SALVADOR ALLENDE: A 40 AÑOS DE SU GOBIERNO Y VIDA
EJEMPLAR
Por Sergio Daniel Aronas – 07 de septiembre de 2013
“Yo que canté por
tu vida
Llena de luz clara
y puro
Hoy canto por la
amargura
Que nos trae tu
partida
Hay Salvador
Allende, Salvador,
De tu gesto
generoso
Saldrá más y
glorioso
Un Chile mucho
mejor”
Carlos Puebla, “Elegía
a Salvador Allende”, estrenada en París el 12-09-1973
Se van a cumplir en
pocos días el cuadragésimo aniversario del derrocamiento de Salvador Allende,
el Presidente de la República de Chile, que tuvo el enorme coraje y la titánica
valentía de sustituir el capitalismo en su país, mediante la instauración del
socialismo, en lo que la historia denominó la vía chilena por la vía pacífica.
Pasarán 40, 50,
100, 200 y 1000 años, pero la gigantesca figura de Salvador Allende jamás podrá
ser borrada de la memoria no solo del pueblo chileno, sino de todos los puebles
del mundo que ven en su historia, al hombre que murió con las armas en la mano
defendiendo su gobierno auténticamente popular de la agresión fascista e imperialista.
Precisamente las clases poderosas de Chile tuvieron que recurrir al fascismo,
al terrorismo y a la represión más salvaje con el objeto de poner fin a tres
años de una revolución donde los trabajadores y los campesinos tuvieron la
posibilidad de tener el gobierno en sus manos y construir una sociedad sobre
nuevas bases.
Ese 11 de septiembre
de 1973, el imperialismo organizó, financió, planificó y ejecutó una de las más
sangrientas obras macabras del terror corrompiendo a las fuerzas armadas de
Chile para que encabecen el golpe militar que puso fin la experiencia
revolucionaria más grande de Sudamérica. No hace falta recurrir a los archivos secretos
desclasificados de la CIA para conocer la criminal participación e
involucramiento directo del gobierno de los Estados Unidos para impedir que
Salvador Allende llegue a la presidencia y luego de asumir el gobierno pudiera ejercer
el mandato recibido por el pueblo para poner en marcha el programa de la Unidad
Popular. Pocas veces se vio a un gobierno de los Estados Unidos tan implicado y
preocupado porque un marxista como Allende llegara a la primera magistratura ya
que la doctrina Johnson, elevada a la categoría de política estatal al más alto
nivel de las instituciones del poder de los Estados Unidos, determinaba que no
se podía permitir la aparición de nuevas Cubas en América, porque con la
revolución cubana tuvieron que morder el polvo de la derrota que le infligieron
al imperialismo al expulsarlos de la isla.
En Chile fue
distinto porque Salvador Allende llegó a la presidencia por medio de elecciones
en el marco del derecho y la Constitución burguesa que siempre fueron sistemas
para evitar que una fuerza de izquierda pudiera alguna vez alcanzar el gobierno
del país. Y la izquierda chilena con experiencia y largos años de lucha desde
Magallanes hasta Arica, fue una fuerza bien arraigada en los sectores más pobres
y postergados del pueblo chileno y ese fue el principal sector social que
posibilitó la victoria electoral de 1970.
El gobierno de
Salvador Allende fue realizó una movilización de masas como pocas veces se vio
en la historia latinoamericana y que cautivó toda la admiración en el mundo,
menos por supuesto, en los países capitalistas desarrollados que lo acusaban de
ser un “instrumento de los soviéticos” en plena guerra fría. Lógicamente que con
los países socialistas de Europa mantuvo cordiales vínculos económicos,
políticos y culturales, sobre todo con la República Democrática Alemana. Y fue
gracias precisamente a la Alemania Oriental que muchos chilenos consiguieron
refugio, pudieron exiliarse y lograron salvar
sus vidas del terror pinochetista. Fue uno de los países más solidarios
en ayudar a los chilenos que tuvieron que huir de su país y hoy le deben la
eternamente a la nación que hoy ya no existe porque fue fagocitada por el
imperialismo alemán en octubre de 1990.
Como homenaje a la
enorme personalidad político y social que fue Salvador Allende, un hombre
digno, cabal y consecuente con sus ideas, con su forma de vivir y con el pueblo
al que le dio todo, presentamos el que consideramos su más grande discurso
realizado en la ciudadela del imperio que es un fiel testimonio de los peligros
que enfrenta un país pobre frente a las poderosas multinacionales
estadounidense que muchas de ellas por su volumen de ventas superan ampliamente
el producto bruto interno de esos países. Aquel discurso del 4 de diciembre de
1972 fue premonitorio acerca de las amenazas que se cernían sobre Chile por la correcta
política de nacionalizaciones en el sector más importante de economía productiva
chilena como es el cobre. Salvador Allende denunció con claridad y con nombre y
apellido a esos monopolios que nueve meses después fueron las que se
beneficiaron ampliamente con el derrocamiento de la Unidad Popular y su
asesinato en el Palacio de la Moneda. Denunció la política imperialista con la
revelación de un documento de 1971 donde ya se promovían los planes para
sacarlo de la Presidencia. Es un discurso vitalmente vigente acerca de la
política de sabotaje del imperio, la misma que llevó a cabo en todos los países
latinoamericanos y el recordado fallido golpe contra Hugo Chávez en abril de
2002 en Venezuela, los intentos de secuestros de los presidentes Rafael Correa
de Ecuador y el reciente episodio ocurrido con el presidente de Bolivia, Evo
Morales.
Luego de pronunciar
ese excelente discurso, los delegados de la Asamblea de las Naciones Unidas aplaudieron
de pie durante 15 minutos (todo un récord imbatible hasta ahora) al Presidente
Allende que no podía irse ante tan acalorado aplausos.
Por mucho que el
imperialismo se esfuerce en conmemorar el décimo aniversario de su 11 de septiembre
de Nueva York con el derrumbe de las Torres Gemelas, el bombardeo al Pentágono
y el derribo de dos aviones de pasajeros, nada ni nadie podrá oscurecer ni
tapar el lugar que ha ocupado y el papel que ha desempeñado Salvador Allende en
la historia universal de las revoluciones sociales. El imperialismo jamás perdonó
al pueblo chileno por los monstruosos crímenes que contribuyó de manera notable
a realizar por la dictadura de Pinochet y justamente al recordar estos
acontecimientos el actual inquilino de la Casa Blanca, un hombre galardonada injustamente
con el Premio Nobel de la Paz y por la cual no ha hecho absolutamente nada de
nada, quiere embarcarse en otra aventura militar contra el pueblo de Siria que nunca
amenazó a los Estados Unidos y que en esta nueva agresión inmunda que se viene,
como en épocas pasadas, vuelven a esgrimir sus perimidas doctrinas de los
intereses vitales y de la seguridad nacional. El propio imperialismo es la
única amenaza para la existencia misma de los Estados Unidos porque es su
complejo militar-industrial-universitario el principal impulsor de guerras
innecesarias.
Recordemos como más
fuerza que a ese hombre ejemplar que fue Salvador Allende por su alta
consciencia política y revolucionaria, por su valentía y dignidad que solo los
balazos como varias veces dijo, podían impedirle el libre ejercicio del mandato
del pueblo.
Discurso en la
Asamblea General de las Naciones Unidas Naciones Unidas
Nueva York, 4
de diciembre de 1972 – Por el Presidente de Chile, Salvador Allende
Señor Presidente:
Señoras y Señores Delegados: Agradezco el alto honor que se me hace al
invitarme a ocupar esta buna, la más representativa del mundo y el foro más
importante y de mayor trascendencia en todo lo que atañe a la humanidad. Saludo
al Señor Secretario General de las Naciones Unidas, a quien tuvimos el agrado
de recibir en nuestra patria en las primeras semanas de su mandato, y a los representantes
de más de 130 países que integran la Asamblea.
A usted, señor Presidente, proveniente de un país con el cual nos unen
lazos fraternales, y a quien
personalmente apreciamos cuando encabezó la delegación de la República
Popular de Polonia a la III UNCTAD, junto con rendir homenaje a su alta
investidura, deseo agradecerle sus palabras tan significativas y calurosas.
Vengo de Chile, un país pequeño pero donde hoy cualquier ciudadano es
libre de expresarse como mejor prefiera, de irrestricta tolerancia cultural,
religiosa e ideológica, donde la discriminación racial no tiene cabida. Un país
con una clase obrera unida en una sola organización sindical, donde el sufragio
universal y secreto es el vehículo de definición de un régimen multipartidista,
con un Parlamento de actividad ininterrumpida desde su creación hace 160 años,
donde los Tribunales de Justicia son independientes del Ejecutivo, en que desde
1833 sólo una vez se ha cambiado la Carta Constitucional, sin que ésta
prácticamente jamás dejado de ser aplicada. Un país, donde la vida pública está
organizada en instituciones civiles, que cuenta con fuerzas armadas de probada formación
profesional y de hondo espíritu democrático. Un país de cerca de diez millones
de habitantes que en una generación ha dado dos Premios Nobel de Literatura.
Gabriela Mistral y Pablo Neruda, ambos hijos de modestos trabajadores. En mi
patria, historia, tierra y hombre se funden en un gran sentimiento nacional.
Pero Chile es también un país cuya economía retrasada ha estado sometida,
e inclusive enajenada a empresas capitalistas extranjeras; ha sido conducido a
un endeudamiento externo superior a los cuatro mil millones de dólares, cuyo
servicio anual significa más del 30% del valor de sus exportaciones, con una
economía estrechamente sensible ante la coyuntura externa, crónicamente estancada
e inflacionaria. Así, millones de personas han sido forzadas a vivir en
condiciones de explotación y miseria, de cesantía abierta o disfrazada.
Hoy vengo aquí, porque mi país está enfrentado a problemas que, en su
trascendencia universal, son objeto de la permanente atención de esta Asamblea
de las Naciones: la lucha por la liberación social, el esfuerzo por el
bienestar y el progreso intelectual, la defensa de la personalidad y dignidad, nacionales.
La perspectiva que tenía ante sí mi patria, como tantos otros países del
Tercer Mundo, era un modelo de modernización reflejo, que los estudios técnicos
y la realidad más trágica coinciden en demostrar que está condenado a excluir
de las posibilidades de progreso, bienestar y liberación social a más y más
millones de personas, relegándolas a una vida sub-humana. Modelo que va a producir
mayor escasez de viviendas, que condenará a un número cada vez más grande de ciudadanos
a la cesantía, al analfabetismo, a la ignorancia y a la miseria fisiológica.
La misma perspectiva, en síntesis, que nos ha mantenido en una relación
de colonización o de dependencia. Que nos ha explotado en tiempos de guerra
fría, pero también en tiempos de conflagración bélica y también en tiempos de
paz. A nosotros, los países subdesarrollados, se nos quiere condenar a ser
realidades de segunda clase siempre subordinados. Este es el modelo que la
clase trabajadora chilena, al imponerse como protagonista de su propio porvenir,
ha resuelto rechazar, buscando en cambio un desarrollo acelerado, autónomo y
propio, transformando revolucionariamente las estructuras tradicionales. El
pueblo de Chile ha conquistado el Gobierno tras una larga trayectoria de
generosos sacrificios, y se encuentra plenamente entregado a la tarea de
instaurar la democracia económica, para que la actividad productiva responda a
necesidades y expectativas sociales y no a intereses de lucro personal.
De modo programado y coherente, la vieja estructura apoyada en la
explotación de los trabajadores y en el dominio por una minoría de los
principales medios de producción, está siendo superada. En su reemplazo surge
una nueva estructura, dirigida por los trabajadores, que puesta al servicio de
los intereses de la mayoría, está sentando las bases de un crecimiento que
implica desarrollo auténtico, que involucra a todos los habitantes y no margina
a vastos sectores de conciudadanos a la miseria y la relegación social.
Los trabajadores están desplazando a los sectores privilegiados del
poder político y económico, tanto en los centros de labor como en las comunas y
en el Estado. Este es el contenido revolucionario del proceso que está viviendo
mi país, de superación del sistema capitalista, para dar apertura al socialismo.
La necesidad de poner al servicio de las enormes carencias del pueblo la
totalidad de nuestros recursos económicos, iba a la par con la recuperación
para Chile de su dignidad. Debíamos acabar con la situación de que nosotros,
los chilenos, debatiéndonos contra la pobreza y el estancamiento, tuviéramos
que exportar enormes sumas de capital, en beneficio de la más poderosa economía
de mercado del mundo. La nacionalización de los recursos básicos constituía una
reivindicación histórica. Nuestra economía no podía tolerar por más tiempo la
subordinación que implicaba tener más del 80% de sus exportaciones en manos de
un reducido grupo de grandes compañías extranjeras, que siempre han antepuesto
sus intereses a las necesidades de los países en los cuales lucran. Tampoco
podíamos aceptar la lacra del latifundio, los monopolios industriales y
comerciales, el crédito en beneficio de unos pocos, las brutales desigualdades
en la distribución del ingreso.
El cambio de la estructura del poder que estamos llevando a cabo, el
progresivo papel de dirección que en ella asumen los trabajadores, la
recuperación nacional de las riquezas básicas, la liberación de nuestra patria
de la subordinación a las potencias extranjeras, son la culminación de un largo
proceso histórico. Del esfuerzo por imponer las libertades políticas y
sociales, de la heroica lucha de varias generaciones de obreros y campesinos
por organizarse como fuerza social para conquistar el poder político y
desplazar a los capitalistas del poder económico.
Su tradición, su personalidad, su conciencia revolucionaria, permiten al
pueblo chileno impulsar el proceso hacia el socialismo, fortaleciendo las
libertades cívicas, colectivas e individuales, respetando el pluralismo
cultural e ideológico. El nuestro es un combate permanente por la instauración
de las libertades sociales, de la democracia económica, mediante el pleno
ejercicio de las libertades políticas.
La voluntad democrática de nuestro pueblo ha asumido el desafío de
impulsar el proceso revolucionario dentro de los marcos de un estado de Derecho
altamente institucionalizado, fue ha sido flexible a los cambios y que hoy está
frente a la necesidad de ajustarse a la nueva realidad socioeconómica.
Hemos nacionalizado las riquezas básicas. Hemos nacionalizado el cobre.
Lo hemos hecho por decisión unánime del Parlamento, donde los partidos
de Gobierno están en minoría. Queremos que todo el mundo lo entienda
claramente: no hemos confiscado las empresas extranjeras de la gran minería del
cobre. Eso sí, de acuerdo con disposiciones constitucionales, reparamos una
injusticia histórica, al deducir de la indemnización las utilidades por ellas
percibidas más allá de un 12.1% anual, a partir de 1955. Las utilidades que
habían obtenido en el transcurso de
los últimos quince años algunas de las empresas nacionalizadas eran tan
exorbitantes que, al aplicársele como límite la utilidad razonable del 12%
anual, esas empresas fueron afectadas por deducciones de significación. Tal es
el caso, por ejemplo, de una filial de Anaconda Company que, entre 1955 y 1970,
obtuvo en Chile una utilidad promedio del 21,5% anual sobre su valor de libro, mientras
las utilidades de Anaconda en otros países alcanzaban sólo un 3,6% al año.
Esa es la situación de una filial de Kennecott Copper Corporation que en
el mismo período obtuvo en Chile una utilidad promedio del 52% anual, llegando
en algunos años a utilidades tan increíbles como el 106% en 1967, el 113% en
1968, y más del 205% en 1969. El promedio de las utilidades de Kennecott en
otros países alcanzaba, en la misma época, a menos del 10% anual. Sin embargo,
la
aplicación de la norma Constitucional ha determinado que otras empresas
cupieras no fueran objeto de desacuerdos por concepto de utilidades excesivas,
ya que sus beneficios no excedieron el límite razonable del 12% anual.
Cabe destacar que en los años inmediatamente anteriores a la
nacionalización, las grandes empresas
del cobre habían iniciado planes de expansión los que en gran medida han
fracasado, y para los cuales no aportaron recursos propios, no obstante las
grandes utilidades que percibían, y que financiaron a través de créditos
externos.
De acuerdo con las disposiciones legales, el Estado chileno ha debido
hacerse cargo de esas deudas, las que ascienden a la enorme cifra de más de 727
millones de dólares. Hemos empezado a pagar incluso deudas que una de estas
empresas había contratado con Kennecott, su compañía matriz en Estados Unidos.
Estas mismas empresas, que explotaron el cobre chileno durante muchos
años, sólo en los últimos cuarenta y dos años se llevaron en ese lapso más de
cuatro mil millones de dólares de utilidades, en circunstancias que su
inversión inicial no subió de treinta millones. Un simple y doloroso ejemplo:
en agudo contraste, en mi país hay setecientos mil niños que jamás podrán gozar
de la vida en términos normalmente humanos, porque en sus primeros ocho meses
de existencia no recibieron la cantidad elemental de proteínas. Cuatro mil
millones de dólares transformarían totalmente a mi patria. Sólo parte de esta
suma aseguraría proteínas para siempre a todos los niños de mi patria.
La nacionalización del cobre se ha hecho observando escrupulosamente el
ordenamiento jurídico interno, y con respecto a las normas del Derecho
Internacional, el cual no tiene por qué ser identificado con los intereses de
las grandes empresas capitalistas. Este es en síntesis el proceso que mi patria
vive, que he creído conveniente presentar ante esta Asamblea, con la autoridad
que nos da el que estemos cumpliendo con rigor las recomendaciones de las
Naciones Unidas, y apoyándonos en el esfuerzo interno como base del desarrollo
económico y social. Aquí, en este foro, se ha aconsejado el cambio de las
instituciones y de las estructuras atrasadas; la movilización de los recursos
nacionales -naturales y humanos-; la redistribución del ingreso; dar prioridad
a la educación y a la salud, así como a la atención de los sectores más pobres de
la población, Todo esto es parte esencial de nuestra política y se halla en
pleno proceso de ejecución.
Por eso resulta tanto más doloroso tener que venir a esta tribuna a
denunciar que mi país es víctima de una grave agresión. Habíamos previsto
dificultades y resistencia externas para llevar a cabo nuestro proceso de
cambios, sobre todo frente a la nacionalización de nuestros recursos,
naturales.
El imperialismo y su crueldad tienen un largo y ominoso historial en
América Latina, y está muy cerca la dramática y heroica experiencia de Cuba.
También lo está la del Perú, que ha debido sufrir las consecuencias de su decisión
de disponer soberanamente de su petróleo. En plena década del 70, después de
tantos acuerdos y resoluciones de la comunidad internacional, en los que se
reconoce el derecho soberano de cada país de disponer de sus recursos naturales
en beneficio de su pueblo; después de la adopción de los Pactos Internacionales
sobre Derechos Económicos, Sociales y Culturales y de la Estrategia para el
Segundo Decenio del Desarrollo, que solemnizaron tales acuerdos, somos víctimas
de una nueva manifestación del imperialismo. Más sutil, más artera, y
terriblemente eficaz, para impedir el ejercicio de nuestros derechos de Estado
soberano.
Desde el momento mismo en que triunfamos electoralmente el 4 de
septiembre de 1970, estamos afectados por el desarrollo de presiones externas
de gran envergadura, que pretendió impedir la instalación de un gobierno
libremente elegido por el pueblo, y derrocarlo desde entonces. Que ha
querido aislarnos del mundo, estrangular la economía, paralizar el
comercio del principal producto
de exportación que es el cobre, y privarnos del acceso a las fuentes de
financiamiento internacional.
Estamos conscientes de que cuando denunciamos el bloqueo
financiero-económico con que se nos agrede, tal situación aparece difícil de
ser comprendida con facilidad por la opinión pública internacional, y aun por
algunos de nuestros compatriotas. Porque no se trata de una agresión abierta,
que haya sido declarada sin embozo ante la faz del mundo. Por el contrario, es
un ataque siempre oblicuo, subterráneo, sinuoso, pero no por eso menos lesivo
para Chile.
Nos encontramos frente a fuerzas que operan en la penumbra, sin bandera,
con armas poderosas,
apostadas en los más variados lugares de influencia.
5 Archivos Salvador Allende
Sobre nosotros no pesa ninguna prohibición de comerciar.
Nadie ha declarado que se propone un enfrentamiento con nuestra nación.
Parecería que no tenemos más enemigos que los propios y naturales adversarios
políticos internos. No es así. Somos víctimas de acciones casi imperceptibles,
disfrazadas generalmente con frases y declaraciones que ensalzan el respeto a
la soberanía y a la dignidad de nuestro país. Pero nosotros conocemos en carne propia
la enorme distancia que hay entre dichas declaraciones y las acciones
específicas que debemos soportar.
No estoy aludiendo a cuestiones vagas. Me refiero a problemas concretos
que hoy aquejan a mi pueblo, y que van a tener repercusiones económicas aún más
graves en los meses próximos. Chile, como la mayor parte de los países del
Tercer Mundo es muy vulnerable frente a la situación del sector externo de su
economía. En el transcurso de los Últimos doce meses el descenso de los precios
internacionales del cobre ha significado al país -cuyas exportaciones alcanzan
a poco más de mil millones de dólares-, la pérdida de ingresos de
aproximadamente doscientos millones de dólares.
Mientras los productos, tanto industriales como agropecuarios, que
debemos importar, han experimentado fuertes alzas; algunos de ellos hasta de un
60%.
Como casi siempre, Chile compra a precios altos y vende a precios bajos.
Ha sido justamente en estos momentos, de por sí difíciles para nuestra
balanza de pagos, cuando hemos debido hacer frente, entre otras cosas, a las
siguientes acciones simultáneas, destinadas al parecer a tomar revancha del
pueblo chileno por su decisión de nacionalizar el cobre. Hasta el momento de la
iniciación de mi Gobierno, Chile percibía por concepto de préstamos otorgados
por organismos financieros internacionales, tales como el Banco Mundial y el
Banco Internacional de Desarrollo, un monto de recursos cercano a ochenta
millones de dólares al año. Violentamente, estos financiamientos han sido
interrumpidos.
En el decenio pasado, Chile recibía préstamos de la Agencia para el
Desarrollo Internacional del
Gobierno de EE.UU. (AID), por un valor de 50 millones de dólares.
No pretendemos que esos préstamos sean restablecidos. Estados Unidos es
soberano para otorgar ayuda externa, o no, a cualquier país. Sólo queremos señalar,
que la drástica supresión de esos créditos ha significado contracciones
importantes en nuestra balanza de pagos.
Al asumir la Presidencia, mi país contaba con líneas de crédito a corto
plazo de la banca privada norteamericana, destinadas al financiamiento de
nuestro comercio exterior, por cerca de doscientos veinte millones de dólares.
En breve plazo, se ha suspendido de estos créditos un monto de alrededor de
ciento noventa millones de dólares, suma que hemos debido pagar al no renovarse
las respectivas operaciones.
Como la mayor parte de los países de América Latina, Chile, por razones
tecnológicas y de otro orden, debe efectuar importantes adquisiciones de bienes
de capital en Estados Unidos. En la actualidad, tanto los financiamientos de
proveedores como los que ordinariamente otorga el Eximbank para este tipo de
operaciones, nos han sido también suspendidos, encontrándose en la anómala
situación de tener que adquirir esta clase de bienes con pago anticipado, lo
cual presiona extraordinariamente sobre nuestra balanza de pagos.
Los desembolsos de préstamos contratados por Chile con anterioridad a la
iniciación de mi Gobierno, con agencias del sector público de Estados Unidos, y
que se encontraban entonces en ejecución, también se han suspendido. En
consecuencia, tenemos que continuar la realización de los proyectos correspondientes,
efectuando compras al contado en el mercado norteamericano, ya que, en plena marcha
de las obras, es imposible reemplazar la fuente de las importaciones
respectivas.
Para ello, se había previsto que el financiamiento proviniera de
organismos del gobierno norteamericano. Como resultado de acciones dirigidas en
contra del comercio del cobre en los países de Europa Occidental, nuestras
operaciones de corto plazo con bancos privados de ese Continente - basadas
fundamentalmente en cobranzas de ventas de este metal-, se han entorpecido enormemente.
Esto ha significado la no renovación de líneas de crédito por más de veinte
millones de dólares; la suspensión de gestiones financieras que estaban a punto
de concretarse por más de doscientos millones de dólares, y la creación de un
clima que impide el manejo normal de nuestras compras en tales países, así como
distorsiona agudamente todas nuestras actividades en el campo de las finanzas
externas.
Esta asfixia financiera de proyecciones brutales, dadas las
características de la economía chilena, se ha traducido en una severa
limitación de nuestras posibilidades de abastecimientos de equipos, de repuestos,
de insumos, de productos alimenticios, de medicamentos, Todos los chilenos
estamos sufriendo las consecuencias de estas medidas, las que se proyectan en
la vida diaria de cada ciudadano, y naturalmente, también, en la vida política
interna. Lo que he descrito significa que se ha desvirtuado la naturaleza de
los organismos internacionales, cuya utilización como instrumentos de la
política bilateral de cualquiera de sus países miembros, por poderoso que sea,
es jurídica y moralmente inaceptable. ¡Significa presionar a un país
económicamente débil! ¡Significa castigar a un pueblo por su decisión de
recuperar sus recursos básicos! ¡Significa una forma premeditada de intervención
en los asuntos internos de un país! ¡Esto es lo que denominamos insolencia imperialista!
Señores delegados, ustedes lo saben y no pueden dejar de recordarlo: esto ha
sido repetidamente condenado por resoluciones de Naciones Unidas.
No sólo sufrimos el bloqueo financiero, también somos víctimas de una
clara agresión. Dos empresas que integran el núcleo central de las grandes
compañías transnacionales, que clavaron sus garras en mi país, la International
Telegraph & Telephone Company y la Kennecott Copper Corporation, se propusieron
manejar nuestra vida política.
La ITT, gigantesca corporación cuyo capital es superior al presupuesto
nacional de varios países latinoamericanos juntos, y superior incluso al de
algunos países industrializados, inició, desde el momento mismo en que se
conoció el triunfo popular en la elección de septiembre de 1970, una siniestra
acción para impedir que yo ocupara la primera magistratura.
Entre septiembre y noviembre del año mencionado, se desarrollaron en
Chile acciones terroristas planeadas fuera de nuestras fronteras, en colusión
con grupos fascistas internos, las que culminaron con el asesinato del
Comandante en Jefe del Ejército, general René Schneider Chereau, hombre justo y
gran soldado, y símbolo del constitucionalismo de las Fuerzas Armadas de Chile.
En marzo del año en curso se revelaron los documentos que denuncian la relación
entre esos tenebrosos propósitos y la ITT. Esta Última ha reconocido que
incluso hizo en 1970 sugerencias al Gobierno de Estados Unidos para que
interviniera en los acontecimientos de Chile. Los documentos son auténticos.
Nadie ha osado desmentirlos.
Posteriormente, el mundo se enteró con estupor, en julio último, de
distintos aspectos de un nuevo plan de acción que la misma ITT presentara al
gobierno norteamericano, con el propósito de derrocar a mi Gobierno en el plazo
de seis meses. Tengo en mi portafolio el documento, fechado en octubre de 1971,
que contiene los dieciocho puntos que constituían ese plan. Proponía el
estrangulamiento económico, el sabotaje diplomático, el desorden social, crear
el pánico en la población, para que al ser sobrepasado el Gobierno, las Fuerzas
Armadas fueran impulsadas a quebrar el régimen democrático e imponer una
dictadura.
En los mismos momentos en que la ITT proponía ese plan, sus
representantes simulaban negociar
con mi Gobierno una fórmula para la adquisición por el Estado chileno de
la participación de ITT en la Compañía de Teléfonos de Chile. Desde los
primeros días de mi administración habíamos iniciado conversaciones para
adquirir la empresa telefónica que controlaba la ITT, por razones de seguridad nacional.
Personalmente, recibí en dos oportunidades a altos ejecutivos de esa
empresa. En las discusiones mi Gobierno actuaba de: buena fe. La ITT, en
cambio, se negaba a aceptar el pago de un precio fijado de acuerdo con una
tasación de expertos internacionales. Ponía dificultades para una solución
rápida y equitativa, mientras subterráneamente intentaba desencadenar una
situación caótica en mi país.
La negativa de la ITT a aceptar un acuerdo directo, y el conocimiento de
sus arteras maniobras nos ha obligado a enviar al Congreso un proyecto de ley
de nacionalización. La decisión del pueblo chileno de defender el régimen
democrático y el progreso de la revolución; la lealtad de las Fuerzas Armadas hacia
su patria y sus leyes, ha hecho fracasar estos siniestros intentos.
Señores Delegados: Yo acuso ante la conciencia del mundo a la ITT, de
pretender provocar en mi patria una guerra civil. Esto es lo que nosotros
calificamos de acción imperialista. Chile está ahora ante un peligro cuya
solución depende solamente de la voluntad nacional, sino que de una vasta gama
de elementos externos. Me estoy refiriendo a la acción emprendida por la
Kennecott Copper.
Acción que, como expresó la semana pasada el Ministro de Minas e
Hidrocarburos del Perú en la reunión Ministerial del Consejo Internacional de
Países Exportadores de Cobre (CIPEC) trae a la memoria del pueblo
revolucionario del Perú un pasado de oprobio del que fuera protagonista la Internacional
Petroleum Co. expulsada definitivamente del país por la revolución.
Nuestra Constitución establece que las disputas originadas por las nacionalizaciones
deben ser resueltas por un tribunal que, como todos los de mi país, es
independiente y soberano en sus decisiones. La Kennecott Copper aceptó esta
jurisdicción y durante un año litigió ante este Tribunal.
Su apelación fue denegada y entonces decidió utilizar su gran poder para
despojarnos de los beneficios de nuestras exportaciones de cobre y presionar
contra el Gobierno de Chile. Llegó en su osadía hasta demandar, en septiembre
último, el embargo del precio de dichas exportaciones ante los tribunales de
Francia, de Holanda y de Suecia. Seguramente lo intentará también en otros
países.
El fundamento de estas acciones no puede ser más inaceptable, desde
cualquier punto de vista jurídico y moral.
La Kennecott pretende que tribunales de otras naciones, que nada tienen
que ver con los problemas o negocios que existen entre el Estado chileno y la
Compañía Kennecott Copper, decidan que es nulo un acto soberano de nuestro
Estado, realizado en virtud de un mandato de la más alta jerarquía, como es el
dado por la Constitución política y refrendado por la unanimidad del pueblo
chileno.
Esa pretensión choca contra los principios esenciales del Derecho
Internacional, en virtud de los cuales los recursos naturales de un país -sobre
todo cuando se trata de aquellos que constituyen su
vida- le pertenecen y puede disponer libremente de ellos. No existe una
ley internacional aceptada por todos, o en este caso, un tratado específico que
así lo acuerde. La comunidad mundial, organizada bajo los principios de las
Naciones Unidas, no acepta una interpretación del derecho internacional
subordinada a los intereses del capitalismo, que lleve a los tribunales de
cualquier país extranjero a amparar una estructura de relaciones económicas al
servicio de aquél. Si así fuera, se estaría vulnerando un principio fundamental
de la vida internacional: el de no intervención en los asuntos internos de un
Estado, como expresamente lo reconoció la Tercera UNCTAD. Estamos regidos por
el Derecho Internacional; aceptado reiteradamente por las Naciones Unidas, en particular
en la Resolución 1803 de la Asamblea General; norma que acaba de reforzar la
Junta de Comercio y Desarrollo, precisamente teniendo como antecedente la
denuncia que mi país formuló contra la Kennecott. La resolución respectiva,
junto con reafirmar el derecho soberano de todos los países a disponer
libremente de sus recursos naturales, declaró que: “en aplicación de este
principio, las nacionalizaciones que los Estados llevan a cabo para rescatar
estos recursos son expresión de una facultad soberana, por lo que corresponde a
cada Estado fijar las modalidades de tales medidas, y las disputas que puedan
suscitarse con motivo de ellos son de recurso exclusivo de sus tribunales, sin perjuicio
de lo dispuesto en la Resolución 1803 de la Asamblea General.” Esta resolución,
excepcionalmente, permite la intervención de jurisdicciones extra nacionales
siempre que “exista acuerdo entre Estados soberanos y otras partes
interesadas.”
Esta es la única tesis aceptable en las Naciones Unidas. Es la única que
está conforme con su filosofía y sus principios. Es la única que puede proteger
el derecho de los débiles contra el abuso de los fuertes.
Como no podía ser de otra manera, hemos obtenido en los Tribunales de
París el levantamiento del embargo que pesaba sobre el valor de una exportación
de nuestro cobre. Seguiremos defendiendo sin desmayo la exclusiva competencia
de los Tribunales chilenos para conocer de cualquier diferendo relativo a la
nacionalización de nuestro recurso básico. Para Chile ésta no es sólo una
importante materia de interpretación jurídica. E s un problema de soberanía.
Señores Delegados: es mucho más es un problema de supervivencia.
La agresión de la Kennecott causa perjuicios graves a nuestra economía.
Solamente las dificultades directas impuestas a la comercialización del cobre
han significado a Chile, en dos meses, pérdidas de muchos millones de dólares.
Pero eso no es todo. Ya me he referido a los efectos vinculados al entorpecimiento
de las operaciones financieras de mi país con la banca de Europa Occidental.
Evidente es, también, el propósito de crear un clima de inseguridad ante
los compradores de nuestro principal producto de exportación, lo que no se
logrará.
Hacia allá se dirigen, en este momento, los designios de esta empresa
imperialista, porque no puede esperar que, en definitiva, ningún poder político
o judicial prive a Chile de lo que legítimamente le pertenece. Busca
doblegarnos. ¡Jamás lo conseguirá!
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La agresión de las grandes empresas capitalistas pretende impedir la
emancipación de las clases populares. Representa un ataque directo contra los
intereses económicos de los trabajadores.
Señores Delegados: el chileno es un pueblo que ha alcanzado la madurez
política para decidir, mayoritariamente, el reemplazo del sistema económico
capitalista por el socialista.
Nuestro régimen político ha contado con instituciones suficientemente
abiertas para encauzar esta voluntad revolucionaria sin quiebras violentas. Me hago un deber en
advertir a esta Asamblea que las represalias y el bloqueo dirigidos a producir contradicciones y
deformaciones económicas encadenadas, amenazan con repercutir sobre la paz y
convivencia internas. No lo lograrán. La inmensa mayoría de los chilenos sabrá
resistirlas en actitud patriótica y digna. Lo dije al comienzo: la historia, la
tierra y el hombre nuestro se funden en un sentido nacional.
Ante la Tercera UNCTAD tuve la oportunidad de referirme al fenómeno de
las corporaciones transnacionales y destaqué el vertiginoso crecimiento de su
poder económico, influencia política y acción corruptora. De ahí la alarma con
que la opinión mundial debe reaccionar ante semejante
ealidad. El poderío de estas
corporaciones es tan grande, que traspasa todas las fronteras. Sólo las inversiones
en el extranjero de las compañías estadounidenses, que alcanzan hoy a 32 mil
millones de dólares, crecieron entre 1950 y 1970 a un ritmo de 10% al año,
mientras las exportaciones de este país aumentaron sólo a un 5%. Sus utilidades
son fabulosas y representan un enorme drenaje de recursos para los países en
desarrollo. Sólo en un año, estas empresas retiraron utilidades del Tercer Mundo
que significaron transferencias netas en favor de ellas de 1723 millones de
dólares: 1.013 millones de América Latina, 280 de África, 366 del Lejano
Oriente y 64 del Medio Oriente. Su influencia y su ámbito de acción están
trastocando las prácticas tradicionales del comercio entre los Estados de
transferencia tecnológica, de transmisión de recursos entre las naciones y las
relaciones laborales. Estarnos ante un verdadero conflicto frontal entre las
grandes corporaciones transnacionales y los Estados. Estos aparecen
interferidos en sus decisiones fundamentales -políticas económicas y
militares-por organizaciones globales que no dependen de ningún estado y que en
la suma de sus actividades no responden ni están fiscalizadas por ningún
Parlamento, por ninguna institución representativa del interés colectivo.
En una palabra, es toda la estructura política del mundo la que está
siendo socavada. “Los mercaderes no tienen patria. El lugar donde actúan no
constituye un vínculo. Sólo les interesa la ganancia.’’ Esta frase no es mía; es de Jefferson. Pero, las grandes
empresas transnacionales no sólo atentan contra los intereses genuinos de los países
en desarrollo, sino que su acción avasalladora e incontrolada se da también en
los países industrializados, donde se asientan. Ello ha sido denunciado en los
Últimos tiempos en Europa y Estados Unidos, lo que ha originado una
investigación en el propio Senado norteamericano. Ante este peligro, los
pueblos desarrollados no están más seguros que los subdesarrollados. Es un fenómeno
que ya ha provocado la creciente movilización de los trabajadores organizados,
incluyendo a las grandes entidades sindicales que existen en el mundo. Una vez
más, la actuación solidaria internacional de los trabajadores deberá enfrentar
a un adversario común: EL IMPERIALISMO.
Fueron estos actos los que, principalmente, decidieron al Consejo
Económico y Social de las Naciones Unidas, a raíz de la denuncia presentada por
Chile, a aprobar, en julio pasado, por unanimidad, una resolución disponiendo
la convocatoria de un grupo de personalidades mundiales, para que estudien la
“Función y los Efectos de las Corporaciones Transnacionales en el Proceso de
Desarrollo, especialmente de los Países en Desarrollo, y sus Repercusiones en
las Relaciones Internacionales, y que presente recomendaciones para una Acción
Internacional Apropiada” El nuestro no es un problema aislado ni Único. Es la
manifestación local de una realidad que nos desborda. Que abarca al Continente
Latinoamericano y al Tercer Mundo. Con intensidad variable y con peculiaridades
singulares, todos los países periféricos están expuestos a algo semejante. El
sentido de solidaridad humana que impera en los países desarrollados, debe
sentir repugnancia porque el grupo de empresas llegue a poder interferir
impunemente en el engranaje más vital de la vida de una Nación, hasta
perturbarlo totalmente.
El portavoz del Grupo Africano al anunciar en la Junta de Comercio y
Desarrollo, hace algunas semanas, la posición de estos países frente a la denuncia que hizo Chile
por la agresión de la Kennecott Copper, declaró que su Grupo se solidarizaba
plenamente con Chile porque no se trataba de una cuestión que afectara sólo a una nación, sino que potencialmente
a todo el mundo en desarrollo. Esas palabras tienen un gran valor, porque
significan el reconocimiento de todo un Continente, de que a través del caso
chileno está planteada una nueva etapa de la batalla entre el imperialismo y
los países débiles del Tercer Mundo.
La batalla por la defensa de los recursos naturales es parte de la que
libran los países del Tercer Mundo para vencer el subdesarrollo. La agresión
que nosotros padecemos hace aparecer como ilusorio el cumplimiento de las
promesas hechas en los últimos años en cuanto a una acción de envergadura para
superar el estado de atraso y de necesidad de las naciones de África, Asia y América
Latina. Hace dos años esta Asamblea General, con ocasión del vigesimoquinto
aniversario de la creación de las Naciones Unidas, proclamó en forma solemne la
estrategia para el Segundo Decenio del Desarrollo. Por ella, todos los estados
miembros de la organización, se comprometieron a no omitir esfuerzos para
transformar, a través de medidas concretas, la actual injusta división internacional
del trabajo y para colmar la enorme brecha económica y tecnológica que separa a los países opulentos de los
países en vías de desarrollo. Estamos comprobando que ninguno de estos propósitos
se convierte en realidad. Al contrario, se ha retrocedido.
Así, los mercados de los países industrializados han continuado tan
cerrados como antes para los productos básicos de los países en desarrollo,
especialmente los agrícolas, y aún aumentan los indicios de proteccionismo; los
términos del intercambio se siguen deteriorando; el sistema de preferencias
generalizadas para las exportaciones de nuestras manufacturas y
semi-manufacturas no ha sido puesto en vigencia por la nación cuyo mercado
ofrecía mejores perspectivas, dado su volumen, y no hay indicios de que lo sea
en un futuro inmediato. La transferencia de recursos financieros públicos,
lejos de llegar al 0,7% del Producto Nacional Bruto de las naciones desarrolladas,
ha bajado del 0,34 al 0,24%. El endeudamiento de los países en desarrollo, que
ya era enorme a principios del presente año, ha subido en pocos meses de 70 a
75 mil millones de dólares.
Los cuantiosos pagos por servicios de deudas que representan un drenaje
intolerable para estos países, han sido provocados en gran medida por las
condiciones y modalidades de los préstamos. Dichos servicios aumentaron en un
18% en 1970 y en un 20% en 1971, lo que es más del doble de la tasa media del
decenio de 1960.
Este es el drama del subdesarrollo y de los países que todavía no hemos
sabido hacer valer nuestros derechos y defender mediante una vigorosa acción
colectiva, el precio de las materias primas y productos básicos, así como hacer
frente a las amenazas y agresiones del neo imperialismo. Somos países
potencialmente ricos, y vivimos en la pobreza. Deambulamos de un lugar a otro
pidiendo créditos, ayuda, y sin embargo somos -paradoja propia del sistema
económico capitalista- grandes exportadores de capitales. América Latina, como
componente del mundo en desarrollo, se integra en el cuadro que acabo de
exponer. Junto con Asia, África y los países socialistas ha librado, en los últimos
años, muchas batallas para cambiar la estructura de las relaciones económicas y
comerciales con el mundo capitalista; para subsistir el injusto discriminatorio
orden económico y monetario creado en Breton Woods, al término de la Segunda
Guerra Mundial.
Cierto es que entre muchos países de nuestra región y los de los otros
continentes en desarrollo se comprueban diferencias en el ingreso nacional y
aun las hay dentro de aquellas donde existen varios países que podrían ser
considerados como de menor desarrollo relativo entre los subdesarrollados.
Pero tales diferencias -que mucho se mitigan al compararlas con el
Producto Nacional del mund industrializado no marginan a Latinoamérica del
vasto sector postergado y explotado de la humanidad.
Ya el Consejo de Viña del Mar, en 1969, afirmó esas coincidencias y
tipificó, precisó y cuantificó el atraso económico y social de la región y los
factores externos que lo determinan, destacando las enormes injusticias
cometidas en su contra bajo el disfraz de cooperación y ayuda; porque en
América Latina, grandes ciudades que muchos admiran, ocultan el drama de
cientos de miles de seres que viven en poblaciones marginales, producto de un pavoroso
desempleo y subempleo:esconden las desigualdades profundas entre pequeños grupos privilegiados
y las grandes masas, cuyos índices de nutrición y de salud no superan a los de Asia y África,
que casi no tienen acceso a la cultura.
Es fácil comprender por qué nuestro continente latinoamericano registra
una alta mortalidad infantil y un bajo promedio de vida, si se tiene presente
que en él faltan veintiocho millones de viviendas, el cincuenta y seis por
ciento de su población está subalimentada, hay más de cien millones de analfabetos
y semi-analfabetos, trece millones de cesantes y más de cincuenta millones con
trabajos ocasionales. Más de veinte millones de latinoamericanos no conocen la
moneda, ni siquiera como medio de intercambio.
Ningún régimen, ningún gobierno, ha sido capaz de resolver los grandes
déficits de vivienda, trabajo, alimentación y salud. Por el contrario, éstos se
acrecientan año a año con el aumento vegetativo de la población. De continuar
esta situación, ¿qué ocurrirá cuando seamos más de seiscientos millones de
habitantes a fines de siglo? No siempre se percibe que el subcontinente
latinoamericano, cuyas riquezas potenciales son enormes, ha llegado a ser el principal
campo de acción del imperialismo económico en los Últimos treinta años. Datos
recientes del Fondo Monetario Internacional nos informan que la cuenta de
inversiones privadas de los países desarrollados en América Latina arrojó un
déficit en contra de ésta de diez mil millones de dólares entre 1960 y 1970. En
una palabra, esta suma constituye un aporte neto de capitales de esta región al
mundo opulento, en diez años.
Chile se siente profundamente solidario con América Latina, sin
excepción alguna. Por tal razón, propicia y respeta estrictamente la política
de No Intervención y de Autodeterminación que aplicamos en el plano mundial.
Estimulamos fervorosamente el incremento de nuestras relaciones Económicas y culturales. Somos partidarios de la complementación y de la
integración de nuestras economías. De ahí que trabajemos con entusiasmo dentro
del cuadro de la ALALC, y, como primer`12 aso, por la formación del Mercado Común de los países Andinos, que nos
une con Bolivia, Colombia, Perú, Ecuador.
América Latina deja atrás la época de las protestas, que contribuyeron a
robustecer su toma de conciencia.-Han sido destruidas, por la realidad, las
fronteras ideológicas; han sido quebrados los propósitos divisionistas y
agresionistas, y surge el afán de coordinar la ofensiva de la defensa de los intereses
de los pueblos en el Continente, y en los demás países en desarrollo.
“AQUELLOS QUE IMPOSIBILITAN LA REVOLUCION PACIFICA, HACEN QUE LA
REVOLUCION VIOLENTA SEA INEVITABLE”.
La frase no es mía. ¡La Comparto! Pertenece a John Kennedy. Chile no
está solo, no ha podido ser aislado ni de América Latina ni del resto del
mundo. Por el contrario, ha recibido muestras de solidaridad y de apoyo. Para
derrotar los intentos de crear en torno nuestro un cerco hostil, se conjugaron
el creciente repudio al imperialismo, el respeto que merecen los esfuerzos del
pueblo chileno y la respuesta a nuestra política de amistad con todas las
naciones del mundo.
En América Latina todos los esquemas de cooperación o integración
económica y cultural de que formamos parte, en el plano regional y subregional,
han continuado vigorizándose a ritmo acelerado, y dentro de ellos nuestro
comercio ha crecido considerablemente, en particular con Argentina, México y
los países del Pacto Andino. No ha sufrido trizaduras la coincidencia de los
países latinoamericanos, en foros mundiales y regionales, para sostener los
principios de libre determinación sobre los recursos naturales.
Y frente a los recientes atentados contra nuestra soberanía hemos
recibido fraternales demostraciones de total solidaridad. A todos, nuestro
reconocimiento. Es justo mencionar las reiteraciones de solidaridad del
Presidente del Perú, hechas durante la conversación que sostuve con él hace
horas, y señalar la fraternal recepción que me brindaran el Presidente y el
pueblo mexicanos en la grata visita que acabo de realizar a su nación. Cuba
socialista, que sufre los rigores del bloqueo, nos ha entregado sin reservas,
permanentemente, su adhesión revolucionaria.
En el plano mundial, debo destacar muy especialmente que desde el primer
momento hemos tenido a nuestro lado, en actitud ampliamente solidaria, a los
países socialistas de Europa y Asia. La gran mayoría de la comunidad mundial
nos honró con la elección de Santiago como sede de la Tercera UNCTAD, y ha
acogido con interés nuestra invitación para albergar la Primera Conferencia
Mundial sobre Derecho del Mar, que reitero en esta oportunidad. La reunión a
nivel ministerial de los Países No Alineados, celebrada en Georgetown, Guayana,
en septiembre último, nos expresó públicamente su decidido respaldo frente a la
agresión de que somos objeto por parte de la Kennecott Copper.
El CIPEC, organismo de coordinación establecido por los países
principales exportadores de cobre -Perú, Zaire, Zambia y Chile-, reunido a
solicitud de mi Gobierno, a nivel ministerial, recientemente en Santiago, para
analizar la situación de agresión en contra de mi patria creada por la
Kennecott, adoptó varias resoluciones y recomendaciones a los Estados, que constituyen
un claro apoyo a nuestra posición y un importante paso dado por países del
Tercer Mundo para defender el comercio de sus productos básicos. Estas
resoluciones serán, seguramente, materia de importante debate en la Segunda
Comisión.
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Sólo quiero citar aquí la categórica declaración de “que todo acto que
impida o entrabe el ejercicio del derecho soberano de los países a disponer
libremente de sus recursos naturales, constituye una agresión económica”.
Desde luego, los actos de la empresa Kennecott contra Chile, son
agresión económica; por lo tanto, acuerdan solicitar de sus Gobiernos se
suspenda con ella toda relación económica y comercial; que las disputas sobre
indemnizaciones, en caso de nacionalización, son de exclusiva competencia de
los Estados que las decretan.
Pero lo más significativo, es que acordó crear un mecanismo permanente
de protección y solidaridad en relación al cobre. Ese mecanismo, junto al OPEC,
que opera en el campo petrolero, es el germen de lo que debiera ser una
organización de todos los países del Tercer Mundo, para proteger y defender la
totalidad de sus productos básicos, tanto los mineros e hidrocarburos, como los
agrícolas.
La gran mayoría de los países de Europa Occidental, desde el extremo
norte con los países escandinavos, hasta el extremo sur con España, han seguido cooperando
con Chile y nos ha significado su comprensión.
Por último, hemos visto con emoción la solidaridad de la clase
trabajadora del mundo, expresada por sus grandes centrales sindicales; y
manifestada en actos de hondo significado, como fue la negativa de los obreros
portuarios de Le Havre y Rotterdam a descargar el cobre de Chile, cuyo pago ha
sido arbitraria e injustamente embargado.
Señor Presidente, Señores Delegados: He centrado mi exposición en la
agresión a Chile y en los problemas latinoamericanos y mundiales que a ella se
conectan, ya sea en su origen o en sus efectos.
Quisiera ahora referirme brevemente a otras cuestiones que interesan a
la comunidad internacional.
No voy a mencionar todos los problemas mundiales que están en el temario
de esta Asamblea. No tengo la pretensión de avanzar soluciones sobre ellos.
Esta Asamblea está trabajando afanosamente desde hace más de dos meses en
definir y acordar medidas adecuadas.
Confiamos en que el resultado de esta labor será fructífero. Mis
observaciones serán de carácter general y reflejan preocupaciones del pueblo
chileno.
Con ritmo acelerado se transforma el cuadro de la política internacional
que hemos vivido desde la postguerra, y ello ha producido una nueva correlación
de fuerzas. Han aumentado y se han fortalecido centros de poder político y
económico.
En el caso del mundo socialista, cuya influencia ha crecido
notablemente, su participación en las más importantes decisiones de política en el campo internacional, es cada
vez mayor. Es mi convicción que no podrán transformarse las relaciones comerciales y el sistema
monetario internacionales, aspiración compartida por los pueblos- si no participan plenamente en
ese proceso todos los países del mundo y entre ellos, los del Área Socialista. La República Popular
China, alberga en sus fronteras a casi un tercio de la humanidad, ha
recuperado, después de un largo e injusto ostracismo, el lugar que es el suyo
en el foro de las negociaciones multilaterales y ha entablado nexos
diplomáticos y de intercambio con la mayoría de los países del mundo.
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Se ha ampliado la Comunidad Económica Europea con el ingreso del Reino
Unido de Gran Bretaña y otros países, lo que le da un peso mayor en las
decisiones, sobre todo en el campo económico. El crecimiento económico del
Japón ha alcanzado una velocidad portentosa. El mundo en desarrollo está
adquiriendo cada día mayor conciencia de sus realidades y de sus derechos.
Exige justicia y equidad en el trato y que se reconozca el lugar que le
corresponde en el escenario mundial.
Motores de esta transformación han sido, como siempre, los pueblos, en
su progresiva liberación para convertirse en sujetos de la historia. La
inteligencia del hombre ha impulsado vertiginosos progresos de la ciencia y de
la técnica. La persistencia y el vigor de la política de coexistencia pacífica,
de independencia económica y de progreso social que han promovido las naciones
socialistas, han contribuido decisivamente al alivio de las tensiones que
dividieron al mundo durante más de veinte años y han determinado la aceptación
de nuevos valores en la sociedad y en las relaciones internacionales.
Saludamos los cambios que traen promesas de paz y de prosperidad para
muchos pueblos, pero exigimos que participe de ellos la humanidad entera.
Desgraciadamente, estos cambios han beneficiado sólo en grado mezquino al mundo
en desarrollo. Este sigue tan explotado como antes.
Distante cada vez más de la civilización del mundo industrializado.
Dentro de él bullen nobles aspiraciones y justas rebeldías que continuarán
estallando con fuerza creciente.
Manifestamos complacencia por la superación casi completa de la guerra
fría y por el desarrollo de acontecimientos alentadores; las negociaciones
entre la Unión Soviética y Estados Unidos, tanto respecto al comercio como al
desarme; la concertación de tratados entre la República Federal Alemana, la
Unión Soviética y Polonia; la inminencia de la Conferencia de Seguridad
Europea; las negociaciones entre los dos Estados Alemanes y su ingreso
prácticamente asegurado a las Naciones
Unidas; las negociaciones entre los gobiernos de la República
Democrática de Corea y de la República de Corea, para nombrar los más
promisorios. Es innegable que en la arena internacional hay treguas, acuerdos,
disminución de la situación explosiva.
Pero hay demasiados conflictos no resueltos que exigen la voluntad de
concordia de las partes, o la colaboración de la comunidad internacional y de
las grandes potencias. Continúan activas las agresiones y disputas en diversas
partes del mundo: el conflicto en el Medio Oriente, el más explosivo de todos,
donde todavía no ha podido obtenerse la paz, según lo han recomendado resoluciones
de los principales Órganos de las Naciones Unidas; el asedio y la persecución
contra
Cuba; la explotación colonial; la ignominia del racismo y del apartheid;
el ensanchamiento de la brecha económica y tecnológica entre países pobres.
No hay paz para Indochina, pero tendrá que haberla. Llegará la paz para
Vietnam. Tiene que llegar, porque ya nadie duda de la inutilidad de esta guerra
monstruosamente injusta, que persigue un objetivo tan irrealizable en estos
días como es imponer, a pueblos con conciencia revolucionaria, políticas que no
pueden compartir porque contrarían su interés nacional, su genio y su
personalidad.
Habrá paz. ¡Pero, qué deja esta guerra tan cruel, tan prolongada y tan
desigual! El saldo, tras tantos años de lucha cruenta, es sólo la tortura de un
pueblo admirable en su dignidad; millones de muertos y de huérfanos; ciudades
enteras desaparecidas; cientos de miles de hectáreas de tierras asoladas, sin
vida vegetal posible; la destrucción ecológica. La sociedad norteamericana
conmovida; miles de hogares sumidos en el pesar por la ausencia de los suyos.
No se siguió la ruta de Lincoln.
Esta guerra deja también muchas lecciones. Que el abuso de la fuerza
desmoraliza al que la emplea y produce profundas dudas en su propia conciencia
social. Que la convicción de un pueblo que defiende su independencia lo lleva al
heroísmo y lo hace capaz de resistir la violencia material del más gigantesco
aparato militar y económico.
El nuevo cuadro político crea condiciones favorables para que la
comunidad de naciones haga en los años venideros un gran esfuerzo destinado a
dar renovada vida y dimensión al orden internacional Dicho esfuerzo deberá inspirarse en los principios de la Carta y en
otros que la comunidad ha ido agregando, por ejemplo los de la UNCTAD. Como lo hemos dicho, tres
conceptos fundamentales que presiden las responsabilidades entregadas a las
Naciones Unidas debieran servirle de guía: el de la seguridad colectiva
política, el de la seguridad colectiva económico-social y el del respeto
universal a los derechos fundamentales del hombre, incluyendo los del orden
económico, social y cultural, sin discriminación alguna.
Damos particular importancia a la tarea de afirmar la seguridad
económica colectiva, en la cual tanto han insistido recientemente Brasil y el
Secretario General de las Naciones Unidas. Como paso importante en esta
dirección, la organización mundial cuanto antes debiera hacer realidad la Carta
de Derechos y Deberes Económicos de los Estados, fecunda idea que llevó el Presidente
de México, Luis Echeverría, a la Tercera UNCTAD. Como el ilustre mandatario del
país hermano, creemos que “no es posible un orden justo y un mundo estable en
tanto no se creen obligaciones y derechos que protejan a los estados débiles”.
La acción futura de la colectividad de naciones debe acentuar una
política que tenga como protagonistas a todos los pueblos. La Carta de las
Naciones Unidas fue concebida y presentada en nombre de Nosotros los Pueblos de las Naciones Unidas”.
La acción internacional tiene que estar dirigida a servir al hombre que
no goza de privilegios sino que sufre y labora: al minero de Cardiff, como al
“Fellah” de Egipto; al trabajador que cultiva el cacao en Ghana o en Costa de
Marfil, como al campesino del altiplano en Sudamérica; al pescador de Java, como
al cafetalero de Kenia o de Colombia. Aquélla debiera alcanzar a los dos mil
millones de seres postergados a los que la colectividad tiene la obligación de
incorporar al actual nivel de la evolución histórica y reconocerle “el valor y
la dignidad de persona humana”, como lo contempla el preámbulo de la Carta.
Es la tarea impostergable para la comunidad internacional, asegurar el
cumplimiento de la estrategia para el Segundo Decenio del Desarrollo y poner
este instrumento a tono con las nuevas realidades del Tercer Mundo y con la
renovada conciencia de los pueblos.
La disminución de las tensiones en las relaciones entre países, el
progreso de la cooperación y el entendimiento, exigen y permiten
simultáneamente reconvertir las gigantescas actividades destinadas a la guerra
en otras que impongan, como nueva frontera, atender las inconmensurables carencias
de todo orden de más de dos tercios de la humanidad. De modo tal que los países
más desarrollados aumenten su producción y empleo en asociación con los reales
intereses de los países menos desarrollados. Sólo entonces podríamos hablar de
una auténtica comunidad internacional.´
La presente Asamblea deberá concretar la realización de la Conferencia
Mundial para establecer el llamado derecho del mar; es decir, un conjunto de
normas que reglen, de modo global, todo lo referente al uso y explotación del vasto espacio marino, comprendido su
subsuelo. Es esta una tarea randiosa y promisoria para las Naciones Unidas,
porque estamos frente a un problema del cual recién la humanidad, como un todo,
adquiere conciencia, y aún muchas situaciones establecidas pueden conciliarse
perfectamente con el interés general, Quiero recordar que cupo a los países del
extremo sur de América Latina -Ecuador, Perú y Chile- iniciar hace justo veinte
años esta toma de conciencia, que culminará con la adopción de un tratado sobre
el derecho del mar. Es imperativo queeste tratado incluya el principio aprobado
por la Tercera UNCTAD sobre los derechos de los estados ribereños a los
recursos dentro de su mar jurisdiccional y, al mismo tiempo, cree los
instrumentos y los mecanismos para que el espacio marino extra jurisdiccional
sea patrimonio común de la humanidad y sea explotado en beneficio de todos por
una autoridad internacional. Reafirmo nuestra esperanza en la misión de las
Naciones Unidas. Sabemos que sus éxitos o sus fracasos dependen de la voluntad
política de los estados y de su capacidad para interpretar los anhelos de la
inmensa mayoría de la raza humana. De ellos depende que Naciones Unidas pueda
ser un foro meramente convencional o un instrumento eficaz.
He traído hasta aquí la voz de mi patria, unida frente a las presiones
externas. Un país que pide comprensión. Que reclama justicia. La merece, porque
siempre ha respetado el principio de Autodeterminación y ha observado
estrictamente el de No Intervención en los asuntos internos de otros estados. Nunca se ha apartado del cumplimiento de sus obligaciones
internacionales y ahora cultiva relaciones amistosas con todos los países del orbe. Cierto es
que con algunos tenemos diferencias, pero no hay ninguna que no estemos
dispuestos a discutir, utilizando para ello los instrumentos multilaterales o
bilaterales que hemos suscrito. Señores Delegados: he querido reafirmar, así,
enfáticamente, que la voluntad de paz y cooperación universal es una de las características
dominantes del pueblo chileno. De ahí la resuelta firmeza con que defenderá su independencia
política y económica, y el cumplimiento de sus obligaciones colectivas, democráticamente
adoptadas en el ejercicio de su soberanía.
En menos de una semana, acaban de ocurrir hechos que convierten en
certeza nuestra confianza de que venceremos pronto en la lucha entablada para
alcanzar dichos objetivos. La franca, directa y cálida conversación sostenida
con el distinguido Presidente del Perú, general Juan Velasco Alvarado, quien
reiteró públicamente la solidaridad plena de su país con Chile ante los
atentados que acabamos de denunciar ante ustedes; los acuerdos de CIPEC, que ya
cité; y mi visita a México.
Es difícil, casi imposible, describir la profundidad, la firmeza del
apoyo que nos fue brindado por el Gobierno y el pueblo mexicano. Recibí tales
demostraciones de adhesión del Presidente Echeverría, del Parlamento, de las
universidades y sobre todo del pueblo, expresándose en forma multitudinaria, que
la emoción todavía me embarga y me abruma por su infinita generosidad. Vengo
reconfortado, porque después de esa experiencia sé ahora, con certidumbre
absoluta, que la conciencia de los pueblos latinoamericanos acerca de los
peligros que nos amenazan a todos, adquiere una nueva dimensión, y que ellos
están convencidos de que la unidad es la Única manera de defenderse de este grave
peligro.
Cuando se siente el fervor de cientos de miles de hombres y mujeres,
apretándose en las calles y plazas para decir con decisión y esperanza:
“Estamos con ustedes, no cejen, vencerán”, toda duda se disipa, toda angustia
se desvanece. Son los pueblos, todos los pueblos al sur del Río Bravo, que se yerguen
para decir: “¡Basta! ¡Basta a la dependencia! ¡Basta a las presiones! ¡Basta a
la intervención!” Para afirmar el derecho soberano de todos los países en
desarrollo, a disponer libremente de sus recursos naturales.
Existe una realidad, hecha voluntad y conciencia. Son más de doscientos
cincuenta millones de seres que exigen ser oídos y respetados.
Cientos de miles de chilenos me despidieron con fervor, al salir de mi
patria, y me entregaron elmensaje que he traído a esta Asamblea Mundial. Estoy
seguro que ustedes, representantes de las naciones de la tierra, sabrán
comprender mis palabras. Es nuestra confianza en nosotros lo que incrementa
nuestra fe en los grandes valores de la humanidad, en la certeza de que esos
valores tendrán que prevalecer. ¡No podrán ser destruidos! (OVACIÓN).