RECORDANDO A ANTONIO GRAMSCI
Por Sergio Daniel Aronas – 25 de de mayo de 2016
El 27 de abril de 1937 fallecía a los 46 años
de edad Antonio Gramsci, uno de los más grandes pensadores y filósofo marxista
de mayor influencia y relevancia en el siglo XX que hasta sus más acérrimos
adversarios lo respetan y reconocen sus enormes méritos en sus obras. Fue
cofundador del Partido Comunista Italiano y se destacó por sus obras y
artículos literarios, sobre sociología, educación, cultura, antropología,
lengüístca y ciencia política.
En la Argentina, uno de los que introdujo a
Gramsci en la actividad y estudio político y partidario fue el escritor Héctor
Agosti a través de sus escritos, artículos y libros.Como homenaje a esa mente
brillante que fue Antonio Gramsci, va su concepto sobre filosofía e historia:
"¿Qué es preciso entender por filosofía,
por filosofía de una época histórica? ¿Cuál es la importancia y el significado
de la filosofía, de los filósofos en cada una de tales épocas? Aceptada la
definición de Benedetto Croce sobre la religión, es decir, una concepción del
mundo que se ha convertido en norma de vida, puesto que norma de vida no se
entiende en sentido libresco, sino realizada en la
vida práctica, la mayor parte de los hombres son filósofos en cuanto obran
prácticamente y en cuanto en su obrar práctico (en las líneas directrices de su
conducta) se halla contenida implícitamente una concepción del mundo, una filosofía.
La historia de la filosofía, como se entiende comúnmente, es decir, como
historia de la filosofía de los filósofos, es la historia de las iniciativas de
una determinada clase de personas para cambiar, corregir, perfeccionar, las
concepciones del mundo existentes en cada época determinada y para cambiar,
consiguientemente, las normas de conducta conformes y relativas a ellas; o sea,
por modificar la actividad práctica en su conjunto.
Desde el punto de vista que nos interesa, el estudio de la historia y de la lógica de las diversas filosofías de los filósofos no es suficiente. Por lo menos como orientación metódica, es preciso atraer la atención hacia otras partes de la historia de la filosofía, es decir, hacia les concepciones del mundo de las grandes masas, hacia las de los más estrechos grupos dirigentes (o intelectuales) y, finalmente, hacia las relaciones existentes entre estos distintos complejos culturales y la filosofía de los filósofos. La filosofía de una época no es la filosofía de tal o cual filósofo, de tal o cual grupo de intelectuales, de tal o cual sector de las masas populares: es la combinación de todos estos elementos, que culmina en una determinada dirección y en la cual esa culminación se torna norma de acción colectiva, es decir, deviene "historia" concreta y completa (integral) .
La filosofía de una época histórica no es, por consiguiente, otra cosa que la "historia" de dicha época; no es otra cosa que la masa de las variaciones que el grupo dirigente ha logrado determinar en la realidad precedente: historia y filosofía son inseparables en ese sentido, forman un "bloque". Se pueden "distinguir los elementos filosóficos propiamente dichos, en todos sus diversos grados: como filosofía de los filósofos, como concepciones de los grupos dirigentes (cultura filosófica) y como religiones de las grandes masas; se puede ver cómo en cada uno de estos grados es preciso enfrentarse con formas diversas de "combinación" ideológica." (Ver El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce)
Más que comentar
sus escritos, mejor es publicarlos y que cada unos de los lectores los estudie
y pueda aprender de este magnífico pensador, pueda tener su propia visión
acerca de su manera de pensar y analizar los hechos en la época que le tocó
vivir.
En este blog
publicaremos de la web www.marxist.org una
serie de artículos que nos parecen los más interesantes porque se trata de
temas de palpitante y candente actualidad ya que se los sigue estudiando y
analizando las causas que los motivaron, sus etapas de su desarrollo y cómo
evolucionaron con el paso el tiempo.
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A. Gramsci
LA PODA DE LA HISTORIA
Escrito: 1919
Primera Edición: Aparecido en L´Ordine Nuovo, 7 de enero de 1919
Digitalización: Aritz
Esta Edición: Marxists Internet Archive, año 2001
Primera Edición: Aparecido en L´Ordine Nuovo, 7 de enero de 1919
Digitalización: Aritz
Esta Edición: Marxists Internet Archive, año 2001
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¿Qué
reclama aún la historia al proletariado ruso para legitimar y hacer permanentes
sus victorias? ¿Qué otra poda sangrienta, qué más sacrificios pretende esta
soberana absoluta del destino de los hombres?
Las
dificultades y las objeciones que la revolución proletaria debe superar se han
revelado inmensamente superiores a las de cualquier otra revolución del pasado.
Estas tendían tan sólo a corregir las formas de la propiedad privada y nacional
de los medios de producción y de cambio; afectaban a una parte limitada de los
elementos humanos. La revolución proletaria es la máxima revolución; porque
quiere abolir la propiedad privada y nacional, y abolir las clases, afecta a
todos los hombres y no sólo a una parte de ellos. Obliga a todos los hombres a
moverse, a intervenir en la lucha, a tomar partido explícitamente. Transforma
fundamentalmente la sociedad; de organismo unicelular (de
individuos-ciudadanos) la transforma en organismo pluricelular; pone como base
de la sociedad núcleos ya orgánicos de la sociedad misma. Obliga a toda la
sociedad a identificarse con el Estado; quiere que todos los hombres sean
conocimiento espiritual e histórico. Por eso la revolución proletaria es
social; por eso debe superar dificultades y objeciones inauditas; por eso la
historia reclama para su buen logro podas monstruosas como las que el pueblo
ruso se ve obligado a resistir.
La
revolución rusa ha triunfado hasta ahora de todas las objeciones de la
historia. Ha revelado al pueblo ruso una aristocracia de estadistas como ninguna
otra nación posee; se trata de un par de millares de hombres que han dedicado
toda su vida al estudio (experimental) de las ciencias políticas y económicas,
que durante decenas de años de exilio han analizado y profundizado todos los
problemas de la revolución, que en la lucha, en el duelo sin par contra la
potencia del zarismo, se han forjado un carácter de acero, que, viviendo en
contacto con todas las formas de la civilización capitalista de Europa, Asia y
América, sumergiéndose en las corrientes mundiales de los cambios y de la
historia, han adquirido una conciencia de responsabilidad exacta y precisa,
fría y cortante como las espadas de los conquistadores de imperios.
Los
comunistas rusos son un núcleo dirigente de primer orden. Lenin se ha revelado,
testimonian cuantos le han conocido, como el más grande estadista de la Europa
contemporánea; el hombre cuyo prestigio se impone naturalmente, capaz de
inflamar y disciplinar a los pueblos; el hombre que logra dominar en su vasto
cerebro todas la energías sociales del mundo que pueden ser desencadenadas en
beneficio de la revolución; el hombre que tiene en ascuas y derrota a los más
refinados y astutos estadistas de la rutina burguesa.
Pero una
cosa es la doctrina comunista, el partido político que la propugna, la clase
obrera que la encarna conscientemente y otra el inmenso pueblo ruso,
destrozado, desorganizado, arrojado a un sombrío abismo de miseria, de
barbarie, de anarquía, de aniquilación en una prolongada y desastrosa guerra.
La grandeza política, la histórica obra maestra de los bolcheviques consiste
precisamente en haber puesto en pie al gigante caído, en haber dado de nuevo (o
por la primera vez) una forma concreta y dinámica a esta desintegración, a este
caos; en haber sabido fundir la doctrina comunista con la conciencia colectiva
del pueblo ruso, en haber construido los sólidos cimientos sobre los que la
sociedad comunista ha iniciado su proceso de desarrollo histórico; en una
palabra: en haber traducido históricamente en la realidad experimental la
fórmula marxista de la dictadura del proletariado. La revolución es eso, y no
un globo hinchado de retórica demagógica, cuando se encarna en un tipo de
Estado, cuando se transforma en un sistema organizado del poder. No existe
sociedad más que en un Estado, que es la fuente y el fin de todo derecho y de
todo deber, que es garantía de permanencia y éxito de toda actividad social. La
revolución es proletaria cuando de ella nace, en ella se encarna un Estado
típicamente proletario, custodio del derecho proletario, que cumple sus
funciones esenciales como emanación de la vida y del poder proletario.
Los
bolcheviques han dado forma estatal a las experiencias históricas y sociales
del proletariado ruso, que son las experiencias de la clase obrera y campesina internacional;
han sistematizado en un organismo complejo y ágilmente articulado su vida
íntima, su tradición y su más profunda y apreciada historia espiritual y
social. Han roto con el pasado, pero han continuado el pasado; han despedazado
una tradición, pero han desarrollado y enriquecido una tradición; han roto con
el pasado de la historia dominado por las clases poseedoras, han continuado,
desarrollado, enriquecido la tradición vital de la clase proletaria, obrera y
campesina. En eso han sido revolucionarios y por eso han instaurado el nuevo
orden y la nueva disciplina. La ruptura es irrevocable porque afecta a lo
esencial de la historia, sin más posibilidad de vuelta atrás que el
desplomamiento sobre la sociedad rusa de un inmenso desastre. Y era esta iniciación
de un formidable duelo con todas las necesidades de la historia, desde las más
elementales a las más complejas, lo que había que incorporar al nuevo Estado
proletario, dominar, frenar, en las funciones del nuevo Estado proletario.
Se
precisaba conquistar para el nuevo Estado a la mayoría leal del pueblo ruso;
mostrar al pueblo ruso que el nuevo Estado era su Estado, su vida, su espíritu,
su tradición, su más precioso patrimonio. El Estado de los Soviets tenía un
núcleo dirigente, el Partido comunista bolchevique; tenía el apoyo de una
minoría social, representante de la conciencia de clase, de los intereses
vitales y permanentes de toda la clase, los obreros de la industria. Se ha
transformado en el Estado de todo el pueblo ruso, merced a la tenaz perseverancia
del Partido comunista, a la fe y la entusiasta lealtad de los obreros, a la
asidua e incesante labor de propaganda, de esclarecimiento, de educación de los
hombres excepcionales del comunismo ruso, dirigidos por la voluntad clara y
rectilínea del maestro de todos, Lenin. El Soviet ha demostrado ser inmortal
como forma de sociedad organizada que responde plásticamente a las multiformes
necesidades (económicas y políticas), permanentes y vitales, de la gran masa
del pueblo ruso, que encarna y satisface las aspiraciones y las esperanzas de
todos los oprimidos del mundo.
La
prolongada y desgraciada guerra había dejado una triste herencia de miseria, de
barbarie, de anarquía; la organización de los servicios sociales estaba
deshecha; la misma comunidad humana se había reducido a una horda nómada, sin
trabajo, sin voluntad, sin disciplina, materia opaca de una inmensa
descomposición. El nuevo Estado recogió de la matanza los trozos torturados de
la sociedad y los recompuso, los soldó; reconstruyó una fe, una disciplina, un
alma, una voluntad de trabajo y de progreso. Misión que puede constituir la
gloria de toda una generación.
No
basta. La historia no se conforma con esta prueba. Formidables enemigos se
alzan implacables contra el nuevo Estado. Se pone en circulación moneda falsa
para corromper al campesino, se juega con su estómago hambriento. Rusia se ve
cortada de toda salida al mar, de todo intercambio comercial, de cualquier
solidaridad; se ve privada de Ucrania, de la cuenca del Donetz, de Siberia, de
todo mercado de materias primas y de víveres. En un frente de diez mil
kilómetros, bandas armadas amenazan con la invasión; se pagan sublevaciones,
traiciones, vandalismo, actos de terrorismo y de sabotaje. Las victorias más
clamorosas se convierten, mediante la traición, en súbitos fiascos.
No
importa. El poder de los Soviets resiste. Del caos que sigue a la derrota, crea
un poderoso ejército que se transforma en la espina dorsal del Estadio
proletario. Presionado por imponentes fuerzas antagónicas, encuentra en sí el
vigor intelectual y la plasticidad histórica para adaptarse a las necesidades
de la contingencia, sin desnaturalizarse, sin comprometer el feliz proceso de
desarrollo hacia el comunismo.
El
Estado de los Soviets demuestra así ser un momento inevitable e irrevocable del
proceso ineluctable de la civilización humana; ser el primer núcleo de una
nueva sociedad.
Y puesto
que los otros Estados no pueden convivir con la Rusia proletaria y son
impotentes para destruirla, puesto que los enormes medios de que el capital
dispone -el monopolio de la información, la posibilidad de la calumnia, la
corrupción, el bloqueo terrestre y marítimo, el boicot, el sabotaje, la
impúdica deslealtad (Prinkipo), la violación del derecho de gentes (guerra sin
declaración), la presión militar con medios técnicos superiores- son impotentes
contra la fe de un pueblo, es históricamente necesario que los otros Estados
desaparezcan a se transformen al nivel de Rusia.
El cisma
del género humano un puede prolongarse mucho tiempo. La humanidad tiende a la
unificación interior y exterior, tiende a organizarse en un sistema de
convivencia pacífica que permita la reconstrucción del mundo. La forma de
régimen debe ser capaz de satisfacer las necesidades de la humanidad. Rusia, tras
una guerra desastrosa, con el bloqueo, sin ayudas, contando con sus únicas
fuerzas, ha sobrevivido dos años; los Estados capitalistas, con la ayuda de
todo el mundo, exacerbando la expoliación colonial para sostenerse, continúan
decayendo, acumulando ruinas sobre ruinas, destrucciones sobre destrucciones.
La
historia es, pues, Rusia; la vida está, pues, en Rusia; sólo en el régimen de
los Consejos encuentran adecuada solución los problemas de vida o de muerte que
incumben al mundo. La Revolución rusa ha pagado su poda a la historia, poda de
muerte, de miseria, de hambre, de sacrificio, de indomable voluntad. Hoy
culmina el duelo: el pueblo ruso se ha puesto en pie, terrible gigante en su
ascética escualidez, dominando la voluntad de pigmeos que le agreden furiosamente.
Todo ese
pueblo se ha armado para su Valmy. No puede ser vencido; ha pagado su poda.
Debe ser defendido contra el orden de los ebrios mercenarios, de los
aventureros, de los bandidos que quieren morder su corazón rojo y palpitante.
Sus aliados naturales, sus camaradas de todo el mundo, deben hacerle oír un
grito guerrero de irresistible eco que le abra las vías para el retorno a la
vida del mundo.
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A. Gramsci
NOTAS SOBRE LA REVOLUCIÓN RUSA
Primera Edición: En el "Il Grido del
Popolo" el 29 de abril de 1917.
Digitalización: Aritz, setiembre de 2000.
Edición Digital: Marxists Internet Archive, 2000.
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¿Por qué
la Revolución rusa es una revolución proletaria?
Al leer
los periódicos, al leer el conjunto de noticias que la censura ha permitido
publicar, no se entiende fácilmente. Sabemos que la revolución ha sido hecha
por proletarios (obreros y soldados), sabemos que existe un comité de delegados
obreros que controla la actuación de los organismos administrativos que ha sido
necesario mantener para los asuntos corrientes. Pero ¿basta que una revolución
haya sido hecha por proletarios para que se trate de una revolución proletaria?
La guerra la hacen también los proletarios, lo que, sin embargo, no la
convierte en un hecho proletario. Para que sea así es necesario que intervengan
otros factores, factores de carácter espiritual. Es necesario que el hecho
revolucionario demuestre ser, además de fenómeno de poder, fenómeno de
costumbres, hecho moral. Los periódicos burgueses han insistido sobre el
fenómeno de poder; nos han dicho que el poder de la autocracia ha sido
sustituido por otro poder, aún no bien definido y que ellos esperan sea el
poder burgués. E inmediatamente han establecido el paralelo: Revolución rusa,
Revolución francesa, encontrando que los hechos se parecen. Pero lo que se parece
es sólo la superficie de los hechos, así como un acto de violencia se asemeja a
otro del mismo tipo y una destrucción es semejante a otra.
No
obstante, nosotros estamos convencidos de que la Revolución rusa es, además de
un hecho, un acto proletario y que debe desembocar naturalmente en el régimen
socialista. Las noticias realmente concretas, sustanciales, son escasas para
permitir una demostración exhaustiva. Pero existen ciertos elementos que nos
permiten llegar a esa conclusión.
La
Revolución rusa ha ignorado el jacobinismo. La revolución ha tenido que
derribar a la autocracia; no ha tenido que conquistar la mayoría con la
violencia. El jacobinismo es fenómeno puramente burgués; caracteriza a la
revolución burguesa de Francia. La burguesía, cuando hizo la revolución, no
tenía un programa universal; servía intereses particulares, los de su clase, y
los servía con la mentalidad cerrada y mezquina de cuantos siguen fines
particulares. El hecho violento de las revoluciones burguesas es doblemente
violento: destruye el viejo orden, impone el nuevo orden. La burguesía impone
su fuerza y sus ideas no sólo a la casta anteriormente dominante, sino también
al pueblo al que se dispone a dominar. Es un régimen autoritario que sustituye
a otro régimen autoritario.
La
Revolución rusa ha destruido al autoritarismo y lo ha sustituido por el
sufragio universal, extendiéndolo también a las mujeres. Ha sustituido el
autoritarismo por la libertad; la Constitución por la voz libre de la
conciencia universal. ¿Por qué los revolucionarios rusos no son jacobinos, es
decir, por qué no han sustituido la dictadura de uno solo por la dictadura de
una minoria audaz y decidida a todo con tal de hacer triunfar su programa?
Porque persiguen un ideal que no puede ser el de unos pocos, porque están
seguros de que cuando interroguen al proletariado, la respuesta es indudable,
está en la conciencia de todos y se transformará en decisión irrevocable apenas
pueda expresarse en un ambiente de libertad espiritual absoluta, sin que el
sufragio se vea adulterado por la intervención de la policia, la amenaza de la
horca o el exilio. El proletariado industrial está preparado para el cambio
incluso culturalmente; el proletariado agrícola, que conoce las formas
tradicionales del comunismo comunal, está igualmente preparado para el paso a
una nueva forma de sociedad. Los revolucionarios socialistas no pueden ser
jacobinos; en Rusia tienen en la actualidad la única tarea de controlar que los
organismos burgueses (la Duma, los Zemtsvo) no hagan jacobinismo para deformar
la respuesta del sufragio universal y servirse del hecho violento para sus
intereses.
Los
periódicos burgueses no han dado ninguna importancia a este otro hecho: los
revolucionarios rusos han abierto las cárceles no sólo a los presos políticos,
sino también a los condenados por delitos comunes. En una de las cárceles, los
reclusos comunes, ante el anuncio de que eran libres, contestaron que no se
sentían con derecho a aceptar la libertad porque debían expiar sus culpas.
En
Odesa, se reunieron en el patio de la cárcel y voluntariamente juraron que se
volverían honestos y vivirían de su trabajo. Esta noticia es más importante
para los fines de la revolución que la de la expulsión del Zar y los grandes
duques. El Zar habría sido expulsado incluso por los burgueses, mientras que
para éstos los presos comunes habían sido siempre adversarios de su orden, los
pérfidos enemigos de su riqueza, de su tranquilidad. Su liberación tiene para
nosotros este significado: la revolución ha creado en Rusia una nueva forma de
ser. No sólo ha sustituido poder por poder; ha sustituido hábitos por hábitos,
ha creado una nueva atmósfera moral, ha instaurado la libertad del espíritu
además de la corporal. Los revolucionarios no han temido poner en la calle a hombres
marcados por la justicia burguesa con el sello infame de lo juzgado a priori,
catalogados por la ciencia burguesa en diversos tipos de la criminalidad y la
delincuencia.
Sólo en
una apasionada atmósfera social, cuando las costumbres y la mentalidad predominante
han cambiado, puede suceder algo semejante. La libertad hace libres a los
hombres, ensancha el horizonte moral, hace del peor malhechor bajo el régimen
autoritario un mártir del deber, un héroe de la honestidad. Dicen en un
periódico que en cierta prisión estos malhechores han rechazado la libertad y
se han constituido en sus guardianes. ¿Por qué no sucedió esto antes?
¿Por qué
las cárceles estaban rodeadas de murallas y las ventanas enrejadas? Quienes
fueron a ponerles en libertad debían ser muy distintos de los jueces, de los
tribunales y de los guardianes de las cárceles, y los malhechores debieron
escuchar palabras muy distintas a las habituales cuando en sus conciencias se
produjo tal transformación que se sintieron tan libres como para preferir la
segregación a la libertad, como para imponerse voluntariamente una expiación.
Debieron sentir que el mundo había cambiado, que también ellos, la escoria de
la sociedad, se había transformado en algo, que también ellos, los segregados,
tenían voluntad de opción.
Este es
el fenómeno más grandioso que la iniciativa del hombre haya producido. El
delincuente se ha transformado, en la revolución rusa, en el hombre que
Emmanuel Kant, el teórico de la moral absoluta, había anunciado, el hombre que
dice: la inmensidad del cielo fuera de mí, el imperativo de mi conciencia
dentro de mí. Es la liberación de los espíritus, es la instauración de una
nueva conciencia moral lo que nos es revelado por estas pequeñas noticias. Es
el advenimiento de un orden nuevo, que coincide con cuanto nuestros maestros
nos habían enseñado. Una vez más la luz viene del Oriente e irradia al viejo
mundo Occidental, el cual, asombrado, no sabe más que oponerle las banales y
tontas bromas de sus plumíferos.
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A. Gramsci
LA INTERNACIONAL COMUNISTA
Primera
Edición: En L'Ordine Nuovo, 24 de mayo de 1919
Digitalización:Aritz
Esta Edición: Marxists Internet Archive, año
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La
Internacional Comunista ha nacido de y con la revolución proletaria y con ella
se desarrolla. Ya tres grandes Estados proletarios, las Repúblicas soviéticas
de Rusia, Ucrania y Hungría, constituyen su base real histórica.
En una
carta a Sorge del 12 de septiembre de 1874, Federico Engels escribía a
propósito de la I Intrenacional en vías de disolución: "La Internacional
ha dominado diez años de historia europea y puede contemplar su obra con
orgullo. Pero ha sobrevivido en su forma anticuada. Creo que la próxima
Intrenacional será, una vez que los trabajo de Marx hayan hecho su labor
durante unos cuantos años, directamente comunista e instaurará nuestros
principios".
La II
Internacional no justificó la fe de Engels. Sin embargo, después de la guerra y
tras la experiencia positiva de Rusia, han sido trazados netamente los
contornos de la Internacional revolucionaria, de la Internacional de las
realizaciones comunistas.
La
Internacional tiene por base la aceptación de estas tesis fundamentales,
elaboradas de acuerdo con el programa de la Liga Espartaco de Alemania y del
Partido Comunista (bolchevique) de Rusia:
1) La
época actual es la época de la descomposición y el fracaso de todo el sistema
mundial capitalista, lo que significará el fracaso de la civilización europea
si el capitalismo no es suprimido con todos sus antagonismos irremediables.
2) La
tarea del proletariado en la hora actual consiste en la conquista del poder del
Estado. Esta conquista significa: supresión del aparato gubernativo de la
burguesía y organización de un aparato gubernativo proletario.
3) Este
nuevo gobierno es la dictadura del proletariado industrial y de los campesinos
pobres, que debe ser el instrumento de la supresión sistemática de las clases
explotadoras y de su expropiación. El tipo de Estado proletario no es la falsa
democracia burguesa, forma hipócrita de la dominación oligárquica financiera,
sino la democracia proletaria, que realizará la libertad de las masas
trabajadoras; no el parlamentarismo, sino el autogobierno de las masas a través
de sus propios órganos electivos; no la burocracia de carrera, sino órganos
administrativos creados por las propias masas, con participación real de las
masas en la administración del país y en la tarea socialista de construcción.
La forma concreta del Estado proletario es el poder de los Consejos y de las
organizaciones similares.
4) La
dictadura del proletariado es la orden de expropiación inmediata del capital y
de la supresión del derecho de la propiedad privada sobre los medios de
producción, que deben ser transformados en propiedad de toda la nación. La
socialización de la gran industria y de sus centros organizadores, la banca; la
confiscación de la tierra de los propietarios latifundistas y la socialización
de la producción agrícola capitalista (entendiendo por socialización la
supresión de la propiedad privada, el paso de la propiedad al Estado proletario
y el establecimiento de la administración socialista a cargo de la clase
obrera); el monopolio del gran comercio; la socialización de los grandes
palacios en las ciudades y de los castillos en el campo; la introducción de la
administración obrera y la concentración de las funciones económicas en manos
de los órganos de la dictadura proletaria; he ahí la tarea del gobierno
proletario.
5) A fin
de asegurar la defensa de la revolución socialista contra los enemigos del
interior y el exterior, y para socorrer a otras fracciones nacionales del
proletariado en lucha, es necesario desarmar totalmente a la burguesía y a sus
agentes y armar a todo el proletariado sin excepción.
6) La
actual situación mundial exige el máximo contacto entre las diferentes
fracciones del proletariado revolucionario, exige incluso el bloque total de
los países en que la revolución socialista es ya victoriosa.
7) El
método principal de lucha es la acción de las masas del proletariado hasta el
conflicto abierto contra los poderes del Estado capitalista.
La
totalidad del movimiento proletario y socialista mundial se orienta decididamente
hacia la Internacional Comunista. Los obreros y los campesinos perciben, aunque
sea confusa y vagamente, que las repúblicas soviéticas de Rusia, Ucrania y
Hungría son las células de una nueva sociedad que cristaliza todas las
aspiraciones y esperanzas de los oprimidos del mundo. La idea de la defensa de
las revoluciones proletarias contra los asaltos del capitalismo mundial debe
servir para estimular los fermentos revolucionarios de las masas: en este
terreno es necesario concertar una acción enérgica y simultánea de los partidos
socialistas de Inglaterra, Francia e Italia que imponga el cese de cualquier
ofensiva contra la República de los Soviets. La victoria del capitalismo
occidental sobre el proletariado ruso significaría arrojar a Europa durante dos
decenios en brazos de la más feroz y despiadada reacción. Para impedirlo, para
lograr reforzar la Internacional Comunista, la única que puede dar al mundo la
paz en el trabajo y la justicia, ningún sacrificio debe parecernos demasiado
grande.
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A. Gramsci
LA REVOLUCIÓN CONTRA EL CAPITAL
Escrito: 1917
Primera Edición: Aparecido en Avanti, edición
milanesa, el 24 de noviembre de 1917. Reproducido en el Il Grido del Popolo
el 5 de enero de 1918
Digitalización: Aritz
Esta Edición: Marxists Internet Archive, año 2001
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La
revolución de los bolcheviques se ha insertado defenitivamente en la revolución
general del pueblo ruso. Los maximalistas, que hasta hace dos meses fueron el
fermento necesario para que los acontecimientos no se detuvieran, para que la
marcha hacia el futuro no concluyera, dando lugar a una forma definitiva de
aposentamiento -que habría sido un aposentamiento burgués- se han adueñado del
poder, han establecido su dictadura y están elaborando las formas socialistas
en las que la revolución tendrá finalmente que hacer un alto para continuar
desarrollándose armónicamente, sin exceso de grandes choques, a partir de las
grandes conquistas ya realizadas.
La
revolución de los bolcheviques se compone más de ideologías que de hechos. (Por
eso, en el fondo, nos importa poco saber más de cuanto ya sabemos). Es la
revolución contra El Capital de Carlos Marx. El Capital de
Marx era, en Rusia, el libro de los burgueses más que el de los proletarios.
Era la demostración crítica de la necesidad ineluctable de que en Rusia se
formase una burguesía, se iniciase una era capitalista, se instaurase una
civilización de tipo occidental, antes de que el proletariado pudiera siquiera
pensar en su insurrección, en sus reivindicaciones de clase, en su revolución.
Los hechos han superado las ideologías. Los hechos han reventado los esquemas
críticos según los cuales la historia de Rusia hubiera debido desarrollarse
según los cánones del materialismo histórico. Los bolcheviques reniegan de
Carlos Marx al afirmar, con el testimonio de la acción desarrollada, de las
conquistas obtenidas, que los cánones del materialismo histórico no son tan férreos
como se pudiera pensar y se ha pensado.
No
obstante hay una ineluctabilidad incluso en estos acontecimientos y si los
bolcheviques reniegan de algunas afirmaciones de El Capital, no
reniegan el pensamiento inmanente, vivificador. No son marxistas, eso
es todo; no han compilado en las obras del Maestro una doctrina exterior de
afirmaciones dogmáticas e indiscutibles. Viven el pensamiento marxista, lo que
no muere nunca, la continuación del pensamiento idealista italiano y alemán,
contaminado en Marx de incrustaciones positivistas y naturalistas. Y este
pensamiento sitúa siempre como máximo factor de historia no los hecho
económicos, en bruto, sino el hombre, la sociedad de los hombres, de los
hombres que se acercan unos a otros, que se entienden entre sí, que desarrollan
a través de estos contactos (civilidad) una voluntad social, colectiva, y
comprenden los hechos económicos, los juzgan y los condicionan a su voluntad,
hasta que esta deviene el motor de la economía, plasmadora de la realidad
objetiva, que vive, se mueve y adquiere carácter de material telúrico en
ebullición, canalizable allí donde a la voluntad place, como a ella place.
Marx ha
previsto lo previsible. No podía prever la guerra europea, o mejor dicho, no
podía prever la duración y los efectos que esta guerra ha tenido. No podía
prever que esta guerra, en tres años de sufrimientos y miseria indecibles
suscitara en Rusia la voluntad colectiva popular que ha suscitado. Semejante
voluntad necesita normalmente para formarse un largo proceso de infiltraciones
capilares; una extensa serie de experiencias de clase. Los hombres son
perezosos, necesitan organizarse, primero exteriormente, en corporaciones, en
ligas; después, íntimamente, en el pensamiento, en la voluntad... de una
incesante continuidad y multiplicidad de estímulos exteriores. He aquí porqué normalmente,
los cánones de crítica histórica edl marxismo captan la realidad, la aprehenden
y la hacen evidente, intelegible. Normalmente las dos clases del mundo
capitalista crean la historia a través de la lucha de clases cada vez más
intensa. El proletariado siente su miseria actual, se halla en continuo estado
de desazón y presiona sobre la burguesía para mejorar sus condiciones de
existencia. Lucha, obliga a la burguesía a mejorar la técnica de la producción,
a hacer más útil la producción para que sea posible satisfacer sus necesidades
más urgentes. Se trata de una apresurada carrera hacia lo mejor, que acelera el
ritmo de la producción, que incrementa continuamente la suma de bienes que servirán
a la colectividad. Y en esta carrera caen muchos y hace más apremiante el deseo
de los que quedan. La masa se halla siempre en ebullición, y de caos-pueblo se
convierte cada vez más en orden en el pensamiento, se hace cada vez más
consciente de su propia potencia, de su propia capacidad para asumir la
responsabilidad social, para devenir árbitro de su propio destino.
Todo
esto, normalmente. Cuando los hechos se repiten con un cierto ritmo. Cuando la
historia se desarrolla a través de momentos cada vez más complejos y ricos de
significado y de valor pero, en definitiva, similares. Mas en Rusia la guerra
ha servido para sacudir las voluntades. Estas, con los sufrimientos acumulados
en tres años, se han puesto al unísono con gran rapidez. La carestía era inminente,
el hambre, la muerte por hambre, podía golpear a todos, aniquilar de un golpe a
decenas de millones de hombres. Las voluntades se han puesto al unísono, al
principio mecánicamente; activa, espiritualmente tras la primera revolución[1].
Las
prédicas socialistas han puesto al pueblo ruso en contacto con las experiencias
de los otros proletarios. La prédica socialista hace vivir en un instante,
dramáticamente, la historia del proletariado, su lucha contra el capitalismo,
la prolongada serie de esfuerzos que tuvo que hacer para emanciparse idealmente
de los vínculos de servilismo que le hacían abyecto, para devenir conciencia
nueva, testimonio actual de un mundo futuro. La prédica socialista ha creado la
voluntad social del pueblo ruso. ¿Por qué debía esperar ese pueblo que la
historia de Inglaterra se renueve en Rusia, que en Rusia se forme una
burguesía, que se suscite la lucha de clases para que nazca la conciencia de
clase y sobrevenga finalmente la catástrofe del mundo capitalista? El pueblo
ruso ha recorrido estas magníficas experiencias con el pensamiento, aunque se
trate del pensamiento de una minoría. Ha superado estas experiencias. Se sirve
de ellas para afirmarse, como se servirá de las experiencias capitalistas
occidentales para colocarse, en breve tiempo, al nivel de producción del mundo
occidental. América del Norte está, en el sentido capitalista, más adelantada
que Inglaterra, porque en América del Norte los anglosajones han comenzado de
golpe a partir del estadio a que Inglaterra había llegado tras una larga
evolución. El proletariado ruso, educado en sentido socialista, empezará su
historia desde el estadio máximo de producción a que ha llegado la Inglaterra
de hoy, porque teniendo que empezar, lo hará a partir de la perfección
alcanzada ya por otros y de esa perfección recibiráa el impulso para alcanzar
la madurez económica que según Marx es condición del colectivismo. Los
revolucionarios crearán ellos mismos las condiciones necesarias para la
realización completa y plena de su ideal. Las crearán en menos tiempo
del que habría empleado el capitalismo.
Las
críticas que los socialistas han hecho y harán al sistema burgués, para
evidenciar las imperfecciones, el dispendio de riquezas, servirán a los
revolucionarios para hacerlo mejor, para evitar esos dispendios, para no caer
en aquellas deficiencias. Será, en principio, el colectivismo de la miseria,
del sufrimiento. Pero las mismas condiciones de miseria y sufrimiento serían
heredadas por un régimen burgués.
El
capitalismo no podría hacer jamás súbitamente más de lo que podrá
hacer el colectivismo. Hoy haría mucho menos, porque tendría súbitamente
en contra a un proletariado descontento, frenético, incapaz de soportar durante
más años los dolores y las amarguras que le malestar económico acarrea. Incluso
desde un punto de vista absoluto, humano, el socialismo inmediato tiene en
Rusia su justificación. Los sufrimientos que vendrán tras la paz sólo serán
soportables si los proletarios sienten que de su voluntad y tenacidad en el
trabajo depende suprimirlos en el más breve plazo posible.
Se tiene
la impresión de que los maximalistas hayan sido en este momento la expresión
espotánea, biológicamente necesaria, para que la humanidad rusa no
caiga en el abismo, para que, absorbiéndose en el trabajo gigantesco, autónomo,
de su propia regeneración, pueda sentir menos los estímulos del lobo hambriento
y Rusia no se transforme en una enorme carnicería de fieras que se
entredevoran.
1. Se refiere a la revolución democrático-burguesa de febrero
(marzo) de 1917.
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A. Gramsci
EL PARTIDO Y LA MASA
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Primera
Edición: En "L'Ordine Nuovo" el 25 de noviembre de 1921.
Digitalización: Aritz, setiembre de 2000.
Edición
Digital: Marxists Internet Archive, 2000.
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La
crisis constitucional en que se debate el Partido Socialista Italiano interesa
a los comunistas en cuanto es reflejo de la más profunda crisis constitucional
en que se debaten las grandes masas del pueblo italiano. Desde este punto de
vista, la crisis del Partido Socialista no puede ni debe considerarse
aisladamente: forma parte de un cuadro más amplio, que abarca también al
Partido Popular y al fascismo.
Políticamente,
las grandes masas no existen sino encuadradas en los partidos políticos. Los
cambios de opinión que se producen en las masas por el empuje de las fuerzas
económicas determinantes son interpretadas por los partidos, que se escinden
primero en tendenecias, para poder escindirse en una multiplicidad de nuevos
partidos orgánicos; a través de este proceso de desarticulación, de
neoasociación, de fusión entre los homogéneos se revela un más profundo e
íntimo proceso de descomposición de la sociedad democrática por el definitivo
ordenamiento de las clases en lucha para la conservación o la conquista del
poder del Estado y del poder sobre el aparato de producción.
En el
período desde el armisticio a la ocupación de las fábricas, el Partido
Socialista ha representado la mayoría del pueblo trabajador italiano, la
pequeña burguesía y los campesinos pobres. De estas tres clases, solamente el
proletariado era esencial y permanentemente revolucionario; las otras dos
clases eran "ocasionalmente" revolucionaras, eran "socialistas
de guerra", aceptaban la idea de la revolución en general por los
sentimientos de rebelión, por los sentimientos antigubernamentales germinados
durante la guerra. Puesto que el Partido Socialista estaba constituido en su
mayoría por elementos pequeño-burgueses y campesinos, habría podido hacer la
revolución solamente en los primeros tiempos después del armisticio, cuando los
sentimientos de revuelta antigubernativa eran aún vivaces y activos; por otra
parte, al estar el Partido Socialista constituido en su mayoría por pequeños
burgueses y campesinos (cuya mentalidad no es muy distinta de aquella de la
pequeña burguesía urbana), tenía que ser oscilante, vacilante, sin un programa
neto y preciso, sin dirección y, especialmente, sin una conciencia
internacionalista. La ocupación de las fábricas, esencialmente proletaria,
halló impreparado al Partido Socialista, que era sólo parcialmente proletario,
que estaba ya, por los primeros golpes del fascismo, en crisis de conciencia en
sus otras partes constitutivas. El fin de la ocupación de las fábricas
descompuso completamente al Partido Socialista; las creencias revolucionarias
infantiles y sentimentales cedieron completamente; los dolores de la guerra se
habían mitigado en parte (¡no se hace una revolución por los recuerdos del
pasado!); el gobierno burgués aparece aún fuerte en la persona de Giolitti y en
la actividad fascista; los jefes reformistas afirmaron que pensar en la
revolución comunista en general era de locos; Serrati afirmó que era locura
pensar en la revolución comunista en Italia en aquel período. Solamente la
minoría del Partido, formada por la parte más avanzada y culta del proletariado
industrial, no cambió su punto de vista comunista e internacionalista, no se
desmoralizó por los acontecimientos diarios, no se dejó ilusionar por la
apariencia de solidez y energía del Estado burgués. De esta manera nació el
Partido Comunista, primera organización autónoma e independiente del
proletariado industrial, de la única clase popular esencial y permanentemente
revolucionaria.
El
Partido Comunista no se hizo súbitamente partido de las más amplias masas. Esto
prueba una sola cosa: las condiciones de gran desmoralización y de gran
abatimiento en que habían caido las masas a continuación del fallo político de
la ocupación de las fábricas. La fe se había extinguido en gran número de
dirigentes; lo que primeramente se había exaltado, ahora era escarnecido; los
sentimientos más íntimos y delicados de la conciencia proletaria era torpemente
pateada, pisoteada por esta burocracia subalterna dirigente, vuelta escéptica,
corrompida en el arrepentimiento y en el remordimiento de su pasado de
demagogia maximalista. La masa popular que inmediatamente después del
armisticio se había agrupado en torno al Partido Socialista se desmembró, se
licuó, se dispersó. La pequeña burguesía, que había simpatizado con el
socialismo, simpatizó con el fascismo; los campesinos, sin apoyo ya en el Partido
Socialista, dirigieron más bien su simpatía al Partido Popular. Pero esta
confusión de los antiguos efectivos del Partido Socialista con los fascistas,
de una parte y con los populares, de otra, no dejó de tener consecuencias.
El
Partido Popular se acercó al Partido Socialista: en las elecciones
parlamentarias, las listas abiertas populares, en todas las circunscripciones,
aceptaron por centenares y miles los hombres de los candidatos socialistas; en
las elecciones municipales realizadas en algunas comunas rurales, desde las
elecciones políticas hasta hoy, a menudo los socialistas no presentaron lista
de la minoría y aconsejaron a sus adheridos votar por la lista popular; en
Bérgamo, el fenómeno tuvo una manifestación clamorosa: los extremistas
populares se separaron de la organización blanca y se fundieron con los
socialistas, fundando una Cámara de trabajo y un semanario dirigido y escrito
por socialistas y populares conjuntamente. Objetivamente, este proceso de
reagrupamiento popular-socialista representa un progreso. La clase campesina se
unifica, adquiere la conciencia y la noción de la solidaridad amplia, rompiendo
la envoltura religiosa en el campo popular, rompiendo la envoltura de la
cultura anticlerical pequeño-burguesa en el campo socialista. Por esta
tendencia de sus efectivos rurales, el Partido Socialista se separa cada vez
más del proletariado industrial y, por consiguiente, parece que viene a
romperse el fuerte vínculo unitario que el Partido Socialista parecía que había
creado entre la ciudad y el campo; sin embargo, puesto que este vínculo no
existía en realidad, la nueva situación no da lugar a ningún daño efectivo. En
cambio, se hace evidente una ventaja real: el Partido Popular sufre una fuerte
oscilación a la izquierda y se hace cada vez más laico; esto terminará con la
separación de su derecha, constituida por grandes y medios propietarios
agrarios, es decir, que entrará decididamente en el campo de la lucha de
clases, con un formidable debilitamiento del gobierno burgués.
El mismo
fenómeno se perfila en el campo socialista. La pequeña burguesía urbana,
reforzada políticamente por todos los tránsfugas del Partido Socialista, había
tratado después del armisticio de aprovechar la capacidad de organización y de
acción militar adquirida durante la guerra. La guerra italiana ha estado
dirigida, en ausencia de un Estado Mayor eficiente, por la oficialidad
subalterna, es decir, por la pequeña burguesía. Las desilusiones padecidas en
la guerra habían despertado fuertes sentimientos de rebelión antigubernativa en
esta clase, la que, perdida después del armisticio la unidad militar de sus
cuadros, se desparramó en los diversos partidos de masa, llevando consigo los
fermentos de rebelión, pero también inseguridad, vacilación y demagogia. Caída
la fuerza del Partido Socialista después de las ocupaciones de las fábricas,
con rapidez fulminante esta clase, con el empuje del mismo Estado Mayor que la
había explotado en al guerra, reconstruyó sus cuadros militarmente, se organizó
nacionalmente. Maduración rapidísima, crisis constitucional rapidísima. La
pequeña burguesía urbana juguete en manos del Estado Mayor y de las fuerzas más
retrógradas del gobierno, se alió a los agrarios y rompió, por cuenta de los
agrarios, la organización de los campesinos. El pacto de Roma entre fascistas y
socialistas marca el punto de inflexión de esta política ciega y políticamente
desastrosa para la pequeña burguesía urbana, que comprendió que vendía su
"primogenitura" por un plato de lentejas. Si el fascismo continuaba
con las expediciones punitivas tipo Treviso, Sarzana, Roccastrada, la población
se habría sublevado en masa y, en la hipótesis de una derrota popular,
ciertamente los pequeños burgueses no habrían tomado el poder, sino el Estado
Mayor y los latifundistas. El fascismo se acerca nuevamente al socialismo, la
pequeña burguesía trata de romper los lazos con la gran propiedad agraria,
trata de tener un programa político que termine pareciéndose mucho al de Turati
y D'Aragona.
Esta es
la situación actual de la masa popular italiana: una gran confusión, sucediendo
a la unidad artificial creada por la guerra y personificada en el Partido
Socialista, una gran confusión que encuentra los puntos de polarización de los
campesinos; en el fascismo, organización de la pequeña burguesía. El Partido
Socialista, que desde el armisticio hasta la ocupación de las fábricas ha
representado la confusión demagógica de estas tres clases del pueblo
trabajador, es hoy el máximo exponente y al víctima más conspicua del proceso
de desarticulación (por un nuevo, definitivo equilibrio) que las masas
populares italianas sufren como consecuencia de la descomposición de la
democracia.
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A. Gramsci
UN PARTIDO DE MASAS
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Primera
Edición: En "L'Ordine Nuovo" el 5 de octubre de 1921.
Digitalización: Aritz, setiembre de 2000.
Edición
Digital: Marxists Internet Archive, 2000.
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El
Partido Socialista se presenta en el Congreso de Milan con 80.000 inscritos.
Puede ser útil un pequeño razonamiento sobre las cifras, más que cualquier
razonamiento teórico, para tener una exacta comprensión de la naturaleza y de
las actuales funciones del Partido Socialista Italiano.
Desde el
Congreso de Liorna, el Partido Socialista se halla integrado por 98.000
comunistas unitarios y 14.000 reformistas, es decir, 112.000 inscritos. Después
de Liorna han entrado en el Partido por lo menos 15.000 nuevos miembros; si hoy
los inscritos son 80.000 quiere decir que de los 112.000 votantes en Liorna,
47.000 se han marchado; los 65.000 restantes con los 15.000 nuevos constituyen
los actuales efectivos de 80.000.
En el
Congreso de Liorna los comunistas unitarios eran 98.000; la actual fracción
maximalista unitaria continuadora de aquella comunista unitaria, tendrá en el
Consejo de Milán de 45 a 50.000 votos; está claro que los 47.000 salidos del
Partido Socialista después de Liorna son en casi su totalidad comunistas
unitarios.
La
calidad de los actuales 80.000 inscritos puede comprenderse a través de este
pequeño razonamiento. El Partido Socialista administra actualmente cerca de
2.000 comunas y 10.000 entre ligas, Cámaras de trabajo, cooperativas y
mutualidades. Si se tienen en cuenta las minorías comunales y de los Consejos
provinciales, es lícito calcular a una media de 16 consejeros por 2.000 comunas
administradas en mayoría; esto es, resulta que un partido de 80.000 inscritos
cuenta con 32.000 consejeros comunales. Para las 10.000 organizaciones
económicas no es exagerado calcular (también teniendo en cuenta los cargos
múltiples) tres funcionarios inscritos por cada una; tenemos así un partido de
80.000 inscritos, que sobre los 32.000 consejeros, tendrá bien 32.000
funcionarios de ligas, cooperativas y mutualidades. Así pues, de 80.000 inscritos,
62.000 son miembros estrechamente ligados a una posición económica o política,
quedando solamente 18.000 miembros desinteresados.
Esta
composición explica suficientemente cómo ocurre que el Partido Socialista,
aunque no representa ya las aspiraciones y los sentimientos de las masas
trabajadoras, continúa aparentemente siendo un partido de masas. La historia
está llena de fenómenos similares.
El reino
de los Borbones en Nápoles era "negación de Dios" hasta 1848; no
obstante, subsistió hasta 1860 porque tenía un cuerpo de funcionarios que
estaba entre los mejores de Italia; de 1848 a 1860, el Estado borbónico fue una
pura y simple organización de funcionarios, sin consenso en ninguna clase de la
población, sin vida interior, sin un fin histórico que justificase su
existencia.
El
imperio del zar había demostrado en 1905 estar muerto y putrefacto
históricamente; tenía contra sí al proletariado industrial, los campesinos, la
pequeña burguesía intelectual, los comerciantes, la enorme mayoría de la
población. De 1905 a 1917, el imperio del zar vivió solamente porque tenía una
burocracia formidable, vivió solamente como organización de funcionarios
estatales, sin contenido ético, sin una misión de progreso civil que le
justificara la existencia.
El
Estado de Austria-Hungría es el tercer ejemplo, y quizás el más educativo, que
ofrece la historia. Estaba dividido en razas enemigas entre sí, como hoy son
enemigas entre sí las diversas tendencias del Partido Socialista, pero
continuaba viviendo, cementado unitariamente por una sola categoría de
ciudadanos, la casta de los funcionarios.
En la
política internacional, el Estado de los Borbones, el imperio del zar, el
imperio de los Habsburgo representaban todavía toda la población y pretendían
expresar su voluntad y sentimientos. También hoy el Partido Socialista,
organización de 62.000 funcionarios en la clase trabajadora, pretende expresar
su voluntad y sus sentimientos.
Esta
composición del Partido Socialista justifica nuestro escepticismo sobre el
resultado del Congreso de Milán. Solamente entre 18.000 miembros desinteresados
es posible que haya influido una discusión política; los otros 62.000 razonan
sólo desde el punto de vista de su empleo y de su cargo. Una escisión a la
derecha pondrá en peligro la mayoría de los Consejos municipales, una escisión
entre funcionarios sindicales, de cooperativas o de mutualidades pondría en
peligro la situación de cada uno; los 62.000 son, por tanto, unitarios hasta el
fondo, hasta la extrema vergüenza. Por tanto, creíamos destinado al fracaso el
intento de Maffi, Lazzari, Riboldi para una aproximación a la Internacional
Comunista; los tres pueden influir solamente en 18.000 de los 82.000 inscritos
en el Partido Socialista; en la mejor de las hipótesis podrían arrancar de este
partido 10.000 miembros, ya la nueva escisión no tendría ninguna importancia
política.
La
verdad es que el Partido Socialista está ya muerto y putrefacto; un partido
obrero que de 80.000 miembros tiene 62.000 funcionarios es solamente una
excrecencia morbosa de la colectividad nacional. El fenómeno es, sin embargo,
rico en enseñanzas para los militantes comunistas; si es cierto que el Partido
Socialista, aunque muerto como conciencia política del proletariado, sigue
viviendo como aparato organizativo de las grandes masas, ello indica la
importancia considerable que en la civilización moderna tienen los
"funcionarios". Para el Partido Comunista, el problema de convertirse
en el partido de las grandes masas y, por consiguiente, partido del gobierno
revolucionario, no consiste solamente en resolver la cuestión de interpretar
fielmente las aspiraciones populares, significa también resolver la cuestión de
sustituir los funcionarios contrarrevolucionarios con funcionarios comunistas;
significa, por consiguiente, crear un cuerpo de funcionarios comunistas, que,
sin embargo, a diferencia de los socialistas, estén estrechamente disciplinados
y subordinados al Congreso y al Comité Central del Partido. De esta verdad,
poco simpática aparentemente, deben convencerse especialmente nuestros jóvenes;
la realidad es como es, algo rebelde, y debe dominarse con los medios
adecuados, aunque parezcamos poco revolucionarios y poco simpáticos.