El imponente Cerro de los Siete Colores en Purmamarca, Jujuy (Argentina)

El imponente Cerro de los Siete Colores en Purmamarca, Jujuy (Argentina)
El imponente Cerro de los Siete Colores en Purmamarca, Jujuy (Argentina)

viernes, 3 de agosto de 2012

LA ORDEN GENERAL DE 1819


EL BANDO MÁS IMPORTANTE DEL GENERAL DE SAN MARTIN

            La orden general del 27 de julio de 1819 fue el más extraordinario bando emitido de puño y letra por el Libertador General José de San Martín en circunstancias sumamente complicadas  para el movimiento emancipatorio americano. Se tenían noticias de que una poderosa flota española se estaba preparando para reprimir la lucha por la independencia de las colonias a quienes la monarquía llamaba “insurgencia rebelde” con lo cuales no quería ni hablar ni negociar ni pactar, ni sostener ninguna forma de diálogo que pudiera poner fin a tantos años de guerra. Para el rey Fernando VII, reinstaurada por la reaccionaria Santa Alianza, solo cabía una política: la liquidación de los insurgentes porque estaban contaminados de revolución francesa y proclamaban a viva voz que los rebeldes de las colonias mancillaban con sus acciones a la Santísima Majestad Católica. Justo ellos se atreven a poner el grito en el cielo la defensa de la iglesia que con su inquisición derramaron ríos de sangre por todo el continente y no tuvieron ninguna actitud de clemencia cuando ordenaron el fusilamiento de un digno hijo de la iglesia como fue el gran cura mexicano Miguel Hidalgo.
           
            La Revolución de Mayo, aun con todos sus errores y dificultades que tuvo, no se atrevió a pasar por las armas a los obispos católicos que profesaban un odio sagrado al nuevo sistema de libertad nacido en 1810 e  instaban a los ejércitos españoles liquidar a todos los sublevados contra al autoridad del rey en estas tierras. Este fue el caso de la conspiración de Santiago de Liniers en la ciudad de Córdoba, quien apresado por las unidades militares dirigidas por Juan José Castelli, fue inmediatamente fusilado y salvándole la vida a los sacerdotes implicados en aquella sublevación.
           
            San Martín estaba plenamente comprometido con la preparación de la expedición al Perú para poner fin a los trescientos años de dominación española, pero enfrentaba una dura oposición del gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata, de su propio país, porque estaban altamente preocupados por la influencia cada vez más grande de los caudillos provinciales especialmente del litoral, cuyas fuerzas militares puestas en movimiento, ponían en peligro la estabilidad política del Directorio de Buenos Aires.

            El Directorio bajo la conducción del general Juan José Rondeau le reclamaba con suma urgencia que viaje a Buenos Aires para conversar sobre la situación del país y el lugar que debía ocupar el Ejército de Los Andes como medio para defender la ciudad de las montoneras que amenazan su gobierno. San Martín desde Mendoza donde se encontraba enfermo y haciendo reposo, respondía a las órdenes de la autoridad porteña con toda clase de impedimentos, caprichos y evasivas porque sabía que bajar a Buenos Aires implicaba meterse en una guerra civil en la que no quería verse involucrado y lo más trágico era que si el Ejército de Los Andes se enfrascaba en esa guerra significaría su disolución y destrucción. Es en este contexto político cuando redacta la proclama más poderosa de toda la guerra de la independencia de la América del Sur para que nadie tenga dudas que la decisión de ser completamente libres e independientes era un proceso irreversible, irrebatible y irrevocable. El texto íntegro dice así:

            “Ya no cabe duda de que una fuerte expedición española viene a atacarnos; sin duda alguna los gallegos creen que estamos cansados de pelear y que nuestros sables y bayonetas ya no cortan ni ensartan; vamos a desengañarlos.
            “La guerra se la tenemos que hacer del modo que podamos, si no tenemos dinero, carne y un pedazo de tabaco no nos ha de faltar; cuando se acaben los vestuarios nos vestiremos con la bayetita que nos trabajan nuestras mujeres; y si no andaremos en pelota como nuestros paisanos los indios. Seamos libres y lo demás no importa nada. Yo y vuestros oficiales os daremos ejemplo en las privaciones y en los trabajos. La muerte es mejor que ser esclavos de los maturrangos.
            “Compañeros, juremos no dejar las armas de la mano hasta ver el país enteramente libre  morir con ellas como hombres de coraje.”
 
            En ninguna de las novecientas páginas de su medulosa “Historia de San Martín y de la Independencia Americana, don Bartolomé Mitre que fue un hombre tan cuidadoso, puntilloso y extremadamente riguroso en el manejo de los documentos históricos, menciona esta Orden General y siendo una biografía como la de Mitre, una obra donde destaca fundamentalmente las cualidades y las capacidades de conducción y organización militar del Libertador, el hecho que nunca hable de ella, resulta un tanto extraño porque en esta proclama está claramente expuesta todas esas características que hacen a un jefe militar en todo su esplendor a la hora de ponerse al frente de su ejército y hombres para realizar la magna tarea de terminar con el sangriento colonialismo de la monarquía borbónica española.

            Es imposible que no lo conociera sino más bien lo que asustaba de este bando, era su fuerte contenido que – indudablemente - ponía en tela de juicio la semblanza que Mitre quiso dar de San Martín, como un hombre impoluto, apolítico y desprovisto de toda consideración social que implique la defensa del indio, del negro o del mestizo, quienes fueron en definitiva los que formaron, pelearon y murieron en todos los rincones de la América insurgente en las gloriosas guerras de la independencia del siglo XIX.