El imponente Cerro de los Siete Colores en Purmamarca, Jujuy (Argentina)

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martes, 24 de mayo de 2016

RECORDANDO A ANTONIO GRAMSCI

Por Sergio Daniel Aronas –  25 de de mayo de 2016

El 27 de abril de 1937 fallecía a los 46 años de edad Antonio Gramsci, uno de los más grandes pensadores y filósofo marxista de mayor influencia y relevancia en el siglo XX que hasta sus más acérrimos adversarios lo respetan y reconocen sus enormes méritos en sus obras. Fue cofundador del Partido Comunista Italiano y se destacó por sus obras y artículos literarios, sobre sociología, educación, cultura, antropología, lengüístca y ciencia política.

En la Argentina, uno de los que introdujo a Gramsci en la actividad y estudio político y partidario fue el escritor Héctor Agosti a través de sus escritos, artículos y libros.Como homenaje a esa mente brillante que fue Antonio Gramsci, va su concepto sobre filosofía e historia:

"¿Qué es preciso entender por filosofía, por filosofía de una época histórica? ¿Cuál es la importancia y el significado de la filosofía, de los filósofos en cada una de tales épocas? Aceptada la definición de Benedetto Croce sobre la religión, es decir, una concepción del mundo que se ha convertido en norma de vida, puesto que norma de vida no se entiende en sentido libresco, sino realizada en la vida práctica, la mayor parte de los hombres son filósofos en cuanto obran prácticamente y en cuanto en su obrar práctico (en las líneas directrices de su conducta) se halla contenida implícitamente una concepción del mundo, una filosofía. La historia de la filosofía, como se entiende comúnmente, es decir, como historia de la filosofía de los filósofos, es la historia de las iniciativas de una determinada clase de personas para cambiar, corregir, perfeccionar, las concepciones del mundo existentes en cada época determinada y para cambiar, consiguientemente, las normas de conducta conformes y relativas a ellas; o sea, por modificar la actividad práctica en su conjunto.

Desde el punto de vista que nos interesa, el estudio de la historia y de la lógica de las diversas filosofías de los filósofos no es suficiente. Por lo menos como orientación metódica, es preciso atraer la atención hacia otras partes de la historia de la filosofía, es decir, hacia les concepciones del mundo de las grandes masas, hacia las de los más estrechos grupos dirigentes (o intelectuales) y, finalmente, hacia las relaciones existentes entre estos distintos complejos culturales y la filosofía de los filósofos. La filosofía de una época no es la filosofía de tal o cual filósofo, de tal o cual grupo de intelectuales, de tal o cual sector de las masas populares: es la combinación de todos estos elementos, que culmina en una determinada dirección y en la cual esa culminación se torna norma de acción colectiva, es decir, deviene "historia" concreta y completa (integral) .
La filosofía de una época histórica no es, por consiguiente, otra cosa que la "historia" de dicha época; no es otra cosa que la masa de las variaciones que el grupo dirigente ha logrado determinar en la realidad precedente: historia y filosofía son inseparables en ese sentido, forman un "bloque". Se pueden "distinguir los elementos filosóficos propiamente dichos, en todos sus diversos grados: como filosofía de los filósofos, como concepciones de los grupos dirigentes (cultura filosófica) y como religiones de las grandes masas; se puede ver cómo en cada uno de estos grados es preciso enfrentarse con formas diversas de "combinación" ideológica." (Ver El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce)

Más que comentar sus escritos, mejor es publicarlos y que cada unos de los lectores los estudie y pueda aprender de este magnífico pensador, pueda tener su propia visión acerca de su manera de pensar y analizar los hechos en la época que le tocó vivir.

En este blog publicaremos de la web www.marxist.org una serie de artículos que nos parecen los más interesantes porque se trata de temas de palpitante y candente actualidad ya que se los sigue estudiando y analizando las causas que los motivaron, sus etapas de su desarrollo y cómo evolucionaron con el paso el tiempo.


A. Gramsci
LA PODA DE LA HISTORIA

Escrito: 1919
Primera Edición: Aparecido en L´Ordine Nuovo, 7 de enero de 1919
Digitalización: Aritz
Esta Edición: Marxists Internet Archive, año 2001
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¿Qué reclama aún la historia al proletariado ruso para legitimar y hacer permanentes sus victorias? ¿Qué otra poda sangrienta, qué más sacrificios pretende esta soberana absoluta del destino de los hombres?

Las dificultades y las objeciones que la revolución proletaria debe superar se han revelado inmensamente superiores a las de cualquier otra revolución del pasado. Estas tendían tan sólo a corregir las formas de la propiedad privada y nacional de los medios de producción y de cambio; afectaban a una parte limitada de los elementos humanos. La revolución proletaria es la máxima revolución; porque quiere abolir la propiedad privada y nacional, y abolir las clases, afecta a todos los hombres y no sólo a una parte de ellos. Obliga a todos los hombres a moverse, a intervenir en la lucha, a tomar partido explícitamente. Transforma fundamentalmente la sociedad; de organismo unicelular (de individuos-ciudadanos) la transforma en organismo pluricelular; pone como base de la sociedad núcleos ya orgánicos de la sociedad misma. Obliga a toda la sociedad a identificarse con el Estado; quiere que todos los hombres sean conocimiento espiritual e histórico. Por eso la revolución proletaria es social; por eso debe superar dificultades y objeciones inauditas; por eso la historia reclama para su buen logro podas monstruosas como las que el pueblo ruso se ve obligado a resistir.

La revolución rusa ha triunfado hasta ahora de todas las objeciones de la historia. Ha revelado al pueblo ruso una aristocracia de estadistas como ninguna otra nación posee; se trata de un par de millares de hombres que han dedicado toda su vida al estudio (experimental) de las ciencias políticas y económicas, que durante decenas de años de exilio han analizado y profundizado todos los problemas de la revolución, que en la lucha, en el duelo sin par contra la potencia del zarismo, se han forjado un carácter de acero, que, viviendo en contacto con todas las formas de la civilización capitalista de Europa, Asia y América, sumergiéndose en las corrientes mundiales de los cambios y de la historia, han adquirido una conciencia de responsabilidad exacta y precisa, fría y cortante como las espadas de los conquistadores de imperios.

Los comunistas rusos son un núcleo dirigente de primer orden. Lenin se ha revelado, testimonian cuantos le han conocido, como el más grande estadista de la Europa contemporánea; el hombre cuyo prestigio se impone naturalmente, capaz de inflamar y disciplinar a los pueblos; el hombre que logra dominar en su vasto cerebro todas la energías sociales del mundo que pueden ser desencadenadas en beneficio de la revolución; el hombre que tiene en ascuas y derrota a los más refinados y astutos estadistas de la rutina burguesa.

Pero una cosa es la doctrina comunista, el partido político que la propugna, la clase obrera que la encarna conscientemente y otra el inmenso pueblo ruso, destrozado, desorganizado, arrojado a un sombrío abismo de miseria, de barbarie, de anarquía, de aniquilación en una prolongada y desastrosa guerra. La grandeza política, la histórica obra maestra de los bolcheviques consiste precisamente en haber puesto en pie al gigante caído, en haber dado de nuevo (o por la primera vez) una forma concreta y dinámica a esta desintegración, a este caos; en haber sabido fundir la doctrina comunista con la conciencia colectiva del pueblo ruso, en haber construido los sólidos cimientos sobre los que la sociedad comunista ha iniciado su proceso de desarrollo histórico; en una palabra: en haber traducido históricamente en la realidad experimental la fórmula marxista de la dictadura del proletariado. La revolución es eso, y no un globo hinchado de retórica demagógica, cuando se encarna en un tipo de Estado, cuando se transforma en un sistema organizado del poder. No existe sociedad más que en un Estado, que es la fuente y el fin de todo derecho y de todo deber, que es garantía de permanencia y éxito de toda actividad social. La revolución es proletaria cuando de ella nace, en ella se encarna un Estado típicamente proletario, custodio del derecho proletario, que cumple sus funciones esenciales como emanación de la vida y del poder proletario.
Los bolcheviques han dado forma estatal a las experiencias históricas y sociales del proletariado ruso, que son las experiencias de la clase obrera y campesina internacional; han sistematizado en un organismo complejo y ágilmente articulado su vida íntima, su tradición y su más profunda y apreciada historia espiritual y social. Han roto con el pasado, pero han continuado el pasado; han despedazado una tradición, pero han desarrollado y enriquecido una tradición; han roto con el pasado de la historia dominado por las clases poseedoras, han continuado, desarrollado, enriquecido la tradición vital de la clase proletaria, obrera y campesina. En eso han sido revolucionarios y por eso han instaurado el nuevo orden y la nueva disciplina. La ruptura es irrevocable porque afecta a lo esencial de la historia, sin más posibilidad de vuelta atrás que el desplomamiento sobre la sociedad rusa de un inmenso desastre. Y era esta iniciación de un formidable duelo con todas las necesidades de la historia, desde las más elementales a las más complejas, lo que había que incorporar al nuevo Estado proletario, dominar, frenar, en las funciones del nuevo Estado proletario.

Se precisaba conquistar para el nuevo Estado a la mayoría leal del pueblo ruso; mostrar al pueblo ruso que el nuevo Estado era su Estado, su vida, su espíritu, su tradición, su más precioso patrimonio. El Estado de los Soviets tenía un núcleo dirigente, el Partido comunista bolchevique; tenía el apoyo de una minoría social, representante de la conciencia de clase, de los intereses vitales y permanentes de toda la clase, los obreros de la industria. Se ha transformado en el Estado de todo el pueblo ruso, merced a la tenaz perseverancia del Partido comunista, a la fe y la entusiasta lealtad de los obreros, a la asidua e incesante labor de propaganda, de esclarecimiento, de educación de los hombres excepcionales del comunismo ruso, dirigidos por la voluntad clara y rectilínea del maestro de todos, Lenin. El Soviet ha demostrado ser inmortal como forma de sociedad organizada que responde plásticamente a las multiformes necesidades (económicas y políticas), permanentes y vitales, de la gran masa del pueblo ruso, que encarna y satisface las aspiraciones y las esperanzas de todos los oprimidos del mundo.

La prolongada y desgraciada guerra había dejado una triste herencia de miseria, de barbarie, de anarquía; la organización de los servicios sociales estaba deshecha; la misma comunidad humana se había reducido a una horda nómada, sin trabajo, sin voluntad, sin disciplina, materia opaca de una inmensa descomposición. El nuevo Estado recogió de la matanza los trozos torturados de la sociedad y los recompuso, los soldó; reconstruyó una fe, una disciplina, un alma, una voluntad de trabajo y de progreso. Misión que puede constituir la gloria de toda una generación.

No basta. La historia no se conforma con esta prueba. Formidables enemigos se alzan implacables contra el nuevo Estado. Se pone en circulación moneda falsa para corromper al campesino, se juega con su estómago hambriento. Rusia se ve cortada de toda salida al mar, de todo intercambio comercial, de cualquier solidaridad; se ve privada de Ucrania, de la cuenca del Donetz, de Siberia, de todo mercado de materias primas y de víveres. En un frente de diez mil kilómetros, bandas armadas amenazan con la invasión; se pagan sublevaciones, traiciones, vandalismo, actos de terrorismo y de sabotaje. Las victorias más clamorosas se convierten, mediante la traición, en súbitos fiascos.

No importa. El poder de los Soviets resiste. Del caos que sigue a la derrota, crea un poderoso ejército que se transforma en la espina dorsal del Estadio proletario. Presionado por imponentes fuerzas antagónicas, encuentra en sí el vigor intelectual y la plasticidad histórica para adaptarse a las necesidades de la contingencia, sin desnaturalizarse, sin comprometer el feliz proceso de desarrollo hacia el comunismo.

El Estado de los Soviets demuestra así ser un momento inevitable e irrevocable del proceso ineluctable de la civilización humana; ser el primer núcleo de una nueva sociedad.

Y puesto que los otros Estados no pueden convivir con la Rusia proletaria y son impotentes para destruirla, puesto que los enormes medios de que el capital dispone -el monopolio de la información, la posibilidad de la calumnia, la corrupción, el bloqueo terrestre y marítimo, el boicot, el sabotaje, la impúdica deslealtad (Prinkipo), la violación del derecho de gentes (guerra sin declaración), la presión militar con medios técnicos superiores- son impotentes contra la fe de un pueblo, es históricamente necesario que los otros Estados desaparezcan a se transformen al nivel de Rusia.

El cisma del género humano un puede prolongarse mucho tiempo. La humanidad tiende a la unificación interior y exterior, tiende a organizarse en un sistema de convivencia pacífica que permita la reconstrucción del mundo. La forma de régimen debe ser capaz de satisfacer las necesidades de la humanidad. Rusia, tras una guerra desastrosa, con el bloqueo, sin ayudas, contando con sus únicas fuerzas, ha sobrevivido dos años; los Estados capitalistas, con la ayuda de todo el mundo, exacerbando la expoliación colonial para sostenerse, continúan decayendo, acumulando ruinas sobre ruinas, destrucciones sobre destrucciones.

La historia es, pues, Rusia; la vida está, pues, en Rusia; sólo en el régimen de los Consejos encuentran adecuada solución los problemas de vida o de muerte que incumben al mundo. La Revolución rusa ha pagado su poda a la historia, poda de muerte, de miseria, de hambre, de sacrificio, de indomable voluntad. Hoy culmina el duelo: el pueblo ruso se ha puesto en pie, terrible gigante en su ascética escualidez, dominando la voluntad de pigmeos que le agreden furiosamente.

Todo ese pueblo se ha armado para su Valmy. No puede ser vencido; ha pagado su poda. Debe ser defendido contra el orden de los ebrios mercenarios, de los aventureros, de los bandidos que quieren morder su corazón rojo y palpitante. Sus aliados naturales, sus camaradas de todo el mundo, deben hacerle oír un grito guerrero de irresistible eco que le abra las vías para el retorno a la vida del mundo.



A. Gramsci
NOTAS SOBRE LA REVOLUCIÓN RUSA



Primera Edición: En el "Il Grido del Popolo" el 29 de abril de 1917.
Digitalización: Aritz, setiembre de 2000.
Edición Digital: Marxists Internet Archive, 2000.


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¿Por qué la Revolución rusa es una revolución proletaria?
Al leer los periódicos, al leer el conjunto de noticias que la censura ha permitido publicar, no se entiende fácilmente. Sabemos que la revolución ha sido hecha por proletarios (obreros y soldados), sabemos que existe un comité de delegados obreros que controla la actuación de los organismos administrativos que ha sido necesario mantener para los asuntos corrientes. Pero ¿basta que una revolución haya sido hecha por proletarios para que se trate de una revolución proletaria? La guerra la hacen también los proletarios, lo que, sin embargo, no la convierte en un hecho proletario. Para que sea así es necesario que intervengan otros factores, factores de carácter espiritual. Es necesario que el hecho revolucionario demuestre ser, además de fenómeno de poder, fenómeno de costumbres, hecho moral. Los periódicos burgueses han insistido sobre el fenómeno de poder; nos han dicho que el poder de la autocracia ha sido sustituido por otro poder, aún no bien definido y que ellos esperan sea el poder burgués. E inmediatamente han establecido el paralelo: Revolución rusa, Revolución francesa, encontrando que los hechos se parecen. Pero lo que se parece es sólo la superficie de los hechos, así como un acto de violencia se asemeja a otro del mismo tipo y una destrucción es semejante a otra.

No obstante, nosotros estamos convencidos de que la Revolución rusa es, además de un hecho, un acto proletario y que debe desembocar naturalmente en el régimen socialista. Las noticias realmente concretas, sustanciales, son escasas para permitir una demostración exhaustiva. Pero existen ciertos elementos que nos permiten llegar a esa conclusión.

La Revolución rusa ha ignorado el jacobinismo. La revolución ha tenido que derribar a la autocracia; no ha tenido que conquistar la mayoría con la violencia. El jacobinismo es fenómeno puramente burgués; caracteriza a la revolución burguesa de Francia. La burguesía, cuando hizo la revolución, no tenía un programa universal; servía intereses particulares, los de su clase, y los servía con la mentalidad cerrada y mezquina de cuantos siguen fines particulares. El hecho violento de las revoluciones burguesas es doblemente violento: destruye el viejo orden, impone el nuevo orden. La burguesía impone su fuerza y sus ideas no sólo a la casta anteriormente dominante, sino también al pueblo al que se dispone a dominar. Es un régimen autoritario que sustituye a otro régimen autoritario.

La Revolución rusa ha destruido al autoritarismo y lo ha sustituido por el sufragio universal, extendiéndolo también a las mujeres. Ha sustituido el autoritarismo por la libertad; la Constitución por la voz libre de la conciencia universal. ¿Por qué los revolucionarios rusos no son jacobinos, es decir, por qué no han sustituido la dictadura de uno solo por la dictadura de una minoria audaz y decidida a todo con tal de hacer triunfar su programa? Porque persiguen un ideal que no puede ser el de unos pocos, porque están seguros de que cuando interroguen al proletariado, la respuesta es indudable, está en la conciencia de todos y se transformará en decisión irrevocable apenas pueda expresarse en un ambiente de libertad espiritual absoluta, sin que el sufragio se vea adulterado por la intervención de la policia, la amenaza de la horca o el exilio. El proletariado industrial está preparado para el cambio incluso culturalmente; el proletariado agrícola, que conoce las formas tradicionales del comunismo comunal, está igualmente preparado para el paso a una nueva forma de sociedad. Los revolucionarios socialistas no pueden ser jacobinos; en Rusia tienen en la actualidad la única tarea de controlar que los organismos burgueses (la Duma, los Zemtsvo) no hagan jacobinismo para deformar la respuesta del sufragio universal y servirse del hecho violento para sus intereses.

Los periódicos burgueses no han dado ninguna importancia a este otro hecho: los revolucionarios rusos han abierto las cárceles no sólo a los presos políticos, sino también a los condenados por delitos comunes. En una de las cárceles, los reclusos comunes, ante el anuncio de que eran libres, contestaron que no se sentían con derecho a aceptar la libertad porque debían expiar sus culpas.

En Odesa, se reunieron en el patio de la cárcel y voluntariamente juraron que se volverían honestos y vivirían de su trabajo. Esta noticia es más importante para los fines de la revolución que la de la expulsión del Zar y los grandes duques. El Zar habría sido expulsado incluso por los burgueses, mientras que para éstos los presos comunes habían sido siempre adversarios de su orden, los pérfidos enemigos de su riqueza, de su tranquilidad. Su liberación tiene para nosotros este significado: la revolución ha creado en Rusia una nueva forma de ser. No sólo ha sustituido poder por poder; ha sustituido hábitos por hábitos, ha creado una nueva atmósfera moral, ha instaurado la libertad del espíritu además de la corporal. Los revolucionarios no han temido poner en la calle a hombres marcados por la justicia burguesa con el sello infame de lo juzgado a priori, catalogados por la ciencia burguesa en diversos tipos de la criminalidad y la delincuencia.

Sólo en una apasionada atmósfera social, cuando las costumbres y la mentalidad predominante han cambiado, puede suceder algo semejante. La libertad hace libres a los hombres, ensancha el horizonte moral, hace del peor malhechor bajo el régimen autoritario un mártir del deber, un héroe de la honestidad. Dicen en un periódico que en cierta prisión estos malhechores han rechazado la libertad y se han constituido en sus guardianes. ¿Por qué no sucedió esto antes?

¿Por qué las cárceles estaban rodeadas de murallas y las ventanas enrejadas? Quienes fueron a ponerles en libertad debían ser muy distintos de los jueces, de los tribunales y de los guardianes de las cárceles, y los malhechores debieron escuchar palabras muy distintas a las habituales cuando en sus conciencias se produjo tal transformación que se sintieron tan libres como para preferir la segregación a la libertad, como para imponerse voluntariamente una expiación. Debieron sentir que el mundo había cambiado, que también ellos, la escoria de la sociedad, se había transformado en algo, que también ellos, los segregados, tenían voluntad de opción.

Este es el fenómeno más grandioso que la iniciativa del hombre haya producido. El delincuente se ha transformado, en la revolución rusa, en el hombre que Emmanuel Kant, el teórico de la moral absoluta, había anunciado, el hombre que dice: la inmensidad del cielo fuera de mí, el imperativo de mi conciencia dentro de mí. Es la liberación de los espíritus, es la instauración de una nueva conciencia moral lo que nos es revelado por estas pequeñas noticias. Es el advenimiento de un orden nuevo, que coincide con cuanto nuestros maestros nos habían enseñado. Una vez más la luz viene del Oriente e irradia al viejo mundo Occidental, el cual, asombrado, no sabe más que oponerle las banales y tontas bromas de sus plumíferos.


A. Gramsci
LA INTERNACIONAL COMUNISTA

Primera Edición: En L'Ordine Nuovo, 24 de mayo de 1919 
Digitalización:Aritz
Esta Edición: Marxists Internet Archive, año


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La Internacional Comunista ha nacido de y con la revolución proletaria y con ella se desarrolla. Ya tres grandes Estados proletarios, las Repúblicas soviéticas de Rusia, Ucrania y Hungría, constituyen su base real histórica.

En una carta a Sorge del 12 de septiembre de 1874, Federico Engels escribía a propósito de la I Intrenacional en vías de disolución: "La Internacional ha dominado diez años de historia europea y puede contemplar su obra con orgullo. Pero ha sobrevivido en su forma anticuada. Creo que la próxima Intrenacional será, una vez que los trabajo de Marx hayan hecho su labor durante unos cuantos años, directamente comunista e instaurará nuestros principios".

La II Internacional no justificó la fe de Engels. Sin embargo, después de la guerra y tras la experiencia positiva de Rusia, han sido trazados netamente los contornos de la Internacional revolucionaria, de la Internacional de las realizaciones comunistas.
La Internacional tiene por base la aceptación de estas tesis fundamentales, elaboradas de acuerdo con el programa de la Liga Espartaco de Alemania y del Partido Comunista (bolchevique) de Rusia:

1) La época actual es la época de la descomposición y el fracaso de todo el sistema mundial capitalista, lo que significará el fracaso de la civilización europea si el capitalismo no es suprimido con todos sus antagonismos irremediables.

2) La tarea del proletariado en la hora actual consiste en la conquista del poder del Estado. Esta conquista significa: supresión del aparato gubernativo de la burguesía y organización de un aparato gubernativo proletario.

3) Este nuevo gobierno es la dictadura del proletariado industrial y de los campesinos pobres, que debe ser el instrumento de la supresión sistemática de las clases explotadoras y de su expropiación. El tipo de Estado proletario no es la falsa democracia burguesa, forma hipócrita de la dominación oligárquica financiera, sino la democracia proletaria, que realizará la libertad de las masas trabajadoras; no el parlamentarismo, sino el autogobierno de las masas a través de sus propios órganos electivos; no la burocracia de carrera, sino órganos administrativos creados por las propias masas, con participación real de las masas en la administración del país y en la tarea socialista de construcción. La forma concreta del Estado proletario es el poder de los Consejos y de las organizaciones similares.

4) La dictadura del proletariado es la orden de expropiación inmediata del capital y de la supresión del derecho de la propiedad privada sobre los medios de producción, que deben ser transformados en propiedad de toda la nación. La socialización de la gran industria y de sus centros organizadores, la banca; la confiscación de la tierra de los propietarios latifundistas y la socialización de la producción agrícola capitalista (entendiendo por socialización la supresión de la propiedad privada, el paso de la propiedad al Estado proletario y el establecimiento de la administración socialista a cargo de la clase obrera); el monopolio del gran comercio; la socialización de los grandes palacios en las ciudades y de los castillos en el campo; la introducción de la administración obrera y la concentración de las funciones económicas en manos de los órganos de la dictadura proletaria; he ahí la tarea del gobierno proletario.

5) A fin de asegurar la defensa de la revolución socialista contra los enemigos del interior y el exterior, y para socorrer a otras fracciones nacionales del proletariado en lucha, es necesario desarmar totalmente a la burguesía y a sus agentes y armar a todo el proletariado sin excepción.

6) La actual situación mundial exige el máximo contacto entre las diferentes fracciones del proletariado revolucionario, exige incluso el bloque total de los países en que la revolución socialista es ya victoriosa.

7) El método principal de lucha es la acción de las masas del proletariado hasta el conflicto abierto contra los poderes del Estado capitalista.
La totalidad del movimiento proletario y socialista mundial se orienta decididamente hacia la Internacional Comunista. Los obreros y los campesinos perciben, aunque sea confusa y vagamente, que las repúblicas soviéticas de Rusia, Ucrania y Hungría son las células de una nueva sociedad que cristaliza todas las aspiraciones y esperanzas de los oprimidos del mundo. La idea de la defensa de las revoluciones proletarias contra los asaltos del capitalismo mundial debe servir para estimular los fermentos revolucionarios de las masas: en este terreno es necesario concertar una acción enérgica y simultánea de los partidos socialistas de Inglaterra, Francia e Italia que imponga el cese de cualquier ofensiva contra la República de los Soviets. La victoria del capitalismo occidental sobre el proletariado ruso significaría arrojar a Europa durante dos decenios en brazos de la más feroz y despiadada reacción. Para impedirlo, para lograr reforzar la Internacional Comunista, la única que puede dar al mundo la paz en el trabajo y la justicia, ningún sacrificio debe parecernos demasiado grande.


A. Gramsci
LA REVOLUCIÓN CONTRA EL CAPITAL


Escrito: 1917
Primera Edición: Aparecido en Avanti, edición milanesa, el 24 de noviembre de 1917. Reproducido en el Il Grido del Popolo el 5 de enero de 1918 
Digitalización: Aritz
Esta Edición: Marxists Internet Archive, año 2001


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La revolución de los bolcheviques se ha insertado defenitivamente en la revolución general del pueblo ruso. Los maximalistas, que hasta hace dos meses fueron el fermento necesario para que los acontecimientos no se detuvieran, para que la marcha hacia el futuro no concluyera, dando lugar a una forma definitiva de aposentamiento -que habría sido un aposentamiento burgués- se han adueñado del poder, han establecido su dictadura y están elaborando las formas socialistas en las que la revolución tendrá finalmente que hacer un alto para continuar desarrollándose armónicamente, sin exceso de grandes choques, a partir de las grandes conquistas ya realizadas.
La revolución de los bolcheviques se compone más de ideologías que de hechos. (Por eso, en el fondo, nos importa poco saber más de cuanto ya sabemos). Es la revolución contra El Capital de Carlos Marx. El Capital de Marx era, en Rusia, el libro de los burgueses más que el de los proletarios. Era la demostración crítica de la necesidad ineluctable de que en Rusia se formase una burguesía, se iniciase una era capitalista, se instaurase una civilización de tipo occidental, antes de que el proletariado pudiera siquiera pensar en su insurrección, en sus reivindicaciones de clase, en su revolución. Los hechos han superado las ideologías. Los hechos han reventado los esquemas críticos según los cuales la historia de Rusia hubiera debido desarrollarse según los cánones del materialismo histórico. Los bolcheviques reniegan de Carlos Marx al afirmar, con el testimonio de la acción desarrollada, de las conquistas obtenidas, que los cánones del materialismo histórico no son tan férreos como se pudiera pensar y se ha pensado.
No obstante hay una ineluctabilidad incluso en estos acontecimientos y si los bolcheviques reniegan de algunas afirmaciones de El Capital, no reniegan el pensamiento inmanente, vivificador. No son marxistas, eso es todo; no han compilado en las obras del Maestro una doctrina exterior de afirmaciones dogmáticas e indiscutibles. Viven el pensamiento marxista, lo que no muere nunca, la continuación del pensamiento idealista italiano y alemán, contaminado en Marx de incrustaciones positivistas y naturalistas. Y este pensamiento sitúa siempre como máximo factor de historia no los hecho económicos, en bruto, sino el hombre, la sociedad de los hombres, de los hombres que se acercan unos a otros, que se entienden entre sí, que desarrollan a través de estos contactos (civilidad) una voluntad social, colectiva, y comprenden los hechos económicos, los juzgan y los condicionan a su voluntad, hasta que esta deviene el motor de la economía, plasmadora de la realidad objetiva, que vive, se mueve y adquiere carácter de material telúrico en ebullición, canalizable allí donde a la voluntad place, como a ella place.
Marx ha previsto lo previsible. No podía prever la guerra europea, o mejor dicho, no podía prever la duración y los efectos que esta guerra ha tenido. No podía prever que esta guerra, en tres años de sufrimientos y miseria indecibles suscitara en Rusia la voluntad colectiva popular que ha suscitado. Semejante voluntad necesita normalmente para formarse un largo proceso de infiltraciones capilares; una extensa serie de experiencias de clase. Los hombres son perezosos, necesitan organizarse, primero exteriormente, en corporaciones, en ligas; después, íntimamente, en el pensamiento, en la voluntad... de una incesante continuidad y multiplicidad de estímulos exteriores. He aquí porqué normalmente, los cánones de crítica histórica edl marxismo captan la realidad, la aprehenden y la hacen evidente, intelegible. Normalmente las dos clases del mundo capitalista crean la historia a través de la lucha de clases cada vez más intensa. El proletariado siente su miseria actual, se halla en continuo estado de desazón y presiona sobre la burguesía para mejorar sus condiciones de existencia. Lucha, obliga a la burguesía a mejorar la técnica de la producción, a hacer más útil la producción para que sea posible satisfacer sus necesidades más urgentes. Se trata de una apresurada carrera hacia lo mejor, que acelera el ritmo de la producción, que incrementa continuamente la suma de bienes que servirán a la colectividad. Y en esta carrera caen muchos y hace más apremiante el deseo de los que quedan. La masa se halla siempre en ebullición, y de caos-pueblo se convierte cada vez más en orden en el pensamiento, se hace cada vez más consciente de su propia potencia, de su propia capacidad para asumir la responsabilidad social, para devenir árbitro de su propio destino.
Todo esto, normalmente. Cuando los hechos se repiten con un cierto ritmo. Cuando la historia se desarrolla a través de momentos cada vez más complejos y ricos de significado y de valor pero, en definitiva, similares. Mas en Rusia la guerra ha servido para sacudir las voluntades. Estas, con los sufrimientos acumulados en tres años, se han puesto al unísono con gran rapidez. La carestía era inminente, el hambre, la muerte por hambre, podía golpear a todos, aniquilar de un golpe a decenas de millones de hombres. Las voluntades se han puesto al unísono, al principio mecánicamente; activa, espiritualmente tras la primera revolución[1].
Las prédicas socialistas han puesto al pueblo ruso en contacto con las experiencias de los otros proletarios. La prédica socialista hace vivir en un instante, dramáticamente, la historia del proletariado, su lucha contra el capitalismo, la prolongada serie de esfuerzos que tuvo que hacer para emanciparse idealmente de los vínculos de servilismo que le hacían abyecto, para devenir conciencia nueva, testimonio actual de un mundo futuro. La prédica socialista ha creado la voluntad social del pueblo ruso. ¿Por qué debía esperar ese pueblo que la historia de Inglaterra se renueve en Rusia, que en Rusia se forme una burguesía, que se suscite la lucha de clases para que nazca la conciencia de clase y sobrevenga finalmente la catástrofe del mundo capitalista? El pueblo ruso ha recorrido estas magníficas experiencias con el pensamiento, aunque se trate del pensamiento de una minoría. Ha superado estas experiencias. Se sirve de ellas para afirmarse, como se servirá de las experiencias capitalistas occidentales para colocarse, en breve tiempo, al nivel de producción del mundo occidental. América del Norte está, en el sentido capitalista, más adelantada que Inglaterra, porque en América del Norte los anglosajones han comenzado de golpe a partir del estadio a que Inglaterra había llegado tras una larga evolución. El proletariado ruso, educado en sentido socialista, empezará su historia desde el estadio máximo de producción a que ha llegado la Inglaterra de hoy, porque teniendo que empezar, lo hará a partir de la perfección alcanzada ya por otros y de esa perfección recibiráa el impulso para alcanzar la madurez económica que según Marx es condición del colectivismo. Los revolucionarios crearán ellos mismos las condiciones necesarias para la realización completa y plena de su ideal. Las crearán en menos tiempo del que habría empleado el capitalismo.
Las críticas que los socialistas han hecho y harán al sistema burgués, para evidenciar las imperfecciones, el dispendio de riquezas, servirán a los revolucionarios para hacerlo mejor, para evitar esos dispendios, para no caer en aquellas deficiencias. Será, en principio, el colectivismo de la miseria, del sufrimiento. Pero las mismas condiciones de miseria y sufrimiento serían heredadas por un régimen burgués.
El capitalismo no podría hacer jamás súbitamente más de lo que podrá hacer el colectivismo. Hoy haría mucho menos, porque tendría súbitamente en contra a un proletariado descontento, frenético, incapaz de soportar durante más años los dolores y las amarguras que le malestar económico acarrea. Incluso desde un punto de vista absoluto, humano, el socialismo inmediato tiene en Rusia su justificación. Los sufrimientos que vendrán tras la paz sólo serán soportables si los proletarios sienten que de su voluntad y tenacidad en el trabajo depende suprimirlos en el más breve plazo posible.
Se tiene la impresión de que los maximalistas hayan sido en este momento la expresión espotánea, biológicamente necesaria, para que la humanidad rusa no caiga en el abismo, para que, absorbiéndose en el trabajo gigantesco, autónomo, de su propia regeneración, pueda sentir menos los estímulos del lobo hambriento y Rusia no se transforme en una enorme carnicería de fieras que se entredevoran.

1. Se refiere a la revolución democrático-burguesa de febrero (marzo) de 1917.




A. Gramsci
EL PARTIDO Y LA MASA
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Primera Edición: En "L'Ordine Nuovo" el 25 de noviembre de 1921.
Digitalización: Aritz, setiembre de 2000.
Edición Digital: Marxists Internet Archive, 2000.

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La crisis constitucional en que se debate el Partido Socialista Italiano interesa a los comunistas en cuanto es reflejo de la más profunda crisis constitucional en que se debaten las grandes masas del pueblo italiano. Desde este punto de vista, la crisis del Partido Socialista no puede ni debe considerarse aisladamente: forma parte de un cuadro más amplio, que abarca también al Partido Popular y al fascismo.
Políticamente, las grandes masas no existen sino encuadradas en los partidos políticos. Los cambios de opinión que se producen en las masas por el empuje de las fuerzas económicas determinantes son interpretadas por los partidos, que se escinden primero en tendenecias, para poder escindirse en una multiplicidad de nuevos partidos orgánicos; a través de este proceso de desarticulación, de neoasociación, de fusión entre los homogéneos se revela un más profundo e íntimo proceso de descomposición de la sociedad democrática por el definitivo ordenamiento de las clases en lucha para la conservación o la conquista del poder del Estado y del poder sobre el aparato de producción.
En el período desde el armisticio a la ocupación de las fábricas, el Partido Socialista ha representado la mayoría del pueblo trabajador italiano, la pequeña burguesía y los campesinos pobres. De estas tres clases, solamente el proletariado era esencial y permanentemente revolucionario; las otras dos clases eran "ocasionalmente" revolucionaras, eran "socialistas de guerra", aceptaban la idea de la revolución en general por los sentimientos de rebelión, por los sentimientos antigubernamentales germinados durante la guerra. Puesto que el Partido Socialista estaba constituido en su mayoría por elementos pequeño-burgueses y campesinos, habría podido hacer la revolución solamente en los primeros tiempos después del armisticio, cuando los sentimientos de revuelta antigubernativa eran aún vivaces y activos; por otra parte, al estar el Partido Socialista constituido en su mayoría por pequeños burgueses y campesinos (cuya mentalidad no es muy distinta de aquella de la pequeña burguesía urbana), tenía que ser oscilante, vacilante, sin un programa neto y preciso, sin dirección y, especialmente, sin una conciencia internacionalista. La ocupación de las fábricas, esencialmente proletaria, halló impreparado al Partido Socialista, que era sólo parcialmente proletario, que estaba ya, por los primeros golpes del fascismo, en crisis de conciencia en sus otras partes constitutivas. El fin de la ocupación de las fábricas descompuso completamente al Partido Socialista; las creencias revolucionarias infantiles y sentimentales cedieron completamente; los dolores de la guerra se habían mitigado en parte (¡no se hace una revolución por los recuerdos del pasado!); el gobierno burgués aparece aún fuerte en la persona de Giolitti y en la actividad fascista; los jefes reformistas afirmaron que pensar en la revolución comunista en general era de locos; Serrati afirmó que era locura pensar en la revolución comunista en Italia en aquel período. Solamente la minoría del Partido, formada por la parte más avanzada y culta del proletariado industrial, no cambió su punto de vista comunista e internacionalista, no se desmoralizó por los acontecimientos diarios, no se dejó ilusionar por la apariencia de solidez y energía del Estado burgués. De esta manera nació el Partido Comunista, primera organización autónoma e independiente del proletariado industrial, de la única clase popular esencial y permanentemente revolucionaria.
El Partido Comunista no se hizo súbitamente partido de las más amplias masas. Esto prueba una sola cosa: las condiciones de gran desmoralización y de gran abatimiento en que habían caido las masas a continuación del fallo político de la ocupación de las fábricas. La fe se había extinguido en gran número de dirigentes; lo que primeramente se había exaltado, ahora era escarnecido; los sentimientos más íntimos y delicados de la conciencia proletaria era torpemente pateada, pisoteada por esta burocracia subalterna dirigente, vuelta escéptica, corrompida en el arrepentimiento y en el remordimiento de su pasado de demagogia maximalista. La masa popular que inmediatamente después del armisticio se había agrupado en torno al Partido Socialista se desmembró, se licuó, se dispersó. La pequeña burguesía, que había simpatizado con el socialismo, simpatizó con el fascismo; los campesinos, sin apoyo ya en el Partido Socialista, dirigieron más bien su simpatía al Partido Popular. Pero esta confusión de los antiguos efectivos del Partido Socialista con los fascistas, de una parte y con los populares, de otra, no dejó de tener consecuencias.
El Partido Popular se acercó al Partido Socialista: en las elecciones parlamentarias, las listas abiertas populares, en todas las circunscripciones, aceptaron por centenares y miles los hombres de los candidatos socialistas; en las elecciones municipales realizadas en algunas comunas rurales, desde las elecciones políticas hasta hoy, a menudo los socialistas no presentaron lista de la minoría y aconsejaron a sus adheridos votar por la lista popular; en Bérgamo, el fenómeno tuvo una manifestación clamorosa: los extremistas populares se separaron de la organización blanca y se fundieron con los socialistas, fundando una Cámara de trabajo y un semanario dirigido y escrito por socialistas y populares conjuntamente. Objetivamente, este proceso de reagrupamiento popular-socialista representa un progreso. La clase campesina se unifica, adquiere la conciencia y la noción de la solidaridad amplia, rompiendo la envoltura religiosa en el campo popular, rompiendo la envoltura de la cultura anticlerical pequeño-burguesa en el campo socialista. Por esta tendencia de sus efectivos rurales, el Partido Socialista se separa cada vez más del proletariado industrial y, por consiguiente, parece que viene a romperse el fuerte vínculo unitario que el Partido Socialista parecía que había creado entre la ciudad y el campo; sin embargo, puesto que este vínculo no existía en realidad, la nueva situación no da lugar a ningún daño efectivo. En cambio, se hace evidente una ventaja real: el Partido Popular sufre una fuerte oscilación a la izquierda y se hace cada vez más laico; esto terminará con la separación de su derecha, constituida por grandes y medios propietarios agrarios, es decir, que entrará decididamente en el campo de la lucha de clases, con un formidable debilitamiento del gobierno burgués.
El mismo fenómeno se perfila en el campo socialista. La pequeña burguesía urbana, reforzada políticamente por todos los tránsfugas del Partido Socialista, había tratado después del armisticio de aprovechar la capacidad de organización y de acción militar adquirida durante la guerra. La guerra italiana ha estado dirigida, en ausencia de un Estado Mayor eficiente, por la oficialidad subalterna, es decir, por la pequeña burguesía. Las desilusiones padecidas en la guerra habían despertado fuertes sentimientos de rebelión antigubernativa en esta clase, la que, perdida después del armisticio la unidad militar de sus cuadros, se desparramó en los diversos partidos de masa, llevando consigo los fermentos de rebelión, pero también inseguridad, vacilación y demagogia. Caída la fuerza del Partido Socialista después de las ocupaciones de las fábricas, con rapidez fulminante esta clase, con el empuje del mismo Estado Mayor que la había explotado en al guerra, reconstruyó sus cuadros militarmente, se organizó nacionalmente. Maduración rapidísima, crisis constitucional rapidísima. La pequeña burguesía urbana juguete en manos del Estado Mayor y de las fuerzas más retrógradas del gobierno, se alió a los agrarios y rompió, por cuenta de los agrarios, la organización de los campesinos. El pacto de Roma entre fascistas y socialistas marca el punto de inflexión de esta política ciega y políticamente desastrosa para la pequeña burguesía urbana, que comprendió que vendía su "primogenitura" por un plato de lentejas. Si el fascismo continuaba con las expediciones punitivas tipo Treviso, Sarzana, Roccastrada, la población se habría sublevado en masa y, en la hipótesis de una derrota popular, ciertamente los pequeños burgueses no habrían tomado el poder, sino el Estado Mayor y los latifundistas. El fascismo se acerca nuevamente al socialismo, la pequeña burguesía trata de romper los lazos con la gran propiedad agraria, trata de tener un programa político que termine pareciéndose mucho al de Turati y D'Aragona.
Esta es la situación actual de la masa popular italiana: una gran confusión, sucediendo a la unidad artificial creada por la guerra y personificada en el Partido Socialista, una gran confusión que encuentra los puntos de polarización de los campesinos; en el fascismo, organización de la pequeña burguesía. El Partido Socialista, que desde el armisticio hasta la ocupación de las fábricas ha representado la confusión demagógica de estas tres clases del pueblo trabajador, es hoy el máximo exponente y al víctima más conspicua del proceso de desarticulación (por un nuevo, definitivo equilibrio) que las masas populares italianas sufren como consecuencia de la descomposición de la democracia.




A. Gramsci
UN PARTIDO DE MASAS
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Primera Edición: En "L'Ordine Nuovo" el 5 de octubre de 1921.
Digitalización: Aritz, setiembre de 2000.
Edición Digital: Marxists Internet Archive, 2000.
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El Partido Socialista se presenta en el Congreso de Milan con 80.000 inscritos. Puede ser útil un pequeño razonamiento sobre las cifras, más que cualquier razonamiento teórico, para tener una exacta comprensión de la naturaleza y de las actuales funciones del Partido Socialista Italiano.
Desde el Congreso de Liorna, el Partido Socialista se halla integrado por 98.000 comunistas unitarios y 14.000 reformistas, es decir, 112.000 inscritos. Después de Liorna han entrado en el Partido por lo menos 15.000 nuevos miembros; si hoy los inscritos son 80.000 quiere decir que de los 112.000 votantes en Liorna, 47.000 se han marchado; los 65.000 restantes con los 15.000 nuevos constituyen los actuales efectivos de 80.000.
En el Congreso de Liorna los comunistas unitarios eran 98.000; la actual fracción maximalista unitaria continuadora de aquella comunista unitaria, tendrá en el Consejo de Milán de 45 a 50.000 votos; está claro que los 47.000 salidos del Partido Socialista después de Liorna son en casi su totalidad comunistas unitarios.

La calidad de los actuales 80.000 inscritos puede comprenderse a través de este pequeño razonamiento. El Partido Socialista administra actualmente cerca de 2.000 comunas y 10.000 entre ligas, Cámaras de trabajo, cooperativas y mutualidades. Si se tienen en cuenta las minorías comunales y de los Consejos provinciales, es lícito calcular a una media de 16 consejeros por 2.000 comunas administradas en mayoría; esto es, resulta que un partido de 80.000 inscritos cuenta con 32.000 consejeros comunales. Para las 10.000 organizaciones económicas no es exagerado calcular (también teniendo en cuenta los cargos múltiples) tres funcionarios inscritos por cada una; tenemos así un partido de 80.000 inscritos, que sobre los 32.000 consejeros, tendrá bien 32.000 funcionarios de ligas, cooperativas y mutualidades. Así pues, de 80.000 inscritos, 62.000 son miembros estrechamente ligados a una posición económica o política, quedando solamente 18.000 miembros desinteresados.
Esta composición explica suficientemente cómo ocurre que el Partido Socialista, aunque no representa ya las aspiraciones y los sentimientos de las masas trabajadoras, continúa aparentemente siendo un partido de masas. La historia está llena de fenómenos similares.

El reino de los Borbones en Nápoles era "negación de Dios" hasta 1848; no obstante, subsistió hasta 1860 porque tenía un cuerpo de funcionarios que estaba entre los mejores de Italia; de 1848 a 1860, el Estado borbónico fue una pura y simple organización de funcionarios, sin consenso en ninguna clase de la población, sin vida interior, sin un fin histórico que justificase su existencia.
El imperio del zar había demostrado en 1905 estar muerto y putrefacto históricamente; tenía contra sí al proletariado industrial, los campesinos, la pequeña burguesía intelectual, los comerciantes, la enorme mayoría de la población. De 1905 a 1917, el imperio del zar vivió solamente porque tenía una burocracia formidable, vivió solamente como organización de funcionarios estatales, sin contenido ético, sin una misión de progreso civil que le justificara la existencia.

El Estado de Austria-Hungría es el tercer ejemplo, y quizás el más educativo, que ofrece la historia. Estaba dividido en razas enemigas entre sí, como hoy son enemigas entre sí las diversas tendencias del Partido Socialista, pero continuaba viviendo, cementado unitariamente por una sola categoría de ciudadanos, la casta de los funcionarios.

En la política internacional, el Estado de los Borbones, el imperio del zar, el imperio de los Habsburgo representaban todavía toda la población y pretendían expresar su voluntad y sentimientos. También hoy el Partido Socialista, organización de 62.000 funcionarios en la clase trabajadora, pretende expresar su voluntad y sus sentimientos.

Esta composición del Partido Socialista justifica nuestro escepticismo sobre el resultado del Congreso de Milán. Solamente entre 18.000 miembros desinteresados es posible que haya influido una discusión política; los otros 62.000 razonan sólo desde el punto de vista de su empleo y de su cargo. Una escisión a la derecha pondrá en peligro la mayoría de los Consejos municipales, una escisión entre funcionarios sindicales, de cooperativas o de mutualidades pondría en peligro la situación de cada uno; los 62.000 son, por tanto, unitarios hasta el fondo, hasta la extrema vergüenza. Por tanto, creíamos destinado al fracaso el intento de Maffi, Lazzari, Riboldi para una aproximación a la Internacional Comunista; los tres pueden influir solamente en 18.000 de los 82.000 inscritos en el Partido Socialista; en la mejor de las hipótesis podrían arrancar de este partido 10.000 miembros, ya la nueva escisión no tendría ninguna importancia política.

La verdad es que el Partido Socialista está ya muerto y putrefacto; un partido obrero que de 80.000 miembros tiene 62.000 funcionarios es solamente una excrecencia morbosa de la colectividad nacional. El fenómeno es, sin embargo, rico en enseñanzas para los militantes comunistas; si es cierto que el Partido Socialista, aunque muerto como conciencia política del proletariado, sigue viviendo como aparato organizativo de las grandes masas, ello indica la importancia considerable que en la civilización moderna tienen los "funcionarios". Para el Partido Comunista, el problema de convertirse en el partido de las grandes masas y, por consiguiente, partido del gobierno revolucionario, no consiste solamente en resolver la cuestión de interpretar fielmente las aspiraciones populares, significa también resolver la cuestión de sustituir los funcionarios contrarrevolucionarios con funcionarios comunistas; significa, por consiguiente, crear un cuerpo de funcionarios comunistas, que, sin embargo, a diferencia de los socialistas, estén estrechamente disciplinados y subordinados al Congreso y al Comité Central del Partido. De esta verdad, poco simpática aparentemente, deben convencerse especialmente nuestros jóvenes; la realidad es como es, algo rebelde, y debe dominarse con los medios adecuados, aunque parezcamos poco revolucionarios y poco simpáticos.