El imponente Cerro de los Siete Colores en Purmamarca, Jujuy (Argentina)

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lunes, 11 de julio de 2016

DOCUMENTOS DE LA INDEPENDENCIA DE 1816

Por Sergio D. Aronas – 9 de julio de 2016

Seguimos con nuestra búsqueda en los documentos que surgieron del Congreso Constituyente de Tucumán que declaró la independencia de las Provincias Unidas en Sudamérica porque nada mejor que el testimonio y análisis de la situación nacional e internacional por parte de quienes fueron sus protagonistas de primera mano y testigo presenciales de estos hechos históricos de suprema magnitud.

Este Manifiesto del 1º de agosto de 1816 a los 25 días del pronunciamiento del 9 de julio, es un llamado a los Pueblos de todo el país y de la región a forjar la unidad para sostener la revolución e impedir que todo vuelva a la situación anterior a Mayo de 1810.

A los congresales dMiie Tucumán les preocupaba esta falta de unidad entre las diversas provincias, especialmente las que no fueron al Congreso como Santa Fe, Entre Ríos, Misiones y la Banda Oriental, todas integrantes de la Liga del Litoral que respondían a las órdenes del Jefe de los Orientales, José Gervasio de Artigas. Tampoco estuvieron presentes algunas provincias del Alto Perú ni tampoco Paraguay que seguía su propio camino.

El Manifiesto pide que “cesen las cuestiones entre los pueblos, comprometan en nuestro arbitrio sus diferencias, y dejen expedito el campo al que manda sujeto a las formas y reglas que le prescribiéremos, y todo lo demás corre de nuestra cuenta. Muy cortos sacrificios van a obrar prodigios de bienes inmensos. Veréis levantar en breve los ejércitos, formarse con la más exacta disciplina, animarse el espíritu del soldado, y correr alegre y seguro a la victoria.”  

También exige que “renazca la unión y se establezca el orden, y veréis renovarse el espíritu patriótico casi extinguido; los ciudadanos correrán voluntarios a las armas; los desertores se restituirán a los ejércitos; todos los demás se prestarán gustosos a los subsidios: tales deben ser los efectos de una acción uniforme, donde todo va a su fin con la confianza de los felices resultados”.

Por último, entre otras cuestiones, desea el “fin de la revolución y el inicio de una era de orden”, en el sentido de terminar con las disputas y enfrentamientos internos y que se acabe el proceso que va de revolución en revolución que daña la supervivencia de las provincias. Tengamos en cuenta que el Congreso de Tucumán no significó una tregua entre las fuerzas que disputaban el poder, ya que durante su desarrollo los enfrentamientos no sólo no cesaron sino que se fueron agravando y es así como lo advertía este Manifiesto, finalmente se impuso la anarquía a la que pretendían combatir.  

Aquí el documento completo con los agregados y decretos.

MANIFIESTO DEL CONGRESO DE TUCUMAN

[1 de agosto de 1816]

MANIFIESTO DEL CONGRESO DE LAS PROVINCIAS UNIDAS DE SUDAMÉRICA EXCITANDO LOS PUEBLOS A LA UNIÓN Y AL ORDEN

Pueblos; enviados por vuestra expresa voluntad y unidos en este punto a formar el Congreso, que fijando la suerte y constitución del país, llenase los designios de la grande obra en que se ve empeñado; consagrados a nuestro alto destino, y expedidos de las tareas preliminares que debían franquear nuestra carrera, somos a cada paso interrumpidos en nuestras meditaciones por la incesante agitación tumultuosa que os conmueve; y echando una ojeada desde la cumbre eminente en que os observamos, se ha detenido con asombro nuestra consideración sobre el cuadro que ha ofrecido a nuestra vista la alternativa terrible de dos verdades, que, escritas en el libro de vuestros destinos, nos apresuramos a anunciaros: unían y orden, o suerte desgraciada. Precisos momentos que no dan treguas al anuncio amargo, pero inevitable, que ha de presentaros el contraste del único interés de vuestra existencia fluctuante entre los más locos extravíos y los consejos de la razón y conveniencia.

Queremos excusaros el disgusto de recorrer la serie odiosa de acaecimientos; que degradando el mérito de la revolución y el crédito de las gloriosas expediciones militares, nos ha reducido en las últimas derrotas a la situación más desolante. Mil veces una vanidad torpe, o una tan necia confianza, predijo triunfos que nos arrancaron lágrimas; y otras tantas los pueblos interiores, comprometidos a mil conflictos, y los pueblos contribuyentes, brumados con el peso de nuevos empeños, provocaron la desesperación. Observad sus resultados.

Dueños de un territorio pingue y poderoso, que recobramos en la rápida carrera de nuestras primeras empresas hasta la línea que demarcaba el estado, el desorden y la división nos lo hicieron perder con retroceso violento, reduciendo hasta hoy a tan estrechos límites nuestra existencia quanta es la extensión e importancia del territorio vasto, poblado y rico de que nos han privado. Esfuerzos repetidos y malogrados, no han servido más que a inspirar el desaliento que dejan las reiteradas derrotas; soldados infructuosamente sacrificados al furor enemigo, o vagando dispersos entre los horrores de la miseria; millares de familias, o huyendo despavoridas a buscar un asilo en la piedad, o indignamente ultrajadas por el tirano que las insulta; pueblos enteros entregados al incendio y a la carnicería; fortunas saqueadas y abandonadas al pillaje; los tesoros minerales alimentando la fuerza que los subyuga; obstruidas las vías del comercio al Perú y a Chile y las avenidas del numerario y preciosos retornos, la suma del cálculo de la riqueza territorial va a resolverse en mínimas fracciones; estagnadas en almacenes las importaciones extranjeras, por falta de consumidores, el erario sufre un quebranto enorme en sus ingresos; las fortunas particulares recargan el peso de nuevas contribuciones sin otra medida que la de las urgencias cada vez mayores; el comercio y la industria apenas respiran; todas las clases del estado se aniquilan y consumen; el país devastado y exhausto no presenta sino la imagen de la desolación, y aleja de nuestras costas los negociantes que no hallan un objeto de interés a sus especulaciones.

Este golpe de males haría nuestra situación menos afligente, si solamente conservásemos una disposición a repararlos: mas por desgracia, el extravío de los principios nos alejó demasiado de los senderos del orden: el horror a las cadenas que rompimos, obró la disolución de los vínculos de la obediencia y respeto a la autoridad naciente; la libertad indefinida no reconoció límites, desde que perdidas las aptitudes de la sumisión, se creyeron los hombres restituidos a la plenitud absoluta de sus arbitrios: el poder, por otra parte, sin reglas para conducirse, debió hacerse primero arbitrario, después abusivo y últimamente despótico y violento: todo entró en la confusión del caos: no tardaron en declararse las divisiones intestinas: el gobierno recibió nueva forma, que una revolución varió por otra no mas estable; sucedieron a ésta otras diferentes que pueden ya contarse por el número de años que la revolución ha corrido; y es tal la indocilidad de los ánimos, que puede muy bien dudarse si en todas las combinaciones de los elementos políticos hay una forma capaz de fijar su volubilidad e inconsistencia.

Aun está reciente la memoria del movimiento del 15 de abril antepasado, en que la capital sacudió el yugo de la facción atrevida que la tiranizaba; la dulce satisfacción de haber arrojado a sus opresores, la inspiró el deseo generoso de asociar los pueblos a su nueva fortuna, atrayéndolos a la imitación del modelo con que se constituía y de las franquezas que dispensaba a sus derechos el Estatuto provisorio con que los invitaba. ¿Podría creerse que esta insinuación complaciente fuese un toque de alarma que excitase la suspicacia y desconfianzas, con reacción tan enérgica que trozando en piezas el estado obrase su disolución?

Ved ahí la época en que la revolución toma un nuevo carácter, y el país se presenta con un aspecto más funesto. El germen de la anarquía con la fermentación de cinco años desenvuelve todos sus principios; el contagio de la capital se difunde a las provincias y pueblos, afectándose éstos con sus mismos síntomas; algunas provincias cortaron con aquella sus relaciones; al ejemplo de éstas sus pueblos dependientes rompieron los ligamentos que los unían a ellas; unos con otros, todos en celos y rivalidades, cada cual aspira a constituirse o asoma pretensiones. Jamás situación tan peligrosa y degradante.

El jefe del estado abiertamente desobedecido; los pueblos dependientes sin correspondencia ni armonía; tan ocupados los unos y los otros de los odios y querellas recíprocas, que ni aun la voz misma del conflicto, en el inminente riesgo de una expedición enemiga que se anunciaba para nuestras costas, fue bastante a imponer y concentrar nuestros esfuerzos.

¡Qué terrible y desesperante estado éste para aquellos ciudadanos, que comprometidos a los últimos riesgos en la causa del país, ven su suerte abandonada al arbitrio de los tercos caprichos de los pueblos fascinados! Acababa Chile de darnos la importante lección de la catástrofe a que le sujetó el obstinado y loco furor de sus divisiones; el amago con que amenazaba a nuestras playas la expedición dirigida al estado de Venezuela, obró en S. Marta y Cartagena los estragos con que aquellos ciudadanos fueron poco menos que sorprendidos, luchando unos con otros sus ejércitos. El ejército enemigo del Perú reforzándose y llevando su empeño con el tesón de un orden sostenido, donde todo cede a la voz del que manda; el nuestro en la mas espantosa disolución, arrastrando desde Sipe-Sipe la degradación de nuestras armas, y derramando en todo el país la amargura, la consternación y el estupor. Por todas partes no se ve sino la sombra del espanto, un silencio profundo que indica el abatimiento; y en medio de la capacidad de recursos para reprimir el torrente de males, falta resorte al espíritu para decidirse a buscarlos. El jefe supremo del estado se agita y pone en movimiento los que están a sus alcances, armas, pertrechos, municiones........ ¡esfuerzos ineficaces! Sin hombres para soldados, sin dineros para pagarlos, sin víveres con que sostenerlos; todo queda en una parálisis mortífera. Cada momento nos advierte la instante necesidad de repararnos, y se pasan unos tras de otros los días y los meses sin sacarnos de la inercia en que yacemos. Es que faltaba una voz imperiosa que se hiciese oír con respeto, un espíritu vivificante que reanimase el abatimiento, un móvil vigoroso que diese impulso a la acciono

¡Pueblos! el contacto de la aflicción y el sentimiento de nulidad a que os redujo la desunión y el desorden, arrancaron del seno mismo de los males el único remedio que ha de curarlos. Vosotros provocasteis la creación de una autoridad representativa, que, erigida con el voto universal, formase un punto de unión de todas las relaciones, una expresión de todas las voluntades, una concentración de todos los poderes: vuestras acciones están todas comprometidas en este árbitro soberano de vuestros destinos. Marcad ese momento, último recurso en vuestras desgracias; él va a decidir la suerte del país. El debe fijar límites a la revolución, abrir los senderos del orden, restablecer la armonía, sofocar las aspiraciones, acallar los resentimientos y querellas de los pueblos, y consolidar la unión de las partes dilaceradas.
Después de ese momento estábamos trazando los primeros lineamientos del plan de vuestra felicidad sobre las bases que han de cimentarla con firmeza, y el tremol y ruido de cuatro convulsiones tumultuosas desconcertó nuestras medidas. Ved ahí lo que haría temer el mal irreparable: aun no desmayamos. Los primeros momentos del orden forman un periodo intermedio con el desorden que se ha de resentir de sus resabios, como se afectan las aguas dulces de la salobre en la proximidad del contacto; pero guardaos de dilatarle con la reproducción de nuevas alteraciones, que conmoviendo las bases recién puestas, destruirán la obra que acabáis de formar, y es de vuestro mayor interés sostener.

¿Querríais volver al vértigo, correr de revolución en revolución y no fijaros en el principio del orden, aun después que empeñasteis todo el interés de la patria para obligarnos a venir a establecerlo? ¿Y dónde o cuando hallaríais el punto de fijarlo? ¿En otro congreso? Os engañáis: el virus revolucionario se incrementa con su continuada acción y se nutre y vigoriza de lo que destruye. En otro congreso aclamaríais, como en éste la autoridad naciente; y mas habituados a la independencia, e indóciles a la subordinación, reproduciríais obstinados las mismas escenas. ¿Tal vez esperáis a que el desorden y la anarquía acumulen sobre el país un golpe inmenso de desgracias, que se encienda una guerra civil devoradora, que se armen unos contra otros los pueblos, que se forme una conspiración general contra los magistrados, se vulneren sus respetos, se les insulte y atropelle, que enfurecidos los partidos se destrocen y reproduzcan los odios inflamados que no puedan apagarse sino con la sangre y la muerte de los ciudadanos, de los amigos, de los hermanos? Desesperado recurso! buscar en la muerte el germen de la vida, e irritar el furor de las pasiones mas violentas en todo la acción de su cólera, para obtener en la agitación misma de los ánimos la dócil sujeción y respeto a la potestad y al orden! ¡Ilusos! Nos subyugaría un tirano en ese estado de fatiga y abatimiento; el enemigo mismo triunfaría rindiendo nuestra debilidad, nosotros nunca corregiríamos el vicio de las licenciosas habitudes. Cuando esto fuera posible, vuestros esfuerzos serian impotentes; los estragos y el tiempo habrían acabado los débiles medios que nos quedan. Eh pues convenceos: el punto del orden es el mismo que habéis establecido; no hay otro, no seguramente, en perdiéndolo no vuelve.

Es decir que el estado revolucionario no puede ser el estado permanente de la sociedad: un estado semejante declinaría luego en división y anarquía, y terminaría en disolución. Si el país hizo un sacudimiento de la dominación violenta que le subyugaba, este movimiento está en la virtud nativa de sus causas, en el orden eterno de sus leyes y en el plan mismo de su creación, ostensivo de los designios de su autor. Si la codicia lo usurpó y la violencia le sostuvo, hay en la naturaleza leyes constantes que deciden el conflicto contra la ley de la fuerza por la reacción de la fuerza superante y por el conato a la restitución del compreso; en la justicia hay un derecho máximo que clama por el recobro de lo usurpado; y en la política no se fundará jamás par [sic: o] buenos principios el derecho, la autoridad y el poder que no derive de la convención circunscripta al suelo y arbitrio de los mismos que la forman con la cesión voluntaria de los derechos, autoridad y poder individuales de cada uno, que mudos dan la suma del valor del que constituyen. Mas como ni la política, ni la justicia, ni la naturaleza obran a la ruina del ser, sino para reproducirle, es preciso huir de los principios destructores, y hacerse un empeño del deber que la convención impone para afianzar el nuevo estado y autoridad que habéis reproducido.

Todo nos invita, provoca y obliga: los derechos más irrefragables de gentes en sociedad; el interés manifiesto de la necesidad y conveniencia; los estímulos más poderosos del honor y crédito.

Los derechos de gentes; ya es un axioma incontestable que toda autoridad legítima emana de los pueblos; hoy no se puede sorprender la sencillez de las gentes vendiéndoles por canónica una constitución civil o haciendo bajar del cielo el título de un soberano, o el óleo de su unción. A aquel tan sencillo como sublime origen deben los más grandes imperios sus títulos e investidura. La magnificencia con que se ostenta sobre el trono con todo él esplendor de la majestad, y con el aparato de la grandeza que los rodea; la autenticidad con que son reconocidos por la memoria ilustre de una sucesión que se pierde en la antigüedad de los tiempos, impone eficazmente a la ilusión, y arrastra desde luego el séquito de la obediencia; mas si en la cuna de su nacimiento se descubriera la suposición del parto, o un principio defectuoso en la institución del autor, toda la línea se resentiría del vicio de usurpación, y la potestad mas bien sostenida no ejercería su imperio sobre el espíritu del súbdito. Con menos brillante aparato el poder y autoridad que ejercemos deriva a vuestros mismos ojos de origen tan augusto. Mandamos con el poder y autoridad de los pueblos; y la voluntad soberana se ha de cumplir. Todo hombre y todo pueblo refractario a la voluntad soberana, desobedece, infringe y contradice su voluntad misma: el esfuerzo que hace en su divergencia, excita la acción de su voluntad primitiva en el punto de confluencia con la voluntad general, sin derecho a sustraerse de su virtud.

Toda innovación en la constitución civil o política de los pueblos en uso de las' facultades resignadas en otra autoridad por un compromiso solemne y sagrado, está en oposición de la ley de su propia convención: abdicar una facultad y retenerla acumulativamente, implica contradicción: inconciliable la una con la otra, seria forzosa la alternativa de destruirse aquella, si se admitiese ésta; pero un pueblo jamás podrá ser autorizado a romper los vínculos de la convención general. Así es preciso renunciar a los empeños particulares de cada pueblo o provincia, y esperar que sus derechos, pretensiones y querellas recíprocas se decidan por la autoridad imparcial irrefragable de la convención general.

Cuando la revolución afecta la suerte de la causa del país, es además un crimen de lesa patria, sea que o pugne sus objetos, o que solamente retarde o dificulte los medios de obtenerlos. Tened presente esta consideración y dadle todo el valor que se merece, ciudadanos y habitantes los que tenéis ocupado el país de vuestras continuas inquietudes, y para quienes no hay un estado de cosas capaz de satisfaceros. No basta reconocer y obedecer la autoridad soberana; es necesario respetar y sujetarse a su dirección y disposiciones. El plan que haya de salvarnos, debe reglar la conducta del estado por un sistema ordenado en la posible armonía y consonancia entre el que dirige, el que preside y manda su ejecución y los que deben observar sus mandatos. En dejando al espíritu privado el criterio y censura para la reforma de las reglas públicas, no será posible hallar conformidad en las opiniones; un número de hombres seria contrario al parecer de otros en un mismo pueblo, en un pequeño círculo de gentes; cada pueblo pretendería una alteración; ningún medio de conciliarlos; menos un derecho de atraer los unos a la obediencia de otros: ved ahí la inevitable necesidad que legitima y autoriza la regla pública que os prescribe la autoridad colectiva de los pueblos. Discurrid igualmente con respeto a la autoridad y poder del supremo director del estado. Uno ha de mandar; y ese, cualquiera que fuese, jamás podría reunir la afección y contento de todos. Si ha de haber un gobierno y un sistema de orden y dependencia, está en el orden mismo que se sacrifique una parte de la opinión, de la afección y del resentimiento.

La desunión no os es menos funesta que el desorden. La desunión debilita el espíritu público que por la unión se concentra, lo aniquila o cuando menos lo sofoca. La desunión rompe los vínculos de correspondencia social, los de sangre y familia, las relaciones de común interés, las afecciones de amistad. La unión al contrario todo lo consolida; y aunque sea de pura agregación, forma masas enormes difíciles de mover: con la unión todo es más fuerte. Observad la naturaleza: siempre ocupada en llenar sus designios, destruyendo y reproduciendo, sus acciones no son otras que disolver y concentrar; ved lo que pueden unidos en un foco los débiles rayos de luz dispersos.

Cuando las fuerzas son limitadas a lo necesario, toda desunión que las separa de la acción, las deja insuficientes: cuando en vez de conspirar unidas a un fin, entran en conflicto de divergencias pierde tanto la una de su valor, cuanto es el del contrarresto. Sea pues que en un mismo pueblo obréis la división intestina, o que fomentando los celos y odios de unos a otros, provoquéis u obréis las discordias, o solamente los alarmas, causáis tanto daño al estado, cuanta es la fuerza que le desmembráis, o aquella de que por vuestras discordias o alarmas impedís. que se haga mi uso libre.

Si separados los pueblos pudierais defender cada uno vuestro territorio, aun así seria una injuria negaros a la unión que protegiese la causa del empeño común, abandonándola suerte de los demás a perderse; pero si cuando unidos debemos ganarla, el dividirnos es única y precisamente el medio de perderla todos y cada uno ¿que delirio o locura es el que os precipita a empeño tan funesto?

Si cuando entrasteis en el designio de formar sociedad, consentisteis en la idea de huir de los bosques y desiertos para buscar en la asociación unidas las ventajas que aislados no disfrutaríais ¿como cabe en el juicio de hombres cuerdos apresurarse a dividir y disociarse al aproche de los peligros, cuya inminencia, cuando vivieran aislados como los salvajes, los reuniría, como lo hacen las bestias mismas para auxiliarse y defenderse?
No os provocamos a que busquéis en las repúblicas de la antigua Grecia los ejemplares que os recuerden y confundan a la vista de los trágicos resultados que les ocasionó una conducta, a cuyo modelo formáis la vuestra; ni a que imitéis el que os presenta la historia del pueblo mas libertoso del orbe en los romanos, que cuanto eran tan aguerridos y valientes, al paso que inquietos y turbulentos, deponían a la voz de un cónsul, o un dictador toda su inquietud y fuerza para correr dóciles y acordes a armarse en defensa común. Mayores peligros nos amenazan; peor suerte que a aquellos nos espera.

Queremos solamente llamaros a consejo, y advertiros. Si el empeño de constituiros os distrae del empeño común, ese mismo obligará a vuestro rival, lo distraerá igualmente, y todo es perdido. Tenéis erigido un tribunal anfictión encargado de oír las causas de vuestras diferencias, y terminarlas al amigable con toda la imparcialidad que podéis apetecer. ¿Qué invención mas divina para excusaros las contiendas armadas, los derrames de sangre, los odios territoriales y la desolación de vuestro país?
Acercaos al paño en que trazamos el bosquejo del estado que entramas a constituir. Fijas nuestras miras al objeto de vuestra común felicidad, en vano es que nos autorizásemos con vuestros poderes, ni con las facultades de arbitrar en vuestros destinos, para no dirigir y terminar las líneas por los puntos indicados al bien general. Si al tirar las de demarcación, las condujéremos por donde la naturaleza los señaló con límites visibles donde el suelo se baste a si mismo, donde presente las conveniencias y comodidades necesarias, defensas o medios que las proporcionen a la seguridad, donde el clima, el lenguaje, el genio y carácter, las habitudes, los usos, costumbres no induzcan diferencias chocantes, fijaremos la demarcación y diremos: la naturaleza ha llenado su designio, y nosotros hemos conformado nuestra obra a sus planes.

Mas cuando dentro de esta traza los pueblos insistieren en demarcaciones por divisiones y subdivisiones arbitrarias, les diremos: echad la vista a la Europa, ved lo que ha obrado en ella el siglo pasado su división multiplicada en tan pequeños estados. Toda ella ha sido el teatro de la guerra y de la devastación: no hay tierra que no se regase con sangre; estado ni territorio que no se resintiese de sus desastres en Alemania, Hungría, Bohemia, Sajonia, Silesia, Polonia, Prusia, entre Federico y la emperatriz Teresa; en la Rusia y la Puerta entre Acmet y Catalina; en Suecia, Polonia y Moscovia entre Carlos, Augusto y el Zar Pedro, en la España entre Carlos y Felipe; en la Europa toda entre sus potentados y Luis el grande de Francia; guerras inevitables movidas o sostenidas por causas de justicia, por pretensiones y derechos de territorio a territorio y de estado a estado: la reducción de algunos de ellos a grandes demarcaciones, habría removido las cuestiones y economizado la vida a algunos centenares de miles de hombres, que viviendo felices, habrían dejado una posteridad muy numerosa con incrementos de prosperidad.

Volved a nuestra obra, les diríamos, y advertid que en nuestras manos están puestos los destinos de la tierra y de las sucesiones futuras. La pluma o el estilo que multiplique las líneas demarcatorias, abre en cada una de ellas los abismos, y la ley que las sancione, es una ley de muerte, desolación y espanto. No: nuestra comisión es para regenerar, formar y felicitar el país; nuestros planes deben ser de vida y beneficencia. Que vivan, pueblen y prosperen el estado en un sistema de unión, y de integridad.

El asunto de esta observación no es del día: os le hemos presentado, para que conozcáis que el empeño a dividiros con que tratáis de prevenir nuestra obra, es sobre prematuro, la chispa de incendios inextinguibles y origen funesto de desgracias.

Abreviemos: y veamos si el sentimiento de la necesidad y de las conveniencias, y los estímulos del honor pueden arrancar una resignación generosa a los que no hayan podido decidir los convencimientos. Nuestra situación es de apurado conflicto: la patria está amenazada próximamente de ruina. Dos ejércitos enemigos victoriosos nos amagan y estrechan por dos puntos; nuestras fuerzas en el uno no alcanzan, en el otro están en nulidad y a punto de disolverse. Sin protección ni recursos extraños, todo lo debemos buscar en nosotros mismos; las rentas públicas no bastan a las cargas ordinarias; y si hemos de hacer algo, ha de ser únicamente con nuevos, sacrificios. Necesitamos reforzar un ejército, crear otro, proveerlos de lo necesario, vestuario, subsistencias y pagas para establecer la disciplina y contener las deserciones: esta obra debe, ser prontísima, y requiere toda la actividad del gobierno supremo que manda, y toda la deferencia y acción de los gobiernos y jefes subalternos, que a un tiempo cooperen a la ejecución de sus órdenes. Son tan inminentes los peligros, que cualquier dilación puede desconcertar el proyecto: precisamente ya lloramos hoy perdida la mejor coyuntura de concluir con el ejército enemigo, por falta de una fuerza regular, que sosteniendo y auxiliando los esfuerzos del interior del Perú, acabase la obra que aquellos tienen avanzada a. riesgo de sucumbir, y darle un ascendiente que con doble fuerza no podamos superar.

La discordia ¡pueblos! ¡ejércitos! ciudadanos! la discordia opone obstáculos invencibles al plan ya concertado y fácil para reparar de un golpe todas las pérdidas, precaver todos los riesgos, y fijar para siempre la fortuna a nuestro favor. La discordia, en que nunca con mas calor que hoy os empeñáis unos con otros, os tiene en continuas alarmas, ocupando los soldados y hombres útiles que necesitan los ejércitos; consumiendo en mantenerlos las escasas rentas que habían de servir al sostén de aquellos; apurando en las fortunas particulares los únicos medios con que podemos contar para la empresa de salvarnos.

¡Pueblos! ¡Ejércitos! ¡Ciudadanos! segunda vez os conjuramos: dad una tregua en estos   fatales momentos a vuestras disensiones y querellas: consagrad a la salud de la patria un silencio obsecuente que deje perceptibles y eficaces sus clamores. ¡Que poco debe costaros, y cuanto os interesa ese pequeño sacrificio! Veis manifiesto que en el extraviado sistema de rivalidades y contiendas es imposible reponernos; ocho meses, corridos desde la derrota de Sipe-sipe, lejos de aumentar un soldado a los tristes restos que escaparon, han perdido al estado mas de la mitad de la tropa que vino de la capital en refuerzo. Pereceréis y pereceremos sin recurso. ¿Y de qué os sirve una satisfacción tan instable, que va a terminar con vuestra ruina y la nuestra? ¡Eh! Si el país se hallara en seguridad o con medios abundantes para defenderse, podría tal vez sustraerse a la nota de temerario ese acalorado empeño; mas cuando con todos los riesgos inminentes a la vista hace inevitable nuestra desolación, es temerario, hostil, e insano ese capricho.

Si aun os obstináis en consumar los proyectos de disolución del país, y en reducir a mendicidad y miseria a los habitantes, este no ha sido el objeto de la revolución; jamás ha podido serlo de la política, ni el que se propusieron seis años de continuos sacrificios; renunciemos a ese plan desolador, antes que acabar infructuosamente con una sociedad digna de mejor suerte; y pues que todo se ha de perder en vano, pactemos con nuestros crueles enemigos, y excusemos a tantos inocentes esos últimos restos que escasamente bastan a una subsistencia miserable. Asombraos, hasta donde es capaz vuestro loco furor de irritar y exasperar los ánimos.

Indignos de habitar la tierra mas bella y favorecida del globo, dejadla a la codicia de nuestros rivales, que reasumiendo el imperio de nuestro suelo, disfruten los dones que les abandona nuestro triste destino, y se aprovechen de los bienes preciosos que renuncia nuestra torpe terquedad; que nuestros hijos, inocentes víctimas de los padres mas insensatos y crueles, arrastren sobre la tierra la miseria y humillación a que los condenan nuestros estúpidos caprichos. ¡Frívolos, aturdidos, inhumanos de nosotros! que neciamente ocupados del tristísimo interés de nuestras discordias, con medios poderosos para asegurar la posesión mas rica que recobramos, hemos sido bastante…..ineptos e incapaces de sostenerla.

Vosotros, ciudadanos sólidamente ilustrados, juiciosos, sensatos, tranquilos, amantes del orden, patriotas comprometidos, hombres de fortuna, pudientes, laboriosos, padres de familia, empleados útiles, militares de mérito, todos los que os habéis sacrificado en la causa, ¿por qué vais a ser infelizmente envueltos en la suerte funesta a que os precipita en cada pueblo esa horda de perversos, turbulentos artífices de la desunión y desorden que nos acaba? ¿Por qué seríais vergonzosamente confundidos en la figura despreciable, con que el estado aparece en ridículo a la expectación de las naciones que observan con asombro la terminación indecente de la escena magnífica que presentó la revolución en su primer acto? ¿Con qué nuestra suerte, fortuna y concepto todo va a perecer con el país al arbitrio de esos perversos? Sí, lastimosamente; porque débiles y abatidos cedéis la acción a los malignos, y dejáis prevalecerlas facciones de las discordias: conspirad unidos a sostener el crédito de la autoridad que habéis creado, a que se respeten y obedezcan sus disposiciones, y a exterminar esos genios turbulentos, y veréis desaparecer en breve las sombras horribles de males y peligros, y presentarse a vuestra esperanza el cuadro iluminado con los colores mas vivos y lisonjeros.

Que cesen las cuestiones entre los pueblos, comprometan en nuestro arbitrio sus diferencias, y dejen expedito el campo al que manda sujeto a las formas y reglas que le prescribiéremos, y todo lo demás corre de nuestra cuenta. Muy cortos sacrificios van a obrar prodigios de bienes inmensos. Veréis levantar en breve los ejércitos, formarse con la mas exacta disciplina, animarse el espíritu del soldado, y correr alegre y seguro a la victoria.

Que renazca la unión y se establezca el orden, y veréis renovarse el espíritu patriótico casi extinguido; los ciudadanos correrán voluntarios a las armas; los desertores se restituirán a los ejércitos; todos los demás se prestarán gustosos a los subsidios: tales deben ser los efectos de una acción uniforme, donde todo va a su fin con la confianza de los felices resultados.

Veréis reproducirse los días alegres que dan las nuevas de los triunfos, y dulcificarse nuestras amarguras con las inundaciones del júbilo. Se romperán los obstáculos, y franquearán los canales de las riquezas. Las naciones que hoy no ven en nosotros sino el desecho de lo que fuimos, pueblos en horror y desolación, desde que nos vean en sociedad ordenada, nos dispensarán otras consideraciones. El título de independencia, que sostenido solamente por la justicia, no es respetado por más que una denominación vana, llevado por la voz de la fama de los triunfos, se hará un rango espectable entre las gentes. El pabellón victorioso de la nación mas rica de la tierra se ostentará sobre los muros de nuestras fortalezas, y flameará sobre las ondas con toda la dignidad que le atraiga los respetos. Tierras inmensas y feraces, climas variados y benignos, medios de subsistencias abundantes, montes de oro y plata en extensión interminable, producciones de todo género exquisitas atraerán a nuestro continente millares de millares sin número de gentes, a quienes abriremos un asilo seguro y una protección benéfica.

Acabad de decidiros: una resolución pronta y magnánima salva la patria, y la releva de su degradación al colmo de la gloria y al rango brillante de las naciones. Nada menos que abatiros a la vista de vuestra situación; coraje y espíritu para sobreponeros a la humillación presente: triunfad de vosotros mismos y de vuestras rivalidades, y contad seguros con las victorias. Legiones valientes, que malgastáis vuestro espíritu sirviendo a la anarquía que nos destruye, dad un empleo mas digno al furor que os anima, y llevad vuestras iras donde los agravios del enemigo común empeñan nuestra venganza. Ciudadanos Y. habitantes todos, aprovechad nuestros consejos; prestaos dóciles a nuestras insinuaciones: haceos un mérito y una gloria de la fuerza de espíritu con que sin esperar el momento de una crisis violenta, se vea que supisteis vencer y sofocar la anarquía, el mas terrible enemigo del estado.

Y si aun hubiere algunos, que tenaces en la idea de sacrificar la patria al empeño de sus caprichos, insistieren o intentaren renovar las vías del desordenn, o los proyectos de disolución, adviertan, que, si pudiendo hablarles con el tono enérgico del imperio, hemos preferido ilustrar antes su obediencia, esta conducta sobria hará la autoridad inexorable a no permitir que los agentes de la revolución y de la discordia queden impunes en su crimen. Antes que todo es la patria, la suerte y salud del estado, la independencia y constitución del país.

El Congreso ha pronunciado el siguiente
/DECRETO

Fin a la revolución, principio al orden, reconocimiento, obediencia y respeto a la autoridad soberana de las provincias y pueblos representados en el congreso, y a sus determinaciones. Los que promovieren la insurrección, o atentaren contra esta autoridad y las demás constituidas o que se constituyeren en los pueblos, los que de igual modo promovieren u obrasen la discordia de unos pueblos a otros, los que auxiliaren o dieren cooperación o favor, serán reputados enemigos del estado, y perturbadores del orden y tranquilidad pública, y castigados con todo el rigor de las penas hasta la de muerte y expatriación, conforme a la gravedad de su crimen, y parte de acción o influjo que tomaren. No hay clase ni persona residente en el territorio del estado exenta de la observancia y comprensión de este decreto, ninguna causa podrá exculpar su infracción. Queda libre y expedito el derecho de petición no clamorosa ni tumultuaria a las autoridades y al congreso por medio de sus representantes. Comuníquese al supremo Director del estado para su publicación en toda la comprensión de su mando. Congreso en Tucumán a 1° de agosto de 1816.-

Dr. José Ignacio Thames, Presidente.
Juan Jose Paso, Secretario.

/Oficio.
El soberano congreso ha dispuesto se dirija a V. E. el manifiesto propuesto en el primer artículo de la nota de asuntos importantes, y el decreto acordado a su continuación, para que haciéndolo V. E. imprimir, disponga se remitan a las provincias y pueblos los correspondientes ejemplares para su publicación, que así mismo deberá hacerse en esa capital. Lo comunico a V. E. para su cumplimiento -- Congreso en Tucumán agosto 1° de 1816. –
Dr. José Ignacio Thames, presidente.
Juan José Paso, diputado secretario.
Al Excmo. Supremo Director del Estado.-

SUPREMO DECRETO
Buenos Aires, Agosto 19 de 1816.
Cúmplase la Soberana resolución, e imprimase.
Hay una rúbrica de S.E
Obligado.
Es copia - Obligado.
Advertencia: en la página 16, línea 20 donde dice respeto, léase respecto.

[Oficio del Congreso, al Director, enviándole el manifiesto formado como punto primero de la nota de materias para que lo haga imprimir y circular a los pueblos; respuesta del Director manifestando que ha dado término a dicha impresión y dispuesto el envío de ejemplares]
[1 a 20 de Agosto de 1816]

Tucumán, Agosto 1°/816.
El Soberano Congreso
([D])(R)emite el manifiesto propuesto en el primer artículo de asuntos importantes, para que se ordene su impresión, y se remitan a los pueblos los correspendientes ejemplares.

Agosto 19.
Cúmplase la Soberana resolución, e imprimase
/Soberano Señor
Con la respetable comunicación de V.S. de 1° del corriente he recibido el Manifiesto propuesto en el primer artículo de la Nota de asuntos importantes; y habiéndolo mandado ya imprimir, hace remitir a los Pueblos de estas Provincias, los correspondientes ejemplares, y se circulará en esta Capital, como se me indica en la comunicación citada.
Dios &c. Agosto 20 de 1816.-
Soberano Congreso Nacional.

/El Soberano Congreso ha dispuesto se dirija a V. E. el Manifiesto propuesto en el primer Artículo de la Nota de asuntos importantes, y el Decreto acordado a su continuación, para qué haciéndolo V. E. imprimir, disponga, se remitan a las Provincias y Pueblos los correspondientes ejemplares para su publicación que asimismo deberá hacerse en esa Capital. Lo comunico a V. E. para su cumplimiento. Congreso en Tucumán, Agosto 1° de 1816.

Dr. José Ignacio Thames, Presidente.
Juan José Paso, Diputado, Secretario.
Al Excmo. Supremo Director del Estado de Buenos Aires.