LA
SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
Mito y Realidad
OLEG
A. RZHESHEVSKI – Segunda Entrega
CAPÍTULO SEGUNDO
AGRESIÓN Y CATÁSTROFE
El 22 de junio de 1941, la
Alemania fascista y sus aliados descargaron sobre la Unión Soviética un golpe
inesperado de inmensa fuerza. Para el ataque a la URSS se concentraron 190
divisiones, más de 4 000 tanques, alrededor de 5 000 aviones y más de 200
buques. En las direcciones decisivas del ataque, el agresor tenía múltiple
ventaja en fuerzas. La Gran Guerra Patria de la Unión Soviética contra los
agresores germano fascistas duró 1418 días y noches. Como resultado del
traidor ataque, los ejércitos del agresor lograron apoderarse temporalmente de
la iniciativa estratégica y ocupar una parte considerable del territorio
soviético. En una situación excepcionalmente compleja y mortalmente peligrosa
para el País de los Soviets, para la libertad y la democracia del mundo
entero, el pueblo soviético y sus Fuerzas Armadas fueron capaces de superar los
penosos fracasos del período inicial de la guerra y en una cruenta lucha hacer
variar el curso de los acontecimientos.
La lucha armada es el rasgo
fundamental de la guerra, su especificidad como fenómeno social particular. En
la Segunda Guerra Mundial, el largo y difícil camino hacia la victoria sobre
los agresores transcurría, ante todo, por la lucha armada en el frente soviético
alemán. En los Estados Unidos e Inglaterra, la denominan con frecuencia la
“guerra desconocida”; en la RFA, la “guerra no olvidada” o “guerra del Este”.
La falsificación del aporte
decisivo de la URSS a la derrota de los agresores fascistas, es una tendencia
fundamental en la actividad de muchos historiadores occidentales. Al ser en
una tendencia antisoviética, esta falsificación sirve, al mismo tiempo, como un
medio para fundamentar el mito del papel “dominante” de los Estados Unidos en
la Segunda Guerra Mundial.
Moscú, Stalingrado, Kursk
La guerra impuesta a la
Unión Soviética por el fascismo alemán fue una de las mayores intervenciones
de las fuerzas de choque del imperialismo mundial contra el socialismo, una de
las pruebas más duras sufridas por el País de los Soviets en momento alguno de
su historia. En esa guerra se decidía el destino de la URSS, el futuro de la
civilización mundial, el progreso y la democracia.
El plan de la guerra contra la URSS y sus fines. En ningún otro frente de la Segunda Guerra Mundial (norafricano, italiano, europeo occidental, norteamericano japonés) se ejecutaron acciones militares tan prolongadas, continuas y tensas como en el soviético alemán. Precisamente en él, durante todo el transcurso de la guerra, actuó, como promedio, el 70 % de las divisiones de la Alemania fascista. Podría decirse que tres de cada cuatro soldados de la Wehrmacht hitleriana como promedio combatieron en el Este, y sólo uno lo hizo en Occidente. En el frente soviético alemán fueron aniquiladas, derrotadas o hechas prisioneras 507 divisiones germano fascistas. Las tropas soviéticas también destruyeron una gran parte de los medios de combate del adversario: 167.000 cañones, 48.000 tanques y piezas de asalto, y 77.000 aviones. En el frente soviético alemán, los aliados de la Alemania fascista perdieron no menos de 100 divisiones. Los ejércitos de los Estados Unidos, Inglaterra y los otros participantes de la coalición antifascista, pusieron fuera de combate 176 divisiones; menos de 1/3 de todas las divisiones derrotadas de la Alemania fascista y sus aliados. En el frente soviético alemán, las pérdidas de Alemania en hombres sobrepasaron el 73 % de las sufridas por ella durante la Segunda Guerra Mundial. Ahí, la estrategia de la Alemania hitleriana sufrió una total bancarrota y su maquinaria bélica fue destruida.
La historia no conoce
crímenes más monstruosos que los cometidos por los hitlerianos en el territorio
de la URSS. Las hordas fascistas convirtieron en ruinas decenas de miles de
ciudades y aldeas soviéticas. Mataban y torturaban a los ciudadanos soviéticos
sin compadecerse de mujeres, niños, ni ancianos. La crueldad manifestada por
los agresores hacia la población de los países ocupados, fue superada con
creces en el territorio soviético. Todos estos crímenes están descritos, con
autenticidad documental, en las actas publicadas por la Comisión Estatal
Extraordinaria para la Investigación de los Crímenes de los Agresores Germano
Fascistas y sus Cómplices y han sido puestos en conocimiento del mundo entero.
Como resultado de la
invasión fascista, el País de los Soviets perdió más de 20 millones de
personas, entre asesinados y muertos en combate; y alrededor del 30 % de la
riqueza nacional.
¿Dónde radican las causas de
las inmensas dimensiones de la lucha desatada, de la crueldad y la ferocidad
sin límites de los agresores fascistas? Para responder a esta interrogante es
necesario, ante todo, tener en cuenta que la guerra de la Alemania fascista y
sus aliados contra la URSS tenía un carácter especial. Para el imperialismo
alemán, el País de los Soviets era el principal obstáculo en el camino hacia la
instauración de la hegemonía mundial. Además, el fascismo alemán, al actuar en
el papel de puño de choque de la reacción internacional, en la guerra contra la
URSS no sólo trató de apoderarse del territorio del Estado soviético, sino
también de destruir su régimen estatal y social; es decir, perseguía fines
clasistas. En esto consiste la diferencia radical entre la guerra de la
Alemania fascista contra la URSS y sus guerras contra los países capitalistas.
El odio de clase hacia el país del socialismo, las aspiraciones de conquista y
la esencia feroz del fascismo, se fusionaron en la política, la estrategia y
los métodos de conducción de la guerra.
De acuerdo con los planes de
la camarilla fascista, la Unión Soviética debía ser dividida y liquidada. Se
tenía planeado crear en su territorio cuatro comisariados del Reich o
provincias alemanas. Moscú, Leningrado, Kíev y otras ciudades debían ser
voladas, quemadas y borradas por completo de la faz de la Tierra. “Esta es una
guerra de exterminio. En el Este, la crueldad hoy significa el bien en el futuro”,
declaró el Führer en una reunión de su generalato el 30 de marzo de 1941.[1] La dirección
nazi no sólo exigía el exterminio implacable de los combatientes del Ejército
Soviético, sino también de la población civil de la URSS. Las esperanzas se
fundaban en aniquilar a la mayoría de los soviéticos, portadores de la
ideología marxista leninista. A los soldados y los oficiales de la Wehrmacht
les entregaban un recordatorio que decía: “Mata a todo ruso, a todo soviético;
no te detengas si ante ti se encuentra un anciano o una mujer, una niña o un
niño; mata, con esto te salvarás de la muerte, garantizarás el futuro de tu
familia y adquirirás gloria eterna.”
La planificación de la
agresión alemana contra la Unión Soviética comenzó mucho antes de la guerra, ya
a mediados de la década del 30. La guerra iniciada contra Polonia y, más tarde,
las campañas en el norte y el oeste de Europa dirigieron temporalmente el
pensamiento del Estado Mayor alemán hacia otros problemas; pero incluso en ese
tiempo la preparación de la guerra contra la URSS no escapaba del campo visual
de los hitlerianos. Se activó bruscamente después de la derrota de Francia,
cuando —según opinión de los dirigentes fascistas— estaba garantizada la
retaguardia de la futura guerra y Alemania contaba con suficientes recursos
para realizar la contienda.
En 18 de diciembre de 1940,
Hitler firmó la directiva N° 21 bajo la denominación convencional de plan
“Barbarroja” [Barbarossa],
la cual contenía la idea general y las indicaciones iniciales para la
conducción de la guerra contra la URSS.
El fundamento estratégico
del plan “Barbarroja” era la teoría de la “guerra relámpago”. El plan tenía
previsto derrotar a la Unión Soviética en el curso de una campaña rápida (de 8
a 10 semanas), antes de finalizar la guerra contra Inglaterra. Leningrado,
Moscú, la zona industrial central y la cuenca del Donets se consideraban los
principales objetivos estratégicos. La toma de Moscú ocupaba un lugar especial.
Se presuponía que cuando se hubiera alcanzado ese objetivo se habría ganado la
guerra.
Para efectuar la guerra fue
creada una agresiva coalición militar sobre la base de un pacto tripartito
concertado en 1940 entre Alemania, Italia y Japón. Alemania incorporó a
Rumanía, Finlandia y Hungría como participantes activos en la agresión contra
la URSS. Los círculos gubernamentales reaccionarios de Bulgaria, así como los
de los Estados títeres de Eslovaquia y Croacia, prestaban ayuda a los
hitlerianos. Con la Alemania fascista colaboraban España, la Francia de Vichy,
Portugal y Turquía. En septiembre de 1941, el régimen fascista de Franco envió
al frente soviético alemán la llamada “división azul”. Esa unidad participó en
el bloqueo de Leningrado, fue derrotada por las tropas soviéticas y sus restos
regresaron a España en 1943. Así pues, los mercenarios españoles de Hitler
cargan con la responsabilidad directa de la muerte, los dolores y los
sufrimientos causados a la población pacífica de Leningrado entre 1941 y 1943.
(Para más detalles véase S. P. Pozhárskaya. La diplomacia secreta de Madrid.
Moscú, 1971, p. 108 y siguientes.) Los hitlerianos emplearon intensamente
los recursos económicos y humanos de las naciones europeas conquistadas y
ocupadas: Austria, Checoslovaquia, Polonia, Dinamarca, Noruega, Luxemburgo,
Holanda, Bélgica, Francia, Yugoslavia y Grecia. En esencia, a los intereses de
Alemania también se subordinaba la economía de los países neutrales de Europa.
Por consiguiente, para la realización del plan “Barbarroja”, la Alemania
fascista dispuso en realidad de los recursos de casi todos los Estados
europeos: tanto de sus aliados directos como de las naciones ocupadas,
dependientes y neutrales, cuya población sobrepasaba los 300 millones de
habitantes.[2]
Los dirigentes hitlerianos
estaban tan seguros del éxito del plan “Barbarroja”, que casi desde la
primavera de 1941 comenzaron a elaborar, en detalle, las futuras ideas para la
conquista de la hegemonía mundial. En trenes especiales que servían de estados
mayores móviles (denominados “Asia” y “América”), los estrategas de la
Wehrmacht trazaban las direcciones de los golpes de los ejércitos fascistas
que circundaban todo el planeta. En el diario de trabajo del Alto Mando de las
fuerzas armadas germano fascistas (OKW) se expresa, el 17 de febrero de 1941,
la exigencia de Hitler de que “después de finalizar la campaña del Este es
necesario prever la conquista de Afganistán y la organización del ataque a la
India”. A partir de esas indicaciones, el Estado Mayor de la OKW comenzó a planear
las operaciones de la Wehrmacht para el futuro. Se planteaba realizar estas
operaciones avanzado el otoño de 1941 y en el invierno de 1941 a 1942. Su
concepción se explicó en el proyecto de directiva N° 32 “Preparación para el
período posterior a la realización del plan ‘Barbarroja’,” enviado el 11 de
junio de 1941 a las tropas terrestres, a la Fuerza Aérea y a la Marina de
Guerra.
El proyecto estipulaba que
después de aniquilar a las Fuerzas Armadas Soviéticas, la Wehrmacht tenía por
delante apoderarse de los dominios coloniales ingleses y de algunos países
independientes del Mediterráneo, África, el Cercano y el Lejano Oriente; la
irrupción en las islas británicas; y el desarrollo de acciones militares
contra América. Los estrategas hitlerianos calculaban pasar, ya en el otoño de
1941, a la conquista de Irán, Iraq, Egipto, la zona del Canal de Suez y, más
tarde, de la India, donde planeaban unirse a las tropas japonesas. Los dirigentes
germano fascistas confiaban —después de anexar España y Portugal a Alemania— en
conquistar rápidamente Gibraltar, cortarle a Inglaterra sus fuentes de materias
primas y realizar el sitio de las islas británicas.
La elaboración del proyecto
de la directiva N° 32 y de otros documentos evidencia que, después de la
derrota de la URSS y de la
solución del “problema inglés”, los hitlerianos —aliados con Japón— pretendían
apoderarse del continente americano. Se proponían irrumpir en Canadá y los
Estados Unidos de América desembarcando grandes cantidades de tropas navales
por la costa oriental de América del Norte desde bases en Groenlandia,
Islandia, las islas Azores y Brasil, y por la occidental, desde bases en las
islas Aleutianas y las islas Hawái. Una amenaza mortal pendía sobre toda la
humanidad. Los agresores consideraban que la campaña “relámpago” contra la URSS
les daría posiciones claves para esclavizar al mundo.
Los estrategas alemanes
vaticinaban que la Unión Soviética sufriría una derrota inmediata. El coronel
hitleriano G. Blumentritt escribió en su informe, preparado para la reunión de
los máximos jefes de las tropas terrestres, el 9 de mayo de 1941: “La historia
de todas las guerras con participación de los rusos nos muestra que el ruso
como combatiente es firme, insensible a las inclemencias del tiempo, se
conforma con muy poco, no da importancia a las pérdidas ni al derramamiento de
sangre. Por esto, todos nuestros combates desde la época de Federico el Grande
hasta la guerra mundial han sido sangrientos. No obstante todas esas
particularidades de las tropas, el Imperio Ruso nunca ha vencido. Hoy día, la
relación numérica es mucho más ventajosa para nosotros. Nuestras tropas superan
en dirección táctica, preparación combativa y armamento a los rusos... En los
primeros 8 a 14 días puede ser que haya fuertes combates, pero después, como
hasta ahora, los éxitos no se harán esperar y también aquí vamos a vencer.”[3] Dejemos a la
conciencia del derrotado coronel la ignorancia de la historia militar.
(Refirámonos, al menos, sólo a la derrota, ante las tropas rusas en la batalla
de Kunersdorf, en 1759, del ejército de Federico, cuyo sombrero, perdido al
huir del campo de batalla, se expone, incluso en la actualidad, en uno de los
museos de Leningrado.)
El aventurerismo era uno de
los rasgos característicos de la planificación militar de la Alemania
hitleriana; pero, al mismo tiempo, muchas personalidades políticas y militares
de Occidente también subestimaron las fuerzas de la URSS y sobrestimaron las
posibilidades de Alemania. Cuando los dirigentes hitlerianos lanzaron sus
tropas contra la Unión Soviética, pronosticaron un rápido éxito de la
Wehrmacht, que había derrotado a la coalición anglo francesa. En Inglaterra
predominaba la opinión de que los alemanes se apoderarían de Rusia en un plazo
de seis semanas a tres meses. El 23 de junio de 1941, el ministro de Guerra de
los Estados Unidos, H. L. Stimson, escribía a Roosevelt que Alemania
necesitaría, a lo sumo, tres meses para vencer a la Unión Soviética.
El pueblo soviético y sus
Fuerzas Armadas refutaron estos pronósticos. En cruentos y encarnizados
combates lograron el viraje de la guerra, rechazaron y destruyeron al enemigo,
y echaron por tierra los planes fascistas de esclavizar a la humanidad.
La posición de los autores
reaccionarios que interpretan la lucha armada en el frente soviético alemán,
tiene como objetivo rebajar la importancia de ésta en el desarrollo y el desenlace
de la Segunda Guerra Mundial; presentar bajo una luz falsa la política, la
estrategia y el arte militar soviéticos. Esto se refiere, ante todo, a las
batallas de Moscú, Stalingrado y Kursk, de importancia decisiva en el logro
del viraje radical de la guerra.
La batalla de Moscú. El verano y el otoño de 1941 resultaron particularmente difíciles para el pueblo soviético. Las tres Agrupaciones de Ejércitos germano fascistas —”Norte”, “Centro” y “Sur”— habían penetrado profundamente en el territorio de la URSS. Habían bloqueado Leningrado, llegado hasta el subártico soviético, y creado una amenaza directa a Moscú, la cuenca del Don y Crimea.
En el transcurso de la
defensa estratégica, las tropas soviéticas rechazaban con firmeza el empuje
del adversario y, a su vez, asestaban potentes contragolpes. Si en las primeras
tres se-manas de la guerra las tropas alemanas avanzaban como promedio de 20 a
30 km por día, ya a mediados de julio, este ritmo disminuyó hasta ser de 3,5 s
8 km y, después, resultó aún más lento. En septiembre, el enemigo fue detenido
a las puertas de Leningrado, y a fines de noviembre, ante Rostov. En
encarnizados combates, defendiendo cada palmo de terreno, las tropas soviéticas
manifestaron una firmeza y un valor sin precedentes, un heroísmo masivo y
espíritu de sacrificio. La tenaz defensa de Brest y de Kíev, de Odesa y
Sebastopol, de Smolensk y Tula, predecían el fracaso del plan de la guerra
relámpago contra la URSS. De junio a noviembre de 1941, las pérdidas del adversario
ascendieron —sólo en tropas terrestres— a 758 000 hombres, y las de aviación,
a más de 5 000 aparatos.
En el otoño de 1941, las
acciones combativas alcanzaron su máxima tensión en la dirección de Moscú.
La batalla de Moscú (que
duró del 30 de septiembre de 1941 al 20 de abril de 1942) entró para siempre en
la historia como el inicio del viraje radical en la lucha contra la invasión
fascista.
Por ambas partes, en la
batalla intervinieron más de 2,8 millones de hombres, hasta 2 000 tanques, más
de 1 500 aviones, 21 000 cañones y morteros.[4] Al precio de
inmensas pérdidas, las unidades avanzadas de la Agrupación de Ejércitos
“Centro” llegaron hasta los accesos de la capital soviética a fines de
noviembre de 1941; pero no pudieron seguir avanzando: ahí fueron detenidas y
derrotadas.
En el transcurso de la
contraofensiva, iniciada el 5 de diciembre, las tropas soviéticas asestaron un
golpe demoledor a la Agrupación de Ejércitos “Centro”. 38 divisiones
hitlerianas sufrieron una seria derrota. Las grandes unidades blindadas enemigas,
consideradas decisivas en la ocupación de la capital soviética, sufrieron
pérdidas particularmente duras.
Hacia fines de abril de
1942, las bajas en combate de las tropas terrestres de la Wehrmaoht
sobrepasaban el número de 1,5 millones de hombres,[5] de los cuales
716 000 correspondían a las fuerzas de la Agrupación de Ejércitos “Centro”.
Esta cifra sobrepasaba en más de cinco veces todas las bajas de los hitlerianos
en Polonia, en el noroeste y el oeste de Europa y en los Balcanes. En ese tiempo,
la Wehrmacht hitleriana había perdido más de 4 000 tanques y cañones de asalto
y más de 7 000 aviones. El mando hitleriano se vio obligado a trasladar al Este
60 divisiones y 21 brigadas. Las tropas soviéticas liberaron de los agresores
más de 11 000 poblaciones, entre ellas las grandes ciudades de Kalinin y
Kaluga. El enemigo fue rechazado de 100 a 250 km de Moscú.
La derrota infligida por el
Ejército Rojo a la agrupación selecta de las tropas germano fascistas,
destruyó el mito de la invencibilidad de la Wehrmacht y fue la señal del total
fracaso de los planes hitlerianos de la guerra relámpago contra la URSS. La
victoria de Moscú demostró que la guerra, a pesar de su comienzo desafortunado
para las tropas soviéticas, sería ganada inevitablemente por la Unión
Soviética.
Los medios sociales
progresistas, las personas amantes de la paz de todos los continentes,
saludaron de manera solemne la victoria del Ejército Soviético en la batalla de
Moscú. El mundo se convenció de la solidez del Estado socialista soviético y
de la alta capacidad combativa de sus Fuerzas Armadas. Los pueblos de los
países ocupados por el enemigo vieron en la Unión Soviética la fuerza real
capaz de salvar al mundo de la esclavitud fascista. R. Battaglia, personalidad
progresista de Italia, señalaba que “el primer éxito militar soviético selló
un largo período de incertidumbre y desorientación”.[6] F. Grenier,
miembro del CC del Partido Comunista Francés, recordaba que, en la noche de Año
Nuevo de 1942, él y sus camaradas lograron captar una trasmisión desde Moscú.
“Ese mensaje [el de Kalinin] respiraba confianza, fuerza... Cuando al final de
la emisión sonó el carillón del Kremlin, Andrea y yo teníamos los ojos llenos
de lágrimas... Entonces, Moscú era en verdad la esperanza, el corazón del
mundo”.[7] La victoria de
Moscú coadyuvó a la cohesión de la coalición antihitleriana, a la creación de
las condiciones para un incremento sistemático de su capacidad militar.
Como evidencia de la colosal
resonancia social provocada por la victoria de Moscú, pueden servirnos las
valoraciones que entonces hicieron de ella personalidades estatales y militares
de diferentes países.
El 15 de febrero de 1942, W.
Churchill dijo por radio: “En aquellos días, Alemania parecía estar haciendo
pedazos los ejércitos rusos y avanzar con creciente impulso hacia Leningrado,
hacia Moscú, hacia Rostov... ¿Cómo están las cosas ahora?... Avanzan victoriosamente... Más que eso: por
primera vez, han roto la leyenda de Hitler. En lugar de victorias fáciles los alemanes
hasta ahora sólo han encontrado en Rusia desastre, fracaso, la vergüenza de
inenarrables crímenes, la matanza o la pérdida de enormes cantidades de
soldados alemanes.”[8]
El presidente de los Estados
Unidos, F. D. Roosevelt, en un mensaje enviado a J. V. Stalin, recibido el 16 de diciembre de 1941;
escribía: “Deseo informarle una vez más acerca del genuino entusiasmo
existente en los Estados Unidos por el triunfo de sus ejércitos en la defensa
de su gran nación.”[9]
La alocución del general De
Gaulle por la radio de Londres del 20 de enero de 1942 fue clarividente: “El
pueblo francés ha saludado con entusiasmo —dijo— los éxitos y el crecimiento de
las fuerzas del pueblo ruso... De repente, la liberación y la venganza se
convierten para Francia en dulces probabilidades..., dan a Francia la
oportunidad de recuperarse y de vencer... Para desgracia general, la alianza
franco rusa, en varios siglos, fue obstruida o impedida por la intriga o la
incomprensión. Ahora es una necesidad que se ve aparecer en cada viraje de la
historia.”[10]
En varias alocuciones se
apreciaron en su justo valor el heroísmo sin igual y la firmeza de los
combatientes soviéticos, de todo el pueblo soviético, y el destacado arte de
los jefes militares soviéticos. El general D. MacArthur, quien mandaba las
tropas norteamericanas en el océano Pacífico, escribió en febrero de 1942:
“Durante toda mi vida he participado en varias guerras y he presenciado otras,
así como he estudiado muy en detalle las campañas de destacados líderes del
pasado. En ninguna he observado una resistencia tan eficaz a los golpes más pesados
de un enemigo invicto hasta entonces, seguida por un aplastante contraataque
que está rechazando al enemigo hasta su propia tierra. La escala y la grandeza
del esfuerzo hacen que sea el mayor logro militar de toda la historia.”[11]
La batalla de Moscú atrae de
manera significativa la atención de los historiadores burgueses; aún más, en
los últimos años ha aumentado el interés hacia ese tema. Señalaremos, ante
todo, algunos elementos objetivos en la valoración de la batalla de Moscú.
El profesor norteamericano
A. W. Turney señala que la firmeza y el valor de las tropas soviéticas
hicieron fracasar los planes alemanes, cuidadosamente elaborados antes de la
guerra y calculados para el éxito de una ruptura relámpago hacia Moscú. Turney
subraya el particular tesón y la audacia en las acciones de las tropas
soviéticas en la dirección de Moscú, a partir de la segunda década de octubre
de 1941. “La ferocidad con que combatían los rusos, incluso cuando se hallaban
desesperadamente cercados, causaba sorpresa, hasta consternación, en el Alto
Mando de las Fuerzas Armadas alemanas”, señala Turney.[12]
La mayoría de los
historiadores occidentales no puede ignorar por completo un acontecimiento como
la derrota de las tropas germano fascistas en los alrededores de Moscú; pero en
sus obras este acontecimiento histórico mundial se pierde con frecuencia como
una aguja en un pajar. En estos casos, los autores burgueses centran, por lo
general, la atención en los planes del mando hitleriano, en las propuestas de
los generales fascistas a las instancias superiores, en las operaciones y los
combates de las tropas alemanas, y mantienen en la sombra las acciones del
Ejército Soviético.
Muchos afirman que, entre
1941 y 1942, las acciones de los aliados en África del Norte y en los teatros
navales, tuvieron mayor importancia para el desarrollo de la Segunda Guerra
Mundial que la batalla de Moscú y, en general, que la lucha armada en el frente
soviético alemán. Al interpretar los acontecimientos del invierno de 1941 a
1942, la historiografía burguesa subraya, de todas las maneras posibles, el
hecho de la entrada de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. El
ataque a las bases norteamericanas en el océano Pacífico, asegura H. Wallin,
“introdujo todo el potencial de los Estados Unidos en la guerra europea”.[13] Después de
Pearl Harbor, constata T. Higgins, Hitler empezó a vacilar.[14] Con la ayuda
de semejantes afirmaciones se intenta rebajar los esfuerzos heroicos del pueblo
soviético para rechazar la invasión fascista en 1941 y la importancia de la
victoria del Ejército Soviético en los accesos de Moscú, así como justificar la
estrategia de los dirigentes anglo norteamericanos, quienes todavía entonces
consideraban inevitable la derrota de la URSS y confiaban, sin fundamento, en
poner de rodillas a Alemania mediante los bombardeos, el bloqueo económico y acciones
ofensivas limitadas.[15]
La entrada de los Estados
Unidos en la guerra tuvo, claro está, un gran significado; sin embargo, fue el
Ejército Rojo —con su tenaz defensa y, después, con la contraofensiva que
comenzó a desplegar en el invierno de 1941 a 1942— el que echó por tierra los
planes de los hitlerianos y sentó las bases para el viraje radical en el desarrollo
de la Segunda Guerra Mundial. A partir de junio de 1941, el peso fundamental
de la guerra lo soportó la Unión Soviética. Contra ella estaba concentrada la
inmensa mayoría de las tropas de la Alemania fascista, fuerza fundamental del
bloque de Estados agresores.
Por lo general, los autores
occidentales reducen las causas del fracaso de los planes hitlerianos de la
“guerra relámpago” contra la URSS y de la derrota de las tropas germano
fascistas en los alrededores de Moscú en el invierno de 1941 a 1942: en primer
lugar, a los errores de Hitler en lo político y lo militar; en segundo, a las
condiciones climáticas desfavorables y los grandes espacios de la URSS, y en
tercer lugar, a la ayuda que recibió la Unión Soviética de sus aliados. La
maestría militar y el heroísmo del Ejército Soviético y los abnegados esfuerzos
de todo el pueblo soviético para organizar el rechazo al enemigo, “se escapan”
del campo visual de la historiografía burguesa.
La tesis de la
responsabilidad personal de Hitler por la derrota en los alrededores de Moscú,
es la más difundida. Se planteó por ex generales fascistas que en los años de
la guerra, como súbditos fieles, servían al Führer y se admiraban de su
“genio”. Después de ellos, se apoderaron de esta tesis muchos historiadores
occidentales, entre quienes se cuenta A. Turney. “Al haber tomado la
estratégica decisión de atacar y destruir la Unión Soviética —escribe Turney—,
Hitler procedió entonces a cometer una serie de errores fatales en su
realización.”[16]
De hecho, estos
historiadores callan que todo el plan de la guerra contra la URSS tenía un
carácter aventurero. Partía de la opinión notoriamente preconcebida de que el
Estado soviético era “un coloso con pies de barro”. Sin embargo, como lo
confirmó la experiencia de toda la guerra, los cabecillas fascistas
subestimaron la solidez del régimen estatal y social de la URSS, la potencia de
sus Fuerzas Armadas.
A. Turney afirma que el
“error fatal” de Hitler consistió en que “detuvo el precipitado avance hacia
Moscú y dirigió las fuerzas alemanas a cercar y destruir inmensas
concentraciones de fuerzas rusas en Ucrania”.[17] T. Dupuy le
hace coro: “Lo más crucial de todo —escribe— fue su rechazo de concentrar sus
fuerzas sobre Moscú en el verano de 1941.”[18]
Estos autores callan
premeditadamente la circunstancia de que el Ejército Rojo, que extenuó las
fuerzas del enemigo y las puso bajo la amenaza de ser cercadas y destruidas,
hizo fracasar los planes estratégicos de la Wehrmacht. El Mariscal de la Unión
Soviética G. Zhúkov señaló con justeza que la situación de la agrupación
central de los alemanes habría podido ser aún peor, si no hubieran renunciado
temporalmente a atacar Moscú y no se hubiera desviado una parte de las fuerzas
hacia Ucrania. “Pues las reservas del Cuartel General —escribe Zhúkov—,
enviadas en septiembre a cubrir las brechas operativas en la dirección
suroccidental y en noviembre a defender los accesos inmediatos a Moscú, habrían
podido utilizarse para golpear el flanco y la retaguardia de la Agrupación de
Ejércitos ‘Centro’, cuando ésta atacaba Moscú.”[19]
De la misma manera que los
errores políticos y militares de Hitler condicionaron, según muchos
historiadores occidentales, el fracaso de la estrategia fascista en la batalla
de Moscú, el desafortunado desenlace de los combates y las operaciones se
vincula, invariablemente, a “la influencia negativa del clima ruso” sobre las
operaciones de las tropas germano fascistas. “Las fuerzas alemanas no pudieron
superar los obstáculos de la naturaleza, la alteración de su sistema de
suministros y la obstinada resistencia de los defensores rusos”, escribe A. W.
Turney.[20] L. Cooper
afirma que “el lodo sin fondo en los caminos” se convirtió en el obstáculo más
importante para el avance de las tropas germano fascistas.[21] En casi todas
las publicaciones occidentales dirigidas a las amplias masas, es posible ver
fotografías de tanques y automóviles alemanes atascados en el lodo, con pies de
figuras que rezan más o menos así: “El invierno ruso hizo más lenta la
ofensiva nazi; las lluvias convirtieron los caminos en corrientes de lodo. Los
hombres, los caballos y las máquinas se atascaban con rapidez en él, y la Blitzkrieg
alemana fue detenida.”
La propaganda fascista fue
la primera en echar a andar esa versión. Ya en diciembre de 1941, el Alto Mando
alemán hizo una declaración en la cual afirmaba que las “condiciones
invernales” habían obligado a los alemanes a pasar “de la guerra de maniobras a
la guerra posicional” y a acortar la línea del frente. En la directiva N° 39
de la OKW del 8 de diciembre de 1941; se decía: “El crudo invierno que acaba
de presentarse sorpresivamente temprano en el Este y, con él, las dificultades
con los abastecimientos que se han confrontado, como consecuencia, nos obliga a
una suspensión inmediata de todas las grandes operaciones ofensivas y, con
ello, al paso a la defensa.”[22] Los
historiadores burgueses retomaron estos argumentos después de la guerra. Casi
ninguno prescinde de señalar el papel “fatal” del “lodo”, de las “heladas”, de
los “malos caminos” y de los “enormes espacios de Rusia”, para explicar las
causas de las derrotas de los ejércitos hitlerianos en los campos de los
alrededores de Moscú.
Según la opinión de los
historiadores germanoccidentales y norteamericanos, fue el “General Invierno
ruso” el que asestó el “golpe definitivo” a las tropas fascistas en los
accesos a Moscú. Los autores de la Encyclopedia Americana consideran que
“si el frío no hubiera llegado, posiblemente, los ejércitos alemanes se habrían
abierto paso combatiendo a través de la masa de hombres” hacia su objetivo
fundamental: Moscú.[23]
En la literatura histórica
soviética se ha mostrado, en más de una ocasión, la inconsistencia de las
afirmaciones de los autores burgueses que plantean que las condiciones
climáticas fueron la causa principal de la derrota del ejército germano
fascista en los alrededores de Moscú. Es imprescindible subrayar que el lodo en
el otoño de 1941 duró relativamente poco tiempo. A principios de noviembre
comenzó a hacer frío. En los alrededores de Moscú, la temperatura media se
mantuvo entre 6 y 14 °C entre noviembre y diciembre.[24] Sin dudas, los
historiadores occidentales dedicados a estudiar la batalla de Moscú conocen la
anotación del jefe del Estado Mayor General de la Wehrmacht, F. Halder, hecha
en agosto de 1941: “En toda la situación se destaca, cada vez con mayor
claridad, que hemos subestimado al coloso Rusia (...) Esta conclusión se refiere tanto a los aspectos
organizativos como a los económicos; también incluye el tráfico y el transporte;
pero, sobre todo, la capacidad de rendimiento puramente militar.”[25] Sin embargo,
este tipo de conclusiones —que descubren las verdaderas causas del fracaso de
la ofensiva alemana contra Moscú—no aparecen en la inmensa mayoría de los
autores occidentales.
“¡No!—escribió el Mariscal
de la Unión Soviética G. Zhúkov—. No fueron la lluvia ni la nieve los que
detuvieron a las tropas fascistas en los alrededores de Moscú. Una agrupación
de más de un millón de tropas hitlerianas selectas se estrelló contra la férrea
firmeza, el valor y el heroísmo de las tropas soviéticas; tras sus espaldas
estaba su pueblo, su capital, su Patria.”[26]
Algunos historiadores
occidentales, al explicar las causas del fracaso de los planes hitlerianos de
la “guerra relámpago” contra la URSS, exageran la importancia del apoyo anglo
norteamericano a la Unión Soviética en ese período. En una de las
investigaciones acerca del frente soviético alemán realizada por el servicio
de historia militar de las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos, se dice que el
apoyo de los aliados occidentales en 1941 “garantizó a las fuerzas militares
soviéticas la capacidad de continuar su resistencia” y que “sin el apoyo de los
aliados, la economía soviética habría sido incapaz de suministrar el material
adecuado para sostener a las fuerzas soviéticas en el campo de batalla”.[27] S. Welles es
mucho más categórico; según su opinión, las armas y los aviones norteamericanos
“ayudaron, en gran medida, a hacer posible la victoria de Moscú”.[28]
Con relación a esto
recordemos que en 1941 los suministros de los aliados fueron en extremo
limitados. Inglaterra y los Estados Unidos suministraron a la URSS 750 aviones,
501 tanques y algún otro armamento. Esta ayuda tampoco podía tener una
importancia decisiva porque los equipos llegaban a los puertos soviéticos
incompletos y averiados. El 8 de noviembre de 1941, J. V. Stalin escribió lo siguiente a W. Churchill: “Los
tanques, los cañones y los aviones son mal empacados, algunas partes de los
cañones vienen en diferentes barcos y los aviones están tan mal embalados que
los recibimos dañados.”[29]
Según consideran los
historiadores ingleses J. R. M. Butler y J. M. A. Gwyer, Inglaterra y los
Estados Unidos no deseaban “ver un valioso material de guerra, que podría
ponerse en uso inmediato en otra parte, perdido en el caos de un frente ruso
que se desplomaba”.[30] Los aliados
aguardaban, no creían en la posibilidad de que la Unión Soviética resistiera y
venciera.
En contra de esas dudas,
gracias a una gran tensión de las fuerzas y al precio de muchas víctimas, se
detuvo el ulterior desplazamiento del enemigo y su agrupación principal fue destruida
y rechazada desde Moscú hacia el oeste.
La batalla de Stalingrado. La victoria de las tropas soviéticas en Stalingrado constituyó un acontecimiento especial de la Segunda Guerra Mundial. La batalla en el Volga —brillante por su concepción y realización, grandiosa por su magnitud y decisiva por sus consecuencias político militares— no sólo entró como una página de gloría imperecedera en los anales de la Gran Guerra Patria de la Unión Soviética contra la Alemania fascista, sino también en la historia mundial. En su discurso, al develar solemnemente el conjunto escultórico en Volgogrado el 15 de octubre de 1967, L. I. Brézhnev dijo: “En esta batalla no sólo fueron trituradas las selectas tropas hitlerianas. Aquí expiró el ímpetu ofensivo, se doblegó el espíritu moral del fascismo. Comenzó la desintegración del bloque fascista... Se duplicaron las fuerzas de quienes no inclinaron la cabeza ante los agresores hitlerianos. La palabra ‘Stalingrado’ se trasmitía de boca en boca como una consigna de resistencia, como una consigna de victoria.”[31]
La batalla de Stalingrado
duró seis meses y medio (del 17 de julio de 1942 al 2 de febrero de 1943). Las
acciones combativas se desarrollaron en un área de casi 100 000 km2
y la línea del frente tuvo una longitud de 400 a 850 km. En algunas etapas,
por ambos lados en la contienda participaron más de 2 millones de hombres, más
de 2 000 tanques, más de 2 500 aviones y alrededor de 26 000 cañones y
morteros.[32] El enemigo,
que intentaba atravesar el Volga y apoderarse del Cáucaso, sufrió la más dura
de las derrotas.
En el curso de la batalla
defensiva, en el meandro entre el Don y el Volga, en el mismo Stalingrado, las
tropas de la Wehrmacht fueron agotadas y, más tarde, aniquiladas en una
brillante operación de cerco, en condiciones de igualdad aproximada de
efectivos y medios. Después de cercar y aniquilar en Stalingrado una agrupación
enemiga de 330 000 hombres, el Ejército Soviético pasó a la ofensiva general en
varios frentes. En la batalla de Stalingrado se manifestaron, en toda su
magnitud, el heroísmo masivo y el inquebrantable valor de los combatientes
soviéticos, así como el gran talento militar y las capacidades organizativas
del personal de mando y político del Ejercito Soviético. “Stalingrado —se
señaló en el discurso en conmemoración del 26 aniversario de la Gran Revolución
Socialista de Octubre— fue el ocaso del ejército germano fascista. Después de
la batalla de Stalingrado, como es sabido, los alemanes no pudieron recobrarse
ya.”[33]
La batalla de Stalingrado
tuvo un inmenso significado internacional. Fue una importante etapa histórica
en el camino a la victoria de la Unión Soviética sobre la Alemania fascista;
un factor estratégico que determinó un cambio general de la situación
estratégica y política a favor de la coalición antihitleriana.
F. Roosevelt valoró
altamente la victoria de las tropas soviéticas en la batalla de Stalingrado en
el Diploma de Honor a Stalingrado, en el cual se lee: “En nombre del pueblo de
los Estados Unidos de América, obsequio este Diploma a la ciudad de Stalingrado
para destacar nuestra admiración a sus gallardos defensores, cuyo coraje,
fortaleza y devoción durante el sitio del 13 de septiembre de 1942 al 31 de
enero de 1943, inspirará por siempre los corazones de todas las personas
libres. Su gloriosa victoria contuvo la marea de invasión y marcó el punto
decisivo en la guerra de las Naciones Aliadas contra las fuerzas agresoras.”
Según los criterios
burgueses, la batalla de Stalingrado se analiza con más detalles en el libro de
E. F. Ziemke De Stalingrado a Berlín: La derrota alemana en el Este [Stalingrad to Berlín: The German Defeat
in the East], en el cual se le dedican dos capítulos. El historiador
del Pentágono valora, a su manera, la importancia de la batalla. “Al poseer
algunas características estratégicas por derecho propio —escribe Ziemke—,
Stalingrado se convirtió —en parte por accidente, en parte por designio—, en el
punto focal de una de las batallas decisivas de la Segunda Guerra Mundial.”[34]
Ziemke centra sus esfuerzos
fundamentales en restarle importancia al papel del arte militar soviético en
la batalla del Volga. Afirma de manera categórica que la victoria de Stalingrado
“resultó más por errores de Hitler que por destreza militar soviética”.[35] A su vez, “se propala” la tesis falsa acerca de la supremacía
numérica de las tropas soviéticas al comienzo de la contraofensiva. Según
datos publicados en los libros de Ziemke, tropas soviéticas de 1 millón de
hombres hicieron frente a sólo 500.000 de las tropas alemanas y sus aliados.[36] No resulta
difícil darse cuenta que en este caso, recurriendo a una publicación oficial,
se intenta utilizar de nuevo las invenciones de Zekzler y otros generales
hitlerianos, desenmascaradas hace muchos años en la literatura histórico
militar mundial y soviética. Es bien conocido que al inicio de la
contraofensiva la correlación total de fuerzas de las partes contendientes en
Stalingrado —incluido los hombres— era aproximadamente igual (1 015 300
hombres de las tropas soviéticas se enfrentaba a una agrupación adversaria de
1 011 500 hombres).[37] En lo
referente a las direcciones de los golpes principales, el mando soviético sí
supo crear en realidad una superioridad, pero fue resultado de una hábil
maniobra de fuerzas y medios.
A menudo se encuentran
comparaciones entre la batalla de Stalingrado y otras ocurridas en la historia
militar mundial. Lo más frecuente es que la comparen con la batalla de Verdún.
En particular, C. Ryan considera que “la épica batalla de Stalingrado fue la
Verdún de Alemania de la Segunda Guerra Mundial”.[38] En este
sentido son muy oportunos los razonamientos del historiador burgués inglés B.
Pitt: “Stalingrado ha sido comparado con Verdún —escribe— en intensidad y
significación, y hay muchas cosas que apoyan la comparación; pero en algo vital
fue diferente. En 1917, los franceses aceptaron el reto de Falkenhayn[39], e
intercambiaron vida de soldado por vida de soldado, al introducir un
interminable torrente de refuerzos en esa estrecha franja de arena junto al
Mosa hasta que ambos bandos retrocedieron enfermos por la matanza y casi
desangrados... En Stalingrado, durante el crucial invierno de 1942 a 1943, los
jefes del Ejército Rojo demostraron apreciar la realidad militar y capacidad
de aprender del pasado, el cual sería un modelo para todo... Reforzaron a los
defensores que estaban dentro, según patrones dictados por el mínimo necesario,
en lugar del máximo posible, y emplearon el poder y la fuerza así
conservados para lanzar el gran cerco que estranguló luego al 6o
Ejército de Paulus. Así pues, Stalingrado es el nombre de una gran victoria,
ganada a un costo razonable; Verdún es sólo el nombre de una batalla que devoró
vidas con el apetito de Moloc, y dejó a ambos bandos más débiles y pobres.”[40]
En la literatura histórico
militar de los Estados Unidos denominan “Stalingrado de Occidente” al plan de
cerco del 7o y el 5o
Ejércitos Blindados germano fascistas (alrededor de 20 divisiones) entre
Falaise y Martin en agosto de 1944.[41] En esta zona,
los combates tuvieron un carácter realmente tenso. Las tropas de los aliados
occidentales pudieron obtener éxitos considerables: el enemigo tuvo grandes
pérdidas y se vio obligado a retirarse tras el Sena. Sin embargo, las fuerzas
unificadas de los aliados (alrededor de 37 divisiones), entonces con superioridad
absoluta en el aire, sólo lograron cercar, en fin de cuentas, unidades
aisladas de ocho divisiones de infantería y dos blindadas del adversario,
alrededor de 45 000 hombres. Los hitlerianos sacaron del “saco de Falaise” las
divisiones blindadas y de infantería, o sus unidades, con mayor capacidad
combativa. Las causas de la culminación no exitosa por completo de la
operación de cerco, se explican por los defectos en el plan mismo de la
operación (en particular, se destacaron fuerzas insuficientes para crear los
frentes interno y externo del cerco), así como por la confusión organizativa,
la indecisión de las acciones del mando anglo norteamericano en la etapa
culminante de cerco, y otras circunstancias.
En la literatura
norteamericana se revela igualmente la idea de que “Stalingrado en el Este y
Bastogne en el oeste... representaron para Alemania... la lenta marea hacia la
derrota final”.[42] Pero esta
comparación no tiene fundamentos. En Bastogne, las tropas germano fascistas
rodearon a la 101a División Aéreo Transportada y una parte de las
fuerzas de la 10a División Blindada de los Estados Unidos, las cuales
fueron desbloqueadas a la semana. Este giro de los acontecimientos, alarmante
para el mando norteamericano y ocurrido en el curso de los combates en las
Ardenas, se produjo en la etapa culminante de la Segunda Guerra Mundial,
cuando la derrota de la Alemania fascista era ya cuestión de tiempo.
Tampoco podemos dejar de
referirnos a los insistentes intentos de “explicar” la derrota de las tropas
germano fascistas en Stalingrado con las “fatales decisiones” de Hitler. Los
autores de esos trabajos, al echar sólo sobre Hitler toda la culpa de la
derrota, abogan con ello en favor del generalato fascista, así como introducen
la idea de la “casualidad” de la derrota de la Alemania fascista, de la
factibilidad de la revancha militar.
Citaremos dos ejemplos. T.
Dupuy, historiador militar norteamericano a quien ya nos hemos referido, ve la
causa de la derrota de las tropas alemanas en Stalingrado en que “Hitler
insistió en que no retrocedieran un paso de Stalingrado. Mientras los generales
alemanes trataban de persuadirlo de que cambiara sus órdenes, los rusos
incorporaron inmensos refuerzos terrestres y aéreos para fortalecer las líneas
del cerco.”[43] Otro
historiador norteamericano, M. Gallagher, conocido por sus manifestaciones
antisoviéticas, afirma que incluso en los estados mayores germano fascistas
“estaban conscientes de la amenaza a sus flancos..., pero Hitler se negó a
permitir la retirada”.[44]
Es difícil admitir que estos
y otros historiadores que comparten sus puntos de vista no conozcan el
artículo “La batalla de Stalingrado”, escrito a solicitud del Departamento de
Defensa de los Estados Unidos por el general Zeitzler, ex jefe del Estado Mayor
General de las tropas terrestres de la Alemania fascista. En ese artículo, que
forma parte del libro Decisiones fatales [The Fatal Decisions], se expresa con claridad que la
idea de Hitler de apoderarse de Stalingrado a cualquier precio —y, más tarde,
la orden de mantener la parte ocupada de la ciudad—, era apoyada por completo
por la élite de los generales en las personas de Keitel y Jodl.[45]
Detengámonos con más
detalles en una investigación “fundamental” dedicada a la batalla de
Stalingrado: el libro del historiador burgués norteamericano W. Craig,
publicado con el título de El enemigo a las puertas. La batalla por
Stalingrado [Enemy at the Gates. The Battle for
Stalingrad].[46] Esta obra
refleja, en gran medida, la tendencia predominante en los Estados Unidos al
interpretar los acontecimientos en el frente soviético alemán. W. Craig trata
de actuar en el papel de investigador objetivo. Evita repetir los odiosos
intentos de poner a un mismo nivel la batalla de Stalingrado y la operación de
El-Alamein o los combates por el atolón Tarawa en el océano Pacífico, como lo
hacen H. Baldwin y algunos otros historiadores occidentales; pero elude, al
mismo tiempo, valorar el lugar y la importancia de la batalla de Stalingrado
en la Segunda Guerra Mundial.
Según se avanza en la
lectura del libro, se va evidenciando que Craig analiza de manera superficial
el desarrollo de las acciones militares en Stalingrado, confunde
acontecimientos, grados y apellidos de jefes militares. En su libro, los
kazajos viven en... el Volga, y Novosibirsk se encuentra en los Urales,[47] etc. Como
vemos, el autor no se molestó en estudiar con cuidado el material histórico.
Tenía otros propósitos, otro encargo.
Craig ve en los errores de
Hitler las causas de la derrota de las tropas germano fascistas en Stalingrado
y de los éxitos del Ejército Soviético. Así vemos que, al analizar la historia
previa a la batalla de Stalingrado, trata de convencer al lector de que
Vorónezh se mantuvo en poder de las tropas soviéticas gracias a un error del
Führer. “En un inicio, Hitler planeaba dejar de lado Vorónezh —se señala en el
libro—; pero cuando los blindados alemanes penetraron fácilmente (!) en los
suburbios y los jefes pidieron permiso por radio para capturar el resto de la
ciudad, Hitler vaciló y dejó la decisión al jefe de la Agrupación de Ejércitos
B, mariscal de campo von Bock.”[48]
La verdadera historia de los
difíciles y cruentos combates en la región de Vorónezh en el verano de 1942,
evidencia otra cosa: las tropas fascistas no pudieron tomar la ciudad a causa
de la abnegada resistencia de las unidades soviéticas, y de las hábiles medidas
adoptadas a tiempo por el mando soviético. Las grandes unidades móviles de los
hitlerianos que lograron apoderarse, el 6 de julio, de una cabeza de puente en
la orilla izquierda del Don y dominar una parte de la ciudad, encontraron la
resistencia tenaz y bien organizada de las tropas soviéticas. Ese mismo día,
el Frente de Briansk asestó un contragolpe al sur de Elets, como resultado del
cual el mando alemán se vio obligado a desviar hacia el norte el 24° Cuerpo
Blindado y tres divisiones de infantería, que se dirigían a la región de
Vorónezh. La agrupación de choque enemiga que atacaba Vorónezh resultó
debilitada. Se hicieron fracasar sus intentos de apoderarse de la ciudad.[49]
Habría sido posible salvar
la agrupación de Paulus, señala más adelante el autor, de no haber sido por
las acciones unipersonales de Hitler, quien prohibió a las tropas cercadas
realizar la ruptura e ir al encuentro de Manstein.[50] Según sus
palabras, la ofensiva de la Agrupación de Ejércitos “Don”, cuya tarea consistía
en desbloquear a las tropas cercadas, se desarrollaba con éxito:
“Sorprendentemente, la resistencia rusa fue insignificante... El peor problema
que enfrentaron los alemanes fue el hielo que cubría los caminos e impedía que
sus tanques tuvieran amplia movilidad.”[51]
Sin embargo, el verdadero
cuadro de la ofensiva que comenzaron los hitlerianos el 12 de diciembre de
1942 desde la región de Kotélnikovo en dirección a Stalingrado, fue totalmente
diferente. El enemigo, con una gran superioridad en fuerzas, chocó con una
tenaz resistencia y sufrió inmensas pérdidas. Los combatientes soviéticos se
defendían hasta perder la vida. Manstein, al analizar en sus memorias el
comienzo de la ofensiva de la Agrupación de Ejércitos “Don” que él comandaba,
reconoció: “El adversario no se limita, en modo alguno, a la defensa, sino
que trata una y otra vez mediante contraataques de arrancarles a nuestras dos
divisiones de tanques el territorio ganado o, por lo menos, parte de él... y
con sus fuerzas trata de rodear a las nuestras.”[52]
Según opinión de Craig, la
fuga de datos secretos del Cuartel General hitleriano coadyuvó, de manera
decisiva, a la victoria del Ejército Soviético en Stalingrado. El autor se
remite a las actividades de S. Radó, R. Rossler y otros agentes secretos
antifascistas.[53]
Sin embargo, el mismo S.
Radó desenmascara esta versión, utilizada no sólo por W. Craig: “No seré yo,
agente secreto —escribió—, quien niegue el papel tan importante del servicio
de inteligencia, de sus informadores, que trabajan en la profunda retaguardia
enemiga; pero ver en sus éxitos la causa de nuestra victoria es ponerlo todo
de cabeza. Semejantes intentos de los falsificadores burgueses resultan, por lo
menos, risibles... El desenlace de la guerra siempre se ha decidido, en fin
de cuentas, en el campo de batalla. Ha vencido el ejército con un mayor
potencial económico y con mayores reservas de hombres, el ejército mejor
armado y preparado, el ejército que superaba al adversario con su fuerza de
espíritu.”[54]
En la obra de Craig se
dedica un lugar significativo a los “aspectos morales de la guerra en el Este”.
En este sentido, divide los hechos en provechosos y no provechosos para la propaganda
antisoviética. Los primeros los toma como arma, los segundos los rechaza, lo
que se confirma en el ejemplo de los “hechos de la vida”, citados en el libro,
de soldados, oficiales y generales hitlerianos que se rindieron en Stalingrado.
El periódico de los
comunistas ingleses The Morning Star, no sin fundamento, señaló en este sentido: “Pero uno queda
preguntándose hasta qué punto puede ser confiable la evidencia del último día
de algunos alemanes entrevistados [se refiere a entrevistados de la RFA.—El
autor] por William Craig,
de quienes una sorprendente cantidad sólo parece recordar lo más humano de sus
propios actos o de los de sus compañeros, y sólo la rudeza de sus captores.”[55]
Conviene recordar que la
victoria de las tropas soviéticas en Stalingrado se preparó y alcanzó en una
situación muy compleja para la Unión Soviética. Las fronteras soviéticas en el
Lejano Oriente continuaban amenazadas por el ejército japonés élite de Kwantung
y en el sur una gran agrupación de tropas turcas esperaba el momento propicio
para atacar a la URSS. Ellos inmovilizaban una gran parte de las Fuerzas
Armadas soviéticas, limitaban sus posibilidades de lucha contra los agresores
germano fascistas, cuya dimensión y crueldad seguían creciendo.
Para la URSS también
desempeñó un papel negativo la violación, por parte de los dirigentes de
Inglaterra y los Estados Unidos, de su deber de aliados de abrir del Segundo
Frente en 1942. Esto permitió a Alemania dirigir, prácticamente sin chocar con
ningún obstáculo, sus fuerzas y medios fundamentales al frente soviético
alemán, no sólo para suplir las pérdidas sufridas, sino también para incrementar
la composición de sus agrupaciones que actuaban contra las tropas soviéticas.
No obstante, en la
literatura occidental está difundida una versión según la cual el Ejército
Soviético no habría alcanzado la victoria sin el apoyo de las tropas anglo norteamericanas.
En la recopilación La
Segunda Guerra Mundial [Der
Zweite Weltkrieg], el historiador de la RFA R. Seth escribe, por
ejemplo, que el déficit de las reservas, el cual no permitió al Mando germano
fascista alcanzar sus objetivos en el Este en 1942, se debía al inminente
desembarco de los aliados. Para enfrentar este peligro, en el oeste
aguardaban, “casi holgazaneando, inmensos ejércitos.”[56] El historiador
norteamericano J. L. Stokesbury afirma que los rusos pospusieron a propósito su
contraofensiva en Stalingrado hasta noviembre de 1942, cuando “la invasión
aliada del África del Norte francesa, como se consideraba acertadamente,
retendría reservas alemanas en Europa Occidental”.[57] En cuanto a W.
Craig, intenta adjudicar un papel aún más activo a la “amenaza” de irrupción
de las tropas de los Estados Unidos e Inglaterra en Francia. Escribe acerca de
cierto traslado de la división Gran Alemania, en el período de la batalla de
Stalingrado, del frente soviético alemán a Francia.[58]
Cuando se someten a una
comprobación no resultan confirmados los hechos que citan Seth, Stokesbury y
Craig. En primer lugar, en Europa Occidental se encontraban, antes del
comienzo de la batalla de Stalingrado, en total 530.000 efectivos de las
tropas terrestres, mientras que en el frente soviético alemán había 2.997.000;
es decir, casi seis veces más. En Occidente se encontraba una flota aérea
alemana; en el Este, cuatro.[59] Además, en
Occidente una parte considerable de las tropas eran agrupaciones y unidades
debilitadas o partes de ellas, enviadas hacia allá, desde el frente soviético
alemán, para descansar y reformarse.
En segundo
lugar, en el período de la batalla de Stalingrado, el “bombeo” de divisiones
alemanas se realizaba, antetodo, del oeste al Este. Sólo de noviembre de 1942 a
abril de
1943, el mando alemán envió desde Francia y otros países de Europa Occidental al frente soviético alemán, 35 nuevas divisiones para suplir las grandes pérdidas de la Wehrmacht.[60] Es
una invención la afirmación de Craig acerca del traslado dela división Gran Alemania al oeste. El diario de Halder confirma que esta gran unidad actuaba ya en el frente soviético
alemán.[61] La división Gran Alemania llegó en mayo de 1942 desde el Occidente al frente soviético alemán y se mantuvoallí hasta el final de la guerra.[62]
1943, el mando alemán envió desde Francia y otros países de Europa Occidental al frente soviético alemán, 35 nuevas divisiones para suplir las grandes pérdidas de la Wehrmacht.[60] Es
una invención la afirmación de Craig acerca del traslado dela división Gran Alemania al oeste. El diario de Halder confirma que esta gran unidad actuaba ya en el frente soviético
alemán.[61] La división Gran Alemania llegó en mayo de 1942 desde el Occidente al frente soviético alemán y se mantuvoallí hasta el final de la guerra.[62]
Más de 100 divisiones del
enemigo fueron destruidas desde el inicio de la contraofensiva en noviembre de
1942, en los alrededores de Stalingrado, la cual se convirtió más tarde en la
gran ofensiva del Ejército Soviético y continuó hasta fines de marzo de 1943.
Entre muertos, heridos, prisioneros y desaparecidos, el enemigo perdió más de
1 700 000 soldados y oficiales; se le destruyeron 24 000 cañones y más de
3 500 tanques y 4 300 aviones.[63] Con ello se
quebrantó, de manera decisiva, la capacidad militar de la Alemania fascista y
se hizo un aporte inmenso al logro del viraje total en la Gran Guerra Patria y
en toda la Segunda Guerra Mundial.
La batalla de Kursk. El 5 de agosto de 1943 a las 24:00 horas, Moscú disparó salvas en honor de los héroes de Oriol y Bélgorod; en honor de la destacada victoria lograda en la batalla de los alrededores de Kursk. Esas fueron las primeras salvas de celebración en los años de la guerra. Doce salvas disparadas desde 124 cañones anunciaron al pueblo soviético y a todo el mundo que la Alemania hitleriana había sufrido otra gran derrota que la colocaba ante la catástrofe.
En la batalla de Kursk (que
duró del 5 de julio al 23 de agosto de 1943) por ambas partes participaron
enormes fuerzas: más de 4 millones de hombres, más de 69 000 cañones y morteros,
más de 13 000 tanques y cañones de asalto y 12 000 aviones de combate.[64] Después de la
derrota en Stalingrado, éste fue el último intento del mando germano fascista
de efectuar una gran ofensiva en el frente soviético alemán, con el fin de
recuperar la iniciativa estratégica y torcer el curso de los acontecimientos a
su favor.
El Cuartel General del Mando
Supremo soviético, el cual disponía de datos del servicio de inteligencia
acerca de la ofensiva que preparaba el enemigo, decidió llevar a cabo una
defensa premeditada. Las potentes agrupaciones del enemigo, que contaban con
destruir a las tropas soviéticas a la defensiva, fueron desgastadas en cruentos
combates. El 12 de julio, el Ejército Soviético pasó a la contraofensiva. En la
batalla de Kursk —conocida también como el combate de tanques más grande de la
Segunda Guerra Mundial—, el Ejército Soviético destruyó 30 divisiones selectas
del enemigo, entre las cuales se encontraban siete divisiones blindadas. La
Wehrmacht perdió más de 500 000 soldados y oficiales, 1 500 tanques, 3 700 aviones
y 3 000 cañones.[65] Se liberaron
Oriol, Járkov y muchas otras ciudades y poblados soviéticos; se crearon
condiciones favorables para la liberación de la parte de Ucrania situada a la
orilla izquierda del Dniéper y la salida hasta ese río.
Hasta comienzos de la década
del 60, en Occidente no existían prácticamente trabajos de envergadura
dedicados a la batalla de Kursk; de su gran importancia sólo se escribió en los
años de la guerra. “La gran ofensiva
soviética —se señala en Breve historia de la Segunda Guerra Mundial, editada por el Departamento de
Defensa de los Estados Unidos en 1945—, que comenzó en el frente Kursk-Oriol en
el verano de 1943, no se detuvo hasta la primavera siguiente, cuando los
invasores nazis fueron expulsados por completo del sur de Rusia.”[66]
Desde entonces los esfuerzos
de los autores occidentales estuvieron dirigidos, en lo fundamental, a callar
o denigrar los éxitos decisivos del Ejército Soviético alcanzados en la batalla
de Kursk, y su influencia sobre el desenlace de la Segunda Guerra Mundial en su
conjunto.
Los “objetivos limitados” de
la ofensiva emprendida por la Wehrmacht fascista en el Arco de Kursk (operación
“Zitadelle”), es una de las versiones más difundidas. En el libro de E. F.
Ziemke3 la parte dedicada a esta operación se titula “Una ofensiva
limitada”.[67] T. N. Dupuy y
muchos otros historiadores norteamericanos caracterizan de esa misma manera
los objetivos de la ofensiva alemana.[68] En la mayoría
de las publicaciones de los historiadores germanoccidentales se afirmó un punto
de vista análogo. E. Klink considera que los estrategas hitlerianos, cuando
planificaron la operación “Zitadelle”, no buscaron apoderarse de la iniciativa
estratégica perdida, sino de fortalecer la defensa propia.[69] Como esos objetivos
eran limitados, a continuación desarrollan la idea de que el fracaso de la
ofensiva no puede analizarse como un factor de importancia estratégica.
Semejante conclusión está en
completa contradicción con la realidad. La preparación de la operación
“Zitadelle” y las fuerzas concentradas para efectuarla, evidencian que los hitlerianos
perseguían fines decisivos, de largo alcance, con la ofensiva en los
alrededores de Kursk. Esta operación fue un intento desesperado por destruir
las principales fuerzas del Ejército Rojo, recuperar la iniciativa
estratégica, mantener el bloque fascista y torcer el curso de los acontecimientos
a su favor.
En la Orden operativa N° 6,
firmada por Hitler, del Cuartel General de la Wehrmacht sobre la preparación
de la ofensiva en los alrededores de Kursk, se subrayaba: “Cada jefe, cada
soldado raso está obligado a compenetrarse, de manera consciente, con la
importancia decisiva de esta ofensiva. La victoria en los alrededores de
Kursk, deberá ser un faro para el mundo entero.”[70] La orden
exigía que para la ofensiva en el Arco de Kursk se utilizaran las mejores
unidades, el mejor armamento, los mejores jefes, la mayor cantidad posible de
municiones. El ex jefe del Estado Mayor del 48° Cuerpo de Tanques de la
Wehrmacht, F. W. von Mellenthin, reconoce que “ningún ataque pudo haber sido
mejor preparado que éste”.[71]
En los alrededores de Kursk,
el mando hitleriano concentró 50 divisiones selectas, de las cuales 14 eran
blindadas (alrededor del 70 % de las que estaban en el frente soviético
alemán) y dos motorizadas. En general, la agrupación germano fascista tenía más
de 900 000 hombres, alrededor de 10 000 cañones y morteros, 2 700 tanques y
cañones de asalto, y más de 2 000 aviones.[72] El mando
fascista trasladó a los alrededores de Kursk, en julio de 1943, casi todos los
nuevos tanques “Pantera” y “Tigre” y los cañones de asalto “Ferdinand”, de
potente blindaje, producidos en Alemania hasta la fecha de la ofensiva. No se
forma una agrupación tal con el fin de realizar una “ofensiva limitada”. El
mando hitleriano preparó una operación de gran alcance estratégico que, no obstante,
se hizo fracasar por las hábiles y heroicas acciones del Ejército Soviético.
Un método perenne de
falsificar la historia de la batalla de Kursk es afirmar que no fue el Ejército
Soviético el que hizo fracasar el ataque alemán e infligió a la Wehrmacht una
derrota demoledora, sino que el mando hitleriano se vio obligado a “suspender
de manera inesperada” la operación “Zitadelle” por el desembarco de tropas
anglo norteamericanas en Sicilia.
De ello escriben los
historiadores “oficiales” de los Estados Unidos en la Encyclopedia Americana. Después de reconocer que “la
situación al norte de Oriol era precaria”, ahí mismo afirman a los lectores que
para Hitler y su mando “la mayor fuente de preocupación era Sicilia, donde
tropas norteamericanas y británicas habían desembarcado el 10 de julio”.[73]
El desembarco de los aliados
en Sicilia empeoró las posibilidades estratégicas de Alemania; pero no podía
ejercer —y no ejerció— ninguna influencia notoria sobre el desarrollo de la
batalla de Kursk. El 10 de julio, desde el Cuartel General de Hitler se indicó
que la operación “Zitadelle” continuaría. Al día siguiente, las tropas
fascistas aplicaron nuevos esfuerzos para producir la ruptura hacia Kursk.
Variaron la dirección de los golpes principales, lanzaron al combate nuevas
unidades de tanques, pero no alcanzaron el éxito. El 12 de julio, tropas de los
Frentes Occidental y de Briansk pasaron a la ofensiva en la plaza de armas de
Oriol y el Frente de Vorónezh asestó un contragolpe decisivo en los alrededores
de Prójorovka y al flanco izquierdo de la agrupación de choque del enemigo, el
cual intentaba abrirse paso hacia Kursk desde el sur.
Se produjo un cambio brusco
de la situación en el Arco de Kursk-Oriol; se definió con precisión la
situación crítica de las tropas germano fascistas. La Agrupación de Ejércitos
“Centro”, bajo los potentes golpes de las tropas soviéticas, se vio obligada a
renunciar a las acciones ofensivas y pasar a la defensiva. El 13 de julio,
Hitler citó con urgencia a una reunión a los jefes de las Agrupaciones de
Ejércitos “Sur” y “Centro”.
Los potentes golpes del
Ejército Soviético obligaron a Hitler a tomar esa decisión; sin embargo, el
jefe de la Agrupación de Ejércitos “Sur”, E. Manstein, convenció al Führer de
otra cosa. A la Agrupación de Ejércitos “Centro” se le permitía pasar a la
defensiva, pero las tropas de Manstein debían continuar la ofensiva. En cuanto
a la decisión final de suspender la operación “Zitadelle” y pasar a la
defensiva en toda la línea de Járkov-Oriol, ésta se adoptó en el Cuartel
General de la Wehrmacht sólo el 19 de julio de 1943, cuando surgió el peligro
real de que la agrupación hitleriana de Oriol fuera cercada.[74]
Durante todo este tiempo, el
frente soviético alemán continuaba, a pesar del desembarco de los aliados en
Sicilia, inmovilizando y aniquilando las principales fuerzas de la Alemania
nazi. Aquí se encontraba más del 70 % de su ejército de operaciones.
Precisamente esta circunstancia ayudó a los aliados a desembarcar, con bastante
facilidad, en Sicilia, y la ofensiva iniciada por el Ejército Soviético hizo
fracasar el plan del enemigo de trasladar varias divisiones a Italia.
Algunos historiadores
occidentales consideran que la victoria del Ejército Soviético en la batalla
de los alrededores de Kursk, fue el resultado de ciertas “circunstancias
casuales”. T. Weyr afirma, por ejemplo, que el plan nazi de ataque a Kursk, “si
Hitler lo hubiera llevado a cabo tan pronto como terminaron los deshielos de
primavera, podría haber tenido éxito”.[75] Según otros
historiadores norteamericanos, fue un impedimento la tormenta que se
desencadenó el 5 de julio, que hizo intransitable para los tanques el flanco
sur del Arco de Kursk, y el mal tiempo del 8 de julio, que no permitió emplear
la aviación.[76]
Ya se ha hablado, en
reiteradas ocasiones, de la inconsistencia de los intentos de explicar las derrotas
de las tropas germano fascistas por las condiciones climáticas. Debe subrayarse
otro elemento: es imposible hablar de algún tipo de “ataque decisivo” de las
tropas hitlerianas en el Arco de Kursk en la primavera de 1943. La catástrofe
de los nazis en los alrededores de Stalingrado conmovió toda su maquinaria de
guerra. Después de la liquidación de la agrupación cercada de Paulus, el mando
soviético trasladó a la región de Kursk —desde las orillas del Volga— grandes
fuerzas.
Pero los historiadores
burgueses son impotentes para silenciar el hecho indiscutible de que, mientras
en la planificación y la ejecución de la operación las tropas germano fascistas
se caracterizaron por un patrón, el mando soviético buscaba continuamente y
encontraba soluciones originales, creadoras. La decisión del mando soviético de
pasar a una defensa premeditada cuando existía la superioridad general de las
tropas soviéticas, fue en realidad una innovación.
M. Caidin, quien ha
investigado desde posiciones más objetivas la batalla en los alrededores de
Kursk, destaca en su libro Los Tigres arden [The Tigers are Burning] dos factores sustanciales que
condujeron, en su opinión, a las tropas soviéticas a la victoria: en primer
lugar, el brillante plan de la defensa premeditada y la subsiguiente
contraofensiva; en segundo, las destacadas cualidades combativas de las tropas
soviéticas.[77]
El autor entabla una
polémica con quienes silencian el lugar especial de la batalla de Kursk en la
pasada guerra, y la denomina, en contra de sus oponentes occidentales, “el
mayor combate terrestre y aéreo de la historia militar”.[78] Al exponer, de
manera prolija, los argumentos de los historiadores soviéticos —quienes
desenmascaran a los falsificadores burgueses—, M. Caidin concluye que “existen
puntos de validez... especialmente en... referencia a historias [de autores
soviéticos.—El autor] que
pretenden abarcar toda la Segunda Guerra Mundial”, que “gran parte de la
historia acerca del frente ruso no llegó a los autores, los editores y los
redactores responsables de los tomos históricos”. Más adelante, al analizar los
acontecimientos relativos a la batalla de Kursk, escribe: “En julio de 1943,
las divisiones en el Frente Oriental representaban casi el 75 % de la fuerza
total del ejército alemán, lo cual daba un fuerte respaldo a la insistencia de
los rusos de que ellos llevaban el peso de la guerra terrestre contra
el enemigo común.”[79]
Sobre la base de la
investigación de los planes de ofensiva de la Wehrmacht en el Arco de
Oriol-Kursk (operación “Zitadelle”) y de la campaña de verano de 1943 en
general, Caidin llega a la conclusión de que quienes elaboraron esos planes
perseguían fines múltiples. Después de la operación “Zitadelle”, tenían la
intención de emprender “una nueva ofensiva gigante contra Moscú”. También
preveían —en caso de éxito en el Frente Oriental— apoderarse de Suiza y
trasladar tropas para aniquilar las fuerzas anglo norteamericanas, si éstas
irrumpieran en Italia. Teniendo todo esto en cuenta, M. Caidin afirma que “no
era sólo el destino de los rusos lo que se decidiría en Kursk. Era la propia
guerra.”[80]
Los datos citados por el
autor acerca de la correlación de fuerzas hacia el comienzo de la ofensiva
germano fascista, resultan de cierto interés. Considera que las fuerzas de
ambas partes eran aproximadamente iguales en lo referente al número de tanques
y aviones. Según sus cálculos, los ejércitos hitlerianos poseían 3 200 tanques y cañones de asalto y 2
500 aviones. Por consiguiente, a pesar de las pérdidas sufridas con
anterioridad, “a la Wehrmacht —se señala más adelante en el libro— le quedaba
un enorme borde cortante de acero para la ofensiva contra el Arco de Kursk...
Hitler —junto con muchos de sus
generales— había llegado a creer en el éxito”[81].
El autor destaca el gran
éxito del pensamiento del mando militar soviético, que supo adivinar a tiempo
la intención del enemigo y elaborar el plan
más efectivo para llevar a cabo la campaña del verano de 1943. En relación con ello, Caidin
cita los nombres de G. Zhúkov, K. Rokossovski, N. Vatutin y otros jefes
militares soviéticos. “Nosotros también tenemos —escribe— en nuestras filas
grandes militares. Viene a la mente el general George Patton. Está el Mariscal
de campo Bernard L. Montgomery y el general Douglas MacArthur... ¿Cuántos
estudiantes, para quienes la Segunda Guerra Mundial es ahora historia pasada,
reconocen en seguida el nombre de Gueorgui Zhúkov?... el hombre que estará por
encima de todos los demás como el maestro del arte de la guerra masiva en el
siglo XX.”[82] Al analizar los informes de
los jefes de frentes K. Rokossovski y N. Vatutin acerca del supuesto carácter
de las acciones de las tropas germano fascistas, M. Caidin subraya que “habían
formulado una brillante evaluación de las capacidades del enemigo que tenían
frente a ellos”.[83]
Resultan muy curiosas —tanto
en el sentido de la autenticidad histórica, como en relación con las
invenciones de los “sovietólogos” occidentales acerca del “atraso técnico” de
la URSS— las altas valoraciones que se hacen en el libro del armamento
soviético: los tanques “T-34” y “KV-1”, el avión “Il-2”, el cañón artillero de
76 mm, etc. Por ejemplo, el autor denomina el tanque “T-34” como “el mejor
tanque del mundo... Debía su existencia —escribe él— a hombres que pudieron
prever una batalla de mediados de siglo con más claridad que cualquier otro en
Occidente.”[84]
El desarrollo de la batalla
misma en el Arco de Kursk y la subsiguiente ofensiva del Ejército Rojo, es
objeto de menor atención por parte de M. Caidin. El autor escribe que, a pesar
del uso de una serie de “nuevos e inesperados” métodos de lucha, las tropas
hitlerianas no lograron el éxito estratégico y quedaron atascadas en el
potente sistema de defensa soviético.
En el libro se señalan las
acciones exitosas de los tanques y la aviación soviéticos, la eficacia de los
golpes masivos asestados por los aviones de asalto “Il-2”. Se destaca, de
manera particular, la importancia del ataque artillero contra las tropas
germano fascistas preparadas para la ofensiva. Al analizar las acciones de la
artillería soviética durante la batalla, M. Caidin afirma que la infantería
alemana quedó cortada de los tanques; los tanques mismos cayeron bajo un fuego
cruzado mortal; contra los “Tigres” y los “Ferdinand” se hallaron métodos efectivos
de lucha. El autor reitera el heroísmo de las tropas soviéticas, su maestría
combativa.
Pero en la obra también
existe otro elemento marcado con el sello de algunos patrones típicos de la
historiografía occidental. Fiel a ellos, M. Caidin repite la versión de la
responsabilidad personal de Hitler por la demoledora derrota de la Wehrmacht en
la batalla de Kursk. Trata de renovar la invención de los historiadores
burgueses acerca de la posibilidad de “otro desenlace” de la batalla de Kursk,
al afirmar que ésta “bien pudiera haber producido resultados diferentes sin el
repentino ataque artillero”.[85] Al hacer
depender el desenlace de la batalla de Kursk de ciertos “factores casuales”,
concluye que la Wehrmacht perdió esta batalla porque en los tanques “Tigre” no
había ametralladoras.[86]
Al hacer las conclusiones
acerca de la batalla de Kursk, M. Caidin señala que fue “una debacle, un
desastre de proporción inenarrable”; que el Ejército Rojo demolió en el transcurso
de la ofensiva a más de 100 divisiones germano fascistas. Al plantear su
desacuerdo con los generales hitlerianos derrotados que niegan este hecho, el
autor —no sin sarcasmo—señala: “Describirán las brillantes acciones de la
retaguardia de sus tropas, pero encontrarán difícil admitir que esto fue brillante
en la derrota y no en la victoria... El importante resultado final de Kursk es
éste: cuando los últimos disparos se habían apagado en las colinas, era el
ejército ruso el que había tomado para sí el ímpetu de la guerra, y era el
ejército ruso el que dictaba cuándo y dónde continuaría esa guerra.”[87]
En el triángulo estratégico
Moscú-Stalingrado-Kursk se libraron los acontecimientos fundamentales que
determinaron el viraje radical de la lucha armada en el frente soviético alemán
y de la Segunda Guerra Mundial en su conjunto.
La
misión liberadora
de las Fuerzas Armadas Soviéticas
Los objetivos y las tareas
de la Unión Soviética en la Gran Guerra Patria se definieron en la Directiva
del CC del PC (b) de la URSS, adoptada el 29 de junio de 1941[88] y en la intervención
de J. V. Stalin, hecha
por radio el 3 de julio de 1941, en la cual se plantearon los puntos
fundamentales de esa directiva.
“La guerra contra la
Alemania fascista —señaló— no puede considerarse una guerra común. No sólo es
una guerra entre dos ejércitos. Es, además, la gran guerra de todo el pueblo
soviético contra las tropas germano fascistas. El objetivo de esta Guerra
Patria de todo el pueblo contra los opresores fascistas, no sólo es liquidar el
peligro que pende sobre nuestro país, sino también ayudar a todos los pueblos
de Europa que sufren bajo el yugo del fascismo alemán.”[89]
En aras de la derrota total
del enemigo y de la liberación de los pueblos. El objetivo de
la guerra determinó la principal tarea de la política exterior de la URSS,
dirigida a la creación de una potente coalición de Estados y pueblos para la
lucha contra la agresión fascista. La lucha de la URSS por la formación y la
consolidación de esa coalición fue la continuación —en las nuevas condiciones
históricas— de la política consecuente que llevaba a cabo el Estado soviético
en los años de la preguerra, de la organización de una resistencia colectiva
contra los agresores: la continuación del cumplimiento de su deber
internacional ante los pueblos amantes de la paz. En el cumplimiento de esta
tarea tuvo gran importancia la firma del Tratado de Alianza anglo soviética el
26 de mayo de 1942 en Londres, y el Acuerdo soviético norteamericano “Acerca de
los principios aplicables para la ayuda mutua en la guerra contra la agresión”,[90] el 12 de junio
de 1942 en Washington. Estos documentos fueron el fundamento legal sobre el
cual se sustentó la coalición de la URSS, los Estados Unidos y Gran Bretaña.
La lucha heroica del pueblo
soviético, que asimiló el golpe principal del bloque fascista, y los objetivos
justos de liberación de la Unión Soviética en la guerra, situaron a la URSS
como la fuerza rectora a la cabeza de la coalición antihitleriana.[91]
“Si la Unión Soviética no
hubiera podido resistir en su frente —escribió E. R. Stettinius, secretario de
Estado de los Estados Unidos—, los alemanes habrían estado en posición de conquistar
Gran Bretaña. También habrían podido invadir África, y en este caso habrían
podido establecer una posición en América Latina. Este inminente peligro se
hallaba constantemente en la mente del presidente Roosevelt.”[92]
Un aliado combativo natural
de la coalición antihitleriana fue el movimiento popular de resistencia a los
ocupantes japoneses, italianos y alemanes, que se desarrolló de una manera
particularmente amplia en Yugoslavia, Albania, Grecia, Polonia, Francia,
Checoslovaquia, Vietnam, China, Birmania, Indonesia, Filipinas y otros países. Las
organizaciones antifascistas combativas —que actuaban en Italia, Rumanía,
Bulgaria, Hungría y la misma Alemania —hicieron un gran aporte a la causa de la
liquidación de los regímenes fascistas en sus países.
Bajo la dirección de los
comunistas y otras fuerzas de izquierda, los patriotas de los países ocupados
por los agresores creaban organizaciones clandestinas, pasaban a formas
decididas de lucha contra el fascismo. Sirven de claro ejemplo los
levantamientos en París y en el norte de Italia; la liberación de muchas
ciudades de Francia, Italia y otros países antes del arribo de las tropas aliadas.
La Unión Soviética, en
múltiples formas y desde los primeros hasta los últimos días de la guerra,
prestó ayuda de todo tipo —entre ella, militar— a la lucha de los pueblos de
los países ocupados contra el yugo fascista.
El año 1944 comenzó con la
ofensiva de las tropas de los Frentes de Leningrado y Voljov, como resultado de
lo cual culminó victoriosamente la batalla de Leningrado, la cual había durado
más de dos años y medio. Con la derrota de las tropas hitlerianas en el
territorio de Ucrania situado a la derecha del río Dniéper, se puso en una
situación sin esperanzas a la agrupación de tropas fascistas en Crimea (siete
divisiones rumanas y cinco alemanas: 195 000 hombres con su material de
guerra), la cual también había sido derrotada entre abril y mayo.
En el transcurso de las
operaciones del invierno y la primavera de 1944, el Ejército Soviético avanzó
en algunas direcciones hasta 450 km y aniquiló 172 divisiones del enemigo.
A pesar de los grandes
éxitos de las tropas anglo norteamericanas en los teatros de la guerra del
Pacífico, Europa y el Mediterráneo, los eventos decisivos, como antes,
continuaron desarrollándose en el frente soviético alemán. Allí, como antes,
estuvieron concentradas las principales fuerzas de la Wehrmacht y sus aliados,
lo cual se evidencia en la siguiente tabla.
Distribución de las tropas terrestres de Alemania
y sus aliados en los frentes de operaciones entre
1941 y 1945 (en
número de divisiones)
Frente
|
22 de junio
de 1941
|
abril de 1942
|
noviembre de
1942
|
abril de 1943
|
enero de 1944
|
junio de 1944
|
enero de 1945
|
Soviético
alemán
|
190
|
219
|
266
|
231
|
245
|
239,5
|
195,5
|
Otros
|
9
|
11
|
12,5
|
14,5
|
21
|
85
|
107
|
Las tropas soviéticas que desarrollaron la grandiosa ofensiva desde el mar de Barents hasta el mar Negro en un frente de 4.500 km, contaban con 6.600.000 hombres, 98.100 cañones y morteros, 7.100 tanques y cañones de asalto, y alrededor de 12.900 aviones de combate.[93] Además, formaban parte de ellas grandes y pequeñas unidades polacas, checoslovacas, rumanas y yugoslavas y el regimiento aéreo francés “Normandía-Niemen”.[94] El Ejército Soviético controlaba con firmeza la iniciativa estratégica y se iba acercando a los centros vitalmente importantes del enemigo. La retaguardia abastecía al frente de todo lo necesario para la ulterior ofensiva. Ya a fines de marzo de 1944, las tropas del 2o Frente de Ucrania, bajo el mando del Mariscal de la Unión Soviética I. Kónev, irrumpieron en el territorio de Rumanía. A comienzos de junio, el Ejército Soviético llegó a los accesos de Polonia y Checoslovaquia.
Como resultado de las
operaciones de mayor envergadura de 1944 y 1945, brillantes por su concepción y
realización (operaciones de Bielorrusia, Lvov-Sandomierz, Iasi-Kishiniov,
Vístula-Oder, Pétsamo-Kirkenes, Budapest, Belgrado, Praga, Berlín y, después
que la URSS entró en guerra con Japón,
la operación de Manchuria y otras), el Ejército Soviético liberó, total o
parcialmente, los territorios de Rumanía, Polonia, Checoslovaquia, Bulgaria,
Yugoslavia, Hungría, Austria, Finlandia, Noruega, Dinamarca, Alemania, China y
Corea.
En su enfrentamiento a un
enemigo fuerte y astuto, el Ejército Soviético sufrió, cumpliendo su misión
liberadora, grandes bajas: más de 3 millones de hombres, de los cuales más de
un millón fueron muertos. Los combatientes soviéticos consideraban un deber
internacional ayudar a los pueblos de otros países y, a pesar del gran número
de víctimas, cumplían sin vacilaciones ese deber.
Los pueblos de las naciones
liberadas por el Ejército Soviético recibían calurosamente y expresaban su
agradecimiento a los combatientes soviéticos, les manifestaban su profundo
respeto y gratitud. Citaremos un ejemplo:
En los combates por la aldea
de Guerasimóviche, perteneciente a la provincia de Bialystok, el 26 de julio
de 1944, cayó heroicamente G. P. Kunavin, comunista, cabo del 1021° Regimiento
de Fusileros. Cuando la compañía a la que él pertenecía atacaba Guerasimóviche,
una ametralladora enemiga enclavada en una altura que controlaba el lugar les
impedía avanzar. La compañía echó cuerpo a tierra. Entonces el valiente
combatiente se lanzó al frente y tapó la tronera con su cuerpo. La compañía
se alzó con ímpetu. Avanzando rápidamente, los combatientes soviéticos
liberaron la aldea. El 9 de agosto de 1944, los habitantes de Guerasimóviche,
reunidos en asamblea, adoptaron el siguiente acuerdo: “Grígori Pávlovich
Kunavin llegó hasta nosotros, hasta nuestra tierra, desde los lejanos Urales,
como combatiente libertador. Su corazón fue atravesado por las balas del
enemigo; pero abrió el camino hacia la victoria a otros combatientes del
Ejército Rojo tan valientes como él mismo. Él combatía por nuestra felicidad,
para que el enemigo nunca pusiera su planta en el umbral de nuestra casa.
“Enarbolamos el nombre del
soldado ruso Grígori Kunavin como bandera de la gran hermandad de los pueblos
ruso y polaco... En prueba de agradecimiento al hermano libertador ruso, la
asamblea de vecinos de la aldea Guerasimóviche acuerda:
“1. Inscribir el nombre del
combatiente ruso Grígori Pávlovich Kunavin en la lista de los ciudadanos
honorarios de la aldea polaca de Guerasimóviche.
“2. Esculpir su nombre en
una tarja de mármol que será situada en el centro mismo de la aldea.
“3. Solicitar que se dé el
nombre de Grígori Kunavin a la escuela donde estudian nuestros hijos.
4. Que los maestros empiecen
cada año la primera lección en el primer grado hablando del heroico combatiente
y de sus compañeros de armas, con cuya sangre se conquistó el derecho de los
niños polacos a la dicha y la libertad.”[95]
El mito del “expansionismo soviético” y de la “exportación de la revolución”. La misión liberadora de las Fuerzas Armadas soviéticas es objeto de gran atención por parte de los historiadores occidentales, quienes intentan denigrarla y con ese fin han creado el mito del “expansionismo soviético”. Esos historiadores afirman que las tropas soviéticas irrumpieron en el territorio de otros países en contra de la voluntad de sus pueblos. H.-A. Jacobsen, historiador de la RFA, afirma de manera categórica que el Ejército Soviético “bajo la consigna de liberación y con la ayuda de sus bayonetas comenzó a imponer gobiernos comunistas”.[96] El cálculo se reduce a aprovechar estas invenciones para avivar el mito de la “amenaza militar soviética”, y trata de clavar una cuña en las relaciones fraternales entre la URSS y otros países de la comunidad socialista.
Esas especulaciones están
calculadas para el lector mal informado. Son ofensivas para los pueblos de
Yugoslavia, Polonia, Checoslovaquia, Noruega y otros países, que llevaron a
cabo una lucha tenaz contra los ocupantes fascistas y saben que la Unión
Soviética fue su fiel aliada en esa lucha.
También es bien conocido que
la Unión Soviética, al liberar a otros países de los agresores fascistas, se
guió rigurosamente por los tratados y los acuerdos existentes. El Ejército Soviético
entró en Polonia según un acuerdo al cual se llegó con la Krajowa Rada Narodowa
en la primavera de 1944. Análogos acuerdos se firmaron con Checoslovaquia en
diciembre de 1943 y con Noruega en mayo de 1944. La cuestión de que el Ejército
Soviético trasladara las hostilidades al territorio yugoslavo se acordó con el
Mando Supremo del Ejército Popular de Liberación de Yugoslavia, etc.[97] Al enviar sus
Fuerzas Armadas a liberar naciones de Europa y Asia, la Unión Soviética jamás
ha intervenido en sus asuntos internos y siempre ha respetado las costumbres y
las tradiciones nacionales de los pueblos.
La autoría de las
invenciones sobre la “exportación de la revolución” pertenece a W. Churchill,
quien hace muchos años lanzó a la propaganda burguesa el “argumento” del
denominado reparto de las “esferas de influencia” entre Inglaterra y la URSS
en los Balcanes. En diferentes variantes, muchos historiadores y autores de
memorias reaccionarios repiten el mismo estribillo de las invenciones acerca
del “reparto”. Las repite C. Bohlen en sus memorias Testigo de la historia [Witness to History 1924-1969] y
C. L. Mee en Encuentro en Potsdam [Meeting
at Potsdam]. También se refieren a ellas F. L. Loewenheim, H. Langley
y M. Jonas en los comentarios a los documentos de la correspondencia secreta
de Roosevelt y Churchill.[98] La esencia de
esas invenciones se reduce a que Churchill, durante un encuentro con J. V. Stalin en octubre de 1944, recibió al parecer
la anuencia de la dirección soviética para el reparto de las “esferas de
influencia”.[99]
¿Qué hay de cierto y qué de mentira?
Conviene recordar las
circunstancias del surgimiento de la versión acerca del reparto de las “esferas
de influencia” en los Balcanes.
...Octubre de 1944. Sólo era
cuestión de tiempo la derrota definitiva de la Alemania fascista, atenazada
entre dos frentes. El Ejército Soviético, aniquilando en cruentos combates las
fuerzas y las máquinas del enemigo, liberaba los pueblos de Europa de la esclavitud
fascista. Las tropas soviéticas culminaban la liberación de Rumanía,
expulsaban a los hitlerianos de las regiones orientales de Polonia; ya habían
hecho irrupción en los territorios de Bulgaria, Hungría, Noruega,
Checoslovaquia y Yugoslavia y, apoyándose en la ayuda de los pueblos de estos
países, desarrollaban la ofensiva más allá, hacia Occidente. La situación
revolucionaria se incrementaba como resultado de la expulsión de los ocupantes
fascistas y el desarrollo del movimiento democrático en los países europeos
liberados.
En esa situación llegó W.
Churchill a Moscú. Se derrumbaba la “estrategia balcánica” de los aliados
occidentales, cuya esencia consistía en enviar a los Balcanes a través del paso
de Liubliana, los ejércitos anglo norteamericanos que se encontraban en
Italia, y establecer en los países balcánicos regímenes reaccionarios
proingleses y pronorteamericanos. Churchill —escribe uno de sus ministros,
Oliver Lyttelton— “una y otra vez llamó la atención sobre las ventajas que se
obtendrían si los aliados occidentales fueran, en lugar de los rusos, los
libertadores y los ejércitos ocupantes de algunas de las capitales, Budapest,
Praga, Viena, Varsovia, parte de la propia base de Europa”.[100] Hace varios
años se publicó en los Estados Unidos un memorándum de uno de los principales
diplomáticos norteamericanos, W. Bullitt, del 10 de agosto de 1943 dirigido
al presidente Roosevelt, el cual es una prueba más de la existencia de esos
planes. En el memorándum se señala, especialmente: “Nuestros objetivos
políticos exigen el establecimiento de fuerzas británicas y norteamericanas en
los Balcanes y Europa Central y Oriental.” “Su primer objetivo —continuaba
Bullitt— debe ser la derrota de Alemania; el segundo, impedir el camino hacia
Europa del Ejército Rojo.”[101]
K. Greenfield considera que
la iniciativa en la elaboración de la “variante balcánica” de estrategia de los
aliados occidentales pertenecía a Roosevelt. En 1942, “fue Roosevelt quien
tomó la iniciativa de alentar las más brillantes esperanzas de Churchill” y
dispuso que los jefes de los Estados Mayores exploraran las posibilidades de
movimiento hacia adelante “dirigido contra Cerdeña, Sicilia, Italia, Grecia y
otras zonas de los Balcanes (‘Balcanes’ iba subrayado) e incluir la posibilidad
de obtener apoyo turco para un ataque a través del mar Negro contra el flanco
de Alemania”.[102]
En octubre de 1944, la
situación político militar no permitía hacer realidad esos planes. Entonces
Churchill se planteó como tarea lograr de la Unión Soviética su anuencia para
cierto “reparto de influencia” en los Balcanes, pero sufrió, naturalmente, una
derrota. En sus memorias, Churchill intentó rehabilitarse a última hora y
adjudicar a la Unión Soviética la misma política imperialista que intentaron
los círculos gubernamentales de las potencias occidentales en los países
balcánicos.
Así, bajo su pluma nació la
versión acerca del “reparto de influencia” en los Balcanes; versión esgrimida
por múltiples historiadores burgueses.
Los documentos soviéticos de
la conversación de J. V. Stalin con W.
Churchill el 9 de octubre de 1944, que se conservan en la Dirección de Archivo
del Ministerio de Relaciones Exteriores de la URSS, aclaran la esencia de los
acontecimientos. En esos documentos aparece lo siguiente: “Churchill anunció
que había confeccionado un documento bastante sucio y chapucero, en el cual se
mostraba la distribución de la influencia soviética y británica en Rumanía,
Grecia, Yugoslavia y Bulgaria. La tabla fue confeccionada por él para mostrar
qué piensan los británicos acerca de esta cuestión.”
El documento soviético
confirma que Churchill, en el transcurso de esas conversaciones, planteó
realmente la idea de repartir algunos países por esferas de influencia. Como
resultado, para el Gobierno soviético quedó claro por completo a qué aspiraban
los círculos gubernamentales británicos. No obstante, es una invención la
afirmación de Churchill acerca de que Stalin dio su anuencia para el reparto de
las esferas de influencia.[103]
Por último, una prueba convincente
que refuta las invenciones de Churchill resultaron los documentos ingleses
—que dejaron de ser un secreto hace poco— de ese encuentro, los cuales
confirman igualmente que J. V. Stalin no dio
ningún tipo de aprobación al reparto propuesto por Churchill.[104]
Algunos historiadores
occidentales pusieron en duda tanto la versión de Churchill, como la
interpretación de la historiografía reaccionaría de la política de la URSS en
los países liberados por el Ejército Soviético. En particular, G. Kolko señala
el carácter realista de la política soviética. Según su opinión, hacia octubre
de 1944 estaba bastante claro que “la Unión Soviética estaba siguiendo una
política pluralista en Europa Oriental basada en las condiciones políticas
específicas de cada país”.[105]
Los documentos permiten
establecer sin dificultad que el Gobierno soviético, al enviar sus Fuerzas
Armadas a liberar países de Europa y Asia, actuaba rigurosamente en correspondencia
con las normas del derecho internacional; prestaba una gran ayuda a los pueblos
que se habían levantado en lucha contra el fascismo germano italiano y el
militarismo japonés.[106]
La versión burguesa de la
“exportación de la revolución” sólo es un tributo al antisovietismo. V. I. Lenin señaló: “Las
revoluciones no se hacen por encargo, no se acomodan a tal o cual momento, sino
que van madurando en el proceso del desarrollo histórico y estallan en el
instante condicionado por un conjunto de causas interiores y exteriores.”[107]
Es sabido que en varios
países, en cuyos territorios estuvieron las tropas soviéticas (Noruega,
Dinamarca, Austria, Irán, Finlandia), rige aún el régimen burgués. Al mismo
tiempo, en Albania, Vietnam y Cuba no estuvieron las tropas soviéticas y, no
obstante, en esos países se produjeron revoluciones.
Los infundios acerca de las
“crueldades”. Algunos autores reaccionarios, sin
molestarse en estudiar los hechos, acusan calumniosamente al Ejército
Soviético de “crueldades”, de haber realizado “actos de violencia y saqueos” en
los territorios liberados.[108]
Pero esas acusaciones no
proceden. Los combatientes soviéticos, educados en el espíritu del
internacionalismo proletario, nunca basaron sus acciones en un sentimiento de
odio, ni hacia el pueblo alemán ni hacia los pueblos de las naciones que
actuaron como aliados y satélites de Alemania. El Partido Comunista y el
Gobierno soviético han subrayado, en reiteradas ocasiones, que la Unión
Soviética llevaba a cabo la guerra contra el fascismo alemán y no contra el
pueblo de ese país. Con motivo del acercamiento de las tropas soviéticas a las
fronteras de Alemania, el 19 de enero de 1945, el Jefe Supremo J. V. Stalin exigió a todo el personal de las
Fuerzas Armadas no permitir casos de trato incorrecto a la población alemana.[109]
El Ejército Soviético entró
en el territorio de Alemania guiado por un solo objetivo: cumplir los acuerdos
de las potencias aliadas, culminar la derrota del hitlerismo y prestar ayuda
al pueblo alemán para su liberación del yugo fascista y en la construcción de
una nueva vida sobre bases democráticas. Todas las acciones de los combatientes
soviéticos en tierra alemana, estaban impregnadas del espíritu del
internacionalismo y de un humanismo excepcional. Citemos un ejemplo. Los
hitlerianos, que retenían uno de los edificios de viviendas de Berlín,
obstaculizaban el avance de un grupo de combatientes soviéticos. No obstante,
los soldados soviéticos rogaron a los tanquistas y los artilleros que los
apoyaban con su fuego no destruir esa casa, pues en los pisos bajos y en los
sótanos se refugiaban mujeres y niños.[110] De la bondad y
el humanismo del soldado soviético nos habla la actitud de Nikolái Masalov,
quien bajo un intenso fuego del enemigo, arriesgando su propia vida, salvó a
una niña alemana. Ejemplos como éstos hubo muchos.[111]
C. Ryan, J. Toland y otros
afirman que la población alemana “le tenía un miedo tremendo” al Ejército
Soviético, pero silencian que ese miedo sin fundamento al Ejército Rojo les
había sido inculcado por la propaganda de Goebbels, por la prensa y la radio
fascistas. Afirmaban que “caer en poder de los rusos es más terrible que la
misma muerte”. Recordemos que por orden de Hitler fueron volados en Berlín, el
28 de abril, los diques que separaban el canal Landwehr de los túneles del metro.
El agua comenzó a inundar los túneles. Esto fue una sorpresa total para los
berlineses, quienes se resguardaban de las bombas, las granadas y las balas en
los túneles. Miles de personas, en particular niños, mujeres, ancianos y
heridos, se ahogaron ese día en los túneles del metro.
Inmediatamente después de
comunicada la capitulación de Berlín, el mando soviético adoptó medidas para
abastecer de víveres a la población. Ya el 2 de mayo de 1945, en muchos lugares
de la ciudad estaban instaladas cocinas soviéticas de campaña, donde recibían comida
caliente los niños, las mujeres, los ancianos y los soldados alemanes que se
habían entregado prisioneros. Ni los cuatro años de guerra ni los crímenes
cometidos por los fascistas en tierra soviética, engendraron en los
combatientes soviéticos crueldad o ansia de venganza hacia el pueblo alemán.
El mando soviético adoptó
medidas urgentes dirigidas a la reparación de las centrales eléctricas, las
cañerías de agua, el alcantarillado y el transporte urbano en Berlín. A
comienzos de junio en la ciudad ya funcionaba el metro, circulaban los
tran-vías, y el agua, el gas y la electricidad llegaban a las casas. La
preocupación manifestada por las tropas soviéticas disipaba el embotamiento
provocado por la propaganda fascista. “Nosotros no esperábamos esa generosidad
hacia el pueblo alemán”, declaró un médico alemán poco después de la
liberación de la ciudad.[112] Un
electricista berlinés, al valorar la nueva situación existente en la ciudad,
dijo: “Las semanas horribles han quedado atrás. Los nazis nos asustaban
diciéndonos que los rusos enviarían a todos los alemanes como esclavos eternos
a la fría Siberia. Ahora vemos que eso era una mentira descarada.”[113]
Sin embargo, de la ayuda
desinteresada del Ejército Soviético a la población de Berlín no se dice nada en
los trabajos de Toland, Sulzberger, Ryan y otros autores occidentales, aunque
les gusta argüir “objetividad” en el material que presentan. Así, vemos que
Toland asegura que todo lo escrito por él está basado en testimonios de
personas a las que entrevistó. Pero incluso el general de brigada S. Marshall,
que no se distingue por simpatizar con la Unión Soviética, manifestó sus dudas
respecto a la confiabilidad de esos testimonios: “Toland se apoya mucho en
declaraciones de participantes y testigos oculares, que recopiló años después
—escribe Marshall en la crítica al libro de Toland Los últimos cien días—.
Aunque eso merece orquídeas por la empresa, como saben todos los
historiadores, éste es un material peligrosamente engañoso.”[114] En este caso,
S. Marshall ha reparado, de manera correcta, en una de las particularidades no
sólo del libro de J. Toland, sino también de la mayoría de la literatura
burguesa acerca de la lucha armada en el frente soviético alemán: el carácter
falsificado del estudio de las fuentes que conforman el fundamento de esta
literatura.
La hazaña internacional del
Ejército Soviético le conquistó gloria mundial. La URSS, tras haber realizado
su misión liberadora en los años de la guerra, prestó a los pueblos de muchos
países ayuda multilateral en la consolidación de la libertad y la
independencia, los protegió de las intrigas contrarrevolucionarias del
imperialismo internacional. “Quien sufrió la Segunda Guerra Mundial y tomó
parte en la lucha antifascista —señaló el Secretario General del CC del Partido
Comunista de Checoslovaquia, Gustav Husák—, nunca olvidará el papel
excepcional desempeñado por la URSS en la batalla por la libertad de los
pueblos; nunca olvidará sus víctimas, el heroísmo de su pueblo y su ejército.
No olvidará que esa lucha y esas víctimas de la URSS les ofrecieron a muchos
pueblos la posibilidad de reencontrar su libertad nacional y su independencia
estatal, así como iniciar la lucha por la victoria de la clase obrera, por el
camino hacia el socialismo.”[115] Esa es la
verdad de la historia.
La decisión de la URSS de
entrar en guerra con Japón estuvo dictada por sus compromisos con los aliados y
respondía a los intereses de los pueblos de todas las naciones aún inmersas en
la conflagración bélica. La Unión Soviética necesitaba garantizar la seguridad
de sus fronteras en el Lejano Oriente, amenazadas por Japón en el transcurso de
toda la historia del Estado soviético. Sus acciones adquirieron un carácter
particularmente peligroso en el período más difícil para la URSS durante la
guerra contra Alemania, cuando Japón —violando groseramente el tratado de
neutralidad— preparó, en reiteradas ocasiones, el ataque a la URSS y no lo
efectuó sólo a causa de las derrotas consecutivas de la Wehrmacht en el frente
soviético alemán. La política traicionera del Gobierno japonés obligó a la URSS
a mantener, durante toda la guerra, hasta 40 divisiones en sus fronteras del
Lejano Oriente,[116] divisiones en
extremo necesarias para la lucha contra la invasión fascista. Así, la guerra de
la Unión Soviética contra Japón fue la continuación lógica de la Gran Guerra
Patria.[117]
La falsificación de los
acontecimientos en el Lejano Oriente. En la
literatura burguesa se está llevando a cabo, desde hace ya bastante tiempo, una
discusión —inspirada artificialmente— acerca del aporte de la URSS a la
victoria sobre el Japón militarista. Al responder a una interrogante planteada
por los historiadores norteamericanos acerca del papel desempeñado por la URSS
en la victoria sobre Japón, H. Truman, siendo presidente de los Estados Unidos,
declaró que “los rusos no hicieron ninguna contribución militar a la victoria
sobre Japón”. Esta declaración —poco común por su irresponsabilidad, incluso
entre los políticos burgueses— se publicó en una de las obras norteamericanas
oficiales acerca de historia militar[118] y, más tarde,
ha sido retomada por muchos historiadores y autores de memorias burgueses. L.
Morton se encargó de demostrar que hacia el verano de 1945 Japón estaba
derrotado y, por consiguiente, fue errónea la solicitud de que la URSS entrara
en guerra contra él.[119] R. L. Garthoff
utilizó la falsificación de los acontecimientos en el Lejano Oriente, para
deslucir la política soviética en los años de la guerra. Escribe: “Al
habérseles satisfecho la mayoría de sus objetivos por los aliados occidentales
en Yalta como recompensa por la ayuda contra los japoneses, los rusos
denunciaron su tratado de no agresión y entonces, aunque éste todavía estaba en
vigor, atacaron en agosto de 1945. En todo caso habrían entrado para compartir
los frutos de la victoria, pero Stalin pudo minimizar la culpa por su violación
del tratado de no agresión, al solicitar y obtener, una carta del presidente
Truman en la cual se solicitaba a la URSS entrar en la guerra.”[120]
Sin embargo, la historia es implacable con los
falsificadores de cualquier clase.
Los resultados de las
grandiosas batallas en el frente soviético alemán, que determinaron el viraje
en el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, también ejercieron una influencia
importantísima en la situación de las partes contendientes en el teatro de
hostilidades del océano Pacífico y obligaron al mando japonés a reconsiderar la
estrategia en el Pacífico y pasar a la defensiva.
El jefe de las fuerzas
armadas de los Estados Unidos en el Lejano Oriente, general MacArthur, poco
antes de la capitulación de su guarnición en las Filipinas en 1942, se dirigió
a las tropas en una alocución, en la cual dijo: “La situación internacional
creada muestra que, en la actualidad, las esperanzas de la civilización están
indisolublemente unidas a las acciones del heroico Ejército Rojo, a sus
gloriosas banderas.”[121]
La derrota de la Alemania
hitleriana y su capitulación predeterminaron el desenlace de la guerra. Sin
embargo, la victoria sobre la Alemania fascista no condujo, de manera automática,
a la derrota de los agresores japoneses. Aún se requirió bastantes esfuerzos
para aniquilarlos y, con ello, dar culminación a la Segunda Guerra Mundial.
Como evidencia G. Kennan,
según los cálculos del Comité Combinado de Jefes de Estados Mayores presentados
a F. Roosevelt y W. Churchill en la Segunda Conferencia de Quebec (noviembre de
1944), las fuerzas armadas de los Estados Unidos y Gran Bretaña necesitaban 18
meses, a partir del fin de la guerra con Alemania, para obligar a Japón a
capitular. En otras palabras, la guerra contra Japón podía dilatarse hasta
fines de 1946.[122] Ante las
fuerzas armadas de los aliados estaba planteada la tarea de aniquilar un
ejército japonés de 5 millones de hombres, entre quienes había varios miles de
combatientes suicidas. En los círculos militares de los Estados Unidos
provocaban particular preocupación las tropas japonesas acantonadas en
Manchuria y en otras zonas vecinas a las fronteras de la URSS, donde se
encontraban, de manera permanente, 2/3
de los tanques, la mitad de la artillería y las divisiones imperiales élites.
Ellos valoraban las unidades de la artillería japonesa como las mejores, y
luchar contra ellas, según los cálculos norteamericanos, conduciría a un
aumento de las bajas norteamericanas en más de un millón de hombres. Es
verdad, algunos historiadores de los Estados Unidos han intentado reducir la
fuerza del ejército de Kwantung, pero en este sentido no han logrado aportar
pruebas convincentes.[123]
Según el ejército de los
Estados Unidos se acercaba a las islas japonesas, se recrudecía ostensiblemente
la resistencia de las tropas japonesas. El 18 de junio de 1945, el jefe del
Estado Mayor del Ejército de los Estados Unidos, general A. Marshall, en un
encuentro con Truman en la Casa Blanca, le comunicó datos según los cuales las
bajas norteamericanas en los combates por las islas Iwo Jima y Okinawa se
incrementaron casi en tres veces (como “patrón” se tomaron los datos de las
pérdidas en los combates por las islas Leyte y Luzón). Los militaristas japoneses
decretaron la movilización total y, siguiendo el ejemplo de los hitlerianos,
trataron de convertir su guarida en un bastión inexpugnable. Marshall subrayó
que la importancia de la entrada de la Unión Soviética en la guerra consistía
en que podía ser la acción decisiva que obligara a Japón a capitular.
Sin embargo, K. R.
Greenfield considera que los Estados Mayores norteamericanos no valoraron de
manera correcta la situación. En su opinión, los bombardeos aéreos a Japón y
los golpes asestados por las fuerzas navales norteamericanas, “obligaron a
rendirse a los japoneses sin una invasión de su país por parte del Ejército”.[124] Pero
Greenfield no se refiere en absoluto a que los conquistadores japoneses
lograron obtener, a comienzos de 1945, grandes éxitos en China: llegaron a las
zonas suroccidentales de ese país y se unieron con sus tropas que actuaban en
la Indochina francesa. Se estableció una línea continua del frente de Pekín a
Singapur. Las tropas terrestres de Japón eran aún una gran fuerza y quedaba por
delante una prolongada lucha para aniquilarlas.
Todo esto condicionó la
petición insistente de los Estados Unidos e Inglaterra al Gobierno soviético
para que entrara en la guerra contra Japón.
La URSS es fiel a su deber. El 8 de agosto
de 1945, la Unión Soviética, fiel a sus compromisos con los aliados, entró en
la guerra contra Japón en la fecha prevista y asestó un golpe demoledor a la
agrupación de tropas terrestres más fuerte del ejército nipón, que se
encontraba en los territorios de Manchuria, Corea, Sajalín Meridional y las
Islas Kuriles. En esos días, H. Truman dijo en nombre del Gobierno de los
Estados Unidos: “Damos la bienvenida con gusto a esta lucha... a nuestro gallardo
y victorioso aliado.” Pero transcurridos varios años, olvidó estas palabras y
comenzó a afirmar que “dejar caer las bombas puso fin a la guerra”.[125]
Estas últimas afirmaciones
de Truman se presentan como una verdad que no requiere comprobación. Aún más,
en el libro Grandes acontecimientos del siglo XX [Great Events
of the 20th Century], publicado por la redacción norteamericana de la
revista Reader's Digest, en
la parte dedicada a la Segunda Guerra Mundial, no se hace absolutamente ninguna
referencia a que la URSS llevó a cabo la guerra en el Lejano Oriente. En ese
libro, los últimos días de la guerra se describen de la siguiente manera: “El
6 de agosto de 1945 se lanzó una bomba atómica sobre Hiroshima, y el mundo
cambió por completo. Incluso la devastación de los seis años anteriores pareció
palidecer en comparación con el espeluznante poder de esta arma. Ella puso fin
a la Segunda Guerra Mundial.”[126] En el Gran
Atlas de la Segunda Guerra Mundial [Der
Grosse Atlas zum II
Weltkrieg], publicado en la
RFA, se dice que “los japoneses, sin embargo, no cedían. Sólo después de haber
caído la segunda bomba atómica capitularon.”[127] En Inglaterra,
en la obra colectiva La Segunda Guerra Mundial [World War II], se afirma asimismo
que fue precisamente la bomba atómica la que convenció a Japón de “aceptar una
rendición incondicional, que había llegado a ser inevitable”.[128]
En todos estos casos los
autores evitan valorar, en realidad ese bárbaro acto del bombardeo atómico, el
cual arrasó con cientos de miles de vidas de la población civil y sirvió a los
fines del chantaje atómico a la URSS y las fuerzas progresistas.
Conviene señalar que en el
mismo Japón la entrada de la URSS en la guerra (tanto antes de los bombardeos
atómicos norteamericanos, como después de ellos) se ha valorado de manera
diferente a como lo hacen hoy día muchos historiadores de los Estados Unidos.
“Es absolutamente necesario —se señalaba en un acuerdo del Consejo Supremo de
la Dirección de la Guerra, reunido en Tokío en mayo de 1945—, sin tener en
cuenta cómo pueda desarrollarse la guerra contra Gran Bretaña y Norteamérica,
que nuestro Imperio haga esfuerzos supremos por evitar que la URSS participe en
la guerra contra nosotros, porque esto será un golpe fatal a nuestro Imperio.”[129]
También es curioso el
siguiente punto de vista de algunos historiadores japoneses. “Aunque los
Estados Unidos tratan de presentar el bombardeo atómico a algunas ciudades
japonesas como resultado del deseo de acelerar el fin de la guerra, en realidad
estas bombas, que asesinaron gran número de habitantes pacíficos, no condujeron
a Japón a la decisión de terminar la contienda... No fueron las víctimas entre
los habitantes pacíficos como resultado del bombardeo atómico, sino el temor a
una revolución después de la entrada de la URSS en la guerra, lo que condicionó
la rápida terminación de ésta.”[130] La primera
reunión del Gabinete japonés después de los bombardeos, celebrada el 9 de
agosto de 1945, no se dedicó a la influencia de las bombas atómicas en el
curso de las acciones militares, sino a la total variación de la situación
como resultado de la entrada de la URSS en la contienda. K. Suzuki, primer
ministro de Japón, en la sesión del Consejo Supremo de la Dirección de la
Guerra, declaró: “La entrada de la Unión Soviética en la guerra esta mañana,
nos coloca definitivamente en una situación sin salida y hace imposible la
continuación de la guerra.”[131]
También está difundida otra
versión, cuyo objetivo consiste en denigrar a las Fuerzas Armadas Soviéticas
que participaron en la derrota de Japón. Esta versión la inventó el antes
citado Garthoff, en su artículo “La campaña del Ejército Soviético en Manchuria
en agosto de 1945”, publicado por la revista Military Affairs.[132] La esencia de la versión se reduce a que
la Unión Soviética, aunque “no había terminado los preparativos para la
ofensiva”, se vio obligada a “lanzar su campaña una fecha algo más temprana de
lo planeado... apremiada por el primer ataque atómico norteamericano sobre
Japón el 6 de agosto”.[133] Al parecer, el
historiador norteamericano no sabe, o ignora, los hechos. Es bien conocido que
la preparación de las Fuerzas Armadas Soviéticas para la guerra contra Japón,
comenzó después de la Conferencia de Crimea, donde el Gobierno soviético,
accediendo a insistentes ruegos de los Estados Unidos e Inglaterra, dio su
anuencia para entrar en esa guerra. El 11 de febrero de 1945, los jefes de las
tres potencias firmaron un acuerdo según el cual la URSS se comprometía a
comenzar las hostilidades contra Japón dos o tres meses después de la derrota
de Alemania.
El Cuartel General del Mando
Supremo soviético preparó dos golpes principales —desde el territorio de la
República Popular de Mongolia y Primorie— y varios golpes auxiliares en
direcciones convergentes hacia el centro de Manchuria. Se planeaba rodear al
ejército de Kwantung, para después dispersarlo en partes y destruirlo.
Con el fin de realizar este
proyecto, en el Lejano Oriente se concentró el número necesario de tropas. Para
completar las 40 divisiones que ya se encontraban allí, entre mayo y julio el
mando soviético trasladó al Lejano Oriente al 39° y al 5o Ejércitos
desde Prusia Oriental, y al 53° Ejército, al 6o Ejército de tanques
de la Guardia y a la agrupación de caballería y tropas mecanizadas, desde la
zona de Praga. De mayo a julio, de Occidente al Lejano Oriente y a
Transbaikalia arribaron 136 000 vagones con tropas y material de guerra.[134] Para dirigir
la operación se creó el Alto Mando de las tropas soviéticas en el Lejano
Oriente y se formaron tres frentes: el de Transbaikalia y los 1o y 2o del Lejano
Oriente. Como Comandante en jefe de las tropas se designó un destacado jefe
militar, el Mariscal de la Unión Soviética A. Vasilievski. Del Frente de
Transbaikalia formaban parte operativamente casi todas las Fuerzas Armadas de
la República Popular de Mongolia, bajo el mando del experimentado jefe militar,
Mariscal de la RPM, J. Choibalsán. El Comandante en jefe de las Fuerzas de la
Marina de Guerra, almirante de la Flota N. Kuznetsov, destacado jefe naval,
estaba responsabilizado de la coordinación de las acciones de la Flota del
océano Pacífico y la flotilla del Amur con las tropas terrestres. Las
directivas para los frentes se aprobaron por el Cuartel General el 28 de junio
de 1945.[135] Todos los preparativos se terminaron en la fecha prevista. La Unión
Soviética entró en guerra contra Japón tres meses después de la capitulación de
la Alemania fascista, como estaba previsto en el acuerdo adoptado en la Conferencia
de Crimea.
Los golpes demoledores del
Ejército Soviético, apoyados por la ofensiva de las tropas de la hermana
República Popular de Mongolia, así como por las acciones de las fuerzas
patrióticas de otros países, hicieron variar de manera brusca la situación
estratégica en el Lejano Oriente, crearon las condiciones para el poderoso auge
de la lucha de liberación nacional de los pueblos y para la manifestación
revolucionaria de los trabajadores japoneses en contra de la camarilla
militarista que había sumido el país en la catástrofe. Todo esto determinó, en
fin de cuentas, la capitulación de Japón.
¿Por
qué es inconsistente la concepción burguesa de las
“batallas decisivas”?
El surgimiento de la
concepción de las “batallas decisivas” se remonta al fin de la guerra y está
estrechamente relacionado con la actividad propagandística del Departamento de
Defensa de los Estados Unidos.
El sentido de una concepción
y su desarrollo. En 1945, el Departamento de Defensa de los
Estados Unidos editó Breve historia de la Segunda Guerra Mundial [A Brief History of World War II], la cual contenía no pocas
valoraciones objetivas que desaparecieron después de las páginas de las
publicaciones oficiales de los Estados Unidos. Además, en ella ya era posible
entrever algunas tendencias de las falsificación de la historia de la guerra.
En particular, sus autores intentaban igualar en significado la batalla naval
junto a la isla Midway y el desembarco de las tropas anglo norteamericanas en
el norte de África con la derrota de las tropas fascistas en los alrededores de
Stalingrado. “La noticia [de la victoria en la isla Midway. —El autor] fue la mejor que recibieron los
norteamericanos en 1942 —se dice en el libro—, sólo igualada por los
desembarcos británico y norteamericano en África del Norte y la victoria rusa
en Stalingrado.”[136] En 1948, el
teórico e historiador militar inglés, general J. Fuller, igualó en esencia
acontecimientos como la derrota de las tropas germano fascistas en Stalingrado
y la victoria de las tropas anglo norteamericanas en Túnez en mayo de 1943. Al
hacer las conclusiones de la batalla de Stalingrado, Fuller escribió: “La
iniciativa pasó, por último, de los alemanes a los rusos, como tres meses
después pasó a manos anglo norteamericanas en la batalla de Túnez; pues la
rendición del ejército de von Arnim en la península de cabo Bon fue el
Stalingrado de África del Norte.”[137] Lo mismo
afirmaban los generales hitlerianos. “Los dramas que iban a tener su fin
dentro de poco tiempo bajo el sol
africano en Túnez y en las ruinas nevadas de Stalingrado —aseveran—, habían
comenzado y devenían una seria advertencia del giro del destino.”[138] El número de
las “batallas decisivas” se incrementaba continuamente. Los historiadores
germanoccidentales H.-A. Jacobsen y H. Dollinger afirmaban que Midway,
Guadalcanal, El-Alamein, Túnez, Marruecos, Stalingrado y el final de la quinta
fase de la batalla por el Atlántico, representaron los puntos de viraje de la
Segunda Guerra Mundial.[139] El general de
brigada P. Young arranca del principio cronológico: “En verdad, la marea había
cambiado —declaró— en aquellos días de noviembre de 1942, cuando Montgomery
emergió victorioso del campo de El-Alamein; cuando las huestes de Eisenhower
desembarcaron en la costa de África del Norte; y cuando, después de una defensa
épica, los rusos cercaron a sus sitiadores en las márgenes del Volga.”[140]
Hacia mediados de la década
del 60 culminó, en sus puntos fundamentales, la elaboración de la concepción de
las “batallas decisivas”. Pero aun antes de ese momento ya estaba claro su
objetivo: demostrar que las batallas ganadas por los aliados anglo
norteamericanos tuvieron la importancia primordial, así como los frentes donde
realizaron las acciones de combate sus tropas. Los falsificadores han
intentado convencer a los lectores de que el aporte decisivo a la derrota del
bloque fascista militarista fue hecho por Inglaterra y los Estados Unidos, y no
por la URSS.
En las páginas de sus obras,
algunos historiadores afirman abiertamente que el objetivo de sus publicaciones
consiste, ante todo, en demostrar el papel decisivo de los Estados Unidos en la
Segunda Guerra Mundial. R. Dupuy (EE.UU.) en el prólogo al libro Breve
historia de la Segunda Guerra Mundial [World War II.
A Compact History], escribe que se
planteó la tarea de registrar todo el conflicto “en espera de orientar al
lector familiarizado con el esbozo del vasto panorama, y, al mismo tiempo, de
apreciar el decisivo papel desempeñado por los Estados Unidos en la victoria
del mundo libre sobre las potencias del totalitarismo”.[141] El libro
comienza con el capítulo “El ataque de Japón a Pearl Harbor”, como
predeterminando para los Estados Unidos el papel de “arquitecto de la
victoria”, el cual no le corresponde.
Una especie de “hito” en la
elaboración de la concepción que analizamos es el libro de H. Baldwin, redactor
militar del periódico The New York Times, publicado en los Estados Unidos en 1966. El libro recibió el
título Batallas perdidas y ganadas. Las grandes campañas de la Segunda
Guerra Mundial [Battles Lost
and Won. Great Campaigns of World War II]. En él se citan y describen once acontecimientos de
la guerra, diferentes por su importancia: la campaña en Polonia en 1939, la batalla
por Bretaña, el desembarco en la isla de Creta, los combates por Corregidor,
la batalla de Stalingrado, los combates por el atolón Tarawa, los desembarcos
en Sicilia y Normandía, la batalla naval en el golfo de Leyte, las Ardenas y
Okinawa.[142]
Con posterioridad, el número
de acontecimientos importantes de la guerra, en las obras de diferentes
autores burgueses, o bien aumentan a 20, o bien disminuyen a 5, por lo general;
pero en sus libros el lugar principal siempre se adjudica a los frentes y
teatros donde llevaron a cabo sus acciones militares las fuerzas armadas de
los Estados Unidos e Inglaterra. Es imposible dejar de señalar que Baldwin y
quienes comparten su punto de vista silencian las batallas de Moscú, Kursk y
otras ocurridas en el frente soviético alemán. Esos autores sólo consideraron
decisiva la batalla de Stalingrado.
Es particularmente frecuente
que los historiadores burgueses se refieran —como a batallas decisivas que
determinaron el viraje radical de la guerra— a tres batallas en teatros terrestres
(Stalingrado, El-Alamein y Túnez) y a dos en teatros navales (la batalla junto
a la isla Midway y la batalla por la isla Guadalcanal).
Sin fundamento científico. Resulta
evidentemente inadmisible comparar las dimensiones y, lo más importante, los
resultados y las consecuencias político-militares de las batallas señaladas.
Los historiadores soviéticos han estudiado este problema de manera bastante
profunda. Recordemos sólo algunos hechos.
En la zona de El-Alamein (de
octubre a noviembre de 1942) se enfrentaron a los ingleses cuatro divisiones
alemanas y ocho italianas con un total de casi 80 000 hombres; además, el
grueso de esta agrupación logró evitar la derrota en el curso de la ofensiva
exitosa de los ingleses. Por el contrario, los efectivos de las tropas germano
fascistas que atacaron Stalingrado sobrepasaban un millón de hombres. Sólo en
el período de la contraofensiva de las tropas soviéticas, entre el 19 de
noviembre de 1942 y el 2 de febrero de 1943, en los alrededores de Stalingrado
se cercó y liquidó una agrupación de tropas fascistas con más de 300.000
hombres, se derrotaron por completo 32 divisiones y tres brigadas de la
Alemania fascista y sus satélites, y 16 divisiones sufrieron una seria
derrota. Las bajas totales del enemigo ascendieron a más de 800 000 hombres.[143]
La batalla de Stalingrado
contribuyó de manera decisiva al logro del viraje radical en el curso de la
guerra, que se desarrolló y culminó en las operaciones subsiguientes. La
batalla de El-Alamein, por su envergadura y resultados, no tuvo y no podía
tener importancia crucial.[144]
Se exageran a menudo las
bajas de las tropas ítalo alemanas en Túnez (mayo de 1943). En la literatura
occidental se afirma, por lo general, que las bajas ascendieron a 250 000
hombres. Algunos historiadores burgueses de los Estados Unidos dan cifras aún
mayores. Así, R. Beitzell afirma que en Túnez capitularon 275 000 hombres. Al
mismo tiempo, al tratar de restar importancia al papel de la batalla de
Stalingrado, afirma: “Psicológica y militarmente, Stalingrado fue la mayor
victoria aliada. En términos de estrategia y el gasto de recursos del ‘Eje’,
Túnez fue mucho más productiva.”[145]
Hace varios años, B. H.
Liddell Hart llegó a la conclusión de que el número real de prisioneros (la
mayoría formada por tropas italianas desmoralizadas y con poca capacidad combativa)
hechos por los aliados era mucho menor. Como confirmación informa que el 2 de
mayo el Estado Mayor de la Agrupación de Ejércitos “Afrika” había informado a
Roma que en abril —es decir, antes del comienzo de los combates más
encarnizados en esa zona del frente— el número total de efectivos de las tropas
del adversario era de 170 000 a 180 000 hombres.[146] Otro historiador
inglés, A. J. P. Taylor, aclara de cierta manera esta cuestión. “Los aliados
—escribe— tomaron unos 130 000 prisioneros, quienes aumentaron en los relatos
de posguerra hasta un cuarto de millón.”[147]
El desembarco de una
división reforzada de la Infantería de Marina norteamericana en agosto de 1942
en la isla Guadal-canal, es denominado por casi todos los historiadores
occidentales como el comienzo de la contraofensiva en el océano Pacífico[148]; pero en
realidad no existen fundamentos para llegar a esa conclusión. Esa operación
sólo fue ofensiva en el plano táctico, pues en el estratégico desempeñó un
papel defensivo: permitió debilitar la amenaza militar japonesa a Australia.
Aún existen menos argumentos para denominar “Stalingrado del Pacífico” los combates
por la isla Guadalcanal, como lo hace E. Bauer.[149]
La batalla naval junto a la
isla de Midway, del 4 al 6 de junio de 1942, fue una de las batallas navales de
mayor envergadura de la guerra. Fueron derrotadas y hechas retroceder potentes
fuerzas de la flota japonesa, las que habían dirigido un ataque a la base de
los Estados Unidos en esa isla. Las pérdidas de Japón ascendieron a cuatro portaviones,
un crucero pesado y 332 aviones (la mayoría hundida junto con los portaviones);
las pérdidas de los Estados Unidos, un portaavión, un destructor y 150 aviones.
La derrota junto a la isla
Midway privó al Japón militarista de una considerable parte de sus
portaviones, pero no liquidó su supremacía en el Pacífico y no influyó de
manera notable en el curso general de la Segunda Guerra Mundial.[150]
Es necesario señalar que
durante la guerra los historiadores de los Estados Unidos, y entre ellos quienes
se encontraban al servicio del Estado, valoraban más objetivamente la importancia
de la batalla de Midway, al denominarla como el límite que determinó la
transición “de la defensa pasiva a la activa” en la guerra naval en el teatro
de las acciones bélicas en el Pacífico.[151]
Los criterios por los cuales
se guían los historiadores occidentales al determinar las batallas decisivas
en los frentes periféricos, no tienen un carácter científico. Como ejemplo, podemos
referirnos a H. Baldwin, quien cita como una de esas batallas los combates por
el atolón Tarawa en el Pacífico a fines de 1943. S. E. Morison denominó,
incluso, a esos combates “el cantero de la victoria en 1945”.[152] Las
dimensiones de las acciones bélicas y los resultados obtenidos, no ofrecen fundamento
para tal conclusión: tropas de desembarco norteamericanas, 12 000 hombres,
vencieron la resistencia de una pequeña guarnición japonesa tras prolongados
combates.
Hacemos notar que no todos
los historiadores occidentales ni mucho menos, comparten la concepción de las
“batallas decisivas”. Algunos, que investigan de manera más objetiva los
acontecimientos, señalan sin vacilar la importancia primordial de las batallas
en el frente soviético alemán. H. Michel (Francia), al analizar la batalla de
Stalingrado, observa que “los historiadores soviéticos ven con justeza, en el
brillante éxito alcanzado por el Ejército Rojo, la victoria más importante de
la Segunda Guerra Mundial, la cual marcó el viraje”.[153] Casi idéntica
idea acerca del significado de la batalla de Stalingrado la expresó el
historiador de la RFA H. Heis en un seminario internacional dedicado al XL
aniversario de la batalla (el seminario tuvo lugar en Berlín Occidental en
junio de 1982). A. Taylor escribe: “La principal fuerza de combate del ejército
alemán siempre permaneció en el Frente Oriental.”[154]
También es posible
encontrar, aunque con poca frecuencia, valoraciones objetivas en los trabajos
de historiadores de los Estados Unidos. L. Morton, en uno de los resúmenes
tradicionales de la nueva literatura acerca de la Segunda Guerra Mundial, que
publica la revista The American Historical Review, señaló: “Librada muy lejos de la guerra en Occidente, la
guerra soviético alemana fue, con toda probabilidad, el teatro mayor, más
sangriento y más decisivo de la Segunda Guerra Mundial; empequeñeció el
esfuerzo aliado en Occidente, e involucró a vastos ejércitos a lo largo de un
frente que se extendió más de mil millas.”[155] Esas
valoraciones coadyuvan, sin lugar a dudas, a la creación de un punto de vista
más correcto acerca del aporte de los Estados Unidos a la victoria sobre los
agresores.
Contradicciones inevitables. En los últimos
diez años se han producido algunos cambios en la concepción de las “batallas decisivas”.
Por una parte, varios historiadores
occidentales se han visto obligados a renunciar a la afirmación de que sólo la
batalla de Stalingrado fue decisiva en el frente soviético alemán en el curso y
el desenlace de la Segunda Guerra Mundial en su conjunto. Por lo general, ahora
se dice que las batallas de Moscú y Kursk también tuvieron importancia
decisiva. En su nuevo libro, H. Baldwin, sin referirse a sus anteriores posiciones,
escribe que “la batalla de Moscú fue sin dudas un punto decisivo en la Segunda
Guerra Mundial, más que Stalingrado”.[156] “La invasión
alemana a Rusia y la mayor batalla terrestre de la historia del arte militar
que siguió —hace un recuento de
1941—, produjeron resultados políticos, psicológicos y miltares de significado
general.”[157]
Por otra, por diferentes
vías intentan renovar la concepción de las “batallas decisivas”, hacerla más
convincente. Una confirmación de esto es la serie de publicaciones —editadas
en la década del 70— dedicada a las batallas decisivas de la Segunda Guerra
Mundial. Entre las obras de mayor envergadura debe situarse el trabajo de H.
Maule Grandes batallas de la Segunda Guerra Mundial [The Great Battles of World War II][158] y el libro cuyos redactores
jefe fueron N. Frankland y G. Dowling Batallas decisivas del siglo XX [Decisive
Battles of the 20th Century][159]. H. Maule distingue trece batallas (Dunquerke, la batalla por Bretaña,
Keren, Cirenaica, la batalla de Moscú, Midway, Guadalcanal, El-Alamein, la
batalla de Stalingrado, Anzio, Imphal, Normandía y Rangún); Frankland y
Dowling, catorce (las batallas por el Atlántico, Bretaña, Francia, la batalla
de Moscú, Pearl Harbor, Singapur, Midway, El-Alamein, la batalla de
Stalingrado, la batalla de Kursk, Schweinfurt, Imphal-Kohima, Normandía,
Leyte). Como vemos, las batallas de Moscú, Stalingrado y Kursk, así como la
batalla por Bretaña y el desembarco de los aliados en Normandía, se colocan a
un mismo nivel con combates y operaciones de importancia secundaria (en los
alrededores de Keren en Eritrea, en Cirenaica, etcétera).
H. Maule trata de presentar
la victoria de las tropas soviéticas en los accesos de Moscú como un servicio
prestado por Inglaterra, la cual, según sus palabras, obligó a Alemania “a
luchar en dos frentes”.[160] H. Salisbury,
autor de la parte dedicada a la batalla de Moscú en el libro Batallas
decisivas del siglo XX, amontona
diferentes invenciones (“se desconoce el número de tropas soviéticas que
participaron en la ofensiva”, “se rumora que Stalin se evacuó de Moscú”,
etc.). No obstante, desaprueba el mito de la helada como causa de la derrota
de las tropas germano fascistas en los accesos de Moscú: “El 8 de diciembre,
Hitler había abandonado su ofensiva, y culpó al severo tiempo invernal. Sin
embargo, lo que estaba sucediendo no era un mal tiempo. Era la ofensiva
soviética que avanzaba rápidamente, que por primera vez, desde que Hitler había
comenzado su marcha, estaba obligando a la Wehrmacht a retroceder.” [161]
H. Baldwin, por el
contrario, trata de explicar —como lo hicieron los generales hitlerianos— las
causas de la derrota de las tropas germano fascistas diciendo que “el clima y
el medio eran psicológicamente opresivos para los hombres de Europa
Occidental”. “Siempre había un río más que cruzar; el interminable horizonte
se extendía sin cesar.” “El frío —afirma— fue, quizás, el enemigo más grande de
todos.”[162] El historiador
inglés D. Irving se hace eco de la misma versión en su libro.[163] La
manifestación prácticamente simultánea de H. Salisbury y H. Baldwin —dos
historiadores considerados en los Estados Unidos como especialistas en el
frente soviético alemán— de valoraciones opuestas de las causas de la derrota
de las tropas germano fascistas en Moscú indica el nivel de las investigaciones
que se realizan en los Estados Unidos acerca de los acontecimientos en el
frente soviético alemán y hace más difícil al lector conocer la verdad.
Quizás convenga detenerse en
particular en el intento —adoptado por primera vez por W. Frankland— de
presentar como una de las batallas decisivas de la Segunda Guerra Mundial el
bombardeo por la aviación de los Estados Unidos a una fábrica alemana de
cojinetes en Schweinfurt, el 14 de octubre de 1943. Este autor informa de las
grandes pérdidas de la aviación de los Estados Unidos: de 291 bombarderos, 60
no regresaron, y 120 sufrieron daños. Frankland considera que la incursión
aérea desempeñó un papel decisivo por dos motivos: en primer lugar, fue elegido
un objetivo clave para la producción bélica alemana; en segundo lugar, las
grandes pérdidas de la aviación de los Estados Unidos condujeron a la variación
de la táctica de los bombardeos, lo cual disminuyó en el futuro las pérdidas de
los aliados, elevó la eficacia de la ofensiva aérea sobre Alemania; o sea,
condujo, en fin de cuentas, a su “catastrófica destrucción”.[164]
Señalemos que varios
historiadores occidentales plantean valoraciones de más peso en ese sentido.
“Hasta 1944, la ofensiva aérea estratégica había quedado muy por debajo de sus
pretensiones como alternativa a la invasión por tierra —escribe B. H. Liddell
Hart—, y sus efectos se habían sobrestimado en gran medida. El indiscriminado
bombardeo de las ciudades no había reducido, en esencia, la producción de municiones;
además, no logró quebrantar la voluntad de los adversarios y obligarlos a
rendirse, como se esperaba.”[165] Aún más
convincentes son los contraargumentos de A. Taylor: “En 1942 —señala—, los
británicos lanzaron 48 000 toneladas de bombas, y los alemanes produjeron 36..804
armas de guerra (cañones pesados, tanques y aviones). En 1943, los británicos
y los norteamericanos lanzaron 207.600 toneladas de bombas; los alemanes
produjeron 71.693 armas de guerra. En 1944, los británicos y los
norteamericanos lanzaron 915.000 toneladas de bombas; los alemanes produjeron
105.258 armas de guerra.”[166] La disminución
de la producción bélica alemana —iniciada a partir de la segunda mitad de 1944—
fue resultado, ante todo, de la ofensiva del Ejército Soviético, la cual privó
al Reich de importantes bases de materias primas.
Los intentos de modernizar
la concepción de las “batallas decisivas”, sólo subrayan su inconsistencia.
Citemos una confirmación más. En ninguna de las variantes conocidas de esta
concepción, incluidas las renovadas, se hace referencia, por ejemplo, a la
operación ofensiva de Bielorrusia efectuada por las Fuerzas Armadas Soviéticas
(23/06/44-29/08/44), la cual sobrepasa en envergadura a las mayores
operaciones realizadas por los aliados occidentales en los teatros terrestres y
no tiene parangón en la historia de otros países y pueblos.
El objetivo de la operación
(cuya codificación fue “Bagratión”) consistía en la derrota de la Agrupación de
Ejércitos germano fascista “Centro”, la liberación de Bielorrusia, así como el
apoyo a las acciones de las tropas de los aliados occidentales que habían
desembarcado en Normandía, como parte de la interacción entre los aliados.
El 6 de junio de 1944, J. V. Stalin escribió a W. Churchill: “La ofensiva
estival de las tropas soviéticas, organizada según lo acordado en la
Conferencia de Teherán, comenzará a mediados de junio en uno de los sectores
más importantes del frente... A fines de junio y durante julio, las operaciones
ofensivas se convertirán en la ofensiva general de las tropas soviéticas.”[167]
En la operación de
Bielorrusia, las tropas soviéticas se enfrentaron, en general, a 63 divisiones
y tres brigadas enemigas. Los alemanes contaban con 1.200.000 hombres, más de
9.500 cañones y morteros, 900 tanques y cañones de asalto y alrededor de 1.350
aviones, y ocupaban una zona defensiva
previamente preparada y escalonada en profundidad (250-270 km), que se
apoyaba en un sistema desarrollado de fortificaciones de campaña y líneas
naturales. La operación se desarrolló con las fuerzas de cuatro frentes, en
cuya composición entraban 19 ejércitos interarmas y dos blindados (un total de
166 divisiones), así como varias otras agrupaciones y unidades. Contaban con
más de 2.400.000 hombres, 36.000 cañones y morteros, 5.200 tanques y cañones de
asalto, y más de 5.000 aviones de combate. Los guerrilleros actuaban en
estrecha relación con las tropas. La coordinación de las acciones de los
frentes la realizaban los representantes del Cuartel General del Mando Supremo,
los mariscales de la Unión Soviética G. Zhúkov y A. Vasilievski.
En la gigantesca batalla que
se desarrolló, por ambos bandos participaron 3.600.000 hombres (más de 250
divisiones condicionales), con alrededor de 47.000 cañones y morteros, más de 6.000
tanques y alrededor de 6.500 aviones. Como resultado de la operación, las
tropas soviéticas avanzaron de 550 a 600 km, liberaron Bielorrusia, irrumpieron
en el territorio de Polonia y alcanzaron los suburbios de Varsovia. La
Agrupación de Ejércitos “Centro” fue aniquilado: 17 divisiones, totalmente; el
resto perdió la mitad de sus efectivos. Se destruyeron unos 2 000 aviones y
gran cantidad de otros equipos de combate del enemigo.
El éxito de la operación de
Bielorrusia influyó de manera importante en la variación general de la
situación estratégica en Europa, teatro decisivo de la guerra, a favor de la
coalición antihitleriana. La derrota de la mayor agrupación de tropas germano
fascistas, condujo a la desorganización de toda la defensa de la Wehrmacht en
el frente soviético; a un gran número de bajas prácticamente irreparables (500.000
hombres); a perspectivas reales de ruptura de las tropas soviéticas hacia los
centros vitales de Alemania, hacia lo profundo de los Balcanes y en dirección
a Checoslovaquia; al envío obligado al frente soviético alemán de las últimas
reservas, las que podrían haberse utilizado contra los aliados que habían
desembarcado en Normandía.
Se incrementó de manera
ostensible la crisis política en el seno del bloque fascista. En los países
ocupados por el agresor, donde había
entrado o se acercaba el Ejército Soviético, se incrementó, de manera
significativa, el movimiento de la Resistencia. Entre agosto y septiembre de
1944 fueron derrocados los regímenes fascistas en Rumanía y Bulgaria, lo cual
condujo a que estos países pasaran a la coalición antihitleriana; una de sus consecuencias
fue la ulterior disminución de los recursos de materias primas en la economía
bélica alemana. El atentado perpetrado contra Hitler (20.07.44) es un indicador
de la agudización de la situación política interna en la misma Alemania. El
aumento del prestigio internacional de la Unión Soviética y del Ejército
Soviético, inyectaba nuevas fuerzas a todos los participantes en la lucha
contra los agresores fascistas y desmoronaba aún más el potencial político
moral del enemigo.
En la literatura occidental,
se hace referencia en ocasiones a la operación de Bielorrusia. E. F. Ziemke le
dedica un capítulo de su libro. El autor señala la “crisis moral” que había
surgido en la Wehrmacht, concluye que el soldado alemán “que no podía siquiera
imaginar el desastre final, ahora lo esperaba”.[168] El historiador
inglés A. Reid observa que la derrota de la Agrupación de Ejércitos “Centro” en
la operación de Bielorrusia, “eliminó para siempre la última vaga esperanza de
detener alguna vez la marea rusa”.[169] No obstante,
estos y otros autores burgueses, en el mejor de los casos, eluden valorar la
operación de Bielorrusia a escala de la Segunda Guerra Mundial. Conviene
recordar que en el transcurso de la guerra las Fuerzas Armadas soviéticas
efectuaron más de 50 operaciones estratégicas de grupos de frentes. La
operación de Bielorrusia fue una de ellas.
En las obras soviéticas se
analiza en detalle y se aprecia en su justo valor, el gran aporte de los
Estados Unidos, Inglaterra y otros aliados occidentales a la victoria sobre los
agresores. A pesar de la radical diferencia entre el régimen social de la URSS
y el de los países capitalistas miembros de la coalición antihitleriana,
pudieron colaborar con éxito en la lucha contra el enemigo común, buscaron y
hallaron soluciones recíprocamente admisibles, a muchas cuestiones en litigio.
Los aviadores británicos y los marinos norteamericanos, los tanquistas de la
“Francia combatiente” y los soldados de infantería de los aliados, lucharon con
valor en el cielo de La Mancha y en los accesos a Bir-Hakein, junto a la isla
Midway y en los alrededores de El-Alamein, en los vastos espacios del Atlántico
y en las Ardenas. Los trabajadores de los países capitalistas participantes de
la coalición antihitleriana y los de sus dominios coloniales, coadyuvaron a que
las Naciones Unidas lograran la superioridad decisiva sobre el bloque fascista
en la esfera económico militar. Personas de nacionalidades, puntos de vista políticos
e ideas diferentes, forjaron la victoria en los talleres fabriles y en los
campos de batalla.
Sin embargo, sucedió que
históricamente fue a la Unión Soviética, al pueblo soviético, a sus Fuerzas
Armadas, y no a otros, a los que correspondió el aporte decisivo en la derrota
infligida a los agresores. Así lo han reconocido personalidades políticas y
militares occidentales de tiempos de la guerra y lo han comprendido muchos de
sus participantes y varios historiadores occidentales. “Nadie puede negar los
esfuerzos gigantescos de la Unión Soviética o callar las ingentes pérdidas,
las innumerables pruebas y el inmenso dolor sufrido por este país”,[170] escribe J.
Erickson. Esto está basado en el resultado de profundas y multifacéticas
investigaciones científicas; ha quedado claro al familiarizarse toda persona
imparcial con los hechos y los documentos históricos. La valoración objetiva
del aporte de la URSS a la victoria sobre los agresores, tiene una importancia
de principio para la comprensión correcta de los resultados y las lecciones de
la guerra, así como de las conclusiones que ofrece su historia para el momento
actual.
[6] Roberto Battaglia: Storia della Resistenza
italiana 8 settembre 1943-25 aprile 1945. Giulio Einaudi Editore,
Torino, 1953, p. 47.
[7] Fernand Grenier: C'Etait
ainsi..., 1940-1945. Editions Sociales, París, 1970, pp. 97, 98.
[8] W. S. Churchill: His
Complete Speeches, 1897-1963, vol.
VI (1935-1942),
Chelsea House Publishers en asociación con R. R. Bowker Company, New York y
London, 1974, pp. 6583-6584.
[9] Correspondence
between the Chairman of the Counsil of Ministers of the USSR and President of
the USA and the Prime Minister of Great Britain during the Great Patriotic War
of 1941-1945, vol. 2, Foreign Languages Publishing House,
Moscú, 1957, p. 18.
[10] Charles de Gaulle: Mémoirs de guerre, vol. 1, 1940-1942, Librairie Plon, París, 1954, pp. 546, 547.
[11] Frederíck L.
Schuman: Soviet Politics at Home and Abroad, Alfred A. Knopf, Inc., New York, 1946, pp. 432, 433.
[12] Alfred W. Turney: Disaster
at Moscow: Von Bock's Compaigns 1941-1942. University of New Mexico Press,
Alburquerque, 1970, p. 54.
[21] Leonard Cooper: Many
Roads to Moscow. Three Historic Invasions. Hamish Hamilton, London, 1968,
pp. 215,
216.
[22] Hitlers Weisungen
für die Kriegsführung 1939-1945. Dokumente der Oberkommandos der Wehrmacht. Bernard&Graefe Verlag für
Wehrwesen, Francfort del Meno,
1962, p. 171.
[23] The Encyclopedia Americana, vol. 29, p. 427; Wolfgang
Paul: Erfrorener Sieg. Die Schlacht um Moskau 1941/42. Bechte Verlag,
Múnich, 1975.
[27] Walter
Schwabedissen: The Russian Air Force in the Eyes of German Commanders (USAF
Historical Studies, N°175). Amo Press Inc., New York, 1968, p. 159.
[28] Summer Welles: “Two
Roosevelt Decisions: One Debit, One Credit”, en Foreign Affairs, enero
de 1951, N°2, p. 193.
[29] Correspondence
between the Chairman of the Counsil of Ministers of the USSR and Presidents of
the USA and the Prime Minister of Great Britain during the Great Patriotic War
of 1941-1945, vol. 1, p. 34.
[30] J. M. A. Gwyer y J.
R. M. Butler: “Grand Strategy”, en History of the Second World War, vol. 3, Her Majesty's Stationary
Office, Londres, 1964, p. 105.
[31] L. I. Brézhnev: Por el camino de Lenin.
Discursos y artículos. Moscú, 1970, t. 2, p. 68 (en ruso).
[33] J. V. Stalin: Acerca de la Gran Guerra Patria de la Unión Soviética. Moscú, 1947, p. 113
(en ruso).
[34] Earl F. Ziemke: Stalingrad
to Berlin: The German Defeat in the East. Office of the Chief of Military
History U.S. Army, Washington, 1968, p. 37.
[37] La Gran Guerra Patria de la
Unión Soviética de 1941-1945. Breve historia. Moscú, 1970, p. 214 (en
ruso).
[38] William Craig: Enemy
at the Gates. The Battle for Stalingrad. Hodder and Stoughton, Londres,
1973.
[39] Erich von Falkenhayn fue ministro de Guerra y
jefe del Estado Mayor General de Alemania en los años de la Primera Guerra Mundial.
[41] E. Florentin: The
Battle of the Falaise Gap, Hawthorn Books, 1967, New York; The Army, enero de 1968, p. 76.
[44] Matthew P.
Gallagher: The Soviet History of World War II. Myths, Memories and
Realities. Frederick A. Praeger, Editor, New York-London, 1963, p. 16.
[45] Coronel general
Kurt Zeitzler: “Stalingrad”, en The Fatal Decisions. Editado por Seymour
Freidin y William Richardson, William Sloane Associates, Nueva York, 1956, pp.
163, 164.
[57] James L.
Stokesbury: A Short History of World War II. William Morrow and
Company. Inc., New York, 1980, p. 239.
[65] Ibíd.
[69] Ernest Klink: Das
Gesetz des Handelns. Die Operation “Zitadelle” 1943. Deutsche Verlags-Anstalt,
Stuttgart, 1966, p. 11.
[70] Citado Según G. A. Koltunov y B. G. Soloviov:
La batalla de Kursk. Moscú, 1970, p. 520 (en ruso).
[71] F. W. von
Mellenthin: Panzer Battles 1939-1945. Casell&Company, Ltd., London, 1955, p. 215.
[85] Ibíd., p. 172.
[88] El PCUS acerca de las
Fuerzas Armadas de la Unión Soviética. Documentos de 1917-1981. Moscú, 1981, p.
297 (en ruso).
[90] La política exterior de la
Unión Soviética en el período de la Guerra Patria,
t.
I, pp. 270-273, 277-283.
[91] Las principales decisiones acerca de la
conducción de la paz después de la contienda, se adoptaron en el marco de la
coalición antihitleriana en las conferencias de los jefes de Gobierno de la
URSS, los Estados Unidos y Gran Bretaña, celebradas en Teherán (1943); Crimea,
en Yalta (1945), y Berlín, en Potsdam (1945). Hacia fines de la guerra, en la
coalición antihitleriana estaban integrados más de 50 Estados y, entre ellos,
cinco grandes potencias (la URSS, los EE.UU., China, Inglaterra y Francia).
Albania, Australia, Bélgica, Brasil, Canadá, la India, México, Nueva Zelanda,
Polonia, Checoslovaquia, Yugoslavia, etc. participaban con sus fuerzas armadas
en la lucha común contra Alemania y sus aliados. Otros Estados ayudaba con
suministros de materias primas a la producción de material bélico y otros
medios. Las tropas africanas y otras tropas coloniales también hicieron su
aporte a la victoria sobre los agresores. De manera formal también entraron en
la coalición antihitleriana otros Estados que habían declarado la guerra a
Alemania antes de su derrota definitiva y no hicieron ningún aporte a la
victoria sobre el enemigo común (por ejemplo, Turquía).
[92] Edward R.
Stettintus: Roosevelt and the Russians. The Yalta Conference. Jonathan
Cape, London, 1950, p. 16.
[94] La misión liberadora de las Fuerzas
Armadas Soviéticas en la Segunda Guerra Mundial. Moscú, 1971, p.
80 (en ruso).
[98] Roosevelt and
Churchill. Their Secret Wartime Correspondence. Editado por Frances L.
Loevvenheim, Harold D. Llangley, Manfred Jonas, Saturday Review Press/E.
P. Dutton&Co., Inc., New York, 1975, p. 584.
[99] Charles L. Mee: Meeting
at Potsdam. Purnell Book Services, Limited, Thetford, 1975, p. 118; Charles
Bohlen: Witness to History 1924-1969. Norton, New York, 1973, pp.
161-163.
[102] Kent Roberts
Greenfield: American Strategy in World War II: A Reconsideration, The Johns Hopkins Press, Baltimore, 1963, p. 70.
[105] Joseph M. Siracusa:
New Left Diplomatic Histories and Historians, Kennikat Press, Inc., New York-London, 1973, p. 96.
[106] Acerca de esta cuestión, ver con más detalles
en La misión liberadora de las Fuerzas Armadas soviéticas en la Segunda
Guerra Mundial; S. S. Gromov y N. I. Shishov: “La colaboración militar en la lucha contra el fascismo”, en Voprosi
Istorii (Cuestiones de Historia), 1975, N°5, pp. 3-21.
[107] El marxismo-leninismo acerca
de la guerra y el ejército. Bib. El Oficial, La Habana, 1946, p. 113.
[108] John Toland: The
Last 100 Days. Random House, Nueva York, 1966, p. 566. A acusaciones
difamatorias contra el Ejército Soviético está “dedicado”, casi por completo,
el libro La última batalla de Cornelius Ryan, el cual ya ha recibido la
debida respuesta de parte de los historiadores soviéticos. Ver D. Kraminov:
“Los falsificadores. A quién quiere complacer el señor Ryan”, en Pravda, 10 de julio de 1966; I. Záitsev. “La larga mentira del señor Ryan”,
en Za Rubezhom (En el
extranjero), N°34, 19-26 de agosto de 1966, pp. 19, 20; Guerra,
historia, ideología. Moscú, 1974, pp. 164-166 (todos en ruso).
[110] Ver F. D. Vorobiov, I. V. Parotkin y A. N. Shimanski: El último asalto. Moscú,
1975, p. 338 (en ruso).
[114] S. L. A. Marshall:
“Götterdammerung”, en The New York Times Book Review, 13 de febrero de 1966, pp. 1, 51.
[115] Conferencia Internacional de
los Partidos Comunistas y Obreros. Documentos y materiales. Moscú, 5-17 de
junio de 1969. Moscú, 1969, pp. 180, 181 (en ruso).
[116] A. M. Samsónov: El fracaso de la agresión
fascista. Ensayos históricos. Moscú, 1980, p. 693 (en ruso).
[118] The Army Air Force
in World War II, vol. 5, The University of Chicago Press,
Chicago, 1953, p. 712.
[119] L. Morton: “Soviet
Intervention in the War with Japan”, en Foreign Affairs, vol. 40, junio de 1962, N°4, p.
662.
[122] G. F. Kennan: Russia
and the West under Lenin and Stalin. Little, Brown and Company, Boston,
1961, p. 378.
[123] R. L. Garthoff:
“The Soviet Manchurian Campaign, August 1945”, en Military Affairs, vol. XXXIII, N°2, octubre de 1969, pp. 313, 314. El destacado historiador japonés
profesor A. Fujiwara, en su intervención ante la Conferencia Científica,
celebrada en Moscú en noviembre de 1975, citó datos acerca del Ejército de
Kwantung, según los cuales sus efectivos —contando las unidades agregadas para
el momento de la entrada de la URSS en la guerra contra Japón— ascendían a 1,2
millones de hombres, lo cual corresponde en general a la realidad.
[126] Great Events of the
20th Century, How They Charged Our Lives. The Reader's Digest
Association (Canada) Limited, Montreal, 1977, p. 358.
[137] J. F. C. Fuller: The
Second World War 1939-1945. Eyre
and Spottishwoode (Editores) Ltd., London, 1948, p. 257.
[138] Weltkrieg 1939-1945.
Ehrenbuch der Deutschen Wehrmacht. Buch und Zeitschriften-Verlag,
Dr. Hans Rieger, Stuttgart, 1954, p. 167.
[139] H. A. Jacobsen y
Hans Dollinger: Der Zweite Weltkrieg in Bildern und Documenten, t. II, Múnich, dibujos y bocetos de
Gottfried Wustmann, 1963.
[140] Peter Young: World
War 1939-1945. A Short History. Arthur Barker Limited, London, 1966, p.
246.
[142] H. W. Baldwin: Battles
Lost and Won. Great Campaigns of World War II. Harper&Row Publishers, New
York, 1968.
[144] D. D. Eisenhower valoró sus resultados como
“una brillante victoria táctica”. (Dwight D. Eisenhower: Crusade in Europe, p.
115.)
[145] Robert Beitzell: The
Uneasy Alliance, America, Britain and Russia, 1941-1943. Alfred A. Knopf,
New York, 1972, pp. 65, 66.
[148] John Miller: Guadalcanal.
The First Offensive. Department of the Army, Washington, 1949; Robert
Leckie: Challenge for the Pacific: Guadalcanal, the Turning Point of the
War. Boubleday, New York, 1965; American Military History. Washington,
1973, pp. 502, 503.
[149] Eckly Bauer: La
dernière guerre ou histoire controversée de la deuxième guerre mondiale. Grange
Bateliére, París, 1974, t. 6, p. 166.
[150] Ver más detalladamente en S. G. Gorshkov: El
poderío naval del Estado. Voennizdat, Moscú, 1976, pp. 186-190 (en ruso).
[153] Henri Michel: La seconde guerre mondiale, t. 1, Presse Universitaires de
France, París, 1977, p. 467.
[156] H. W. Baldwin: The
Crucial Years 1939-1941. The World at War. Harper and Row Publishers, New
York, 1976, p. 346.
[159] Decisive Battles of
the 20th Century. Land, Sea, and Air. Editado por N. Frankland y G.
Dowling, Sidgwick and Jackson, Limited, London, 1976.
[167] Correspondence
between the Chairman of the Counsil of Ministers of the USSR and Presidents of
the USA and the Prime Minister of Great Britain during the Great Patriotic War
of 1941-1945, vol. 1, p. 267.
[169] Alan Reid: A
Concise Encyclopedia of the Second World War. Osprey Publishing Limited,
London, 1974, p. 116.