LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
Mito y Realidad
OLEG A. RZHESHEVSKI - Primera Entrega
Oleg Rzheshevski, autor de este libro, es
profesor, doctor en Ciencias Históricas y jefe de sector del Instituto de
Historia Universal de la Academia de Ciencias de la URSS. Nació en 1924 en Leningrado.
Fue piloto militar durante la guerra. De 1967 a 1979 colaboró en el Instituto
de Historia Militar. Han salido de su pluma los libros La guerra y la historia (1976) y Las enseñanzas de la segunda guerra mundial 1939-1945; es coautor
de los libros La victoria histórica
mundial del pueblo soviético 1941-1945 (1971), Guerra, historia, ideología (1974), La misión liberadora en el Oriente (1976) y otros. Bajo la
redacción de Oleg Rzheshevski han sido traducidos y editados en ruso varios
trabajos de autores extranjeros sobre la segunda guerra mundial. Se le deben
también muchos artículos históricos militares, publicados en la URSS y otros
países.
Editorial Progreso
Editorial Ciencias Sociales Олег Ржешевский
ВТОРАРАЯ МИРОВАЯ ВОЙНА: МИФЫ
И ДЕЙСТВИТЕЛЬНОСТЬ
На испанском языке
[2]Traducción del
original en ruso: Mabel Santos Amigo
Edición Gladys Alonso González
Diseño: Armando Millares Blanco
Realización: Haydée Cáceres Martínez
Impreso en la URSS
Estimado lector, le estaremos muy agradecidos
si nos hace llegar su opinión, por escrito,
acerca
de este libro
y de nuestras
ediciones.
Editorial de Ciencias Sociales, calle 14,
no. 4104, Playa, Ciudad de La Habana, Cuba.
© Издательство «Прогресс»,
1984
© Traducción al español
Editorial de Ciencias Sociales, 1985
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO PRIMERO
¿SE
PODÍA HABER IMPEDIDO LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL?
Acerca de las
causas de la guerra
La guerra:
prolongación de la política
En el laberinto
de las contradicciones
Las búsquedas
de nuevas teorías
El fascismo es
la guerra
Bajo la bandera
del anticomunismo
Dos mundos, dos
políticas
El Tratado de
Versalles
La política de
“pacificación”. Esquema y realidad
Alemania lanza
un reto
La capitulación
de Múnich abre el camino a la guerra
Aumento de la
agresión en Asia
¿Se podía haber impedido la conflagración mundial?
La cadena de
infundios y la verdad de la historia
Las
Conversaciones de Moscú: objetivos y posiciones de los participantes
Jugando a las negociaciones
La cuestión cardinal de las negociaciones militares
La decisión de la Unión
Soviética
Los frutos de
la política de “pacificación”
La traición de
los aliados occidentales a Polonia
La guerra
extraña
La derrota de
la coalición anglo francesa
La atención
principal: hacia el Este
Agudización de
las contradicciones norteamericano japonesas
CAPÍTULO SEGUNDO
AGRESIÓN Y CATÁSTROFE
Moscú, Stalingrado, Kursk
El plan de la
guerra contra la URSS y sus fines
La batalla de
Moscú
La batalla
de Stalingrado
La batalla de
Kursk
La misión liberadora de las Fuerzas Armadas Soviéticas
En aras de la
derrota total del enemigo y de la liberación de los pueblos
El mito del “expansionismo soviético” y de la
“exportación de la revolución”
Los infundios
acerca de las “crueldades”
Acerca del
aporte de la URSS a la victoria sobre el Japón militarista
La falsificación de los acontecimientos en el Lejano Oriente
La URSS es fiel a su deber
¿Por qué es inconsistente la concepción burguesa de las “batallas decisivas”? 161
El sentido de
una concepción y su desarrollo
Sin fundamento
científico
Contradicciones
inevitables
CAPÍTULO TERCERO
LAS FUENTES DE LA VICTORIA
SOBRE EL AGRESOR 175
Acerca de la cuestión del método de las valoraciones
El factor económico
Las premisas económicas de la victoria
La oposición económico militar
La verdad acerca del lend-lease
El 3,5 por ciento
¿Fue desinteresado el lend-lease?
El factor político
Acerca de los
secretos del “alma rusa” y las tradiciones de la “santa Rus”
Una versión más 2
Acerca del
patriotismo y el heroísmo
Una familia de
pueblos fraternos
La lucha en la
retaguardia de los agresores
El arte militar
No por el
número, sino por la habilidad
De la defensa a la ofensiva
La estrategia
de la victoria
A la vanguardia
del pueblo y el ejército
CAPÍTULO CUARTO
LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL Y EL MOMENTO ACTUAL
La nueva
correlación de fuerzas y el mito de la “amenaza soviética”
Los principales
resultados de la guerra
¿A quiénes no
convienen los resultados de la guerra?
¿Quiénes
amenazan la paz?
Un curso
peligroso
Los historiadores contra la historia
En contra de
las lecciones de la historia
Los abogados de
los crímenes del fascismo
Una tesis
peligrosa
Las fronteras
son sólidas
Un turbio
torrente de intimidaciones
CONCLUSIONES
INTRODUCCIÓN
La Segunda Guerra Mundial incorporó a su órbita 61
Estados, al 80 % de la población del planeta, y tuvo una duración de seis años.
Su torbellino de fuego, después de abarcar inmensos espacios de Europa, Asia y
África, se apoderó de los océanos Atlántico y Pacífico y alcanzó las costas de
Australia. La contienda causó destrucciones colosales y se llevó consigo
decenas de millones de vidas. La pobreza y los sufrimientos que tuvieron que
soportar los pueblos son inconmensurables.
Decenas de miles de libros se han escrito sobre la
Segunda Guerra Mundial; un inmenso número de artículos de periódicos y
revistas, de transmisiones radiales, de películas para el cine y la televisión
se han referido a ella. A pesar de haber transcurrido 40 años desde el final de
la guerra, su historia continúa atrayendo el interés de escritores, científicos
y especialistas militares, y los acontecimientos de aquellos días, preocupan y
conmueven aún hoy a las personas sencillas en el mundo entero.
En los últimos años, la
ciencia soviética ha alcanzado notables resultados en el análisis de la
historia de la Segunda Guerra Mundial. Entre 1978 y 1980 se publicó la serie (6
tomos) de recopilación de documentos, denominada La Unión Soviética en las
conferencias internacionales del período de la Gran Guerra Patria; su redactor jefe fue A. A. Gromyko,
vicepresidente del Consejo de Ministros de la URSS y ministro de Relaciones
Exteriores de la Unión Soviética[3]. En 1982
culminó la edición de la obra académica (12 tomos) Historia de la Segunda
Guerra Mundial, 1939-1945, de
cuya comisión de redacción fue presidente D. F. Ustínov, Mariscal de la Unión
Soviética. Estos trabajos no sólo han sido objeto de una amplia atención en la
Unión Soviética, sino también en el extranjero; pues enriquecen la ciencia
histórica mundial con nuevas e importantes conclusiones y generalizaciones,
así como reafirman la verdad de la gran hazaña del pueblo soviético, que salvó
al mundo de la amenaza de la esclavitud fascista.
En 1984, científicos de los
países de la comunidad socialista publicaron un trabajo conjunto denominado La
Segunda Guerra Mundial. Breve historia, dirigido a las amplias masas de lectores.
No menor es la atención que
se le presta al esclarecimiento de la Segunda Guerra Mundial en los países
occidentales. “La Segunda Guerra Mundial atrae más interés y provoca más polémicas
que ningún otro tópico”, constata el destacado historiador inglés W. Laqueur.[4]
Los acontecimientos de la
pasada guerra continúan ejerciendo una colosal influencia sobre la conciencia
de las personas. La fuerza de su influencia ideológica está dada por el vínculo
orgánico entre el desarrollo de la situación internacional y los resultados y
las lecciones de la guerra, los destinos de la gente y las conclusiones socio
políticas que ofrece su historia para la actualidad.
La Segunda Guerra Mundial
maduró cuando el capitalismo ya no poseía poder universal, cuando ya existía y
se había consolidado el primer Estado socialista en la historia: la URSS. La
escisión del mundo en dos sistemas contrarios, como consecuencia del triunfo
de la Gran Revolución Socialista de Octubre, condujo a la aparición de la principal
contradicción de la época: entre el capitalismo y el socialismo. Además, continuaron
desarrollándose las contradicciones entre las potencias imperialistas, se
fueron conformando gradualmente dos coaliciones imperialistas opuestas: la
germano ítalo japonesa y la anglo franco norteamericana.
Una particularidad de la
Segunda Guerra Mundial también consistió en que la contienda no sólo se
desarrolló como la lucha por el reparto del mundo entre las potencias
imperialistas. Una de las agrupaciones —la germano ítalo japonesa— era representante
de regímenes fascistas que obraban como una manifiesta dictadura terrorista de
las fuerzas más agresivas del capital monopolista. Está agrupación se planteó
como objetivo, conquistar el mundo y establecer el dominio de razas “elegidas”,
exterminar pueblos y naciones completas considerados “inferiores”, abolir su
existencia como Estados y su cultura multisecular. El fascismo proclamó
abiertamente que su objetivo fundamental consistía en extirpar la ideología marxista
leninista, en destruir a sus defensores —los comunistas— y en liquidar el
baluarte de la revolución socialista: la Unión Soviética. El bloque germano
ítalo japonés amenazó con castigar a sus adversarios capitalistas de Europa y
Asia, con aplastar a los Estados Unidos de América, con suprimir, incluso, las
elementales libertades burguesas.
La Gran Guerra Patria, en la
cual se levantaron los pueblos de la URSS al sufrir el pérfido ataque de la
Alemania fascista y sus aliados, se convirtió en el elemento componente más
importante de la Segunda Guerra Mundial. Se desarrolló el enfrentamiento, sin
precedentes en la historia, entre un Estado socialista aliado a las fuerzas
democráticas de muchos países y el agresivo bloque fascista. Este enfrentamiento
significó un cambio cualitativo radical en el carácter sociopolítico, la escala,
el transcurso y las perspectivas de la guerra. Los pueblos del mundo hallaron
un claro programa de lucha por la derrota total de los agresores, por el
aniquilamiento del fascismo; un programa de lucha por la independencia nacional
y la democracia.
La Gran Guerra Patria fue la
guerra del país del socialismo triunfante contra las fuerzas de choque de la
reacción internacional, personificadas por el fascismo. Fue una lucha heroica
que aunó, de manera consecuente, el patriotismo y el internacionalismo
proletario, en defensa de las conquistas revolucionarias de los trabajadores,
por el progreso social y la civilización humana. Los objetivos de la Gran
Guerra Patria eran humanos y afines a los pueblos de todos los países. Estos
objetivos eran salvaguardar la Patria, aniquilar a los invasores, cumplir la
gran misión de liberar a la Europa esclavizada —incluida Alemania— de los fanáticos fascistas y
dar a los pueblos la posibilidad de decidir por sí mismos las cuestiones
referentes a su sistema estatal y económico.
En la Segunda Guerra
Mundial, el largo y difícil camino hacia la victoria sobre los agresores se
planteaba, en primer lugar, a través de la lucha armada en el frente soviético
alemán.
Precisamente en este frente,
el más importante de la guerra, se desarrollaron las batallas y los combates de
mayor envergadura y más encarnizados, como resultado de los cuales el enemigo
fue desgastado y arrojado del territorio soviético. El Ejército Rojo liberó,
total o parcialmente, 13 países de Europa y Asia con una población de 200
millones de personas. El pueblo soviético no sólo salvaguardó sus conquistas
socialistas, sino también salvó al mundo de la barbarie fascista.
La lucha de la Unión
Soviética contra la Alemania nazi y sus aliados, la encabezó el Partido de
Lenin: la vanguardia combativa de la clase obrera y de todo el pueblo
soviético. El Comité Central del Partido, consciente de su responsabilidad
histórica por los destinos del pueblo y el Estado, por la causa del socialismo,
puso de manifiesto su sabiduría y su ingente valor para superar las colosales
dificultades provocadas por la guerra; movilizó todas las fuerzas materiales y
espirituales de la sociedad; inspiró y organizó al pueblo soviético para derrotar
al enemigo y conquistar la victoria total. Las ventajas del sistema socialista,
la cohesión de todo el pueblo bajo la bandera del Partido Comunista, devinieron
las fuentes más importantes de la invencibilidad del Estado socialista, de la
victoria que, con sus esfuerzos conjuntos, conquistaron en la Gran Guerra
Patria la clase obrera, el campesinado cooperativista, la intelectualidad
popular, todas las naciones y las nacionalidades del País de los Soviets.
Durante la Segunda Guerra
Mundial, una coalición antihitleriana se opuso al bloque fascista militarista.
La coincidencia de intereses nacionales de varios Estados, fue la base sobre la
cual se formó, por primera vez en la historia, un frente internacional de
diferentes fuerzas socio políticas. En la coalición antihitleriana sólo la
Unión Soviética y la República Popular de Mongolia eran Estados socialistas.
Los pueblos y los ejércitos de Gran Bretaña, los Estados Unidos de América,
China, Canadá y otros varios Estados, participaron en la lucha contra los
agresores germano fascistas y los militaristas japoneses. Obreros y
campesinos, personas de las más diversas opiniones sociales y convicciones
religiosas, combatieron activamente en esos ejércitos. Entre las personalidades
políticas y militares de los países capitalistas aliados a la Unión Soviética,
junto a opositores rabiosos de la colaboración con la URSS, hubo muchos que
comprendieron la necesidad de unirse al Estado soviético para aplastar la
agresión fascista y luchar activamente contra el enemigo común.
Contra los agresores
combatieron heroicamente los ejércitos populares de Yugoslavia, Grecia,
Albania, Polonia, Checoslovaquia y, en la etapa culminante de la guerra, los
de Bulgaria y Rumanía, y las fuerzas patrióticas de Hungría. En los combates
se fortaleció su amistad combativa con el Ejército Soviético.
Los participantes en el
movimiento de la Resistencia desarrollaron una audaz lucha contra el fascismo
en Europa y Asia. Este movimiento abarcó la retaguardia profunda de las fuerzas
de ocupación y debilitó, de manera considerable, las posibilidades combativas
de los agresores. En él participaron las fuerzas nacionales progresistas
encabezadas por la clase obrera y su vanguardia: los partidos comunistas. En el
Lejano Oriente e Indochina también se incorporaron a la lucha de liberación
nacional los pueblos de Corea, Vietnam y otros países.
La Segunda Guerra Mundial
culminó con el total fracaso de los planes de conquista del dominio mundial
—planteados por el imperialismo de Alemania, Italia y Japón—, al quedar
demostrado lo irrealizable de esos proyectos en las condiciones contemporáneas.
La historia de la Segunda
Guerra Mundial es un frente de aguda lucha científica e ideológica entre el
marxismo leninismo y los sistemas burgueses en cuanto a las ideas filosóficas,
económicas y socio políticas.
Entre los historiadores
occidentales existen no pocos científicos destacados que han hecho un notable
aporte al estudio de la pasada guerra. Sus obras son de prestigio y se han editado
en muchos países, incluida la Unión Soviética[5]. Los autores
de estas obras investigan las causas de la guerra, aspiran a ser objetivos en
la interpretación de su desarrollo, sus resultados y lecciones, y coadyuvan,
de esta manera, a solucionar los problemas actuales de la polémica histórica de
dos sistemas contrarios —el socialismo y el capitalismo— sobre la base de la
coexistencia pacífica.
Otra línea es la de los
historiadores que interpretan los fenómenos y los acontecimientos de la guerra
desde las posiciones del anticomunismo. Su suspicacia tiene una tendencia bien
determinada. Intentan, de cualquier manera, evadir la cuestión de la
culpabilidad del imperialismo en la preparación y el desencadenamiento del
conflicto, justificar al fascismo, cargar a la URSS y a otras fuerzas
progresistas del mundo la responsabilidad por el surgimiento de la guerra;
adjudican a los Estados Unidos y a Inglaterra el papel impropio de “factor
dominante” en la contienda, con lo cual calculan reducir el aporte decisivo de
la URSS en la derrota del bloque fascista militarista. Estos historiadores
tergiversan de manera premeditada los resultados y las lecciones de la guerra,
con el fin de resucitar y propalar, de una manera u otra, el mito acerca de la
“amenaza militar soviética” y justificar la carrera armamentista desarrollada
por los Estados Unidos y sus aliados de la OTAN.
En las condiciones actuales,
cuando la pugna entre las fuerzas pacifistas y las guerreristas es el factor
clave del desarrollo internacional contemporáneo, la valoración objetiva de los
acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial y el conocimiento de su
experiencia y las lecciones que se desprenden de ella, adquieren un significado
vitalmente importante para evitar una guerra nuclear, aún más devastadora, que
amenaza con la destrucción de la civilización mundial.
CAPÍTULO PRIMERO
¿SE
PODÍA HABER IMPEDIDO LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL?
Al amanecer del 1o
de
septiembre de 1939, el buque de línea alemán “Schleswig-Hoilstein” abrió fuego
inesperadamente sobre la península polaca de Westerplatte. De manera simultánea,
la aviación germano fascista atacó los aeropuertos, los centros de
comunicación, administrativos y económicos de Polonia; las tropas terrestres
de la Wehrmacht irrumpieron en territorio polaco. Hacia fines de 1941, la
guerra abarcaba ya el mundo entero, aunque no de manera igual. Y, ¿se podía
haber prevenido esta tragedia e impedido la Segunda Guerra Mundial? La
respuesta a esta interrogante requiere determinados conocimientos teóricos
acerca de la guerra como fenómeno social, el análisis de sus causas y una
valoración objetiva de los acontecimientos que precedieron a la contienda.
Acerca de las causas de la
guerra
La guerra: prolongación de
la política. En el transcurso de la historia de la
humanidad ha ocurrido un gran número de guerras y conflictos bélicos. Se ha
constatado que en los últimos 5 500 años los pueblos han sufrido más de 14 000
guerras.
Las magnitudes de las
guerras y su influencia sobre el destino de los pueblos se incrementaron de
manera constante, y en la época imperialista las guerras adquirieron un
carácter mundial. La humanidad ya ha tenido que soportar dos devastadoras
guerras mundiales: la de 1914 a 1918 y la de 1939 a 1945.
Por su contenido político,
se acostumbra a dividir las guerras en justas, de liberación, cuyo objetivo
consiste en defenderse de la agresión y la esclavitud externas, e injustas, de
agresión, que se efectúan con el fin de conquistar y esclavizar a otros países
y pueblos. La Segunda Guerra Mundial fue una guerra justa, de liberación, por
parte de los pueblos que lucharon contra la agresión fascista.
Las guerras son evitables.
Hubo un tiempo en que las personas no conocían la guerra, y llegará el momento
en que será eliminada de la vida de la sociedad.
La clave para descubrir el
secreto de por qué surge una guerra, para comprender correctamente las causas
de la Segunda Guerra Mundial, es la valoración marxista leninista de la guerra
como prolongación de la política de determinado Estado, de determinada clase,
por medios violentos. “Y tal ha sido siempre —escribió V. I. Lenin— el punto de vista de Marx y Engels, que
consideraban toda guerra como prolongación de la política de las
potencias dadas, interesadas —y de las distintas clases en el seno de
estas últimas—, en un momento dado.”[6]
Los monopolios alemanes, la
dirección nazi y el Estado Mayor General alemán desencadenaron la Segunda
Guerra Mundial, pero la contienda se preparó mediante los esfuerzos conjuntos
del imperialismo internacional, con el objetivo de aniquilar al primer Estado
socialista del mundo: la Unión Soviética. Cegados por el odio de clase, los
imperialistas intentaron hacer realidad sus planes de destrucción de la Rusia
Soviética ya en 1918-1920, mediante el apoyo a las fuerzas contrarrevolucionarias
internas, la intervención abierta y el bloqueo; sin embargo, sufrieron una
demoledora derrota. Todo el período siguiente de la historia, el transcurrido
entre las dos guerras mundiales, se caracteriza por insistentes esfuerzos del
imperialismo por organizar una nueva campaña antisoviética.
Los imperialistas anglo
norteamericanos, quienes contaban con llevar a cabo la lucha contra la URSS
mediante sus principales adversarios: Alemania y Japón, desempeñaron el papel
de inspiradores de esta campaña. Los monopolistas de los Estados Unidos e
Inglaterra esperaban, de esta manera, aniquilar al Estado socialista y
debilitar, además, a sus competidores.
El peligro de una guerra se
incrementó en particular, cuando el fascismo capitalista se apoderó del poder
en Alemania. En el VII Congreso de la
Internacional Comunista (1935) se señaló
que la transición de la burguesía a los métodos fascistas de
mantenimiento de su hegemonía, se relacionaba directamente con la preparación
de una nueva guerra mundial.
De esta manera, las fuerzas
imperialistas que participaron en la preparación de la Segunda Guerra Mundial,
experimentaron sobre sí mismas la acción de las dos tendencias históricas
opuestas descubiertas por V. I. Lenin. Por una
parte, los Estados imperialistas tendían a unirse, lo cual estaba provocado por
su esencia clasista explotadora común. Esta tendencia condujo a la creación de
un frente único de las potencias capitalistas contra el país del socialismo,
al enfrentarniento armado de los dos sistemas socio políticos. Por otra, se
desarrolló una tendencia a la profundización de las contradicciones entre los
diferentes Estados capitalistas y sus coaliciones.
La Unión Soviética, con el
apoyo de todas las fuerzas progresistas del mundo, luchó contra la guerra y el
fascismo. La historia de los años de preguerra manifiesta el impresionante
panorama de los ilimitados esfuerzos desarrollados por el Partido Comunista y
el Gobierno de la Unión Soviética dirigidos a la creación de un sistema de
seguridad colectiva y a la detención de la agresión fascista; de acciones
activas del País de los Soviets en defensa de los pueblos de Etiopía, España,
China, Austria y Checoslovaquia; de la más variada ayuda, incluida la militar,
que prestó la Unión Soviética a muchos países víctimas de la agresión.
Un fenómeno cualitativamente
nuevo de la situación de preguerra radicó en que en la mayoría de los países
capitalistas actuaban enérgicamente los partidos comunistas y obreros de tipo
leninista, armados con los conocimientos de las leyes del desarrollo social y
forjados en la lucha de clases. Los partidos comunistas representaban una
potente fuerza social. Se manifestaban con valentía contra la preparación de
la guerra por los imperialistas; desenmascaraban la política de tolerancia a
los agresores; luchaban con decisión contra el fascismo, el cual se
desarrollaba como un tumor maligno, y, ya durante la guerra, se convirtieron en
los organizadores de la lucha por la recuperación nacional de los países
esclavizados.
La Segunda Guerra Mundial
comenzó como un enfrentamiento armado en el seno del campo imperialista. Las
principales potencias de las coaliciones anglo francesa y germano italiana no
lograron llegar a un
acuerdo y aunar sus esfuerzos en la lucha contra la URSS. La
política exterior leninista del PCUS —la cual supo aprovechar, con habilidad,
las contradicciones existentes entre los países burgueses en interés de la
seguridad del socialismo— impidió de manera activa que se llegara a un acuerdo
antisoviético. La URSS no amenazaba a nadie, pero cortaba decididamente las
provocaciones de los agresores; no les permitió que la arrastraran a una guerra
mundial y, durante casi dos años después del inicio de la contienda, continuó
la construcción pacífica y fortaleció la defensa. Ambas coaliciones opuestas
seguían siendo enemigas acérrimas del socialismo, de la Unión Soviética. Sin
perder de vista a su competidor capitalista, ambas apuntaban hacia el Estado
soviético, hacia la Patria del socialismo. La historia le pedirá cuentas
eternamente al culpable de la guerra: al imperialismo.
En el laberinto de las contradicciones. Para justificar al imperialismo —que siempre ha sido, y seguirá siendo, el causante de las guerras—, los ideólogos burgueses confunden y tergiversan la cuestión de las causas de las guerras, de su naturaleza y de la esencia social y clasista de éstas. Estos ideólogos analizan la guerra sin considerar las condiciones del desarrollo del capitalismo, las relaciones económicas ni la política de las clases explotadoras, y ocultan a los verdaderos culpables de la agresión.
Por lo general, los teóricos
burgueses proclaman que la guerra es un “estado natural” de la sociedad. Las
guerras son eternas y se producirán mientras exista la humanidad: esa es la
piedra angular de sus concepciones más difundidas, sustentadas en “argumentos”
antropológicos, teológicos y de otros tipos.
Así, vemos que la teórica
norteamericana M. Mead analiza la guerra como “un reconocido conflicto entre
dos grupos, en el cual cada grupo pone un ejército para combatir y matar a los
miembros del ejército del otro grupo”. Mead considera que la guerra es “una
invención de la humanidad” como “escribir, el matrimonio, cocinar los
alimentos, el juicio por jurados o el entierro de los muertos, y así por el
estilo”.[7]
J. G. Stoessinger, profesor
de la Universidad de Nueva York, señala en su libro ¿Por qué surgen las
guerras entre las naciones? [Why
Nations Go to War] que todos los intentos de vincular las causas
de las guerras con el militarismo, con los bloques militares y con factores
económicos, le parecen tan sólo “abstracciones inexpresivas”. Según su opinión,
las guerras tienen un carácter cíclico y son un desarrollo natural de los acontecimientos
para cada generación.[8]
Muy difundidas están las
teorías teológicas de todo tipo, de acuerdo con las cuales las guerras “son
enviadas y permitidas por Dios”,[9] “la paz justa
sólo podrá encontrarse en el más allá”[10] y “la paz en
la tierra es imposible”. Uno de los autores de semejantes razonamientos, el
filósofo germano occidental R. Koselleck considera una confirmación de su
teoría que —a pesar de las palabras de F. Roosevelt, quien declaró, antes de
morir en abril de 1945, su decisión de luchar por mantener la paz—, el planeta
continúa envuelto en los últimos años, como lo estuvo antes, en guerras
civiles, conflictos armados, etc.[11] En su libro no
existe el análisis de la amenaza bélica que emana del imperialismo. Al mismo
tiempo, el autor silencia que, como resultado del incremento de las fuerzas de
la paz, la democracia y el socialismo, desde hace ya cerca de cuatro decenios
ha sido posible impedir el desencadenamiento de una tercera guerra mundial.
Por lo general, los teóricos
burgueses encuentran las causas de las guerras en decisiones “impulsivas” de
personalidades estatales, en una “deficiente información de los servicios de
inteligencia”, o en otras circunstancias secundarias o casuales.
El historiador
norteamericano W. Root, al analizar la política exterior de los Estados Unidos
en los años de la preguerra, llega a la conclusión de que “los resultados
catastróficos de esta política son consecuencia de una información incorrecta,
de la miopía, la mezquindad y la inclinación humana a la auto justificación, la
cual obligó a los diplomáticos norteamericanos, quienes en un momento dado
habían elegido un camino erróneo, a continuar por él antes que reconocer sus
errores”.[12] Transcurrirían
25 años, y J. Toland repetiría, en esencia, lo mismo. Al explicar las causas de
la incorporación de Japón a la guerra contra los Estados Unidos, escribe: “El
problema consistía en que tanto América como Japón eran como niños. Diplomáticamente,
ninguno era maduro. Y ahora los dos niños practicaban estúpidos juegos de
guerra.”[13]
En la literatura occidental
está muy difundido el agnosticismo, los puntos de vista que niegan total o
parcialmente la posibilidad de conocer las causas de la guerra, de explicarlas
de manera clara. En este sentido resulta demostrativa la interpretación del
concepto “guerra”, adoptada conjuntamente por científicos burgueses de varios
países en la Enciclopedia Universal de varios tomos y editada en
Francia. En un voluminoso artículo, que no es otra cosa que un conglomerado de
concepciones contradictorias, se plantea que “la guerra es un hecho establecido
universalmente. Por cierto es difícil — se dice más adelante— fijar la
transición directa entre el enfrentamiento de dos sujetos singulares, o de dos
familias y el de grupos más importantes, que merezca el nombre de guerra.”[14]
Las búsquedas de nuevas teorías. Sin embargo, al nivel del actual desarrollo de la ciencia histórica mundial, en las condiciones en que el problema de la guerra y la paz atraen la atención de los más amplios círculos sociales, razonamientos primitivos de este tipo están muy lejos de satisfacer a nadie. A causa de ello, también muchos investigadores occidentales realizan intensas búsquedas de nuevas “teorías” acerca de la guerra, admisibles para las clases explotadoras. En Francia, la RFA, Italia, Holanda y otros países se han creado instituciones o centros especiales de polemología, que lanzan en abundancia la correspondiente producción impresa. ¿En qué consiste la esencia de la polemología?
La polemología considera que
los orígenes de las guerras radican en la alteración del equilibrio de los
diferentes grupos etarios en la sociedad humana. Si en algún país se ha
observado un incremento de las edades jóvenes de la población y se han creado
condiciones socio económicas en las cuales es imposible garantizar la completa
ocupación de los jóvenes, entonces surge una situación demográfica particular,
a la cual los polemólo-gos denominan “estructura explosiva” o “estructura
demográfica guerrerista”.
La “estructura explosiva”,
aseguran los polemólogos, crea las premisas para los disturbios sociales;
predispone al surgimiento de impulsos belicosos en la sociedad, los cuales
conducen por su parte, al desarrollo de la agresividad colectiva, a conmociones
sociales y, por fin, a la necesidad de liquidar la parte más activa de la
población, es decir a entablar las guerras.
La polemología, al poner en
primer plano las causas socio biológicas de la guerra y al apartarla de la
economía y la política, exonera a las clases dominantes y a los gobiernos de
los Estados capitalistas de la responsabilidad por el desencadenamiento de la
guerra y, de hecho, justifica cualquier agresión. Los polemólogos afirman: “Las
grandes agresiones imperialistas de la historia no son otra cosa que erupciones
demográficas. Cada una de ellas corresponde al clímax de un desequilibrio
interno, causado por la plétora de hombres jóvenes.”[15] De los
razonamientos de los polemólogos se deduce que la Alemania hitleriana y la
Italia fascista llevaron a cabo guerras de agresión, en primer lugar, porque
en esos países surgió una “estructura demográfica explosiva”, actuaban fuertes
“impulsos guerreristas” y se acumuló un “potencial agresivo”. En esencia, esta
conclusión destruye por sí misma los razonamientos pseudocientíficos de los
polemólogos en lo referente a que su “ciencia” puede hallar un medio para
salvar a la humanidad de la guerra.
Junto a la poilemología, se
convierte en una tendencia muy estable en la explicación de las causas de la
guerra, en particular en los últimos decenios, el enfoque interdisciplinario
(“integral”) a la explicación del fenómeno de la guerra, en el cual el lugar
más importante lo ocupa el factor político visto como fue formulado por
Clausewitz el siglo pasado. El teórico militar alemán Carl von Clausewitz
—cuyos puntos de vista se conformaron bajo la influencia de las conmociones
sociales y las guerras relacionadas con la Revolución Francesa, como contrapeso
a las construcciones metafísicas aún hoy válidas en la ciencia burguesa—
afirmaba que “la guerra es una manifestación particular de las relaciones
sociales”. El lugar central en la teoría de Clausewitz acerca de la guerra lo
ocupa la idea de su interrelación con la política: “La guerra no es otra cosa
que la continuación de la política del Estado por otros medios.”[16]
Consideraba que la guerra era imposible fuera de la política. “La guerra
en la sociedad humana —guerra de naciones enteras, y particularmente de
naciones civilizadas—surge siempre de una situación política, y se origina
sólo por un motivo político.”[17]
V. I. Lenin, al analizar la formulación de Clausewitz,
planteaba que la guerra no es simplemente la continuación de la política por
otros medios; a saber, por medios violentos.
En su definición de la esencia de la guerra, V. I. Lenin introdujo el concepto de la guerra como
prolongación de la política de determinada clase en condiciones
históricas concretas; es decir, planteó lo más importante, sin lo cual resulta
imposible explicar las causas y el carácter de una guerra en particular, y de
las guerras en general.[18]
Los investigadores burgueses contemporáneos se han visto obligados a reconocer
que “el marxismo leninismo posee la teoría de la guerra más cabalmente elaborada”.[19]
Los principios de la teoría
“integral” de la guerra —en la cual, como señalan sus autores, no se sabe
cuándo “se las van a componer”— fueron planteados, a grandes rasgos, por el teórico
norteamericano Q. Wright, ya en los años de la Segunda Guerra Mundial.
Consideraba que la guerra tiene causas político tecnológicas, jurídico
ideológicas, socio religiosas y psicológicas.[20]
La concepción de Clausewitz
y los diferentes puntos de vista teológicos, antropológicos y biológicos, se
transformaron en Wright de la siguiente manera: “Aunque el hombre tiene impulsos
originales que hacen posible la guerra —escribió en su libro Estudio de la
guerra [A Study of War], reeditado
en múltiples ocasiones—, esa posibilidad sólo se ha realizado en condiciones
sociales y políticas apropiadas.”[21] ¿Cómo impedir
la guerra? El autor no ofrece una respuesta clara a esta interrogante cardinal.
En la interpretación
contemporánea de las causas de la guerra es posible destacar igualmente dos
escuelas burguesas: la del “realismo político” y la del “idealismo político”.
En la historiografía y la teoría de las relaciones internacionales, la denominación
de estas escuelas no refleja los conceptos del idealismo y del realismo en el
sentido generalmente aceptado de la palabra, sino tendencias concretas de
política exterior. Los partidarios de la “escuela del idealismo político”
afirman que las causas de las acciones de política exterior de unas u otras
naciones capitalistas, han sido y son las “aspiraciones elevadas”, la “lucha
por los valores morales de la nación” y otros motivos idealistas semejantes.
Los partidarios de la segunda escuela parten de que los países sólo se fían
siempre de su fuerza, y utilizan las condiciones morales únicamente para
aplicarla.
Con frecuencia, los autores
burgueses “combinan” los puntos de vista de ambas escuelas. Por ejemplo, el
conocido historiador y diplomático norteamericano G. Kennan, al investigar
las concepciones de la escuela del “realismo político”, escribió que “el
enfoque legalista a las relaciones internacionales es erróneo”.[22] Al mismo
tiempo, en sus trabajos resulta evidente la influencia de la escuela del
“idealismo político”, de las teorías de la “casualidad moral” de las decisiones
diplomáticas y políticas del Gobierno de los Estados Unidos. Por ejemplo,
Kennan explica las aspiraciones imperialistas de los Estados Unidos a fines del
siglo XIX mediante
tradiciones creadas; mediante el hecho de que a los norteamericanos desde hace
mucho les resulta agradable el “olor del imperio”, “les gustaba ver su bandera
ondeando en lejanas islas tropicales” y “calentarse en el sol del
reconocimiento como una de las mayores potencias imperiales del mundo”. La
discusión entre los “abogados del idealismo” y los “abogados del realismo”,
continúa aún en nuestros días.[23]
La diferencia de puntos de
vista acerca de las causas de las guerras, puede crear la impresión de que, en
la interpretación de este problema, no existe en absoluto nada en común entre
los teóricos y los historiadores occidentales. Tal impresión sería errónea.
Por muy lejos que estén de la verdadera ciencia y de la práctica histórica, por
muy contradictorios que sean los puntos de vista acerca de las causas de las
guerras—y, entre ellas, de la Segunda Guerra Mundial—, las diferentes
“escuelas” y agrupaciones de historiadores y filósofos burgueses, están aunadas
por la aspiración de ocultar, de enmascarar a cualquier precio, la
responsabilidad del imperialismo como principal culpable de las guerras
mundiales.[24]
Los métodos empleados para
conseguir este objetivo varían en dependencia de la orientación política del
investigador, de su potencial científico, del destino concreto de la
publicación que esté preparando, de la situación y otros factores.
En su libro El enfoque
americano a la política exterior [The
American Approach to Foreign Policy], el profesor D. Perkins plantea
una interrogante: “¿Existe un imperialismo americano?” Al responderla, trata
de convencer a los lectores de que el concepto “imperialismo” es “un artificio
de la propaganda rusa”, que los Estados Unidos “no han sido nunca una nación
imperialista y no lo son hoy en día”.[25]
Como en los Estados Unidos “no existe imperialismo”, no hay tampoco argumentos
para culpar a este Estado de haber participado en el desencadenamiento de la
Segunda Guerra Mundial.
Entretanto, la historia de
los Estados Unidos como Estado imperialista —las múltiples guerras de rapiña,
la lucha cruenta y encarnizada del capital monopolista por la hegemonía mundial,
el sistema de explotación de los trabajadores, las represiones al movimiento
progresista de las masas populares y, finalmente, la orientación de los
círculos gubernamentales hacia la destrucción del primer Estado socialista del
mundo, demuestra que el imperialismo norteamericano no es “un artificio de la
propaganda rusa” ni un “fenómeno anticomunista”, sino un fenómeno socio
político concreto, la fuerza rectora del imperialismo mundial.
Sólo aislados historiadores
occidentales escriben acerca del imperialismo como el principal culpable de las
guerras, aunque lo hacen de formas rigurosamente dosificadas, por lo general
parabólicas. “El imperialismo —señala L. Farrar— reflejaba el criterio de que
el sistema estatal era esencialmente competitivo, y ese criterio preparó
quizás a la gente para aceptar la guerra como un resultado apropiado, de hecho
necesario, de la política.”[26]
El fascismo es la guerra. El intento de ocultar la naturaleza agresiva del imperialismo se evidencia con claridad en la interpretación de la esencia del fascismo que desencadenó la Segunda Guerra Mundial. El análisis del fascismo (si existe) se reduce, por lo general, a intentos de enmascarar la esencia clasista de este fenómeno. En la mayoría de los casos, el análisis del fascismo se reemplaza por la enumeración de los cambios que sucedieron en la política de los países del “Eje”, cuando arribaron al poder Hitler, Mussolini y la camarilla de militaristas japoneses. “Hitler llegó al poder y comenzó el rearme de Alemania”: esta tesis estereotipada vincula, de manera directa o indirecta, las causas de la Segunda Guerra Mundial con la culpabilidad tan sólo de Hitler, de su “naturaleza psicópata”. L. Lafore, en su libro El fin de la gloria. Una interpretación de los orígenes de la Segunda Guerra Mundial [The End of Glory. An lnterpretaiion of the Origins of World War II], plantea la versión de que el fascismo, al comienzo de su surgimiento, proclamó “los programas más izquierdistas y revolucionarios de la época: la abolición de la monarquía y la nobleza, el anticlericalismo y el anticapitalismo”, pero como resultado prevaleció en él “el chovinismo y el estatismo”. Semejante enfoque a la explicación de la naturaleza del fascismo conduce al autor a la afirmación de que el fascismo “era, en una medida considerable, la obra de un burdo engaño político”.[27] R. Leckie, autor del libro Las guerras de América [The Wars of America], vincula al fascismo en Alemania e Italia con el “nacionalismo autoritario”, y su variedad de Japón, con el “militarismo teocrático”. En ese laberinto de términos, razonamientos confusos e hipótesis, sólo falta lo principal: el análisis del vínculo orgánico entre el imperialismo, el fascismo y la guerra.
Es posible que donde mayor
atención se le preste al análisis del fascismo sea en la literatura de la RFA.
Una de las variantes más difundidas de explicación de la naturaleza del fascismo
radica en los intentos de interpretar su surgimiento como el resultado de la
acción de ciertos “factores irracionales” que engendraron una “personalidad
demoníaca”, “fatídica”: Hitler. Al intentar representar a Hitler como un “superhombre”,
muchos historiadores occidentales afirman que “el nacional socialismo fue, en
definitiva, obra personal de Adolfo Hitler”,[28]
que precisamente él, “con grandiosa arbitrariedad, ha hecho historia”.[29]
Es conocido que ya durante
el proceso de Nuremberg contra los principales criminales de guerra nazis, en
Occidente existía la versión de la responsabilidad “personal” de Hitler por el
desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial. Como señaló entonces W.
Churchill, “era en interés de las partes interesadas, después de ser
prisioneros de los aliados, hacer hincapié en sus esfuerzos por las paz”.[30]
Al unísono con los ex generales hitlerianos y los monopolistas alemanes
—quienes, durante el proceso, afirmaron que había sido imposible oponerse a la
voluntad de Hitler de hacer la guerra—, muchos historiadores occidentales
escriben, hasta el día de hoy, que “la guerra más grande de todos los tiempos”
se había originado de una “manera no regular”, es decir, no había sido
consecuencia de la política de los círculos imperialistas, sino que había sido
desencadenada “premeditadamente, con un cálculo frío”, por “el espíritu del
mal”, por Hitler, cuya tarea consistía en una “gran destrucción”.[31]
En la historiografía
burguesa, la línea dirigida a exagerar el papel de Hitler en el surgimiento del
fascismo y la guerra, se transforma de manera gradual en una tendencia a “humanizar”
a los cabecillas fascistas. Los libros del historiador germano occidental W.
Maser pueden servir como ejemplo característico de ello. En sus publicaciones,
no existe, a primera vista, una concepción manifiesta. El autor, dentro de lo
posible, evita cualquier tipo de conclusiones y valoraciones propias. Por ejemplo,
en el prólogo a uno de los libros acerca de Hitler escribe: “Debo confesar que
los documentos y el trabajo en este libro me han deparado sorpresas con las
cuales no había contado.”[32]
¿Qué sorpresas? El contenido del libro está centrado en mostrar a Hitler
no como el maníaco y el tirano que todos conocen, sino como un hombre sentimental,
incluso “no carente de atractivo”. Los comentarios del autor a los diferentes
documentos tienen un carácter objetivista. También resulta evidente la
prevención de su polémica contra los partidarios abiertos del Führer, a quien presenta como “servidor de
Alemania”. Maser afirma que esto “sólo corresponde, en parte, a la realidad”.[33]
Los investigadores soviéticos subrayan, de manera correcta, que esas
valoraciones no sólo no se corresponden con la verdad, sino que son muy
peligrosas y sirven a los fines de la glorificación del fascismo y sus
cabecillas.[34]
Un rasgo característico de
la historiografía burguesa de la RFA es la tendencia a presentar el fascismo
como un movimiento social de la “pequeña burguesía”, de la “capa más baja de
la clase media”, y dejar en la sombra el papel rector de las capas más
reaccionarias de la burguesía monopolista en la instauración de la dictadura
fascista. Así vemos que, según opinión de H. Grebing, el fascismo fue
engendrado por un movimiento de las capas medias no pertenecientes ni a la
clase de los proletarios, ni a los explotadores. Sobre esta base, la autora
llega a la conclusión de que, de hecho, “podría hablarse de la ausencia de
clases del fascismo”.[35] Al solidarizarse con ella, R. Saage
plantea la tesis de la formación de una “tercera clase” a partir de las capas
medias, la cual hizo del fascismo una fuerza “decisiva”.[36]
La teoría de la denominada
“sociedad de masas”,[37]
a la cual hacen propaganda ampliamente muchos filósofos e historiadores de
Occidente, sirve a estos mismos fines. Los partidarios de esta teoría, al
afirmar que el presente siglo es el “siglo de las masas”, tratan de demostrar
que la toma del poder por el nacional socialismo en 1933 representó una
“revolución”, la cual indicó a la humanidad la “tercera vía” de desarrollo
“entre el capitalismo y el socialismo”.[38]
En realidad, el fascismo
estaba inmediata y directamente encaminado a aplastar el movimiento
revolucionario de los pueblos y en primer lugar, a la clase obrera y su
vanguardia: el movimiento comunista internacional. El VII Congreso de la Internacional Comunista, en 1935,
señalaba: “Alemania fascista está demostrando con claridad a todo el mundo qué
pueden esperar las masas populares donde el fascismo resulte victorioso. El furibundo
gobierno fascista está aniquilando la flor de la clase obrera, a sus líderes y
organizadores, en cárceles y campos de concentración. Ha destruido los
sindicatos, las sociedades cooperativas, todas las organizaciones legales de
los trabajadores, así como todas las demás organizaciones políticas y
culturales no fascistas. Ha privado a los trabajadores del elemental derecho
de defender sus intereses. Ha convertido a un país sumamente culto en un foco
del oscurantismo, la barbarie y la guerra.”[39]
La instauración de
dictaduras fascistas en Alemania, Italia y en algunos otros países capitalistas
en la década de 1920 a 1930, fue el resultado de una ofensiva de las fuerzas
reaccionarias del imperialismo contra los trabajadores. Se aprovecharon
entonces de la escisión que se había producido en la clase obrera y que había
tenido lugar, en primer término, por culpa de “líderes” oportunistas de derecha
de la socialdemocracia, quienes propugnaban las ideas del “compañerismo social”
y del anticomunismo; sin embargo, el fascismo no logró abrirse paso hacia el
poder en los países donde se habían creado, a iniciativa de los comunistas,
amplios frentes populares, como sucedió, por ejemplo, en Francia. En España,
los fascistas lograron imponer su dictadura sólo como resultado del apoyo
prestado por los regímenes fascistas de Italia y Alemania, los cuales
realizaron una intervención militar directa en ese país entre 1936 y 1939.
Los intereses egoístas de
las clases dominantes de los Estados capitalistas, que habían sumido al mundo
en la Segunda guerra Mundial, eran
ajenos a las masas populares. Odiosos regímenes fascistas no sólo amenazaban la
libertad, sino también la existencia misma de naciones completas. Al combatir
al fascismo, las masas populares, encabezadas por los comunistas, defendían
su derecho a la vida y la libertad, su derecho a luchar por el progreso social.
Como un nuevo intento de
explicación de las causas de la Segunda Guerra Mundial puede considerarse la
investigación emprendida por un grupo de historiadores, encabezado por Manfred
Messerschmidt, pertenecientes a la Dirección de Investigación Histórico
Militar de la Bundeswehr, y publicada en el primer tomo de la obra El
imperio alemán y la Segunda Guerra Mundial [Das Deutsche Reich und der Zweite Weltkrieg]. Sus
autores se manifiestan con claridad en busca del liderazgo dentro de la
interpretación burguesa de la cuestión dada, al declarar “la necesidad de una
síntesis de los trabajos realizados hasta ahora, pero, ante todo, una
información extensa para el lector interesado en historia”.[40]
En partes especiales, en el
tomo se analizan en detalle los aspectos ideológicos, económicos, militares y
de política exterior de la preparación de Alemania para la guerra; se reconoce,
aunque con reservas, la agresividad tradicional del imperialismo alemán y,
prácticamente, la culpabilidad del Reich fascista en el desencadenamiento de la
guerra. (“El imperio alemán desempeñó el papel rector en el surgimiento y el
desarrollo de la Segunda Guerra Mundial”.)
Los autores del tomo tocan
algunos aspectos sociales de las causas del rumbo de Alemania hacia la guerra.
“El miedo a la revolución—se señala en el libro— era el trasfondo de la política
hitleriana.”30 La responsabilidad por la política de Alemania se la
adjudican a “las capas nacional burguesas y a sus representantes en el
Ministerio de Relaciones Exteriores, en las Fuerzas Armadas, en la economía y
en la ciencia, que encarnaban la continuidad de la tradición estatal
nacional... Éstas habían saludado con júbilo el armamentismo... Su objetivo
estribaba en un incremento de la posición de gran potencia de Alemania, que
iba más allá de la simple revisión del Tratado de Versalles y tenía su vista
fija en la Europa Oriental, en un Imperio del Este... La utilización del
poderío militar era un factor lógico dentro de los marcos de este cálculo
político.”[41]
Razonamientos de este tipo
podrían parecer un paso en el camino hacia la verdad histórica, pero en
realidad son una maniobra, cuyo objetivo consiste en convencer a los lectores
de la culpabilidad, en primer término de Hitler, en el desencadenamiento de la
guerra; convencerlos de los crímenes del fascismo y de la “no participación” en
ellos de las fuerzas del capital monopolista de Alemania. Esto se evidencia,
con claridad, en el ejemplo de los intentos de los autores de la obra por
demostrar “lo erróneo” de la valoración que la Internacional Comunista hizo del
fascismo, como la dictadura de los elementos chovinistas más reaccionarios del
capital financiero. Los autores después de citar la definición que hizo la
Internacional Comunista del fascismo, escriben: “A Hitler no se le puede ver
como a un ‘títere’ del capital financiero. En la Alemania de preguerra nadie,
excepto él, influía sobre las masas. Esto se relaciona en especial con el
período después de 1936 y durante la misma guerra. Él fue quien determinó el
curso que tomaría la guerra iniciada el 1º de septiembre de 1939.”[42]
En otras palabras, la “nueva” argumentación de los historiadores germano
occidentales está dirigida a fortalecer el viejo mito de la responsabilidad
personal de Hitler por la guerra, mito que justifica al imperialismo y al
fascismo, aunque se vieron obligados a variar algunos puntos esenciales.
Bajo la bandera del anticomunismo. Finalmente, lo común de las teorías burguesas acerca de la guerra se manifiesta en su anticomunismo. Los neofascistas y los conservadores moderados, los maltusianos liberales y los eclécticos, los teóricos de las doctrinas religiosas, tratan, cada uno a su modo, de plantear sus razonamientos de manera que les permita vincular las causas de la guerra con la lucha revolucionaria de los trabajadores y fundamentar la complicidad del régimen social socialista en el desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial. “La guerra, y no la paz, es el crisol del comunismo”, difama el teórico norteamericano L. Fischer.[43]
Semejantes orientaciones
pseudohistóricas se están difundiendo de manera particularmente activa en los
últimos años; están al servicio de las aspiraciones agresivas del capital monopolista
y se manifiestan cada vez con más claridad en la política exterior de los
Estados Unidos, de sus aliados y sus satélites, la cual esta dirigida contra la
URSS y contra todas las fuerzas revolucionarias de la actualidad.[44]
“Las grandes cruzadas de nuestra época —afirman los polernólogos—, las predican
los comisarios políticos que divulgan la nueva fe.”[45]
Al mismo tiempo, algunos
teóricos se manifiestan desde posiciones de una valoración más realista de los
acontecimientos internacionales que precedieron a la Segunda Guerra Mundial.
R. Garthoff (EE.UU.) escribió en su libro La política militar soviética.
Análisis histórico [Soviet
Military Policy. A His-torical Analysis] que, desde los primeros
años de existencia del Estado soviético, la aspiración de evitar la guerra
“llegó a ser un axioma de la política soviética”. “Los bolcheviques —escribe el
autor— renunciaron a todos los derechos económicos, políticos y militares de
la Rusia imperial... en el extranjero: en Turquía, Persia, Afganistán,
Sinkiang, Tuva, Manchuria y China.” Garthoff señala que “la Unión Soviética no
utilizaba abiertamente la fuerza militar desde 1921”. “Los soviéticos no habían
deseado” el conflicto bélico con Finlandia, y más adelante: “Después de 1921,
los rusos fueron los primeros en abogar por el desarme.”[46]
A pesar de que R. Garthoff trata de utilizar, en el plano ideológico, el
contenido de su libro en detrimento del socialismo, las valoraciones antes
citadas acerca de la política exterior soviética evidencian, una vez más, la inconsistencia
de las tesis antisoviéticas de la historiografía reaccionaria.
R. Barnet, también
científico de los Estados Unidos, al investigar la política exterior
norteamericana, llegó a la conclusión de que el origen de la guerra debe
buscarse en los propios Estados capitalistas. En su libro Las raíces de la
guerra [The Roots of War] plantea
una interrogante: ¿Cuáles fueron los intereses nacionales que trataba de
alcanzar los Estados Unidos “al propagar la muerte, el terror y la destrucción”?[47]
Al dar respuesta a esta pregunta, Barnet escribe: “Según cualquier definición
histórica, los Estados Unidos son un imperio. Desde el surgimiento de la
república en 1776 hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial, el área bajo
el dominio de los Estados Unidos aumentó de 400 000 millas cuadradas a
3 738 393 millas cuadradas... En la Segunda Guerra Mundial, los Estados
Unidos no se anexaron legalmente más territorio, pero asumieron el control
total de ‘territorios estratégicos puestos bajo su tutela’ y otras bases, y
con ello aumentaron su dominio global.”[48]
Al hacer un pronóstico de la
perspectiva histórica, Barnet subraya: “La guerra es una institución social;
las permanentes guerras de América pueden explicarse primordialmente al
contemplar la sociedad americana: estas guerras sólo cesarán si se cambia esa
sociedad.”[49] R. Barnet
propone eliminar la guerra mediante diferentes tipos de reformas en la esfera
de la política y la economía norteamericanas, mediante la limitación del poder
del complejo militar industrial; renunciar a las ilimitadas pretensiones
internacionales de los Estados Unidos. En este sentido, su enfoque contribuye
tanto al esclarecimiento de las verdaderas causas de la guerra, como a las
búsquedas de vías para el ulterior saneamiento de la situación internacional.
Sin embargo, las aspiraciones de la mayoría de los autores burgueses
contemporáneos son otras. Ellos responden a una interrogante totalmente
diferente: ¿Cómo pudo suceder que la guerra comenzara con el enfrentamiento de
coaliciones imperialistas? ¿Por qué resultaron irrealizables las posibilidades
de creación de un frente único de las potencias imperialistas dirigido contra
la URSS? Al manifestarse desde posiciones particularmente pragmáticas, tratan
de extraer de este “fatídico error” lecciones para el futuro. Sus obras se
caracterizan por el análisis del sistema de tratados de Versalles, del rearme
de la Alemania hitleriana, del fascismo, del curso de los agresores en la
pacificación, del fracaso de los planes de creación de un sistema de seguridad
colectiva en Europa; es decir, formalmente por el análisis de muchos de los
factores con los cuales se relaciona en realidad el origen de la Segunda Guerra
Mundial e investigados profundamente por la historiografía marxista; pero la
interpretación que hacen esos autores burgueses de los factores señalados es
una interpretación premeditadamente falsa, marcada y, por lo general, con un
espíritu antisoviético. Algunos teóricos e historiadores burgueses afirman que
la Segunda Guerra Mundial sólo habría podido evitarse si en Europa Occidental
“se hubieran estacionado permanentemente tropas americanas”,[50]
con lo cual ofrecen un claro ejemplo de cómo las investigaciones reaccionarias
se convierten en una apología directa del militarismo y los planes agresivos de
la OTAN.
El potente movimiento
antibélico de masas que se ha desarrollado en Europa Occidental, demuestra que
amplios círculos de la opinión pública van comprendiendo, con mayor profundidad,
las verdaderas magnitudes del peligro de guerra que trae consigo el
asentamiento de tropas de los Estados Unidos en territorios ajenos.
Dos mundos, dos
políticas
Entre los investigadores
burgueses, el análisis de los acontecimientos que condujeron a la Segunda
Guerra Mundial se reduce, por lo general, a la interpretación de la historia de
la política exterior y de la actividad diplomática de los diferentes Estados en
el período entre las dos guerras. Con esto, los problemas de la política
interna se tocan de manera muy limitada; mientras que la economía y la
ideología, salvo raras excepciones, no se toman en cuenta en absoluto. Además,
si se divide el período entre la Primera y la Segunda Guerras Mundiales en dos
etapas —la primera hasta el Pacto de Múnich (1919-1938) y la segunda después de
él (1938-1939)—, resulta que la mayor parte de la literatura se dedica a la
segunda etapa. Esta particularidad también es un reflejo de la tendencia a
dejar fuera del marco de la investigación histórica las raíces más profundas
de la guerra, del proceso de su maduración.
Analizaremos sucesivamente
las valoraciones hechas por los historiadores burgueses de los acontecimientos
entre las dos guerras y sobre los cuales han centrado su mayor atención.
El Tratado de Versalles. En la historiografía burguesa, el Tratado de Versalles se analiza, por lo general, de manera crítica. El carácter de esta crítica es muy curioso. El destacado historiador norteamericano T. Taylor considera que las deficiencias del Tratado de Versalles radican en que obstruyó “una saludable evolución de la política franco británica hacia Alemania” y en que resultó impotente para contrarrestar “la fuerza del Tercer Reich”.[51] Además, considera que el Tratado de Versalles habría podido desempeñar su papel si lo hubieran “regulado” en correspondencia con la cambiante situación en Europa. Eso se hizo (anulación de las reparaciones), señala T. Taylor, en el plano económico, pero en el militar y el territorial todo se mantuvo igual, lo cual condujo a las acciones “unilaterales” de Hitler. “Francia, temerosa de las consecuencias de debilitarlas [las cláusulas], perdió gradualmente la voluntad, y con posterioridad, la fuerza para hacerlas cumplir.”[52] En total, Taylor evita las valoraciones del Tratado de Versalles.
En la literatura
reaccionaria de la RFA predominan las tesis que justifican la renuncia de
Alemania a sus obligaciones del Tratado de Versalles, su revisión por la fuerza
y la política agresiva de la Alemania fascista. H. Härtle afirma que Alemania
rechazó el Tratado de Versalles, tomó el camino de la remilitarización, se vio
obligada a “fortalecer su capacidad defensiva” y a “defender sus fronteras”
como consecuencia de la amenaza que era, supuestamente, para ella “el pacto
ruso francés”.[53]
En todos los países capitalistas
participantes en la Primeria Guerra Mundial, y en particular en Francia, la
RFA, Inglaterra y los Estados Unidos, continúan editándose obras acerca del Tratado
de Versalles. Una tendencia característica común consiste en la aspiración a
demostrar que la “paz de Versalles” fue “injusta”, ante todo para Alemania.
¿Qué se esconde tras esto?
El 18 de enero de 1919 en
Versalles, no lejos de París, tuvo lugar la apertura solemne de la conferencia
de los países aliados para elaborar las condiciones de la regularización
pacífica después de la guerra. En la conferencia estuvieron representados 27
países, los cuales habían participado en la guerra contra la coalición de las
potencias centrales (Alemania, Austria-Hungría, Turquía y Bulgaria) o que
habían roto relaciones diplomáticas con Alemania. Sin embargo, los destinos de
la futura paz los manejaban, de hecho, Inglaterra, Francia y los Estados
Unidos. Alemania y sus aliados de guerra no fueron convocados a la conferencia.
La Rusia Soviética tampoco tuvo acceso a la conferencia, a pesar de que fue
Rusia precisamente la que soportó el peso fundamental de la guerra y salvó en
realidad de la derrota a Inglaterra y Francia entre 1914 y 1916. Todo consistía
en que el lugar primordial en el curso de las conversaciones lo ocupaba la
denominada “cuestión rusa”: la organización de la lucha contra el joven Estado
socialista. La misma conferencia de paz de París se convirtió, de hecho, en el
estado mayor de la intervención armada contra la Rusia Soviética.[54]
El 26 de junio de 1919 se
firmó el Tratado de Paz de Versalles, que puso fin, de manera formal, a la
Primera Guerra Mundial. En el trabajo de la conferencia, el papel principal lo
desempeñó el “consejo de los cuatro”: el presidente de los Estados Unidos, Wilson;
el primer ministro de Francia, Clemenceau; el primer ministro de Gran Bretaña,
Lloyd George, y el primer ministro de Italia, Orlando.
El sistema de Versalles
consolidó jurídicamente la expoliación, la dependencia, la pobreza y el hambre
de millones de personas; la esclavitud, como señaló V. I. Lenin, “de 7/10 de la población mundial”.[55] La esencia del
sistema de Versalles estaba determinada por la aspiración de los países
vencedores en la Primera Guerra Mundial, de cambiar por completo el mapa de
Europa y obtener, a costa de la Alemania derrotada y de sus aliados, nuevos
mercados y fuentes de materias primas, nuevos dominios coloniales y esferas de
influencia. El objetivo fundamental del sistema de Versalles radicaba en la
ambición de sustituir en Europa la hegemonía alemana por la anglo francesa, en
redistribuir el equilibrio de fuerzas a favor de Inglaterra, Francia y los
Estados Unidos. Además, los vencedores dirigían sus esfuerzos fundamentales
hacia la conversión de Alemania en un instrumento, con cuya ayuda fuera
posible aplastar o debilitar de manera considerable a la Rusia Soviética. Así,
en los documentos de Versalles también se reflejaron las contradicciones
fundamentales del período de la crisis general del capitalismo: las
contradicciones entre los sistemas capitalista y socialista. “Esto no es paz
—escribió V. I. Lenin—, sino
condiciones dictadas por bandoleros.”[56]
Toda la historia del Tratado
de Paz de Versalles, desde el momento de su firma hasta el comienzo de la
Segunda Guerra Mundial, representó la destrucción gradual del sistema de
Versalles y la presión sobre Alemania, por parte de las potencias occidentales,
para que agrediera a la URSS.
La política de “pacificación”. Esquema y realidad. En las concepciones de los autores burgueses ocupa un lugar notable la interpretación de los acontecimientos precedentes a la Segunda Guerra Mundial, como la usurpación de la zona del Rin por Alemania, de Etiopía por Italia, la agresión japonesa en el Lejano Oriente, y la guerra civil en España; pero todos los acontecimientos del período entre las dos guerras mundiales se vinculan, por lo general, con la política de “pacificación”, la cual llevaron a cabo, según sus palabras, Inglaterra y Francia en Europa y los Estados Unidos en el Lejano Oriente.
Analicemos primero la
interpretación que hacen los historiadores burgueses del concepto mismo de
“pacificación”, pues esto resulta de primordial importancia para aclarar las
causas de la Segunda Guerra Mundial.
“La pacificación —se señala
en uno de los trabajos dedicados a esta cuestión— es un método de la
diplomacia. Con un equilibrio de poder o una preponderancia del poder, la
pacificación puede ajustar ambiciones y rivalidades, compensar cambios y
mantener el equilibrio y la armonía internacionales entre los Estados.”[57] La idea de que
la política de pacificación de la Alemania fascista fue supuestamente una
política dirigida a fortalecer la paz, ocupa un lugar central en la
historiografía burguesa. Se ha creado un esquema según el cual Alemania se
reconoce como un Estado agresivo, injustamente menospreciado por el Tratado de
Versalles; mientras que Inglaterra, Francia y los Estados Unidos se presentan
como potencias que trataron de lograr la paz y el equilibrio en Europa. A D.
Lloyd George, primer ministro de Gran Bretaña, se lo denomina el creador de la
política de pacificación. “Lloyd George esperaba que la paz duraría mucho
tiempo... y, por tanto, advirtió contra un tratado humillante para Alemania.”[58]
Esta interpretación es
curiosa porque reconoce la premeditación del curso que tomaron las potencias
occidentales, hacia el fortalecimiento del Reich alemán, pero al mismo tiempo
porque disfraza la tendencia contrarrevolucionaria, antisoviética, de esa
política.
El historiador
norteamericano L. Lafore comienza su análisis “capital” de los acontecimientos
entre las dos guerras a partir del Pacto de Locarno en 1925, el primer acuerdo
internacional de las potencias imperialistas después de Versalles y que abrió
el camino a Alemania para la agresión al Este.[59] En contraposición
a los hechos generalmente conocidos, el historiador norteamericano escribe que
“la aspiración de los ingleses era extender el principio de Locarno a cada
frontera de Europa”. Esta aspiración no se logró, al parecer, por “la
suposición errónea de que Hitler consideraba los tratados como lo hacía Simon”.[60] En adelante,
la historia “no personificada” promulgada por el autor, continúa siendo, en lo
fundamental, un conglomerado de los mismos motivos y puntos de vista
personificados. La ejecución de la política de Barthou[61] cayó ahora en
manos menos competentes y menos honestas. Su sucesor, Pierre Laval, era
inescrupuloso y sospechaba profundamente de la Unión Soviética.”[62] Desde
posiciones algo diferentes enfoca W. Kleine-Ahlbrandt el Pacto de Locarno y sus
consecuencias. “Locarno fue una gran ilusión —se lamenta el historiador
norteamericano—. La sección más polémica del Tratado de Versalles no fue
solucionada. Locarno reconocía el derecho de revisión. Fue una victoria para
Alemania. Gran Bretaña y Francia no podían estar de acuerdo, como es lógico...
Francia mantenía una estricta interpretación del Tratado de Versalles. Gran
Bretaña mostraba deseos de ignorar a Europa Oriental corno una esfera de
interés.”[63]
No es difícil darse cuenta
que estos historiadores dominan el equilibrismo verbal. Los cálculos de la
agresión alemana contra la URSS adquieren en ellos la forma de “rechazo de
Gran Bretaña a sus intereses en Europa Oriental”. Además, es conveniente
destacar un aspecto de la valoración del Pacto de Locarno antes citada: el
reconocimiento por parte del autor del hecho evidente de que el imperialismo
británico actuó como propagandista de la política de preparación de la campaña
alemana hacia el Oriente.
Con especial cuidado se
enmascara la responsabilidad de los monopolios por la preparación de la guerra,
la actividad que realizaron en tal sentido los diferentes grupos financieros industriales
que dictaban los programas político militares. En contraposición a los hechos
históricos, se afirma que “el nombre ‘Cleveland Set’ era engañoso”,[64] que “no existe
la más ligera evidencia de tal conspiración anglo alemana”.[65]
No obstante, existen
múltiples documentos que refutan esta tesis. Citaremos uno de ellos: un informe
poco conocido del embajador alemán en Londres, el cual evidencia que la
Alemania hitleriana se apoyaba en Inglaterra como la principal fuerza
internacional en la realización de su preparación para la guerra. En marzo de
1935, el embajador alemán comunicó a Berlín: “Ahora que la temeraria y
clarividente política del Gobierno del Reich ha logrado de facto igualdad
de derechos para Alemania en la esfera de los armamentos terrestres, será
tarea de la política alemana... completar este gran logro... La clave para una
solución satisfactoria la posee Gran Bretaña.”[66]
Muchos historiadores
occidentales que no hacen caso de esos documentos, no sólo intentan rehabilitar
la política de los “pacificadores”, sino también adjudicarle cierto sentido
positivo. D. Lee (EE.UU.) asevera que al parecer esta política estaba
“arraigada en dos creencias: que Versalles había sido injusto para los
alemanes...”[67] H. A. Jacobsen
(RFA) afirma que “los ingleses y los franceses trataban de mantener la paz a
cualquier precio”.[68] K. Eubank (EE.
UU.), quien se declara “innovador” en la interpretación de las causas de la
Segunda Guerra Mundial, considera que la actividad de Chamberlain “no carece de
méritos”.[69] A partir de la
tesis aciaga de la “imposibilidad de evitar la guerra”, K. Eubank plantea la versión
de que los “pacificadores” no adoptaron sanciones militares contra Alemania,
porque “esta superioridad [sobre las fuerzas de Hitler] no era... obvia”.[70] El autor no
niega que el principal conductor de la política de “pacificación” era
Inglaterra, pero asienta la justificación de esa política sobre una base sin
clases, con lo cual escuda a los círculos gobernantes. “Los ingleses —afirma—,
quienes miraban con favor el sistema educacional alemán, el desarrollo industrial
alemán y la legislación social (!) alemana, llegaron a inclinarse hacia la
pacificación. No hay ningún hombre o grupo de hombres que puedan considerarse
responsables de la pacificación.”[71] Así, este
historiador norteamericano trata de descargar la culpa por la inacción de los
círculos gubernamentales ingleses y franceses ante los primeros actos de
agresión de Alemania, sobre los pueblos inglés y francés, para los cuales,
según sus palabras, “habría sido una tarea ardua —si no imposible— incitar a
librar una guerra contra soldados alemanes que ocupaban territorio alemán”.
[Se refiere a la ocupación de la zona del Rin. —El autor.][72]
L. Lafore explica de una
manera muy particular el siguiente acto de la política de pacificación: el
estímulo a la conquista de Etiopía por la Italia fascista en 1936. “Sus
intentos [de Mussolini] de conquistar Etiopía —escribe Lafore— indujeron a los
extranjeros (!) a calificarlo como un agresor. Este intento llevó a su vez a un
viraje en las relaciones germano italianas, el cual socavó todos los esfuerzos
futuros por ‘detener a Hitler’.”[73] Los
historiadores norteamericanos ponen en duda el derecho del pueblo etíope a
defender el territorio de su país, al dar a entender que la guerra surgió por
un oasis, “conquistado por los italianos varios años antes y situado en el
terrible desierto”.[74]
G. Baer, H. Braddick
(EE.UU.) y algunos otros historiadores se ocupan de aclarar las causas de por
qué las potencias occidentales no lograron llegar a un acuerdo amistoso con
Italia a expensas de Etiopía, antes de que Italia se lanzara a la intervención
militar. Según palabras de G. Baer, la causa se esconde aquí en que Inglaterra
mantenía, al parecer, una política de “aislacionismo defensivo.”[75] “El gobierno
británico —escribe el autor— quería conservar la amistad de Italia... Simon no
sentía ningún amor especial por Etiopía, y no deseaba oponerse a Mussolini.
Temía que la resistencia británica provocaría la caída del Duce y dejaría a
Italia expuesta a los bolcheviques.”[76] La versión del
“peligro rojo” es uno de los estereotipos más firmes de la historiografía
burguesa. H. Braddick sostiene un punto de vista algo diferente. Al valorar el
Acuerdo de Hore-Laval, que en diciembre de 1935 entregó Etiopía a los agresores
italianos, reconoce que “éste [el acuerdo] otorgaba un premio a la agresión
fascista en Etiopía”.[77] Remitiéndose a
documentos y memorias, H. Braddick llega a la conclusión de que las causas de
la agresión de Italia a Etiopía se esconden en la política de Inglaterra, la
cual “tenía en sus manos” a Etiopía a pesar del tratado de 1906, según el cual
este país había sido declarado dentro de la esfera de influencia de Italia. “Ya
a fines de 1934 —escribe Braddick—, los italianos creían que la influencia
británica en el país estaba siendo tan poderosa que dentro de unos cuantos
años podrían ser virtualmente expulsados.”[78] Aunque tímidamente,
el autor “busca el vínculo” entre la política de pacificación de la Italia
fascista y los intereses de los monopolios británicos. “La identidad de esos
intereses —señala con precaución — sólo puede ser tema de especulación; pero
puede señalarse que la International Petroleum Cartel, que había controlado
casi el 75 % del mercado italiano desde 1928, estaría sin duda recelosa de los
efectos perturbadores de una sanción petrolera.”[79]
Alemania lanza un reto. El 7 de marzo de 1936, la Alemania hitleriana, violando los tratados de Versalles y de Locarno, irrumpió con sus tropas en la zona desmilitarizada del Rin. Un ejército alemán de 30 000 hombres se apoderó de ella, sin ningún tipo de resistencia por parte de los aliados occidentales. Éste fue el primer acto de agresión de la Alemania fascista, realizado mediante la utilización de la fuerza armada y directamente orientado contra Francia.
Es posible que ni un solo
historiador burgués haya pasado por alto esta acción agresiva de los
hitlerianos. La mayoría de los historiadores occidentales (la excepción la
componen los neofascistas) condena, en una u otra medida, las acciones de Alemania.
Los principales esfuerzos de la historiografía occidental están dirigidos a
justificar la política de Inglaterra y Francia ante la agresión alemana, a
explicar su inacción mediante la aspiración a “preservar la paz” y evitar la
“amenaza roja”.
“En 1936, Hitler volvió a
militarizar la región del Rin — se señala en la Encyclopedia Americana—. Fue
una empresa peligrosa, pues Gran Bretaña y Francia pudieron haber superado a
Alemania; pero, decididas a mantener la paz, no emprendieron acción alguna.”[80] L. Lafore lo
hace en forma de “aquiescencia” a los razonamientos de los ministros franceses
del período de crisis. Ellos, según las palabras de L. Lafore, consideraban que
la resistencia armada por parte de Francia “abriría las perspectivas de una
guerra franco alemana y de una guerra civil alemana, lo cual conduciría,
quizás, a una dictadura militar o al comunismo”.[81]
Además, conviene señalar que
la cuestión de la correlación de fuerzas en el período de la “crisis del Rin”
es objeto de razonamientos extremadamente prolijos. En contraposición a los autores
de la Encyclopedia Americana, L.
Lafore afirma que el jefe del Estado Mayor General francés, M. Gamelin,
disponía de datos según los cuales Alemania tenía sobre las armas a un millón
de hombres, de los cuales 1/3 había sido movilizado a la zona del Rin.[82] El autor pone en duda, en general, la capacidad de Inglaterra de
llevar a cabo una guerra.[83] En realidad,
Inglaterra y Francia sobrepasaban, de manera absoluta, en aquel momento a
Alemania en fuerzas armadas; su utilización o inacción dependían de decisiones
de carácter político.
Un eterno recurso de los
historiadores occidentales es que las imputaciones van dirigidas a los pueblos
de unos u otros países, y no a sus gobiernos, los cuales tienen la
responsabilidad por la criminal política de estímulo a los agresores fascistas.
Éste será un recurso con el cual nos vamos a encontrar más de una vez en el
futuro. En el caso dado se utiliza contra los pueblos de Francia e Inglaterra,
cuyos gobiernos hicieron concesiones porque los pueblos supuestamente no deseaban
un conflicto con Alemania. “La mayoría de los ciudadanos —escribe Lafore—
temían más a la guerra que a cualquier otra cosa, y pensaban que la prudencia,
la restricción y las buenas intenciones podían conjurarla.”[84] K. Eubank es
aún más categórico. En su “historia documental” del surgimiento de la Segunda
Guerra Mundial, escribe: “Los adversarios de la pacificación plantearon el
argumento de que la guerra debía haberse comenzado por las potencias occidentales
al inicio de la época de Hitler, cuando Alemania todavía no estaba totalmente
preparada; pero la población de Gran Bretaña y de Francia simplemente no
hubiera apoyado ese conflicto. El pueblo estuvo renuente a librar una guerra
hasta que Hitler se la impuso al atacar a Polonia.”[85]
Pero la historia atestigua
que los trabajadores de Inglaterra y Francia se manifestaban activamente contra
la guerra y exigían el enfrentamiento contra el agresor. Resulta suficiente recordar
que el programa del Frente Popular de Francia —planteado por los partidos socialista
republicano, radical, socialista y comunista y apoyado por la mayoría de los
trabajadores franceses— señalaba como uno de los puntos más importantes la firma
de un acuerdo de ayuda mutua entre los Estados en la lucha contra la agresión.[86]
La mayoría de los
historiadores occidentales llega a la conclusión de que la ocupación de la
zona del Rin por las tropas alemanas, fue un “momento de vuelco” en el camino
hacia la Segunda Guerra Mundial. Al comentar la negativa de Inglaterra a
cumplir las obligaciones que le planteaban los tratados de Versalles y de
Locarno, L. Lafore señala, más o menos aprobatoriamente, que los círculos
gubernamentales ingleses fueron comprensivos con las inquietudes de Hitler en
lo referente al “cerco franco bolchevique”.[87] Muchas
incursiones de los historiadores burgueses al pasado están dirigidas, de
manera evidente, a subordinar la interpretación de la “crisis del Rin” a los
objetivos de desacreditar la política de fortalecimiento de la paz, efectuada
de manera consecuente por la Unión Soviética. Construyen diversas “analogías
históricas” con el fin de empañar el proceso de normalización de las relaciones
de la URSS con Francia, la RFA y otros Estados capitalistas europeos.
En el conjunto de los
acontecimientos precedentes a la Segunda Guerra Mundial, también se analiza el
“problema español” —la guerra civil de España entre 1936 y 1939—, pero no para descubrir el vínculo
orgánico existente entre el surgimiento de ésta y la preparación de la Segunda
Guerra Mundial por el imperialismo. Por lo general, los historiadores
occidentales tratan de disculpar la agresión fascista y justificar la política
de no intervención de las potencias occidentales. El punto de partida de la
versión burguesa de los acontecimientos de España, es el intento de atribuirles
—a los participantes en el golpe fascista— objetivos que justifiquen sus
acciones. Según palabras de L. Lafore, trataron de “salvar el orgulloso nombre
de España y la seguridad de las clases privilegiadas de la amenaza de una transformación
social”.[88] La agresión de
la Italia y la Alemania fascistas la explican no mediante las aspiraciones
contrarrevolucionarias y de rapiña, ni por la política imperialista
reaccionaria de estos Estados —política que toleraban los círculos gubernamentales
de Inglaterra, Francia y los Estados Unidos—, sino como consecuencia de “una
mezcla de impetuosidad y cinismo que rebasaba, no pocas veces, en irrealidades”
a Mussolini.[89]
El estímulo a la agresión
fascista por parte de los círculos gubernamentales de Inglaterra, Francia y los
Estados Unidos, está motivado —como en el caso de la toma de la zona del Rin—
por el intento de estos Estados de conservar la paz. “El propio Blum [jefe del
Gobierno francés —El autor.] compren-día,
con bastante claridad, la naturaleza de los regímenes fascistas y nazi —afirma
L. Lafore—. Sin embargo, opinaba que cualquier política de apoyo declarado a
la República Española bien podría causar... una guerra general en Europa.”[90]
A partir de los
acontecimientos de España, L. Lafore arriba a dos conclusiones: en primer
lugar, Italia y Alemania hicieron “una demostración de abrumadora fuerza”[91] ante todo el
mundo; en segundo lugar, después de esos acontecimientos, los destinos de la
política europea se encontraban, según sus palabras, en manos de Inglaterra,
del gobierno de Chamberlain, quien había convertido el logro de un acuerdo con
Alemania en uno de los puntos principales de su programa.”[92]
La primera conclusión no
resiste una crítica, pues entonces —y, en particular, entre 1936 y 1938— las
potencias fascistas estaban de manera notable por debajo de Inglaterra y
Francia, tanto en el sentido militar como —sobre todo— en el económico. En lo
referente a la segunda conclusión, debe señalarse que, al destacar el papel
rector de los círculos gubernamentales ingleses en el acercamiento a la
Alemania hitleriana, el historiador norteamericano calla cuáles eran los
objetivos que perseguía el presunto acuerdo y a expensas de quién pensaban
firmarlo.
Las formulaciones vagas,
poco claras, apenas la enumeración de los actos agresivos de los Estados
fascistas, es otro rasgo característico de la interpretación de la política de
pacificación de los historiadores burgueses. “La anexión de Austria por parte
de Alemania en marzo de 1938, a la cual sucedió la crisis checa en septiembre
del mismo año —constata un trabajo oficial elaborado por el servicio de
historia militar del ejército de los Estados Unidos—, hizo ver a los Estados
Unidos y a las demás naciones democráticas la inminencia de otro gran
conflicto mundial. El nuevo conflicto ya había comenzado en el Lejano Oriente
cuando Japón invadió China en 1937.”[93]
Por lo general, en los
trabajos de los historiadores burgueses se hace referencia a la usurpación de
Austria por los hitlerianos como un hecho consumado o como resultado de la
“voluntad” del pueblo austríaco.[94] La historia
del Anschluss, prohibido por el Tratado de Versalles, no se analiza, incluso,
ni en una compilación tan especializada como La pacificación de los
dictadores [Appeacement of the
Dictators], dedicada a los aspectos diplomáticos de la política de
las potencias occidentales respecto a Alemania entre 1933 y 1938. Acerca de
esta cuestión, la única observación la hace H. B. Braddick, quien considera que
en Londres se creía que la penetración nazi en Austria “acentuaría la
dependencia de Gran Bretaña por parte de Italia”.[95]
Y cuando en este caso se
intenta justificar la inacción de Inglaterra, Francia y los Estados Unidos, los
“argumentos del miedo” son casi los únicos con que cuentan los autores burgueses.
“Europa estaba perpleja —se señala en una de las ediciones oficiales de los
Estados Unidos—, pero ningún país se atrevía a arriesgarse a una guerra por
forzar a Alemania a retirarse.
W. Shirer, quien critica la
posición de Inglaterra y Francia en la cuestión del Anschluss, señala que,
junto con los dividendos económicos y estratégicos que ofrecía a los agresores
la usurpación de Austria, “quizás lo más importante para Hitler fue demostrar
de nuevo que ni Gran Bretaña ni Francia levantarían un dedo para detenerlo”.[96] No obstante,
esto sólo es una verdad a medias. Ellos “levantaron” algo más que un dedo, al
dirigir el curso político de sus países hacia el apoyo a la agresión fascista.
El siguiente hecho es característico. Poco después de la usurpación de Austria,
G. Bonnet, ministro de Relaciones Exteriores de Francia, invitó (el 25 de mayo
de 1938) al embajador alemán Welczeck y subrayó con insistencia que “el
Gobierno francés reconoce el esfuerzo espontáneo realizado por el Gobierno
alemán en favor de la paz (!)...”[97] En esos días,
los gobiernos de Inglaterra, Francia, Alemania e Italia, con el apoyo de los
Estados Unidos, ya preparaban un nuevo crimen: la confabulación de Múnich
sobre el reparto de Checoslovaquia, la cual abría el camino a la agresión
fascista hacia el Este y al comienzo de la Segunda Guerra Mundial.
Con muy poca frecuencia se
entreabre algo la cortina de silencio que cubre los verdaderos objetivos de la
política de pacificación. H. Braddick señala que, “protegidos” por un tratado
naval con Alemania,[98] los círculos
gubernamentales británicos consideraban que el “dinamismo alemán” debía
dirigirse hacia Europa oriental y suroriental.[99] El destacado
historiador francés J.-B. Duroselle escribió: “El desenfreno del anticomunismo
en Francia, el temor del Gobierno francés a perder sus pequeños aliados en el
Este, hicieron lo suyo. Empeoraron las relaciones franco soviéticas.”[100]
¿Cuál debió haber sido la
política anglo francesa según la opinión de los historiadores burgueses? El
punto de vista de G. Baer respecto al conflicto ítalo etíope es curioso.
Considera que debió haberse obligado a Mussolini a aceptar la adquisición “mediante
la cesión pacífica de territorio en África oriental, de partes de Etiopía o
Somalia británica, o por la penetración económica pacífica en Etiopía con la
cooperación británica y francesa”.[101] En otras
palabras, la política de estímulo a los agresores fascistas recibe la
aprobación de estos historiadores. Se critican, y en ese caso con reserva, sólo
algunos de sus aspectos y se proponen soluciones más “racionales”. Sea cual
sea la cuestión —la usurpación de Austria por los nazis, la agresión japonesa a
China o cualesquiera otros actos de agresión fascista—, todos los razonamientos
se realizan desde las posiciones de los intereses y los objetivos de los
círculos gubernamentales de los grupos imperialistas opuestos. Los destinos de
los pueblos no interesan a estos historiadores. Éste es el primer rasgo
característico de la historiografía burguesa. Su segundo rasgo característico
es el antisovietisrno.
No existe ni un solo
acontecimiento de la vida internacional de la preguerra que los historiadores
reaccionarios no hayan tratado de vincular con “las maquinaciones” de Moscú,
que no hayan tratado de aprovechar para empañar la lucha firme y consecuente
de la URSS contra la agresión fascista.
La Unión Soviética realizó
una lucha tenaz por la conservación de la independencia de Austria, usurpada
por los agresores hitlerianos en marzo de 1938 e incorporada al Reich. Ya en
el otoño de 1937 se publicó en Pravda lo siguiente: “La conservación de
la independencia de Austria requiere acciones rápidas y mancomunadas por parte
de todos los países del mundo interesados en asegurar la seguridad europea.
Sólo esas acciones pueden detener al agresor y evitar la creación de un nuevo
foco de guerra.”[102] Pero el
historiador austríaco W. Aichinger afirma que la intervención de la URSS contra
la anexión de Austria “no tuvo éxito” a causa de su “aislamiento” en la arena
internacional, provocado por la política dirigida a la “revolución mundial”.[103]
¿Cuál era, en realidad, la
situación existente? El Gobierno soviético no reconoció nunca, de ninguna
manera, la usurpación de Austria. La Unión Soviética fue la única gran potencia
que condenó esa usurpación y llamó de nuevo a organizar una resistencia
colectiva al nazismo alemán, llamó a eliminar el peligro de una nueva guerra
mundial, que se desprendía de éste. “Mañana puede ser ya tarde, pero hoy aún
queda tiempo para ello, si todos los Estados, y en particular las grandes
potencias, adoptan una posición firme e inequívoca en relación con el problema
de la salvaguarda colectiva de la paz”, declaró el Gobierno soviético el 17 de
marzo de 1938.[104] La conservación
de la independencia de Austria no pudo garantizarse entonces no porque la
URSS tendiera hacia una “revolución mundial”, sino porque Inglaterra, Francia y
los Estados Unidos no sólo desdeñaron la advertencia de la Unión Soviética,
sino que hicieron ver como que no notaron la desaparición del Estado austríaco
independiente del mapa político de Europa y coadyuvaron abiertamente a su
usurpación por la Alemania fascista.
La Unión Soviética se
manifestó de manera decidida contra la agresión italiana a Etiopía, hizo todo
lo posible para prestar todo tipo de ayuda —incluida la militar— a China, con
el fin de que rechazaran a los agresores japoneses, y a la España Republicana
en la lucha contra los sediciosos y contra la agresión ítalo alemana.
La capitulación de Múnich abre el camino a la guerra. La interpretación del Acuerdo de Múnich —firmado entre Inglaterra, Francia, Alemania e Italia y aprobado por los Estados Unidos— se formula con la intención de descargar sobre la URSS la responsabilidad por la capitulación de las “democracias” occidentales en Múnich. El autor de la compilación Munich no puede ocultar que en el vocabulario internacional la propia palabra “Múnich” “ha quedado firmemente fijada como un símbolo de vergonzosa rendición ante la táctica intimidatoria de un agresor”.[105] Reconoce que existe la opinión de que la confabulación de Múnich fue el resultado de que “ellos [los gobiernos británico y francés] planearon o proyectaron, de manera deliberada, el pacto de Múnich con el fin de dirigir a Hitler hacia el Este, hacia la Rusia Soviética”.[106] No obstante, la mayoría de los autores del libro refuta esta tesis. Los argumentos con los cuales operan esos historiadores son más que inconsistentes. Las conjeturas acerca de la “culpabilidad” de la URSS en la concertación del Acuerdo de Múnich, se basan en que la Unión Soviética no comunicó “a tiempo” al Gobierno checoslovaco la disposición de cumplir el acuerdo soviético checoslovaco y prestar a Checoslovaquia ayuda armada en el caso de una agresión alemana. Eubank afirma que Beneš recibió respuesta del Gobierno de la Unión Soviética acerca de esa cuestión después de haber vencido el plazo del ultimátum anglo francés presentado a los checos.[107] J.-B. Duroselle valora de manera crítica el pacto de Múnich. Escribe que “el entusiasmo por la paz salvada se esfumó con mucha rapidez, incluso entre los partidarios de Múnich... y con mucha mayor rapidez, la mayoría de los franceses descubrirá que se ha capitulado”. Denomina “enigma” la política soviética, y lo aclara de la siguiente manera: “En plena crisis, la posición soviética permaneció clara con respecto a los principios, pero absolutamente vaga acerca del método mediante el cual prestaría auxilio a los checos.”[108]
En relación con esto
recordemos varios hechos. La so-licitud de Beneš, hecha el 19 de septiembre, se
analizó ya al día siguiente en la URSS en la sesión del Buró Político del Comité
Central del Partido Comunista; la respuesta fue enviada a Praga y puesta en
conocimiento de Beneš. En la respuesta se decía que la URSS estaba lista para
prestar ayuda a Checoslovaquia, incluso en caso de que Francia no cumpliera
sus compromisos.[109]
Los acontecimientos
decisivos relacionados con el pacto de Múnich se desarrollaron a fines de
septiembre, cuando ya Beneš conocía la posición del Gobierno soviético. “Que la
Unión Soviética vendría, en cualquier forma que fuera, a nuestro auxilio en
caso necesario, no lo he dudado ni por un instante”,[110] escribió más tarde el mismo Beneš.
G. F. Kennan reconoce el
pacto de Múnich como “la cesión a Alemania de áreas cuya población es
predominantemente germanoparlante”.[111] Él mismo
plantea la versión de que si la URSS hubiera “querido” prestar ayuda a
Checoslovaquia, “de todas maneras” para trasladar una división soviética hasta allá
se habría requerido “cerca de tres meses”.[112] La
inconsistencia de semejantes valoraciones se hace aún más evidente si se tiene
en cuenta que ya en ese momento en las Fuerzas Armadas soviéticas había
experiencia en el traslado por aire, a grandes distancias, de grandes y
pequeñas unidades.
Fieles a la solidaridad con
los trabajadores de Checoslovaquia y a los compromisos del acuerdo soviético
checoslovaco, el Comité Central del Partido y el Gobierno soviéticos plantearon
a las Fuerzas Armadas soviéticas la tarea de mantenerse en estado de completa
preparación combativa, con el objetivo de prestar ayuda armada al pueblo
checoslovaco. Hacia las fronteras occidentales de la URSS se trasladó una gran
agrupación de tropas. El 28 de septiembre estaban listas para ser enviadas a
Checoslovaquia cuatro brigadas de aviación (ocho regimientos de aviación
compuestos de 548 aviones de combate), lo cual se informó a Palasse, agregado
militar de Francia en la URSS, y al Gobierno checoslovaco. Sin embargo, el
Gobierno de Beneš-Hodza había elegido el camino de la traición y prefirió
capitular. Esto no permitió a la Unión Soviética ayudar al pueblo checoslovaco
en 1938 y abrió el camino a los hitlerianos a la ocupación y la división del
país. Las tropas soviéticas se mantuvieron junto a la frontera estatal
occidental hasta el 25 de octubre de 1938, pero con posterioridad fueron
trasladadas a sus zonas de dislocación permanente.[113]
Los historiadores
reaccionarios tratan de quitar, “a cualquier precio”, a las potencias occidentales
la responsabilidad por la política antisoviética de “pacificación” del agresor
fascista, que condujo a la Segunda Guerra Mundial. Durante mucho tiempo —se
lamenta, de manera demagógica, Eubank—, Inglaterra y Francia han soportado
sobre sí todo el peso de la deshonra.[114] Pero es
imposible rehabilitar el pasado mediante la falsificación. Fue el pacto de
Múnich el que abrió el camino a la Segunda Guerra Mundial y colocó a la URSS
ante el hecho del surgimiento de un bloque antisoviético de potencias imperialistas.
Aumento de la agresión en Asia. El primer foco
importante de la Segunda Guerra Mundial se originó en Europa; el segundo, en
Asia, donde las acciones agresivas de las fuerzas armadas de Japón adquirían
proporciones cada vez mayores.
El Tribunal Militar
Internacional declaró a los círculos gubernamentales japoneses culpables del
desencadenamiento premeditado de guerras de agresión, asesinatos en masa de la
población civil y los prisioneros de guerra y otros crímenes contra la
humanidad; pero ya durante el proceso judicial en Tokío —el cual se prolongó de
mayo de 1946 a noviembre de 1948— para que los culpables de la guerra evadieran
la responsabilidad, los defensores japoneses y norteamericanos intentaron
justificar los crímenes del imperialismo japonés. Esta tendencia continuó
desarrollándose más tarde. De la misma manera que los esfuerzos de muchos
historiadores occidentales, se centran en los intentos por ocultar a los
pueblos la aspiración de los círculos imperialistas de los Estados Unidos y
Gran Bretaña de empujar a Japón a la agresión contra la URSS en el período de
la preguerra, los historiadores reaccionarios japoneses intentan justificar a
“sus” monopolios y a su camarilla militarista, culpables de la agresión en Asia
Oriental y Suroriental.
Éste es el fin que persigue,
por ejemplo, la Historia oficial de la guerra en la gran Asia Oriental,[115] de 96 tomos,
editada por la dirección de defensa nacional de Japón entre 1966 y 1976. Según
valoración del presidente del Comité Japonés de Historia de la Segunda Guerra
Mundial, profesor Saito Takashi, esta obra es una justificación real a la
guerra de agresión de Japón.[116] La preparación
de los planes de agresión a la URSS, realizada por el Estado Mayor General del
ejército japonés, se presenta en la Historia oficial... como una actividad encaminada “a
rechazar la agresión por parte de los Soviets”.[117] Los
falsificadores de la historia intentan justificar a las fuerzas armadas
japonesas, las cuales realizaron atrocidades masivas en los territorios
ocupados. El comentarista de Revista Militar, Morino Hayato, asegura a los lectores que a los soldados
japoneses los guiaban motivaciones patrióticas, pues “creían que llevaban a
cabo una guerra santa y que liberaban a los pueblos de Asia en aras del florecimiento
de sus países”.[118]
La concepción del
historiador militar japonés Hattori Takushiro se subordina a la aspiración de
presentar los planes de agresión a la URSS elaborados en Tokio, como un intento
de “garantizar la seguridad frente a una Unión Soviética”[119] que amenazaba
con el uso de la fuerza. Kojima Noboru, enmascarándose tras la intención de
“aclarar el sentido de la guerra de 1941 a 1945”, sugiere al lector que la
agresión japonesa tenía un carácter forzado.[120]
La difusión de semejante
tipo de “ideas” evidencia que muchos ideólogos burgueses contemporáneos de
Japón se han armado de los viejos argumentos y lemas del anticomunismo y el
panasiatismo. Afirman, en particular, que en la década del 30 al 40 existía una
comunidad socio política y espiritual de los pueblos asiáticos, la cual
condicionaba la “necesidad” de la agrupación política de éstos bajo la égida
de Japón, como el Estado económicamente más desarrollado de esa región.
En realidad, Japón, que
emprendió el camino del desarrollo nacional independiente antes que los
restantes países asiáticos, no pensaba en ningún tipo de comunidad con los
Estados vecinos. En Asia, las condiciones de un desarrollo más completo de la
producción mercantil, de un desarrollo más libre, amplio y rápido del capitalismo,
escribió V. I. Lenin en 1914,
sólo se crearon en Japón; es decir, sólo en un Estado nacional independiente.
Por consiguiente, “éste es un Estado burgués y, por ello, él mismo comenzó a
explotar a otras naciones y a esclavizar colonias”.[121]
Los imperialistas japoneses,
al incorporarse a la lucha por el reparto del mundo, contaban, en primer lugar,
con sojuzgar a China. En 1931 introdujeron sus tropas en Manchuria y la convirtieron
en una colonia, en una cabeza de puente para ampliar la agresión a China y
prepararse para la guerra contra la URSS. En el verano de 1937, en la segunda
etapa de la agresión, los militaristas japoneses lanzaron un ejército de 100
000 hombres contra Shanghái y desplegaron la ofensiva en el norte de China.
Las aspiraciones
expansionistas de Japón no encontraron resistencia por parte de los círculos
gubernamentales de los Estados Unidos, Inglaterra y Francia, los cuales
trataron de aprovechar la posibilidad para aplastar el movimiento
revolucionario en China y atacar a la Unión Soviética. La agresión japonesa a
China recibió gran ayuda de los imperialistas norteamericanos, los cuales
declaraban, al mismo tiempo, su simpatía con la lucha del pueblo chino.
Los historiadores
norteamericanos dedican un amplio lugar al análisis y la valoración de la
política de los Estados Unidos respecto a China, pero la tendencia fundamental
de esa política se interpreta en un sentido contrario a su contenido real. D.
Borg afirma que “los norteamericanos tenían un profundo e idealista apego a China,
el cual no se encontraría entre otros pueblos”.[122] Como argumento
que confirma esta tesis, la autora se remite, inicialmente, al “tratado de las
nueve potencias” (adoptado en Washington en 1922 a iniciativa de los Estados
Unidos), “el cual garantizaba la integridad territorial y la independencia de
China, y oportunidades comerciales iguales para todas las naciones”.[123] D. Borg
atribuye un mérito especial a los Estados Unidos por la firma de ese tratado,
pues “los chinos, sometidos a la derrota y la humillación, necesitaban mucho
aliento”.[124] El tratado de
las nueve potencias, suscrito por los participantes en la Conferencia de
Washington, obligaba de palabra a respetar la inviolabilidad administrativa y
territorial de China, a observar “el principio de igual oportunidad para el
comercio y la industria de todas las naciones en todo el territorio de China”;
pero su verdadero sentido consistía en consolidar la confabulación de las
potencias imperialistas con el objetivo de saquear en conjunto a China;[125] al mismo
tiempo, los Estados Unidos se garantizaban posiciones calculadas para
desplazar de China a sus competidores imperialistas y apoderarse de la parte leonina del botín. Esto
condujo a una agudización de las contradicciones imperialistas en Asia, en particular,
entre los Estados Unidos y Japón.
Los resultados de la
política de rapiña de los Estados Unidos respecto a China se manifestaron muy
rápidamente. Las principales reservas de plata que respaldaban el valor del
yuan, se trasladaron a los Estados Unidos. Y sin ellas, la débil economía de
China se encontró al borde de la catástrofe. La política de pacificación de la
agresión japonesa en China, los esfuerzos por dirigir esta agresión contra la
URSS, se presentaron como intentos de no permitir la agudización de las
relaciones entre los Estados Unidos y Japón.[126] La tolerancia
de los Estados Unidos a la usurpación —primero, de Manchuria y, después, del
norte de China— por Japón, se interpreta como la aspiración de la administración
norteamericana a conservar su neutralidad y a guiarse “por el principio moral
de la política norteamericana”. D. Borg explica las acciones de los Estados
Unidos de la siguiente manera: “Hull —escribe— se abstuvo deliberadamente de
expresar qué parte era el agresor en el conflicto del Lejano Oriente e insistió
que se adhería a una política de estricta imparcialidad.” El sentido de estas
acciones, según sus palabras, consistía en “evitar cualquier situación que
pudiera conducir a que el Gobierno de los Estados Unidos adoptara una posición
más fuerte contra Japón”.[127] D. Borg expresa
insatisfacción respecto a la política norteamericana: “El grado de pasividad
que mantuvo el Gobierno de los Estados Unidos es el rasgo de nuestra política
en el Lejano Oriente a mediados de la década del 30, que vista en retrospectiva
es muy probable que parezca sorprendente.”[128] Esta tesis de
D. Borg la comparten muchos historiadores norteamericanos; pero, ¿cuál es, en
verdad, la pasividad a que se hace referencia? Pensando utilizar la camarilla
militar de Japón como fuerza de choque contra la URSS y ahogar con ella el
movimiento de liberación nacional en China, los Estados Unidos no sólo
abastecían a Japón de materiales estratégicos, sino también incrementaba, de
manera gradual, estos suministros. En el primer semestre anterior al comienzo
de la guerra en China, la exportación de mercancías norteamericanas a Japón se
incrementó en un 83 %. Entre 1937 y 1939, los Estados Unidos suministraron a
Japón materiales bélicos y materia prima estratégica por la suma de 511
millones de dólares (un 70 % de la exportación norteamericana a ese país).[129] Es posible
observar determinada regularidad: el incremento de la ayuda militar a Japón se
produjo, “proporcionalmente”, a la intensificación de sus acciones agresivas
dirigidas contra la URSS. En 1939, a Japón se le posibilitó recibir de los
Estados Unidos diez veces más chatarra de hierro y acero que en 1938. Los
Estados Unidos vendieron a Japón las máquinas herramienta más modernas para
fábricas de aviones, por un total de 3 millones de dólares. “Si alguien sigue a
los ejércitos japoneses en China y se cerciora de cuánto equipo norteamericano
poseen, tiene el derecho a pensar que está siguiendo a un ejército
norteamericano”,[130] escribió el
agregado comercial de los Estados Unidos en China. Estos y muchos otros hechos
descubren el verdadero sentido de la política de “aislacionismo” y muestran que
la política norteamericana en Asia no sólo estaba muy lejos de ser “pasiva”,
sino que también era una activa política colonial. La incitación a la agresión
japonesa contra la URSS, por parte de los círculos gubernamentales de los
Estados Unidos, también produjo los resultados correspondientes.
Después de concertar con
Alemania e Italia el “pacto antikomintern”, los círculos gubernamentales
japoneses —estimulados por los Estados Unidos, Inglaterra y Francia—
efectuaron, desde el territorio de Manchuria, una agresión militar directa
contra la URSS en la región del lago Jasan en 1938 y contra la República
Popular de Mongolia en la región del río Jaljyn-Gol en 1939.
Inmediatamente después de la
firma, el 15 de septiembre de 1939, del acuerdo sobre la suspensión de las
acciones bélicas en la frontera de Manchuria con Mongolia, el Estado Mayor General
del ejército y el Ministerio de Guerra de Japón, conjuntamente con el Estado
Mayor General de la Marina, la comandancia del ejército de Kwantung y de las
tropas expedicionarias en China, pasaron a elaborar un nuevo plan estratégico
operativo de la guerra contra la Unión Soviética para 1940. El objetivo de la
operación consistía en “aniquilar el ejército ruso dislocado en el Lejano
Oriente y conquistar territorios hacia el oeste del poblado de Rujlovo y del
Gran Jingán”, con la posterior ocupación de Transbaikalia, Sajalín del Norte y
Kamchatka.[131]
Varios historiadores y
personalidades estatales japoneses contemporáneos, al analizar las cuestiones
de las relaciones nipono soviéticas de ese período, prestan especial atención a
la demostración del carácter “defensivo” del pacto de neutralidad, firmado por
Japón y la URSS el 13 de abril de 1941.[132] Algunos
historiadores norteamericanos tratan de justificar, de igual manera, la
política exterior de Japón. Por ejemplo, A. Krammer en el artículo Japón
entre Moscú y Berlín (1941-1945) [Le
Japon entre Moscou et Berlin (1941-1945)], intenta demostrar
que el Gobierno japonés no tenía intenciones agresivas contra la URSS, mientras
calla que en Tokío, a pesar del pacto de neutralidad, se preparaban
activamente para atacar a la URSS y sólo la derrota de la Alemania fascista
imposibilitó ese proyecto.[133] Y muchos
documentos evidencian, precisamente, que en Tokío pensaban utilizar ese pacto
como encubrimiento para prepararse para el ataque, para la agresión al Lejano
Oriente soviético y Siberia.[134] El denominado
plan “Kantokuen”, cuya elaboración culminó el Estado Mayor General japonés
poco después del comienzo de la agresión alemana a la URSS, establecía el aniquilamiento
de las tropas soviéticas en Primorie y la conquista de Jabárovsk. Para la
primavera del año siguiente se fijaba continuar la ofensiva hacia el oeste y
el norte, desde la región de Jabárovsk.
Se había planeado comenzar
la guerra el 29 de agosto de 1941. El 5 de julio, el Estado Mayor General y el
Ministerio de Guerra habían elaborado la directiva N° 101 sobre la movilización.
El 7 de julio, el emperador sancionó la realización de la movilización para la
guerra contra la Unión Soviética. Después, el 11 de julio, se promulgó la
directiva N° 506 del Gran Cuartel General “Sobre el incremento de la
preparación para la guerra contra Rusia”.[135]
Pero los acontecimientos en
el frente soviético alemán anularon los proyectos de la camarilla militarista
japonesa. El 4 de septiembre de 1941, el embajador alemán en Tokío, general
Ott, comunicó a Ribbentrop: “A causa de la resistencia que ha presentado el
ejército ruso a un ejército como el alemán, el Estado Mayor General japonés no
confía en que Alemania pueda obtener un éxito decisivo en la guerra contra
Rusia antes del inicio del invierno. A esto se unen los recuerdos acerca de los
acontecimientos en el río Jaljyn-Gol, que aún se mantienen vivos en la memoria
del ejército de Kwantung.”[136] En la política
militar de Japón se produjo un brusco viraje, se puso rumbo a la conquista
inmediata de los dominios coloniales de los Estados Unidos. El ataque a la URSS
se postergó para más adelante.
De esta manera, en Europa y
Asia se desataron los focos de la guerra, los cuales se convirtieron, en fin de
cuentas, en una conflagración mundial.
¿Se podía haber impedido la
conflagración mundial? La historiografía burguesa
responde negativamente a esta pregunta. Por el contrario, la ciencia histórica
marxista afirma que en los años precedentes a la Segunda Guerra Mundial existía
la posibilidad real de conservar la paz. Esta posibilidad estaba dada por el
fortalecimiento constante del potencial político y defensivo de la URSS, por
su política de paz, por el auge del movimiento de liberación nacional,
revolucionario democrático y comunista en el mundo, y por el aumento de las
expresiones masivas de la clase obrera y amplias capas de la población, en
defensa de la paz.
Las opiniones acerca de la
imposibilidad de impedir una inminente guerra mundial, de su fatal
inevitabilidad, obtuvieron difusión ya en la década del 30, en particular en
los ámbitos de la pequeña burguesía y la socialdemocracia. Opiniones de este
tipo, que le hicieron objetivamente el juego a las fuerzas de la agresión y la
guerra, fueron sometidas a una crítica acerba ya en el VII Congreso de la Internacional Comunista en 1935. “Los
comunistas —señaló D. Z. Manuilsky en su intervención— deben abandonar el
criterio fatalista de que es imposible evitar el estallido de la guerra, que
es inútil luchar contra los preparativos de guerra; criterio que surgió de las
dimensiones, hasta ahora en extremo limitadas, del movimiento antibelicista.”[137] W. Pieck, en
el Informe Balance del CC de la Internacional Comunista en el VII Congreso, señaló: “Estamos
convencidos de que la guerra puede conjurarse mediante una lucha conjunta por
la paz librada por el proletariado de los países capitalistas y la Unión
Soviética.”[138]
En los años de preguerra, la
Unión Soviética luchó con energía por frenar las agresiones imperialistas,
advertía de la amenaza de una guerra mundial. En el Informe Político del
Comité Central al XVI Congreso del
Partido (1930) se destacó que la burguesía estaba lista para desencadenar una
guerra mundial, que trataría “de solucionar una u otra contradicción del capitalismo,
o todas juntas, a costa de la URSS”. La conflagración mundial podía haberse
evitado mediante el plan de creación del sistema de seguridad colectiva
planteado por el PCUS en 1933, mediante la conjugación de los esfuerzos de
todas las fuerzas opuestas a la agresión fascista.
El Partido Comunista y el
Gobierno soviéticos partieron del principio de la indivisibilidad del mundo y
de la necesidad de su defensa colectiva. La Unión Soviética consideraba que la
creación de un sistema de seguridad colectiva era una tarea completamente
posible, cuya realización conservaría la paz para los pueblos; que ese sistema
no sólo era admisible para el País de los Soviets, sino para los países
capitalistas interesados en evitar la guerra. Entre 1933 y 1935, la URSS
planteó propuestas concretas acerca del desarme y se hizo miembro de la Liga de
las Naciones. La Unión Soviética concretó tratados de ayuda mutua con Francia y
Checoslovaquia, los cuales debían haber sido parte de un acuerdo más amplio,
encaminado a fortalecer la paz en Europa (el denominado “Pacto Oriental”); pero
Inglaterra, Francia y Polonia bloquearon su firma. No obstante, la diplomacia
soviética aprovechó cada posibilidad existente en ese sentido. El Gobierno de
la URSS firmó pactos de no agresión con varios países. Con las naciones vecinas
se firmó un convenio sobre la delimitación de la agresión.
Al tratar de evitar la
guerra en el Lejano Oriente, la URSS propuso concertar un pacto regional del
océano Pacífico. De inicio, F. Roosevelt, presidente de los Estados Unidos,
trató la propuesta soviética como admisible. No obstante, los gobiernos de los
Estados Unidos, Inglaterra y China se abstuvieron con posterioridad de
concertar el pacto. Entre 1935 y 1939, la Unión Soviética, a pesar del cerco
imperialista, se manifestó de manera decidida en defensa de las primeras
víctimas de los agresores —los pueblos de China y Etiopía, España y Austria,
Checoslovaquia y Albania—, mientras continuaba llevando a cabo una tenaz lucha
por la paz en la diplomacia.
La
cadena de infundios y la verdad de
la historia
Los argumentos que se
esgrimen para intentar demostrar la imposibilidad de evitar la Segunda Guerra
Mundial están extraídos, en lo fundamental, de los acontecimientos de los últimos
meses antes de la guerra y se refieren, en esencia, a las conversaciones anglo
franco soviéticas y al pacto soviético alemán de no agresión, firmado
posteriormente como resultado de la ruptura de las negociaciones por parte de
las potencias occidentales. ¿Cuál es la esencia de los acontecimientos que se
desarrollaron entonces?
Las Conversaciones de Moscú:
objetivos y posiciones de los participantes. Las
negociaciones políticas y militares entre la URSS, Inglaterra y Francia,
realizadas entre abril y agosto de 1939 (Conversaciones de Moscú), ocupan un
importante lugar en la historia de la lucha de la Unión Soviética por crear un
sistema de seguridad colectiva, poner fin a la agresión fascista y evitar la
Segunda Guerra Mundial. Esto se explica por las siguientes causas: en primer
lugar, las conversaciones se efectuaron en un ambiente crítico de impetuoso
incremento de la amenaza de desencadenamiento de la guerra por la Alemania
fascista, y del desenlace de ellas dependía tanto el destino de la paz en
Europa, como la distribución de las fuerzas en caso de iniciarse la guerra; en
segundo lugar, las conversaciones se llevaron a cabo sobre la base fundamental
de un plan concreto, propuesto por la Unión Soviética, de alianza político
militar entre la URSS, Inglaterra y Francia, que garantizaba salvaguardar la
paz y los intereses vitales de todos los Estados y las naciones opuestos a la
agresión fascista. Un enfoque constructivo a las propuestas soviéticas por
parte de las potencias occidentales, habría abierto la perspectiva de conjura
de la Segunda Guerra Mundial; su rechazo hizo que la amenaza del conflicto
bélico fuera irreversible. La historia de las Conversaciones de Moscú es parte
componente de concepciones diametralmente opuestas acerca del origen de la
Segunda Guerra Mundial. Su historia continúa atrayendo la atención tanto de
investigadores marxistas, como de científicos burgueses. En los trabajos
marxistas, que descubren de manera objetiva y detallada la historia de las
Conversaciones de Moscú, se muestra que los gobiernos inglés y francés —al
guiarse por sus posiciones de clase y tratar de arrastrar a la URSS a una
guerra con Alemania— no aceptaban, y no aceptaron, concertar un tratado con la
URSS y, en resumen —cuando para el ataque de Alemania a Polonia restaban
virtualmente contados días—, llevaron las conversaciones a un definitivo
callejón sin salida. “Estaba claro —se señala en investigaciones soviéticas—
que las conversaciones con la Unión Soviética, como las garantías a Polonia y a
otros países, eran para Inglaterra sólo medios de reserva para presionar a los
hitlerianos, con el fin de llegar a un arreglo con ellos. Precisamente con este
objetivo, los ingleses y los franceses realizaron en Moscú conversaciones
acerca de un convenio militar, confiados en que esto haría a Hitler más
condescendiente en las negociaciones con Inglaterra.”[139] Al descubrir
los orígenes clasistas de la política anglo francesa, apoyada activamente por
los círculos gubernamentales de los Estados Unidos, los historiadores
soviéticos señalan: “Actuando con perfidia y deslealtad, las potencias
occidentales dieron a entender por todos los medios a Hitler que el Estado
soviético no tenía aliados y que Alemania podía atacar a Polonia, y después a
la URSS, sin riesgos de encontrar oposición por parte de Inglaterra y Francia.”[140]
En las investigaciones
soviéticas se manifiesta la lucha del Partido Comunista y del Gobierno de la
Unión Soviética, de la diplomacia soviética, por concertar un tratado de ayuda
mutua con Inglaterra y Francia; se subraya que, en continuación de su política
de paz, “cuyo principio más importante era la tesis acerca de la
indivisibilidad del mundo, la URSS desarrolló una ingente actividad con el fin
de aunar los esfuerzos de todos los Estados amantes de la paz en la causa de
la defensa de la paz y la detención de la agresión fascista”.[141]
La historiografía
reaccionaria resulta un cuadro en extremo contradictorio. Los autores burgueses
interpretan, por lo general, las Conversaciones de Moscú en un espíritu
antisoviético. Al mismo tiempo, como resultado de los esfuerzos de los
historiadores marxistas, en investigadores progresistas de varios países
occidentales se observa una tendencia que encierra algunos elementos de
valoración objetiva de las Conversaciones de Moscú. La Unión Soviética
—escribe el director del Instituto de Historia Contemporánea de la Universidad
de Estrasburgo, J. Bariéty— “tomó completamente en serio esta última negociación”.
No obstante —continúa más adelante—, la URSS “jamás se desprendió de su
profunda desconfianza en cuanto a la voluntad real de Occidente de concluir un
acuerdo con ellos”,[142] aunque es bien
sabido que precisamente una “voluntad real” era lo que no tenían los países
occidentales. Más categórica es una de las valoraciones del profesor L.
Kettenacker: “Si, el 18 de abril, Londres se hubiera declarado presto y sin
rodeos a aceptar, de manera incondicional, la oferta de alianza soviética y,
después, hubiera dado a conocer o entender que era en serio todo lo que decía
en relación con el principio de la seguridad colectiva en Europa, quizás, al
final, se habría logrado, sin lugar a dudas, un Peace Front. Era quizás el trasfondo de esta
experiencia lo que movió a Churchill a extenderle la mano para la alianza a la
Unión Soviética, incluso el mismo día del ataque alemán al Este, el 22 de junio
de 1941.”[143] Las notas
taquigráficas de las sesiones del Comité de Asuntos Exteriores del Gabinete
inglés del 9 y el 20 de junio de 1939, resultan de indudable interés para
aclarar las posiciones de las potencias occidentales en las Conversaciones de
Moscú. Las notas taquigráficas de esas sesiones indican, en primer lugar, que
el Gobierno inglés no sólo estaba impuesto, sino también convencido, de la
decisión de la URSS de concertar un acuerdo tripartito; en segundo lugar, el
Gobierno inglés se daba cuenta de que una ruptura de las negociaciones
conduciría a la guerra y, en tercero, que el juego a las negociaciones, que
estaban llevando a cabo, creaba la “terrible amenaza” de la firma de un
acuerdo entre Alemania y la URSS.
Los “arquitectos” de la política
de incitación de la agresión fascista a la URSS, manifestaron lo siguiente en
esas sesiones:
Chamberlain:
“Los
rusos tratan con todas las fuerzas de concertar un acuerdo, pero quieren
lograr de él mejores condiciones.”[144] Halifax: “Informaciones de muchas fuentes
señalan la necesidad... de concertar un acuerdo con Rusia, pues en caso
contrario la situación creada puede coadyuvar a que Hitler acometa acciones
violentas.”[145] Halifax: “De concertar un acuerdo con
Rusia, nos protegeríamos por cierto tiempo de un peligro más temible —un
probable acuerdo entre Alemania y Rusia— y garantizaríamos la seguridad de
Polonia. Está claro que Rusia está interesada en conservar la independencia de
Polonia y no desea que Polonia sea destruida.”[146]
Estas verdades evidentes
sólo se constataron. En la práctica, el curso tomado por Chamberlain, Halifax y
Wilson fue directamente contrario y reflejaba la aspiración de los círculos
gubernamentales de Inglaterra, Francia y los Estados Unidos de utilizar las
Conversaciones de Moscú como un medio para presionar a Alemania. Los creadores
de la política de Múnich contaban con llevar los ejércitos alemanes a las
fronteras de la URSS a costa de la traición a Polonia, con la esperanza de que
la agresión fascista tuviera después “su desarrollo natural”. El Premier
británico no ocultaba esto en el círculo de sus cómplices. Razonaba que si
Polonia y otras naciones a las cuales Inglaterra y Francia les dieron las
denominadas “garantías”, no recibían su ayuda (y, en realidad, sucedió eso),
entonces “es muy posible que estos países sean conquistados y Alemania se
encuentre en las fronteras rusas”.[147]
Jugando a las negociaciones. El desarrollo de las Conversaciones de Moscú se analizó más de una vez por el Gabinete inglés (en las sesiones del Gabinete Ministerial, en los distintos comités, subcomités, etc.). Estos análisis evidencian que los esfuerzos fundamentales estaban dirigidos a la búsqueda de diferentes tipos de dilaciones y, con posterioridad, a la ruptura de las negociaciones, pero calculando descargar la culpa de ello sobre la URSS.[148] Pero al analizar las variantes posibles de tratados con la URSS, los líderes británicos manifestaban con claridad su intención, si Alemania atacaba a la URSS, de negarse a cumplir el tratado; es decir, su intención de dejar que el Estado soviético se enfrentara cara a cara a la coalición fascista. Al orientar en este sentido a los miembros del Gabinete, el 21 de junio, Halifax declaraba: “Si el Gobierno ruso tiene la idea de obligar a nuestro país a combatir por objetivos fantásticos, el sentido común se manifestará por sí mismo.”[149] Haciendo aún más consistente la atmósfera antisoviética alrededor de las negociaciones, Chamberlain afirmó que “todo lo referente a una alianza con Rusia, él lo analiza con un gran presentimiento de desgracia”, no cree en absoluto “en la solidez de Rusia”, duda de su capacidad de prestar ayuda en caso de guerra. El tratado con la URSS lo denominaba “piedra al cuello”, que puede “colgar durante muchos años y conducir a que, incluso, los hijos tengan que combatir por los intereses rusos”.[150] Los dóciles ministros lo secundaban. Lord Chatfield, ministro para la Coordinación de la Defensa, quien tenía relación directa con la dirección de las acciones de la delegación inglesa en las Conversaciones de Moscú, expresó su esperanza de que los colegas comprendieran con qué repugnancia se veía obligado a analizar la posibilidad de una alianza con los Soviets.[151]
A mediados de julio, las
partes inglesa y francesa llevaron las negociaciones políticas a un callejón
sin salida. Después de haber estado de acuerdo en reconocer el principio de la
ayuda mutua entre las tres potencias, el Gobierno inglés hizo fracasar
posteriormente las negociaciones acerca del otorgamiento de garantías por parte
de las tres potencias a las naciones del Báltico; se manifestó en contra de que
las garantías se extendieran a los casos de agresión indirecta, como había
acabado de ocurrir — en marzo de 1939— en Checoslovaquia, a cuyo territorio
entraron las tropas alemanas con la anuencia del entonces presidente Hacha. En
las condiciones existentes, cuando el poder en las naciones del Báltico estaba
en manos de gobiernos profascistas, la necesidad de garantías de seguridad a
esos países tenía una importancia sustancial para la seguridad de la URSS y
para frenar a tiempo la agresión alemana. No obstante, el Gobierno inglés
rechazó las propuestas soviéticas.
Mientras tanto, la amenaza
de la guerra en Europa continuaba incrementándose de manera impetuosa. Amplias
capas de la población de Inglaterra y Francia, así como personalidades de los
círculos gubernamentales de estos países que pensaban de manera realista,
apoyaban, de un modo cada vez más activo, la posición clara y precisa de la
URSS en las conversaciones.
Es característico que si en
el otoño de 1938, según datos de una encuesta de opinión pública, el 57 % de
los franceses aprobaron el Acuerdo de Múnich contra un 37 % que lo desaprobaron
(los restantes se abstuvieron); ya en el verano de 1939, un 76 % de los
encuestados se manifestó en favor de la utilización de la fuerza en caso de
una agresión de Alemania a Polonia y un 81 % se expresó a favor de la alianza
de Francia e Inglaterra con la URSS.[152] El dirigente
de los comunistas ingleses H. Pollitt escribió en julio de 1939: “Ochenta y
siete personas de cada 100, en Gran Bretaña, desean un pacto con la Unión
Soviética. ¿Por qué? Porque, por encima de cualquier otra cosa, desean impedir
la guerra, y comprenden que el modo más eficaz de hacerlo es unir fuerzas con
un país grande y poderoso que ha demostrado, una y otra vez, durante los años
cruciales pasados no tener planes belicistas y estar dispuesto a ponerse de
todo corazón junto a sus aliados en cualquier sistema de seguridad colectiva,
si son atacados por los rabiosos perros del fascismo.”[153]
El 25 de julio, la parte
anglo francesa aceptó la propuesta soviética referente a efectuar
conversaciones con el objetivo de concertar un convenio militar. A pesar de esa
anuencia, las orientaciones políticas de Chamberlain y quienes lo acompañaban,
durante las conversaciones efectuadas en Moscú del 12 al 21 de agosto de 1939,
se mantuvieron invariables. Por acuerdo del Buró Político del Comité Central
del PC(b) de la URSS se designó a K. E. Voroshílov, Mariscal de la Unión
Soviética y comisario del Pueblo para la Defensa, como jefe de la delegación
militar (misión militar) soviética. Esa delegación estaba investida de plenos
poderes no sólo para realizar las negociaciones, sino también para firmar un
convenio militar con Inglaterra y Francia contra la agresión en Europa. Sin
embargo, las delegaciones (misiones militares) de Inglaterra y Francia estaban
formadas por personalidades de segundo orden (la misión inglesa la encabezaba
el ayudante del Rey, almirante R. Drax; la francesa, el miembro del Consejo
Militar, general J. Doumenc) y no facultadas para firmar un acuerdo militar;
aún más, la delegación inglesa no tenía poderes por escrito ni para llevar a
cabo las conversaciones.[154]
Los historiadores burgueses
afirman que las delegaciones inglesa y francesa se dirigieron a Moscú para
concertar un convenio militar. Es una mentira. Como evidencian documentos ingleses,
la tarea que se le planteó a R. Drax consistió en dar largas y, más tarde,
frustrar las negociaciones. Drax comprendió de manera simple su tarea, pero
incluso él tuvo grandes dudas de cómo podía darle solución. El Comité de
Defensa Imperial dedicó a la discusión de esa cuestión una sesión el 2 de
agosto de 1939; es decir, tres días antes de la partida de las delegaciones
inglesa y francesa hacia la URSS. En la sesión participaron: E. Halifax,
ministro de Asuntos Extranjeros; el almirante A. Chatfield, ministro para la
Coordinación de la Defensa; L. Hore-Belisha, ministro de Guerra; el almirante
Drax y otros.
A continuación citaremos,
ligeramente abreviadas, las notas taquigráficas de esa sesión.
“Negociaciones a
nivel de Estado Mayor con Rusia.
“Lord Chatfield preguntó si
la delegación quiere hacer alguna pregunta acerca de las instrucciones recibidas.
“El almirante Drax dijo que había algunas cuestiones acerca
de las cuales desearía recibir aclaraciones más detalladas.
“En primer lugar, se
consideraba que la tarea de la misión, más que lograr un acuerdo rápido,
consistía en distender las negociaciones por un tiempo indeterminado, y su
objetivo final era lograr un acuerdo político. Además, a partir de las
instrucciones recibidas por ellos,[155] la misión debe
efectuar de manera lenta y cuidadosa, las conversaciones, hasta que se logre
llegar a un acuerdo político. En esto pueden confrontarse algunas dificultades,
pues es indudable que los rusos esperan obtener determinados resultados
notables de las negociaciones militares, antes de estar listos para dar su
anuencia definitiva para la firma de un pacto político.
“Lord Halifax está de
acuerdo con esto. Comparte la opinión de que la misión tiene una tarea en
extremo compleja. En realidad, va a ser muy difícil realizar negociaciones
políticas totalmente al margen de las negociaciones militares... Después de un
análisis rápido de las instrucciones, se opina que la posición adoptada por la
delegación en las conversaciones, si se observan al pie de la letra las
instrucciones, provocará no poca desconfianza a los rusos...
“El almirante Drax dirigió la
atención de los presentes hacia la larga lista de cuestiones, contenidas en el
Anexo III a las
Instrucciones, que se proponía plantear al Estado Mayor General ruso. Será
imposible hacerlo si nosotros mismos no estamos listos a responder a preguntas
análogas que pueden ser planteadas por el Estado Mayor General ruso. Por
ejemplo, en las instrucciones se propone inculcar a los rusos el deseo de suministrar
material bélico a Polonia, Rumanía y Turquía. Los rusos pueden muy bien señalar
que ya están suministrando material de guerra a China y pedirles que amplíen
esos suministros a otros tres países, es pedir demasiado.[156]
“El almirante Drax preguntó si mediante nuestro embajador en
Moscú podría obtenerse la confirmación, antes de la llegada de nuestra
delegación allá, de a quiénes deberemos ver directamente, a qué jefes de los
tipos de fuerzas armadas rusos. Según opinión de Drax, será en extremo
desagradable si la delegación se ve precisada a llevar a cabo las
conversaciones con oficiales subalternos, obligados constantemente a pedir consejo
a sus jefes...
“Lord
Halifax asumió la tarea de hacer llegar al embajador de Su Majestad el ruego
de que este último haga todo lo posible para la solución favorable de las
cuestiones que fueron expresadas por el almirante Drax...
“Lord
Chatfield preguntó si podía llegarse a la conclusión de que el Comité de Jefes
de Estados Mayores aprueba los detalles planteados en las instrucciones.
Los representantes del Comité de Jefes de los Estados Mayores
confirmaron, mediante firma, su anuencia a los detalles de la instrucción.”[159]
Las aclaraciones recibidas
por Drax confirman que la parte inglesa estaba más que lejos de las
intenciones de lograr un acuerdo con la URSS. No se habló, en absoluto, de la
firma de un convenio militar. A Drax le recomendaron analizar los planes
militares “sobre una base puramente hipotética”. Los esfuerzos de la
diplomacia británica estaban centrados, ante todo, en hallar formas de
enmascarar los verdaderos objetivos que guiaban a las delegaciones inglesa y
francesa en las conversaciones; en “evadirse” al responder a las preguntas que
les dirigiera la parte soviética acerca de la esencia de la cuestión, lo que
más temía Drax. En sus inequívocas expresiones, Halifax determinó lo que podía
utilizarse para frustrar las negociaciones —”rechazar con firmeza” cualquier
proposición referente a la participación de Inglaterra y Francia en la
coordinación de las medidas imprescindibles para defender a sus aliados Polonia
y Rumanía de la agresión alemana—, lo cual fue ejecutado por Drax, aunque en
una situación algo diferente.
Los historiadores
reaccionarios afirman que, en Moscú, las delegaciones occidentales se
encontraban en una atmósfera “de desconfianza y acecho”. No obstante, citaremos
la valoración que hizo de ella el embajador inglés en Moscú, W. Seeds, en una
carta dirigida a Halifax de 17 de agosto. Seeds señala la hospitalidad y la
disposición manifiesta por la parte soviética hacia las misiones occidentales
en todos los casos, sin excepción. Más tarde comunica que “el mariscal
Voroshílov, con quien no me había encontrado antes... ha causado en mí la mejor
impresión por su energía y benevolencia. Él, al parecer, se alegró realmente
por el encuentro con la misión.” “La primera sesión oficial —subraya Seeds— se
celebró en la mañana del 12 de agosto en el Ministerio de Defensa, a pesar de
que era un día ‘feriado’.”[160]
Precisamente, ese día quedó
claro que la delegación inglesa no tenía poderes oficiales ni siquiera para
llevar a cabo las negociaciones. Recordaremos un diálogo entre los jefes de
las delegaciones inglesa y soviética:
“Mariscal
Voroshílov: ...Pero en mi opinión, necesitamos poderes por escrito con el fin de que
todos podamos saber dentro de qué límites está usted facultado para negociar,
qué cuestiones puede afrontar, hasta qué punto es usted competente para
discutirlas, y a qué resultado pueden conducir estas negociaciones. Nuestros
poderes, como usted ve, son plenos... Sus poderes, delineados verbalmente, no
me son totalmente claros. En todo caso, me parece que la cuestión no es ociosa;
determina, desde el inicio, el orden y la forma de nuestras negociaciones...
“El almirante Drax señala...que si fuera conveniente trasladar
las negociaciones a Londres, a él se le concederían plenos poderes...
“El mariscal Voroshílov señala, en medio de la risa general,
que llevar papeles de Londres a Moscú es más fácil que ir a Londres con una
compañía tan grande.”[161]
En la noche del 12 de agosto
se envió a Chatfield el siguiente telegrama: “En la primera sesión del día de
hoy, los delegados soviéticos presentaron un documento que concede, por sus
nombres, plenos poderes a cinco oficiales soviéticos con derecho a firmar [el
convenio.—El autor]. Voroshílov
esperaba que nosotros tuviéramos poderes análogos. El general francés[162] declaró que él
posee plenos poderes para realizar las negociaciones, pero no para firmar [el
convenio.—El autor] y
presentó un documento, firmado por E. Daladier, que lo autoriza a ‘realizar negociaciones
con el Alto Mando de las Fuerzas Armadas soviéticas acerca de todas las
cuestiones referentes a la colaboración imprescindible entre las fuerzas
armadas de los dos países’. Los ingleses no tienen poderes por escrito. Yo
declaré que esto puede remediarse rápidamente y que recibiremos poderes
semejantes a los franceses. Por favor, envíelos por correo aéreo. Es muy
importante que se señale por sus nombres a los tres miembros de la [delegación
—El autor.] británica.
Voroshílov propuso continuar
las negociaciones mientras esperamos los poderes. Los rusos insisten, y con
esto todos estuvimos de acuerdo, en que se mantenga un secreto absoluto en las
negociaciones respecto a la prensa, mientras no esté elaborada una declaración
coordinada. Ruego que esto también se observe en la parte relativa al telegrama
dado.[163] Por eso, el
embajador francés y el general no envían en este momento el discurso a
París.”[164]
En Londres se demoraron
bastante con los poderes. Sólo el 15 de agosto, los prepararon para ser
enviados. En el documento, firmado por Halifax, se señalaba que el almirante
R. Drax, el mayor general T. Heywood y el mariscal de Aviación C. Burnett
estaban investidos de poderes para “realizar conversaciones con el Alto Mando
de las Fuerzas Armadas de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas acerca
de todas las cuestiones referentes a la colaboración entre las Fuerzas Armadas
de la Unión y del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte”.[165]
Como se observa, a la
delegación militar inglesa no se le otorgaron poderes para firmar un convenio
militar ni documentos relacionados con él.
Cuando Drax llegó, y en la
embajada inglesa en Moscú conocieron las instrucciones recibidas por él, para
los diplomáticos británicos también se evidenció la contradicción de las
instrucciones y la vaguedad de los objetivos que Londres quería alcanzar
mediante las negociaciones militares. Seeds envió a Londres, en la noche del 12
de agosto, un telegrama alarmante:
“Las instrucciones recibidas
por escrito por el almirante Drax, por lo visto estipulan que las negociaciones
militares deben efectuarse con lentitud, mientras no se logre un acuerdo sobre
cuestiones políticas más importantes. Yo le dije que, desde mi punto de vista
—que lo comparte el embajador francés—, por su parte, el señor Molotov va a
evitar evidentemente cualquier tipo de acuerdo con nosotros sobre esos aspectos
políticos, mientras no tenga fundamentos para estar convencido de que en las
negociaciones militares se ha logrado, aunque sea, un progreso notable.
En esas condiciones, estimo
que es poco probable que las negociaciones militares conduzcan a algún
resultado, a excepción de que provoquen dudas acerca de nuestra sinceridad y
nuestro deseo de concertar un acuerdo determinado y concreto… Deploro
profundamente si es precisamente ésta la decisión del Gobierno de S
u Majestad,
pues todo evidencia que los participantes soviéticos en las negociaciones las
ven como una cosa realmente seria.”[166]
La cuestión cardinal de las
negociaciones militares. El Gobierno de Gran Bretaña
no deseaba que progresaran las negociaciones. Mientras la delegación soviética
propuso un plan detallado y concreto de coordinación de los esfuerzos
militares de las tres potencias, dirigido a cortar la agresión alemana, las delegaciones
occidentales realizaron discusiones abstractas.[167] La aspiración
de las potencias occidentales de llegar a un acuerdo que expusiera a la URSS al
peligro de los ejércitos alemanes, se evidenció durante el análisis de la
cuestión cardinal, referente al paso de las tropas soviéticas —en caso del
comienzo de una agresión alemana— a través de los territorios de Polonia y
Rumanía, lo cual no sólo resultaba imprescindible para organizar una defensa
efectiva de las fronteras soviéticas, sino también de toda Polonia y Rumanía.
El 14 de agosto, K. E. Voroshílov propuso a Drax y a Doumenc que explicaran sus
puntos de vistas acerca de esa cuestión de principio, la cual estaba muy lejos
de ser nueva para ellos.
En la noche del 14 de agosto
(con más exactitud, a la 01:00 del 15 de agosto), Seeds envía a Londres
un telegrama urgente:
“El embajador francés y yo
analizábamos con los jefes de las misiones la situación creada como resultado
del encuentro matutino con la delegación soviética.
“Él y yo llegamos a la
conclusión de que los rusos han planteado ahora una cuestión, de la cual
depende el éxito o el fracaso de las negociaciones... Consideramos que la delegación
soviética se mantendrá firme en esa posición y cualesquier intentos por
hacerla vacilar conducirán al mismo fracaso, como ha tenido lugar en más de una
ocasión en el transcurso de nuestras conversaciones políticas.
“Nuestra propuesta consiste
en que el Estado Mayor General francés se ponga en contacto con el Estado
Mayor General polaco y obtenga la anuencia para ello... Ruego subrayar la
necesidad de una especial urgencia y de excepcional secreto.”[168] Mientras tanto,
en las negociaciones Drax dilataba el tiempo, formulando perogrulladas, como
que era necesario “cortarle al adversario todas las vías de comunicación”,
“encontrar y destruir la flota del enemigo”, etcétera.
En las publicaciones de
varios autores occidentales se cita una versión, según la cual la “debilidad
militar” de la URSS, de la
cual “se sospechaba”
en Londres y
París, había sido casi el
obstáculo fundamental en las negociaciones. Esta versión se empleó más de una
vez, tanto por Chamberlain como por quienes lo rodeaban, en las sesiones del
Gabinete inglés durante el desarrollo de las negociaciones. ¿Cuáles son, en
realidad, los datos de que disponía el Gobierno inglés acerca de esta cuestión?
Ante todo, es necesario
señalar que los gobiernos inglés y francés disponían de informaciones más que
suficientes acerca de la capacidad de las fuerzas que la URSS estaba en disposición
de enfrentar al agresor en Europa: 136 divisiones, 5 000 cañones pesados, de
9 000 a 10 000 tanques, y de 5 000 a 6 500 aviones de combate. En las
propuestas presentadas por la delegación soviética durante las negociaciones,
no sólo estaban contenidos estos datos, sino también un plan, cuidadosamente
elaborado, de la colaboración militar de las tres potencias, si Alemania
desencadenaba la agresión en Europa.[169] Una respuesta
a la interrogante planteada también la ofrece el informe de la subcomisión del
Comité de Jefes de los Estados Mayores de los Tipos de Fuerzas Armadas de Gran
Bretaña, órgano que, según el rasero inglés, resulta extremadamente competente
para esos fines. El contenido de su informe oficial, denominado “Las
conversaciones rusas: utilización de los territorios polaco y rumano por las
fuerzas rusas”, presentado al Gabinete de Ministros, era e1 siguiente:
“En nuestra sesión del 16 de
agosto de 1939 analizamos importantes aspectos de las medidas propuestas por
nosotros en relación con el telegrama de la misión. Según nuestra opinión, lo
único lógico es concederles a los rusos todos los medios para que presten
ayuda, con el objetivo de utilizar al máximo sus fuerzas del lado de las
potencias contrarias a la agresión. Consideramos excepcionalmente importante
acceder a los deseos de los rusos en esa cuestión; en caso necesario, debe
ejercerse una fuerte presión sobre Polonia y Rumanía con el fin de lograr que
acepten acoger esto positivamente... La firma de un acuerdo con Rusia nos
parece el mejor medio de impedir la guerra. Sin dudas, la conclusión exitosa de
este acuerdo se verá amenazada, si las propuestas planteadas por los rusos sobre
una colaboración con Polonia y Rumanía son rechazadas por estos países.”[170]
El historiador
norteamericano T. Taylor ve las causas del callejón sin salida al que llegaron
las negociaciones en que “los británicos y los franceses eran demasiado lentos
y demasiado tardíos”.[171] J.-B.
Duroselle considera que Francia “fue, al parecer, la única de las tres
potencias que trató de llegar rápidamente a un acuerdo”. A nuestro entender,
uno de los participantes franceses en las negociaciones, A. Beaufre, quien más
tarde fue un destacado general, es más objetivo. Al referirse a las propuestas
soviéticas, escribió que “era difícil ser más concreto y más claro. El
contraste entre este programa un poco primario y las abstracciones confusas del
proyecto anglo francés de acuerdo, era chocante... sus argumentos [los de los
soviéticos] tenían mucho peso... nuestra posición era falsa.”[172]
Hace bastante poco tiempo se
editó en París un libro de L. Noël, embajador francés en Varsovia en el período
de las Conversaciones de Moscú. El autor no oculta sus convicciones antisoviéticas,
pero arroja más luz sobre los verdaderos acontecimientos de aquellos días.
Las instrucciones del jefe
del Estado Mayor General de la Defensa Nacional de Francia, general M. Gamelin,
a la misión francesa que había arribado a Moscú para las negociaciones, fueron
vagas.[173] Personalidades
políticas y militares de Francia conocían en detalle la posición de Polonia y,
aún más, tras la política hostil de la Polonia burguesa hacia la URSS,
llevaban a cabo, corno el Gobierno inglés, un astuto juego encaminado a frustrar
las negociaciones en Moscú. En su libro, L. Noël cita un episodio
característico: el 19 de agosto, en una conversación con el agregado militar
francés, Stachiewicz, jefe del Estado Mayor General polaco, le comunicó de
nuevo la actitud negativa del Gobierno de Polonia hacia el paso de las tropas
soviéticas a través del territorio polaco en caso de una agresión alemana. El
agregado militar francés declaró a Stachiewicz: “No me dé su respuesta. Será
mejor que nuestra delegación pueda maniobrar en Moscú como si todavía no se la
hubiera delimitado.”[174] Noël cita
igualmente la valoración del curso tomado por las potencias occidentales, de
otro de los participantes en las Conversaciones de Moscú. A. Beaufre: “El
problema no consiste en conseguir de los polacos que acepten o no el paso de
los soviéticos por su territorio, sino en encontrar un medio indirecto para
permitir que continúen las negociaciones.”[175]
¿Con qué fines? A esta
interrogante ya la historiografía soviética ha dado una respuesta completa.
Inglaterra, a espaldas de la URSS, efectuaba negociaciones secretas con el
Reich fascista. En el transcurso de esas negociaciones, el Gobierno inglés hizo
propuestas de largo alcance acerca de la colaboración anglo alemana y la firma
de un acuerdo de no agresión, no intervención y reparto de las esferas de
influencia entre los dos países. Con esto, los círculos gubernamentales
ingleses prometían a los hitlerianos suspender las conversaciones con la URSS y
negar a Polonia las garantías que Inglaterra le había otorgado poco tiempo
antes; es decir, entregar Polonia a Hitler de manera semejante a como había
sucedido con Checoslovaquia. Como evidencian fuentes inglesas, se tenía
previsto definir los detalles de la confabulación durante un encuentro
personal de Chamberlain con Goering, cuyo viaje a las islas británicas estaba
señalado para el 23 de agosto. El avión de Goering debía tomar tierra en un
aeródromo apartado en Hartfordshire, donde se preparaban a recibirlo, en el
más riguroso secreto, representantes del Gobierno inglés. Desde este lugar, el
Reichmarschall pensaba continuar hasta Checkers, residencia campestre de
Chamberlain.[176]
No es poca la
responsabilidad que le corresponde a los círculos gubernamentales de los
Estados Unidos de América por la situación creada. El grado de responsabilidad
aún no está lo suficientemente investigado; sin embargo, los hechos de que disponen
los historiadores indican que la diplomacia norteamericana, que presenta los
hechos como si los Estados Unidos estuvieran al margen de la política europea,
obstaculizaba en realidad la firma de un acuerdo entre la URSS, Inglaterra y
Francia y apoyaba la idea de una confabulación con Alemania en contra de la
Unión Soviética. “Alemania —declaró uno de los participantes en el ‘juego a las
negociaciones’, el embajador de los Estados Unidos en Londres, J. Kennedy—, en
asuntos económicos, tiene que tener mano libre en el Este, así como en el
Sudeste.”[177] Es característico
que varios historiadores norteamericanos, al elaborar su concepción de estos
acontecimientos, callan “por comodidad” (en particular, T. Taylor) el hecho
mismo de las negociaciones anglo alemanas realizadas a espaldas de la URSS.
El final es conocido. El 22
de agosto de 1939, Doumenc declaró al jefe de la misión militar soviética que
no había recibido de su gobierno una respuesta positiva a la “cuestión cardinal
fundamental” ni poderes “para firmar un convenio militar”. No obstante,
reconoció que no sabía nada acerca de las posiciones de los gobiernos rumano,
polaco e inglés.[178] De esta
manera, no hubo respuesta en realidad a la cuestión cardinal. Las potencias
occidentales llevaron las negociaciones a un estancamiento. La Unión Soviética
realizó una lucha firme y consecuente por la creación de un sistema de
seguridad colectiva para reprimir la agresión alemana e impedir la Segunda
Guerra Mundial, pero no todo dependía de ella. La ruptura de las
negociaciones en Moscú, por parte de Inglaterra y Francia, significaba que se
había perdido la última posibilidad de detener, mediante esfuerzos colectivos,
la invasión preparada por la Wehrmacht y de impedir la guerra. La Unión
Soviética se vio en una situación en extremo difícil. Los planes del
imperialismo internacional de asestar golpes a la URSS desde el oeste y el
Este, estaban cerca de hacerse realidad (debe tenerse en cuenta que ya entonces
las tropas soviéticas, junto con las mongolas, se habían visto obligadas a
rechazar la agresión japonesa en Asia en el río Jaljyn-Gol).
La decisión de la Unión Soviética. En esa situación amenazadora para la URSS, el Gobierno soviético decidió aceptar la propuesta de Alemania acerca de la firma de un pacto de no agresión. No son un secreto las causas de los continuados y violentos ataques de los historiadores burgueses a la firma del pacto soviético alemán de 1939 (A. Hillgruber en la RFA, G. L. Weinberg en los Estados Unidos y otros).[179] Este paso obligado permitió a la URSS alejar, por un tiempo, la amenaza militar desde el oeste; ganar, como lo demostraron los acontecimientos siguientes, casi dos años para reforzar la defensa del país, y escindir el ya formado frente antisoviético de potencias imperialistas.
La Unión Soviética definió
como neutral su actitud hacia los grupos imperialistas contendientes y lo
declaró oficialmente así. Surgió, con particular agudeza, la tarea de
garantizar las condiciones para culminar la construcción del socialismo en la
URSS y elevar la capacidad defensiva del país, para combinar así los intereses
del pueblo soviético y del movimiento revolucionario mundial. En el
cumplimiento de esta importante tarea le correspondió un significativo papel a
la política exterior. En primer lugar, se requería consolidar la seguridad de
las fronteras soviéticas, limitar la esfera de expansión de la agresión
fascista. Era imprescindible mantener a Alemania, el mayor tiempo posible,
dentro de los marcos de los compromisos de no agresión, y neutralizar la
amenaza a la Unión Soviética de parte de Japón. Este curso no sólo respondía a
los intereses de la URSS y del socialismo mundial, sino también de todos los
pueblos sometidos a la agresión fascista o bajo su amenaza.
La fortificación de sus
fronteras occidentales adquirió gran significado para la URSS. Las potencias imperialistas
y sus aliados, actuando en conjunto y por separado, entre 1918 y 1920, le arrebataron
a la joven República de los Soviets varios territorios y trataron de aplastar,
por todos los medios, el poder del pueblo. A fines de 1917 y comienzos de 1918,
las tropas de la Rumanía de los boyardos irrumpieron en los límites del País de
los Soviets y se apoderaron de Besarabia. Según las condiciones del Tratado de
Paz de Versalles (1919), a Rumanía también se le entregó Bucovina, en contra
del acuerdo de la Veche[180] popular del 3
de noviembre de 1918, el cual estipulaba su anexión a la Ucrania Soviética. En
1919, en las Repúblicas Soviéticas de Letonia, Lituania y Estonia, varios de
los intervencionistas militares extranjeros (Alemania, Inglaterra y Polonia) y
la contrarrevolución interna derrocaron con la fuerza de las armas el Poder
soviético e instauraron una dictadura burguesa de tipo fascista. En 1920, como
resultado de la guerra desatada por la Polonia burguesa terrateniente con el
apoyo de la Entente, y más tarde del Tratado de Riga (1921), Bielorrusia
Occidental y Ucrania Occidental fueron incorporadas a Polonia. Entre 1939 y
1949, esta injusticia histórica se eliminó. Los pueblos de Bielorrusia
Occidental, Ucrania Occidental, Besarabia y Bucovina Septentrional se
reunificaron con los de la URSS. Un gran acontecimiento fue la victoria de las
fuerzas revolucionarias y el restablecimiento del Poder soviético en Lituania,
Letonia y Estonia, cuyos pueblos se salvaron del yugo capitalista y de la amenaza
fascista, al entrar voluntariamente a formar parte de la URSS. A comienzos de
agosto de 1940, la séptima sesión del Sóviet Supremo de la URSS satisfizo la
solicitud de Lituania, Letonia y Estonia de ser admitidas en la URSS en calidad
de repúblicas de la Unión iguales en derechos. El Báltico dejó de ser una
cabeza de puente para la agresión de los imperialistas a la URSS.
En 1940, como resultado de
la culminación del conflicto armado soviético finés por la firma de un tratado
de paz, se fortaleció la seguridad de Leningrado y de las fronteras
noroccidentales de la URSS.[181] El pacto de
neutralidad con Japón, firmado en abril de 1941, contribuyó a garantizar la
seguridad de las fronteras soviéticas en el Lejano Oriente.
La Unión Soviética cumplía
de manera consecuente su deber internacional y reducía la expansión de la
agresión fascista. Los resultados de la lucha del Partido Comunista y del
Gobierno soviéticos por el fortalecimiento de las posiciones internacionales y
la seguridad del Estado soviético, tuvieron gran importancia para la solución
de las principales tareas de política exterior entre 1939 y 1941 y, en un plazo
más largo, para la derrota de los agresores.
Por la intensidad y las
proporciones de la mentira pseudocientífica sustentada en Occidente alrededor
de las acciones de la política exterior de la URSS entre 1939 y 1941, los
investigadores soviéticos señalan, con razón, que este período no tiene igual
en los intentos de la ideología burguesa por difamar la historia de la Unión
Soviética.[182]
Los historiadores y los
propagandistas reaccionarios divulgan, de manera más activa, el mito de la
“confabulación” de la URSS con la Alemania hitleriana. Los autores de la obra
germanoccidental oficial El Imperio alemán y la Segunda Guerra Mundial [Das Deutsche Reich und der zweite
Weltkrieg] escriben, por ejemplo, no acerca de la agresión alemana,
sino de la “agresión germano soviética a Polonia” en septiembre de 1939.[183] F. Pogue, de
los Estados Unidos, intenta demostrar que la URSS, al concertar un pacto de no
agresión con Alemania, “se colocaba junto a Hitler”.[184] En 1979, esas
invenciones fueron apoyadas por los inspiradores ideológicos de la
contrarrevolución polaca, por los agentes de los servicios de inteligencia
imperialistas, apostados en Koskor y en la dirección del tan cacareado
sindicato “Solidaridad” [Solidarnosc].
Interpretan la liberación de Bielorrusa Occidental y de Ucrania Occidental
como una “anexión soviética”, y se igualan la agresión bandidesca de Alemania
a Polonia —lo cual condujo a la liquidación de la independencia nacional de
esta última— y la campaña de liberación del Ejército Soviético de un territorio
arrebatado por la fuerza a la Rusia Soviética y que en ese momento ya se
encontraba bajo la inminente amenaza de ocupación hitleriana.[185]
Incluso en el presente están
muy difundidas las invenciones de la “ayuda económica”, que prestó, al parecer
la URSS a Alemania en la guerra contra Inglaterra y Francia entre 1939 y 1940;
ante todo, “mediante el suministro de
petróleo”. En este sentido es necesario
señalar lo siguiente: la base de las relaciones económicas entre la URSS y
Alemania, era el acuerdo de crédito comercial del 19 de agosto de 1939 y el
acuerdo económico del 11 de febrero de 1940, mediante los cuales se establecía
que la URSS exportaría materia prima y Alemania suministraría a la Unión
Soviética artículos industriales, entre éstos había algún armamento, elemento
este que estaba en correspondencia con los intereses de fortalecer la
capacidad defensiva de la URSS. Como ejemplo, podemos citar que la Unión Soviética
logró comprar prototipos de los aviones Messerschmitt-109, Junkers-88 y Dornier-215, lo cual contribuyó a revelar el
nivel técnico de la aviación alemana. El constructor de aviones soviético A. S.
Yákovlev, quien por una tarea planteada por el Gobierno estudió la industria de
aviación alemana, recuerda que después de informar en noviembre de 1940 a J. V. Stalin acerca del estado de dicha aviación,
éste le dijo: “Organice el estudio de los aviones alemanes por nuestros
hombres. Compárenlos con los nuevos que tenemos. Aprendan a batirlos.”[186]
En una compilación de
artículos —publicada en la RFA, en 1977, bajo la redacción de los historiadores
F. Forstmeier (ex jefe del servicio de historia militar del Bundeswehr) y H. E.
Volkmann (uno de los principales autores de la obra oficial El Imperio
alemán y la Segunda Guerra Mundial)—
se señala: “En las relaciones comerciales, la URSS demostró ser consecuente de
sus propios intereses económicos, militares y una contraparte negociante tenaz,
intransigente; perseguidora consecuente de sus intereses económicos, militares
y comerciales. La opinión que se manifiesta con frecuencia, durante las
investigaciones, acerca de ‘un apoyo esencial’ a la economía de guerra alemana,
por parte de los suministros soviéticos parecen no tomar en cuenta, además, el
tipo y el volumen de los contraservicios exigidos por la URSS y prestados por
Alemania... Cuando, por ejemplo, 11 meses más tarde [en diciembre de 1940], V. M. Molotov expresó su consentimiento de
cumplimentar los deseos alemanes de aumentar los suministros de cereales en un
10 %, lo había condicionado a la premisa de una adecuada elevación de las
cuotas de importación de aluminio y cobalto —es decir, a los suministros de
productos semielaborados—, de los cuales también había escasez en el Tercer
Reich. En contrapartida
a las cantidades de materias primas adicionales que deseaba la parte
alemana, la URSS no sólo exigió máquinas herramienta o camiones, sino también
material bélico.”[187] En lo
referente al petróleo, en un informe secreto —elaborado en enero de 1940 por el
Subcomité de Planificación del Comité de Jefes de Estados Mayores de
Inglaterra— se señalaba que del volumen total de importación de petróleo por
Alemania, de 523 000 toneladas en los primeros tres meses de la guerra, los
suministros de la URSS no sobrepasaron las 9 000 toneladas. En otras palabras,
menos del 2 % de la importación alemana.[188] Es decir, el
mito de la “confabulación” de la URSS con Alemania queda refutado por
documentos también existentes en Occidente, pero la propaganda antisoviética
ignora esos documentos y valoraciones, con lo cual siembra animadversión y odio
hacia el país del socialismo.
El historiador
germanoccidental H. Härtle considera, como una de las “pruebas” de la
denominada “agresividad” de la URSS, la interpretación que él mismo hace de los
resultados de las conversaciones germano soviéticas de noviembre de 1940,
durante las cuales la URSS exigía, según él, reconocer “Turquía, Rumanía,
Bulgaria y Finlandia como esfera de la influencia soviética”.[189] El periódico The
New York Times publicó, el 30 de diciembre de 1979, que en noviembre de
1940, durante las conversaciones soviético alemanas en Berlín, el Gobierno soviético
había insistido en ampliar su influencia hasta los estrechos del mar Negro y
hacia el océano Índico. Tal interpretación de estas conversaciones está
calculada para desinformar al lector. En esas conversaciones, la URSS adoptó
una posición totalmente contraria.
La diplomacia alemana
preparaba un proyecto de acuerdo entre los participantes de un pacto tripartito
y a la Unión Soviética se le propuso adherirse a una declaración que
delimitaba sus “aspiraciones territoriales”. La delegación soviética rechazó,
de manera decidida, la proposición de la dirección fascista. El rechazo de
principio de la URSS al análisis del programa hitleriano de “delimitación de
las esferas de influencia”, su intransigencia a la ampliación de la expansión
fascista, demostraron a la dirección nazi que la URSS no se sometía a las
maniobras de diversionismo y que no alimentaba ilusiones en el sentido de las
verdaderas intenciones de Alemania. En su “testamento político”, Hitler
escribió que después de la partida de la delegación soviética había decidido
“ajustarle las cuentas a Rusia”. Para entonces ya se llevaba a cabo, en gran
escala, la preparación directa de una agresión a la URSS.[190] Esa es la
verdad de la historia.
El principal resultado de la
política exterior de la URSS en el primer período de la Segunda Guerra Mundial,
consistió en que la Unión Soviética logró impedir ser arrastrada a la guerra,
ganó un aplazamiento de casi dos años, el cual tuvo importantísimas
consecuencias internacionales. Para el momento del ataque hitleriano a la URSS,
el Partido Comunista y el Gobierno de la Unión Soviética no sólo habían logrado
terminar con el aislamiento en la política exterior —aislamiento en que se
encontraba la Unión Soviética como resultado de la confabulación, apoyada por
los Estados Unidos, de Inglaterra y Francia con los Estados fascistas en
Múnich—, sino también destruir ese frente antisoviético y crear las premisas
para agrupar en una coalición antifascista a los Estados y los pueblos de los
países más grandes del mundo: la URSS, los Estados Unidos e Inglaterra.
Los frutos de la política de
“pacificación”
Hacia el comienzo de la
Segunda Guerra Mundial, China, Etiopía, España, Austria, Checoslovaquia y
Albania ya eran víctimas de los agresores. Muchos otros países de Europa, Asia
y África dependían del bloque fascista militarista; pero éstos sólo eran los
primeros frutos de la criminal política de pacificación de los agresores, la
cual llevaban a cabo los círculos gubernamentales de Inglaterra, Francia y los
Estados Unidos.
La traición de los aliados occidentales a Polonia. Al amanecer del 1o de septiembre de 1939, la Alemania hitleriana desencadenó la agresión armada contra Polonia. La aviación alemana asestó inesperados golpes masivos a los aeropuertos, los centros de comunicación ferroviaria, los grandes centros administrativos e industriales de Polonia. Potentes agrupaciones terrestres de la Wehrmacht, después de destruir mediante cuñas de tanques la defensa polaca, se precipitaron hacía lo profundo del país en dirección a Varsovia desde el norte, el oeste y el sur, a partir de Prusia, Alemania Oriental y Eslovaquia.
El 8 de septiembre, los fascistas habían logrado llegar
hasta los accesos de la ciudad y, dos días después, la rodearon por completo...
A pesar de los bárbaros
bombardeos y del fuego de artillería masivo, la guarnición y los habitantes de
la capital polaca ofrecieron al adversario una heroica resistencia durante 20
días, pero las fuerzas eran desiguales. En los primeros días de octubre cesaron
las acciones combativas en el territorio de Polonia. La Alemania hitleriana
obtuvo recursos industriales y materias primas adicionales y una cómoda cabeza
de puente para la ulterior ampliación de la agresión al Este.
El día de la agresión armada
de Alemania a Polonia entró en la historia como el primer día de la Segunda
Guerra Mundial.
El 3 de septiembre de 1939
—comprometidos ante el Estado polaco por pactos de alianza, así como por
pactos que le ofrecían garantías de independencia y seguridad—, los gobiernos
de Inglaterra y Francia declararon la guerra a Alemania; pero a ellos no les
preocupaba el destino del pueblo polaco.
La manifiesta pasividad de
los gobernantes de Inglaterra y Francia, el no cumplimiento de los compromisos
adquiridos referentes a prestar ayuda a Polonia en caso de una agresión
alemana, se manifestaron con tanta claridad que este hecho no lo niega ninguno
de los historiadores occidentales. No obstante, han elaborado toda una serie
de “argumentos”, llamados a justificar de alguna manera la postura adoptada por
la coalición anglo francesa. Muchos sostienen la versión de que Inglaterra y
Francia no estaban en condiciones, en septiembre de 1939, de oponer resistencia
armada a la Alemania fascista y prestar ayuda a su aliada Polonia. Los profesores
norteamericanos H. Bragdon y S. MacCutchen escriben: “Dos días después de que
los ejércitos de Hitler invadieron Polonia, Gran Bretaña y Francia, abandonando
por fin la pacificación, declararon la guerra a Alemania. No obstante, los
británicos y los franceses no pudieron ayudar a los polacos. No tenían
suficientes fuerzas terrestres para invadir Alemania, ni suficientes
bombarderos para atacar desde el aire.”[191]
Sin embargo, semejantes
afirmaciones no son más que una mentira intencionada, destinada a justificar la
traición de los aliados occidentales a Polonia. A comienzos de septiembre de
1939, la correlación de fuerzas y los medios en tierra y aire, y aún más en el
mar, estaba a favor de Inglaterra y Francia.
El historiador
germanoccidental M. Freund cita el siguiente reconocimiento del jefe del
Estado Mayor de la Dirección Operativa de la Wehrmacht, A. Jodl: “Y si no nos
desmoronamos ya en el mismo 1939 sólo se debe a que las casi 110 divisiones
francesas e inglesas en el oeste se mantuvieron, durante toda la campaña de
Polonia, completamente inactivas frente a las divisiones alemanas.”[192]
El historiador inglés N.
Fleming en su libro Agosto de 1939 [August 1939], dedicado al comienzo de la Segunda Guerra
Mundial, pinta un cuadro bastante convincente de la traición a Polonia por
parte de las potencias occidentales. Señala que la aviación inglesa comenzó, a
partir del 3 de septiembre de 1939, a realizar una operación con la
denominación codificada “Nickels”, cuyo objetivo no consistía en asestar golpes
al agresor, sino en distribuir octavillas de propaganda en Alemania; que
tampoco el Gobierno de los Estados Unidos salió en defensa de Polonia y sólo se
limitó a hacer un llamado a Hitler para que “manifestara humanidad”.[193] Al mismo
tiempo, N. Fleming trata de explicar la inacción de Inglaterra y Francia con el
hecho de que se encontraban “dominados por el pensamiento defensivo” y,
“movidos por motivos humanitarios”, no deseaban causar “inevitables bajas entre
los civiles alemanes”.[194]
Sin embargo, la causa real
de la inacción de los círculos gubernamentales de Inglaterra y Francia durante
la guerra germano polaca no radicaba en esto, sino en sus orientaciones políticas,
establecidas aun antes del comienzo de la guerra germano polaca. Polonia fue
sacrificada conscientemente a los hitlerianos en aras del plan, madurado hacía
tiempo, de llevar a la Wehrmacht germano fascista hasta las fronteras de la
URSS, de facilitarle el desarrollo de la agresión antisoviética. Evidencias de
lo antes dicho son los insistentes intentos de Francia e Inglaterra de regular
las contradicciones con Alemania mediante acuerdos a costa de los intereses de
otros países y el fracaso provocado por ellos de las Conversaciones de Moscú en
el verano de 1939. Esas y otras acciones de las “democracias” occidentales y
la política antisoviética de los círculos gubernamentales polacos, convencieron
a los nazis de que la conquista de Polonia no provocaría una reacción
peligrosa. El 31 de agosto de 1939, el Jefe del Estado Mayor General de las
tropas terrestres de la Wehrmacht, hizo la siguiente anotación en su diario:
“El Führer está tranquilo... Cuenta con que los franceses y los ingleses no
irrumpirán en el territorio de Alemania.”[195] Ese pronóstico
se basaba en la disposición, expresada en reiteradas ocasiones por los
“pacificadores”, de lograr una alianza con el fascismo con el objetivo de
luchar juntos contra la URSS. Ni Inglaterra, ni Francia, ni los Estados Unidos
adoptaron las medidas necesarias para impedir la ofensiva de la Alemania
fascista hacia el Este, hacia las fronteras de la URSS.
Muy lejos de la verdad está
la versión de W. Hubatsch (RFA) y de otros historiadores y publicistas
reaccionarios, quienes plantean que los hitlerianos, después de la agresión a
Polonia, estaban dispuestos al parecer a establecer la paz con Inglaterra y
Francia.[196] Ellos no
pensaban en la paz, sino en la continuación de las conquistas en Europa. En
octubre de 1939, inmediatamente después de la caída de Polonia, comenzó la
redislocación, desde el Este hacia el oeste, de los Estados Mayores de las
Agrupaciones de Ejércitos “Norte” y “Sur” y de seis ejércitos de campaña, así
como de grandes unidades de combate. A comienzos de noviembre, el número de
divisiones alemanas en el Frente Occidental se incrementó hasta el número de
96.[197] El 19 de
octubre, el Estado Mayor General de las tropas terrestres de Alemania emitió
una directiva acerca de la preparación de las tropas para la ofensiva contra
Holanda, Bélgica, Luxemburgo y Francia, con el fin de aniquilarlos en una
“guerra relámpago”.[198]
Las hipócritas declaraciones
del Gobierno hitleriano, en el otoño de 1939, acerca de la aspiración de paz
sólo sirvieron como pantalla para el ya iniciado despliegue de las fuerzas alemanas
en Occidente; como un medio de adormecer la vigilancia de las naciones
destinadas a ser nuevas víctimas de la agresión. Además, la Alemania fascista
exigía de Inglaterra y Francia el reconocimiento de todas las conquistas
alemanas realizadas hasta el momento en Europa y el reparto de los dominios
coloniales. Para los imperialistas de las potencias occidentales la aceptación
de esas exigencias habría significado la pérdida de sus posiciones de grandes
potencias y la renuncia voluntaria a una gran parte de las fuentes de materias
primas, mercados y esferas de inversión de capital, conquistados por ellos
antes. No podían hacer semejantes concesiones; pero de todas maneras, los
círculos gubernamentales de Inglaterra y Francia no perdieron durante mucho
tiempo las esperanzas de llegar a una transacción con el imperialismo alemán,
de debilitarlo con ayuda de manos ajenas mediante la desviación de las
aspiraciones de la maquinaria bélica hitleriana de occidente hacia los países
balcánicos, escandinavos y la Unión Soviética. El comandante en jefe de las
Fuerzas Armadas de Francia, M. Gamelin, escribió en sus memorias que uno de
los objetivos de la coalición anglo francesa consistía en “oponer los intereses
de Alemania a los... de la URSS”.[199]
La guerra extraña. El período de manifiesta inacción de las tropas anglo francesas después de la declaración de guerra de Inglaterra y Francia a Alemania y hasta el ataque de las tropas germano fascistas a Occidente en mayo de 1940, recibió en la historiografía burguesa la denominación de “guerra extraña” o “guerra sedentaria”.
Muchos historiadores
occidentales constatan que, en el período de la “guerra extraña”, los círculos
gubernamentales anglo franceses, por una parte, no realizaron una lucha activa
contra Alemania y, por otra, se ocuparon de elaborar planes de guerra contra la
Unión Soviética. De acuerdo con la concepción del historiador inglés A. Taylor,
el Gobierno inglés no efectuó ningún tipo de acciones contra Alemania a causa
de una valoración “errónea” del estado de la economía alemana. Afirma que la
dirección político militar de Inglaterra, después de la derrota de Polonia,
creía que Alemania ya estaba “exhausta” y pronto “se desplomaría sin seguir
combatiendo”.[200] En lo
concerniente a los planes de agresión de Inglaterra y Francia contra la URSS,
estaban provocados por la aspiración de quitar a Alemania “los suministros de
petróleo procedentes del Cáucaso” y “para ayudar a Finlandia”.[201] Otros muchos
historiadores burgueses de Occidente también sustentan un punto de vista
análogo.
En realidad, la causa
fundamental de la “guerra extraña” en el continente europeo y de los planes de
intervención anglo francesa contra la URSS, era el antisovietismo —inveterado y
catastrófico para los intereses nacionales de Inglaterra y Francia— de los
círculos gubernamentales, los cuales aún continuaban confiando en llegar a un
acuerdo con la Alemania fascista a expensas de la URSS. Con este objetivo, de
septiembre de 1939 a abril de 1940 efectuaron, según datos incompletos, no
menos de 160 encuentros y conversaciones con los hitlerianos a diferentes
niveles de representación.[202]
Los entonces dirigentes de
la coalición anglo francesa para forzar un compromiso con Alemania, construían
diferentes variantes para una campaña bélica con ella, contra la URSS. Ésta
fue la última y más aventurerista apuesta en la estrategia de los
“muniquenses”. Los historiadores burgueses contemporáneos intentan presentar
los planes de esa campaña como una “quimera”.[203] Los documentos
evidencian que eso estuvo muy lejos de ser así. Se había determinado utilizar
tropas inglesas y francesas para asestar dos golpes: en el norte, en la
dirección de Leningrado y Múrmansk, y en el sur, contra la industria petrolera
soviética en el Cáucaso y la Marina de Guerra soviética en el mar Negro. Los
cálculos se reducían a que la Alemania fascista daría un “paso natural” y
golpearía las regiones centrales de la Unión Soviética. Al mismo tiempo, había
fundadas esperanzas en las aspiraciones antisoviéticas de los militaristas
japoneses y en arrastrar a Japón a la guerra, para atenazar a la URSS entre dos
frentes.[204]
Los preparativos bélicos de
los círculos gubernamentales de Inglaterra y Francia contra la URSS, causaron
un inmenso perjuicio militar y político a esas naciones, distrajeron su
atención del golpe preparado por la Wehrmacht. “El espíritu de cruzada
—describía la situación de entonces en Francia, Inglaterra y los Estados
Unidos, el periodista francés H. de Kerillis— soplaba con toda su furia... no
había más que un grito: ‘¡Guerra a Rusia!’... Quienes habían preconizado la
inmovilidad detrás de la línea Maginot pedían que se enviara un ejército para
combatir hasta el polo Norte... En este momento, el delirio anticomunista
alcanzó su paroxismo y tomó formas epilépticas.”[205]
La actividad antisoviética
de los gobiernos de Inglaterra y Francia era bien conocida por los dirigentes
de la Alemania fascista. En una información para la Dirección de Política
Exterior del partido fascista, elaborada por la inteligencia política alemana
se indicaba el 3 de mayo de 1940: “Desde el comienzo de la guerra, se ha
incrementado la actividad de los Estados enemigos con relación a la Unión
Soviética. Prestan a esa cuestión extrema atención, han planteado la consigna
de ‘Liberación del yugo de Moscú’... La actividad de París y Londres se
manifiesta, por ejemplo, en la creación de un gobierno de la denominada
‘República Nacional Ucraniana’..., en la creación de una legión ucraniana en
Francia y de unidades nacionales de caucasianos en el ejército del general M.
Weygand.”[206] Sin dudas, tal
información fortalecía la confianza de la dirección hitleriana en que las
potencias occidentales, ocupadas en los preparativos bélicos antisoviéticos,
no prestaban la suficiente atención a la preparación para la defensa, lo cual
facilitaría su derrota.
El 9 de abril de 1940, las
tropas hitlerianas irrumpieron en Noruega y Dinamarca. La coalición anglo
francesa demostró de nuevo —como había sucedido en el caso de Polonia— su falta
de voluntad para enfrentarse, de manera decidida, a la ampliación de la
agresión germano fascista. Los círculos influyentes de Londres y París
consideraban que la conquista de Escandinavia desviaría, por una parte, la
atención de los hitlerianos del Frente Occidental y, por otra, los acercaría a
las fronteras de la Unión Soviética. En 1940, W. Churchill dijo: “Tenemos más
que ganar que perder con un ataque alemán contra Noruega y Suecia.”[207]
En el período de la
operación de las tropas germano fascistas contra Dinamarca y Noruega (su
denominación codificada era “Weserübung”), la coalición anglo francesa
desembarcó, entre el 14 y el 18 de abril, en varios puertos de Noruega central
y septentrional tropas poco numerosas, cuyas acciones sólo resultaron, en la
práctica, una operación limitada. Estas tropas abandonaron a comienzos de mayo
Noruega central y a comienzos de junio de 1940, Noruega septentrional. En poder
de los hitlerianos se encontraba una importante y estratégica cabeza de puente
para llevar a cabo la guerra en el norte de Europa, tanto contra la Unión
Soviética como contra los países occidentales.
El cálculo de los líderes de
la coalición anglo francesa de que la lucha por Escandinavia desviaría la
atención del mando alemán de un enfrentamiento con ellos en Occidente, resultó
inconsistente.
La derrota de la coalición
anglo francesa. En 10 de mayo de 1940, la Wehrmacht
desencadenó la ofensiva en Europa Occidental. La campaña en Escandinavia no
impidió a Alemania concentrar una potente agrupación en el occidente. Antes de
la ofensiva, esa agrupación estaba formada por 3 300 000 hombres, 136
divisiones, 2 580 tanques y 3 824 aviones. En el Frente Nororiental se le
oponían las fuerzas de Francia, Inglaterra, Bélgica y Holanda, que contaban
con 3 785 000 hombres, 147 divisiones, 3 099 tanques y 3 791 aviones.[208] De esta
manera, la ventaja general en fuerzas estaba a favor de los ejércitos aliados.
No obstante, es un hecho que esta ventaja no fue aprovechada por ellos. El 14
de mayo capituló Holanda; el 28 de mayo, Bélgica. El 22 de junio, los
representantes del Gobierno de Francia firmaron la capitulación en el bosque de
Compiégne, en el mismo vagón-salón donde el mariscal Foch dictó 22 años antes
las condiciones del armisticio a la Alemania derrotada en la Primera Guerra
Mundial. Se preveía pasar dos tercios del territorio francés bajo el control de
las autoridades alemanas de ocupación, se comprometían a correr con todos los
gastos de mantenimiento de las tropas alemanas de ocupación, y aceptaban la
desmovilización y el desarme de las fuerzas armadas francesas.
Como resultado de la campaña
de los hitlerianos en 1940, la alianza militar anglo francesa no llegó a
existir ni un año; sufrió una derrota completa. Esto coadyuvó a los ulteriores
éxitos del bloque fascista. Sus fuerzas armadas ocuparon, en la primavera de
1941, Yugoslavia y Grecia; se apoderaron de la isla de Creta, y comenzaron
operaciones de conquista en África Nororiental.
En la historiografía
occidental, a la derrota militar de Francia en 1940, que ha recibido la
denominación de “batalla por Francia”, se han dedicado no pocas obras de
diferente carácter. En la mayoría de esas obras, los historiadores burgueses
tratan de reducir las causas de la derrota de Francia a la superioridad de la
estrategia alemana de la “guerra relámpago” [Blitzkrieg] sobre la estrategia defensiva de Francia. El
historiador militar germanoccidental F. Ruge afirma que el destino de la
campaña en Occidente estaba predecidido por “la sorpresa operativa y táctica,
así como por la correcta utilización de las nuevas armas técnicas”.[209] El historiador
norteamericano J. Clarke también considera que en el desenlace de la “batalla
por Francia”, “el hecho más importante era la concentración de tanques y vehículos
alemanes en las divisiones blindadas y en los cuerpos blindados”. Explica la victoria
de las tropas germano fascistas por el exitoso plan estratégico de la agresión
a Francia, el cual puso en práctica “sus teorías [de Guderian], concebidas
desde tiempos atrás, acerca de los blindados al dirigir el avance alemán hacia
el mar”.[210] Así, el
desarrollo de la lucha armada en Occidente se presenta como un triunfo de la
Wehrmacht germano fascista, y las causas de la derrota de Francia se reducen a
deficiencias del arte militar de sus generales.
El factor militar desempeñó,
claro está, un importante papel en la derrota de la coalición anglo francesa.
En la campaña en Europa Occidental, el mando germano fascista logró ejecutar
la estrategia de la guerra relámpago mediante una cuidadosa preparación y la
sorpresa del ataque sobre el adversario, así como por el empleo masivo de los
tanques y la aviación. La agrupación fundamental de las tropas germano fascistas
salió, después de haberse abierto camino a través de las Ardenas belgas sin
haber encontrado ningún obstáculo, a la retaguardia del grueso fundamental de
las tropas anglo francesas, las cuales se desplazaban hacia el norte de
Bélgica, donde —según presuponía erróneamente el mando anglo francés— el
adversario debía asestar el golpe principal.
El 20 de marzo, los tanques
alemanes alcanzaron La Mancha, con lo cual dividieron en dos el frente de los
aliados occidentales y los colocaron, de hecho, en una situación en extremo
difícil. En un informe al Ministro de Guerra, el general francés Gamelin
escribió en esos críticos días: “La aparición de las grandes unidades blindadas
alemanas, con sus posibilidades de realizar amplias rupturas, fue el mayor
hecho estratégico de esos días. El empleo masivo y brutal que hizo el enemigo
de ellas paralizó todos los intentos de cerrar las brechas, hizo saltar en
numerosas ocasiones las filas tendidas sucesivamente para detenerlo. Los
intentos para frenarlo no podían efectuarse con la velocidad necesaria, por
falta de suficientes formaciones mecanizadas.”[211] Después de
haber destruido los planes de la defensa estratégica del enemigo y de haberlo
derrotado en el norte, las tropas alemanas viraron, a comienzos de junio, el
frente hacia el sur, rompieron la improvisada defensa creada por los franceses
en la línea de los ríos Somme y Aisne y salieron a la retaguardia de la línea
Maginot, considerada inexpugnable. Su caída se convirtió en el símbolo de la
total derrota de la Tercera República Francesa.
Sin embargo, no es lícito
reducir las causas de la derrota de la coalición anglo francesa al factor
militar. Su derrota estaba predeterminada, ante todo, por la reaccionaria
política exterior de las potencias occidentales. Su política de concesión ante
los agresores fascistas, la negativa a apoyar las iniciativas soviéticas
encaminadas a la creación de un sistema de seguridad colectiva, la abierta
traición a los pueblos de Checoslovaquia y Polonia, la elaboración de planes de
agresión antisoviética en el período de la “guerra extraña”: todo esto impidió
la formación de una alianza de Estados, que habría podido cortar la agresión de
los países del bloque fascista. La aspiración de la dirección anglo francesa de
llegar a un arreglo con las naciones fascistas sobre una base antisoviética,
condicionó la estrategia pasivamente expectante de los aliados occidentales, cuyo
resultado fue darle al adversario, de manera
voluntaria, la iniciativa estratégica.
Uno de los factores que
coadyuvaban al éxito militar de los hitlerianos en Occidente en 1940, era la
falta de solidez de la coalición anglo francesa, la cual no resistió las
pruebas de la guerra. Los círculos gubernamentales de Inglaterra, dueños del
liderazgo en la alianza militar con Francia, de acuerdo con su vieja tradición
contaban con realizar la contienda con manos ajenas. Contra la Alemania
fascista destacaron un número relativamente pequeño de tropas terrestres y de
aviación en el continente. Cuando surgió una situación peligrosa a causa de la
ruptura de los tanques alemanes a través de las Ardenas belgas hacia La Mancha,
la dirección político militar de Inglaterra le negó a su aliado ayuda
complementaria de fuerzas y medios, con lo cual lo abandonó de hecho a su
propia suerte. Ya el 19 de mayo, el mando inglés comenzó a elaborar
secretamente un plan para evacuar sus tropas expedicionarias a las islas británicas;
ese plan recibió la denominación codificada “Dinamo”. El 27 de mayo, el plan
fue puesto en marcha. Hasta el 4 de junio, a través del puerto de Dunkerque y
de la costa adyacente se trasladaron más de 330 000 soldados ingleses hacia las
islas británicas.
Varios historiadores, en
particular ingleses, intentan presentar la evacuación de las tropas inglesas
como una inteligente maniobra estratégica. Según P. Galvocoressi y G. Wint, la
evacuación desde Dunkerque “fue un triunfo para la Marina de Guerra británica”.[212] Aún más
categórico es F. Grossmith, quien afirma que “en Dunkerque, Alemania perdió la
guerra” e Inglaterra “se garantizó esa libertad del hitlerismo y de la
esclavitud”.[213]
Pero en primer lugar, es un
hecho que la evacuación de las tropas inglesas de Francia le facilitó, de
manera considerable, la guerra en el Este al mando alemán. Por una parte,
permitió a los hitlerianos liberar rápidamente las fuerzas que actuaban en el
nordeste de Francia para la ofensiva hacia el interior del país en la dirección
sur, donde el mando francés aún podía haber organizado una defensa estable, si
hubiera dispuesto de tiempo suficiente y, por otra, incrementó el estado de
ánimo derrotista de los círculos gubernamentales de Francia y, con ello,
facilitó que del poder se apoderaran elementos abiertamente inclinados a la
capitulación, encabezados por Petain y Laval, quienes no disimulaban sus
intenciones de concertar la paz con la Alemania fascista.
En segundo lugar, la
evacuación de los soldados y los oficiales ingleses a través de Dunkerque,
quienes dejaron su armamento en manos del enemigo (entre ellos, 700 tanques),
no se valoró de manera simple ni siquiera en la misma Inglaterra. En sus
memorias, W. Churchill señaló la debilidad de las tropas inglesas después del
“milagro de Dunkerque”: “Se sabía que nuestros ejércitos que estaban en casa
[Gran Bretaña] se encontraban casi desarmados, con excepción de los fusiles...
Debían pasar meses antes de que nuestras fábricas pudieran producir siquiera
las municiones que se perdieron en Dunkerque.”[214]
Al referirnos a las causas
de la derrota de Francia debe señalarse que una de ellas fue la reaccionaria
política interna de sus círculos gubernamentales, los cuales —como señaló el
destacado miembro del Partido Comunista Francés, E. Fajon— “habían sacrificado
la defensa nacional y la seguridad colectiva para complacer a una casta de
privilegiados, reaccionarios y derrotistas”.[215] Emplearon la
declaración del estado de guerra en septiembre de 1939 para limitar lo más
posible la ya reducida democracia burguesa, para declarar ilegal el Partido
Comunista Francés y otras organizaciones similares, y para destruir los
sindicatos progresistas. El historiador inglés A. Adamthwaite se refiere “a la
ausencia de unidad nacional en Francia”,[216] pero calla que
el Gobierno francés, al manifestarse a favor de un arreglo con la Alemania
fascista sobre una base antisoviética, no adoptó ningún tipo de medidas para
cortar la actividad de los elementos y las organizaciones proalemanes dentro
del país. El miedo a que la lucha de los patriotas franceses contra el fascismo
pudiera convertirse en una lucha por transformaciones revolucionarias, privó a
los círculos gubernamentales franceses de la capacidad para dirigir la nación.
La atención principal: hacia
el Este. Después de la capitulación de Francia, el primer y principal objetivo
de los estrategas alemanes fue la preparación directa de la guerra contra la
Unión Soviética. Su segundo objetivo consistía en obligar a Inglaterra, ya sin
aliados, a concertar una paz ventajosa para Alemania. El 30 de junio, varios
días después de haberse concluido los combates en Francia, en el diario del
jefe del Estado Mayor General de las tropas terrestres F. Halder, apareció la
siguiente anotación: “Con la vista fijada con firmeza hacia el Este... Inglaterra
aún requerirá posiblemente de una demostración de nuestro poderío militar,
antes de que ceda y nos deje las espaldas libres para ocuparnos del Este.”[217]
El 16 de julio, el Mando
Supremo de la Wehrmacht dictó una directiva acerca de la preparación de la
operación para la irrupción de las tropas germano fascistas en Inglaterra, la
cual recibió la denominación codificada de “León Marino” [Seelöve].
Sobre
la base de esa directiva se elaboró rápidamente el plan de la operación y
comenzó la preparación de las tropas alemanas dislocadas en Europa Occidental,
para su realización. “Los puertos franceses, belgas y holandeses estaban atestados
de embarcaciones de todo tipo. Los ejercicios de embarque y desembarque
proseguían sin descanso.”[218] Dos meses después
de la evacuación de las tropas inglesas de Dunkerque, la dirección de la
Alemania fascista tomó un nuevo acuerdo: a la vez que continuaban una preparación demostrativa para la
operación “León Marino”, comenzar los bombardeos de las ciudades inglesas
mediante las fuerzas de la aviación alemana.
El 13 de agosto de 1940
comenzó la ofensiva aérea de los hitlerianos contra Gran Bretaña. La aviación
de caza inglesa y otros medios de la defensa antiaérea entraron en la lucha que
le habían impuesto y que alcanzó su apogeo a mediados de septiembre de 1940.
Más tarde, el mando alemán, a causa de las grandes pérdidas de aviones[219] sobre
Inglaterra, se vio obligado a renunciar a las incursiones aéreas por el día y
a limitarse a los bombardeos nocturnos de los centros industriales ingleses.
El cálculo de los hitlerianos de destruir la moral de pueblo inglés resultó
injustificado.
No obstante, es erróneo
considerar que era Inglaterra y no la URSS el objetivo fundamental de los
intentos agresivos de los hitlerianos en 1940; que la “Batalla de Inglaterra”
fue “una de las funestas batallas de la historia”, la victoria decisiva de la
Segunda Guerra Mundial, que obligó a Hitler a renunciar a realizar la operación
“León Marino”;[220] que la “derrota”
de la Wehrmacht fascista en la “Batalla de Inglaterra” obligó a Alemania a
dirigir el frente contra el Este para destruir la URSS, la cual, digamos, era
“el ‘caballo de batalla’ de Inglaterra en el continente”.[221]
La defensa antiaérea de Gran
Bretaña supo rechazar realmente a la aviación fascista. La población dio
muestras de firmeza y valor; pero la negativa del mando alemán de desembarcar
en las islas británicas la explicaba, en primer lugar, la concentración del
máximo de fuerzas para la guerra contra la URSS, principal obstáculo en el
camino de los agresores hacia la hegemonía mundial. F. Hesse, ex diplomático
alemán especializado entonces en la solución del “problema inglés”, cita en
sus memorias el siguiente hecho. En el otoño de 1940, el alto mando de la
Luftwaffe preparó la orden acerca del traslado, desde Polonia a Flandes, de
las fuerzas aéreas previstas para la campaña contra la URSS, y aseguró a Hitler
que con la ayuda de éstas era posible quebrar la voluntad de Inglaterra a la
resistencia. Sin embargo, Hitler no firmó la orden sobre la base de que “nadie
que no fuera él estaba autorizado a disponer de las fuerzas aéreas destinadas
para ese fin [la campaña contra la URSS.—El autor]”.[222]
Después de la derrota de
Francia, la atención fundamental del Estado Mayor General fascista se centró
en la preparación del ataque bandidesco a la Unión Soviética, previsto
inicialmente para comenzarse en el otoño de 1940. A fines de julio de 1940,
Hitler, siguiendo el consejo de sus generales, pospuso la campaña en el Este
hasta la primavera de 1941, con el fin de una preparación más consistente para
la agresión antisoviética.[223] El 31 de
julio, el general F. Halder anotó en su diario las siguientes palabras del
Führer: “Si Rusia es derrotada, entonces habrá fenecido la última esperanza de
Inglaterra. La dueña de Europa y los Balcanes es, pues, Alemania... Rusia debe
ser destruida. Primavera de 1941... Camuflaje: España, África del Norte e
Inglaterra.”[224]
Aquí es necesario detenerse
en la denominada “guerra preventiva” de Alemania contra la URSS, la cual
circula entre los historiadores con puntos de vista antisoviéticos
extremadamente reaccionarios. U. Walendy, W. Glasebock, E. Helmdach (RFA) y
otros presentan las medidas de la URSS para el fortalecimiento de sus
fronteras en la década del 30 como la preparación para una irrupción en Europa
Central. El general norteamericano M. MacCloskey, quien actúa en el papel de
historiador militar, afirma que “Hitler, combatiendo a los británicos en Occidente,
no podía aceptar la expansión rusa”.[225] El historiador
inglés D. Irving notifica de informes míticos de los servicios de inteligencia
que evidenciaban “que los rusos iban a invadir Alemania”.[226] Una versión
análoga también la utilizan algunos historiadores japoneses (en particular, T.
Hattori) para fundamentar los actos agresivos de Japón contra la URSS.
La leyenda de la “guerra
preventiva” no merece una polémica científica. La falsedad de la leyenda la
desenmascara la política exterior de paz del Gobierno soviético; la lucha
consecuente por la creación de un sistema de seguridad colectiva en Europa y
Asia con el fin de frenar a los agresores, realizada por la URSS en los años de
la preguerra. Se conocen ampliamente documentos de los archivos nazis, que
descubren la preparación secreta de los hitlerianos para el artero ataque a la
URSS. Debe señalarse que prácticamente a los historiadores occidentales más
destacados no les gusta citar dichos documentos. B. H. Liddel Hart escribe que
cuando las tropas fascistas atravesaron la frontera soviética, “los generales
encontraron pocos indicios de preparativos ofensivos de los rusos cerca del
frente, y comprendieron que Hitler los había engañado”.[227]
En el período de la
preparación de la agresión a la URSS, las acciones de los hitlerianos contra
las islas británicas adquirieron, poco a poco, el papel de “maniobra de
enmascaramiento”, llamada a ocultar la preparación del ataque a la Unión
Soviética. La intensidad de los bombardeos se debilitó a partir de septiembre
de 1940 y en febrero de 1941 se redujo al mínimo. Si bien los hitlerianos aún
vinculaban con los bombardeos las esperanzas de variar la política de
Inglaterra, sólo era porque entre los círculos gubernamentales ingleses
desempeñaba un considerable papel la denominada “tendencia pacífica”, inclinada
hacia un arreglo con la camarilla de Hitler.[228] Esta misma
circunstancia fue la causa de la denominada “misión de Hess” a Inglaterra en
mayo de 1941.[229]
El autor inglés F. W.
Winterbofcham, muy informado en estos asuntos, escribe que cuando se había
terminado prácticamente con Francia, “él [Hitler] deseaba obviamente la paz en
Occidente antes de comenzar la gran misión... la destrucción de la Rusia
comunista.”[230] El historiador
germanoccidental J. Piekalkiewicz también concluye que después de haberse
decidido la preparación inmediata para la agresión a la URSS, la lucha en
Occidente ocupaba un lugar secundario en los planes de la alta dirección
alemana.[231]
Algunos historiadores
ingleses consideran que la “batalla de Gran Bretaña” impidió a Hitler
concentrar todas sus fuerzas contra la URSS.[232] Sin embargo,
no mencionan hechos de peso que lo confirmen. El enfrentamiento de las fuerzas
aéreas inglesas y alemanas no condujo a una variación sustancial de la
situación estratégica —creada después de la derrota de Francia— en Europa
Occidental y no fue un obstáculo para la concentración del ejército germano
fascista de agresión junto a las fronteras de la URSS. En el verano de 1941, el
ejército inglés distraía dos divisiones alemanas en África del Norte.[233]
El primer período de la
guerra demostró que ni Inglaterra ni Francia eran capaces de oponer una
adecuada resistencia a los agresores fascistas. Ello era una consecuencia
normal de la política de la “guerra extraña” —variante modificada de la
política de “pacificación” de la preguerra—, que ejecutaban los círculos gubernamentales.
Como resultado, tras los primeros 22
meses de la guerra, casi toda Europa capitalista con sus inmensos recursos humanos
e industriales se encontraba en poder de los hitlerianos. La política de
pacificación de los agresores fascistas, la presión sobre ellos para que
atacaran a la URSS, se transformó en una conmoción catastrófica para Inglaterra
y Francia y para muchos países y pueblos de Europa.
Agudización de las
contradicciones norteamericano japonesas. Durante ese
tiempo también varió bruscamente la situación en el Lejano Oriente. El Japón
militarista tomó rumbo hacia la agresión contra los EE.UU. Su objetivo
inmediato era apoderarse de los dominios coloniales norteamericanos en el
océano Pacífico.
Para obstaculizar la
ampliación de la agresión japonesa, los Estados Unidos, según afirmación de
muchos historiadores norteamericanos, comenzó a efectuar una política “al
borde de la guerra” entre 1940 y 1941. Para confirmar esa tesis, los historiadores
se remiten a la decisión del Gobierno de limitar el comercio con Japón,
activar la ayuda a Chiang Kai-shek y, con posterioridad, concentrar su flota en
las islas Hawái y bloquear los activos japoneses. Señalan como posible un
acuerdo con Japón con la condición de que se garantizaran “los principios y la
seguridad norteamericana” en Asia y en el océano Pacífico; en otras palabras,
se garantizaran las posiciones estratégicas y coloniales de los Estados Unidos
y sus aliados potenciales en esas regiones
(China, Inglaterra, Francia y Holanda).[234]
Estos historiadores
consideran como las principales causas de la incorporación de los Estados
Unidos a la guerra el desarrollo de los acontecimientos en otras regiones del mundo,
en particular en Europa, el cual se encontraba “fuera del control” de la
administración norteamericana, y refutan cualquier crítica dirigida contra
ella. Sólo existen diferencias en la interpretación de los puntos de vista de
unas u otras personalidades de ese período. En opinión de algunos
historiadores, el secretario de Estado C. Hull fue más cuidadoso en la
realización del curso político “duro” respecto a Japón, que ministros como H.
Stimson, F. Knox y H. Morgenthau, quienes consideraban que contra el agresor
era necesario adoptar medidas decisivas e inclinaban a Roosevelt a ello. Otros
estiman que Roosevelt sobrestimó el papel de las “disposiciones oposicionistas” hacia su
política. Sin embargo, las
valoraciones “individuales” no ejercen una influencia sustancial sobre la
concepción general de la historia de la entrada de los Estados Unidos a la
Segunda Guerra Mundial. Como ejemplo de esta concepción puede servir el libro Las
decisiones más importantes [Command
Decisions], preparado por el servicio de historia militar del
ejército de los Estados Unidos. En esa obra, es L. Morton quien se encarga de
informar acerca de esa cuestión.
De una manera bastante
consecuente, al analizar el incremento de la agresión japonesa en Asia, el
autor formula de la siguiente manera la actitud de los Estados Unidos hacia
ella: “La acción de Japón en China violó todos los tratados existentes, y,
según el criterio norteamericano, la única solución al ‘incidente de China’
era la retirada total de las fuerzas japonesas de China.”[235] Algo diferente
es el punto de vista que plantea H.-A. Jacobsen: “También los Estados Unidos
—escribe—, posiblemente, han tenido su parte de contribución al surgimiento de
la guerra en el Pacífico (por ejemplo, mediante su violenta tasa económica),
aunque ello no pueda liberar a Japón de su responsabilidad por los sucesos
acaecidos el 7 de diciembre de 1941.”[236]
El deseo de justificar la
política imperialista de los Estados Unidos se acompaña de una tendencia a
ocultar la crueldad y la codicia de los monopolistas japoneses, quienes
enmascaraban sus acciones y planes de conquista tras la propaganda del
anticomunismo, tras lemas de panasiatismo y declaraciones falsas sobre la
intención de conceder la independencia a los pueblos oprimidos. Morton hace
gala de un “tacto” particular en la formulación de los planes de conquista de
los militaristas japoneses, dirigidos contra los Estados Unidos. “Los
japoneses, debe enfatizarse —asegura—, no buscaban la derrota total de los
Estados Unidos y no tenían intención de invadir este país.”[237] ¿Es cierto eso?
Más adelante nos detendremos
en la elaboración de los planes alemanes para conquistar el continente
americano. No existen bases para negar la existencia de ideas semejantes en
los agresores japoneses. El jefe de la flota unida de Japón, almirante I. Yamamoto, poco después de entrar Japón en la
guerra, declaró “que no sería suficiente ‘tomar Guam y las Filipinas, ni
siquiera Hawái y San Francisco’. Para obtener la victoria —advirtió a sus
compatriotas—, tendrían que ‘entrar en Washington y firmar el tratado en la
Casa Blanca’.”[238] L. Morton —un
historiador informado— entiende que es imposible silenciar esta declaración de
Yamamoto, pero la presenta de modo que la intención, expresada con bastante claridad,
de los militaristas japoneses de irrumpir en el territorio de los Estados
Unidos aparece en una forma que casi “ennoblece” a los agresores, “[los
japoneses] planeaban librar una guerra de objetivos limitados... A los líderes
japoneses esto les parecía un criterio totalmente razonable; pero había
falacias en este concepto de que el almirante Yamamoto había señalado cuando
escribió que no sería suficiente ‘tomar Guam y las Filipinas, ni siquiera Hawái
y San Francisco’.”[239] Es evidente el
intento de atenuar las contradicciones entre Japón y los Estados Unidos, de
“limitar” recíprocamente los fines imperialistas de la lucha de estos países
por la hegemonía mundial, de utilizar una interpretación tendenciosa de la
historia, para apoyar sobre una base mutua las actuales relaciones
norteamericano japonesas.
A L. Morton también
pertenece hoy la “última palabra” en la valoración oficiosa de la literatura
norteamericana dedicada a la entrada de los Estados Unidos y Japón en la
guerra. En su intervención “Los Estados Unidos y Japón. 1937-1941. Cambiando
los patrones de interpretación histórica” [United States and Japan 1937-1941: Changing Patterns of Historical
interpretation] en una conferencia internacional en Washington,[240] llama la
atención sobre las siguientes cuestiones:
En primer lugar, la
constatación de que aún no ha culminado la investigación del problema. En
segundo, el reconocimiento de la creciente influencia de la historiografía
marxista, de la concepción según la cual los Estados Unidos trataron de hacer
virar a los japoneses hacia el norte, contra la Unión Soviética. En tercer
lugar, la evidencia de la influencia de la escuela de los “nuevos de
izquierda”, que plantea su propia interpretación de las causas del surgimiento
de la guerra entre los Estados Unidos y Japón. En los trabajos de W. Williams
—escribe L. Morton— y en muchos trabajos de sus seguidores [como historiadores
de esta escuela, sitúa también a L. Gardner, D. Berstein y G. Kolko.—El
autor], se hace hincapié en
los factores económicos y en la interrelación entre los problemas internos de
la sociedad industrial y su política exterior. En cuarto, la fundamentación de
la necesidad de investigar el papel de los círculos militaristas de los Estados
Unidos en los acontecimientos analizados. El papel de los círculos belicistas
de Japón —escribe L. Morton— ha sido estudiado a fondo; lo mismo no puede
decirse de los círculos militaristas norteamericanos. Según palabras de L. Morton,
esto sucede, al parecer, porque en los Estados Unidos el papel de los militares
en la formación de la política se considera subordinado.
La parte culminante del
análisis de L. Morton deja una sensación contradictoria. Después de enumerar,
en detalle, las corrientes y las escuelas y de formular sus concepciones, se
aparta de lo principal: de las valoraciones eficaces concretas. ¿Cuál es la
concepción más objetiva del origen de la guerra entre los Estados Unidos y
Japón? ¿Quién desencadenó la guerra, los Estados Unidos o Japón? El análisis de
L. Morton no da una respuesta clara a estas cuestiones cardinales.
Los historiadores de extrema
derecha sustentan una concepción totalmente contraria. Afirman que los países
del “Eje” no representaban un peligro ni para los Estados Unidos, ni para los
intereses norteamericanos; que Roosevelt desarrollaba, de manera premeditada,
una política calculada para hacer entrar a los Estados Unidos en la guerra, y
engañaba al pueblo norteamericano en lo referente a los verdaderos fines de su
política, al hacer afirmaciones que hacían parecer que se inclinaba hacia la
paz. Roosevelt —aseveran— al propiciar, de manera artificial, que continuara la
guerra en Europa, provocaba el choque entre los Estados Unidos y Japón en Asia
y, así hizo que los Estados Unidos entraran en la guerra “por la puerta
trasera”.[241]
Como consideran estos
historiadores, la “miopía” y la política “instigadora” de los Estados Unidos
crearon una amenaza directa de parte de los países del “Eje”. El acto
culminante de la política norteamericana que —según sus palabras— obligó a
Japón a entrar en la guerra, fue la decisión (adoptada el 26 de julio de 1941)
del Gobierno de los Estados Unidos de bloquear los activos japoneses y la nota
norteamericana de 26 de noviembre de 1941, denominada por ellos “ultimátum”. Al
referirse a los aspectos militares del problema, estos historiadores niegan la
culpabilidad del Mando de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos por la
catástrofe de Pearl Harbor y estiman que la responsabilidad directa es de
Marshall, Stark, Stimson y Knox; es decir, los círculos militares dirigentes en
Washington, quienes disponían de muchos datos acerca del ataque que se
preparaba a Pearl Harbor, pero no adoptaron las contramedidas necesarias con el
objetivo de aprovechar este ataque como pretexto para la entrada de los Estados
Unidos en la guerra. Al contrario de los historiadores oficiales, llegan a la
conclusión de que no fue la situación creada en el mundo, sino los propios
Estados Unidos los que “se arrastraron” a sí mismos a la guerra.
En los libros que
interpretan los acontecimientos de 1941 anteriores al comienzo de la guerra en
el océano Pacífico, la atención principal se dedica a las negociaciones
norteamericano japonesas. Estas negociaciones se efectuaron en Washington desde
la primavera de 1941 hasta el mismo ataque a Pearl Harbor. De la misma manera
que los historiadores de tendencia “oficial” tratan de fundamentar, por lo
general, la posición de los Estados Unidos, los “revisionistas” juzgan a
Roosevelt y a Hull y los culpan, directa o indirectamente, de la provocación
premeditada de una situación que conducía de manera indefectible a la guerra.
P. Schroeder, profesor de
historia en la Universidad del Estado de Illinois, opina que al fracaso de las
negociaciones y, en fin de cuentas, a la guerra entre los Estados Unidos y
Japón, coadyuvó la evolución de la posición norteamericana respecto al
conflicto chino japonés. Según sus palabras, la versión contenida en los
trabajos de los historiadores “cortesanos” acerca de que la posición de los
Estados Unidos se mantuvo invariable en las conversaciones, fue elaborada por
el Departamento de Estado.[242]
En oposición a B. Rauch
—quien considera que “Japón, en la primavera y el verano de 1941, no aceptaría
ningún arreglo diplomático que no le diera todo lo que podría ganar en el
Lejano Oriente mediante la agresión”[243]—, así como a
H. Feis —quien comparte ese punto de vista, aunque con algunas reservas[244]—, Schroeder
afirma que las posiciones de las partes sufrieron, en el transcurso de las
negociaciones, serias variaciones. La esencia de estas variaciones consistía
en que “Japón, a las claras, pedía menos, y los Estados Unidos exigían más”.[245]
No se citan suficientes
evidencias en defensa de este punto de vista. Además, conviene tener en cuenta
que, al tratar de desacreditar a F. Roosevelt y a C. Hull —y junto con ellos a
los historiadores “cortesanos”— sus adversarios de derecha operan con
frecuencia con hechos objetivos. Por ejemplo, al burlarse de la declaración de
S. Hornbeck, consejero político de C. Hull, de que “las intenciones de los
Estados Unidos en lo relativo al Pacífico Occidental y a Asia Oriental siempre
han sido intenciones pacíficas,” P. Schroeder escribe no sin sarcasmo: “Mr.
Hornbeck tiene el cuidado de señalar que las adquisiciones de Hawái, Guam e,
incluso, de las Filipinas, por parte de los Estados Unidos, también son en
realidad claras evidencias de una actitud pacífica, liberal.”[246] Una crítica de
este tipo, aunque construida sobre hechos reales, no debe inducir, sin
embargo, a error. Al centrar la atención en la vulnerabilidad de las
valoraciones apologéticas de la política militar y exterior de la administración
de Roosevelt, los de extrema derecha “construyen” una concepción anti
Roosevelt. La “sal” de sus razonamientos se reduce, en fin de cuentas, a la
tesis profascista de que la política de los Estados Unidos, antes y durante la
guerra, condujo a la aparición de una amenaza mucho más seria a la paz y a la
seguridad “en la persona de la Rusia comunista y sus aliados”.
Los intentos de los
historiadores burgueses por justificar, de alguna manera, la política de
pacificación, no pueden ocultar los resultados catastróficos de esta política
para todo el mundo. La esclavización de 12 países y la amenaza mortal que se
cernía sobre Inglaterra, eran sus consecuencias en Europa a mediados de 1941.
También se definió la crisis de la política de pacificación del pirata
asiático: el Japón militarista. Las concesiones de los Estados Unidos a los
militaristas japoneses para dejarles las manos libres para la guerra contra la
Unión Soviética, la ocupación de amplios territorios de Asia por los
japoneses: todo esto contribuyó a la creación de las premisas estratégicas para
nuevos actos de agresión de Japón.
Así, el análisis y la
interpretación que hacen los historiadores burgueses de las causas de la
Segunda Guerra Mundial, se caracterizan por la negación de las leyes del
desarrollo social, por los intentos de librar al imperialismo —principal
culpable de la guerra— de la responsabilidad y denigrar la política de paz de
la URSS, la lucha abnegada del País de los Soviets contra la amenaza fascista.
En realidad, la historiografía burguesa complica la cuestión del origen de la
Segunda Guerra Mundial. Esto se explica, en primer lugar, por posiciones de
clase. El valioso material documental existente y que agota en mucho el
problema, no se analiza objetivamente. Su interpretación gira en un círculo
vicioso de premisas notoriamente limitadas y soluciones predeterminadas,
dictadas por la política antisoviética
del imperialismo.
En febrero de 1945, cuando
presentaba al Parlamento los acuerdos adoptados por los dirigentes de la URSS,
los EE.UU. e Inglaterra en la Conferencia de Crimea, el ministro inglés de
Relaciones Exteriores A. Eden declaró: “¿Puede alguien dudar de que si
hubiéramos tenido, en 1939, la unidad entre Rusia, este país [Gran Bretaña] y
los Estados Unidos, que cementamos en Yalta, no habría habido la presente
guerra?”[247] ¿Conclusión
tardía? De todas maneras, resulta muy instructiva para los dirigentes de
Occidente que menosprecian, hoy día, las lecciones de la historia.
[1] Esta ficha sobre el autor, insertada aquí por
el escaneador, aparece originalmente en la solapa de la sobrecubierta del
libro.
[2] La redacción de la traducción fue corregida
por el escaneador. La paginación no coincide con la original. Las notas, que
originalmente estaban al final del libro, se trasladaron a las páginas
correspondientes, y se suprimió el Índice Onomástico.
[3] En julio de 1985, A. Gromyko fue elegido
Presidente del Presídium del Sóviet Supremo de la URSS.
[4] Walter Laqueur:
“Introduction”, en Journal of Contemporary History, t. 16, N° l, enero de 1961. Número especial.
“The Second World War”, parte I, p. 1.
[5] En la Unión Soviética se han editado muchas obras de historiadores y
autores de memorias de países occidentales, dedicadas a la Segunda Guerra
Mundial. Entre esas obras hay trabajos de historiadores “oficiales”, como The
Supreme Command de F. Pogue, The Invasión of France and Germany de
S. Morison, The Campaigns of the Pacific War, Command Decisions (EUA);
cinco tomos de Grand Strategy (Gran Bretaña); obras de C. de Gaulle y H.
Michel (Francia), F. Halder y K. von Tippelskirch (RFA), H. Saburo y T. Hattori
(Japón). Entre las obras publicadas en la década del 80 se encuentran las
memorias de D. Eisenhower, tituladas Crusade in Europe, y la obra del historiador
germanoccidental K. Reinhardt Die Wende von Moskau. En dos ediciones (1957 y 1976) se
ha publicado la Correspondencia del Presidente del Consejo de Ministros de
la URSS con los Presidentes de los Estados Unidos y los Primeros Ministros de
Gran Bretaña durante la Gran Guerra Patria, 1941-1945 y varios otros
materiales.
[7] Margaret Mead:
“Warfare is Only an Invention —Not a Biological Necessity”, en Peace and
War. Editado por Charles R. Beitz y Theodore Herman, W. H. Freeman and
Company, San Francisco, 1973, p. 113.
[9] Reinhart Koselleck: Vergangene
Zukunft. Zur Semantik geschichlicher Zeiten. Suhrkamp Verlag, Francfort del Meno, 1979, p. 360.
[16] Karl von Clausewitz: Von Kriege. Verlag
des Ministeriums für Nationale Verteidigung, Berlín, 1957, p. 6.
[19] K. Nelson, S. Olin: Why
War?: Ideology, Theory and History. University of California Press,
Berkeley, 1979, p. 74.
of Chicago Press, Chicago, 1952, p. 99.
[23] Ver con más detalles en O. Rzheshevski: La
guerra y la historia. Moscú, 1976, pp. 109-111 (en ruso).
[24] Ver con más detalles en E. I. Ribkin: Crítica
a las teorías burguesas
acerca de las causas y el papel de las guerras en la historia. Ensayo histórico filosófico. Moscú, 1979 (en ruso).
acerca de las causas y el papel de las guerras en la historia. Ensayo histórico filosófico. Moscú, 1979 (en ruso).
University Press, Cambridge (Mass.), 1962, pp. 29, 98.
[26] War: A Historical,
Political and Social Study. Editado por L. L. Farrar, ABC-Clio, Inc.,
Santa Bárbara (Cal.), 1978, p. 116.
[27] Laurence Lafore: The
End of Glory. An ínterpretation of the Origins of World War II. J. B. Lippincott
Company, Philadelphia, 1970, pp. 68-71.
[28] Joseph Wulf: Aus
dem Lexikon der Mörder. “Sonderbehandlung” und verwandte worte in
nationalsozialistischen Dokumenten. Sigbert Mohn Verlag, Gütersloh, 1963,
p. 9.
[29] Joachim C. Fest: Hitler.
Eine Biographie, t. 1, Verlag Ullstein, Francfort del Meno, 1976, p. 23.
[31] Michael Freund: Deutsche
Geschichte. Bertelsmann Lexikon Verlag, Gütersloh, 1974, p. 1179; Weltgeschichte
im Aufriss, t. 3 sección I,
Verlag Moritz Diesterweg, Francfort del Meno, p. 445.
[32] Werner Maser: Hitlers
Briefe und Notizen. Sein Weltbild in handschriftlichen Dokumenten. Econ Verlag,
Düsseldorf, 1973, p. 7.
nazi y su Führer. Moscú, 1981, p. 36 (en ruso).
[35] Helga Grebing: Aktuelle
Theorien über Faschismus und Konserwatismus. Eine Kritik. Verlag W.
Kohlhammer, Stuttgart, 1974, p. 104.
[37] Ver con más detalles en V. S. Diakin: El siglo de las masas y la
responsabilidad de las clases. Crítica a la historiografía contemporánea
burguesa. Compilación de artículos, Leningrado, 1967, pp. 315-399; G. K.
Ashin: La doctrina de la sociedad de masas. Moscú, 1971 (en ruso).
[38] Karl Dietrich
Bracher: Europa in der Krise. Innengeschichte und Welpolitik seit 1917. Francfort
del Meno, 1979, pp. 176-179.
[39] VII Congress of the
Communist International. Abridged Stenographic Report of Proceedings. Foreign Language
Publishing House, Moscú, 1939, p. 572.
[40] Das Deutsche Reich
und der Zweite Weltkrieg, t. I (Prólogo), Deutsche
Verlags-Anstalt, Stuttgart, 1979, p. 11.
[41] Ibíd., p. 715.
[42] Ibíd., p. 18.
[43] Louis Fischer: Russia's
Road from Peace to War. Soviet Foreign Relations 1917-1941. Harper and Row
Publishers, New York, 1969, p. 5.
[44] Ver con más detalles en S. A. Tiushkévich: La
filosofía y la teoría de la guerra. Moscú, 1975 (en ruso).
[45] G. Bouthoul, René Carrère, Jean-Louis
Annequin: “Guerres et civilisations (de la préhistoire á l'ère
nucléo-spatiale)”, en Les Cahiers de la Fondation pour les Ètudes de Défense
Nationale. Cahier No. 14. Supplément au numéro 4 (1979) de “Strategique”, París,
1979, p. 90.
[46] Raymond L. Carthoff:
Soviet Military Policy. A Historical Analysis. Frederick A. Praeger
Publishers, New York, 1966, pp. 10, 14, 123.
[48] Ibíd., p. 17.
[49] Ibíd., p. 5.
[50] Ibíd., p. 77.
[51] Telford Taylor: Munich.
The Price of Peace. Doubleday&Company,
Inc., Garden City, New York, 1979, p. 77.
Inc., Garden City, New York, 1979, p. 77.
[53] Heinrich Härtle: Die
Kriegsschuld der Sieger: Churchills, Roosevelts und Stalins Verbrechen gegen
den Weltfrieden. Verlag K. W.
Schütz KG, Pr. Oldendorf, 1971, p. 117.
[57] Appeasement of the
Dictators. Crisis of Diplomacy? (Inlroduction). Editado por W. Laird
Kieine-Ahlbrandt, Holt, Rinehart and Winston, New York, 1970, p. 1.
[59] En correspondencia con el Pacto de Locarno,
Alemania, Francia y Bélgica se comprometían a mantener la inviolabilidad de las
fronteras germano francesa y germano belga, establecidas por el Tratado de
Versalles. Inglaterra e Italia intervinieron como garantes del cumplimiento de
ese compromiso. El Pacto de Locarno no extendió las garantías a las fronteras
de Alemania con Polonia y Checoslovaquia, lo cual denotaba la aspiración de los
especialistas anglo norteamericanos de dirigir las miras agresivas de Alemania
hacia el Este, contra la URSS, así como contra Polonia y Checoslovaquia.
[60] Tal suposición no era “errónea”. El líder del
ala derecha del Partido Liberal, ministro de Asuntos Extranjeros de Inglaterra
(1931-1935), J. Simon, realizó de manera consecuente una política de estímulo a
los agresores fascistas; era un encarnizado enemigo de la URSS e intentó, por
todos los medios posibles, agudizar las relaciones anglo soviéticas. En la
Conferencia de Stresa (abril de 1935) se manifestó en contra de la aplicación
de cualquier tipo de sanciones a Alemania por la violación del Tratado de
Versalles que había cometido esta nación.
[61] Louis Barthou, ministro de Asuntos Extranjeros
de Francia de 1933 a 1934, partidario del establecimiento de un pacto soviético
francés de ayuda mutua. Fue asesinado por terroristas croatas vinculados a
Berlín y Roma, el 9 de octubre de 1934.
[64] Cleveland: hacienda
suburbana de la familia de los Astor, los banqueros y las personalidades
políticas más importantes de Inglaterra en la década del 30. Constituía una
especie de “salón político” al cual acudían constantemente dirigentes del
Gobierno de los conservadores, entre ellos N. Chamberlain, los lores Halifax,
Lothian y otros. Fue uno de los centros de la propaganda profascista y
antisoviética en Inglaterra y de los acuerdos políticos anglo alemanes basados
en el antisovietismo.
[66] Documents on German
Foreign Policy 1918-1945. Serie C, t. III, United States
Government Printing Office, Washington, 1959, p. 1018.
[67] Munich. Blunder,
Plot or Tragic Necessity? Editado por Dwight E. Lee, D. G. Heath and Company,
Lexington (Mass.), 1970, p. VII.
[68] Hans-Adolf Jacobsen:
Von der Strategie der Gewalt zur Politik der Friedenssicherung. Beiträge zur
deutschen Geschichte in 20. Jahrhundert. Droste Verlag, Düsseldorf, 1977,
p. 53.
El ataque de las
tropas italianas a un destacamento militar etíope en la región del oasis
Ual-Ual, se produjo en diciembre de 1934.
[75] George W. Baer: The
Coming of the Italian-Ethiopian War,
Harvard University Press, Cambridge (Mass.), 1961, p. 91.
[77] Henderson B.
Braddick: “The Hore-Laval Plan”, en Appeasement
of the Dictators. Crisis of Diplomacy?, p. 33.
of the Dictators. Crisis of Diplomacy?, p. 33.
[78] Ibíd., p. 34. Los puntos de vista de H. B.
Braddick están expresados
de manera más completa en su libro: Germany, Czechoslovakia and
the Grand Alliance in the May Crisis, 1938. University of Denver,
Denver, 1969.
de manera más completa en su libro: Germany, Czechoslovakia and
the Grand Alliance in the May Crisis, 1938. University of Denver,
Denver, 1969.
[80] The Encyclopedia
Americana, International Edition, vol. 29, American
Corporation, New York, 1968, p. 364.
[84] Ibíd., p. 162.
[85] The Road to World
War II. A Documentary History. Editado por Keith Eubank,
Thomas Y. Crowell Company, New York, 1973, p. 6.
[86] Ver Historia de la Segunda Guerra Mundial
de 1939-1945, Moscú, 1974,
t. 2, pp. 226-227 (en ruso).
[88] Ibíd., p. 170.
[91] Ibíd., p. 172.
[92] Ibíd., p. 188.
[94] El 10 de abril de 1938, se llevó a cabo en
Austria un referendo. El votante debía responder a la pregunta: “¿Estás de
acuerdo con la reunificación que ha ocurrido de Austria con el Imperio
alemán?”. En la situación de terror y propaganda fascistas desenfrenadas, así
como por la falsificación directa de los resultados de la votación, se declaró
que la mayoría de las boletas contenía la respuesta “sí”.
[95] H. B. Braddick: “The
Hore-Laval Plan”, en Appeasement of the Dictators. Crisis of Diplomacy?, p. 37.
[96] William L. Shirer: The
Collapse of the Third Republic. An Inquiry into the Fall of France in 1940. William Heinemann, Londres, 1970, p. 311.
[97] Documents diplomatiques
français. 1932-1939, 2a serie, t. IX, Imprimerie
Nationale, Paris, 1974, p. 924.
[98] El acuerdo naval anglo alemán (18.VI.1935)
establecía la correlación de las flotas de guerra de ambos países. El acuerdo
limitaba, de manera formal, el tonelaje total de la flota alemana a una proporción
de 35:100 respecto a la inglesa, pero sancionaba de hecho la violación, por
parte de los hitlerianos, de las limitaciones militares establecidas para
Alemania por el Tratado de Versalles, la estimulaba al rearme.
[99] H. B. Braddick: “The
Hore-Laval Plan”, en Appeasement of the Dictators. Crisis of Diplomacy?, p. 37.
[103] Wilfried Aichinger: Sowjetische
Österreich-politik 1943-1945. Osterreichische
Gesellschaft für Zeitgeschichte, Viena, 1977, p. 16.
[111] G. F. Kennan: From
Prague after Munich. Diplomatic Papers 1938-1940. Princenton University
Press, Princenton, 1968, p. XIII-XIV.
[112] G. F. Kennan:
“Russia and the Czech Crisis”, en Appeasement of the Dictators. Crisis of Diplomacy?, p. 110.
[115] Ver Daitoa senso kokan sen shi (Historia
oficial de la guerra en la gran Asia Oriental), Tokío, 1966-1976, t. I, p. 96
(en japonés).
[116] Ver Saito Takashi: La historiografía
japonesa de la Segunda Guerra Mundial.
Intervención en el II Simposio
soviético nipón de historiadores, noviembre de 1975, p. 2 (notas
taquigráficas).
[119] Takushiro Hattori: Japón en la guerra de 1941-1945. Moscú, 1973, p. 46 (en ruso).
[120] Kojima Noboru: Taiheye senso [La guerra
en el Pacífico], Tokío, 1966, t. 1, p. 3 (en japonés).
[122] Dorothy Borg: “The
United States and the Far Eastern Crisis of 1933-1938”, en America and the
Origins of World War II, 1933-1941. Editado por Arnold A. Offner. Houghton Mifflin Company, Boston, 1971, p. 28.
[125] Conference on the
Limitation of Armament. Washington, 12 de noviembre de
1921 - 6 de febrero de 1922, Government Printing Office, Washington, 1922, p.
1624.
[126] D. Borg: “The United
States and the Far Eastern Crisis of 1933-1938”, en America and the Origins
of World War II, 1933-1941, p. 39.
[132] Ver Kase Toshikazu: Dainiji sekai taisen
hisshi [Historia secreta de la Segunda Guerra Mundial]; Tokío, 1958,
p. 92 (en japonés).
[133] Arnold Krammer: “Le Japon entre Moscou et
Berlin (1941-1945)”, en Revue d'histoire de la deuxième guerre mondiale, N°103, julio de 1976, pp. 1-11.
[134] Ver Historia de la Segunda Guerra Mundial
de 1941-1945, t. 3, pp.
354, 355; 1975, t. 4, pp. 189-193.
[135] Ver Voenno-Istorícheskii Zhurnal [Revista Histórico Militar], 1976,
N 9 p. 95.
[137] VII Congress of the
Communist International, Abridged Stenographic Report of Proceedings, p. 540.
[143] Lothar Kettenacker:
“Dis Diplomatie der Ohnmacht. Die Gerscheiterte Friedensstrategie der
britischen Regierung vor Ausbruch des Zweiten Weltkrieges”, Sommer 1939. Die
Grossmächte der Europäische Krieg. Deutsche Verlag-Anstalt, Stuttgart, 1979
p. 268.
[149] PRO, Cab. 23 100,
p. 5.
[150] PRO, Cab. 23 99,
pp. 275, 276.
[153] Harry Pollitt: Selected
Articles and Speeches, t. II, Lawrence&Wishart
Ltd., London, 1954, pp. 132-133.
[154] Ver con más detalles en M. Andréieva y K.
Dmítrieva: “Acerca de las negociaciones militares de la URSS, Inglaterra y
Francia en 1939”, en Mezhdunaródnaia Zhizñ [Vida Internacional], 1959,
N°2 (en ruso).
[155] Se tiene en cuenta la instrucción secreta a la
delegación militar inglesa en las negociaciones en Moscú. Ver con más detalles
en P. A. Zhilin: Cómo la Alemania fascista preparó la agresión a la Unión
Soviética (cálculos y errores). Moscú,
1966 (en ruso).
[156] En realidad, las respuestas a “preguntas
análogas” representaban una dificultad para Drax, como, por cierto, el
planteamiento mismo de éstas para establecer, por ejemplo, la capacidad
combativa de las Fuerzas Armadas soviéticas. He aquí algunas cuestiones que se
disponían a aclarar los aliados occidentales:
¿Pueden los
bombarderos soviéticos actuar contra Alemania directamente desde el territorio
de la URSS o necesitan dislocarse en Polonia y Rumanía?
¿Cuál es la
política militar naval que piensa llevar a cabo la URSS en el Báltico y en el
mar Blanco? ¿De qué manera puede actuar en estas zonas contra la flota mercante
alemana o contra la transportación de tropas alemanas por mar?
¿Cuáles son las
especificidades de la gasolina para aviones en la URSS?, etcétera.
Dirksen, el
embajador alemán en Londres, informado de las disposiciones de los círculos
gubernamentales británicos, comunicaba a Alemania que “el objetivo de la misión
militar es más averiguar la capacidad combativa del Ejército Soviético que
concertar acuerdos operativos”. (Ver Historia de la Segunda Guerra Mundial
de 1939-1945, t. 2, p.
143.) (N. del A.)
[157] Uno de los miembros de la misión militar
inglesa enviada a Moscú para las negociaciones. (N. del A.)
[158] La cuestión de las garantías contra una
agresión indirecta (es decir, la usurpación encubierta de cualquier forma, como
ocurrió con Checoslovaquia) se planteó por la parte francesa (E. Daladier) y
era un reflejo de la aspiración de Francia de proteger sus fronteras orientales.
El Gobierno soviético tuvo una actitud comprensiva hacia la opinión del Primer
Ministro francés, pues veía las garantías contra una agresión indirecta como
una condición importante del acuerdo tripartito, la cual le aseguraría la
confiabilidad necesaria. Esas garantías también eran muy importantes para la
Unión Soviética. Sobre la base de un acuerdo mutuo entre Inglaterra, Francia y
la URSS era necesario eliminar la posibilidad de que los territorios de las
naciones del Báltico fueran utilizados —poniendo como pantalla el “consentimiento
voluntario” de los gobiernos de esos países— como cabeza de puente para la
agresión de Alemania a la Unión Soviética. La URSS elaboró un concepto claro y
preciso de agresión indirecta. “La expresión ‘agresión indirecta’ —se señalaba
en las propuestas del Gobierno soviético del 9 de julio de 1939— se refiere a
la acción que consienta alguno de los Estados señalados más arriba, bajo la
amenaza de la fuerza por parte de otra potencia o sin tal amenaza, e implique
la utilización del territorio y las fuerzas del Estado en cuestión para la
agresión contra él o contra alguna de las partes contratantes; por tanto, trae
como consecuencia la pérdida de la independencia por este Estado o la
violación de su neutralidad.” (La
URSS en la lucha por la paz en vísperas de la Segunda Guerra Mundial. Moscú,
1971, pp. 486-487 [en ruso].) No obstante, en el transcurso de las ulteriores
negociaciones quedó claro que Inglaterra y Francia trataban de introducir una
definición de agresión indirecta que no sólo no garantizaba las acciones
conjuntas de las tres potencias, sino que también le abría las puertas al
invasor para una agresión a la URSS. En lo referente a la cuestión de la
agresión indirecta, la posición de Inglaterra y Francia indicaba que esas
naciones no deseaban concertar un acuerdo tripartito con la URSS y fue una de
las causas que condujeron a la ruptura
de las negociaciones.
[161] “Negotiations
between the Military Mission of the USSR, Britain and France in August 1939”. International
Affairs. Moscú, 1959. N°2, p. 111.
[163] El carácter secreto es evidentemente una
condición de esas negociaciones; no obstante, la parte inglesa violaba de
manera constante esa condición, lo cual complicaba aún más las negociaciones y
ponía con frecuencia a la delegación inglesa en una posición difícil. El 3 de
agosto, W. Seeds escribió al Foreign Office (la carta se recibió el 24 de
agosto) lo siguiente: “Mi posición como persona que dirige las negociaciones
resulta, una y otra vez, forzadamente difícil a causa de toda una serie de
imprudencias y fugas de informaciones... No me quejo de los casos o
circunstancias que se encuentran fuera del control del Gobierno de Su
Majestad... Pero me hallo en una situación inverosímil ante Molotov cuando un
periódico londinense publica, por ejemplo, nuestras propuestas acerca de un
anexo secreto al acuerdo casi en el mismo momento en que le estoy proponiendo
eso al Gobierno soviético.” PRO, F. O. 371/23070, pp. 167, 168.
[167] Ver con más detalles en Historia de la
Segunda Guerra Mundial de 1939-1945,
t. 2, pp. 144-147.
[173] Léon Noël: La guerre de 39 a commencé
quatre ans plus tôt. Editions France-Empire, París, 1979, p. 154.
[176] Leonard Mosley: On
Borrowed Time. How World War II Began. Random House, New York, 1969, p. 366.
[177] Documents on German
Foreign Policy 1918-1945. Serie D, vol. I, U.S. Government Printing Office,
Washington, 1949, p. 718.
[179] Andreas Hillgruber: Zur
Entstehung des Zweiten Weltkrieges. Forschungstand und Literatur. Droste
Verlag, Düsseldorf, 1980, p. 57; Gerhard L. Weinberg: The Foreign Policy of
Hitler's Germany. Starting World War II 1937-1939, The University of Chicago Press, Chicago, 1980, pp. 673, 674.
[181] En noviembre de 1939, el Gobierno reaccionario
de Finlandia, instigado por las potencias imperialistas desató un conflicto
armado en la frontera soviético finesa. En el transcurso de las acciones
militares que tuvieron lugar, Finlandia fue derrotada y el 12 de marzo de 1940
firmó un tratado de paz con la URSS.
[182] P. P. Sevostiánov: Antes de la gran prueba.
La política exterior de la URSS en vísperas de la Gran Guerra Patria.
Septiembre de 1939-junio de 1941. Moscú, 1981, p. 8 (en ruso).
[184] F. Pogue: Politics
and Formulation of American Strategy in World War II. San Francisco, 1975, p. 2.
[185] P. Zhilin: “Las lecciones del pasado y las
preocupaciones del presente”, en Kommunist, N°7, 1981, p. 69 (en ruso).
[186] A. Yákovlev: El sentido de mi vida.
Memorias de un diseñador de aviones. Moscú, 1974, p. 220 (en ruso).
[187] Waclaw Diugoborski y Czesíaw Madajczyk:
“Ausbeutungssysterne in den besetzten Gebieten Polens und der UdSSR”, en Kriegswirtschajt
und Rüstung 1939-1945. Editado por Friedrich Forstmeier y Hans-Erich
Volkmann, Droste Verlag, Düsseldorf, 1977, p. 382.
[188] PFO., cab. 66, vol. 5, p. 41. Ver más
detalladamente en P. P. Sevostiánov: Antes de la gran prueba. La política
exterior de la URSS en vísperas de la Gran Guerra Patria. Septiembre de
1939-junio de 1941, t. 41,
pp. 312-319.
[189] H. Härtle: Die
Kriegsschuld der Sieger: Churchills, Roosevelts und Stalins Verbr echen gegen
den Weltfrieden, p. 323.
[191] Henry W. Bragdon y
Samuel P. McCutchen: History of a Free People. The MacMillan Company,
New York, 1956, p. 607.
[193] Nicholas Fleming: August
1939. The Last Days of Peace. Peter Davies, London, 1979, pp. 208, 211.
[194] Ibíd., p. 212. Ver
también The Simon and Schuster Encyclopedia of World War II. Editado por Thomas
Parrish, Simon and Schuster, Nueva York, 1978, p. 229.
[196] Walter Hubatsch:
“Polenfeldzug, sowjetischfinnischer Winterkrieg, die Besetzung Skandinaviens”,
en Der II Weltkrieg, Bielder. Daten.
Dokumente. Bertelsmann
Lexikon-Verlag, Gütersloh, 1976, pp. 89,
97.
97.
[199] General Gamelin: Servir. La guerre
(septembre 1939-mai 1940), vol.
III, Librairie Plon, París, 1947, t. 3, p. 110.
[200] A. J. P. Taylor: The
Second World War. An Illustrated History. Hamish Hamilton, London, 1975,
pp. 42, 43.
[203] Ver Günter Kahle: Das
Kaukasusprojekt der Alliierten vom Jahre
1940. Rheinisch-Westfälische Akademie der Wissenschafter, Worträge, G. 186, Westdeutscher Verlag, Opladen, 1973, pp. 40, 41.
1940. Rheinisch-Westfälische Akademie der Wissenschafter, Worträge, G. 186, Westdeutscher Verlag, Opladen, 1973, pp. 40, 41.
[204] Ver con más detalles en Historia de la Segunda Guerra Mundial de
1939-1945, t. 3, pp. 43-48;
A. Yakushevski: “Los planes y las acciones agresivas de las potencias
occidentales contra la URSS en 1939-1941”, en Voenno-Istorícheskii Zhurnal, 1981, N°8, pp. 47-57.
[205] Henri de Kerillis: Français, Voici la
Vérité! Editions de la Maison Francaise, New York, 1942, p. 102.
[206] Bundesarchiv (Koblenz). Ns 343/37, Bl.
2. M. Weygand era el jefe de las tropas francesas dislocadas en Siria y en el
Líbano y destinadas a participar en una agresión a la URSS.
[209] Friedrich Ruge:
“Der Krieg im Westen, in Mettelmeerraum und auf den Weltmeeren”, en Der II Weltkrieg. Bilder. Daten. Dokumenten,
p. 178.
[210] Jeffrey J. Clarke:
“Battle of France”, en The Simon and
Schuster Encyclopedia of World War II, pp. 202, 206.
[212] Peter Calvocoressi y
Guy Wint: Total War. Causes and Courses of the Second World War. Penguin
Books, Harmondsworth, 1979, p. 123.
[213] Frederick Grossmith:
Dunkerk —A Miracle of Deliverance. Bachman&Turner Ltd.,
London, 1979, pp. 66, 114.
[215] Etienne Fajon: “Préface”, en Fernand Grenier: Journal
de la drôle de guerre (septembre 1939-juillet 1940), Editions Sociales, París, 1969, pp. 9, 10.
[216] Anthony Adamthwaite:
France and the Coming of the Second World War 1936-1939. Frank Class,
London, 1977, pp. 356, 357.
[219] Entre agosto y septiembre de 1940, las
pérdidas de la aviación germano fascista sobre Inglaterra se elevaron a 1 100
aviones, y las de las fuerzas aéreas inglesas, a 650 aparatos. (Ver P. Calvocoressi
y G. Wint: Total War. Causes and Courses of the Second World War, p. 143.)
[220] Hanson W. Baldwin: The
Crucial Years 1939-1941. The World at War. Harper Row, Publishers, New
York, 1976, p. 152; Der II Weltkrieg. Bilder. Daten.
Dokumente, p. 188; The Simon and Schuster Encyclopedia of World War II, p. 81.
[221] Klaus Reinhardt: Die
Wende vor Moskau. Das Scheitern der Strategie Hitlers im Winter 1941/42. Deutsche
Verlags-Anstalt, Stuttgart, 1977, pp. 15, 16; M. Freund: Deutsche
Geschichte, pp. 1354, 1355.
[222] Fritz Hesse: Das
Vorspiel zum Kriege. England-berichte und Erlebnisse eines Tatzeugen 1935-1945.
Duffel-Verlag, Leoni am Starnberger See, 1979, p. 237.
[223] James Lucas: War
on the Eastern Front 1941-1945. The German soldier in Russia. Jane's
Publishing Company, 1979, pp. 3, 4.
[225] Mouro MacCloskey: Planning
for Victory —World War II. Richards Rosen Press, New York,
1970, p. 18.
[227] B. H. Liddel Hart: History
of the Second World War. G. P. Putnam's Sons, New York, 1971, p. 155.
Moscú, 1970, pp. 128, 129 (en ruso).
[229] El 10 de mayo de 1941, Rudolf Hess, sustituto
de Hitler en la dirección del partido nazi, descendió en paracaídas en
Inglaterra en un sitio próximo a la hacienda de lord Hamilton, uno de los
allegados al rey inglés. Fundando sus esperanzas en los personeros de Múnich y
en las antiguas aspiraciones antisoviéticas del primer ministro inglés W.
Churchill, Hess propuso a Gran Bretaña, en nombre de Hitler, concertar la paz
con Alemania y participar, junto a ella, en la campaña contra la URSS. La
misión de Hess no fue coronada por el éxito debido a la situación existente: Europa
Occidental se encontraba bajo la bota de los agresores y el pueblo inglés
llevaba a cabo la lucha armada contra la Alemania fascista. Para el Gobierno
inglés era evidente que si la “campaña en el Este” de Alemania culminaba según
los planes, Inglaterra no contaría con ninguna posibilidad de salvación: Hess
fue arrestado. En 1946 fue condenado como criminal de guerra, por el Tribunal
de Nuremberg a reclusión perpetua.
[231] Janusz
Piekalkiewicz: Luftkrieg 1939-1945. Südwest Verlag, Múnich, p. 159.
[234] Wayne S. Cole:
“America Entry into World War II”, en Americaand the Origins of World War II, 1933-1941. Editado por Arnold A.
Offner. Houghton Mifflin Company, Boston, 1971, p. 11.
[235] Louis Morton:
“Japan's Decision for War”, en Command Decisions. Editado por Kent
Roberts Greenfield, Office of the Chief of Military History, Department of the
Army, Washington, 1960, p, 101.
[236] Hans-Adolf
Jacombsen: “Von der Strategie der Gewalt zur Politik der Friedenssicherung”, en
Beiträge zur deutschen Geschichte in 20. Jahrhundert, p. 53.
[240] L. Morton: United
States and Japan. 1937-1941: Changing Patterns of Historical Interpretation.Washington, 1971.
[241] El libro de uno de los “revisionistas”
activos, C. C. Tansill, se editó bajo el título La guerra desde la puerta
trasera. La política exterior de Roosevelt, 1933-1941 (Back Door to War. The Roosevelt Foreign Policy,1933-1941. H. Regnery Co.,
Chicago, 1952). Este problema se ha analizado igualmente en los libros: Hans Louis
Trefousse: Germany and American Neutrality, 1939-1941. Octagon Books,
New York, 1969; Leonard Baker: Roosevelt and Pearl Harbor. MacMillan,
New York, 1970; James H. Herzog: Closing the Open Door: American-Japanese
Diplomatic Negotiations, 1936-1941. Naval Institute Press, Annapolis, 1973;
James W. Morley (ed.): Japan's Foreign Policy, 1868-1941; A Research Guide. Colombia
University Press, New York, 1974; y otros.
[242] Paul Schroeder: “The
Axis Alliance and Japanese-American Relations, 1941”, en America and the
Origins of World War II, 1933-1941, pp. 144, 145.
[243] Basil Rauch: Roosevelt
from Munich to Pearl Harbor. A Study in the Creation of a Foreign Policy. Creative
Age Press, New York, 1950, p. 396.
[244] Herbert Feis: The
Road to Pearl Harbor. The Coming of the War Between the United States and
Japan. Princenton University Press, Princenton,
1950, pp. 171, 172.
[245] P. Schroeder:
“The Axis Alliance and Japanese-American Relations, 1941”, en America and
the Origins of World War II, 1933-1941, p. 148.
[247] Parlamentary
Debates. Fifth Series, vol. 408, House of Commons, His
Majesty's Stationary Office, London, 1945, col. 1514.