DOCUMENTOS DE LA REVOLUCION CUBANA
LA SEGUNDA DECLARACIÓN DE
SANTIAGO DE CUBA
Por Sergio Daniel Aronas
Un 4 de febrero de 1962, la revolución cubana
emitía uno de sus documentos más extraordinarios, contundentes y de candente
actualidad para los tiempos que corren en este siglo XXI: ese día el pueblo de
Cuba daba a conocer al mundo la Segunda Declaración de La Habana en un acto
gigantesco convocado por el gobierno revolucionario para enfrentar en aquel
momento el intento del ministerio de las colonias que es la OEA, de expulsar a
Cuba de la organización en la fantochada reunión de Punta del Este.Ahí Fidel dijo
"Desde luego que Cuba no estaría donde está, ni nuestra patria ocuparía el
lugar que hoy ocupa en el concepto de los demás pueblos del mundo, si detrás de
la patria, si detrás de la bandera soberana de la patria, si detrás de la
Revolución no estuviera el pueblo, si detrás de esta Revolución no estuviera
este pueblo (APLAUSOS). Y nuestra Revolución no habría llegado a ser lo que es
hoy, y Cuba no sería abanderada de la libertad de América, si detrás de este
hecho histórico de la Revolución no estuviese un pueblo digno de ese lugar de
honor que hoy ocupa en los corazones de los 200 millones de hermanos de América
Latina (APLAUSOS); si detrás de la patria soberana, si detrás de la patria
soberana, si detrás de la bandera libre, si detrás de la Revolución redentora
no hubiera un pueblo firme y heroico como este, la patria ni sería libre ni la
bandera sería soberana, ni la Revolución marcharía adelante con la firmeza
inquebrantable con que marcha".
Presentamos el documento completo porque la
Revolución Cubana tiene mucho para enseñarnos, sobre todo para las fuerzas de
izquierda en el tema de la unidad, en la elaboración del programa de lucha para
la toma del poder y luego para la transformación del país. La actualidad de
este documento emana por el hecho de las características de la situación general
en nuestra América no han variado en demasía pese a la existencia de ciertos
gobiernos de izquierda y centro-izquierda que no avanzaron en la demolición del
viejo poder político y económico.
El imperialismo sigue siendo tan violento,
agresivo y criminal como en los tiempos en que fue dado a conocer este
documento ya que en los últimos 25 años ha ejercido un dominio absoluto en las
relaciones internacionales promoviendo guerras de agresión como las que desató
contra Iraq entre enero y febrero de 1991, a sus fracasadas intervenciones
militares en Somalía y los bombardeos contra la República Socialista de Serbia
en la guerra civil de la antigua Yugoslavia para derrocar al gobierno de
Slovoban Milosevic; a los bombardeos en Kenia, Sudán y las invasiones militares
llevadas a cabo contra Afganistán en octubre de 2001, la de Iraq en marzo de
2003 y las guerras para provocar cambios de régimen contra Libia y Siria.
Respecto a Cuba, el restablecimiento de
relaciones a nivel de embajadores y la próxima visita de Barack Obama en su
último año de presidencia quiere ser presentado como un gesto de buena voluntad
hacia el pueblo cubano. Pero el gobierno de Cuba exigen el inmediato
levantamiento del bloqueo y el embargo contra la isla, la devolución de la base
ilegal imperialista en Guantánamo y el resarcimiento económico y financiero por
las pérdidas causadas a Cuba en todos los años en que sigue esa macabra y
aberrante medida que todos los gobiernos estadounidenses desde Kennedy hasta el
día de hoy han mantenido invariablemente como una política de Estado con el de
derrocar la Revolución iniciada el 1º de enero de 1959.
Todos los intentos del imperialismo por
aplastar a Cuba, a su gobierno, a su revolución y a su pueblo y lograr su
rendición, han fracasado por completo como lo reconocen vastas autoridades del
establishment estadounidense. Cuba mantiene una resistencia combativa frente a
un enemigo poderoso que la ataca desde el primer momento en todos los
terrernos: en lo político, en lo económico, en lo social, en lo militar, en lo
diplomático, en lo cultural, en los valores humanos. Pero es en el plano
ideológico donde la agresividad imperialista llega a los niveles más
exacerbados de violencia. Por esta razón, Fidel planteó la batalla de las ideas
que se remonta a su expresión de que el imperialismo necesita de las guerras
porque está huérfano de ideas.
Este documento vibrante es una plataforma de
análisis del momento latinoamericano de 1962 y mantiene su vigencia porque no
se han podido romper las cadenas que atan a la liberación de nuestros pueblos
del imperialismo y las fuerzas reaccionarias interiores.
Compañeros
y compañeras de la Segunda Asamblea General Nacional del Pueblo:
Se
reúne por segunda vez, con carácter de órgano soberano de la voluntad del
pueblo cubano, esta Asamblea General en el día de hoy; y se reúne para dar
cabal respuesta a la maniobra, a la conjura, al complot de nuestros
enemigos en Punta del Este.
En todo
el mundo están puestos los ojos sobre nuestro pueblo en el día de hoy; los
pueblos de todos los continentes están esperando esta respuesta de nuestra
patria. Los mensajes que se han leído en la tarde de hoy demuestran
cuánto interés, cuánta atención, cuánta solidaridad ha despertado el acto de
hoy.
Desde
luego que nuestro pueblo sabía perfectamente bien qué se proponían los
imperialistas yankis; nuestros pueblos están perfectamente informados de sus
intenciones; nuestro pueblo —que lleva tres años bajo el incesante
hostigamiento del imperialismo yanki— sabía a qué fueron ellos a Punta del
Este, sabía que esa conferencia no tenía otro propósito que promover nuevas
agresiones y nuevos complots contra nuestro país. Y, desde luego, ya el
imperialismo ha dado nuevos pasos agresivos. Como explicó nuestro
Presidente al hablar en la tarde de hoy, ya los imperialistas han acordado un
embargo más —¡uno más! — sobre nuestras relaciones comerciales.
Aún
quedaba un comercio, principalmente de tabaco y de frutas, con Estados Unidos,
ascendente a varios millones de dólares. Cuando la delegación yanki
propuso en Punta del Este sanciones económicas y políticas, cese del comercio y
cese de las relaciones diplomáticas de los demás gobiernos —de los que aún
quedan con relaciones, de los que aún no se han plegado, de los que han
resistido a las presiones del imperialismo— a fin de que rompieran con
nosotros, el imperialismo, ya en plena crisis, aún cuando logró una parte de
sus propósitos —y es preciso analizar y considerar atentamente los acuerdo allí
tomados y los propósitos de esos acuerdos— no pudo, sin embargo, obtener todo
lo que pretendía, aun cuando logró declaraciones condenatorias contra Cuba,
producto de presiones enormes sobre todos los cancilleres.
Tan
desvergonzada, tan irracional, tan injustificada era su demanda, tan
deprimente, tan desmoralizadora para los gobiernos allí representados, que
algunos gobiernos se resistieron a aceptar el máximo de las exigencias
yankis. Y en virtud de su resistencia, por cuanto no estaban
dispuestos a romper simplemente por una orden de Washington, y puesto que al
fin y al cabo esos gobernantes estarían obligados bien a cumplir acuerdos que
no consideraban justos, o bien a desacatar esos acuerdos, el imperialismo, al
parecer, no creyó prudente llevar tan lejos la cosa en esta reunión como para
imponer con su mayoría mecánica de 14 títeres un acuerdo que podía ser
desacatado por la minoría que, siendo una minoría, sin embargo representa al
70% de la población de América Latina.
El
imperialismo, digo, no pudo imponer el acuerdo del cese de las relaciones
comerciales. Lo que pretendía el imperialismo era —al regreso de su
delegación— realizar este nuevo embargo sobre el comercio de Estados Unidos con
Cuba. No logró el acuerdo. Y como una prueba más de que
al imperialismo le importa un bledo la OEA y de que la OEA no es más que un
ministerio de colonias yankis, un bloque militar contra los pueblos de LA
América Latina, al regresar la delegación de Punta del Este, lo primero que
hicieron fue dictar esa nueva medida y prohibir de manera absoluta toda compra
de productos a Cuba, es decir, la compra del tabaco, la compra de nuestros
frutos y de aquellos productos que ascendían a algunas sumas de consideración.
Claro
está que como el imperialismo no podía dejar de ser cínico, como el señor
Kennedy no podía dejar de ser un desvergonzado (EXCLAMACIONES Y SILBIDOS) —como
lo ha sido desde que tomó posesión, desde que rechazó toda posibilidad de
llevar adelante una política pacífica con nuestro pueblo, desde que organizó su
criminal y cobarde invasión a nuestras costas y todos los hechos que
han costado sangre y vidas de hijos de nuestro pueblo—, no podía dejar de
acompañar su última felonía con la hipocresía. La hipocresía más
inaudita es el sello que acompaña a todos los actos del imperialismo.
¿Qué
hizo? Prohibir toda compra de productos a Cuba, es decir, privarnos
de más de 20 millones de dólares y, junto a esa medida, declarar que ellos, los
“buenos”, los “nobles”, los “eternamente humanitarios”, no prohibían, en
cambio, que nosotros les compráramos a ellos, que nosotros les compráramos alimentos
y medicinas. Es decir que mientras nos quitan los dólares producto
de nuestro comercio, los pocos que quedaban con Estados Unidos después que nos
arrebataron nuestra cuota de cientos de millones de dólares, dicen que, en
cambio, no prohíben que nos vendan. Es decir que nos quitan los
recursos para comprar, nos quitan los dólares destinados precisamente a
materias primas, a maquinarias, a alimentos, a medicinas y mientras por un lado
dictan esa criminal, unilateral y vergonzosa medida —una más contra nuestro
pueblo—, declaran que, en cambio, estarían dispuestos a vender mercancías y
alimentos.
Estaría
bueno preguntarles —ya que son tan “buenos”— por qué no las fían
también. Ya que están dispuestos a vender las medicinas y alimentos,
¿por qué no los fían? Porque nos quitan los dólares de las compras,
y entonces dicen que, en cambio, no prohíben las ventas. Pero ese es
el sello eterno de la hipocresía que acompaña al imperialismo, a fin de
ocasionar a nuestro pueblo tropiezos, dificultades, escaseces, colas y
dificultades de todo tipo, a fin de doblegar a nuestro pueblo mediante todos
los sacrificios, mediante la imposición de todos los sacrificios, de todas las
zancadillas, de todas las trampas, de todos los ataques arteros y cobardes
contra nuestra patria.
Desde
luego que Cuba no estaría donde está, ni nuestra patria ocuparía el lugar que
hoy ocupa en el concepto de los demás pueblos del mundo, si detrás de la
patria, si detrás de la bandera soberana de la patria, si detrás de la
Revolución no estuviera el pueblo, si detrás de esta Revolución no estuviera
este pueblo (APLAUSOS). Y nuestra Revolución no habría llegado a ser
lo que es hoy, y Cuba no sería abanderada de la libertad de América, si detrás
de este hecho histórico de la Revolución no estuviese un pueblo digno de ese
lugar de honor que hoy ocupa en los corazones de los 200 millones de hermanos
de América Latina (APLAUSOS); si detrás de la patria soberana, si detrás de la
patria soberana, si detrás de la bandera libre, si detrás de la Revolución redentora
no hubiera un pueblo firme y heroico como este, la patria ni sería libre ni la
bandera sería soberana, ni la Revolución marcharía adelante con la firmeza
inquebrantable con que marcha.
La
palabra de Cuba está respaldada por un pueblo entero; la palabra de la
representación de Cuba, allí donde habló para los pueblos y para la historia,
estaba respaldada por un pueblo entero. ¡Por eso vale nuestra
palabra, por eso vale ante los ojos del mundo, por eso vale ante la
historia! Porque los que allí hablaron contra nuestra patria sus
mentiras, no hicieron más que repetir las consignas criminales de sus
amos. Y detrás de las palabras huecas de los impugnadores de la
patria cubana, no había un pueblo; detrás estaban los asesinos de obreros y de
estudiantes, de campesinos; detrás estaba lo más corrompido, lo peor de
nuestras hermanas naciones. ¡Pueblo no, sino ausencia de pueblo,
vacío de pueblo! ¿Hasta cuándo tendrán la desvergüenza y el cinismo
de hablar de democracia? ¿Hasta cuándo estarán usando, hasta
desgastar, esa pobrecita palabra, infeliz palabra de “democracia
representativa”? Representativa solo de la voluntad del
imperialismo, representativa solo de la explotación, representativa solo de la
traición; democracia que es la democracia de la ausencia del
pueblo. Porque todos esos gobiernos, los 14, los 14 que votaron
contra Cuba, convocan al pueblo, y los 14 no reúnen tanto pueblo como la
Revolución Cubana reúne aquí (APLAUSOS).
Si
aquello es democracia, ¿qué es esto? Si aquello donde existe la explotación
del hombre, si aquello donde los hombres son discriminados por motivo de raza,
si aquello donde los pobres son miserablemente explotados y maltratados es
democracia, ¿qué es, entonces, esto? Si democracia quiere decir
pueblo, si democracia quiere decir gobierno del pueblo, entonces, ¿qué es
esto? Si democracia es la expresión de la voluntad del
pueblo, cabe decir lo único que puede decirse: que el país, el
pueblo y el régimen más democrático de América, es este régimen que puede
reunir al pueblo en una plaza gigantesca como esta (APLAUSOS), que puede
congregar cientos y cientos y cientos de miles, que puede congregar un millón,
que puede congregar quién sabe tantos, porque cada vez son más, más y más los
que se reúnen, y ya la multitud llega hasta las mismas faldas del Castillo del
Príncipe (APLAUSOS).
A este
pueblo, que con su presencia demuestra su dignidad y su postura, es al que
quieren someter los imperialistas, es al pueblo que quieren dividir y disgregar
los imperialistas, es al pueblo que quieren aplastar los imperialistas para que
ya nunca más rigiera la voluntad soberana del pueblo, para que ya nunca más se
volvieran a congregar las multitudes como aquí se congregan, y para que el
destino y la riqueza de la patria fuera dilapidada, y el curso de su historia
desviado por la voluntad de las camarillas que se reúnen en la sombra, a
espaldas de los pueblos; para que ya nunca más se vieran multitudes gigantescas
por las calles de la patria y en las plazas de la patria, levantando con orgullo
sus banderas y proclamando al mundo sus hermosas consignas.
Es al
pueblo al que quieren ponerle la bota encima los imperialistas, oprimirnos,
ultrajarnos, hacer añicos nuestra dignidad nacional, como han hecho
añicos la dignidad de muchos pueblos hermanos de este continente. Es
a este pueblo, rebelde y heroico, al que quieren aplastar. Y he ahí
su error, he ahí su gran error, he ahí la causa de su fracaso, porque el
imperialismo jamás aplastará a la Revolución Cubana (APLAUSOS), el imperialismo
jamás vencerá a la Revolución Cubana (APLAUSOS).
Si los
esbirros del imperialismo, si los capataces y mayorales del imperialismo y la
gusanera que los acompaña (EXCLAMACIONES Y SILBIDOS) pudiesen contemplar no más
que un minuto lo que nuestros ojos y los ojos de los visitantes que nos
acompañan están viendo hoy, quizás, quizás si se dieran cuenta, quizás si tan
siquiera pudieran apreciar los perfiles de su tamaño y descomunal error del
imposible que pretenden, quizás se dieran cuenta de lo débil y lo impotente que
son; quizás si reflexionaran, porque hasta ahora no han hecho más que errar y
persistir en el error; hasta ahora, con sus agresiones, no han hecho más que
fortalecer a Cuba.
Y
nuestro pueblo, ante esas agresiones, debe redoblar su espíritu de trabajo, debe
redoblar la fortaleza de su conciencia revolucionaria.
¿Qué
hacer ante los que quieren, a fuerza de privaciones, a fuerza de agresiones y a
fuerza de bloqueos, rendir a la patria? ¿Qué hay que
hacer? Pues, sencillamente, hay que trabajar más, hay que tomar más
interés en todo, hay que triplicar el cuidado y la atención en la producción,
en las fábricas, en las cooperativas, en las granjas, en los campos, en todas
partes (APLAUSOS); triplicar el esfuerzo para extraer el máximo de nuestra
riqueza con lo que tenemos, para extraer todo lo que necesitamos, para ir
resistiendo el bloqueo en estos meses, y quizás años largos de lucha y de
sacrificios que el imperialismo nos impone; utilizar todos los recursos que
tenemos para producir, para resistir y, al mismo tiempo, distribuir mejor lo
que tenemos, distribuir mejor lo que producimos.
Y, por
eso, es deber que cumplirá el Gobierno Revolucionario de estudiar todas las
medidas necesarias para que nuestro pueblo se pueda distribuir bien lo que
tiene, para que lo que tengamos bajo el bloqueo llegue a todos, para que todos
compartamos sin egoísmos lo que tenemos (APLAUSOS).
No
importa que aquí no vengan automóviles en muchos años; no importa, incluso, que
muchos objetos de lujo no vengan a Cuba en muchos años. ¡No importa,
si ese es el precio de la libertad; no importa, si ese es el precio de la
dignidad; no importa, si ese es el precio que nos exige la
patria! (APLAUSOS.)
Al fin
y al cabo, el pueblo nunca tuvo lujos; al fin y al cabo, el pueblo nunca tuvo
más que la explotación, la humillación, la discriminación, la servidumbre, el
desempleo y el hambre; al fin al cabo, los lujos fueron para las minorías, para
el pueblo fueron los sacrificios.
¿Y qué
logra el imperialismo, qué va a lograr, con que el pueblo se vea privado
durante unos cuantos años de aquellas cosas de las que se vio privado
siempre? Pero el pueblo, que tiene hoy lo que no tuvo nunca, que
tiene igualdad, que tiene dignidad, que tiene justicia, que es dueño de la
patria, que es dueño de sus fábricas y de su riquezas, que es dueño de su
destino, que es libre; el pueblo, el verdadero pueblo, el pueblo sufrido de
siempre, ese pueblo cambia gustosamente lo que no tuvo nunca por que tendrá
mañana, por todo lo que tendrá para siempre (APLAUSOS).
Resistiremos
en todos los campos: resistiremos en el campo de la economía;
seguiremos avanzando en el campo de la cultura. Allá, detrás de la
gigantesca multitud, se divisa otra multitud, cuyos vestidos son de color
distinto, de color uniforme: son los 50 000 becados que están
estudiando (APLAUSOS), que están estudiando en nuestra capital; son el mañana
prometedor de la patria, son los futuros ingenieros de nuestras fábricas
futuras, los técnicos, los que elevarán la productividad del trabajo de nuestro
pueblo a los más altos niveles; son el porvenir, son la promesa, son el futuro,
son el mundo del mañana que la patria se está forjando, porque la patria no
trabaja para hoy, la patria trabaja para mañana. Y ese mañana lleno
de promesas no podrá nadie arrebatárnoslo, no podrá nadie impedírnoslo, porque
con la entereza de nuestro pueblo lo vamos a conquistar, con el valor y el
heroísmo de nuestro pueblo lo vamos a conquistar.
Y nos
seguiremos fortaleciendo no solo en el campo de la economía y de la cultura,
resistiendo, sino que seguiremos resistiendo allí donde les duele más todavía a
los imperialistas; seguiremos fortaleciendo nuestras fuerzas de combate,
nuestras unidades armadas revolucionarias (APLAUSOS); seguiremos aumentando la
capacidad defensiva de la patria, seguiremos endureciéndonos cada día más, y
cada día más dispuestos a que si los imperialistas, sordos y ciegos, se lanzan
otra vez, ¡reciban una paliza todavía más grande de la que recibieron en Playa
Girón! (APLAUSOS PROLONGADOS), vengan sus mercenarios, o vengan sus
títeres, o vengan ellos. Porque, ¿alguien le tiene mido aquí al
imperialismo? (EXCLAMACIONES
DE: “¡No!”) ¿Quién se asusta del
imperialismo? (EXCLAMACIONES DE: “¡Nadie!”) Y
cuando pensamos en las amenazas y en las maniobras de los imperialistas, ¿qué
hacemos? (EXCLAMACIONES DE: “¡Reírnos!”) ¡Nos
reímos de los imperialistas! Nos reímos de su desesperación porque,
sencillamente, lo sentimos mucho, pero no les tenemos miedo; lo sentimos mucho,
pero no nos asustan esos matones del imperialismo, no nos asustan esos
criminales del imperialismo, porque nosotros sabemos —y si no lo saben ellos,
entérense— que si invaden a nuestro país, mientras quede aquí un fusil,
mientras quede aquí un hombre o mujer, ¡vamos a estar peleando contra ellos! (APLAUSOS
PROLONGADOS Y EXCLAMACIONES DE: “¡Venceremos!”)
Y,
además, no vamos a estar solos. Con nosotros van a estar, en primer
término, nuestros hermanos de América Latina (APLAUSOS); los pueblos que tan
gallardamente, tan valerosamente, se batieron en las calles de muchas naciones
oprimidas, que tan dignamente, y en masa, respaldaron a la Revolución mientras
transcurría la conferencia de Punta del Este; los pueblos que enviaron sus
mejores representantes a Cuba y a la propia Punta del Este, para decir allí la
voz no de las oligarquías sino de los pueblos. Y vamos a tener con
nosotros la solidaridad de todos los pueblos liberados del mundo, y
vamos a tener con nosotros la solidaridad de todos los hombres y
mujeres dignos del mundo (APLAUSOS).
Por
tanto, a pie firme, sin vacilaciones, estamos dispuestos a resistir ¡lo que
venga! (APLAUSOS), ¡estamos dispuestos a enfrentarnos a lo que
venga! (APLAUSOS), sin que el sueño lo perdamos. ¡Pero que los
imperialistas se preparen también a esperar, en ese caso, lo que venga!
(APLAUSOS.)
Y es
bueno que los imperialistas se vayan resignando a la idea de que eso tan
terrible, de que eso que tanto temen, de que eso que les produce insomnio, que
se llama revolución de los pueblos explotados por el imperialismo, eso, ¡vendrá
también inexorablemente, por ley de la historia! (APLAUSOS.)
Vamos,
pues, a lo más importante de esta tarde, que es la Segunda Declaración de La
Habana (APLAUSOS), nuestro mensaje a los pueblos de América y del mundo, la
palabra de nuestro pueblo en este minuto histórico, respaldada por este pueblo,
respaldada por su presencia, de tal manera, como nunca en América estuvo
respaldada ninguna palabra, ningún mensaje.
Con
nosotros se encuentran numerosos latinoamericanos que visitan a nuestro país o
participaron de la Conferencia de los Pueblos en La Habana (APLAUSOS), pero
ellos no deben ser solo espectadores. Proponemos a la Asamblea General
Nacional del Pueblo que los latinoamericanos no sean espectadores, sino que
tengan derecho también a votar junto con el pueblo de Cuba la Declaración de La
Habana (APLAUSOS PROLONGADOS Y EXCLAMACIONES DE: “¡Fidel, Fidel!”)
Algún
día ellos podrán reunir también a sus pueblos, como nosotros hoy, y podrán
expresar también su pensamiento tan libremente como nosotros hoy.
Preste
el pueblo atención a cada palabra, a cada frase de este documento, de esta
Segunda Declaración, que proponemos, en nombre de las Organizaciones
Revolucionarias Integradas y del Gobierno Revolucionario, al pueblo de Cuba:
DEL
PUEBLO DE CUBA A LOS PUEBLOS
DE
AMERICA Y DEL MUNDO
Vísperas
de su muerte, en carta inconclusa porque una bala española le atravesó el
corazón, el 18 de mayo de 1895 José Martí, Apóstol de nuestra independencia
(APLAUSOS), escribió a su amigo Manuel Mercado: “Ya puedo escribir... ya
estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi
deber... de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se
extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más,
sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es
para eso... Las mismas obligaciones menores y públicas de los
pueblos, más vitalmente interesados en impedir que en Cuba se abra, por la
anexión de los imperialistas, el camino que se ha de cegar, y con nuestra
sangre estamos cegando, de la anexión de los pueblos de nuestra América al
Norte revuelto y brutal que los desprecia, les habrían impedido la adhesión
ostensible y ayuda patente a este sacrificio que se hace en bien inmediato y de
ellos. Viví en el monstruo y le conozco sus entrañas; y mi honda es
la de David.”
Ya
Martí, en 1895, señaló el peligro que se cernía sobre América y llamó al
imperialismo por su nombre: imperialismo. A los pueblos
de América advirtió que ellos estaban más que nadie interesados en que Cuba no
sucumbiera a la codicia yanki, despreciadora de los pueblos
latinoamericanos. Y con su propia sangre, vertida por Cuba y por
América, rubricó las póstumas palabras que, en homenaje a su recuerdo, el
pueblo de Cuba suscribe hoy a la cabeza de esta Declaración.
Han
transcurrido 67 años. Puerto Rico fue convertida en
colonia y es todavía colonia saturada de bases militares. Cuba cayó
también en las garras del imperialismo. Sus tropas ocuparon nuestro
territorio. La Enmienda Platt fue impuesta a nuestra primera
Constitución, como cláusula humillante que consagraba el odioso derecho de
intervención extranjera. Nuestras riquezas pasaron a sus manos,
nuestra historia falseada, nuestra administración y nuestra política moldeada
por entero a los intereses de los interventores; la nación sometida a 60 años
de asfixia política, económica y cultural.
Pero
Cuba se levantó, Cuba pudo redimirse a sí misma del bastardo
tutelaje. Cuba rompió las cadenas que ataban su suerte al imperio
opresor, rescató sus riquezas, reivindicó su cultura, y desplegó su bandera
soberana de territorio y pueblo libre de América (APLAUSOS).
Ya
Estados Unidos no podrá caer jamás sobre América con la fuerza de Cuba, pero en
cambio, dominando a la mayoría de los Estados de América Latina, Estados Unidos
pretende caer sobre Cuba con la fuerza de América.
¿Qué es
la historia de Cuba sino la historia de América Latina? ¿Y qué es la
historia de América Latina sino la historia de Asia, Africa y
Oceanía? ¿Y qué es la historia de todos estos pueblos sino la
historia de la explotación más despiadada y cruel del imperialismo en el mundo
entero?
A fines
del siglo pasado y comienzos del presente, un puñado de naciones económicamente
desarrolladas habían terminado de repartirse el mundo, sometiendo a su dominio
económico y político a las dos terceras partes de la humanidad, que, de esta
forma, se vio obligada a trabajar para las clases dominantes del
grupo de países de economía capitalista desarrollada.
Las
circunstancias históricas que permitieron a ciertos países europeos y a Estados
Unidos de Norteamérica un alto nivel de desarrollo industrial, los situó en
posición de poder someter a su dominio y explotación al resto del mundo.
¿Qué
móviles impulsaron esa expansión de las potencias
industrializadas? ¿Fueron razones de tipo moral, “civilizadoras”,
como ellos alegaban? No: fueron razones de tipo
económico.
Desde
el descubrimiento de América, que lanzó a los conquistadores europeos a través
de los mares a ocupar y explotar las tierras y los habitantes de otros
continentes, el afán de riqueza fue el móvil fundamental de su
conducta. El propio descubrimiento de América se realizó en busca de
rutas más cortas hacia el Oriente, cuyas mercaderías eran altamente pagadas en
Europa.
Una
nueva clase social, los comerciantes y los productores de artículos
manufacturados para el comercio, surge del seno de la sociedad feudal de
señores y siervos en las postrimerías de la Edad Media.
La sed
de oro fue el resorte que movió los esfuerzos de esa nueva clase. El
afán de ganancia fue el incentivo de su conducta a través de su
historia. Con el desarrollo de la industria manufacturera y el
comercio fue creciendo su influencia social. Las nuevas fuerzas
productivas que se desarrollaban en el seno de la sociedad feudal chocaban cada
vez más con las relaciones de servidumbre propias del feudalismo, sus leyes,
sus instituciones, su filosofía, su moral, su arte y su ideología política.
Nuevas
ideas filosóficas y políticas, nuevos conceptos del derecho y del Estado fueron
proclamados por los representantes intelectuales de la clase burguesa, los que
por responder a las nuevas necesidades de la vida social, poco a poco se
hicieron conciencia en las masas explotadas. Eran entonces ideas
revolucionarias frente a las ideas caducas de la sociedad
feudal. Los campesinos, los artesanos y los obreros de las
manufacturas, encabezados por la burguesía, echaron por tierra el orden feudal,
su filosofía, sus ideas, sus instituciones, sus leyes y los privilegios de la
clase dominante, es decir, la nobleza hereditaria.
Entonces
la burguesía consideraba justa y necesaria la revolución. No pensaba
que el orden feudal podía y debía ser eterno, como piensa ahora de su orden
social capitalista. Alentaba a los campesinos a librarse de la
servidumbre feudal, alentaba a los artesanos contra las relaciones gremiales, y
reclamaba el derecho al poder político. Los monarcas absolutos, la
nobleza y el alto clero defendían tenazmente sus privilegios de clase,
proclamando el derecho divino de la corona y la intangibilidad del orden
social. Ser liberal, proclamar las ideas
de Voltaire, Diderot o Juan Jacobo Rousseau, portavoces de
la filosofía burguesa, constituía entonces para las clases dominantes un delito
tan grave como es hoy para la burguesía ser socialista y proclamar las ideas de
Marx, Engels y Lenin (APLAUSOS).
Cuando
la burguesía conquistó el poder político y estableció sobre las ruinas de la
sociedad feudal su modo capitalista de producción, sobre ese modo de producción
erigió su Estado, sus leyes, sus ideas e instituciones.
Esas
instituciones consagraban, en primer término, la esencia de su dominación de
clase: la propiedad privada. La nueva sociedad,
basada en la propiedad privada sobre los medios de producción y en la libre
competencia, quedó así dividida en dos clases fundamentales: una,
poseedora de los medios de producción, cada vez más modernos y eficientes; la
otra, desprovista de toda riqueza, poseedora solo de su fuerza de trabajo,
obligada a venderla en el mercado como una mercancía más para poder subsistir.
Rotas
las trabas del feudalismo, las fuerzas productivas se desarrollaron
extraordinariamente. Surgieron las grandes fábricas donde se
acumulaba un número cada vez mayor de obreros.
Las
fábricas más modernas y técnicamente eficientes iban desplazando del mercado a
los competidores menos eficaces. El costo de los equipos
industriales se hacía cada vez mayor; era necesario acumular cada vez sumas
superiores de capital. Una parte importante de la producción se fue
acumulando en un número menor de manos. Surgieron así las grandes
empresas capitalistas y, más adelante, las asociaciones de grandes empresas a
través de cartels, sindicatos, trusts y consorcios, según el grado y el carácter
de la asociación, controlados por los poseedores de la mayoría de las acciones,
es decir, por los más poderosos caballeros de la industria. La libre
concurrencia, característica del capitalismo en su primera fase, dio paso a los
monopolios que concertaban acuerdos entre sí y controlaban los mercados.
¿De
dónde salieron las colosales sumas de recursos que permitieron a un puñado de
monopolistas acumular miles de millones de dólares? Sencillamente,
de la explotación del trabajo humano. Millones de hombres, obligados
a trabajar por un salario de subsistencia, produjeron con su esfuerzo los
gigantescos capitales de los monopolios. Los trabajadores acumularon
las fortunas de las clases privilegiadas, cada vez más ricas, cada vez más
poderosas. A través de las instituciones bancarias llegaron a
disponer estas no solo de su propio dinero, sino también del dinero de toda la
sociedad. Así se produjo la fusión de los bancos con la gran
industria y nació el capital financiero. ¿Qué hacer entonces con los
grandes excedentes de capital que en cantidades mayores se iba
acumulando? Invadir con ellos el mundo. Siempre en pos de
la ganancia, comenzaron a apoderarse de las riquezas naturales de todos los
países económicamente débiles y a explotar el trabajo humano de sus pobladores
con salarios mucho más míseros que los que se veían obligados a pagar a los
obreros de la propia metrópoli. Se inició así el reparto territorial
y económico del mundo. En 1914, ocho o diez países imperialistas habían
sometido a su dominio económico y político, fuera de sus fronteras, a
territorios cuya extensión ascendía a 83 700 000 kilómetros cuadrados, con una
población de 970 millones de habitantes. Sencillamente se habían
repartido el mundo.
Pero
como el mundo era limitado en extensión, repartido ya hasta el último rincón
del globo, vino el choque entre los distintos países monopolistas y surgieron
las pugnas por nuevos repartos, originadas en la distribución no proporcional
al poder industrial y económico que los distintos países monopolistas, en
desarrollo desigual, habían alcanzado. Estallaron las guerras
imperialistas, que costarían a la humanidad 50 millones de muertos, decenas de
millones de inválidos e incalculables riquezas materiales y culturales
destruidas. Aún no había sucedido esto cuando ya Marx escribió que
“el capital recién nacido rezumaba sangre y fango por todos los poros, desde
los pies a la cabeza” (APLAUSOS).
El
sistema capitalista de producción, una vez que hubo dado de sí todo lo que era
capaz, se convirtió en un abismal obstáculo al progreso de la
humanidad. Pero la burguesía, desde su origen, llevaba en sí misma
su contrario. En su seno se desarrollaron gigantescos instrumentos
productivos, pero a su vez se desarrolló una nueva y vigorosa fuerza social: el
proletariado (APLAUSOS), llamado a cambiar el sistema social ya viejo y caduco
del capitalismo por una forma económico-social superior y acorde con las
posibilidades históricas de la sociedad humana, convirtiendo en propiedad de
toda la sociedad esos gigantescos medios de producción que los pueblos, y nada
más que los pueblos con su trabajo, habían creado y acumulado. A tal
grado de desarrollo de las fuerzas productivas, resultaba absolutamente caduco
y anacrónico un régimen que postulaba la posesión privada y, con ello, la
subordinación de la economía de millones y millones de seres humanos a los
dictados de una exigua minoría social.
Los
intereses de la humanidad reclamaban el cese de la anarquía en la producción,
el derroche, las crisis económicas y las guerras de rapiña propias del sistema
capitalista. Las crecientes necesidades del género humano y la
posibilidad de satisfacerlas, exigían el desarrollo planificado de la economía
y la utilización racional de sus medios de producción y recursos naturales.
Era
inevitable que el imperialismo y el colonialismo entraran en profunda e
insalvable crisis. La crisis general se inició a raíz de la Primera
Guerra Mundial, con la revolución de los obreros y campesinos que derrocó al
imperio zarista de Rusia (APLAUSOS) e implantó, en dificilísimas condiciones de
cerco y agresión capitalistas, el primer Estado socialista del mundo, iniciando
una nueva era en la historia de la humanidad (APLAUSOS). Desde
entonces hasta nuestros días, la crisis y la descomposición del sistema
imperialista se han acentuado incesantemente.
La
Segunda Guerra Mundial desatada por las potencias imperialistas, y que arrastró
a la Unión Soviética y a otros pueblos de Europa y de Asia, criminalmente
invadidos, a una sangrienta lucha de liberación, culminó en la derrota del
fascismo, la formación del campo mundial del socialismo, y la lucha de los
pueblos coloniales y dependientes por su soberanía. Entre 1945 y
1957, más de 1 200 millones de seres humanos conquistaron su independencia en
Asia y en Africa. La sangre vertida por los pueblos no fue en vano
(APLAUSOS).
El
movimiento de los pueblos dependientes y colonializados es un fenómeno de
carácter universal que agita al mundo y marca la crisis final del imperialismo.
Cuba y
América Latina forman parte del mundo. Nuestros problemas forman
parte de los problemas que se engendran de la crisis general del imperialismo y
la lucha de los pueblos subyugados; el choque entre el mundo que nace y el
mundo que muere. La odiosa y brutal campaña desatada contra nuestra
patria expresa el esfuerzo desesperado como inútil que los imperialistas hacen
para evitar la liberación de los pueblos. Cuba duele de manera
especial a los imperialistas. ¿Qué es lo que esconde tras el odio
yanki a la Revolución Cubana? ¿Qué explica racionalmente la conjura
que reúne en el mismo propósito agresivo a la potencia imperialista más rica y
poderosa del mundo contemporáneo y a las oligarquías de todo un continente, que
juntos suponen representar una población de 350 millones de seres humanos,
contra un pequeño pueblo de solo 7 millones de habitantes, económicamente
subdesarrollado, sin recursos financieros ni militares para amenazar ni la
seguridad ni la economía de ningún país? Los une y los concita el
miedo. Lo explica el miedo. No el miedo a la Revolución
Cubana; el miedo a la revolución latinoamericana (APLAUSOS). No el
miedo a los obreros, campesinos, estudiantes, intelectuales y sectores
progresistas de las capas medias que han tomado revolucionariamente el poder en
Cuba, sino el miedo a que los obreros, campesinos, estudiantes, intelectuales y
sectores progresistas de las capas medias tomen revolucionariamente el poder en
los pueblos oprimidos, hambrientos y explotados por los monopolios yanki y la
oligarquía reaccionaria de América (APLAUSOS); el miedo a que los pueblos
saqueados del continente arrebaten las armas a sus opresoras y se declaren,
como Cuba, pueblos libres de América (APLAUSOS).
Aplastando
la Revolución Cubana, creen disipar el miedo que los atormenta, el fantasma de
la revolución que los amenaza. Liquidando a la Revolución Cubana,
creen liquidar el espíritu revolucionario de los pueblos. Pretenden,
en su delirio, que Cuba es exportadora de revoluciones. En sus
mentes de negociantes y usureros insomnes cabe la idea de que las revoluciones
se pueden comprar o vender, alquilar, prestar, exportar o importar como una
mercancía más. Ignorantes de las leyes objetivas que rigen el
desarrollo de las sociedades humanas, creen que sus regímenes monopolistas, capitalistas
y semifeudales son eternos. Educados en su propia ideología reaccionaria,
mezcla de superstición, ignorancia, subjetivismo, pragmatismo, y otras
aberraciones del pensamiento, tienen una imagen del mundo y de la marcha de la
historia acomodada a sus intereses de clases explotadoras. Suponen
que las revoluciones nacen o mueren en el cerebro de los individuos o por
efecto de las leyes divinas y que, además, los dioses están de su
parte. Siempre han creído lo mismo, desde los devotos paganos patricios
en la Roma esclavista, que lanzaban a los cristianos primitivos a los leones
del circo, y los inquisidores en la Edad Media que, como guardianes del
feudalismo y la monarquía absoluta, inmolaban en la hoguera a los primeros
representantes del pensamiento liberal de la naciente burguesía, hasta los
obispos que hoy, en defensa del régimen burgués y monopolista,
anatematizan las revoluciones proletarias. Todas las clases
reaccionarias en todas las épocas históricas, cuando el antagonismo entre
explotadores y explotados llega a su máxima tensión, presagiando el
advenimiento de un nuevo régimen social, han acudido a las peores armas de la
represión y la calumnia contra sus adversarios. Acusados de
incendiar a Roma y de sacrificar niños en sus altares, los cristianos
primitivos fueron llevados al martirio. Acusados de herejes fueron
llevados por los inquisidores a la hoguera filósofos como Giordano Bruno,
reformadores como Huss y miles de inconformes más con el orden
feudal. Sobre los luchadores proletarios se enseña hoy la
persecución y el crimen, precedidos de las peores calumnias en la prensa
monopolista y burguesa. Siempre, en cada época histórica, las clases
dominantes han asesinado invocando la defensa de la sociedad, del orden, de la
patria: “su sociedad” de minorías privilegiadas sobre mayorías
explotadas, “su orden clasista” que mantienen a sangre y fuego sobre los
desposeídos, “la patria” que disfrutan ellos solos, privando de ese disfrute al
resto del pueblo, para reprimir a los revolucionarios que aspiran a una
sociedad nueva, un orden justo, una patria verdadera para todos.
Pero el
desarrollo de la historia, la marcha ascendente de la humanidad, no se detiene
ni puede detenerse. Las fuerzas que impulsan a los pueblos —que son
los verdaderos constructores de la historia—, determinadas por las condiciones
materiales de su existencia y la aspiración a metas superiores de bienestar y
libertad, que surgen cuando el progreso del hombre en el campo de la ciencia,
de la técnica y de la cultura lo hacen posible, son superiores a la voluntad y
al terror que desatan las oligarquías dominantes.
Las
condiciones subjetivas de cada país —es decir, el factor conciencia,
organización, dirección— pueden acelerar o retrasar la revolución según su
mayor o menor grado de desarrollo; pero tarde o temprano, en cada época
histórica, cuando las condiciones objetivas maduran, la conciencia se adquiere,
la organización se logra, la dirección surge y la revolución se produce
(APLAUSOS).
Que
esta tenga lugar por cauces pacíficos o nazca al mundo después de un parto
doloroso, no depende de los revolucionarios; depende de las fuerzas
reaccionarias de la vieja sociedad, que se resisten a dejar nacer la sociedad
nueva que es engendrada por las contradicciones que lleva en su seno la vieja
sociedad. La revolución es en la historia como el médico que asiste
el nacimiento de una nueva vida. No usa sin necesidad los aparatos
de fuerza, pero los usa sin vacilaciones cada vez que sea necesario
para ayudar al parto (APLAUSOS); parto que trae a las masas esclavizadas y
explotadas la esperanza de una vida mejor.
En
muchos países de América Latina la revolución es hoy inevitable. Ese
hecho no lo determina la voluntad de nadie; está determinado por las espantosas
condiciones de explotación en que vive el hombre americano, el desarrollo de la
conciencia revolucionaria de las masas, la crisis mundial del imperialismo y el
movimiento universal de lucha de los pueblos subyugados.
La
inquietud que hoy se registra es síntoma inequívoco de rebelión. Se
agitan las entrañas de un continente que ha sido testigo de cuatro siglos de
explotación esclava, semiesclava y feudal del hombre, desde sus moradores
aborígenes y los esclavos traídos de África, hasta los núcleos nacionales que
surgieron después; blancos, negros, mulatos, mestizos e indios a los que hoy
hermanan el desprecio, la humillación y el yugo yanki, como hermana la
esperanza de un mañana mejor.
Los
pueblos de América se liberaron del coloniaje español a principios del siglo
pasado, pero no se liberaron de la explotación. Los terratenientes
feudales asumieron la autoridad de los gobernantes españoles, los
indios continuaron en penosa servidumbre, el hombre latinoamericano en una u
otra forma siguió esclavo y las mínimas esperanzas de los pueblos sucumbieron
bajo el poder de las oligarquías y la coyunda del capital
extranjero. Esta ha sido la verdad de América, con uno u otro matiz,
con alguna que otra vertiente. Hoy América Latina yace bajo un
imperialismo mucho más feroz, más poderoso y más despiadado que el imperio
colonial español.
Y ante
la realidad objetiva e históricamente inexorable de la revolución
latinoamericana, ¿cuál es la actitud del imperialismo
yanki? Disponerse a librar una guerra colonial con los pueblos de
América Latina; crear el aparato de fuerza, los pretextos políticos y los
instrumentos seudolegales suscritos con los representantes de las oligarquías
reaccionarias para reprimir a sangre y fuego la lucha de los pueblos
latinoamericanos.
La
intervención del gobierno de Estados Unidos en la política interna de los
países de América Latina ha ido siendo cada vez más abierta y
desenfrenada.
La
Junta Interamericana de Defensa, por ejemplo, ha sido y es el nido donde se
incuban los oficiales más reaccionarios y proyankis de los ejércitos
latinoamericanos, utilizados después como instrumentos golpistas al servicio de
los monopolios.
Las
misiones militares norteamericanas en América Latina constituyen un
aparato de espionaje permanente en cada nación, vinculado estrechamente a la
Agencia Central de Inteligencia, inculcando a los oficiales los sentimientos
más reaccionarios y tratando de convertir los ejércitos en instrumentos de sus
intereses políticos y económicos.
Actualmente,
en la zona del Canal de Panamá, el alto mando norteamericano ha organizado
cursos especiales de entrenamiento para oficiales latinoamericanos, de lucha
contra guerrillas revolucionarias, dirigidosa reprimir la acción armada de
las masas campesinas contra la explotación feudal a que están sometidas.
En los
propios Estados Unidos la Agencia Central de Inteligencia ha organizado
escuelas especiales para entrenar agentes latinoamericanos en las más sutiles
formas de asesinato, y es política acordada por los servicios militares yankis
la liquidación física de los dirigentes antimperialistas.
Es
notorio que las embajadas yankis en distintos países de América Latina
están organizando, instruyendo y equipando bandas fascistas para sembrar el
terror y agredir las organizaciones obreras, estudiantiles e intelectuales. Esas
bandas, donde reclutan a los hijos de la oligarquía, a lumpen y gente de la
peor calaña moral, han perpetrado ya una serie de actos agresivos contra los
movimientos de las masas.
Nada
más evidente e inequívoco de los propósitos del imperialismo que su conducta en
los recientes sucesos de Santo Domingo. Sin ningún tipo de
justificación, sin mediar siquiera relaciones diplomáticas con esa república,
Estados Unidos, después de situar sus barcos de guerra frente a la capital
dominicana, declararon, con su habitual insolencia, que si el gobierno de
Balaguer solicitaba ayuda militar, desembarcarían sus tropas en Santo Domingo
contra la insurgencia del pueblo dominicano. Que el poder de
Balaguer fuera absolutamente espurio, que cada pueblo soberano de América deba
tener derecho a resolver sus problemas internos sin intervención extranjera,
que existan normas internacionales y una opinión mundial, que incluso existiera
una OEA, no contaba para nada en las consideraciones de Estados Unidos. Lo
que sí contaban eran sus designios de impedir la revolución dominicana, la
reimplantación de los odiosos desembarcos de su infantería de marina; sin más
base ni requisito para fundamentar ese nuevo concepto filibustero del derecho,
que la simple solicitud de un gobernante tiránico, ilegítimo y en
crisis. Lo que esto significa no debe escapar a los
pueblos. En América Latina hay sobrados gobernantes de ese tipo,
dispuestos a utilizar las tropas yankis contra sus respectivos pueblos cuando
se vean en crisis.
Esta política
declarada del imperialismo norteamericano, de enviar soldados a combatir el
movimiento revolucionario en cualquier país de América Latina, es decir, a
matar obreros, estudiantes, campesinos, a hombres y mujeres latinoamericanos,
no tiene otro objetivo que el de seguir manteniendo sus intereses monopolistas
y los privilegios de la oligarquía traidora que los apoya.
Ahora
se puede ver con toda claridad que los pactos militares suscritos por el
gobierno de Estados Unidos con gobiernos latinoamericanos —pactos secretos
muchas veces y siempre a espaldas de los pueblos— invocando hipotéticos
peligros exteriores que nadie vio nunca por ninguna parte, tenían el único y
exclusivo objetivo de prevenir la lucha de los pueblos; eran pactos contra los
pueblos, contra el único peligro: el peligro interior del movimiento
de liberación que pusiera en riesgo los intereses yankis. No sin
razón los pueblos se preguntaban: ¿Por qué tantos convenios
militares? ¿Para qué los envíos de armas que, si
técnicamente son inadecuadas para una guerra moderna, son en cambio eficaces
para aplastar huelgas, reprimir manifestaciones populares y ensangrentar el
país? ¿Para qué las misiones militares, el Pacto de Río de Janeiro y
las mil y una conferencias internacionales?
Desde que
culminó la Segunda Guerra Mundial, las naciones de América Latina se han ido
depauperando cada vez más; sus exportaciones tienen cada vez menos valor; sus
importaciones precios más altos; el ingreso per cápita disminuye; los pavorosos
porcentajes de mortalidad infantil no decrecen; el número de analfabetos es
superior; los pueblos carecen de trabajo, de tierras, de viviendas adecuadas,
de escuelas, de hospitales, de vías de comunicación y de medios de
vida. En cambio, las inversiones norteamericanas sobrepasan los
10 000 millones de dólares. América Latina es, además,
abastecedora de materias primas baratas y compradora de artículos elaborados
caros. Como los primeros conquistadores españoles, que cambiaban a
los indios espejos y baratijas por oro y plata, así comercia con América Latina
Estados Unidos. Conservar ese torrente de riqueza, apoderarse cada
vez más de los recursos de América y explotar a sus pueblos
sufridos: he ahí lo que se ocultaba tras los pactos militares,
las misiones castrenses y los cabildeos diplomáticos de Washington.
Esta
política de paulatino estrangulamiento de la soberanía de las naciones
latinoamericanas, y de manos libres para intervenir en sus asuntos internos,
tuvo su punto culminante en la última reunión de cancilleres. En Punta del
Este el imperialismo yanki reunió a los cancilleres, para arrancarles mediante
presión política y chantaje económico sin precedentes, con la complicidad de un
grupo de los más desprestigiados gobernantes de este continente, la renuncia a
la soberanía nacional de nuestros pueblos y la consagración del odiado derecho
de intervención yanki en los asuntos internos de América; el sometimiento de
los pueblos a la voluntad omnímoda de Estados Unidos de Norteamérica, contra la
cual lucharon todos los próceres, desde Bolívar hasta Sandino. Y no
se ocultaron ni el gobierno de Estados Unidos, ni los representantes de las
oligarquías explotadoras, ni la gran prensa reaccionaria vendida a los
monopolios y a los señores feudales, para demandar abiertamente acuerdos que
equivalen a la supresión formal del derecho de autodeterminación de nuestros
pueblos, borrarlo de un plumazo, en la conjura más infame que recuerda la
historia de este continente.
A
puertas cerradas, entre conciliábulos repugnantes donde el ministro yanki de
colonias dedicó días enteros a vencer la resistencia y los escrúpulos de
algunos cancilleres, poniendo en juego los millones de la tesorería yanki en
una indisimulada compraventa de votos, un puñado de representantes de las
oligarquías de países que en conjunto apenas suman un tercio de la población
del continente, impuso acuerdos que sirven en bandeja de plata al amo yanki la
cabeza de un principio que costó toda la sangre de nuestros pueblos desde las
guerras de independencia. El carácter pírrico de tan tristes y
fraudulentos logros del imperialismo, de su fracaso moral, la unanimidad rota y
el escándalo universal, no disminuyen la gravedad que entraña para los pueblos
de América Latina los acuerdos que impusieron a ese precio. En aquel
cónclave inmoral, la voz titánica de Cuba se elevó sin debilidad ni miedo para
acusar ante todos los pueblos de América y del mundo el monstruoso atentado, y
defender virilmente, y con dignidad que constará en los anales de la historia,
no solo el derecho de Cuba, sino el derecho desamparado de todas las naciones
hermanas del continente americano (APLAUSOS). La palabra de Cuba no
podía tener eco en aquella mayoría amaestrada, pero tampoco podía tener
respuesta; solo cabía el silencio impotente ante sus demoledores argumentos,
ante la diafanidad y valentía de sus palabras. Pero Cuba no habló
para los cancilleres, Cuba habló para los pueblos y para la historia, donde sus
palabras tendrán eco y respuestas (APLAUSOS).
En
Punta del Este se libró una gran batalla ideológica entre la Revolución Cubana
y el imperialismo yanki. ¿Qué representaba allí, por quién habló cada uno de
ellos? Cuba representó los pueblos; Estados Unidos representó los
monopolios. Cuba habló por las masas explotadas de
América; Estados Unidos por los intereses oligárquicos explotadores e
imperialistas. Cuba por la soberanía (APLAUSOS); Estados Unidos por
la intervención. Cuba por la nacionalización de las empresas
extranjeras; Estados Unidos por nuevas inversiones de capital
foráneo. Cuba por la cultura; Estados Unidos por la
ignorancia. Cuba por la reforma agraria; Estados Unidos por el
latifundio. Cuba por la industrialización de América; Estados Unidos
por el subdesarrollo. Cuba por el trabajo creador; Estados Unidos
por el sabotaje y el terror contrarrevolucionario que practican sus agentes, la
destrucción de cañaverales y fábricas, los bombardeos de sus aviones piratas
contra el trabajo de un pueblo pacífico. Cuba por los
alfabetizadores asesinados (APLAUSOS); Estados Unidos por los
asesinos. Cuba por el pan; Estados Unidos por el
hambre. Cuba por la igualdad; Estados Unidos por el
privilegio la discriminación. Cuba por la verdad
(APLAUSOS); Estados Unidos por la mentira. Cuba por la liberación;
Estados Unidos por la opresión. Cuba por el porvenir luminoso de la
humanidad; Estados Unidos por el pasado sin esperanza. Cuba por los
héroes que cayeron en Girón para salvar la patria del dominio extranjero
(APLAUSOS Y EXCLAMACIONES DE: “¡Fidel, seguro, a los yankis dales
duro!”); Estados Unidos por los mercenarios y traidores que sirven al
extranjero contra su patria (ABUCHEOS). Cuba por la paz entre los
pueblos; Estados Unidos por la agresión y la guerra. Cuba por el
socialismo (APLAUSOS PROLONGADOS); Estados Unidos por el capitalismo.
Los
acuerdos obtenidos por Estados Unidos con métodos tan bochornosos que el mundo
entero critica, no restan sino que acrecientan la moral y la razón de Cuba;
demuestran el entreguismo y la traición de las oligarquías a los intereses
nacionales y enseñan a los pueblos el camino de la liberación; revelan la
podredumbre de las clases explotadoras, en cuyo nombre hablaron sus
representantes en Punta del Este. La OEA quedó desenmascarada como
lo que es; un ministerio de colonias yankis, una alianza militar, un aparato de
represión contra el movimiento de liberación de los pueblos latinoamericanos.
Cuba ha
vivido tres años de Revolución bajo incesante hostigamiento de intervención
yanki en nuestros asuntos internos. Aviones piratas, procedentes de
Estados Unidos, lanzando materias inflamables, han quemado millones de arrobas
de caña; actos de sabotaje internacional perpetrados por agentes yankis, como
la explosión del vapor La Coubre, han costado decenas de vidas cubanas; miles
de armas norteamericanas de todo tipo han sido lanzadas en paracaídas por los
servicios militares de Estados Unidos sobre nuestro territorio para promover la
subversión; cientos de toneladas de materiales explosivos y máquinas infernales
han sido desembarcados subrepticiamente en nuestras costas por lanchas
norteamericanas para promover el sabotaje y el terrorismo; un obrero cubano fue
torturado en la base naval de Guantánamo y privado de la vida sin proceso
previo ni explicación posterior alguna (ABUCHEOS); nuestra cuota azucarera fue
suprimida abruptamente, y proclamado el embargo de piezas y materias primas
para fábricas y maquinarias de construcción norteamericana para arruinar
nuestra economía; barcos artillados y aviones de bombardeo, procedentes de
bases preparadas por el gobierno de Estados Unidos, han atacado sorpresivamente
puertos e instalaciones cubanas; tropas mercenarias, organizadas y entrenadas
en países de América Central por el propio gobierno, han invadido en son de
guerra nuestro territorio, escoltadas por barcos de la flota yanki y con apoyo
aéreo desde bases exteriores, provocando la pérdida de numerosas vidas y la
destrucción de bienes materiales; contrarrevolucionarios cubanos son instruidos
en el ejército de Estados Unidos y nuevos planes de agresión se realizan contra
Cuba. Todo eso ha estado ocurriendo durante tres años
incesantemente, a la vista de todo el continente, y la OEA no se
entera. Los cancilleres se reúnen en Punta del Este, y no amonestan
siquiera al gobierno de Estados Unidos ni a los gobiernos que son cómplices
materiales de esas agresiones. Expulsan a Cuba, el país
latinoamericano víctima, el país agredido.
Estados
Unidos tiene pactos militares con países de todos los continentes; bloques
militares con cuanto gobierno fascista, militarista y reaccionario hay en el
mundo: la OTAN, la SEATO y la CENTO, a los cuales hay que
agregar ahora la OEA; interviene en Lao, en Viet Nam, en Corea, en Formosa, en
Berlín; envía abiertamente barcos a Santo Domingo para imponer su ley, su
voluntad, y anuncia su propósito de usar sus aliados de la OTAN para bloquear
el comercio con Cuba, y la OEA no se entera. Se reúnen los
cancilleres y expulsan a Cuba, que no tiene pactos militares con ningún
país. Así, el gobierno que organiza la subversión en todo el mundo y
forja alianzas militares en cuatro continentes, hace expulsar a Cuba,
acusándola nada menos que de subversión de vinculaciones extracontinentales.
Cuba,
el país latinoamericano que ha convertido en dueños de las tierras a más de 100
000 pequeños agricultores (APLAUSOS), asegurado empleo todo el año en granjas y
cooperativas a todos los obreros agrícolas, transformado los cuarteles en
escuelas (APLAUSOS), concedido 60 000 becas a estudiantes universitarios,
secundarios y tecnológicos, creado aulas para la totalidad de la población
infantil, liquidado totalmente el analfabetismo (APLAUSOS), cuadruplicado los
servicios médicos, nacionalizado las empresas monopolistas (APLAUSOS),
suprimido el abusivo sistema que convertía la vivienda en un medio de explotación
para el pueblo, eliminado virtualmente el desempleo, suprimido la
discriminación por motivo de raza o sexo (APLAUSOS), barrido el juego, el vicio
y la corrupción administrativa (APLAUSOS), armado al pueblo (APLAUSOS), hecho
realidad viva el disfrute de los derechos humanos al librar al hombre y a la
mujer de la explotación, la incultura y la desigualdad social (APLAUSOS); que
se ha liberado de todo tutelaje extranjero, adquirido plena soberanía y
establecido las bases para el desarrollo de su economía a fin de no ser más
país monoproductor y exportador de materias primas, es expulsada de la
Organización de Estados Americanos por gobiernos que no han logrado para sus
pueblos ni una sola de estas reivindicaciones (APLAUSOS). ¿Cómo
podrán justificar su conducta ante los pueblos de América y del
mundo? ¿Cómo podrán negar que en su concepto la política de tierra,
de pan, de trabajo, de salud, de libertad, de igualdad y de cultura, de
desarrollo acelerado de la economía, de dignidad nacional, de plena autodeterminación
y soberanía, es incompatible con el hemisferio?
Los
pueblos piensan muy distinto. Los pueblos piensan que lo único
incompatible con el destino de América Latina es la miseria, la explotación
feudal, el analfabetismo, los salarios de hambre, el desempleo, la política de
represión contra las masas obreras, campesinas y estudiantiles, la
discriminación de la mujer, del negro, del indio, del mestizo, la opresión de
las oligarquías, el saqueo de sus riquezas por los monopolios yankis, la asfixia moral de sus intelectuales y
artistas, la ruina de sus pequeños productores por la competencia extranjera,
el subdesarrollo económico, los pueblos sin caminos, sin hospitales, sin
viviendas, sin escuelas, sin industrias, el sometimiento al imperialismo, la
renuncia a la soberanía nacional y la traición a la patria.
¿Cómo podrán hacer
entender su conducta, la actitud condenatoria para con Cuba, los imperialistas?
¿Con qué palabras les van a hablar y con qué sentimiento, a quienes han
ignorado, aunque sí explotado, por tan largo tiempo?
Quienes estudian los
problemas de América, suelen preguntar qué país, quiénes han enfocado con
corrección la situación de los indigentes, de los pobres, de los indios, de los
negros, de la infancia desvalida, esa inmensa infancia de 30 millones en 1950
—que será de 50 millones dentro de ocho años más. Sí, ¿quiénes, qué
país?
Treinta y dos millones
de indios vertebran —tanto como la misma Cordillera de los Andes— el continente
americano entero. Claro que para quienes lo han considerado casi
como una cosa, más que como una persona, esa humanidad no cuenta, no contaba y
creían que nunca contaría. Como suponía, no obstante, una fuerza
ciega de trabajo, debía ser utilizada, como se utiliza una yunta de bueyes o un
tractor.
¿Cómo podrá creerse en
ningún beneficio, en ninguna alianza para el progreso, con el imperialismo;
bajo qué juramento, si bajo su santa protección, sus matanzas, sus
persecuciones aun viven los indígenas del sur del continente, como los de la
Patagonia, en toldos, como vivían sus antepasados a la venida de los
descubridores, casi quinientos años atrás; donde los que fueron grandes razas
que poblaron el norte argentino, Paraguay y Bolivia, como los guaraníes, que
han sido diezmados ferozmente, como quien caza animales y a quienes se les han
enterrado en los interiores de las selvas; donde a esa reserva autóctona, que
pudo servir de base a una gran civilización americana —y cuya extinción se la
apresura por instantes— y a la que se le ha empujado América adentro a través
de los esteros paraguayos y los altiplanos bolivianos, tristes, rudimentarios,
razas melancólicas, embrutecidas por el alcohol y los narcóticos, a los que se
acogen para por lo menos sobrevivir en las infrahumanas condiciones (no solo de
alimentación) en que viven; donde una cadena de manos se estira —casi inútilmente,
todavía—, se viene estirando por siglos inútilmente, por sobre los lomos de la
cordillera, sus faldas, a lo largo de los grandes ríos y por entre las sombras
de los bosques, para unir sus miserias con los demás que perecen lentamente,
las tribus brasileñas y las del norte del continente y sus costas, hasta
alcanzar a los 100 000 motilones de Venezuela, en el más increíble atraso y
salvajemente confinados en las selvas amazónicas o las sierras de Perijá, a los
solitarios vapichanas que en las tierras calientes de las Guayanas
esperan su final, ya casi perdidos definitivamente para la suerte de
los humanos? Sí, a todos estos 32 millones de indios que se
extienden desde la frontera con Estados Unidos hasta los confines del hemisferio
del sur y 45 millones de mestizos, que en gran parte poco difieren de los
indios; a todos estos indígenas, a este formidable caudal de trabajo, de
derechos pisoteados, sí, ¿qué les puede ofrecer el
imperialismo? ¿Cómo podrán creer estos ignorados en ningún beneficio
que venga de tan sangrientas manos? Tribus enteras que aún viven
desnudas; otras que se las suponen antropófagas; otras que, en el primer
contacto con la civilización conquistadora, mueren como insectos; otras que se
las destierra, es decir, se las echa de sus tierras, se las empuja hasta
volcarlas en los bosques o en las montañas o en las profundidades de los llanos
en donde no llega ni el menor átomo de cultura, de luz, de pan, ni de nada.
¿En
qué “alianza” —como no sea en una para su más rápida muerte— van a creer
estas razas indígenas apaleadas por siglos, muertas a tiros para ocupar sus
tierras, muertas a palos por miles, por no trabajar más rápido en sus servicios
de explotación, por el imperialismo?
¿Y al negro? ¿Qué
“alianza” les puede brindar el sistema de los linchamientos y la preterición
brutal del negro de Estados Unidos, a los quince millones de negros y catorce
millones de mulatos latinoamericanos que saben con horror y cólera que sus
hermanos del norte no pueden montar en los mismos vehículos que sus
compatriotas blancos, ni asistir a las mismas escuelas, ni siquiera morir en
los mismos hospitales? ¿Cómo han de creer en este imperialismo, en sus
beneficios, en sus “alianzas” (como no sea para lincharlos y explotarlos como
esclavos) estos núcleos étnicos preteridos; esas masas, que no han podido gozar
ni medianamente de ningún beneficio cultural, social o profesional; que aún en
donde son mayorías, o forman millones, son maltratados por los imperialistas
disfrazados de Ku-Klux-Klan; son aherrojados a las barriadas más insalubres, a
las casas colectivas menos confortables, hechas por ellos; empujados a los
oficios más innobles, a los trabajos más duros y a las profesiones menos
lucrativas, que no supongan contacto con las universidades, las altas academias
o escuelas particulares?
¿Qué Alianza para el
Progreso puede servir de estímulo a esos ciento siete millones de hombres y
mujeres de nuestra América, médula del trabajo en ciudades y campos, cuya piel
oscura —negra, mestiza, mulata, india— inspira desprecio a los
nuevos colonizadores? ¿Cómo van a confiar en la supuesta alianza los
que en Panamá han visto con mal contenida impotencia que hay un salario para el
yanki y otro salario para el panameño, que ellos consideran raza
inferior?
¿Qué
pueden esperar los obreros con sus jornales de hambre, los trabajos más rudos,
las condiciones más miserables, la desnutrición, las enfermedades y todos los
males que incuba la miseria?
¿Qué
les puede decir, qué palabras, qué beneficios podrán ofrecerles los
imperialistas a los mineros del cobre, del estaño, del hierro, del carbón, que
dejan sus pulmones a beneficio de dueños lejanos e inclementes; a los padres e
hijos de los maderales, de los cauchales, de los hierbales, de las plantaciones
fruteras, de los ingenios de café y de azúcar, de los peones en las pampas y en
los llanos que amasan con su salud y con sus vidas la fortuna de los
explotadores?
¿Qué
pueden esperar estas masas inmensas que producen las riquezas, que crean los
valores, que ayudan a parir un nuevo mundo en todas partes; qué pueden esperar
del imperialismo, esa boca insaciable, esa mano insaciable, sin otro horizonte
inmediato que la miseria, el desamparo más absoluto, la muerte fría y sin
historia al fin?
¿Qué
puede esperar esta clase, que ha cambiado el curso de la historia en otras
partes del mundo, que ha revolucionado al mundo, que es vanguardia de todos los
humildes y explotados, qué puede esperar del imperialismo, su más
irreconciliable enemigo?
¿Qué
puede ofrecer el imperialismo, qué clase de beneficio, qué suerte de vida mejor
y más justa, qué motivo, qué aliciente, qué interés para superarse, para lograr
trascender sus sencillos y primarios escalones, a maestros, a profesores, a
profesionales, a intelectuales, a los poetas y a los artistas; a los que cuidan
celosamente las generaciones de niños y jóvenes para que el imperialismo se
cebe luego en ellos; a quienes viven sueldos humillantes en la mayoría de los
países; a los que sufren las limitaciones de su expresión política y social en
casi todas partes; que no sobrepasan, en sus posibilidades económicas, más que
la simple línea de sus precarios recursos y compensaciones, enterrados en una
vida gris y sin horizontes que acaba en una jubilación que entonces ya no cubre
ni la mitad de los gastos? ¿Qué “beneficios” o “alianzas” podrá
ofrecerles el imperialismo, que no sea las que redunden en su total
provecho? Si les crea fuentes de ayuda a sus profesiones, a sus
artes, a sus publicaciones, es siempre en el bien entendido de que sus
producciones deberán reflejar sus intereses, sus objetivos, sus
“nadas”. Las novelas que traten de reflejar la realidad del mundo de
sus aventuras rapaces; los poemas que quieran traducir protestas por su
avasallamiento, por su injerencia en la vida, en la mente, en las vísceras de
sus países y pueblos; las artes combativas que pretendan apresar en sus
expresiones las formas y el contenido de su agresión y constante presión sobre
todo lo que vive y alienta progresivamente; todo lo que es revolucionario, lo
que enseña, lo que trata de guiar, lleno de luz y de conciencia, de claridad y
de belleza, a los hombres y a los pueblos a mejores destinos, hacia más altas
cumbres del pensamiento, de la vida y de la justicia, encuentra la reprobación
más encarnizada del imperialismo; encuentra la valla, la condena, la
persecución maccarthista. Sus prensas se les cierran; su nombre es
borrado de las columnas y se le aplica la losa del silencio más atroz, que es,
entonces —una contradicción más del imperialismo—, cuando el escritor, el
poeta, el pintor, el escultor, el creador en cualquier material, el científico,
empiezan a vivir de verdad, a vivir en la lengua del pueblo, en el corazón de
millones de hombres del mundo. El imperialismo todo lo trastrueca,
lo deforma, lo canaliza por sus vertientes, para su provecho, hacia la
multiplicación de su dólar, comprando palabras, o cuadros, o mudez, o
transformando en silencio la expresión de los revolucionarios, de los hombres
progresistas, de los que luchan por el pueblo y sus problemas.
No
podíamos olvidar en este triste cuadro la infancia desvalida, desatendida; la
infancia sin porvenir de América.
América,
que es un continente de natalidad elevada, tiene también una mortalidad
elevada. La mortalidad de niños de menos de un año en 11 países
ascendía hace pocos años a 125 por 1 000, y en otros 17, a 90 niños.
En 102
países del mundo, en cambio, esa tasa alcanza a 51. En América,
pues, se mueren tristemente, desatendidamente, 74 niños de cada 1 000 en el
primer año de su nacimiento. Hay países latinoamericanos en los que
esa tasa alcanza, en algunos lugares, a 300 por 1 000; miles y miles de niños
hasta los siete años mueren en América de enfermedades
increíbles: diarreas, pulmonías, desnutrición, hambre; miles y miles
de otras enfermedades sin atención en los hospitales, sin medicinas; miles y
miles ambulan, heridos de cretinismo endémico, paludismo, tracoma y otros males
producidos por las contaminaciones, la falta de agua y otras necesidades.
Males
de esta naturaleza son una cadena en los países americanos en donde agonizan
millares y millares de niños, hijos de parias, hijos de pobres y de
pequeñoburgueses con vida dura y precarios medios. Los datos, que
serán redundantes, son de escalofrío. Cualquier publicación oficial
de los organismos internacionales los reúne por cientos.
En los
aspectos educacionales, indigna pensar el nivel de incultura que padece esta
América. Mientras que Estados Unidos logra un nivel de ocho y nueve
años de escolaridad en la población de 19 años de edad en adelante, América
Latina, saqueada y esquilmada por ellos, tiene menos de un año escolar aprobado
como nivel, en esas mismas edades. E indigna más aún cuando sabemos
que de los niños entre 5 y 14 años solamente están matriculados en algunos
países un 20%, y en los de más alto nivel el 60%. Es decir que más
de la mitad de la infancia de América Latina no concurre a la
escuela. Pero el dolor sigue creciendo cuando comprobamos que la
matrícula de los tres primeros grados comprenden más del 80% de los
matriculados; y que en el grado 6to, la matrícula fluctúa apenas entre 6 y 22
alumnos de cada 100 que comenzaron en el 1ro. Hasta en los países que
creen haber atendido a su infancia, ese porcentaje de pérdida escolar entre el
1ro y el 6to grados es del 73% como promedio. En Cuba, antes de la
Revolución, era del 74%. En la Colombia de la “democracia representativa” es
del 78%. Y si se fija la vista en el campo solo el 1% de los niños
llega, en el mejor de los casos, al quinto grado de enseñanza.
Cuando
se investiga este desastre de ausentismo escolar, una causa es la que lo
explica: la economía de miseria, falta de escuelas, falta de
maestros, falta de recursos familiares, trabajo infantil. En
definitiva, el imperialismo y su obra de opresión y retraso.
El
resumen de esta pesadilla que ha vivido América, de un extremo a otro, es que
en este continente de casi 200 millones de seres humanos, formado en sus dos
terceras partes por los indios, los mestizos y los negros, por los
“discriminados”, en este continente de semicolonias, mueren de hambre, de
enfermedades curables o vejez prematura, alrededor de cuatro personas por
minuto, de 5 500 al día, de 2 millones por año, de 10 millones cada cinco
años. Esas muertes podrían ser evitadas fácilmente, pero, sin
embargo, se producen. Las dos terceras partes de la población
latinoamericana vive poco y vive bajo la permanente amenaza de
muerte. Holocausto de vidas que en 15 años ha ocasionado dos veces
más muertes que la guerra de 1914, y continúa. Mientras tanto, de
América Latina fluye hacia Estados Unidos un torrente continuo de
dinero: unos4 000 dólares por minuto, 5 millones por día, 2 000
millones por año, 10 000 millones cada cinco años. Por cada 1 000
dólares que se nos van, nos queda un muerto. ¡Mil dólares por
muerto: ese es el precio de lo que se llama
imperialismo! ¡Mil dólares por muerto, cuatro veces por minuto!
Mas a
pesar de esta realidad americana, ¿para qué se reunieron en Punta del
Este? ¿Acaso para llevar una sola gota de alivio a estos males? ¡No!
Los
pueblos saben que en Punta del Este, los cancilleres que expulsaron a Cuba se
reunieron para renunciar a la soberanía nacional; que allí el gobierno de
Estados Unidos fue a sentar las bases no solo para la agresión a Cuba, sino para
intervenir en cualquier país de América contra el movimiento liberador de los
pueblos; que Estados Unidos prepara a la América Latina un drama sangriento;
que las oligarquías explotadoras, lo mismo que ahora renuncian al principio de
la soberanía, no vacilarán en solicitar la intervención de las tropas yankis
contra sus propios pueblos, y que con ese fin la delegación norteamericana
propuso un comité de vigilancia contra la subversión en la Junta Interamericana
de Defensa, con facultades ejecutivas, y la adopción de medidas colectivas.
Subversión para los imperialistas yankis es la lucha de los pueblos hambrientos
por el pan, la lucha de los pueblos contra la explotación
imperialista. Comité de vigilancia en la Junta Interamericana de
Defensa con facultades ejecutivas, significa fuerza de represión continental
contra los pueblos a las órdenes del Pentágono. Medidas colectivas
significan desembarcos de infantes de marina yankis en cualquier país de
América.
Frente
a la acusación de que Cuba quiere exportar su revolución,
respondemos: las revoluciones no se exportan, las hacen los
pueblos (APLAUSOS). Lo que Cuba puede dar a los pueblos, y ha dado
ya, es su ejemplo (APLAUSOS).
¿Y qué
enseña la Revolución Cubana? Que la revolución es posible, que los
pueblos pueden hacerla (APLAUSOS), que en el mundo contemporáneo no hay fuerzas
capaces de impedir el movimiento de liberación de los pueblos.
Nuestro
triunfo no habría sido jamás factible si la revolución misma no hubiese estado
inexorablemente destinada a surgir de las condiciones existentes en nuestra
realidad económico-social, realidad que existe en grado mayor aún en un buen
número de países de América Latina.
Ocurre
inevitablemente que en las naciones donde es más fuerte el control de los
monopolios yankis, más despiadada la explotación de la oligarquía y más
insoportable la situación de las masas obreras y campesinas, el poder político
se muestra más férreo, los estados de sitio se vuelven habituales, se reprime
por la fuerza toda manifestación de descontento de las masas, y el cauce
democrático se cierra por completo, revelándose con más evidencia que nunca el
carácter de brutal dictadura que asume el poder de las clases
dominantes. Es entonces cuando se hace inevitable el estallido
revolucionario de los pueblos.
Y si
bien es cierto que en los países subdesarrollados de América la clase obrera es
en general relativamente pequeña, hay una clase social que, por las condiciones
subhumanas en que vive, constituye una fuerza potencial que, dirigida por los
obreros y los intelectuales revolucionarios, tiene una importancia decisiva en
la lucha por la liberación nacional: los campesinos (APLAUSOS).
En
nuestros países se juntan las circunstancias de una industria subdesarrollada
con un régimen agrario de carácter feudal. Es por eso que con todo
lo dura que son las condiciones de vida de los obreros urbanos, la población
rural vive aún en más horribles condiciones de opresión y explotación; pero es
también, salvo excepciones, el sector absolutamente mayoritario en proporciones
que a veces sobrepasa el 70% de las poblaciones latinoamericanas.
Descontando
los terratenientes, que muchas veces residen en las ciudades, el resto de esa
gran masa libra su sustento trabajando como peones en las haciendas por
salarios misérrimos, o labran la tierra en condiciones de explotación que nada
tienen que envidiar a la Edad Media. Estas circunstancias son las
que determinan que en América Latina la población pobre del campo constituya
una tremenda fuerza revolucionaria potencial.
Los
ejércitos, estructurados y equipados para la guerra convencional, que son la
fuerza en que se sustenta el poder de las clases explotadoras, cuando tiene que
enfrentarse a la lucha irregular de los campesinos en el escenario natural de
estos, resultan absolutamente impotentes; pierden 10 hombres por cada
combatiente revolucionario que cae, y la desmoralización cunde rápidamente en
ellos al tener que enfrentarse a un enemigo visible e invencible que no lo le
ofrece ocasión de lucir sus tácticas de academia y sus fanfarrias de guerra, de
las que tanto alarde hacen para reprimir a los obreros y a los estudiantes en
las ciudades.
La
lucha inicial de reducidos núcleos combatientes, se nutre incesantemente de
nuevas fuerzas, el movimiento de masas comienza a desatarse, el viejo orden se
resquebraja poco a poco en 1 000 pedazos, y es entonces el momento en que la
clase obrera y las masa urbanas deciden la batalla.
¿Qué es
lo que desde el comienzo mismo de la lucha de esos primeros núcleos los hace
invencibles, independientemente del número, el poder y los recursos de sus
enemigos? El apoyo del pueblo. Y con ese apoyo de las
masas contarán en grado cada vez mayor.
Pero el
campesinado es una clase que, por el estado de incultura en que lo mantienen y
el aislamiento en que vive, necesita la dirección revolucionaria y política de
la clase obrera y los intelectuales revolucionarios, sin la cual no podría por
sí sola lanzarse a la lucha y conquistar la victoria (APLAUSOS).
En las
actuales condiciones históricas de América Latina, la burguesía nacional no
puede encabezar la lucha antifeudal y antiimperialista. La
experiencia demuestra que, en nuestras naciones, esa clase, aun cuando sus
intereses son contradictorios con los del imperialismo yanki, ha sido incapaz
de enfrentarse a este, paralizada por el miedo a la revolución social y
asustada por el clamor de las masas explotadas. Situadas ante el
dilema imperialismo o revolución, solo sus capas más progresistas estarán con
el pueblo.
La
actual correlación mundial de fuerzas, y el movimiento universal de liberación
de los pueblos coloniales y dependientes, señalan a la clase obrera y a los
intelectuales revolucionarios de América Latina su verdadero papel, que es el
de situarse resueltamente a la vanguardia de la lucha contra el imperialismo y
el feudalismo (APLAUSOS).
El
imperialismo, utilizando los grandes monopolios cinematográficos, sus agencias
cablegráficas, sus revistas, libros y periódicos reaccionarios, acude a las
mentiras más sutiles para sembrar el divisionismo, e inculcar entre la gente
más ignorante el miedo y la superstición a las ideas revolucionarias, que solo
a los intereses de los poderosos explotadores y a sus seculares privilegios
pueden y deben asustar.
El
divisionismo —producto de toda clase de prejuicios, ideas falsas y mentiras—,
el sectarismo, el dogmatismo, la falta de amplitud para analizar el papel que
corresponde a cada capa social, a sus partidos, organizaciones y dirigentes,
dificultan la unidad de acción imprescindible entre las fuerzas democráticas y
progresistas de nuestros pueblos. Son vicios de crecimiento,
enfermedades de la infancia del movimiento revolucionario que deben quedar
atrás. En la lucha antiimperialista y antifeudal es posible
vertebrar la inmensa mayoría del pueblo tras metas de liberación que unan el
esfuerzo de la clase obrera, los campesinos, los trabajadores intelectuales, la
pequeña burguesía y las capas más progresistas de la burguesía
nacional. Estos sectores comprenden la inmensa mayoría de la población,
y aglutinan grandes fuerzas sociales capaces de barrer el dominio imperialista
y la reacción feudal. En ese amplio movimiento pueden y deben luchar
juntos, por el bien de sus naciones, por el bien de sus pueblos y por el bien
de América, desde el viejo militante marxista, hasta el católico sincero que no
tenga nada que ver con los monopolios yankis y los señores feudales de la
tierra (APLAUSOS).
Ese
movimiento podría arrastrar consigo a los elementos progresistas de las fuerzas
armadas, humillados también por las misiones militares yankis, la traición a
los intereses nacionales de las oligarquías feudales y la inmolación de la
soberanía nacional a los dictados de Washington.
Allí
donde están cerrados los caminos de los pueblos, donde la represión de los
obreros y campesinos es feroz, donde es más fuerte el dominio de los monopolios
yankis, lo primero y más importantes es comprender que no es justo ni es
correcto entretener a los pueblos con la vana y acomodaticia ilusión de
arrancar, por vías legales que no existen ni existirán, a las clases
dominantes, atrincheradas en todas las posiciones del Estado, monopolizadoras
de la instrucción, dueñas de todos los vehículos de divulgación y poseedoras de
infinitos recursos financieros, un poder que los monopolios y las oligarquías
defenderán a sangre y fuego con la fuerza de sus policías y de sus ejércitos.
El
deber de todo revolucionario es hacer la revolución (APLAUSOS). Se
sabe que en América y en el mundo la revolución vencerá, pero no es de
revolucionarios sentarse en la puerta de su casa para ver pasar el cadáver del
imperialismo (APLAUSOS). El papel de Job no cuadra con el de un
revolucionario. Cada año que se acelere la liberación de América,
significará millones de niños que se salven para la vida, millones de inteligencias
que se salven para la cultura, infinitos caudales de dolor que se ahorrarían
los pueblos. Aun cuando los imperialistas yankis preparen para
América un drama de sangre, no lograrán aplastar la lucha de los pueblos,
concitarán contra ellos el odio universal, y será también el drama que marque
el ocaso de su voraz y cavernícola sistema (APLAUSOS).
Ningún
pueblo de América Latina es débil, porque forma parte de una familia de 200
millones de hermanos que padecen las mismas miserias, albergan los mismos
sentimientos, tienen el mismo enemigo, sueñantodos un mismo mejor destino, y
cuentan con la solidaridad de todos los hombres y mujeres honrados del mundo
entero (APLAUSOS).
Con lo
grande que fue la epopeya de la independencia de América Latina, con lo heroica
que fue aquella lucha, a la generación de latinoamericanos de hoy les ha tocado
una epopeya mayor y más decisiva todavía para la humanidad. Porque
aquella lucha fue para librarse del poder colonial español, de una España
decadente, invadida por los ejércitos de Napoleón. Hoy les toca la
lucha de liberación frente a la metrópoli imperial más poderosa del mundo,
frente a la fuerza más importante del sistema imperialista mundial, y para
prestarle a la humanidad un servicio todavía más grande del que le prestaron
nuestros antepasados.
Pero
esta lucha, más que aquella, la harán las masas, la harán los pueblos
(APLAUSOS); los pueblos van a jugar un papel mucho más importante que entonces;
los hombres, los dirigentes, importan e importarán en esta lucha menos de lo
que importaron en aquella.
Esta
epopeya que tenemos delante la van a escribir las masas hambrientas
de indios, de campesinos sin tierra, de obreros explotados; la van a escribir
las masas progresistas, los intelectuales honestos y brillantes que tanto
abundan en nuestras sufridas tierras de América Latina (APLAUSOS). Lucha de
masas y de ideas; epopeya que llevarán adelante nuestros pueblos maltratados y
despreciados por el imperialismo, nuestros pueblos desconocidos hasta hoy, que
ya empiezan a quitarle el sueño. Nos consideraba rebaño impotente y
sumiso, y ya se empieza a asustar de ese rebaño; rebaño gigante de 200 millones
de latinoamericanos en los que advierte ya a sus sepultureros el capital
monopolista yanki (APLAUSOS).
Con
esta humanidad trabajadora, con estos explotados infrahumanos, paupérrimos,
manejados por los métodos de fuete y mayoral, no se ha contado o se ha contado
poco. Desde los albores de la independencia sus destinos han sido
los mismos: indios, gauchos, mestizos, zambos, cuarterones, blancos
sin bienes ni rentas, toda esa masa humana que se formó en las filas de la
“patria” que nunca disfrutó, que cayó por millones, que fue despedazada, que
ganó la independencia de su metrópoli para la burguesía; esa, que fue
desterrada de los repartos, siguió ocupando el último escalafón de los
beneficios sociales, siguió muriendo de hambre, de enfermedades curables, de
desatención, porque para ella nunca alcanzaron los bienes
salvadores: el simple pan, la cama de un hospital, la medicina que
salva, la mano que ayuda.
Pero la
hora de su reivindicación, la hora que ella misma se ha elegido, la vienen
señalando con precisión ahora también de un extremo a otro del
continente. Ahora, esta masa anónima, esta América de color,
sombría, taciturna, que canta en todo el continente con una misma tristeza y
desengaño, ahora esta masa es la que empieza a entrar definitivamente en su
propia historia, la empieza a escribir con su sangre, la empieza a sufrir y a
morir. Porque ahora, por los campos y las montañas de América, por
las faldas de sus sierras, por sus llanuras y sus selvas, entre la soledad, o
en el tráfico de las ciudades, o en las costas de los grandes océanos y ríos,
se empieza a estremecer este mundo lleno de razones, con los puños calientes de
deseos de morir por lo suyo, de conquistar sus derechos casi 500 años burlados
por unos y por otros. Ahora, sí, la historia tendrá que contar con
los pobres de América, con los explotados y vilipendiados de América Latina,
que han decidido empezar a escribir ellos mismos, para siempre, su historia
(APLAUSOS). Ya se les ve por los caminos, un día y otro, a pie, en
marchas sin término, de cientos de kilómetros, para llegar hasta los “olimpos”
gobernantes a recabar sus derechos. Ya se les ve, armados de
piedras, de palos, de machetes, de un lado y otro, cada día, ocupando las
tierras, fincando sus garfios en la tierra que les pertenece y defendiéndola
con su vida; se les ve llevando sus cartelones, sus banderas, sus consignas,
haciéndolas correr en el viento por entre las montañas o a lo largo de los
llanos. Y esa ola de estremecido rencor, de justicias reclamada, de
derecho pisoteado que se empieza a levantar por entre las tierras de
Latinoamérica, esa ola ya no parará más. Esa ola irá creciendo cada día
que pase, porque esa ola la forman los más, los mayoritarios en todos los
aspectos, los que acumulan con su trabajo las riquezas, crean los valores,
hacen andar las ruedas de la historia, y que ahora despiertan del largo sueño
embrutecedor a que los sometieron.
Porque
esta gran humanidad ha dicho “¡Basta!” y ha echado a andar. Y su
marcha de gigantes ya no se detendrá hasta conquistar la verdadera
independencia, por la que ya han muerto más de una vez inútilmente
(APLAUSOS). ¡Ahora, en todo caso, los que mueran, morirán como los
de Cuba, los de Playa Girón, morirán por su única, verdadera, irrenunciable
independencia! (APLAUSOS PROLONGADOS.)
¡Patria
o Muerte!
¡Venceremos!
El
pueblo de Cuba
La
Habana, Cuba,
Territorio
Libre de América,
Febrero
4 de 1962
La
Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba resuelve que esta Declaración sea
conocida como Segunda Declaración de La Habana, trasladada a los
principales idiomas y distribuida en todo el mundo. Acuerda asimismo
solicitar de todos los amigos de la Revolución Cubana en América Latina que sea
difundida ampliamente entre las masas obreras, campesinas, estudiantiles e
intelectuales de los pueblos hermanos de este continente (APLAUSOS).
Se
somete a la aprobación del pueblo esta Declaración y se solicita que todos los
ciudadanos que estén de acuerdo levanten la mano.
(La
multitud levanta las manos con una ovación prolongada y cantan el himno
nacional cubano y la internacional)
Queda
aprobada por el pueblo de Cuba la Segunda Declaración de La Habana, y se da por
terminada esta asamblea.
¡Patria
o Muerte!
¡Venceremos!
(OVACION)