comenzó con la transición, pero no es cierto: el
problema venía de muy atrás. En realidad, la izquierda nunca ha representado
del todo bien a la clase que dice representar. Todos los datos empíricos
señalan la profunda brecha que separa a la izquierda europea de la clase
trabajadora (en cualquiera de sus acepciones, estrecha o amplia). Hay una
fuerte relación entre los trabajadores que tienen conciencia de clase, esto es,
los que ideológicamente se sitúan en la izquierda; pero la gran masa de trabajadores
o bien pasa de la política o bien vota a la derecha. Y esto era tan aplicable
al PCE de los ochenta como a Podemos o IU del 2014.
En nuestra España actual la cosa sigue igual. Aún hoy
el 21,2% de las personas desempleadas vota al PP o Ciudadanos, el 11,7% al PSOE
y el 18,7% no vota. Nuestro espacio político, Unidos Podemos, recoge el 13,4%
de voto del conjunto de desempleados. Otro dato para la retina: el 20% de los
votantes de Ciudadanos carece de ingresos. Podríamos abundar en otros datos,
pero la sangre brota de la herida ya de forma suficiente.
La solución, en breve, no es representar al pueblo. Es
ser pueblo. La solución no es que desde púlpitos acreditados, y tras debates
escolásticos dignos de la autocomplacencia más pija, se propongan recetas
mágicas para el juego de la representación institucional. La única forma
posible de evitar la barbarie, sea en la forma de Trump, LePen o cualquier
otra, es descender del reino de los cielos al reino más mundano de la vida
cotidiana. Nuestro objetivo es convertirnos en conflicto, que es la
cristalización de las contradicciones del sistema y de la globalización, y
autoprotegernos y autoorganizarnos como clase, como víctimas de la crisis. La
clase se expresa también en nuevas fórmulas discursivas y de tono, de la misma
forma que tiene otras manifestaciones culturales que van más allá del indie y
de la tribu hipster. Nuestra clase no son sólo los trabajadores de
cuello azul, sino también las mujeres que realizan trabajos de cuidados sin
remunerar o los jóvenes habituados a las nuevas tecnologías pero no al empleo.
Por citar algunos ejemplos concretos. Todos ellos, todos nosotros, exigimos una
izquierda a la altura del momento histórico. Unidad, organización y, sobre
todo, praxis. Sin filosofía de la praxis seremos todos unos pijos sin utilidad.