El imponente Cerro de los Siete Colores en Purmamarca, Jujuy (Argentina)

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domingo, 19 de agosto de 2012

EL LIBERTADOR SAN MARTIN FUSILA


SAN MARTIN APLICA LA JUSTICIA REVOLUCIONARIA 

Por Sergio Daniel Aronas - 19-08-2012

            La guerra de la independencia latinoamericana fue una extraordinaria obra titánica y gigantesca que cada vez que uno se interna en su estudio, el sentimiento de admiración hacia quienes tuvieron la misión histórica de realizarla, florece con mayor respeto.
            Uno de esos acontecimientos donde sale a la luz toda la fuerza y la tenacidad del nuevo jefe militar el entonces Coronel José de San Martín, que se vislumbraba como el nuevo conductor de los ejércitos de las Provincias Unidas del Río de la Plata, es el ajusticiamiento del coronel español Antonio Landívar que aun sigue dando polémicas entre los estudiosos de la historia. Luego de la derrota del general Manuel Belgrano en las batallas de Vilcapugio (1º de octubre de 1813) y de Ayohuma (30 de noviembre de 1813) la provincia del Alto Perú volvió a caer en manos de los colonialistas españoles cerrando un año que, habiéndose iniciado con los importantes triunfos en el combate de San Lorenzo (3 de febrero de 1813) y la batalla de Salta (20 de febrero de 1813), terminó con una dura derrota para el Ejército del Norte de las Provincias Unidas del Río de la Plata ante la pérdida de los territorios altoperuanos.
            El Segundo Triunvirato decide reemplazar a Belgrano por el  Coronel Mayor José de San Martín quien asume el mando el 30 de enero de 1814 hasta que renuncia al cargo en mayo de 1815 para asumir la dirección política de la Intendencia de Cuyo desde donde construirá el Ejército de los Andes, realizando una obra de gobierno con la movilización de recursos económicos y financieros desde donde no los había.
             Durante su estadía en el Alto Perú toma nota y analiza la situación estratégica militar de la zona a proteger de las invasiones realistas. Conoce y establece una profunda amistad con el General Manuel Belgrano a quien defiende en todo momento frente a las maquinaciones del gobierno de Buenos Aires que pretendió iniciarle una corte marcial por sus derrotas y comparten los mismos ideales en la lucha por sostener la guerra de la independencia en Sudámerica contra los ejércitos españoles quienes no renunciaban a ningún tipo de método para someter a los pueblos sublevados contra el absolutismo monárquico de los Borbones. También se hace amigo y compañero de armas del Teniente Coronel Martín Miguel de Güemes cuya defensa de la frontera Norte lo convirtió en el más formidable combatiente que mantuvo a raya todos los intentos de invasión de los españoles a los que se enfrentó en más de sesenta batallas y combates. 
            Estando ya al frente del Ejército del Norte se entera de la existencia de una banda de criminales realistas dirigidos por el coronel Antonio Landívar, quien era partidario de la represión violenta y sanguinaria al movimiento independentista en la región del Alto Perú conforme a estrictas órdenes recibidas de sus mandos superiores. En su Historia de San Martín y de la Independencia Americana, el general Bartolomé Mitre realiza un extenso análisis de las fechorías y salvajadas cometidas por las tropas de este jefe español (Ver Historia de San Martín y de la independencia Americana, Tomo I, páginas, 141 a 143, Edición Eudeba, Buenos Aires, 1977). Mitre así relata los hechos:
            "Durante la permanencia de San Martín al frente del Ejército del Norte, tomóse prisionero en Santa Cruz de la Sierra al coronel español Antonio Landívar. Había sido éste uno de los agentes más despiadados de las venganzas de Goyeneche, y en consecuencia el general le mandó formar causa 'no por haber militado con el enemigo en contra de nuestro sistema (dice en su auto), sino por las muertes, robos, incendios, saqueos, violencias, extorsiones y demás excesos que hubiese cometido contra el derecho de la gue­rra'.
            "Reconocidos los sitios en que se cometieron los excesos y levantados los cadalsos por orden de Landívar, se compro­bó la ejecución de 54 prisioneros de guerra, cuyas cabezas y brazos habían sido cortados y clavados en las columnas miliarias de los caminos. El acusado declaró que sólo había ajusticiado 33 individuos contra todo derecho, alegando en sus descargos haber procedido así por órdenes terminantes de Goyeneche, las que exhibió originales.

            "He aquí en extracto algunas de las órdenes de Goyeneche: `Potosí, diciembre 11 de 1812. Marche Ud. so­bre Chilón rápidamente y obre con energía en la persecución y castigo de todos los que hayan tomado parte de la conspiración de Valle Grande, «sin más figura de juicio» que sabida la verdad militarmente.' Otra: `Potosí, diciem­bre 26 de 1812. Tomará las nociones al intento de saber los generales caudillos y los que han seguido de pura voluntad, «aplicando la pena de muerte a verdad sabida sin otra figura de juicio». Defiero a Usted todos los medios de pur­gar ese partido de los restos de la insurrección que «si es posible no quede ninguno». En 5 de diciembre de 1813 se reitera la misma orden, y a 11 del mismo mes y año, contes­tando a Landívar, le dice Goyeneche: `Apruebo a Ud. la energía y fortaleza con que ha aplicado la pena ordinaria a unos y la de azotes a otros, y le prevengo que a cuantos aprehenda con las armas en la mano, que hayan hecho oposición de cualquier modo a los que mandan, convocado y acaudillado gente para la revolución, sin más figura de juicio que sabida la verdad de sus hechos y convictos de ellos, los pase por las armas. Apruebo la contribución que acordaba imponer a todos los habitantes que han tomado parte en la conspiración, o la han mirado con apatía o indiferencia'. Por último, en varios otros oficios tanto Go­yeneche como su segundo el general Ramírez, escriben a Landívar: `Sólo creo prevenirle que no deje un delincuente sin castigo a fin de fijar el escarmiento en los ánimos de esos habitantes'.

            "En vista de esos descargos, la defensa fue hecha con toda libertad y energía por un oficial de Granaderos a caballo, quien refutó con argumentos vigorosos las conclusiones del fiscal de la causa, invocando el principio de fidelidad que debía a sus banderas aun cuando fuesen ene­migas, y la inviolable obediencia que debía a sus jefes, tratando de ponerlo bajo la salvaguardia de los prisioneros de guerra.

            "Tal es la causa que con sentencia de muerte fue eleva­da a San Martín el 15 de enero de 1813, y que él con la misma fecha mandó ejecutar, escribiendo de su puño y letra `cúmplase', sin previa consulta al gobierno, como era de regla".

            Hasta aquí la cita de Mitre donde describe con claridad las represión de los realistas. Sin embargo, hay un error importante que vamos a dilucidar. Dicho error está en la fecha de la sentencia y este es un fallo que repiten varios historiadores que al reproducir este pormenorizado conjunto de hechos de la obra de Mitre, no se dan cuenta de la fecha ya que no es un detalle menor. Este yerro lo he verificado en dos versiones de la biografía sanmartiniana de Mitre: en la segunda edición en tres tomos de Eudeba de 1977 en el tomo I (página 142) y en la edición de Anaconda de 1950 en la página 118 de un solo tomo de 988 páginas. ¿En qué consiste el error? En que el proceso y fusilamiento del coronel Landívar sucedió justamente un año después de la fecha indicada por Mitre. El 15 de enero de 1813 San Martín estaba con sus granaderos a caballo persiguiendo por tierra a una flota española que estaba buscando una playa para desembarcar. Por lo tanto, es imposible que en esa fecha estuviese en dos lugares al mismo tiempo. Además el Ejército del Norte seguía avanzando firmemente en profunda persecución contra los españoles para expulsarlos de nuestros territorios que quedarían plasmados en la gran victoria de la batalla de Salta para la que faltaban veinticinco días, ya que tuvo lugar el 20 de febrero de 1813. El tercer hecho es que no se habían dado las lamentables de derrotas del Belgrano que iba a producir su destitución y su reemplazo por el Coronel Mayor San Martín. Esto iba a suceder un año después. Es muy raro que alguien tan puntilloso con el manejo de los documentos y las fechas como Bartolomé Mitre cometa un error semejante y muy pocos historiadores profesionales reparan en esta confusión. Los acontecimientos en que ocurrieron los hechos que analizamos fue en abril de 1814 a los tres meses de ser nombrado jefe del Ejército del Norte, donde la orden de fusilar a Landívar se cumplió el 16 de abril de 1814 sin previa consulta al gobierno central como era la norma para proceder en estos casos. (Ver Patricia Pasquali, San Martín: la fuerza de la misión y la soledad de la gloria, Editorial Planeta, 1999, página 187) 
            La justificación de la orden de fusilamiento aplicada contra el coronel Landívar, quien fue tomado prisionero por las tropas del General Belgrano, fue escrita por San Martín con las siguientes expresiones que evidenciaban que con los españolas no podía haber otra respuesta que la justicia revolucionaria porque la guerra en la que estaban comprometidos debía dar ejemplos de severidad, rigor y tener una actitud implacable contra los asesinos que no respetaban los códigos de la guerra de aquella época. Así escribía el Coronel Mayor Jose de San Martín: 
            “Aseguro a V.S. que a pesar del horror que tengo a derramar la sangre de mis semejantes, estoy altamente convencido de que ya es abso­luta necesidad el hacer un castigo ejemplar de esta clase. Los enemigos se creen autorizados para exterminar hasta la raza de los revolucionarios, sin otro crimen que reclamar éstos los derechos que ellos les tienen usurpados. Nos ha­cen la guerra sin respetar en nosotros el sagrado derecho de las gentes y no se embarazan en derramar a torrentes la sangre de los infelices americanos. Al ver que nosotros tratábamos con indulgencia a un hombre tan criminal como Landívar, que después de los asesinatos cometidos aún gozaba de impunidad bajo las armas de la patria, y en fin, que sorprendido en un transfugato y habiendo hecho resis­tencia, volvía a ser confinado a otro punto en que pudiese fomentar, como lo hacen sus paisanos, el espíritu de oposi­ción al sistema de nuestra libertad, creerían, como creen, que esto más que moderación era debilidad, y que aún tememos el azote de nuestros antiguos amos'.
            A continuación dice atinadamente el mismo Mitre: “Este grito vibrante del criollo americano debía resonar por largos años en los campos de Salta y repercutir en las montañas del Alto Perú, obligando a los antiguos amos a reconocer a los partidarios como a soldados regulares y a tratar a los revolucionarios como a individuos amparados por el derecho de gentes” (B. Mitre. Historia de San Martín y de la Independencia Americana, Tomo I, página 143, Ed. Eudeba).

            San Martín escribió estas palabras a los treinta y seis años y expresaba con suma claridad el carácter, la forma y el contenido con que se desarrollaba la guerra de la independencia. Una guerra que revestía un carácter bestial por todas los asesinatos cometidos, en primer lugar, por los ejércitos españoles para quienes la pena de muerte no tenía distinción de sexo ni de calidad o condición social o actividad del imputado. La insurrección de los pueblos americanos que tuvieron un efecto dominó hasta abarcar todo el continente. Y esta insurrección recibió como respuesta la feroz represión de monarquía borbónica en decadencia, enviando 17 expediciones que movilizaron más de 100 mil soldados armados hasta los dientes y dirigidos por generales que venían de participar en las guerras contra Napoleón Bonaparte, gracias a la cual contaba con vasta experiencia en el manejo de tropas.

            San Martín exigía la aplicación del derecho de gentes para garantizar el respeto a los soldados y que el estado de revolución en que se hallaban, era el producto de más de 300 años de colonialismo y servidumbre con el que había que terminar. El Libertador creía firmemente en que la ciega obediencia y la subordinación son el alma del sistema militar como escribía en sus cartas. Sin embargo, para él esto tenía una delimitación precisa más allá de la cual no podía traspasarse y eso consistía en que nunca debía utilizarse a la fuerza militar en contra del pueblo. Y así lo dejó establecido: “Un ejército es un león al que hay que tenerlo enjaulado para soltarle el día de la batalla. Y esa jaula es la disciplina y los barrotes son las ordenanzas y los tribunales militares y sus fieles guardianes, pues ese día se habrá convertido esa institución en un verdadero peligro y en una amenaza nacional”. Y también decia con el mismo tenor: "Ni la más estricta obediencia militar puede transformar la espada del soldado en cuchillo de verdugo". Por eso jamás se entremetió con su ejército para reprimir a los caudillos y a los pueblos del interior. Sólo lo movilizó para derrocar al Primer Triunvirato en octubre de 1812 con justas razones porque la política de ese gobierno conspiraba con el sostenimiento de la guerra de la independencia. Y quien quiera conocer detalladamente por documentos de la época el significado de los trescientos años de yugo español en América, nada mejor que leer uno de los mejores escritos que produjo nuestra historia y que es (y no fue porque sigue vigente) el “Manifiesto hace a las Naciones el Congreso General Constituyente de las Provincias Unidas del Río de la Plata, sobre el tratamiento y crueldades que han sufrido de los españoles y motivado la declaración de la independencia” publicado el 25 de octubre de 1817 por encargo del Congreso de  Tucumán en cuya declaración de la Independencia hay un pequeño párrafo final donde expresa que un manifiesto se darán a conocer los motivos que obligaron a estas Provincias declararse libres, soberanos e independientes. Este documento es otro de los grandes escritos prácticamente ignorado por la gran mayoría de los historiadores argentinos por la terrible crítica que hace de la dominación de los Reyes de España por estas tierras. Es muy probable que los historiadores lo conozcan al pie de la letra, pero el ciudadano común nunca oyó hablar de él en ningún tipo de libro o en algún momento de su vida escolar. El propio Sarmiento lo calificó de aborrecible y rechazó su contenido con duras críticas afirmando que nunca debió escribirse semejante documento.
            Los ejércitos españoles que vinieron a destruir el nuevo sistema de libertad e independencia lo hicieron con una furia incontrolable que no trepidaron en liquidar a la población civil a quienes ignoraban por completo y esa exigencia de los ejércitos libertadores a ser reconocidos como cuerpo combatiente implicaba el respecto a las normas de guerra vigente en aquella época.   
            Este acto de justicia revolucionaria vino a mostrar que el camino hacia la independencia no tenía vuelta atrás y que el carácter de la lucha armada contra el colonialismo español era una guerra sin cuartel porque las masacres cometidas por los ejércitos realistas era de una magnitud tan espeluznantes que para cortar con esta violencia desenfrenada había que tomar medidas extremas para detenerlas. Por esta razón, no es casual que coincida en con el Decreto de Guerra a Muerte que Simón Bolívar emitiera el 15 de junio de 1813 y con su posterior bajo el nombre de “Manifiesto a las naciones del mundo sobre la guerra a muerte” del 24 de febrero de 1814, donde puede leerse las inenarrables acciones de los españolas en las ciudades donde entraban. Los dos bandos tienen el mismo sentido condenar los métodos criminales de jefes realistas y poner en claro que la lucha era contra los enemigos exteriores, que invadieron nuestras tierras y creían con derecho a borrar del mapa a todas las poblaciones por donde pasaban,  
            A los historiadores que reivindican su origen español les resulta muy difícil aceptar y reconocer la existencia de este tipo de documentos porque consideran que los trescientos años de colonialismo fueron muy importantes para el nuevo continente y también porque criticar duramente a la monarquía española es un tiro por elevación a su Santísima Majestad Católica, ya que fue la Iglesia la que asumió la defensa y la protección de su larga dominación política, económica y social. En este sentido, no debemos olvidar que los papas Pío VII y León XII se opusieron tenazmente a la emancipación latinoamericana con la publicación de  sus respectivas encíclicas Esti loggisimo terrarum del 30 de enero de 1816 por el primero y Etsi quam diu del 24 de septiembre de 1824, ambas contra el derecho y la legitimidad de la revolución antiabsolutista contra el reino de España.
            Es lógico que los Papas reaccionaran de esta manera porque la guerra de la independencia que era la única salida que tenían los pueblos americanos para terminar con la dominación de los reyes de España, se inspiró en la ideología de las revoluciones de los Estados Unidos de 1776 y sobretodo en la francesa de 1789 y no en la que profesaba el Vaticano. Y todos los que dirigieron las dos revoluciones eran integrantes de Logias masónicas, a las que también combatía la Iglesia Católica, prohibiendo su difusión al quedar bajo la estricta vigilancia del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición. Recordemos que los libros de los autores de la Enciclopedia estaban prohibidos y que el propio Manuel Belgrano antes de la batalla de Tacuarí llevaba entre sus papeles su traducción del discurso de despedida de George Washington. Por su parte, Mariano Moreno cuando escribe el prólogo de la edición de “El Contrato Social” de Jean Jacques Rousseau, decide eliminar el capítulo religioso, debido –según sus propias palabras- a que “tuvo la desgracia de delirar en materia religiosa”. Otro dato interesante es que cuando llegó a Roma la noticia de la derrota del Ejército del Norte en la batalla de Sipe Sipe, el papa Pío VII dictó un Te Deum por la victoria de las armas españolas.
            Gracias a la existencia de jefes valientes que se formaron con los métodos militares que venían de la colonia y que conocían el sistema de los ejércitos españoles, gracias a los pueblos que aportaron sus hijos a la integración de los primeros cuerpos hasta que el General San Martín le imprimió una nueva organización como lo reconoce el General José M. Paz en sus memorias y gracias a que pudieron superar todo tipo de dificultades, la lucha por la emancipación latinoamericana, terminó como debía terminar: con la derrota total del imperio español, lo que dio origen al nacimiento a la vida independiente de las nuevas naciones que pelearon y murieron por ella.