LA
POLITICA EXTERIOR DE LOS ESTADOS UNIDOS DURANTE LA PRESIDENCIA DE JIMMY CARTER (1977-1981)
Por Sergio Daniel Aronas – 01
de diciembre de 2012
INDICE TEMATICO
- Prólogo: la verdadera esencia de la presidencia de Carter
- Introducción: estructura del trabajo
- Capítulo I: La política de promoción de los derechos humano
- Capítulo II: El rumbo militarista y agresivo del imperialismo de la era Carter
- Capítulo III: La política hacia la ex Unión Soviética
- Capítulo IV: El intervencionismo político y militar
- Capítulo V: Los impactos internacionales de su política económica
- Capítulo VI: Las relaciones con Cuba y la cuenca del Caribe
- Conclusiones
- Bibliografía consultada
Aclaración: La primera parte comprende el prólogo, la introducción y los capítulos I, II y III.
En próximas entradas iremos entregando los demás capítulos que componen este escrito.
I)
Prólogo: la verdadera esencia de la presidencia Carter
Este año se cumplen treinta y cinco de
la llegada de Jimmy Carter a la Casa Blanca como el trigésimo noveno presidente
de los Estados Unidos por el partido Demócrata y también se van a cumplir años diez
de la entrega al mismo del polémico Premio Nobel de la Paz del año 2002 por cuya
congratulación mostró la asombrosa capacidad de olvido de los aristócratas
caballeros del Parlamento Noruego. Y dado que el olvido está lleno de memoria como
escribiera el gran escritor uruguayo Mario Benedetti, recordemos qué hizo por
la paz el señor Carter, que de ser un exitoso empresario productor de maní en
su Georgia natal, se convirtió gracias a los auspicios y poderosos apoyos de la
Comisión Trilateral en el mandatario número 39 que rigió los destinos de los
Estados Unidos para el período comprendido entre 1977 y 1981.
En este trabajo vamos a mostrar los
puntos centrales de la política exterior de su presidencia porque
independientemente de sus buenas intenciones y sus ideas supuestamente
renovadoras que impulsó desde su campaña electoral, los lineamientos y la
actuación que su gobierno desarrolló en materia de relaciones exteriores siguió
con la misma lógica de todos sus predecesores, es decir, sostener, consolidar y
aumentar el poderío militar de los Estados Unidos en el mundo. Y esto no es
sólo un juicio de valor o una mera opinión personal, sino que esto el mismo
Carter lo dijo en su famoso discurso del 23 de enero de 1980 en su mensaje al
Congreso sobre el estado de la nación, donde salió a la luz el verdadero
carácter militarista y agresivo del imperialismo con todas sus letras y por
boca de su máximo representante, el presidente. Así se expresaba Mr. Carter:
“Hemos aumentado anualmente nuestro compromiso real para la defensa, y vamos a
sostener este aumento del esfuerzo de todo el Programa de Defensa de cinco
años. Es imperativo que el Congreso apruebe este presupuesto de defensa fuerte
para el año 1981, abarcando un crecimiento del 5% real en las autorizaciones,
sin ninguna reducción. También estamos mejorando nuestra capacidad para
desplegar rápidamente fuerzas militares de EE.UU. a áreas distantes. Hemos
ayudado a fortalecer la OTAN y de nuestras alianzas, y recientemente nosotros y
otros miembros de la OTAN han decidido desarrollar y desplegar modernizado,
intermedio fuerzas nucleares de alcance para cumplir con una amenaza
injustificada y el aumento de las armas nucleares de la Unión Soviética”. Con
estas palabras quedan condensados los principales objetivos trazados y
cumplidos durante su mandato. En su campaña electoral habría anunciado la
reducción de los gastos militares, pero como se lee en este párrafo hizo todo
lo contrario. Cuando hablaba de desplegar fuerzas militares a otras regiones
del mundo, se estaba refiriendo a la creación de las FDR (Fuerzas de Despliegue
Rápido que analizaremos en detalle); con relación al fortalecimiento de la OTAN
y su modernización nuclear, Carter hablaba de la decisión de instalar en Europa
Occidental los 572 misiles Pershing II y Cruise, ambos con una precisión
terrorífica en el punto de impacto del objetivo a alcanzar. Y todo esto bajo el
velo de la entonces llamada “amenaza militar soviética”, que movilizaba a todo
el lobby militarista del imperialismo a niveles diabólicos de locura
armamentista.
El punto central y eje principal de
toda la política exterior de la presidencia de Jimmy Carter fue la política de
los derechos humanos que fue diseñada como arma un ideológica contra el
creciente poderío e influencia cada vez más importante de la entonces Unión
Soviética como abanderada del proyecto mundial para la construcción del
socialismo y el comunismo. Durante la era Carter, la ex Unión Soviético
promulgó en 1978 una nueva constitución que fue pomposamente llamada “La
constitución del socialismo desarrollado”. Precisamente este concepto, esta
idea del socialismo desarrollado fue presentado por los dirigentes soviéticos
como un paso cercano a la futura sociedad comunista en los años de Leonid
Brezhnev (1964-1982) al frente del estado soviético. Esto fue todo un desafío
para la nueva administración norteamericana quien no podía darse el lujo de
permitir el fortalecimiento político, ideológico y militar de su principal
adversario en todos los continentes. El problema del llamado “expansionismo
comunista soviético” tenía altamente preocupada a los gobernantes norteamericanos
porque los países más atrasados del mundo que se iban desprendiendo de su
pasado colonial y neocolonial, veían con simpatía las ideas socialistas y marxistas
para reconstruir sus países en la concepción que se conoció como la ”vía no
capitalista de desarrollo”, es decir, un modelo alternativo para pasar al
socialismo sin pasar por el capitalismo y que estuvo muy en boga en países de África
y Asia. Por esta razón, es que apoyó decididamente a la tenebrosa dictadura
racista sudafricana en sus guerras contra Angola y Mozambique y la ocupación de
Namibia para derrotar al Organización Popular del África Sudoeste (SWAPO) con
el fin de destruir los procesos liberadores de estos países independizados en
1974 de Portugal y derrotar a los contingentes militares cubanos presentes en
esos países. Es decir, es la política conocida con el nombre de “roll back”,
hacer retroceder al enemigo en cualquier rincón donde este se encuentre.
La nueva visión del gobierno de
Carter basado en el programa para la promoción de los derechos humanos fue un
elemento que influyó en el desenvolvimiento de las relaciones internacionales
en general y entre los Estados Unidos y la Unión Soviética en particular. Para
los Estados Unidos era imprescindible apoyar todo movimiento, toda opinión que,
por más insignificante o pequeño que fuera, significara un problema serio para
su contrincante y una forma de demostrar que la igualdad en el socialismo no
existía, que solo era una quimera de la que únicamente disfrutan la denominada nomenklatura
(dirigencia del Kremlin) y que el pueblo estaba sometido a una “feroz dictadura”
contra la que no se podía ni hablar, ni criticar, ni votar, ni elegir a las
autoridades enquistadas en el poder desde 1917. Este fue el argumento para
impulsar los derechos humanos utilizando como ariete a los llamados disidentes
soviéticos, brindándoles todo tipo de apoyo sea económico, financiero,
sanitario y diplomático, planes que comenzaron a elaborarse durante la
presidencia de Harry Truman (1945-1953) cuyo primer documento central se llamó “Ofensiva
Psicológica contra la URSS: Objetivos y Tareas”, escrito en 1953.
¿Qué sentido tiene analizar los
hechos principales de la política exterior de Jimmy Carter a la luz de los
acontecimientos internacionales que suceden en pleno siglo XXI cuando hace
treinta y un años que dejó la presidencia? En primer lugar, tiene sentido por
las consecuencias que sus medidas repercutieron en quienes los sucedieron en el
cargo tanto republicanos (Ronald Reagan entre 1981-1989, George Bush -Padre-
entre 1989 y 1993 y George Bush, hijo, entre 2001 y 2009) como los propios
demócratas (Bill Clinton entre 1993-2001 y Barack Obama desde 209) y por los
cambios estructurales que produjo en la reorganización de las Fuerzas Armadas
de los Estados Unidos a raíz de la dura derrota sufrida en la guerra de
Vietnam. En segundo lugar, por las repercusiones que tuvo en América Latina en
general y para Argentina en particular, todo lo referente a las relaciones con
las diferentes dictaduras y por el grado que alcanzó la represión contra el
movimiento revolucionario de nuestros países que lejos de frenarse debido a la
existencia de un presidente como Carter que levantaba las banderas de las
libertades, las violaciones a los derechos humanos continuaron triste y largamente
durante muchos años. En tercer lugar, porque parece ser una constante en la
historias de las presidencias demócratas cuyos candidatos llegan llenos de
promesas y esperanzas para el pueblo que lo vota y terminan traicionando ese
mandato para plegarse a los requerimientos del poder real que maneja, domina y
conduce la política interna y externa de los Estados Unidos: el complejo
militar-industrial-universitario. Y decimos universitario porque son los
profesionales graduados de esas instituciones educativas norteamericanos de los
que el gobierno toma como fuentes, argumentos y estrategias para elaborar sus
políticas; se trata de cuadros muy bien formados que participan en las fundaciones
privadas (los llamados “tanques pensantes” o “thinks tanks”) y que tienen una
fuerte incidencia e influencia para la toma de decisiones en cuestiones de
política interna y externa. Pero Carter se nutrió principalmente de la
organización supranacional conocida como la “Comisión Trilateral” que lo
promovió como su candidato y que reunían a funcionarios, políticos y
especialistas de los Estados Unidos, Europa Occidental y Japón, para proveerse
de los funcionarios que formarían parte su gabinete y así lo hizo como
agradecimiento por el apoyo recibido durante su campaña electoral.
Un capítulo importante merece ser
dedicado a los planes que Estados Unidos aplicó en América Latina sabiendo que
muchos países estaban gobernados por feroces y represivas dictaduras. No cabe
duda que su política exterior tuvo alto impacto en América Latina ya que su
prédica por los derechos humanos resultó ser para quienes fueron víctimas de
los crímenes cometidos por las dictaduras engendradas por los propios Estados
Unidos, una fuente y una garantía para denunciar las atrocidades cometidas por los
gobiernos militares y que sin embargo, no sirvió ni para paliarlas ni para
detenerlas. Lo máximo que atinó fue suspender toda ayuda militar o trabar algún
crédito para determinado país pero con ninguna rompió los vínculos diplomáticos;
sus empresas y bancos siguieron haciendo todo tipo de negocios conociendo
perfectamente que se trataba de regímenes inconstitucionales, ilegítimos y al
margen de la ley, pero que tenían una característica fundamental: eran
anticomunistas hasta la médula, de modo que su presencia facilitaba el combate
al comunismo en la región. A estas dictaduras sólo los amparaba el
reconocimiento institucional e internacional de los Estados Unidos.
Podemos afirmar que con la
presidencia de Carter se inicia una nueva etapa en la cual el desarrollo de los
Estados Unidos comenzó a orientarse y siguió orientándose hacia la creación de
un poderoso estado militarista promotor de una política exterior expansionista,
impulsor de la intervención militar directa en cualquier rincón del planeta donde
esté en peligro su dominio conforme a la doctrina de los intereses vitales. Y
esto es una cuestión que durante toda su presidencia estuvo a la orden del día,
tanto en los discursos del propio presidente como así también por sus
secretarios de gabinete, asesores y miembros de las Fuerzas Armadas.
En declaraciones realizadas al
diario británico The Guardian en septiembre de 20l1, Carter se jactaba de no
haber enviado a sus soldados a conflictos bélicos en alguna región del mundo,
de no haber lanzado ninguna bomba ni haber disparado nunca un solo tiro[1].
Esto es una verdad a medias porque en la única incursión militar que le tocó
autorizar con el envío de unidades de élite y soldados propios, terminó en un
gigantesco y descomunal fracaso[2].
Sin embargo, habría que aclarar que después de la aplastante derrota en Vietnam:
¿Quién estaba en condiciones de involucrar a Estados Unidos en nuevas guerras?
¿Quién apoyaría sus nuevas aventuras imperialistas? ¿Estaría preparado el
pueblo norteamericano para afrontar otra locura militarista de sus gobiernos?
Por supuesto que no.
A Jimmy Carter le tocó la tarea de que
el pueblo norteamericano superar el “síndrome de Vietnam” y lo hizo no
renunciando a la doctrinas imperiales de dominación con las que se convirtió en
la primera potencia mundial mediante el saqueo de pueblos y naciones en todo el
planeta, entre las que podemos mencionar: la Doctrina Monroe de 1823, la del
Destino Manifiesto de 1845, la doctrina Olney de 1895, la del Big Stick de
Theodore Roosevelt de 1903, la de los intereses vitales, la del primer golpe
nuclear o las que proclamaban la superioridad militar, sino que sentó las bases
y creó la estructura suficiente y necesaria para que los siguientes presidentes
continúen con sus guerras imperialistas de agresión en cualquier rincón del
planeta. Esto es así porque las fuerzas de despliegue rápido fueron utilizadas
por primera vez por Ronald Reagan quien para la invasión a Grenada en octubre
de 1983 había ordenado duplicar su números de efectivos; George Bush las
utilizó en la primera guerra del Golfo entre enero y febrero de 1991; al
bombardero Bill Clinton le tocó su turno entre 1993 y 1994 en la desastrosa
operación en Somalía donde murieron 18 soldados norteamericanos y otros 79
fueron heridos y en la destrucción de la Federación Yugoslava en marzo de 1999,
además de haber bombardeado a Sudán, a Afganistán y a Irak en varias ocasiones;
el fascista de Georg Bush (h) las llevó nuevamente a la guerra en las
invasiones de Afganistán en octubre de 2001 y en Irak en marzo de 2003. En ese
sentido podemos tomar las palabras del entonces Jefe del Ejército de los
Estados Unidos, general Edward C. Meyer quien en 1980 afirmaba: “El reto más
exigente que confrontan los militares norteamericanos en los ochenta es
desarrollar o demostrar la capacidad de enfrentar exitosamente las amenazas a
los intereses vitales norteamericanos fuera de Europa sin comprometer el teatro
decisivo de Europa Central”.[3]
Aprovechando que nombramos a este general para decir que fue este el militar
que saludó efusivamente al entonces Jefe del Ejército Argentino, Leopoldo F.
Galtieri, llamándolo “general majestuoso” en su visita a los Estados Unidos
En el plano interno, la llegada de
Carter a la primera magistratura generó en el pueblo norteamericano una nueva y
renovada esperanza de que las propuestas del partido demócrata en el poder
apuntaban a mejorar las relaciones con la entonces Unión Soviética; a recuperar
la fe y la confianza en el país tras la humillante y desastrosa derrota en el
guerra de Vietnam; a dar importantes soluciones a la situación de los
trabajadores, como ser la derogación de la ley Taft-Hartley de 1947 que impedía
el ejercicio del derecho de huelga y limitaba a los empleados públicos tener su
propio sindicato; a resolver el problema de la inflación y uno particularmente
vital para los EE.UU. el problema del abastecimiento y el uso de los recursos
energéticos; a mejorar la salud y la educación de la población como así también
resolver el problema de las minorías, la situación carcelaria y el problema de
las drogas.
A Carter le preocupaba la llamada
“crisis de confianza” que lo dejó plasmado en su discurso de julio de 1979 con
estas palabras: “Esta crisis de confianza, es una crisis que afecta al corazón,
el alma y el espíritu de nuestra voluntad nacional. Podemos ver cómo esta
crisis se manifiesta en las crecientes dudas con respecto al sentido de nuestra
vida, en el resquebrajamiento de la unidad de objetivos de nuestro pueblo. El
resquebrajamiento de nuestra confianza en el futuro entraña la amenaza de
destruir el propio sistema social y político de Norteamérica”.
El “forastero” en Washington como
gustaba que lo llamasen, durante todo su mandato nunca logró alcanzar un fuerte
apoyo popular y terminó su presidencia con muy poco margen de aprobación debido
a las dificultades que Estados Unidos enfrentó en materia económica, a los
problemas energéticos, el costo de vida y la grave situación internacional. Se
evidenciaba la posición de un imperio en
decadencia, que estaba perdiendo posiciones en el mundo tanto en el aspecto
geoestratégico como en el aspecto ideológico. En este sentido, la sensación
generalizada para el público norteamericano era que estaban perdiendo la
batalla contra el comunismo porque durante 1979 se produjeron en los países
subdesarrollados de América Latina y Asia tres revoluciones abiertamente
antiimperialistas y antinorteamericanas: en febrero llegó al poder un
movimiento de encabezado por el ayatolá Rulloah Jomeini que fundó la República
Islámica de Irán; en abril se consolidó la orientación comunista pro soviética
de la revolución en Afganistán y en julio de 1979 en Nicaragua llegó al poder el
Frente Sandinista de Liberación. Por todo ello no debió sorprender su derrota
electoral en noviembre de 1980 frente al candidato del Partido Republicano
Ronald Reagan, en unos comicios en los que solamente participó el 51% del
electorado y significó que por primera vez desde el fin de la presidencia de
Hoover en 1932 un presidente en ejercicio no renovara su mandato.
No cabe duda en afirmar que la ilusión
que tuvo el mundo con Jimmy Carter es la misma que se empezó a tener y que al
poco tiempo de andar se hizo trizas con la presidencia de Barack Obama, quien también
fue consagrado inmerecidamente con el Premio Nobel de la Paz 2009 sin haber
hecho un solo movimiento o haber dado un solo gesto por esta noble causa. Y
además el hecho de haberse convertido en el primer presidente negro de un país
tan racista como los Estados Unidos era una prueba de que la fantochada del
sueño americano era posible realizarse y cumplirse.
Carter fue un hombre que estuvo y
vivió muchísimo tiempo en la Marina de Guerra de los Estados Unidos en el arma
de submarinos, y siendo movilizado en la Segunda Guerra Mundial y en la Guerra
de Corea, tenía grandes conocimientos y estaba muy familiarizados con todas las
cuestiones militares. Por lo que no era ningún improvisado en estos temas y
sabía perfectamente de lo que hablando y lo que se propuso hacer. Llegó a la
presidencia como un desconocido y se por la puerta trasera por los resultados
desastrosos de su política.
II)
Introducción
Sobre la base de demostrar que la política
exterior de la presidencia de Jimmy Carter tomada en su conjunto no tuvo los
resultados esperados por lo que puede calificarse como un fracaso en toda la
línea, vamos a desarrollar a continuación los hechos fundamentales que se
dieron en la misma durante su presidencia que no fue tenida en cuenta por el
respetable comité que decidió consagrarlo con el Nobel de la Paz en 2002.
Quizás de lo único que se hayan acordado fue del objetivo de consagrarse a la
defensa de los derechos humanos en el mundo, gracias a los beneficios de su
propia fundación mucho años después de salir de la Casa Blanca, pero si ni en
su propio país fue capaz de darle una solución mucho menos se puede pretender
que lo haga a escala internacional y por verificar que no haya fraude en las
elecciones en países conflictivos o sobre cuyo control propio en varias
elecciones fueron motivo de críticas por quienes estuvieron involucrados en
ellas y dudaban de la certeza de sus métodos. Esto por supuesto, nunca le
importó a los nobles del Nobel que últimamente vienen consagrando a varios
representantes del imperio en el tema de la paz, como si tuviesen devolverles
gentilezas y quedar bien con los dueños del mundo.
El primer punto está centrado en los
derechos humanos que fue la piedra angular de toda su política exterior y
caballito de batalla con lo que quiso ser un presidente de nuevo tipo. Su
fracaso fue no entender que los Estados Unidos está dirigido por el llamado
gobierno permanente que está por encima de los poderes presidenciales y que son
los que llevan la voz cantante de la política exterior norteamericana. La
presidencia de Carter fue un clarísimo ejemplo de cómo esta instancia suprema
de gobierno provocó el viraje final en su discurso a la nación de enero de 1980
cuando dio a conocer su doctrina de la defensa de los intereses energéticos en
Medio Oriente.
Los derechos humanos de Carter fracasaron
en América Latina y en todo el mundo porque a los gobiernos a los que les quiso
imponer sanciones por su violación, siguieron cometiendo todo tipo de
bestialidades contra sus pueblos, mientras los Departamentos de Estado y de Defensa
ayudaron a sostener y financiar la represión interna.
El segundo tema está dedicado a los
aspectos internacionales de su programa económico porque durante su
presidencia, en los países del Tercer Mundo, sobre todo en América Latina, es
cuando empieza a gestarse y consolidarse el crecimiento exponencial de la deuda
externa que se convirtió un terrible problema socioeconómico y político para la
región por los efectos devastadores que tuvo en la vida de los pueblos y que a
pesar del advertencias del Senado norteamericano en su informe de 1977
(prácticamente desconocido por muchos inclusive para los grandes investigadores
e historiadores de la deuda externa argentina y latinoamericana), el
endeudamiento externo fue el mecanismo por el cual los Estados Unidos
ejercieron dominio y presión sobre nuestros países para mantenerlos en su esfera
de influencia. Y la razón hay que buscarla en el hecho de que a los banqueros
de los Estados Unidos les importaba mucho que América Latina estuviese
gobernada por dictaduras genocidas porque le venía muy bien para la expansión
de sus bancos, realizar fabulosos negocios y negociados y estaban tan seguros
de sus métodos que desoían las advertencias de las agencias gubernamentales
acerca de los créditos que concedían a esas dictaduras atroces. Pero no solo se
trata de los negociados de los bancos privados norteamericanos, algunos de los
cuales terminaron en bancarrota, sino también de las instituciones financieras
madres del capitalismo de la segunda mitad del siglo XX: hablamos del Fondo
Monetario Internacional y del Banco Mundial, cuya teo-ideología de las
finanzas, del libre mercado y la libre empresa fue el credo elevado a la
categoría de dogma infalible que marcó a fuego todos los años de aplicación sin
piedad ni tregua de neoliberalismo extremo.
El tercer tema es el estudio de la
política armamentista y militar del gobierno de Jimmy Carter que quizás sea de
las menos conocidas ya que no hay información detallada sobre las medidas que
tomó para el fortalecimiento de la capacidad ofensiva de las Fuerzas Armadas de
los Estados Unidos y la creación de nuevos medios de exterminio masivo. Esta
presidencia estuvo muy marcada por la crisis desatada con sus aliados por la decisión
del Alto Mando de la OTAN para la instalación de los misiles nucleares en Europa
en diciembre de 1979 por la fuerte resistencia que los pueblos - donde iban a
colocarse los “euromisiles” - organizaron en sus respectivos países con marchas
y movilizaciones masivas en contra de su despliegue. También estableció alianzas
con determinados grupo de países para garantizar la presencia militar del
imperialismo en todo el mundo, en lo que se llamó la estrategia de las bases,
es decir, que dicha presencia imperial en territorio extranjero se realice
mediante la creación de bases militares.
Se sabe que todos los gobiernos de
los Estados Unidos elaboran su estrategia de defensa y de seguridad para un
determinado período de años. En este aspecto, la de Jimmy Carter tampoco le
faltó su doctrina militar refrendada en la Directiva Nº 59 que no fue otra cosa
que proclamar al mundo las aspiraciones nucleares de la maquinaria imperialista
pues ahí se decía que los Estados Unidos debía garantizar su superioridad
militar sobre la Unión Soviética, arrogándose un derecho que nadie le dio para
asestar el primer golpe atómico.
El cuarto capítulo de este trabajo
es la política frente a su adversario mayor: la ex Unión Soviética, cuyas relaciones
que se caracterizaron en un inicio por tener buenas intenciones amistosas y de
dialogar sobre los problemas más acuciantes que afectaban al mundo, pero al
final de su mandato terminaron en un duro enfrentamiento tanto por los sucesos
en Afganistán, la caída del Sha de Irán, el triunfo de la revolución
nicaragüense y por la proclamación de los Estados Unidos de seguir siendo el
gendarme del mundo.
El quinto capítulo de este ensayo
está dedicado al estudio de las diferentes formas de intervención que realizó
el gobierno de Jimmy Carter en todos los continentes. Esto significa detallar
cada uno de los hechos que llevaron a dar apoyo, financiamiento, protección y
defensa de muchos golpes de Estados que tuvieron lugar en distintos países;
implica destacar, como ejemplo, la presencia militar norteamericana con el
envío de asesores a Honduras para combatir a la guerrilla salvadoreña del
Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) y la guatemalteca de la
Unión Nacional Guerrillera Revolucionaria (UNGR), transformando a este país en
un protectorado militar de los Estados Unidos enclavado en el corazón de
América Central; al apoyo dado a China para agredir a Vietnam en febrero de
1979; al intento de rescatar los rehenes tomados como prisioneros en la
embajada de Teherán por medio de una operación militar; la complicidad que tuvo
su gobierno en la masacre en la ciudad coreana de Kwangju en 1979 y otros
sucesos que si bien en la implicaron actos invasores del tipo realizado contra
la República Dominicana en 1965, se vio claramente la mano negra y siempre
visible del imperialismo.
El sexto y último capítulo se
refiere a las relaciones con Cuba y a la cuenca del Caribe. Con Cuba intentó
desarrollar relaciones de buena vecindad hasta que finalmente volvieron los
enfrentamientos diplomáticos e ideológicos irreconciliables entre ambos países
por la crisis de Mariel, cuando el gobierno de Fidel libera a 125.000 personas
para que se vayan del país rumbo a los Estados Unidos en abril de 1980; el no
levantamiento del bloqueo y embargo comercial impuesto por el imperialismo a
Cuba desde 1961 y en un claro intento de amenaza de invasión a la isla cuando
tuvieron ejercicios militares norteamericanos en el mar Caribe.
Capítulo I:
Su programa sobre la promoción de los derechos humanos
“Desdichado del
individuo que al mismo tiempo es hombre vulgar y príncipe extraordinario.
Excesivo poder es nocivo para el hombre. Ser sacerdote, rey y dios es
demasiado. El zumbido confuso de todas las voluntades despiertas que quieren
ser satisfechas a un tiempo ensordece el cerebro de quien todo lo puede, aturde
su inteligencia, desorganiza la generación de sus pensamientos y le enloquece”
(Víctor Hugo, La conclusión de “El Rhin”,
julio de 1841)
Jimmy Carter asumió su mandato
intentando presentarse como un presidente de nuevo tipo, distinto a los
anteriores porque en lugar de hablar en el lenguaje de la guerra planteó una
estrategia de defensa de la condición de la situación de las personas en el
mundo, es decir, la diplomacia de los derechos humanos. Sin embargo, esta
orientación no fue más que otro recurso propagandístico porque ninguna región del
mundo se vio beneficiada por esta diatriba del imperio.
La administración Carter llega a la
presidencia en una situación internacional donde los Estados Unidos era
considerado el principal responsable y culpable de la violación de los derechos
humanos en el mundo por ser el impulsor de golpes de estados y sostener
dictaduras militares represoras de sus pueblos a cambio de garantizarle
libertad de comercio y buenos negocios. En la hipocresía del imperialismo,
libertad de comercio y buenos negocios son los derechos humanos que jamás
pueden cuestionarse ni criticarse. Todo lo demás se puede denunciar, pero nunca
se podrá permitir que se ponga en duda ese “derecho humano” imprescindible para
la existencia del capitalismo como sistema, el de la libre empresa y la
desmesurada obsesión por la ganancia y esto es indiscutible porque tiene
carácter axiomático. Y esto en el pensamiento de la diplomacia de los Estados
Unidos es tan poderoso, se trata de una democracia, de una tiranía, de una
teocracia petrolera, de un sistema de partido único, de una monarquía con sus
diversas variantes o de un sistema parlamentario. Todas las formas de gobierno
y todos los regímenes políticos son válidos para los Estados Unidos mientras le
garanticen el libre ejercicio de los negocios. Por otro lado, el conocimiento
que tuvo el pueblo de los Estados Unidos sobre las monstruosidades cometidas
por su ejército en la guerra de Vietnam con los asesinatos masivos de civiles,
los bombardeos indiscriminados y el hecho de que cada vez necesitaban refuerzos
para cubrir las bajas que le provocaba la resistencia vietnamita, no solo hizo
estallar la furia en los norteamericanos sino que también dio origen al
surgimiento de nuevos activistas y militantes que empezaron a plantearse que
era hora imponer una nueva agenda de las relaciones internacionales basada en
la defensa de los derechos humanos como forma de limpiar y subsanar las
brutalidades realizadas en Vietnam y recobrar la confianza en el gobierno,
porque no cabe duda que ante el estallido del caso Watergate, el presidente
Richard Nixon fue tildado de delincuente y dada la envergadura, respeto y
tradición que tiene en Estados Unidos la figura presidencial, no podían seguir
permitiendo semejantes atropellos a la legalidad constitucional del país. Eso
fue en el plano estrictamente interno, porque la realidad de los derechos
humanos como bastión ideológico y político del imperialismo en plena guerra
fría, los tiros iban dirigidos a socavar la existencia de la Unión Soviética y
los demás países de Europa Oriental que integraban el Pacto de Varsovia, como
así también a los movimientos revolucionarios que en África se liberaban de su
pasado colonial reciente y ahí estaba Cuba brindando apoyo político y militar
in situ, lo que motivó en ese marco, las airadas protestas del gobierno de
Carter y que de ninguna manera pudo modificar el compromiso de la Revolución
Cubana con sus aliados en Angola,
Mozambique y Etiopía.
Hay un mito generalizado según el
cual Carter fue un gran presidente, un gran defensor de las libertades y de un
hombre que hizo de los derechos humanos la base de su conducta y su estilo de
gobierno. Es posible que en su fuero íntimo lo crea así y lo haya intentado.
Debido a eso y a los compromisos que asumió, estamos plenamente convencidos que
no cumplió con todo lo que se propuso realizar en su presidencia y que su
política exterior siempre resultarán polémicas y cada cual defenderá la que
mejor le parece. No pretendemos definir a Carter como un demonio ni nada que se
le parezca. El problema es que las cosas buenas que aparentemente intentó
realizar quedaron a mitad de camino y a medida que las presiones del llamado
gobierno permanente de los Estados Unidos empezó a golpearle las puertas, el
piso y las paredes para influenciarlo acerca de que es lo que más y mejor le
conviene al imperio, se volcó decididamente hacia esos sectores poderosos que
llevan la voz cantante del poder político de los Estados Unidos.
La política de derechos humanos fue
un fracaso estrepitoso en toda la línea y en todos los países que trató de
aplicarla. Para algunos habrá tenido éxito pero no creemos que esto sea cierto porque
sus resultados están a la vista en todo el mundo.
Como prueba de que la “defensa” de
los derechos humanos puesta en práctica por la Administración Carter fue un
instrumento poderoso durante de la Guerra Fría enfilado contra la Unión
Soviética lo demuestra un documento de 1953 y desclasificado en 1976, acerca de
las medidas que debe tomar el gobierno de los Estados para fomentar la guerra
psicológica contra la Unión Soviética como así también las medidas de presión
política, económica e ideológica.
Vamos a detallar los aspectos
fundamentales que configuraron la política exterior de los derechos humanos que
al día de hoy sigue generando grandes polémicas, discusiones y controversias.
1) Su gobierno apoyó
y consolidó a todas las dictaduras militares en América Latina mediante la
doctrina de la seguridad nacional, el terrorismo de estado, el plan Cóndor y la
represión más sanguinaria y salvaje jamás conocida en la región bajo los
auspicios de los derechos humanos pero no para garantizarlos sino para
mantenerlos a un nivel tal de violación que no obstaculizara las inversiones y
las ganancias del capital norteamericano en el sentido de no irritar a la
opinión pública y dejar el libre desenvolvimiento de la economía. Ninguna
dictadura dejó de ser reconocida por el gobierno de los Estados Unidos. Tampoco
rompió las relaciones diplomáticas con ellas ni retiraron sus embajadores. Durante
su mandato, tuvo el desagradable placer de recibir en la Casa Blanca a muchos
de los más sanguinarios dictadores que asolaron a Latinoamérica, Asia y África.
Y todo eso en nombre de la defensa y promoción de la “american way of life”, la
nueva democracia, la libre empresa y toda la gama de eufemismos propios de una
administración que se quiso presentar como diferente a las anteriores, pero que
a lo largo de su mandato fue girando hacia posiciones más agresivas y más
imperialistas.
Hay un hecho innegable y es que
cuando Carter asume la presidencia de los Estados Unidos en enero de 1977, las
dictaduras militares en América Latina ya estaban instaladas. En Centroamérica
ya gobernaban en El Salvador desde 1932 después de la salvaje represión a la
insurrección nacional de febrero de aquel año; en Guatemala desde 1974 con el
Gral. Kjell Eugenio Laugerud García al
frente de la Junta Militar; en Honduras los militares gobernaban desde 1963 con
el golpe de estado de Osvaldo López Arellano y al llegar Carter a la presidencia
ya estaba instalado desde 1975 otro militar el Gral. Juan Alberto Melgar Castro;
en Nicaragua seguía gobernando la sanguinaria dinastía de Anastasio Somoza
enfrentada militarmente al Frente Sandinista de Liberación Nacional que
encabezaba la lucha popular contra la dictadura; en Haití seguía en el poder la
criminal aristocracia terrateniente de Jean Claude Duvalier desde 1971 con el
apoyo de los asesinos a sueldo de la banda paramilitar de los “Tonton
Macoutes”. En Sudamérica la situación era la siguiente: en la Argentina estaba gobernando
la dictadura del horrible Proceso de Reorganización Nacional desde marzo de
1976 siendo el general Videla el
presidente; en Bolivia desde 1971 con el Gral. Hugo Bánzer Suárez; en Brasil
la dictadura imperaba desde 1964 y al inicio del mandato de Carter ya gobernaba
desde 1974 Ernesto Geisel hasta que lo dejó en 1979. Fueron particularmente muy
estrechas las relaciones con Brasil basada en la concepción de Henry Kissinger
según el cual adonde marche Brasil marchará Latinoamérica y para el imperio
Brasil tenía una decisiva valoración. El propio Carter visitó Brasil como parte
de su gira exterior por Latinoamérica; en Chile desde septiembre de 1973 con la
terrorista fascista Junta Militar dirigida por Augusto Pinochet al que la
escuela de Chicago le entregó su plan económico para destruir lo creado por la
Unidad Popular y hacer de Chile una marioneta represiva al servicio de la
defensa suprema de los intereses imperiales; en Ecuador estaba gobernado por un
Consejo Supremo de Gobierno al mando de las fuerzas armadas; en Paraguay
continuaba en el poder desde el 1954 el General Alfredo Stroessner al frente de
la sangrienta dictadura; por su parte el Perú estaba desde 1975 bajo el mando del
gobierno militar de Francisco Morales Bermúdez; en la República Oriental del Uruguay
desde junio de 1973 Juan María Bodaberry con ropaje legal se convirtió en el primer
fascista y tirano que destruyó una tradición de gobiernos civiles y con el
incuestionable apoyo de las fuerzas armadas que estaban plenamente
comprometidas en la liquidación del movimiento guerrillero de los Tupamaros. Mientras
tanto, los únicos países que mantenían un status institucional de gobiernos
surgidos por el voto popular eran Venezuela y Costa Rica, lo cual no quiere decir
que no hayan tenido comportamientos alejados de la estrategia de dominación
mundial del imperio.
El grado de responsabilidad que le
cabe al gobierno de Carter es que teniendo todo el poder y los medios para
hacerlo, fue no condenarlas más severamente, no controlar a las empresas de su
país sobre los negocios que realizaban con esas dictaduras, que sus bancos
prestaran dinero y se arriesgaran a un alto grado de su exposición hasta tener enormes
dificultades para cobrar los créditos otorgados.
2) La política
de “derechos humanos” de Carter no logró detener las matanzas, las torturas y
el encarcelamiento de los que resistían a las dictaduras latinoamericanas,
africanas o asiáticas o los que eran detenidos sin ninguna causa o
justificación. Ni tampoco las giras de sus funcionarios del Departamento de
Estado por estas regiones implicaron cambios substanciales en los métodos
represivos de esos gobiernos ni permitieron ni ayudaron a modificar la
situación socioeconómica de los habitantes de esos países bajo gobiernos
surgidos por golpes de estado. Como política e ideología del gobierno
norteamericano, la “defensa” de los derechos humanos resultó ser un poderoso y
atractivo medio propagandístico que se lanzó en primera instancia para ejercer
presión a la Unión Soviética en torno a los llamados “disidentes” como fueron
los casos del escritor Alexander Solzhenitsyn, el físico nuclear Andrei Sajarov,
el activista Anatoly Scharansky y otros. Esta política terminó en un completo
fracaso tanto en el objetivo de poner de rodillas a la ex Unión Soviética como en
denunciar las dictaduras militares en el mundo que los Estados Unidos supieron
notablemente conseguir y constituir.
3) Y respecto a
las dictaduras latinoamericanas vale una reflexión más: si la prédica por los
derechos humanos que el entonces presidente Carter pregonaba con tanta
vehemencia los hubiera llevado hasta las últimas consecuencias, debió haber cortado
relaciones diplomáticas con todos los países y no reconocer a sus gobiernos
porque sabían perfectamente que se trataban de bandas criminales que aplicaban
métodos criminales con el uso de la fuerza del Estado y con la máquina del
Estado para detener los procesos de cambios económicos y sociales que se vivían
en Latinoamérica por aquellos años. Y como esos cambios afectaban de manera
contundente a las empresas norteamericanas, ahí estaban las instituciones del
gobierno de los Estados Unidos para salir a defender a sus multinacionales,
propiciando a los militares genocidas al frente esos países como la mejor
garantía de que nadie pueda impedir la marcha de los negocios y la obtención de
grandes ganancias incluso al costo de estar éstas manchadas con sangre[4].
No debemos olvidar que el presidente Mr. Jimmy Carter recibió la visita oficial
en el salón oval de la Casa Blanca del genocida mayor de la historia de los
derechos humanos de la Argentina el dictador Videla el 6 de septiembre de 1977.
Las imágenes de ese encuentro donde comparten amplias sonrisas son francamente espeluznantes.
Linda forma de defender los derechos humanos fue la de Carter atendiendo al
jefe supremo de esa banda armada de delincuentes y asesinos que fue la
dictadura militar argentina. Un día después se reúne con el sanguinario
dictador de Chile Augusto Pinochet. Ambos encuentros tuvieron como trasfondo la
ratificación de los Acuerdos por el Canal de Panamá a los que fueron invitados
los “presidentes” de los países latinoamericanos (casi todos bajo feroces
dictaduras militares). Si bien el argumento que se utiliza para justificar este
tipo de reuniones y encuentros son las cuestiones de Estado o las relaciones
diplomáticas, realmente no puede sostenerse en lo más mínimo sabiendo como bien
sabía la presidencia de los Estados Unidos y su departamento de Estado quienes
eran esos tan distinguidos visitantes.
4) Por todas
estas razones no dudamos en afirmar que la política de los derechos humanos
aplicados contra la Argentina fue contradictoria y ambivalente por no decir que
fue verdaderamente lamentable y desastrosa. Esto es así porque por más que haya
habido funcionarios que desde su privilegiada posición de la embajada de los
Estados Unidos en Buenos Aires, gracias a la información de primera mano que
poseían, intentaron que el gobierno norteamericano se interesara de verdad por
la situación de los desaparecidos y los presos políticos argentinos, víctimas
de la represión sanguinaria de la dictadura, no lograron detener ni evitar la
masacre en curso porque no quisieron hacerlo debido a que no era esa la
política que le importaba a la Administración Carter. Es más, al gobierno de
los Estados Unidos le convenía perfectamente que esta dictadura rabiosamente
anticomunista reprimiera de esa forma ya que era la única manera de garantizar
plenamente la implantación del nuevo paradigma económico para el cual para el
cual se realizó el golpe de estado de marzo de 1976. Es conocido como los
funcionarios de la dictadura se alegraban por haber contribuido a que la
industria metalúrgica se quedara con 500.000 obreros menos, que hayan dejado
millones de desocupados por las miles de fábricas cerradas por la importación
descontrolada de artículos basura que se fabricaban con salarios de esclavos,
que las actividades por cuenta propia fuera la nueva modalidad para seguir
trabajando de modo tal que se rompiera la tradicional solidaridad entre los
trabajadores al quedarse fuera de los sindicatos y de esa manera que los
vínculos entre los trabajadores se basen en la ley de la selva. La destrucción
de la poderosa clase obrera argentina que desde los años de la resistencia a la
dictadura fusiladora de 1955 había crecido en la cantidad y en la calidad de sus
dirigentes y sobre todo en la capacidad de lucha y de organización, era el
mayor peligro que afrontaban las clases dirigentes argentinas, porque se habían
planteado seriamente cuestionar su poder y algunos grupos ya planteaban de hacerlo
de una manera revolucionaria que en esos años significaba tomar el camino de la
lucha armada. El imperialismo y nuestra oligarquía de las vacas y los granos no
podía permitir ni tolerar un intento de cambio revolucionario como sostenían
las organizaciones guerrilleras por más insípido que fuese ese intento de
transformar las estructuras de poder en la Argentina. Y fue ese sector social,
siempre tan patriótico para defender sus miserables intereses de clase, es el que
llamó desesperadamente a los militares para que ponga fin a la fuerza de los
sindicatos y a los trabajadores e instaure el “orden”, la “moral” y las “tradiciones
occidentales y cristianas”: la tradición, la familia y la propiedad. Esta
mutación política en la consciencia y en la mentalidad del pueblo y en los
habitantes de la Argentina que, exacerbada por la asquerosa propaganda de la
dictadura con todos los medios masivos de comunicación a su favor al pasar avisos
televisivos que festejaban con bombos y platillos la “derrota del
marxismo-leninismo y sus aliados ideológicos”, tuvo gravísimas consecuencias
para el desarrollo de la lucha del pueblo con la pérdida de valientes
dirigentes sindicales, de políticos comprometidos con los problemas del pueblo
y de muchos intelectuales como expresión de esas mentes brillantes que a través
de sus escritos, estudios, libros, artículos, ensayos e ideas, fueron capaces
de marcar el camino para orientar a los sectores más desprotegidos y olvidados
del país acerca de que tipo de Argentina tenemos, los cambios que necesitamos y
hacia donde marchaba el mundo. Al imperialismo poco le importaba si violaban o
no los derechos humanos, sobre todo si se trataba de un país como la Argentina
que no tenía ningún peso ni incidencia alguna en la política y en la economía
mundial. Para Estados Unidos era fácil tratar con un régimen como la dictadura argentina
porque sabían claramente que nuestro país no tenía ninguna forma de tomar
represalias en caso de que el Poder Ejecutivo o el Congreso Norteamericano
aprobase medidas severas como las sanciones económicas para que dejen de
reprimir y así poder salvar vidas de manera decisiva y verdadera. Un claro
ejemplo fue el sonado caso de los créditos del Banco de Exportación e
Importación (Eximbank). Ni siquiera la visita de la Comisión Interamericana por
los Derechos Humanos -por más fuerte, terrible y contundente que haya sido su
informe final sobre el caso argentino- el estado terrorista de la dictadura
argentina siguió encarcelando, torturando y asesinado y el Eximbank y los demás
poderosos bancos de los Estados Unidos siguieron prestando y cada año en mayor
volumen. Y no es un dato menor que durante el gobierno de Carter tiene el lugar
el explosivo endeudamiento externo latinoamericano en general y el argentino en
particular.
5) La dictadura
militar argentina se comportó solemnemente con el gobierno de los Estados
Unidos y su política económica resultó altamente favorable para sus empresas y
bancos porque trabajó para que realizaran grandes negocios, participando en
todos los negociados y en todos los desastres económicos que dejaron estuvo la
mal llamada mano invisible del mercado que propugnaba la Escuela de Chicago. Así
podemos afirmar que fueron los bancos norteamericanos quienes realizaron los
principales préstamos y otorgaron suculentos créditos que dieron origen a la
deuda externa argentina. Entre 1977 y 1980 en pleno gobierno de Mr. Carter,
Estados Unidos fue el país que más inversiones directas realizó en la Argentina
ya que tuvo lugar una notable expansión de sus entidades financieras, bancos,
seguros, en el sector petrolero y petroquímico[5].
Un ejemplo de la
fuerte participación de las empresas norteamericanas en la economía argentina
lo puede dar el hecho de que entre 1979 y 1981 de los quince bancos extranjeros
que ingresaron al país, siete de ellos fueron de los Estados Unidos. Esta es
una cifra impresionante porque durante un poco más de un siglo (entre 1863 y
1969) entraron al país 17
bancos multinacionales
y en solo 3 años casi iguala la cantidad que tardó en ingresar en esos cien
años. Como consecuencia de estos movimientos, la banca extranjera pasa de estar
integrada por 17 entidades a 32 y cantidad de sucursales aumentó de 219 en 1977
a 241 a finales de 1980[6]. Y esto no es para nada casual sino que se
enmarca en el nuevo modelo que se impuso a la Argentina en particular y a
América Latina en general, donde el sector financiero, bancario y de servicios
comenzó a sustituir a las agroindustrias en su participación en el producto
bruto interno provocando una fortísima pérdida de su gravitación como motor del
crecimiento económico, en la generación de empleo y en la destrucción del
sector sindical argentino, que fue principal objetivo de la dictadura entre
1976 y 1983.
6) La real
preocupación de los Estados Unidos frente a la dictadura militar argentina no
era en absoluto la situación de los miles de desaparecidos, presos, torturados
y exiliados provocado por la represión salvaje. El gobierno norteamericano
gracias a la actividad de destacados funcionarios de su embajada, sabían
perfectamente lo que pasaba en la Argentina; estaban al tanto de todos los
desastres que cometían los grupos represivos y lo que se puede leer en los
famosos documentos desclasificados corrobora todo lo que aquí se sabía de que
los Estados Unidos conocían perfectamente todas las atrocidades que se cometían
en la Argentina. La real preocupación del gobierno norteamericano era que la
Argentina debía seguir perteneciendo al mundo occidental y cristiano y que la
represión a la “subversión apátrida” como la llamaba la dictadura, era el
precio que debía pagar nuestro país para vivir en paz y que nada debería
entorpecer la marcha de los negocios de las compañías multinacionales.
7) El terrorismo
de Estado que asoló en toda Latinoamérica, se construyó con las doctrinas
creadas por los ideólogos del imperialismo tanto del lado norteamericano con
sus métodos de contrainsurgencia practicados en Vietnam como del lado francés
con sus terroríficos sistemas de combate desarrollados durante la guerra de
Argelia que se convirtieron en los maestros de los alumnos militares argentinos
para recibir entrenamiento, inteligencia y organización. Y todo eso en el marco
de la Guerra Fría para la lucha y el combate contra el comunismo lo cual
implicaba la represión masiva de los pueblos porque en varios países la
existencia de poderosas fuerzas guerrilleras de izquierda ponían en jaque a los
gobiernos sostenidos por los Estados Unidos y además por su grado de
organización, movilidad y combatividad estaban con altas posibilidades de
triunfar. Acá podemos nombrar el caso de El Salvador donde la ayuda militar norteamericana
tanto a la dictadura y luego gobierno fantoche del democristiano de Napoleón
Duarte que reprimían a la guerrilla del Frente Farabundo Martí de Liberación
Nacional nunca cesó. Por esta razón, el arzobispo de San Salvador César Arnulfo
Romero envió una carta al Presidente Carter para que dejara de enviar armas y pertrechos
militares al gobierno de su país con las cuales asesinaba a la población[7].
El temor de los Estados Unidos estribaba en que no podía permitir por ninguna
razón otro triunfo revolucionario de izquierda dirigido por un movimiento
insurgente según el modelo cubano. En el marco de la guerra fría, los intereses
imperialistas de los Estados Unidos consistían en la defensa de la cuenca del
Caribe como una zona de seguridad estratégica fundamental porque por ahí
transitaba más del 50% del comercio internacional. Solamente a El Salvador, las
agencias norteamericanas de ayuda exterior para salvar a la Junta Militar que
se encontraba en una bancarrota económica y financiera y además acorralada por
la presión de la guerrilla del FMLN que estaba a punto de tumbarla, le
inyectaron 317 millones de dólares solamente entre enero y junio de 1980 para
sostener a este gobierno corrupto, asesino y fascista[8].
8) Otro paladín
de la democracia y de los derechos humanos al que la Administración Carter le
brindó apoyo fue el dictador de las islas Filipinas, Ferdinand Marcos, porque
su país le alquiló importantes bases militares como parte de la estrategia global
de lucha contra el comunismo y el
expansionismo soviético. Con la anuencia del Congreso se le envió material de
guerra para el período 1979-1983 por más de 400 millones de dólares. ¿Y para
qué quería tanto armamento? Para enfrenar a la guerrilla izquierdista del Nuevo
Ejército del Pueblo de orientación maoísta con fuerte presencia en las
principales provincias del país. Mantener las bases militares norteamericanas a
cambio de créditos para que la dictadura de Marcos reprimiera al grupo
insurgente fue el brillante negocio del gobierno de Carter. Y todo en aras de
los derechos humanos.
9) Uno de los
más siniestros personajes de la diplomacia de los Estados Unidos, Henry
Kissinger, ex secretario de Estado de las Administraciones Nixon y Ford,
ideólogo de los bombardeos con napalm en Vietnam, cerebro del derrocamiento de
Salvador Allende en septiembre de 1973 y acusado por crímenes de lesa humanidad,
visitó la Argentina durante el mundial de 1978 destacando el buen desempeño de
los militares en la represión y los felicitó por haber “triunfado” en la “lucha
contra el terrorismo marxista”. Entre las maravillosas figuras que vinieron a
la Argentina en visita oficial para monitorear la situación interna, y presionar
a la dictadura en los objetivos estratégicos de la política exterior de los
Estados Unidos, fueron, en primer lugar, el general Gordon Summers quien en
aquellos años era presidente de la Junta Interamericana de Defensa de la OEA. Estuvo
en la Argentina para convencer a la dictadura de Videla de los beneficios que
tendría para nuestro país participar en una “misión de paz” de las Naciones
Unidas, enviando un contingente militar a la península del Sinaí a los efectos
de controlar la retirada del Estado de Israel de esos territorios conforme a
los acuerdos de Camp David. El único país de América Latina que se sometió a
los dictados de Washington y participó en la expedición militar al Oriente
Medio fue Colombia bajo la presidencia de Julio César Turbay Ayala (1978-1982).
10) Y ya que
estamos con Colombia es bueno repasar los aspectos centrales del cumplimiento
de los derechos humanos en este país durante el mandato de Jimmy Carter. Con
Turbay Ayala se instala en Colombia un gobierno anticomunista que decide romper
relaciones diplomáticas con Cuba, con la Nicaragua Sandinista y seguir de
manera concreta las orientaciones de los Estados Unidos uniéndose a su política
de contención del comunismo y del “expansionismo soviético” en el mar Caribe.
Por esta posición de férreo acercamiento a los Estados Unidos, Colombia recibe
todo tipo de ayuda política y militar tanto para combatir a las guerrillas de
las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y del Movimiento 19 de
Abril (M-19) como al narcotráfico. Frente a las protestas masivas del pueblo
colombiano por severa crisis económica que afectaba al país, el gobierno de
Turbay Ayala desencadenó una feroz represión que contó con el visto bueno de
los Estados Unidos cuya fundamentación legal la implantación del estado de
sitio y la aprobación del Estatuto de Seguridad el 06 de septiembre de 1978 al
mes de haber asumido la presidencia y bajo la presión de los militares para que
los autorice a liquidar a los movimientos insurgentes y las luchas populares
que se venían dando con mucha fuerza. Dicho estatuto al amparo de la vigente
doctrina de la seguridad nacional del Pentágono significó para el pueblo
colombiano la aparición de los grupos paramilitares como “Muerte a los
Secuestradores” que llenaron de sangre al país en una escalada de violencia de
tal gravedad que obligó al exilio al mismísimo Gabriel García Márquez, la
figura más emblemática y relevante de la cultura colombiana.
11) Hasta aquí
hemos hablado de la política del gobierno de Jimmy Carter sobre derechos
humanos como la piedra basal de su política exterior. Ahora nos vamos a referir
como esta presidencia promovió la defensa de los derechos civiles en su propio
país para que se sepa y se comprenda el
doble discurso de la ideología imperialista, que en esta materia se revela con
total contundencia que es únicamente política de embaucadores.
En julio de 1980
se da a conocer un informe elaborado por la Comisión por los Derechos Civiles,
una agencia independiente con representación de los dos partidos mayoritarios
del país el Demócrata y el Republicano creada en 1957 en el qie denuncia la
flagrante violación a los derechos humanos en los Estados Unidos. Al comienzo
de este estudio hay una carta dirigida al presidente Jimmy Carter en el que le
describen la situación en el país:
“Las violaciones a los derechos civiles de nuestro
pueblo por parte de algunos miembros de departamentos de la policía,
constituyen un serio problema nacional, especialmente en vista de la angustia
que esas han causado entre grupos minoritarios”[9]
Concluye esa carta diciéndolo lo siguiente:
“Como nación debemos hacer todo cuanto esté a nuestro alcance para terminar con el
abuso por parte de la policía y la violencia civil que esto engendra”[10]
Este trabajo
denunciaba el peligro que representa para las personas el “uso mortífero” de la
fuerza por parte de los agentes policiales encargados de proteger a los
ciudadanos y este problema abarcaba a muchas ciudades del país como Birmingham,
Alabama, Denver, Colorado, Houston, Texas, Jackson, Mississipi, Los Ángeles,
California, New York, Filadelfia, Pennsylvania, el área de la bahía de Tampa en
Florida y Georgia. Es decir, un cuadro gravísimo que abarcaba a toda la nación.
Esta brutalidad policial era denunciada por el carácter discriminatorio hacia
la población negra, porque el daño que ocasiona afecta en tan alto que ya debe
ser planteado como una cuestión de seguridad pública porque la desconfianza
hacia las instituciones policiales durante la era Carter - de acuerdo a los
análisis de este informe – iba creciendo y era necesario modificarlo para que
la gente vuelva a creer en ella. El mal trato, el abuso de la fuerza, el
comportamiento criminal de los agentes hoy también sigue afectando a la
sociedad norteamericana puesto que todas las semanas leemos noticias de esta
naturaleza.
En el campo de
la salud pública que es una de las formas en que mejor debe defenderse los
derechos humanos porque está en juego la vida de las personas, durante la
Administración Carter el 40% de los enfermos no lograron tener el seguro médico
que necesitaba; alrededor de 22 millones de personas no tenían el seguro médico
y otras 15 millones lo habían perdido por accidentes o por enfermedades
profesionales. También la presidencia de Carter enfrentó serios problemas con
el índice de desempleo ya que una tasa superior al 6% fue considerada altísima
para los estándares de vida de los Estados Unidos. Lo mismo sucedía con la
inflación puesto que justo al comienzo de 1980, el año de las elecciones
presidenciales, los precios subieron hasta dos dígitos llegando al 13%, un
factor decisivo en su futura derrota de noviembre.
Está claro que a
Jimmy Carter y a todo el sistema de poder de los Estados Unidos solo le preocupaba
la “violación” de los derechos humanos en la Unión Soviética, pero de la
situación interna en su país ni una palabra. Acerca del carácter conservador de
la política interna de Carter como parte de su cacareado humanismo y de
denuncia hacia las dictaduras que ayudaron a violar las normas más elementales
de convivencia, el entonces senador Edward Kennedy decía:
“La
administración Carter dio la espalda a problemas que había prometido resolver
al iniciar la campaña electoral. También dio la espalda a la gente que sufre
permanentemente estos problemas, a la gente que ha perdido su trabajo o está a
punto de ser despedida; a los padres que no pueden mandar al colegio a sus
hijos e hijas; a los enfermos que nos están en condiciones de pagar su
curación; a los ancianos que deben elegir entre la calefacción de su vivienda y
la comida en su mesa”. No creemos que con esta descripción a alguno se le
ocurra tildar de “radical” (en su significado que tiene para los
norteamericanos -ser de izquierda-) a Kennedy. Sin embargo, este análisis se
ajusta a la realidad ya que fueron los grandes motivos que causaron su derrota
completa en las elecciones de noviembre de 1980 a manos del republicano Ronald
Reagan.
En conclusión, frente
a quien piensan con sus razones que la política de los derechos humanos
proclamada por Carter hizo mucho por mejorar la situación de las personas
sometidas a la represión terrorista del estado tenga este ropaje democrática o
fueran dictaduras genocidas, no dudamos en afirmar todo lo contrario y calificamos
a la visión de los derechos humanos como desastrosa por que teniendo todo para
impedir sus constantes violaciones, teniendo todos los medios a su alcance a
través de la presión económica y política, el bloqueo de las cuentas
exteriores, la imposición de sanciones, trabas al comercio, y otras, no
hicieron nada para detener las masacres generalizadas. Solo atinaron a
manifestar su “alta preocupación” en el elíptico lenguaje de la diplomacia. Lo
que realmente les preocupaba era la seguridad de sus empresas y bancos para que
sigan operando en esos países bajo dictaduras y que nada haga disminuir las
ganancias de sus millonarios negocios.
La política de derechos humanos
lanzada por Carter fue en resumidas cuentas una política basada claramente en
la concepción liberal donde el primero derecho humano a defender fue el de la
propiedad privada y junto a ellos a las instituciones clásicas que mejor la
representan: las empresas, los bancos multinacionales y las embajadas
instaladas en los países con lo que mantuvo relaciones diplomáticas. Esto
significaba sostener el sistema de dominación imperante en todo el mundo,
criticar con vehemencia y dureza a los países que bajo gobiernos
revolucionarios como la Nicaragua Sandinista, Grenada o Cuba y por supuesto los
que formaban parte de la comunidad socialista, no permitían de acuerdo al
criterio del Departamento de Estado, la inexistencia de la “democracia”, del
“pluralismo político”, de la existencia de “procesos electorales” en el cual el
pueblo pueda elegir a las autoridad de los distintos niveles. Todo esto
constituyó el principal caballito de batalla del imperio para presionar a todos
estas naciones, acusándolas de “falta de libertades”. Justamente el gobierno
Estados Unidos se atreve a hablar de pluralismo político cuando hace más de 200
años que ahí se reparten el poder dos partidos, cuyas elecciones se realizan en
días laborables para que nadie vaya a votar y ganen los privilegiados
millonarios de siempre. Con países con los que tuvo excelentes relaciones como
las teocracias petroleras de Medio Oriente, no hubo una solo crítica, una sola
denuncia por violación a los derechos humanos. Durante los años de la guerra
fría la lucha ideológica (porque así es como debe plantearse la confrontación
de ideas entre los dos sistemas que dominaron al mundo entre 1917 y 1991) sobre
el partido único y el pluralismo caracterizó buena parte del debate y del tipo
de respuesta que se le dio permitió proclamarse vencedor uno y vencido el otro.
Capítulo II: La
política militarista y agresiva del imperialismo de la era Carter
“El orden mundial estable no puede
ser una realidad tanto los países que disponen del capital y la tecnología
sigan constituyendo una amenaza militar para otros Estados con el de establecer
el control sobre sus riquezas naturales y recursos energéticos”. Jimmy Carter.
Discurso de la campaña electoral del 13 de marzo de 1976
A pesar de estas lindas palabras
típicas de un candidato a presidente en plena campaña electoral, debemos decir
sin lugar a equivocarnos que la política militarista y agresiva del
imperialismo durante la era Carter, hoy es el aspecto menos conocido de su
mandato, más olvidado y que los medios de comunicación y propaganda nunca
divulgaron o directamente ocultaron para presentarlo como un hombre de paz,
paladín de la justicia y defensor de los derechos humanos y de la paz
internacional.[11] Nada
de eso aconteció con Jimmy Carter durante su presidencia porque su rumbo
militarista fue la base ideológica para la formulación de una política
exterior, que disfrazada con el ropaje de los derechos humanos, en realidad
abogó en los hechos por el fortalecimiento del poderío militar de los Estados
Unidos y por ende de la OTAN con decisiones que apuntaron al aumento de su
poderío armamentístico destinado a golpear a la ex Unión Soviética. Y ese fue
el medio fundamental para alcanzar los objetivos estratégicos que le permitiera
arrinconarla, imponerle la superioridad militar pese a la firma del tratado
Salt II, presionar a los demás países que formaron parte del Tratado de
Varsovia (medidas contra Rumania, Polonia y Alemania Oriental) y sobre todo
creer que una victoria en la guerra nuclear era posible como lo revela la
directiva Nº 59. Esta directiva está vinculada a la estrategia nuclear elaborada
por el Departamento de Defensa al mando de Harold Brown.
El principio rector de esa política
se basó en la idea luego continuada con mayor fuerza por su sucesor Ronald
Reagan, de que “una diplomacia sin armas es música sin instrumentos”. Por tal
razón, los elementos utilizados a lo largo de su período para fortalecer la
presencia militar de los Estados Unidos fueron las siguientes:
a) La estrategia
de las bases, es decir, la dislocación en todo el mundo de una vasta de red de
bases militares para uso terrestre, naval y/o aéreo (dependiendo de la zona de
influencia) cuyos misiles apuntaban contra la ex Unión Soviética y los demás
países miembros del Tratado de Varsovia y contra aquellos países que libraban
lucha anticolonialistas como sucedía en América Central con Nicaragua cuya
vecina Honduras sirvió de plataforma para la agresión de la Contra armada por
los Estados Unidos; con las ex colonias portuguesas Angola y Mozambique a los
cuales los ejércitos invasores de la Sudáfrica racista del apartheid varias
veces intentaron destruir.
b) El desarrollo
de nuevos tipos de armamentos, tanto convencionales como atómicos que se fueron
creando y que implicaron que implicaron una renovación de las fuerzas
estratégicas y tácticas de los Estados Unidos tanto dentro del país como en el
extranjero.
c) En las
demostraciones de fuerza militar como sucedió contra Cuba e Irán y en las
maniobras militares con la OTAN haciendo juegos de guerra acerca de una
hipotética invasión soviética y qué tipo de respuesta podía darle el bloque
occidental.
d) Los intentos
de formar nuevos pactos militares como sucedió con las iniciativa para crear
una OTAS, entre Argentina, Brasil, Sudáfrica e Israel y el fortalecimiento de
los existentes que tenía bajo su égida,
que además la OTAN, se destacaron el bloque militar formado por los Estados
Unidos junto con los países del sudeste asiático, la CENTO con Irán, Irak y el ANZUS (pacto militar firmado en 1951 entre los
Estados Unidos con Australia y Nueva Zelandia).
Sobre esta base
tuvieron lugar los siguientes acontecimientos que marcaron la orientación
militarista y agresiva de la presidencia de Carter que muchos no recuerdan y
por supuesto los siempre muy pacifistas hombre del Parlamento Noruego.
1) El 7 de julio
de 1977, a escasos seis meses de asumir, Jimmy Carter anuncia que los Estados
Unidos han probado la bomba de neutrones que tiene la terrorífica virtud de matar
a las personas, manteniendo en pie las construcciones e instalaciones cuando
hace blanco en el objetivo a atacar. Su decisión final para el desarrollo de
esta nueva arma de destrucción masiva fue fabricar sus partes por separado
prohibiendo estrictamente su ensamblaje. En su edición del 22 de julio de 1977
el diario español El País tomaba nota de las declaraciones del Secretario
General del Partido Socialdemócrata de Alemania Occidental, Egon Bahr, quien
afirmaba que la bomba neutrónica es el “símbolo de la perversión del
pensamiento humano” agregando que “la bomba de neutrones contradice seriamente
la defensa de los derechos humanos”. El compromiso de Carter con esta diabólica
arma de asesinato generalizado fue de tal magnitud que asignó 22 mil millones
de dólares para su producción en el presupuesto de defensa para el año 1978.
Al conocerse
esta noticia que implicaba romper con su compromiso electoral de tomar medidas
contra la carrera armamentista, la ola de protestas dentro y fuera de los
Estados Unidos fueron tan grandes que finalmente obligaron a Jimmy Carter a
retirar este proyecto armamentístico en forma provisoria, ya que años después
Ronald Reagan volvería a retomarlo en el marco de su programa nuclear de la
Iniciativa de Defensa Estratégica (“guerra de las galaxias” de marzo de 1983).
2) En su sesión
del 31 de mayo de 1978, el Consejo Supremo de la OTAN aprobó un programa de
armamento para cinco años que abarcaba la llamada modernización de las fuerzas
armadas de los países de Europa Occidental, plan que contó con el apoyo del
gobierno de los Estados Unidos que tenía al General Alexander Haig como su
comandante supremo.
3) Firma la
Directiva Presidencial Nº 18 con fecha 1º de noviembre de 1978 que establecía una
estrategia para el uso de las fuerzas militares en áreas fuera del alcance de
la OTAN y al mismo tiempo establecía las zonas geográficas como esferas de los
intereses vitales de los Estados Unidos: Medio Oriente, el Golfo Pérsico,
América Latina y Corea y así justificar las intervenciones militares en el mundo.
El análisis principal de esta directiva consistía en determinar los blancos a
los que debía lanzarse un ataque nuclear contra la entonces Unión Soviética.
Para eso resultaba indispensable que dicho ataque fuera de tal magnitud y
contundencia que minimizara la capacidad de respuesta soviética en cuanto a las
posibilidades de detener a los misiles lanzados contra ella. Era fundamental
lograr reducir los tiempos de la defensa antiaérea y antimisilística para que
el ataque tuviera pleno éxito. Mientras el imperialismo con estos planes
pensaba aniquilar a la Unión Soviética, se mostraban “muy preocupados y consternados”
por la situación de los derechos humanos en dicho país. Asimismo esta Directiva
Presidencial establecía la formación de unidades especiales destinadas a
realizar operaciones militares en los países del Tercer Mundo. Otra brillante
demostración con la defensa de la paz y los derechos humanos.
4) El 1º de
octubre de 1979 ordena la creación de las Fuerzas de Despliegue Rápido para
intervenir en cualquier rincón del planeta, sobre todo contra los movimientos
de liberación nacional en Asia, África y América Latina. Estaba integrada por
unidades del Ejército (entre ellas la 82ª y la 101ª División Aerotransportada
con sede en Carolina del Norte y Kentucky respectivamente), de la Fuerza Aérea,
del Cuerpo de Marines y la Marina de Guerra con una dotación inicial de 100 mil
hombres que años después Ronald Reagan las aumentaría hasta los 200.000
hombres, argumentando la necesidad de contrarrestar “la amenaza soviética” por
la intervención en Afganistán.
El debut oficial de esta fuerza de
intervención tuvo lugar el 25 octubre de 1983 con la invasión de la isla de
Grenada en la operación Urgent Fury por decisión por el presidente Ronald
Reagan para el derrocamiento del gobernante Movimiento Nueva Joya fundado por
Maurice Bishop por sus “inclinaciones marxistas y ser una base de los comunistas
cubanos”, explicación de la más burda y estúpida que se inscribía en el típico
lenguaje de la guerra fría de aquellos años, ya que una pequeñísima isla que
apenas superaba los 60.000 habitantes jamás ni en los sueños puede representar
una amenaza para una nación tan poderosa y tan militarista como Estados Unidos.
Sin embargo, los 7000 invasores fueron sorprendidos por la formidable
resistencia de los granadinos y los 700 cubanos que lucharon con fiereza
obligando a los imperialistas a solicitar refuerzos de dos batallones más para
doblegar a la pequeña fuerza militar que defendía heroicamente su patria.
Las unidades que en su momento
fueron asignadas para la integración de esta fuerza de despliegue rápido fueron
las siguientes:
Por el Ejército
- 82ª División Aerotransportada con base en Fort Bragg, Carolina del Norte.
- 101ª División Aerotransportada de asalto aéreo con base en Fort Campbell, Kentucky.
- 24ª División de Infantería Mecanizada con base en Fort Stewart, Georgia.
- 9ª División de Infantería con base en Fort Lewis, Washington.
- 194ª Brigada Blindada con base en Fort Knox, Kentucky.
- 11ª Brigada de Artillería de Defensa Antiaérea con base en Fort Bliss, Texas.
- 5º Grupo de Fuerzas Especiales y dos Batallones de Rangers
.
Por la Fuerza
Aérea
- 27ª Ala de Combate Táctico con los Aviones F-111, de la Base Aérea Canon en Nuevo México.
- 49ª Ala de Combate Táctico dotado de Aviones F-18, de la Base Aérea Holloman de Nuevo México.
- 347ª Ala de Combate Táctico con los Aviones F-4, de la Base Aérea Moody en Georgia.
- 354ª Ala de Combate Táctico con los Aviones A-10, de la Base Aérea de Myrtle en Carolina del Norte.
- 23ª Ala de Combate Táctico armado con los Aviones A-7, de la Base Aérea England en Louisiana.
- 552ª Ala Aerotransportada de Alerta y Contol armada con los aviones E-3ª tipo AWACS).
- Fuerza de Proyección Estratégica, 57ª División Aérea provista de los aviones bombardero B52H;de tanque o cisterna KC-135 y los de reconocimiento SR-71 y U-2SR, de la Base Aérea Minot,en Dakota del Norte.
- 9 Escuadrones de transporte seleccionados del Comando Militar de Transporte Aéreo constituido con los Aviones C-5, C-141 y los C-130).
Por el Cuerpo
de Marines
- Una fuerza anfibia de Marines completa, integrada de una División de Marines, un ala aérea de Marines y elementos de apoyo.
- 7ª Brigada Anfibia de Marines, Base del Cuerpo de Marines 29 Plams, California. Dicha unidad tenía su equipo pesa almacenado en “barcos precolocados” en el océano Índico.
Por la Marina
de Guerra
- Tres grupo de combate de portaaviones (cada uno constituido por un portaaviones más tres o cuatro cruceros, destructores o fragatas).
Además contaban
con una flota de guerra compuesta entre 20 a 30 buques, 28 bombarderos de la
aviación estratégica y cientos de la aviación táctica y los helicópteros para
transporte de tropa y logística.
5) Bajo la
presión de los Estados Unidos, el 12 diciembre de 1979 la Organización del
Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en su reunión cumbre celebrada en Bruselas resuelve
la instalación en Europa de los misiles nucleares de alcance intermedio de
fabricación norteamericana: 108 Pershing II y 464 Cruise, todos dotados de
ojivas nucleares múltiples para hacer
blanco en los países del extinto Tratado de Varsovia, especialmente dirigidos
contra la ex Unión Soviética. La distribución por países de estos misiles fue
la siguiente: en Alemania Occidental: 108 Pershing II y 96 Cruise; en Gran
Bretaña: 160 misiles Cruise. Bajo el gobierno de Margaret Thatcher los
británicos en calidad de principal aliado del imperio de los Estados Unidos
aprobó sin realizar ningún debate en el Parlamento la instalación de los
misiles en su territorio, como una clara manifestación de la fidelidad a los
intereses imperiales mutuos, especialmente a los de Estados Unidos; en Holanda:
48 Cruise; en Bélgica: 48 Cruise y en Italia: 112 Cruise[12].
Todos estos
misiles estaban provistos de una cabeza nuclear cuya precisión en el punto de
impacto era casi perfecta y su increíble velocidad le dejaban a los soviéticos
tener solamente seis minutos para detener y destruir el ataque, cuando los
misiles anteriores podía ser interceptados en veinte minutos. A esta resolución
de la OTAN se la conoció como la “doble decisión” (Double Track Decision) ya
que al mismo tiempo que modernizaban el arsenal nuclear de la OTAN para
contrarrestar los misiles SS-20 soviéticos, los instaba a iniciar negociaciones
sobre el desarme de los armamentos estratégicos en Europa.[13]
A partir de ese
momento, comenzaron una serie de importantes movilizaciones y protestas en los
países donde se instalarían los misiles para impedir su emplazamiento. Por su
parte, las relaciones entre la OTAN y el Pacto de Varsovia fueron realmente
tensas en lo que la prensa denominó el equilibrio del terror
6) El 25 de
julio de 1980 firma la Directiva Presidencial Nº 59 donde establece la
estrategia de contrapeso que preveía la guerra nuclear de contrafuerza
limitada, autorizando a las fuerzas armadas de EE.UU. a dar el primer golpe
nuclear preventivo. La esencia de esta una doctrina militar de los Estados
Unidos la estableció su Secretario de Defensa Harold Brown que muestra la
orientación pacifista del gobierno de Carter: “Debemos la posibilidad de atacar
de manera selectiva y calculada toda una serie de objetivos militares, industriales
o político-administrativos y reservarnos la capacidad de exterminio
garantizado”[14].
Esto significaba que los Estados Unidos estaban poseídos de un sueño nuclear en
el sentido de que podían vencer en una hipotética guerra atómica. Esta
directiva sentó las bases de la guerra nuclear limitada al teatro europeo y de
que podían exterminar a la Unión Soviética mediante certeros golpes con sus
misiles intercontinentales, a través de lo que James Schlesinger denominó
“golpes nucleares selectivos”. El imperialismo al elaborar esta estrategia
partía de la base de una supuesta “amenaza soviética” que fue el caballito de
batalla con se pretendió justificar la carrera de armamentos para hacer frente
a los soviéticos mediante golpes de represalia, de contrafuerza mediante el uso
de los misiles intercontinentales. La publicación de esta directiva fue el
momento de mayor histeria militarista de la Administración Carter que veía del
estrepitoso fracaso del rescate de los funcionarios tomados como rehenes en
Irán y debía reaccionar de alguna forma para no mostrarse como un presidente
débil y que puede poner en peligro la seguridad de su país por errores en
política exterior.
Esta directiva
que se constituyó en la estrategia de ataque global del imperio fue lanzada en medio
de la campaña electoral para las elecciones de noviembre de ese año donde Jimmy
Carter -buscando su segundo mandato- quiso ganarse a la derecha más belicista y
militarista que lo acusaban de haber permitido la pérdida de posiciones
internacionales en varias regiones fundamentales para los intereses globales de
los Estados Unidos. Lo que esta aberrante directiva pretendía explicar era la
posibilidad cierta y no sólo en el plano teórico de una guerra nuclear abierta
y totalmente realizable. Por donde se la lea no se va a encontrar ninguna medida
contra una guerra de este tipo, es decir, sobre los medios para evitar una
guerra atómica y mucho menos buscar política internacionales de seguridad que
impidan el uso de arma más mortal creada por el hombre.
7) El Comité de
Relaciones Exteriores del Senado de los Estados Unidos preocupado por saber
cómo afectaría al país si se desencadenara una guerra nuclear contra la
entonces Unión Soviética en los marcos de la estrategia diseñada por la
Directiva 59, consultó al Pentágono para conocer los resultados de dicho
enfrentamiento y le respondió con absoluta certeza que entre unos 3.200.000 y
22.700.000 ciudadanos norteamericanos morirían como consecuencia de una
hecatombe atómica.
8) En ese mismo
año se elabora el denominado Plan Único Integrado de Distribución de Objetivos
(SIOP 5-D) que aumentaba de 25.000 a 40.000 los puntos a atacar a la Unión
Soviética en caso de desatarse una guerra nuclear y teniendo en cuenta que al
inicio de 1980 los Estados Unidos poseían 15.000 ojivas nucleares estratégicas,
el SIOP-5D determinaba diversas variantes en el golpe nuclear en función de las
necesidades políticas para reorientar el uso de los misiles de unos objetivos a
otros
9) Ese mismo año
1980 que estuvo marcado por la “Doctrina Carter”, se publica el informe llamado
“Capacidades y opciones en el golfo de Arabia” redactado por el departamento de
planificación del Pentágono bajo la dirección de Paul Wolfowitz (Sí, el mismo
que durante la presidencia de George Bush (h) diseñara los planes para la
invasión y destrucción de Iraq en 2003). En dicho informe puede leerse a modo
de conclusión lo siguiente: “Resumiendo: para tener la posibilidad de hacer
frente a un operación militar en el Golfo, los Estados Unidos se vería obligado
a llegar hasta la amenaza de empleo de armas nucleares tácticas”. Lo cual es un
disparate pretender bombardear las fuentes de energía que dicen proteger y a
través de las cuales las propias empresas norteamericanas realizan sus
actividades productivas y comerciales. Pero bajo el imperialismo todo es
posible ya que como ha demostrado la invasión de Iraq, la destrucción de la
infraestructura económica del país ha servido de base para que las
multinacionales mediante fabulosos negocios lucren y obtengan elevadísimas ganancias
con la reconstrucción. Este es un claro ejemplo de la destrucción creativa
sobre la que escribió el economista austríaco Joseph Schumpeter.
10) Asignó
billonarios recursos para la fabricación de armas de exterminio masivo como la
neutrónica (de esa última finalmente desistió del proyecto por la presión
interna y externa), las armas químicas y las basadas en el rayo láser. Dio luz
verde para la producción de los cohetes MX, los misiles con cabezas nucleares Trident-2
(en reemplazo de los Polaris) para lanzarlos desde los submarinos con un
alcance de 12.000 kilómetros, los caza bombarderos de empleo múltiple de
combate de los tipos F-14/15/16/18 destinados a la aviación táctica de la OTAN,
los aviones de asalto antitanques A-10 y los E-2 para la observación
electrónica. Al mismo tiempo impulsó un potente rearme naval y submarino donde
a estos últimos los armó con misiles intercontinentales conocidos por la sigla
en inglés SSBN (misiles intercontinentales lanzados desde submarinos). Sobre los
misiles MX, decía Carter que “aumentarán
mucho el potencial de un golpe nuclear contra un alto número de
objetivos soviéticos”[15].
Una clara muestra de su espíritu pacífico en el manejo de las relaciones
internacionales.
11) Aprobó el
proyecto para la fabricación del superbombardero B-1 y la modernización de los
B-52. Los misiles Trident – fabricados con la tecnología más avanzada de
aquellos años-fueron instalados en los submarinos atómicos estratégicos,
justamente el último lugar donde Carter cumplió sus actividades en el servicio
militar activo. El cambio de los Polaris por los nuevos y modernos Trident
afectó a la flota submarina inglesa pero años más tarde la guerra de las
Malvinas les vino como una tabla de salvación que evitó el desmantelamiento de
su flota submarina.
12) En su último
discurso sobre el estado de la Nación pronunciado ante el Congreso de los
Estados Unidos el 23 de enero de 1980, estableció la que se conocería con el
tiempo como “La Doctrina Carter” (ya nombrada más arriba). Esta “doctrina” tuvo
consecuencias inmediatas con la renovación de los acuerdos y pactos militares
con Kenia, Somalía, Omán, Egipto y Pakistán. Al mismo tiempo, la isla Diego
García, una estratégica isla y enclave británico en el océano Índico fue
destinado para ser convertido en una fortaleza bélica de primer orden cargado
con misiles dirigidos a las regiones asiáticas de la ex URSS. La proclamación
de la doctrina Carter significó un giro espectacular en la estrategia de la
política de poder global del imperialismo porque será utilizada por las
siguientes administraciones en la lucha contra “el expansionismo soviético” y
la “amenaza comunista” en la defensa de los intereses vitales de los Estados
Unidos en el Medio Oriente.
13) La histeria
militarista de la presidencia de Carter se vio reflejado en el hecho de que
durante 18 meses entre 1979 y 1980 se dieron 151 alarmas nucleares falsas que
pusieron a toda la flota de aviones bombarderos estratégicos y a las rampas de
misiles balísticos intercontinentales en el estado de máxima alerta de combate.
14) Carter había
sido elegido con la promesa de reducir la carrera armamentista y los gastos
militares derivados de la guerra de Vietnam que afectaron la credibilidad y la
situación de la población de los Estados Unidos en 5.700 millones de dólares
por año. No cumplió con esta reducción sino todo lo contrario porque año tras
año el presupuesto militar fue aumentando paulatinamente pasando de 279,4 mil
millones de dólares en 1977 a 297,6 mil millones para el año fiscal 1980, de
acuerdo con datos elaborados y actualizados por la Oficina de Administración y
Presupuesto del 15 de julio 2003. A valores corrientes de los años de su
presidencia, la de Carter fue la primera administración en superar los 100 mil
millones de dólares en gastos para la defensa en esta forma:
Gastos
militares de la Era Carter 1977-1981 (en millones de dólares)
1977:
116.100
1978:
116.100
1979:
124.700
1980:
140.900
1981:
175.500
15) El 16 de septiembre de 1980, el pacifista
Jimmy Carter decidió reimplantar el servicio militar obligatorio que había sido
eliminado en marzo de 1975 por el entonces presidente Gerald Ford para acallar
las críticas y las deserciones entre los jóvenes que fueron convocados para ir
a combatir en Vietnam. Previamente el 27 de junio había firmado un proyecto de ley
por el cual obligaba a los hombres de 19 y 20 años a inscribirse para un
llamamiento a filas en respuesta a la invasión de Afganistán por parte de los
soviéticos.
Estos fueron los
verdaderos objetivos estratégicos de dominación mundial que la Administración
Carter puso en juego y que los señores del Parlamento Noruego no evaluaron ni
analizaron a la hora elegirlo como ganador del Premio Nobel para 2002. Los
hechos de su política militarista evidenciaron un estado demencial de histeria
bélica de un gobierno que quiso estar en todos lados movilizando a su ejército
de diplomáticos porque la única vez que intentó intervenir militarmente terminó
en un estrepitoso fracaso (operación de rescate de los rehenes en Irán). Por otro
lado, Jimmy Carter fue un hombre formado en el cuerpo de la Marina de Guerra
con concepciones y modos de pensar extraordinariamente conservadores, por lo
que es ahí donde debe buscarse el origen
de sus cambios bruscos en sus políticas globales relacionadas con los temas
militares que lo llevaron a firmar esas dos Directivas terribles que da la
impresión de haber sido la Plataforma de Guerra del Partido Republicano que del
Partido Demócrata, aunque las diferencias entre uno y otro a la hora de hacer
la guerra no se diferencian porque las principales guerras en las que participó
Estados Unidos en el siglo XX fueron iniciadas por presidentes demócratas: Roosevelt
(Segunda Guerra Mundial), Truman (Guerra de Corea); Kennedy (Guerra de
Vietnam), Clinton (Somalía y Kosovo). La sola idea de creer que se podía vencer
en una guerra nuclear era completamente inconcebible dado el poderío de los arsenales de la ex
Unión Soviética y los Estados Unidos. Sin embargo, ahí están las Directivas Nº
18 y 19 donde quedaron plasmados los sueños atómicos de Carter.
Así fue la política militarista del
imperialismo bajo la presidencia de Jimmy Carter y que en sus relaciones internacionales dejarían su
huella en los próximos 10 años porque fue el antecedente histórico al cual
recurrir para analizar el origen del derrumbamiento de la Unión Soviética.
Capítulo III:
La política hacia la ex Unión Soviética
La política hacia su principal
enemigo y adversario ideológico y militar, la presidencia de Carter se
caracterizó por su doble rasero. Por un lado intentó mejorar las relaciones
sobre la base del acuerdo sobre el tratado de limitación de los armamentos
estratégicos ofensivos (acuerdos SALT, por sus siglas en inglés) y por el otro,
realizó todo tipo presión al gobierno soviético encabezado por aquellos años
por Leonid Brezhnev y los demás países socialistas con el tema de los derechos
humanos, cuando en realidad, fue una forma de meterse en los asuntos internos y
creer ingenuamente que a los soviéticos se les podía torcer el brazo denunciando
su ausencia y su mala práctica. Se quiso presentar como el gran moralizador de
las relaciones internacionales cuando realidad desplegó una diplomacia basada
en la presión permanente y no sólo por la cuestión de los derechos humanos y
los opositores internos al gobierno soviético, sino la presión basada en
obligar a la Unión Soviética a invertir en gastos militares hasta que se agoten
sus reservas financieras y produzca su colapso. Y si esto último no llegara a
producirse lo importante era tenerla arrinconada, de modo tal que no pudiera
impedir los planes expansionistas del imperio americano. Los cálculos de los
Estados Unidos bajo la era Carter era que siendo la Unión Soviética el
principal enemigo militar e ideológico, era necesario aislarla y no permitir
que pueda ejercer influencia en los acontecimientos mundiales. Esta rivalidad
se vio reflejada en las relaciones con Cuba, en el nombramiento del papa polaco
Karol Wojtyla como nuevo pontífice de la cada vez más influyente Iglesia
Católica; en el continente africano con motivo de las guerras que tuvieron
lugar en Angola y Mozambique debido a la presencia de contingentes militares
cubanos en apoyo a esos gobiernos revolucionarios que se estaban independizando
del colonialismo portugués y que el gobierno norteamericano nada decía de las
invasiones de las tropas racistas sudafricanas.
El primer contacto que Jimmy Carter
tomó con algún soviético invitándolo a la Casa Blanca no fue ni con el
embajador de la URSS en los Estados Unidos; no fue con el entonces canciller
Andrei Gromyko; ni mucho menos con el presidente Leonid Brezhnev. El primer
encuentro lo tuvo precisamente con un disidente llamado Vladimir Bukovsky, quien
había sido canjeado en Zurich (Suiza) por Luis Corvalán, el entonces Secretario
General del Partido Comunista de Chile, en un intercambio de prisioneros en
plena guerra fría en diciembre de 1976. Al mes siguiente, Carter asume la
presidencia y uno de sus primeros actos, le concede una audiencia a Bukovsky,
lo que provocó una airada protesta del gobierno soviético que no se hizo
esperar. No cabe duda que esta actitud de Carter se enmarcaba en su política de
mostrarse como un hombre altamente preocupado por los derechos humanos y la
existencia de los disidentes soviéticos que ellos mismo lograron pergeñar, le
venía como anillo al dedo para meterle presión al gobierno soviética como forma
de conocer qué tipo de respuesta recibiría de ellos.
En esta política
de “defensa de los derechos del hombre” era mucho más importante encontrar
algún “disidente soviético” (y si no había lo fabricaban) que condenar los
asesinatos de 20.000 latinoamericanos por las dictaduras que los Estados Unidos
consiguieron poner al frente de los gobiernos porque tendrían que denunciar la
propio política exterior imperialista que ayudó a pergeñar.
1) Retiró del
Congreso y por lo tanto nunca fue ratificado por el Congreso de Estados Unidos
el Segundo Tratado de Limitación de los Armamentos Estratégicos Ofensivos (SALT
II) firmado en Viena con la entonces Unión Soviética el 18 de junio de 1979
como respuesta a la intervención soviética en Afganistán a finales de diciembre
de 1979.
Cuando se firmó
el SALT II la comisión para asuntos exteriores del Senado de los Estados Unidos
emitió una declaración en noviembre de 1979 que decía: “El objetivo principal
del Tratado entre EE.UU. y la URSS sobre la limitación de los armamentos
estratégicos ofensivos
2) La segunda
medida que Carter tomó contra la Unión Soviética por su invasión a Afganistán
fue decretar el embargo cerealero prohibiendo todo tipo de comercio no sólo
bilateral sino que llamó a la naciones de Occidente a plegarse a esta medida.
La dictadura de Videla no se adhirió porque le convenía mantener negocios con
el único país que compraba en grandes proporciones nuestra producción de
granos. Esta decisión a la larga le sería muy cara a la Argentina porque no
cabe duda que los Estados Unidos la tuvieron muy en cuenta cuando decidieron
apoyar al imperio británico en su campaña para reconquistar las Islas Malvinas
entre abril y junio de 1982.
3) La tercera
medida fue declarar el boicot a los Juegos Olímpicos de Moscú 1980 por su
invasión a Afganistán con lo que armó un escándalo propagandístico y
diplomático de proporciones demenciales. Uno de los deportistas norteamericanos
y que asomaba como la nueva gran estrella olímpica fue el brillante gimnasta
Kurt Thomas quien en los ejercicios de suelo inventó el dificilísimo movimiento
de tijeras con las piernas que pasó a denominarse el “Thomas Flair” y desde ese
momento es obligatorio para todos los gimnastas realizarlo como parte de su
rutina competitiva. En el mundial de 1979 estuvo a la par de sus rivales y más
temible para los soviéticos y alemanes del este. Pero no pudo demostrarlo. La
Argentina se adhirió al boicot condenando a toda una generación de deportistas
a una nueva frustración.
4) Por
recomendación de su asesor en seguridad internacional Zbigniew Brzezinski el 3
de julio de 1979 firma la autorización para que los servicios secretos de los Estados
Unidos y sus aliados de Pakistán y Arabia Saudita recluten, armen y financien a
los islamistas afganos integristas para boicotear y derrocar al nuevo gobierno
de Afganistán que tenía muy buenos vínculos con los soviéticos. Esta situación
fue la que lleva a la ex URSS a caer en lo que se conoció como “la trampa
afgana”, al ingresar unos 80.000 hombres el 27 de diciembre de 1979. Los grupos
de combatientes que resistieron la entrada del ejército de la URSS en
Afganistán, los llamados Mujaidines, fueron la base y el origen del denominado por
la prensa Occidente como los “fundamentalistas islámicos”.
5) La
administración Carter elaboró un programa político-militarista de largo alcance
para el período 1980-1985 que a través de la carrera de armamentos poder lograr
la extenuación económica de su enemigo ideológico ya que los Estados Unidos
preveían un gasto militar total de 1 billón de dólares más otros entre 300 y
500 mil millones de dólares con el fin de lograr la superioridad nuclear sobre
la Unión Soviética y obligarla a desviar fondos hacia los expendios en materia
de defensa hasta hacer estallar el sistema soviético ante la imposibilidad de
soportar una inversión tan gigantesca para una economía como la de ex URSS. Si
uno lee los documentos soviéticos de la época, ellos afirmaban que estaban en
condiciones de aceptar el desafío imperialista y que no había arma que no
pudieran desarrollar para mantener el equilibrio estratégico alcanzado entre
los años ’60 y ’70. Proyectado en el tiempo, no cabe duda que Estados Unidos
salió triunfante porque obtuvo la rendición de su par soviética, dejándole el
camino libre para cometer los desastres que inauguró la nueva época de la
globalización imperialista.
La entrada de
las tropas soviéticas en Afganistán fue una poderosa maniobra de provocación
que fue ejecutada por la CIA bajo el nombre en clave de Operación Ciclón, para
la formación de unidades de combatientes, los llamados fundamentalistas islámicos
(muyadines) que se concentraban en la frontera sur de la Unión Soviética para brindarles
financiamiento, ayuda militar de todo tipo (especialmente armas antiaéreas y
antitanques) como así también, asesoramiento, entrenamiento, adiestramiento a
través de Pakistán.
En una
entrevista en 1998 realizada por el semanario francés Le Nouvel Observateur, Zbigniew
Brzezinski, el consejero de Jimmy Carter para asuntos de seguridad internacional,
dijo que: “No presionamos a los rusos a intervenir, pero incrementamos a
propósito la probabilidad de que lo hicieran”.
Todo el mundo cree que la participación de
los Estados Unidos en los asuntos afganos comenzó luego de la entrada de los
soviéticos a finales de diciembre de 1979 y que el mismo Brzezinski en ese reportaje
revela la verdadera trama de la historia al declarar que el presidente Carter
firmó una directiva con fecha 3 de julio de 1979 para dar ayuda encubierta a
los enemigos del gobierno afgano de Mur Mohamed Taraki con muy buenas
relaciones con la Unión Soviética a la que viajó varias veces para solicitar
entre otros temas asesoramiento militar y especialmente la necesidad del envío
de tropas para aplacar la contrarrevolución que estaba haciendo estragos en el
país. Vale la pena reproducir un extracto de esa entrevista cuando se le
pregunta al ex consejero si lamentaba aquellas acciones. Esta fue su
contundente respuesta:
“¿Si lamento qué? La operación secreta fue
una idea excelente. Tuvo el efecto de atraer a los rusos a la trampa afgana, ¿y
quiere usted que lo lamente? El día que los soviéticos cruzaron oficialmente la
frontera, escribí al presidente Carter diciéndole en esencia lo siguiente: ‘Ahora
tenemos la oportunidad de dar a la URSS su guerra de Vietnam’ ”
El periódico Nouvel Obsertaveur le pregunta
nuevamente: “¿Y tampoco lamenta haber apoyado el fundamentalismo islámico, que
ha dado armas y asesoramiento a futuros terroristas?” A lo que el imperturbable
Brzezinski se despachó sin miramientos: “¿Qué es más importante para la
historia del mundo, los talibanes o el hundimiento del imperio soviético?,
¿unos cuantos musulmanes agitados o la liberación de Europa Central y el fin de
la guerra fría?.”[16]
Lo que no dice el Sr. Brzezinski es que los
norteamericanos se retiraron de Vietnam derrotados por completo y huyeron
despavoridos en helicópteros a la desbandada sufriendo una humillación
demoledora. La retirada soviética de Afganistán fue el resultado de un acuerdo
de partes alcanzado en Ginebra ya que ninguno de los sectores implicados en
esta desastrosa guerra podía vencer. Los soviéticos se fueron por el mismo
camino por el que entraron en pleno día y aun al costo terrible de casi 15.000
muertos y miles de heridos y mutilados supieron tener una salida honrosa.
6) En un discurso pronunciado en la
Universidad de Harvard, Cyrus Vance, el primer secretario de Estado de Jimmy
Carter y que renunciara al cargo luego de conocerse el estrepitoso fracaso de
la operación de rescate de los rehenes en Irán, llegó a la conclusión de que
era necesario obligar al gobierno de los Estados Unidos a que acceda a
reconocer el derecho que le correspondía a la entonces Uética el derecho a
gozar de derechos equitativos en los asuntos internacionales. Claro, el muy
arrepentido lo dijo cuando se fue del gobierno pero cuando estuvo dentro, no
hizo nada para concederle ese tratamiento. Recordemos sus palabras pronunciadas
el 5 de junio de 1980 y reproducidas por el New York Times:
“Existe un error muy
común de que, presuntamente, América es capaz de disponer de la fuerza
imprescindible para arreglar los asuntos a nuestro antojo. Eso presupone, por
ejemplo, que nosotros, si lo deseáramos, podríamos situarnos por encima de la
Unión Soviética para impedirle que sea una superpotencia. Esta idea caduca
tiene que ver más con la nostalgia que con la realidad que vivimos. La Unión
Soviética, que cuenta con un territorio mucho mayor que cualquier otro país en
el mundo, tiene sus propios intereses y objetivos estratégicos. Una vez
superado el atraso económico y ruina causada por la guerra, la URSS ha creado
enormes recursos militares e
industriales. Nosotros no deberíamos subestimar esos recursos, ni tampoco
exagerarlos. Debemos conservar y afianzar la posición de igualdad aproximada
con la Unión Soviética. Es ingenuo suponer que ellos acepten voluntariamente ocupar
el segundo lugar desde el punto de vista de fuerza militar”.
La administración Carter creyó que podía
hablar con los soviéticos y sus aliados desde posiciones de fuerza con la idea
de imponerle una superioridad militar que acompañada de las afirmaciones de que
la URSS mentía en todas sus declaraciones y propuestas, constituía todo un
conjunto de elementos que formaron parte de la guerra psicológica del
imperialismo en que se incluía la presión económica a través del embargo para la
exportación de cereales, para la importación de equipos de alta tecnología,
discriminarla comercialmente, medidas que finalmente resultaron un boomerang
porque terminaron perjudicando a los propios productores de granos
norteamericanos.
Notas:
[1]) Ver The Guardian, 11 de septiembre de
2011. Entrevista al ex Presidente de los Estados Unidos, Jimmy Carter. En
http://www.guardian.co.uk/world/2011/sep/11/president-jimmy-carter-interview
[2]) Se trató del intento de rescatar a los
rehenes norteamericanos en la toma por estudiantes iraníes de la embajada de
los Estados Unidos en Teherán.
[3]) Citado por Bermúdez Lilia en Guerra de
baja intensidad. Reagan contra Centroamérica, 1987, Siglo XXI Editores, páginas
47 y 48.
[4]) Es importante recordar
que la dictadura argentina siguió matando hasta el último año que estuvo en el
poder como fueron los notorios casos de los dirigentes peronistas Osvaldo Cambiasso
y Eduardo Pereyra Rossi asesinados salvajemente en mayo de 1983.
[5]) Ver Naciones
Unidas. Las empresas transnacionales en la Argentina. Estudios e Informes de la
CEPAL Nº 56, Santiago de Chile, 1986, páginas 56 y siguientes-.
[6]) Ver Feldman Ernesto y Sommer Juan. Crisis
Financiera y endeudamiento externo en la Argentina. Centro de Economía
Transnacional, Bs. As., 1986. Cuadros 22, página 107 y Cuadro 25, página 109.
[7]) Estados Unidos le entregó a las Fuerzas
Armadas de El Salvador fusiles de asalto de todo tipo, helicópteros artillados,
instructores militares y toda la logística necesaria para combatir y reprimir
al FMLN.
[8]) Ver Armando Cavalla Rojas. Centroamérica en la estrategia
militar norteamericana bajo la Administración Carter. Revista de la Universidad Autónoma de México, página
162.
[9] Comisión de los Derechos
Civiles de los Estados Unidos, Informe sobre Prácticas policiales y la
preservación de los derechos civiles. Julio 1980. Thurgood Marshall Law Library, University of Maryland School
of Law, Baltimore, Maryland, página II.
[10] Ibídem, página III.
[11] Se podrá argumentar
que el acuerdo de Camp David de 1978 fue muy importante porque puso fin al
estado de guerra entre Egipto e Israel. Eso fue lo único que se obtuvo porque
el problema estructural e histórico de la región, el problema del pueblo
palestino, siguió sin resolverse e Israel siguió ocupando los territorios
conquistados en la guerra de los Seis Días.
[12]) Ver ¿Quiénes amenazan a la paz? Editora
Militar Moscú, 1982, página 41.
[13]) La refutación de la parte soviética a
esta medida de la OTAN puede leerse en un artículo de la época publicado en la
Revista Internacional (Problemas de la paz y el socialismo), Nº 288 de Febrero
de 1980, páginas 3 a 8, bajo el título ¿A dónde empujan a Europa el Pentágono y
la OTAN?
[14]) Ver A. Arbatov. Aventurera estrategia
nuclear. En Problemas de Economía, Año XIX, Septiembre-Octubre de 1981, páginas
46 a 58.
[15]) Acta de Acusación al imperialismo. Cuarta
Serie. Ver Revista Internacional, Nº 289, Enero de 1981, página 87.
[16] Ver Johnson Chalmers. Blowback. Costos y consecuencias del imperio
americano. Crítica, Barcelona, 2004, página 12,