El imponente Cerro de los Siete Colores en Purmamarca, Jujuy (Argentina)

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viernes, 17 de febrero de 2017

LA INVASIÓN YANQUI A NICARAGUA
Y EL SURGIMIENTO DE SANDINO

Por  Sergio Daniel Aronas  - 06 de enero de 2017

El 6 de enero se cumplieron noventa años de la invasión militar de los Estados Unidos contra Nicaragua, hecho que dio inicio a la resistencia, heroísmo y la leyenda de aquel enorme patriota que fue el general Augusto César Sandino quien se alzó con la armas para enfrentar a la agresión imperialista con su indómito e indomable “pequeño ejército loco”. Quien mejor reflejó las hazañas de esta gesta magnífica fue su principal biógrafo Gregorio Selser del cual extraigo algunos párrafos del capítulo final de su excelente libro, “Sandino, General de Hombres Libres”, Ediciones Iguazú, Buenos Aires, 4ª Edición, 1966, donde traza una semblanza de la trayectoria del héroe nicaragüense, el lugar que ocupó y el papel que desempeñó en la historia de su país y en Nuestra América toda, su proyección en el tiempo y las condiciones que tuvo lugar su lucha contra los invasores para la defensa de la soberanía de su patria. Ese pequeño ejército loco de Augusto César Sandino fue el primero en infligirle duras derrotas a los ejércitos imperialistas en América Latina que los obligaron a abandonar Nicaragua en 1933 bajo el empuje de la poderosa resistencia popular basado en métodos guerrilleros y dotados de armamento vetusto. Como consecuencia de esta retirada, el amigo Roosevelt proclamó en diciembre de 1934 la política del “Buen Vecino” con fin el de “mejorar” sus vínculos con América Latina cuyas intervenciones militares habían provocado la más execrables y horribles matanzas.

Así escribió Gregorio Selser la gesta heroica de Sandino con su ejército de campesinos:

“Sandino no fue solo la rebeldía individual, desesperada y romántica de un hombre. Sandino está en cada campesino que al secar sus sudores, piensa con rabia que la tierra no es suya; Sandino está en cada indio que carga sobre sus hombros la larga costumbre de la explotación blanca; está en cada mulato que sufre y se resiente del menosprecio racial; en cada negro que constata que su piel y no su corazón está en la balanza. Sandino está en cada obrero que en su sindicato o en el cubil donde le recluye su verdugo, obra la tarea social de su reivindicación; está en fin estudiante que redacta o distribuye el panfleto, siempre los mismos estudiantes y panfletos, aunque los siglos sean distintos” (págs. 339/340). (…)

“Los años que son los mejores jueces, van cubriendo lentamente, pero sin cesar, la memoria de aquellos que agraviaron, en Sandino, a Iberoamérica. Por contraste, la epopeya de ayer de Sandino es hoy leyenda como mañana será mito. Por toda Nuestra América están vigentes los signos de la supervivencia de su mensaje. En tanto perdure, Nuestra América no será la fácil presa de los filibusteros o mercaderes” (pág. 340). (…)

“Nuestros pueblos vieron surgir del más absoluto anonimato a un hombre que había sido campesino, obrero manual, empleado y minero, cuya única aspiración era seguir trabajando en cualesquiera de esas tareas una vez cumplido el propósito que hizo resaltar su nombre; sentían suyo ese oscuro anhelo de libertad; se sentían traducidos en la aventura quijotesca contra un enemigo que, superior en hombres y en armas, era vergonzosamente derrotado por un puñado de valientes que a las ametralladoras oponían latas de sardinas en granadas de mano, a los aviones los anticuados fusiles de la guerra de Cuba, al poderío abrumador la táctica de guerrillas y al espíritu mercenario del invasor (cuyos soldados eran enrolados a sueldo) el insobornable espíritu de los que sin paga alguna llegaron desde todos los ámbitos de la tierra a engrosar las filas del General de Hombres Libres” (págs. 340/341). (…)

“Nuestra América vio en Sandino cobradas viejas deudas, la de los conquistadores antiguos y las de los modernos. Sintió que su lengua, su raza y su destino injusto tomaban desquite de aquellos que les habían convertido en esclavos de su propia tierra. Nuestra América vio nuevamente abrirse las puertas de un camino que, de ser totalmente recorrido, concluirá por reivindicarla, por enaltecerla, por liberarla. Nuestra América tenía fe en Sandino. Sabía que no era el suyo el aislado gesto de un romántico tardío, sino el grito que en todos los pueblos llamara a la rebelión convocándolos para la batalla común”
“Por eso Sandino resultó triunfador. No sólo porque los invasores tuvieron finalmente que retirarse, sino por que indicó cómo nuestros pueblos disponen dentro de sí mismos los elementos de su liberación y se mostró a sí mismo como ejemplo de esa posibilidad, legándonos su divisa y su tarea” (pág. 341). (…)

“Pocas veces se ha dado en la historia en caso análogo de desinterés material ligado a una fama guerrera; de una modestia que al referirse al destino de su patria se convirtiera en tanto orgullo; de una ingenuidad política que no le impidiera descubrir quien era el responsable de la ejecución de su pueblo; de una timidez que no obstara al coraje; de un sentimiento humano, fraternal, que no fuera obstáculo para que su fusil abatiera al enemigo; de una altivez que antes que de grandezas personales se jactara de la posesión de un oficio manual. Hombres como Sandino reconcilian a los esclavos con la esperanza, a los oprimidos con el destino. Hombres así señalan los derroteros, inclinan en su favor las batallas más arduas y acorazadas físicamente hasta el más endeble. El Héroe tiene su significado más cabal cuando está referido a hombres como Sandino”.

“Con su muerte, su batalla particular se hizo patrimonio de toda América. No esperemos encontrarle en los libros donde los relatos oficiales enarbolan la hojarasca patriotera para ocultar la realidad siniestra de la traición, la venta y la sumisión. Ni en aquella que inscribe los nombres en las calles, plazas y ciudades del Continente, pero que se guarda de revelar las páginas inéditas de sus figurones consagrados; como omite también referirse a las cárceles, a las torturas, a los pelotones de fusilamiento, a las bases extranjeras en suelo nacional, a las intervenciones militares, a la lucha de mercados, a la división imperialista de los territorios, o a la criminal desunión en que se debaten nuestros pueblos, desunión fomentada, acuciada y mantenida por conservarnos en la debilidad y en la inercia”.

“Que es la historia americana de la infamia (Págs. 342/343) (…)

“Sandino se lanzó contra ella nada más que con sus puños y su rabia de sentirse esclavo. Triunfó si, en el limitado plan que se había propuesto, pero no liquidó la esclavitud de sus hermanos. A lo sumo, los esclavizadotes cambiaron de táctica y la opresión secular prosiguió, constante, oprobiosa, insultante. Y además, Sandino pagó con la vida su rebeldía. Esa su vida magnífica que llenó siete años de gloria de un Continente encarnecido, que no le volvió la espalda, reconoció en él al hijo dilecto que le reivindicaba, justificaba y orientaba hacia un futuro libre de opresión y amargura.

“Y porque ningún esfuerzo se pierde y ningún gesto es estéril; porque detrás de cada afirmación está la voluntad de resistir, porque en cada rebelión está presente el instinto de justicia, porque en tiempos de opresión la facultad de rebelarse es la única libertad que no se pierde, Sandino no ha pasado en vano por su Nicaragua ni muerto inútilmente por su Iberoamérica” (pág. 343).


Mi reflexión final después de leer esta historia es que hombres como Sandino no debieron morir nunca.