El imponente Cerro de los Siete Colores en Purmamarca, Jujuy (Argentina)

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domingo, 3 de enero de 2016

MALVINAS: 183 AÑOS DE USURPACION COLONIAL E ILEGAL

Por Sergio Daniel Aronas – 03 de enero de 2016

Hoy, 03 de enero de 2016, se cumplen 183 años de la usurpación violenta e ilegal de las Islas Malvinas por el imperio británico en un acto colonial y de piratería que entre todas las causas que motivaron la conquista, el saqueo y la expulsión de la población nativa, habría que indagar si la falta de pagos de la estafa del empréstito de la Baring Brothers cuyos servicios el gobierno argentino no estaba en condiciones de atender, motivó la sangrienta invasión a nuestro territorio. Los deseos británicos de tener un lugar de un punto estratégico en la recién colonizada Australia quedo definido en la carta que el Foreign Office enviara el 8 de agosto de 1829 al encargado de Relaciones Exteriores en Buenos Aires, Woodbine Parish: "El gobierno inglés se da cuenta de la importancia creciente de estas islas; los cambios políticos en Sudamérica y la naturaleza de nuestras relaciones con los diversos estados de que se compone, unido a nuestro extenso comercio en el Pacífico, hacen altamente deseable la posesión de algún punto seguro donde los buques puedan abastecerse y si es posible, ser carenados. Frente a la posibilidad de estar empeñados en guerra con el Hemisferio Occidental, tal estación sería indispensable si es que quisiéramos proseguir dicha lucha con probabilidades de éxito". La desfachatez de la política exterior británica fue considerar a las Malvinas como una colonia que había sido dejada por un tiempo pero nunca abandonada. La población importada fue transplantada en las islas y es llamativo que todo estos años jamás superaran los 4.000 habitantes, lo cual es una clara demostración de que el planteo de la llamada autodeterminación es inaceptable, improcedente y inconsistente.

La Argentina no se quedó ni quieta ni callada ante la agresión colonial británica y desde el primer momento puso el grito de protesta ante los organismos correspondientes de la época para reclamar la retirada inmediata de los invasores- Tomás Guido, quien fuera el Secretario privado del Libertador Gral. San Martín y su mejor amigo y confidente, elevó una extensa carta explicando cuales eran los pasos que debería seguir el gobierno argentino ante gravísima afrenta por la violación de nuestros derechos soberanos por la fuerza. En un de sus párrafos más importantes, Guido dice que:
“Necesario es sentar por principio que desde que hemos sostenido ante el gobierno de Estados Unidos nuestros derechos de soberanía sobre las Islas Malvinas no podemos declinar sin desdoro nuestra pretensión, sea cual fuere la nación que quisiese disputarnos aquel dominio; en este sentido debemos negar a la Inglaterra el derecho de ocupar las islas, y calificar el acto de la posesión última como por la guarnición de la Clío, como una usurpación apoyada meramente en la fuerza. La fórmula usual en semejantes casos es una protesta solemne por el órgano de nuestro ministro en la Corte de Londres.”
En este párrafo expone la piedra angular de la política exterior sobre las islas Malvinas ante el hecho consumado de la invasión inglesa: negarles el derecho de ocupar las islas y calificarla como una usurpación y con esos fundamentos presentar senda carta de protesta en la corte de Londres.
En el sitio web de los historiados revisionistas enumeran los puntos con que Manuel Moreno (hermano de Mariano, Secretario de Guerra, fallecido en alta mar en 1811) refuta los endebles argumentos de Lord Palrmerston acerca de los antecedentes argentinos sobre las islas en disputa y que, sin embarg0 nada a hecho cambiar a su graciosa Majestad británica.
“Manuel Moreno replicó a Palmerston, en nota del 29 de diciembre de 1834, aportando nuevos argumentos y antecedentes en apoyo de la posición argentina. (19)  esta segunda nota contiene sin duda un alegato muy orgánico y refleja con mayor acierto los derechos que Moreno defendía.  Pero tanto ésta como las ulteriores reclamaciones fueron contestadas siempre con una categórica negativa, por parte de Inglaterra, a discutir lealmente los títulos respectivos.  El problema se mantuvo en la misma situación, sin que nada hiciera variar la posición argentina.  Esta se funda, históricamente, en las siguientes razones:
1º) La soberanía española de las islas, derivada de la concesión pontificia y de la ocupación de territorios en el Atlántico Meridional.  Inglaterra reconoció esa soberanía al comprometerse a no navegar ni comerciar en los mares del Sud (tratados de 1670, 1713 y subsiguientes)
2º) La posesión efectiva de Puerto Soledad desde 1764 –como sucesora de Francia- hasta 1811, la cual, a partir de 1774, fue una ocupación exclusiva de todo el archipiélago, acreditada mediante múltiples actos de soberanía y confirmada por la aceptación de todas las naciones.
3º) El compromiso británico de evacuar Port Egmont –como lo hizo en 1774- y el nuevo acuerdo con España de no establecerse en las costas orientales u occidentales de la América Meridional, ni en las islas adyacentes (octubre de 1790).
4º) La incorporación de las islas Malvinas al gobierno y por lo tanto al territorio de la provincia de Buenos Aires, resuelta por España en 1766 y mantenida luego sin alteración alguna.
5º) La continuidad jurídica de la República Argentina con respecto a todos los derechos y obligaciones heredados de España.
6º) La ocupación pacífica y exclusiva del archipiélago por la Argentina –o la provincia de Buenos Aires- desde 1820 hasta el 2 de enero de 1833, en que sus autoridades fueron desalojadas por la fuerza.
 7º) El traspaso hecho por España a la República Argentina, mediante el tratado de 21 de diciembre de 1863, “de todas las provincias mencionadas en su Constitución federal vigente, y de los demás territorios que legítimamente le pertenecen o en adelante”
Estos han sido los puntos fundamentales a lo largo de los años que la Argentina, en calidad de política de estado, ha venido sosteniendo y encarando en la lucha por la sobernñia sobre estas islas-
Los británicos solo argumentaron supuestamente como válido, pero nunca fue probado de un documento que cede a Inglaterra el derecho a la ocupación.

Publicamos en su totalidad la profunda y sabia carta del General Tomás Guido:
Carta de Tomás Guido al general Enrique Martínez indicándole cuál debe ser, a su juicio, la actitud del país con Inglaterra
Señor doctor Enrique Martínez
Buenos Aires, enero 21 de 1833
Mi apreciado amigo:
Después de los detalles que he dado a usted anoche para fundar mis opiniones sobre la cuestión de las Islas Malvinas, es excusado repetirle hasta qué punto participo del pesar de ver humillada a nuestra Patria por la preponderancia de un poder con que no podemos combatir con suceso; pero las pasiones individuales, y un entusiasmo irreflexivo jamás deben reglar la conducta de un hombre de Estado. Qué es lo que debe hacerse de acuerdo con el decoro nacional y con los medios que poseemos es lo único que ha de resolverse por una razón tranquila y desembarazada, para no dejarse arrastrar ni por los ímpetus del propio amor ofendido, ni correr el riesgo de estrellarse en escollos insuperables. Juzgando de este modo señalaré a usted francamente el rumbo que, me parece, debe seguirse para hacer sentir a la Inglaterra nuestros agravios y nuestros derechos, después de la violenta ocupación de las islas por las fuerzas de Su Majestad Británica.
Necesario es sentar por principio que desde que hemos sostenido ante el gobierno de Estados Unidos nuestros derechos de soberanía sobre las Islas Malvinas no podemos declinar sin desdoro nuestra pretensión, sea cual fuere la nación que quisiese disputarnos aquel dominio; en este sentido debemos negar a la Inglaterra el derecho de ocupar las islas, y calificar el acto de la posesión última como por la guarnición de la Clío, como una usurpación apoyada meramente en la fuerza. La fórmula usual en semejantes casos es una protesta solemne por el órgano de nuestro ministro en la Corte de Londres.
La soberanía que constantemente ha reclamado la España sobre las Malvinas, el reconocimiento que la Francia hizo de este derecho cuando adhirió a que la Compañía de San Malón desalojase aquel territorio, y vendiese al monarca español su establecimiento, la real orden de 4 de abril de 1774, de la que se deduce claramente que la Inglaterra abandonaba sus pretendidos derechos sobre las islas, la última convención del año 90 entre reyes de España a Inglaterra para la cual a nación alguna era permitido pescar a menor distancia que la de diez leguas de la costa, sin permiso previo del gobierno español, pueden servir de base de la protesta con todas las consecuencias e incidentes que derivan de esos  hechos anteriores; porque nuestro derecho es una emanación natural de los de la metrópoli retrovertidos a la república argentina en virtud de la emancipación política.
La posesión, la existencia de nuestro pabellón, la de nuestras tropas y de nuestros colonos en dichas islas es otro de los argumentos inexcusables en apoyo de la queja por el ultraje que se ha causado a la nación.
Pero, ¿la protesta es suficiente por sí sola para producir la restitución?.... De ningún modo. Tenemos que suponer que la Inglaterra ha sido impulsada a este paso por vastas miras de un inmenso interés; y éstas son cabalmente las que a la república le conviene balancear y cruzar. Para lograrlo, debemos reflexionar primero cuáles son los objetos que el rey de la Gran Bretaña haya tenido en vista para la ocupación de las islas, y cuáles las naciones que puedan ser perjudicadas en la ejecución de aquel plan. Si no me equivoco, dos son los motivos primordiales de aquella conducta; el primero: apoderarse de un punto de observación importante sobre el segundo canal para el comercio del mundo con los establecimientos de la India, y con la Gran China. Esta situación facilita a la Inglaterra una ventaja decisiva sobre las demás naciones después de ser dueña como lo es del Cabo de Buena Esperanza. Colocada sobre estas dos atalayas, la Inglaterra será la árbitra de cortar de un golpe este valioso tráfico a los demás pueblos mercantiles, cuando importe a su conveniencia nacional, o cuando una guerra la autorice a ejercer actos represivos contra sus enemigos.
El segundo es tomar las llaves de los mares del Sur para hacerse señora del comercio del Pacífico. Un ministerio hábil y previsor como el de Inglaterra calcula, con razón, que el mercado de América debe absorber con el tiempo las más ricas producciones de la industria europea; y que si en el día compensa en poco los ensayos del comercio inglés, medio siglo será suficiente para que los cambios de un tráfico activo atraigan inmensas riquezas al seno de la nación que lograse la preferencia en nuestros consumos. Este cálculo quedaba fuera de toda combinación política de Gran Bretaña cuando estos países eran gobernados por las leyes restrictivas de  España porque, obligados por un interés nuestro a reconocer el sistema colonial adoptado por la Corte de Madrid sobre sus establecimientos en el nuevo mundo, nuestros puertos permanecían cerrados para el extranjero; y entonces la posesión de las Malvinas por la Inglaterra no podía influir en pro de su comercio con la América Meridional.Después de que nuestra política ha causado una revolución en las relaciones mercantiles del universo, necesitan también las naciones que se propongan traficar con nosotros de nuevos medios para facilitar y asegurar su intercurso. De aquí es pues que, si Su Majestad Británica abandonó su derecho o no insistió en la conservación de las Malvinas cuando le fue cuestionada por la España, hoy nuevos intereses nacidos de nuestra independencia han despertado en aquel monarca la avidez de un punto que procurará conservar a todo trance.
Mas la perspectiva y utilidad que reporta la Inglaterra es tan obvia y trascendental que no puede dejar de excitar los celos y los cuidados de las demás naciones marítimas, cuya prosperidad depende de la expansión de su comercio, y de la concurrencia de sus flotas a los puertos de América a la par de la Gran Bretaña. La Francia, los Estados Unidos, la Rusia, la Holanda misma no verán sin disgusto la prepotencia de los ingleses y sobre todo la superioridad que les da un punto desde el que pueden poner a tributo toda comunicación con la India por el Cabo de Hornos.
Cuando ninguno que conozca la posición geográfica de las Malvinas se atreverá a poner en duda la evidencia de tales resultados, nuestro fin debe ser llevar este asunto hasta convertirlo en cuestión europea. A este propósito nuestro ministro en Londres deberá ser prevenido de notificar a los embajadores o ministros de las potencias marítimas que residan en aquella corte el último suceso sobre las islas, y la protesta que dirija al ministro británico. Y como es de suponer que la diplomacia inglesa use de arbitrios y de evasiones hábiles, no sólo para justificar su derecho a Malvinas, sino para evadir los cargos de falta de etiqueta y consideración con la república, nuestro ministro debe estar preparado para contradecirlos y para proponer el arbitramiento de una o más naciones poderosas, amigas o neutrales, a cuyo fallo se someta definitivamente la resolución de esta cuestión. De esta línea no debe apartarse un punto nuestro ministro empleando los mejores medios para cercarse de influencias interesadas que traigan al ministerio ingles a la necesidad de obtemperar con este partido. Para ese caso la Francia y la Rusia serían los poderes más indicados, pero si no pudiese recabarse de la última su intervención, la Francia sola bastaría para contrapesar las pretensiones desmesuradas de la Gran Bretaña. Quizá los mismos Estados Unidos, advertidos mejor de sus verdaderos intereses, como nación actualmente más ocupada que otra alguna en el comercio con las Indias orientales, colocasen en la balanza de nuestras pretensiones su saber y su influjo.
Para conseguirlo, no solamente incumbe a nuestro ministro en Londres tocar los resortes que estén a su alcance, sino que, si se llevase a efecto nuestra legación a Norte América, debería ser uno de sus primeros empeños. La opinión ilustrada del pueblo norteamericano no puede ser eludida por las maniobras de su gobierno. El interés del comercio es más elocuente que la voz de todos los ministros y nada sería más fácil a nuestra legación que rodear de luz este negocio para que todos se apercibiesen de las dificultades y quebrantos que amenazaban al comercio de aquella república si las Malvinas permanecen en poder de la Inglaterra.
Como premisa de este programa sería muy útil obtener del actual cónsul general de Francia presentase la cuestión a su Ministerio bajo los colores más favorables a nuestros intereses. Me consta su disposición ilimitada a segundar las miras de nuestro gobierno en esta materia y nadie podrá desconocer la consecuencia de que las observaciones de un agente público del rey de Francia no sólo coincidan con las nuestras, sino que se anticipen a la interpelación que haya de hacerse en Londres por nuestro ministro, cuando llegue el caso del arbitramiento. Por último: de la actividad, de la constancia y de la sagacidad del Ministro a quien toque arrostrar esta lucha honorable en Inglaterra, depende el que el ministro británico o ceda de sus avanzadas pretensiones o tenga que sostenerlas con trabajo y azar.
Interesa también circular el suceso de las Malvinas a todas las repúblicas americanas, anunciándolas que el gobierno argentino a pesar de su situación relativa a la de la Gran Bretaña hará valer sus derechos por los medios que inspira la justicia y el honor nacional.Hecho esto puede darse cuenta a la república por medio de una proclama, en que sin mostrar debilidad, no se pasen los límites de la prudencia. Una palabra inoportuna en la pluma del jefe de una nación basta para producir inmensos trastornos, así como la negligencia desmedida suele causar prescripciones ruinosas.
He dado a usted libremente el dictamen que me pide pero receloso siempre de mis opiniones ruego a usted medite sobre ellas, y consulte a amigos expertos. La materia es complicada y difícil, y tal vez ocurran a talentos superiores a mi inteligencia otras vías más expeditas para salvar nuestro honor y recuperar lo perdido. Ojalá pudiese usted lograrlo de mejores consejos. El acierto es lo que esencialmente deseo a usted. Media la honra de nuestra Patria y la señalada confianza que usted me dispensa; y no puedo corresponderla sino transmitiéndole mi propia conciencia tal cual obraría si ocupase el puesto de usted, de quien queda afectísimo compatriota y servidor.
Q.B.S.M.
Tomás Guido

Fuente: http://www.elhistoriador.com.ar/documentos/epoca_de_rosas/tomas_guido_y_la_usurpacion_de_las_islas_malvinas.php