El imponente Cerro de los Siete Colores en Purmamarca, Jujuy (Argentina)

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viernes, 26 de junio de 2015


LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
Mito y Realidad

OLEG A. RZHESHEVSKI – Tercera Entrega

CAPÍTULO TERCERO: LAS FUENTES DE LA VICTORIA SOBRE EL AGRESOR

Hace varios años, en una conferencia internacional de his­toriadores celebrada en Sandhurst, uno de los participantes norteamericanos, dirigiéndose a los representantes soviéticos, dijo: “Consideramos que la firmeza y el heroísmo excepcional del Ejército Rojo, puestos de manifiesto en el difícil año 1941, fueron el resultado de las cualidades naturales del soldado ru­so, que siempre ha defendido con abnegación su hogar y su fa­milia de la invasión extranjera. ¿Están ustedes de acuerdo con este punto de vista?” El historiador estadounidense recibió la siguiente respuesta: los combatientes del Ejército Rojo en el período de la intervención militar extranjera entre 1918 y 1920, y durante la Gran Guerra Patria, como los soldados rusos en el pasado, han defendido con abnegación su hogar, su familia y la tierra patria ante los conquistadores extranjeros; pero existe una diferencia importante entre los soldados del ejército zarista y los del Ejército Soviético. Los combatientes soviéticos también defienden una inestimable conquista: su entrañable Poder soviético, su régimen estatal y social socialista, que les ha traído —como saben por experiencia propia— a ellos y sus familias una gran felicidad en la vida; esto engendra un heroísmo masivo nunca visto y una entrega al deber militar, que distinguen el ejército de un Estado socialista de otros ejércitos del mundo.
La cuestión de las fuentes de la victoria de la Unión So­viética en la guerra contra los agresores fascistas, es una de las más actuales y más tendenciosamente interpretadas en la literatura occidental. Esto se refiere tanto al método de su aná­lisis, como a la esencia misma de los razonamientos de los autores burgueses.

Acerca de la cuestión del método de las valoraciones. La vic­toria o la derrota de un Estado en la guerra, como evidencia la experiencia histórica, las determinan, ante todo, la estabilidad de su régimen social y estatal, la correlación de las fuerzas de clases dentro del país y en el ámbito internacional, el nivel del desarrollo económico, el factor moral, la capacidad de su or­ganización militar, la capacidad de las clases y los partidos que go­biernan de encabezar a las masas populares, fuerza motriz de la historia. Eso también sucedió en la Gran Guerra Patria.
El desenlace del gigantesco enfrentamiento de dos ejércitos —el soviético y la Wehrmacht hitleriana—, estuvo condicionado por una serie de leyes. La más importante es la superioridad de la organización política y económica de la so­ciedad socialista, de su ideología revolucionaria de vanguardia. En los años de la Gran Guerra Patria, el socialismo garantizó la inquebrantable unidad de toda la sociedad soviética, la po­tencia y la extraordinaria movilidad de su economía, y el alto de­sarrollo de la ciencia militar, al formar excelentes combatientes y jefes militares.
Un pequeño grupo de historiadores burgueses —al analizar el material real que evidencia la superioridad econó­mica, política y estratégico militar de la URSS sobre la Alemania fascista—, señala las ventajas del sistema de planificación centralizado de la economía en la URSS, la es­tabilidad del multinacional Estado soviético, y el heroísmo de su pueblo. No obstante, tampoco estos autores señalan —o no quieren señalar— las profundas fuentes bajo cuyo influjo se conformaron los factores constantemente actuantes de la victoria del pueblo soviético en la Gran Guerra Patria; eluden analizar la interrelación orgánica de éstos con las ventajas del socialismo sobre el capitalismo. Y aun así, las va­loraciones de estos autores tienen una importancia considerable. En cierta medida, hacen frente a los infun­dios malintencionados de los desenfrenados enemigos del so­cialismo y la URSS.
Aunque la experiencia del pasado muestra de manera convin­cente que, cuando las guerras las realizan Estados o coalicio­nes de Estados altamente desarrollados, la casualidad, el de­sarrollo imprevisto de las circunstancias o el error de un je­fe militar —por muy difíciles que sean las consecuencias que provoquen—, no han determinado el desenlace de la guerra; que las guerras culminan con la victoria del país o la coalición que dispone de total superioridad en la organización económica, política y militar de la sociedad. Precisamente la concepción de la “casualidad” de la victoria de la URSS y la concepción de las “victorias perdidas” de la Alemania fascista, centra la atención de los estudios propagandísticos y “científi­cos” de muchos autores burgueses.
No es difícil comprender el intríngulis fundamental de se­mejantes estructuraciones. Si la victoria de la Unión Sovié­tica en la Gran Guerra Patria fue consecuencia de circunstan­cias casuales, entonces esa victoria no evidencia la estabilidad del régimen socialista. Sobre esta base falaz se inculca, de ma­nera insistente, a los lectores la idea de la posibilidad de destruir el socialismo en el futuro. Los falsificadores se esfuerzan por demostrar que, en el enfrentamiento histórico entre el socialis­mo y el capitalismo, este último tiene posibilidades de victo­ria militar. Este tipo de argumento se utiliza, de manera parti­cularmente activa, en el trabajo ideológico que se lleva a cabo con la población y el personal de las fuerzas armadas de los países capitalistas.
Al explicar las causas de da derrota de la Alemania fascis­ta y sus aliados, los historiadores occidentales también adoptan posiciones no menos inestables. Ante los lectores de los libros de­dicados a este tema aparece un cuadro más que extraño: la Alemania fascista se derrumbó por los errores de su di­rección política y militar, por la falta de reservas materiales y humanas, por las condiciones inusuales del teatro de las accio­nes militares en Rusia y por otras circunstancias; entre ellas, los esfuerzos del pueblo soviético por derrotar a la Alemania fascista se presentan casi  como un factor secundario.
La victoria de la Unión Soviética y la derrota de la Ale­mania fascista son dos aspectos de un mismo fenómeno, que se encuentran en relación dialéctica. La superioridad de una de las partes contendientes predeterminó la imposibilidad de que el adversario realizara sus fines. Analicemos con mayor de­talle los factores más importantes de la victoria de la URSS.
Uno de los factores decisivos que determinan el curso y el desenlace de una guerra, es la economía, pues ésta conforma el fundamento de la capacidad militar del Estado. “La victoria y la derrota dependen de las condiciones materiales, es decir, económicas”,[1] escribió F. Engels. Esta idea fue desarrollada más tarde en los trabajos de V. I. Lenin. “Para sostener una guerra en toda regla hace falta una retaguardia fuertemente organizada. El mejor ejército, los hombres más leales a la causa de la revolución, serán de inmediato aniquilados por el ene­migo, si no están bien armados, bien abastecidos y adiestrados.”[2]

Las premisas económicas de la victoria. En los años de la lu­cha contra la invasión fascista, el pueblo soviético, bajo la di­rección del Partido Comunista —a pesar del comienzo tan des­favorable de la guerra—, supo reorganizar en el plazo más breve posible la economía nacional en función de la guerra, lograr incrementar la producción bélica y asegurar a las Fuerzas Armadas Soviéticas todo lo necesario para derro­tar al enemigo y lograr la victoria.
En el período de las transformaciones socialistas de la URSS se crearon las posibilidades económicas de garantizar a las Fuerzas Armadas Soviéticas todo lo necesario en caso de tener que rechazar la agresión de un enemigo fuerte y téc­nicamente equipado. Al hacer realidad los planes de los quin­quenios de la preguerra, el Partido Comunista y el Gobierno soviéticos plantearon la tarea de liquidar el atraso económico de la URSS en comparación con los países capitalistas desarro­llados. Después de sentar las bases de la sociedad socialista, el pueblo soviético creó una industria poderosa y altamente de­sarrollada, cuya producción superaba casi en diez veces la de la Rusia prerrevolucionaria. En los años de la preguerra, en los Urales y Siberia se construyeron grandes centros industriales que sirvieron de base para el desarrollo multifacético de las zo­nas orientales del país. La colectivización y el reequipamiento técnico de la agricultura, garantizaron el triunfo del socialismo en el campo y crearon una base confiable para el incremento de la producción mercantil. El desarrollo de la economía socia­lista planificada, apoyada en los ricos recursos de materias primas del país, garantizó la independencia económica de la Unión Soviética y el incremento de su poderío militar. El histo­riador militar francés A. Constantini, autor de la obra en tres tomos La Unión Soviética en guerra (1941-1945) [L'Union Sovietiqué en guerre (1941-1945)], escribe con justeza que en el momento de la agresión alemana, la URSS tenía sufi­cientes posibilidades económicas de crear una economía de guerra bien equilibrada. Poseía industrias claves de gran pro­ductividad y enormes recursos en materias primas, combustibles y energía.”[3]
Pero la Unión Soviética se encontraba, al mismo tiempo, por debajo de los países capitalistas desarrollados —entre ellos, la Alemania fascista—, en lo referente al volumen de la pro­ducción en importantes ramas de la industria.
Incluso sin contar los países de Europa ocupados y depen­dientes, en Alemania se extraía más carbón, se fabricaba más acero, aluminio, plomo y magnesio que en la URSS. Las ramas industriales alemanas de la química, la construcción de má­quinas herramienta, automovilística y algunas otras, producían más que las correspondientes ramas de la indus­tria soviética. El parque de máquinas herramienta de Alemania sobrepasaba en más del doble al de la Unión Soviética.[4] La base económica de la agresión fascista contra la URSS, se am­plió de manera significativa a cuenta de las capacidades pro­ductoras de los Estados europeos ocupados y los países alia­dos a Alemania. Los recursos de la Alemania fascista a costa de estos países se incrementaron en 2,1 veces en energía eléc­trica; 1,9 veces en extracción de carbón de piedra; 2 veces en producción de acero; 1,7 veces en producción de aluminio; 4 veces en cosecha de granos.[5] Desde los países europeos ocu­pados por las tropas germano-fascistas, se suministraba a Ale­mania la fuerza de trabajo imprescindible para la producción bélica. A fines de septiembre de 1944, en la industria y la agricultura de Alemania laboraban 7.500.000 trabajadores con­ducidos a la fuerza desde los países ocupados.[6]

La oposición económico militar. La guerra desencadenada por el fascismo alemán fue una dura prueba para la estructura eco­nómica del Estado socialista. Particularmente difícil fue el pri­mer período de la Gran Guerra Patria, cuando el curso de las acciones bélicas era desfavorable a la URSS. La Alemania fascista —poseedora de un ejército movilizado y con experien­cia en la realización de grandes operaciones ofensivas, y apro­vechando la superioridad numérica en hombres y equipos, y el factor sorpresa— pudo ocupar temporalmente grandes territo­rios de la Unión Soviética, donde vivía el 40 % de su población. La economía nacional se vio privada del 63 % de la extracción de hulla, el 35 % de los minerales manganíferos, el 68 % de la producción de hierro colado, el 56 % del ace­ro, el 60 % de aluminio, el 38 % de la cosecha de granos, el 38 % de las cabezas de ganado vacuno, y el 60 % del ganado por­cino.[7] De julio a noviembre de 1941, la producción industrial global de la URSS disminuyó 2,1 veces. El enemigo destruyó o trasladó de los territorios soviéticos ocupados a Alemania 175.000 máquinas herramienta, 62 altos hornos y 213 hornos Martin-Siemens, 18 millones de toneladas de productos agríco­las, 7 millones de caballos y 17 millones de cabezas de ganado va­cuno.[8]
Así, a comienzos de la guerra, cuando se iniciaba de manera masiva la restructuración de la economía nacional en el cauce de la guerra, el País de los Soviets se vio privado de una parte consi­derable de su potencial económico. No sólo los jerarcas del Reich fascista, sino también la mayoría de los especialistas en la “cuestión rusa” en los Estados Unidos e Inglaterra, conside­raban que la economía soviética no resistiría esas pérdidas y se derrumbaría. Esos pronósticos no tomaban en cuenta el factor más característico en la esencia de la economía sovié­tica: el carácter socialista de la economía nacional de la URSS. Ya en septiembre de 1917, V. I. Lenin señalaba que la capaci­dad defensiva de un país que se ha sacudido el yugo del ca­pital, ha entregado la tierra a los campesinos, ha puesto los bancos y las fábricas bajo el control obrero, está por encima de la de un país capitalista.[9] Esta sagaz idea del genio de la revolución quedó totalmente confirmada en los difíciles años tanto de la Guerra Civil, como de la Gran Guerra Patria.
El pueblo soviético, bajo la dirección del Partido Comunis­ta, realizó una hazaña nunca vista al lograr crear —en el me­nor tiempo posible y en las condiciones del inicio de la Gran Guerra Patria— una poderosa industria bélica, la cual resultó capaz de garantizar una producción de armamentos que sobre­pasó globalmente la producción de la industria de guerra de la Alemania fascista y sus aliados.
El Partido Comunista y el Gobierno soviéticos efectuaron un inmenso trabajo organizativo para la evacuación de las empresas industriales desde las zonas occidentales del país hacia el Este, donde se comenzaron a crear nuevas plantas y fábri­cas en la profunda retaguardia. Ninguna nación del mundo había conocido una evacuación tan masiva y eficaz. En la se­gunda mitad de 1941, desde la zona cercana al frente se trasla­daron, total o parcialmente, al Este 1 523 empresas industria­les, entre ellas se encontraban 1 360 grandes fábricas y plantas. Al mismo tiempo, hacia la retaguardia se evacuaron las reser­vas de granos y víveres, gran número de maquinaria agrí­cola, y 23 933 300 cabezas de ganado.[10] Ya en la primera mitad de 1942, en las zonas orientales de la URSS se habían puesto en funcionamiento 1 200 grandes empresas trasladadas desde la parte occidental del país. En esencia, todo un país industrial con una población de más de diez millones de personas, se despla­zó a miles de kilómetros. Allí, en lugares inhabitables —con fre­cuencia al aire libre y prácticamente acabadas de bajar de los andenes—, las maquinarias y las máquinas herra­mienta se ponían a funcionar.
Los historiadores occidentales muy frecuentemente silencian la envergadura de la evacuación de las capacidades in­dustriales a las zonas orientales de la Unión Soviética y la importancia de este fenómeno, nunca antes visto en la histo­ria, para el curso y el desenlace de la guerra, pero también se encuentran algunas valoraciones objetivas. K. Reinhardt escri­be: “Esta improvisada dislocación del armamento completamen­te sorpresiva para los alemanes, contribuyó de manera deci­siva a que la industria bélica alemana no pudiera cumplir sus compromisos, porque una considerable parte de su producción para los nuevos programas debía realizarse a pie de obra en los territorios ocupados”.[11]
La guerra demostró la superioridad de la experiencia so­viética de dirección de la economía nacional en su conjunto. El sistema económico socialista permitió utilizar al máximo el po­tencial económico del país para las necesidades del frente. Los recursos de materias primas, las capacidades productivas, el tra­bajo de los obreros y los campesinos, se aprovecharon en los años de la guerra de la manera más eficiente, al rendir más que en cualquier país capitalista. El científico soviético G. S. Kravchenko cita elocuentes cifras de la eficiencia de la economía militar soviética. Por cada millón de toneladas de acero fabricado en la Unión Soviética en los años de la guerra, se produjo 1,5 veces más aviones que en Inglaterra, 2,6 más que en Alemania, y 3,2 más que en los Estados Unidos; 3 veces más tanques y caño­nes de asalto que en Alemania, 3,8 veces más que en Inglaterra, y 6,2 veces más que en los Estados Unidos; 5,4 veces más piezas de artillería que en Inglaterra, 7,7 veces más que en los Estados Uni­dos, y 4 veces más que en Alemania.[12]
Los ingentes esfuerzos de los trabajadores del País de los Soviets, quienes entregaron todas sus fuerzas en aras de la vic­toria, y la actividad organizativa dirigida a un objetivo, realizada por el Partido Comunista, garantizaron los grandes logros alcanzados por la industria bélica de la Unión Soviética. En las difíciles condiciones de la guerra, con una brusca dismi­nución de los recursos materiales y humanos, el Estado sovié­tico logró un rápido incremento de la producción de armamen­tos. A fines de 1942 se liquidó la superioridad germano fascista en los tipos fundamentales de material de guerra. Las fábricas soviéticas suministraron al Ejército Soviético el armamento con cuya ayuda fue destruida la maquinaria militar del fascismo hitleriano, el cual se apoyaba en la capacidad industrial de casi toda Europa. Al final de la guerra, las Fuerzas Armadas Sovié­ticas superaban a la Wehrmacht en tanques y cañones de asalto, así como en piezas de artillería y morteros, en más del triple; y en aviones de combate, casi en ocho veces.[13] En los años de la guerra, en la URSS se produjeron 112.100 aviones de combate, 102.800 tanques y cañones de asalto, 482 200 piezas de artille­ría, y 70 buques de guerra de los tipos fundamentales.[14]
V. I. Lenin enseñó que “es imposible hacer que un país ten­ga capacidad defensiva, si no existe un extraordinario heroísmo del pueblo que realiza, intrépida y resueltamente, grandes trans­formaciones económicas”.[15] Esta idea del fundador del Estado soviético se vio totalmente confirmada en los años de la guerra.
La victoria de la URSS en el enfrentamiento económico mi­litar con Alemania se alcanzó gracias a los supremos esfuerzos de todo el pueblo soviético y al trabajo organizativo dirigido a un fin y realizado por el Partido Comunista. “¡Todo para el frente, todo para la victoria!” fue la consigna de combate de millones de trabajadores del País de los Soviets. En el período de la Gran Guerra Patria, el frente y la retaguardia estu­vieron cohesionados en un único campo de batalla. El trabajo abnegado de los soviéticos y la lucha heroica de los combatien­tes del Ejército Soviético en el frente, se fusionaron en la ini­gualable hazaña del pueblo soviético en aras de la defensa de la Patria socialista.
Así, el régimen socialista no sólo resultó ser la mejor forma de organización del auge económico y cultural del país en los años de la construcción pacífica, sino también la mejor forma de movilización de todas las fuerzas del pueblo para hacer frente al enemigo en tiempo de guerra. Ningún otro Estado habría resistido las pruebas por las que pasó la Unión Soviética.
La victoria de la URSS sobre la Alemania fas­cista en la esfera económico militar, es un hecho se­ñalado e impresionante. Esto también lo reconocen muchos his­toriadores occidentales, quienes señalan el importantísimo papel desempeñado por la industria soviética para garantizar la de­rrota militar del “Tercer Reich”.
“Magnitogorsk venció al Ruhr” es una afirmación que es po­sible encontrar con frecuencia, incluso, en las obras de de­tractores manifiestos del País de los Soviets. En los años de los quinquenios de la preguerra, el historiador norteamericano H. B. Davis escribe que “de hecho, la Unión Soviética sí se convirtió en una potencia industrializada, y sí llegó a ser capaz de defenderse, como lo demostró en la Segunda Guerra Mun­dial”.[16] E. Ziemke considera que “el sistema soviético demostró su capacidad de movilizar los recursos humanos, la industria y la agricultura en función de las necesidades de la guerra en condiciones excepcionalmente complejas”.[17]
En la obra La guerra. Un estudio histórico, político y social [War. A Historical, Political and Social Study], publicado en los Estados Unidos en 1978, la historiadora M. M. Farrar señala cualidades positivas del sistema económico de la URSS, como su carácter planificado, la existencia de centros industriales en los Urales y en Siberia creados en los años de los quinquenios precedentes a la guerra. Subraya la “tremenda capacidad” de la economía soviética en las condiciones de la guerra. “Rusia todavía se las ingenió para lograr y mantener altos niveles pro­ductivos”, “la producción agrícola se mantuvo”.[18]
Resultan interesantes las conclusiones a que llega el investigador francés R. Girault, quien escribe: “Si no hay ninguna duda de que el sistema de planificación ejecutado por el Go­bierno soviético, desde la época de los planes quinquenales, per­mitió una búsqueda más armoniosa en la implantación de nue­vas fábricas en los Urales o en Siberia, es indudable que el éxito del transporte hacia el este de los principales centros de produc­ción, descansó sobre la actividad de las masas obreras o campe­sinas lanzadas en esta gigantesca migración.”[19] Girault señala la unidad de los trabajadores de la retaguardia soviética y su labor heroica en aras de la victoria. “Si la retaguardia no sólo se mantuvo entre 1941 y 1942, sino que aun logró alimentar y armar al frente —escribe—, este resultado se debió a la extra­ordinaria tensión física y moral del pueblo soviético, organizado por el Partido Comunista... Se tiene la impresión de un barco en el que todos los pasajeros viajan en una sola clase, y que ante la tempestad deben convertirse en marineros y no dejar solamente a la tripulación la tarea de luchar por alcanzar la costa.”[20]
Sin embargo, encontramos con muy poca frecuencia el re­conocimiento a las ventajas de la economía socialista soviéti­ca en las obras de los historiadores occidentales. En la mayoría de los casos, los autores burgueses se limitan a constatar la producción de gran cantidad de material de guerra por la industria soviética y no revelan las particula­ridades de la organización de la economía soviética ni las fuen­tes del heroísmo laboral de los soviéticos, debidas al régimen socialista. La ausencia de un análisis científico conduce a al­gunos historiadores burgueses a afirmar el carácter “inexpli­cable” de la victoria económica de la URSS.
Al mismo tiempo, los historiadores de tendencia reacciona­ria intentan —empleando todos los medios como buenos— de­sacreditar el régimen socialista y los fundamentos económicos de la victoria de la Unión Soviética en la Gran Guerra Patria, sustituirlos por las invenciones acerca del carácter “forzado” del trabajo en la URSS en los años de la guerra o acerca de la importancia decisiva que tuvieron para la victoria el armamen­to, los equipos y algunos materiales estratégicos suministrados a la Unión Soviética mediante el lend-lease [préstamo-arriendo].

La verdad acerca del lend-lease. Ya hace tres decenios que los historiadores y los politólogos reaccionarios vienen repitiendo la tesis de que la Unión Soviética no habría podido resistir el golpe de la maquinaria militar germano-fascista y habría su­frido de manera indefectible una derrota, si no hubiera recibido ayuda “desinteresada” en material estratégico militar y ar­mamento de los aliados occidentales. Semejantes afirmaciones; sin abandonar las páginas de los libros y las revistas de los países capitalistas de Europa Occidental y los Estados Unidos, se han abier­to paso hasta los manuales escolares y son objeto de propagan­da de todo tipo a través de los medios de información en Occi­dente.
La cadena de infundios acerca de la influencia decisiva de la economía de los EE.UU. en el curso y el desenlace de la Segunda Guerra Mundial, se puso en marcha ya durante la guerra. Los propagandistas e historiadores burgueses norte­americanos se hicieron eco de las palabras de F. Roosevelt —pronunciadas antes de que los Estados Unidos entrara en la guerra— sobre la necesidad de crear un “arsenal de la democracia” y las convirtieron en el mito de que los Estados Uni­dos garantizaron la victoria al crear una poderosa producción bélica e hicieron todo para suministrar a la URSS los medios de ejecución de la guerra.
En el prólogo al libro de R. Buchanan Los Estados Unidos y la Segunda Guerra Mundial [The United States and World War II], los historiadores norteamericanos H. S. Gommager y R. B. Mo­rris afirman categóricamente: “Pero al final, el volumen de la producción norteamericana hizo cambiar la marea en la guerra: la capacidad norteamericana de producir suficientes bombarde­ros, barcos, tanques, alimentos y petróleo para sus propias ne­cesidades, y las de Gran Bretaña, Rusia e, incluso, China.”[21] Otro autor norteamericano, Q. Howe, lleva esta versión hasta el éxtasis: “La rendición incondicional de todos sus enemigos en todos los frentes” estuvo garantizada —según sus palabras— por la tecnología norteamericana, los recursos norteamerica­nos y el potencial humano norteamericano.”[22]
En el libro Grandes acontecimientos del siglo XX [Great Events of the 20th Century], editado por la asociación norte­americana Reader's Digest, se afirma que “aunque los Estados Unidos de América entraron tarde en la guerra, la mayoría de los historiadores concuerdan en que su contribución [a la derrota del bloque fascista. —El autor] fue decisiva. Sin sus combatien­tes y su abrumadora producción de bombas, barcos y avio­nes, los aliados bien podrían haber sido derrotados.”[23]
La valoración hipertrofiada del papel de la economía nor­teamericana en los años de la guerra, no sólo es característica de la historiografía de los Estados Unidos. El historiador francés R. Remond escribe en su obra Introducción a la historia contem­poránea [Introduction á l'histoire de la notre temps]: “La entra­da de los Estados Unidos en la guerra imprime a la segunda parte del conflicto el carácter —que llegará a ser dominante— de una guerra industrial. Los Estados Unidos transforman su economía y con ello crean la herramienta que les abrirá el camino a Ber­lín.”[24]
Estas son, como podría decirse, valoraciones “globales” del papel de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. En­tre ellas, las más importunas son los intentos de exagerar el pa­pel de la ayuda inglesa y norteamericana a la Unión Soviética mediante el lend-lease, concentrados en la falsa versión de que, en el período de la Gran Guerra Patria, el destino de la URSS dependía de los Estados Unidos, quienes “salvaron a Rusia”.
El historiador norteamericano H. Pachter, en el libro La caída y el ascenso de Europa [The Fall and Rise of Europe] afirma que, sin la ayuda de los Estados Unidos e Inglaterra, “la Unión Sovié­tica no habría podido cambiar la marea por sí sola”.[25] Le hace eco el inglés L. A. Rose, quien planteó la tesis según la cual el creciente poderío del Ejército Soviético y las victorias sobre los países de la coalición fascista en la etapa final de la Gran Guerra Patria, no habrían sido posibles sin “la generosa asistencia norte­americana”.[26] Para confirmar esta versión, el autor norteameri­cano R. H. Jones se remite a la declaración del jefe del Estado Mayor del ejército de los Estados Unidos general Marshall, quien expresó en marzo de 1944 que “si Rusia perdiera de repente el lend-lease, los nazis probablemente la derrotarían”.[27]
E. L. Erickson, profesor de la Universidad del Estado de Illinois, escribe en el prólogo al libro de R. H. Jones que “sin la ayuda norteamericana, la resistencia rusa podría haberse des­plomado solamente por la carencia de alimentos”.[28] Para A. Seaton, las grandes victorias de la Unión Soviética entre 1943 y 1944 “no habrían sido posibles sin los vehículos y el equipo ferro­viario de los Estados Unidos”.[29]
La tesis acerca del papel decisivo del lend-lease en la Segun­da Guerra Mundial no sólo se desarrolla en las publicaciones de los historiadores, sino también en los libros de texto para las escuelas. En uno de ellos, esta cuestión se presenta de manera que las tropas soviéticas aparecen capaces de pasar a la ofensiva sólo después de haber recibido “miles de tanques británicos y camiones norteamericanos”.[30] Por eso no es asombroso que los falsificadores de la historia no sólo den la espalda a hechos obje­tivos, a cifras convincentes que muestran la importancia verda­dera del lend-lease, sino que silencien, de manera consciente, las valoraciones objetivas de la ayuda norteamericana a la URSS en los años de la guerra, hechas en su momento por personali­dades políticas responsables de los Estados Unidos.
El 3,5 por ciento. A fines de mayo de 1945, en el transcurso de una estancia en Moscú, el representante personal de Roosevelt, H. Hopkins declaró lo siguiente durante conversaciones con personalidades estatales soviéticas: “Nunca habíamos creído que nuestra ayuda en forma de lend-lease había sido el factor prin­cipal en la derrota de Hitler por los soviéticos en el Frente Oriental. Esto se debió al heroísmo y la sangre del Ejército Ruso.”[31]
También puede recordarse la valoración del destacado polí­tico inglés Ernest Bevin, quien declaró que “toda la ayuda que hemos podido brindar ha sido poca en comparación con los tre­mendos esfuerzos del pueblo soviético. Los hijos de nuestros hi­jos mirarán hacia atrás, a través de sus libros de historia, con admiración y agradecimiento por el heroísmo del gran pueblo ruso.”[32] A los descendientes de Bevin y Roosevelt les presen­tan hoy un cuadro diferente de los acontecimientos.
La exageración del papel de la economía militar de los Estados Unidos en el curso y el desenlace de la Segunda Guerra Mun­dial, la exaltación del mito del papel decisivo de los suministros anglo norteamericanos de armas, materiales y víveres para el logro de la victoria de la Unión Soviética sobre la Alemania fascista, no es casual. Por una parte, a los lectores sencillos se les inculca la idea de “la fuerza y el poder” de los Estados Unidos capitalista y, por otra, la de “la debilidad” de la Rusia so­cialista.
En las obras históricas y los documentos oficiales soviéticos nunca se ha negado, ni se niega, la importancia de la ayuda de los aliados de la URSS en la coalición antihitleriana. En los años de la guerra —se señala en las obras soviéticas—, la URSS recibió de los Estados Unidos 14 700 aviones, 7 000 tanques, alrededor de 400 000 automóviles, determinada cantidad de me­dios de comunicación, víveres y otros materiales.[33] Además, se señala que los suministros de los aliados, a través del lend-lease, equivalieron globalmente a un 4% de la producción militar so­viética. Si se analizan algunos tipos de suministros en particular, las cifras resultantes serán las siguientes: en aviones, el 12 %; en carros blindados, el 10 %; en armamento artillero, el 2 %; y en gra­nos, el 2,8 %. Conviene agregar que la URSS recibió de los EE.UU. material de guerra por casi 10 000 millones de dólares, lo cual sólo corresponde a 1/3 de los suminis­tros norteamericanos a través del lend-lease a los países de la coalición antihitleriana; o sea, al 3,5 % de los gastos militares totales de los EE.UU.
Los suministros de equipos y material de guerra a la Unión Soviética se realizaban de manera irregular, con grandes inter­valos. El 18 de julio de 1942, el segundo día después del co­mienzo de la batalla de Stalingrado, Churchill notificó al Go­bierno soviético el cese del envío de convoyes por la vía maríti­ma septentrional. A pesar de la decidida protesta de J. V. Stalin, quien señaló lo inadmisible de ese paso de los aliados en las condiciones de la ingente tensión de las fuerzas del Ejército Soviético, ni los Estados Unidos ni Inglaterra reconside­raron su decisión. Sólo en septiembre y diciembre de 1942 en­viaron a la URSS dos convoyes. Una interrupción aún mayor en el envío de los convoyes tuvo lugar en 1943: de abril a no­viembre. Como resultado, los Estados Unidos e Inglaterra no cum­plieron ni la mitad de sus compromisos de prestación de ayuda a la URSS.[34]
Al mismo tiempo, ya en 1942 la industria soviética logró incrementar, de manera ostensible, la producción de medios de combate. Se produjeron 25 436 aviones, 24 466 tanques, más de 158 000 cañones y morteros, y 15 buques de los tipos básicos.
A. Kosyguin, ex presidente del Consejo de Ministros de la URSS, escribió lo siguiente acerca de la importancia de la ayu­da norteamericana a través del lend-lease: “Sin dudas, esas dimensiones de suministros no podían influir de manera sustancial en el curso de la guerra. Debe señalarse que los sumi­nistros mismos no siempre se realizaban en el momento en que nuestro país necesitaba más urgentemente tipos concretos de medios de combate; aún más, con frecuencia las característi­cas técnico tácticas de éstos dejaban mucho que desear. Entre los medios suministrados a nosotros había muchos tanques y avio­nes de modelos anticuados, mucho peores que los soviéticos, y, por tanto, sólo podíamos utilizarlos para tareas militares se­cundarias.”[35]
En la historiografía occidental de la Segunda Guerra Mun­dial, podemos encontrar trabajos en los cuales se hacen conclu­siones correctas acerca del papel y la importancia del lend-lease.
Los autores de una historia ilustrada de la Segunda Guerra Mundial, elaborada para difundirse en Europa por las editoriales de las revistas Time y Lije, hicieron la siguiente valoración del papel de los suministros a través del lend-lease en el período más difícil de la guerra para la Unión Soviética. “Durante el invierno de 1941 a 1942, las primeras entregas lle­garon demasiado tarde para ayudar al Ejército Rojo en el com­bate que libraba para salvar a la Unión Soviética —escriben—. En esos días críticos, fueron los rusos, y sólo ellos, quienes hicieron frente a la agresión alemana, por sus propios medios y sobre su propio territorio, sin recibir gran asisten­cia de las democracias occidentales.”[36]
El historiador inglés A. Clark llegó a la siguiente conclu­sión importante: Sí, parece que los rusos pudieron haber ganado la guerra por sí mismos, o al menos combatir a los alemanes hasta paralizarlos, sin ninguna ayuda de Occidente. El alivio que obtuvieron por nuestra participación... fue marginal, no decisivo.”[37]
Pero esas valoraciones quedan literalmente ahogadas en la turbia corriente de mentiras acerca del “desinterés” y la “ge­nerosidad” de los círculos gubernamentales norteamericanos, los que “se apresuraron a prestar su ayuda gratuita” a la URSS.
Ante todo, conviene subrayar que la administración de los EE.UU. vio en la URSS al aliado imprescindible en la lucha contra la Alemania fascista, la cual —después de estable­cer una alianza político militar con Japón e Italia y apoderarse de casi toda Europa— se convirtió en el enemigo más peligroso que amenazaba la independencia de los Estados Unidos de América. Aún más, en los círculos gubernamentales de los EE.UU. actuaban fuerzas muy influyentes que esta­ban en contra de la prestación de ayuda a la URSS. El historiador norteamericano R. A. Divine señala en su libro Roosevelt y la Segunda Guerra Mundial [Roosevelt and World War II] que los seguidores de esa tendencia se guiaban por “mo­tivos políticos”.[38] Sin embargo, el presidente de los EE.UU. F. Roosevelt y muchas de las personalidades que lo rodeaban, consideraban que la ayuda a la URSS se correspondía, ante todo, con los intereses de los EE.UU.
En junio de 1941, por indicación de H. Hopkins, ayudante especial del presidente de los Estados Unidos, se elaboró un proyec­to de memorándum, denominado “Tres párrafos en relación con la situación rusa”. En ese documento se decía:
1.      Hitler ve a Rusia como el principal y más peligroso ene­migo y el obstáculo fundamental para realizar sus planes de conquista de la hegemonía mundial.
2.  Rusia, al entrar en combate contra el Reich, agota al agresor, lo priva de sus recursos humanos y destruye su confian­za en la realización de los planes de esclavizar el mundo.
3.  Las consideraciones prácticas que los EE.UU. deben tomar como guía en la situación creada, están totalmente claras: prestar ayuda a la URSS en interés de los EE.UU.  (“gusten o no diferentes elementos de la política ex­terior e interior de Rusia”).[39]
Los planes de dominio mundial del fascismo alemán y los planes de dominio de Japón en Asia y el Pacífico, representaban una seria amenaza a los intereses del capital monopolista norteamericano. Por eso, el fracaso de esos pla­nes se convirtió en la tarea política fundamental de los círcu­los gubernamentales de los EE.UU.  En las condiciones de la Segunda Guerra Mundial ya desatada, esa tarea sólo podía solucionarse por la vía bélica.

¿Fue desinteresado el lend-lease? El 23 de junio de 1941 —es decir, al día siguiente del ataque del Reich fascista a la Unión Soviética—, el subsecretario de Estado de los EE.UU., S. Welles, declaró: “Los ejércitos de Hitler son hoy el principal peligro para los norteamericanos.”[40] El 6 de agosto de 1941, el periódico The New York Times definió cínica, pero claramente, la posición de los políticos norteamericanos: “Debe quedar claro que nuestro interés primordial no es ‘ayudar a Rusia’, sino ‘de­tener a Hitler’.”[41] Arnold-Forster escribió: “La ofensiva rusa en el invierno de 1941... restableció la moral de los aliados, y nada más habría podido hacerlo. Las buenas noticias fueron ra­ras en aquel entonces. Los japoneses parecían invencibles; ha­bían derrotado el grueso de la Flota del Pacífico norteamericana y se lanzaron al Sudeste de Asia. Rusia sola pareció haber alcanzado el objetivo. En la hora sombría, la seguridad de los rusos infundió fuerzas a todos los aliados”.[42] Todas estas declara­ciones y documentos evidencian, de manera elocuente, que los EE.UU. necesitaban a la URSS como aliada en la guerra contra la Alemania fascista y, precisamente a partir de estas consideraciones realistas, la administración de Roosevelt deci­dió prestar ayuda a la URSS mediante el lend-lease, lo cual —según la opinión de líderes estatales norteamericanos— podía crear condiciones favorables para el logro de los objetivos estratégico militares de los EE.UU.
El historiador francés M. Mourin escribe que los EE.UU. consideraban que había que destruir al enemigo “mientras la URSS... tenía inmovilizada... a la mayor parte de la Wehrmacht”.[43] Aún más, en determinados círculos de los EE.UU. surgieron planes de reducción de la participación directa de las fuerzas armadas en la lucha contra el bloque fascista mi­litarista en el teatro terrestre, el más importante de la guerra. En sus memorias, W. A. Harriman escribe que el presidente Roosevelt confiaba en que, si la lucha contra los ejércitos de los países del “Eje” la efectuaba la Unión Soviética, los Estados Unidos podrían limitar su participación en la guerra al empleo de la aviación y la flota.[44]
Hasta el mismo verano de 1943, los EE.UU., en estado de guerra con los países fascistas, no llevaron a cabo, en la prácti­ca, acciones combativas (excepto bombardeos) en el continente europeo. Cuando al fin, tras prolongadas demoras y di­laciones, se abrió el segundo frente en Francia, algo es­taba totalmente claro para los dirigentes políticos y militares norteamericanos: la Alemania fascista no podría oponer una fuerte resistencia a las tropas de los EE.UU. e Inglaterra, pues las principales fuerzas de la Wehrmacht estaban inmovilizadas en Rusia. Esto lo evidencian, en particular, los docu­mentos del archivo personal del general D. Eisenhower, publi­cados en 1970. El Comandante en Jefe norteamericano de las fuerzas aliadas en Europa, consideraba que los suministros a la URSS incrementarían la capacidad combativa de las tropas so­viéticas, lo cual obligaría a Alemania a emplear las principales fuerzas en los combates en el Frente Oriental.[45]
Los círculos gubernamentales de los EE.UU. poseían las condiciones más favorables para el aumento del potencial in­dustrial militar. En el país existían recursos energéticos y de ma­terias primas, una base industrial desarrollada, se disponía de mano de obra, el territorio estadounidense estaba alejado de los teatros de las acciones bélicas. En el documento oficial Re­sumen de la producción bélica de los EE.UU. en 1940-1945, se señala: “La iniciativa que poseía el ‘Eje’ en las primeras etapas de la guerra le fue arrebatada, por primera vez, por los rusos durante el invierno de 1941 a 1942 y, decisivamente, en el otoño de 1943. El efecto de estos acontecimientos en nuestros esfuer­zos de producción de guerra, fue darnos más tiempo y reducir el potencial total de nuestra misión en el teatro europeo.”[46]
El jefe del Estado Mayor del ejército de los EE.UU., G. C. Marshall, escribió en un informe oficial sobre los re­sultados de la guerra: “El factor del cual más de­pendió la seguridad de esta nación fue el tiempo... Se nos con­cedió este tiempo mediante la heroica negativa de los pueblos soviético y británico a desplomarse ante los demoledores golpes de las fuerzas del ‘Eje’. Ellos nos compraron este tiempo con monedas de sangre y coraje.”[47]
El historiador norteamericano G. G. Herring se aparta del mito del “desinterés” de los EE.UU. al prestar ayuda a sus aliados. “El préstamo-arriendo no fue... el acto más desinteresado en la historia de cualquier nación —escribe el autor—. Fue un acto de propio interés calculado, y los norte­americanos siempre estuvieron conscientes de las ventajas que podrían asegurarse con él.”[48]
En sus memorias, el ex presidente de los EE.UU., H. Truman, también refuta de manera involuntaria la versión del “des­interés” de la ayuda norteamericana a los aliados en la guerra. “El dinero gastado en el lend-lease —escribe— signi­ficó, incuestionablemente, el ahorro de muchas vidas norteamericanas. Cada soldado de Rusia, Inglaterra y Australia equipado a través del lend-lease para ir a esa guerra, redujo en esa medida los peligros que enfrentaron nuestros jó­venes para ganarla.”[49] A esto debe agregarse que según datos del Departamento de Comercio norteamericano, los Estados Uni­dos recibieron de la URSS en los años de la guerra 300 000 tonela­das de mineral de cromo y 32 000 toneladas de mineral manganífero, una considerable cantidad de platino, pieles y otros tipos de materias primas y mercancías.
El historiador francés R. Cartier en su obra en dos tomos La Segunda Guerra Mundial [La seconde guerre mondiale], editada por Larousse con una gran tirada, escribe: “Un ele­mento importante en el cambio de la correlación de fuerzas en el Frente Oriental, fue la ayuda norteamericana. Es inútil bus­car el menor rastro de ella en las publicaciones soviéticas; no obstante, el torrente de material, el poderoso río que inundó Rusia a partir de 1941, confunde la imaginación.”[50]
En un libro de texto norteamericano de historia para las escuelas de nivel medio, editado en 1978, puede leerse que la ayuda norteamericana durante la guerra fue más tarde “cuidado­samente silenciada por órdenes de Stalin”[51] en la Unión Sovié­tica. El propósito es simple: inculcar en el lector, desde el pu­pitre escolar, la idea de los “rusos desagradecidos”.
En la Unión Soviética siempre se ha valorado con justeza —tanto en trabajos de índole general acerca de historia de la Segunda Guerra Mundial, como en obras dedicadas a los proble­mas económico militares— el aporte de los pueblos de los Estados Unidos, Inglaterra y otros participantes de la coalición antihi­tleriana a la victoria total sobre los agresores fascistas y, dentro de ello, la ayuda prestada a la URSS mediante el lend-lease.
En la historiografía soviética no existe y no puede existir tendencia a “silenciar” o “subestimar” la ayuda de los EE.UU. e Inglaterra a la URSS durante la gue­rra. La cuestión está en valorar, de manera correcta y obje­tiva, esa ayuda. En sus memorias, el Mariscal de la Unión Soviética G. Zhúkov llama la atención de los lectores, precisa­mente, sobre este punto de la interpretación de las cuestiones del lend-lease: “En realidad, la URSS recibió duran­te la guerra importantes suministros para la economía nacio­nal: máquinas, equipos, materiales, combustible y víveres. De los EE.UU. e Inglaterra fueron enviados, por ejemplo, más de 400 000 automóviles, una gran cantidad de locomotoras, me­dios de comunicación. Pero, ¿acaso todo esto podía ejercer una influencia decisiva en el curso de la guerra?”[52] G. Zhúkov también cita datos acerca del armamento suministrado con el lend-lease.
También debe prestarse atención a otro detalle relacionado con el lend-lease. En el verano de 1945, por decisión del pre­sidente de los EE.UU., H. Truman, los suministros a la Unión Soviética a través del lend-lease se suspendieron unilateralmente. Y la cuestión no consistía en que había terminado la guerra en Europa, sino en el “nuevo enfoque” de la administra­ción norteamericana a la cuestión de la prestación de ayuda económica a la URSS, la cual necesitaba con urgen­cia obtener créditos y suministros de equipos industriales de los EE.UU. para la restauración de la economía nacional. En la Unión Soviética, los daños materiales causados por la guerra fueron inmensos. Los agresores germano fascistas des­truyeron y quemaron 1.710 ciudades, más de 70.000 poblados y aldeas, más de seis millones de edificios y dejaron sin hogar a casi 25 millones de personas; destruyeron 31.850 empresas in­dustriales, 65.000 kilómetros de vías férreas y 4.100 estaciones ferroviarias; arruinaron y saquearon 98.000 koljoses, 1.876 sovjoses y 2.890 estaciones de máquinas y tractores. El daño di­recto causado por Alemania y sus satélites a la Unión Soviética en los territorios temporalmente ocupados, ascendió a 679 mil millones de rublos. Y el daño total, teniendo en cuenta los gastos provocados por la guerra y la pérdida de los ingresos por la economía nacional de las zonas ocupadas, ascendió a la colosal suma de 2 billones 569 mil millones de rublos.[53]
Los EE.UU. no sólo no sufrieron, sino que incluso se enri­quecieron durante la guerra. Era lógico esperar que precisamente los EE.UU. ayudaran a la URSS —como su aliado— en la restauración de la economía nacional, tanto más cuanto que no se trataba de una ayuda gratuita o filantrópi­ca, sino de facilitar a la URSS créditos estatales a largo plazo sobre la base de un acuerdo y de distribuir los encargos sovié­ticos de equipos industriales en los EE.UU. Pero la admi­nistración norteamericana decidió aprovechar lo que ella ima­ginaba una “debilidad” de la URSS y lograr que este país renunciara a su línea política autónoma en la arena internacio­nal. En septiembre de 1945, se encontraba en Moscú una dele­gación norteamericana encabezada por el presidente del Co­mité del Congreso para la Planificación y la Política Económi­ca de Posguerra, W. Colmer. En su libro Los Estados Unidos y el origen de la guerra fría, 1941-1947 [The United Status and the Origins of the Cold War], J. L. Gaddis señala que “Colmer y sus colegas exigían que, a cambio de un empréstito norteameri­cano, la URSS reformara su sistema de gobierno in­terno y abandonara la esfera de influencia en Europa Orien­tal”.[54]
El historiador norteamericano L. A. Rose, quien se especia­liza en los problemas de las relaciones internacionales en los años de la guerra, en su libro Una victoria dudosa. Los Estados Unidos y el fin de la Segunda Guerra Mundial [Dubious Victory. The United States and the End of World War II], señala que varios funcionarios norteamericanos, en particular A. Harriman y el secretario de Estado adjunto para Asuntos Económicos, W. L. Clayton, instaron con vehemencia la retención de crédi­tos de posguerra a la Unión Soviética, “hasta que el Kremlin mejorara su conducta”.[55] Pero es inútil hablar con la Unión Soviética en el lenguaje de la imposición y el chantaje.
Así pues, no puede hablarse de posición “desinteresada” del Gobierno norteamericano en la cuestión del lend-lease. No pue­de hablarse del papel “decisivo” de los suministros norteameri­canos a través del lend-lease en ninguna de las etapas de la Gran Guerra Patria y, aún menos, en el logro de la victoria de­finitiva.
A fines de 1941, en los momentos más difíciles para la URSS, en la batalla de Moscú operaron 670 tanques soviéticos. En la batalla de Berlín participaron más de 6 000 tanques y ca­ñones de asalto, 41 600 cañones y 7 500 aviones. Todos eran de producción soviética. La férrea lógica de los hechos históricos sitúa todo en su lugar.
La victoria de la Unión Soviética en la guerra no sólo de­mostró la superioridad de la economía socialista, sino también la estabilidad de su régimen social y estatal, la indestructible amistad de todas las nacionalidades y las naciones del país, la cohesión de los soviéticos alrededor del Partido Comunista, la gran fuerza de las ideas comunistas. “Toda guerra —escribió V. I. Lenin— está inseparablemente unida al régimen político del que surge.”[56] Él subrayaba que el curso y el desenlace de una guerra dependen “del régimen interior del país involucrado en ella”.[57]
Al preparar el ataque a La URSS, la Alemania fascista no sólo fundaba sus esperanzas en su fuerza militar, sino también contaba con la debilidad del régimen social y estatal en la Unión Soviética. Goebbels y sus ayudantes del Ministerio de Pro­paganda se esforzaron mucho en demostrar la exis­tencia de ciertos puntos “vulnerables” del sistema soviético y fundamentar la idea aventurera de la “guerra relámpago”. Los agresores fascistas contaban con que el Estado multinacional soviético se desmoronaría bajo los golpes de la Wehrmacht.
La historia dio una dura lección a quienes confiaban en destruir a la Unión Soviética; a quienes no vieron y no querían ver la fuerza indestructible, la viabilidad del régimen socia­lista, engendrado por la Gran Revolución de Octubre.
Acerca de los secretos del “alma rusa” y las tradiciones de la “santa Rus”. En la literatura occidental es posible encontrar, con frecuencia, razonamientos de que el patriotismo de los soviéticos se remonta, en sus orígenes, a las particularidades “incomprensibles” del “carácter ruso”, a los secretos del “alma rusa.” Se afirma que no fue el patriotismo soviético, sino el amor hacia la “madrecita Rusia” lo que ayudó “al régimen so­viético a soportar la dura prueba”. El historiador francés G. Welter analiza los orígenes del patriotismo soviético como la “confianza en quien lo lleva al combate, ya se trate de Pedro el Grande, Kutúzov o Stalin”.[58] Así, el patriotismo soviético pierde su contenido clasista y se reduce a los estrechos marcos nacionales. Más adelante se llega a la conclusión de que la ideo­logía comunista no ha ejercido suficiente influencia en la formación de la conciencia de los soviéticos y, por eso, el PCUS ha recurrido al enaltecimiento de la “santa Rus”. Para confir­mar esto se citan hechos como la creación —dentro de las Fuer­zas Armadas de la URSS— de unidades de la Guardia, la ins­tauración de condecoraciones gubernamentales que llevan el nombre de destacados jefes del Ejército y la Marina del pasado, como A. Suvórov, M. Kutúzov, B. Jmelnitski, P. Najírnov, F. Ushakov, Alexandr Nevski. Es posible encontrar este tipo de versiones en las publicaciones de G. von Rauch (RFA), H. Carrère d'Encausse (Francia) y muchos otros autores.[59]
Al respecto se debe señalar lo siguiente. En la his­toria de los pueblos han existido períodos en los que se ha decidido el destino de la libertad y la independencia de la nación o han ocurrido grandes transformaciones sociales que han decidido el ulterior desarrollo de la nación, su existen­cia como Estado. Precisamente en estos períodos se han desta­cado personalidades políticas y militares que han coadyu­vado con sus actos al progreso social. Alexandr Nevski vive en la memoria del pueblo no porque fue un príncipe, sino porque encabezó la lucha del pueblo por la independencia de la Rus contra los conquistadores extranjeros. El pueblo soviético res­peta la memoria de Suvórov, Kutúzov, Ushakov y Najímov porque —como representantes de vanguardia en su tiempo— comprendieron las necesidades del pueblo y el Estado y sir­vieron con honor a su Patria, mostrando extraordinarias dotes de jefes militares y navales. También se destacó como personalidad política progresista y destacado jefe mili­tar Bogdan Jmelnitski, uno de los primeros que comprendió dentro de su clase la comunidad de intereses de los pueblos ru­so y ucraniano.
En su labor ideológica de educación de los soviéticos dentro del espíritu del patriotismo, el Partido Comunista de la Unión Soviética, ha recurrido y recurre a ejemplos del pa­sado heroico, a las tradiciones de los pueblos de la URSS, los que han tenido su origen en la lucha multisecular por la li­bertad y la independencia. Además, siempre se ha llevado, y se lleva a cabo en la actualidad, una línea precisa de interpreta­ción consecuente de la historia desde posiciones clasistas; se ha señalado en reiteradas ocasiones la inadmisibilidad de la iden­tificación del pasado heroico del pueblo ruso con la historia del régimen burgués terrateniente de la Rusia zarista, durante mu­cho tiempo la cárcel de los pueblos.[60]
Tampoco hubo nada en común con un “regreso a las tradi­ciones del zarismo” en la creación de unidades de la Guardia en las Fuerzas Armadas Soviéticas. Los historiadores burgueses ignoran, de manera premeditada, que en el lenguaje de cada pueblo existen determinados conceptos, cuyo contenido varía con el paso del tiempo. Eso sucede con la palabra “guardia”, la cual se emplea en la actual lengua rusa de manera diferente a su significado en el pasado, pues se utiliza para significar a los luchadores por la causa del comunismo más pre­parados, más fuertes de espíritu y más forjados, desde el punto de vista revolucionario. No es casual que los primeros destaca­mentos de las fuerzas armadas de la clase obrera que se alzaron en la lucha contra el zarismo, fueran denominados Guardia Roja, la cual fue más tarde el fundamento para organizar las fuerzas armadas del proletariado en el período de preparación y realización de la Gran Revolución Socialista de Octubre y a comienzos de la Guerra Civil entre 1918 y 1920.[61] En el periodismo y la literatura soviéticos ya antes de la guerra, se habían fijado conceptos como “Guardia Leninista”, “Guardia de la Revolu­ción”. En los años de la guerra, a las mejores unidades y buques de las Fuerzas Armadas Soviéticas —distinguidos en los combates contra los agresores germano fascistas—, se les comenzó a dar el título “de la Guardia”.
En la historiografía occidental está muy difundida la men­tira de que en los años de la guerra “el régimen comunista en Rusia” “reconsideró” su actitud hacia la religión, “firmó la paz” y se aseguró el apoyo de “la Iglesia antes perseguida”. Los falsificadores especulan con el desconocimiento de los amplios medios sociales de las particularidades de la interrelación exis­tente entre el Estado socialista y las organizaciones religiosas, y entre ellas, la Iglesia ortodoxa. Por un Decreto del Consejo de Comisarios del Pueblo aprobado en 1918, la Iglesia se se­paró del Estado. La pertenencia a una u otra religión se convir­tió en una cuestión personal de cada ciudadano de la URSS. La Constitución de la Unión Soviética legalizó la libertad de culto de los ciudadanos. En los primeros años del Poder sovié­tico, muchos representantes del clero vinculados con las clases explotadoras de la Rusia zarista, actuaron contra las transformaciones socialistas del país, de lo cual, claro está, fueron hechos responsables. Pero el país tomó rápidamente la vía del progreso social y económico. Los trabajadores, entre quienes también había creyentes, participaban activamente en la reorganización de la vida sobre nuevas bases. Para no perder su influencia en esta parte de la población, la Iglesia no po­día mantenerse al margen de la vida social de los feligreses ni pasar por alto la inclinación de los éstos hacia el nuevo ré­gimen social. Por eso renunció abiertamente a la actividad anti­soviética.
Ya en 1927, la más alta dignidad eclesiástica rusa, el me­tropolitano Sergio, hizo un llamado a los fieles y al clero a que apoyaran de manera activa al Poder soviético. En los años de la preguerra, la Iglesia ocupó una posición leal para con el régimen social y estatal en la URSS.
Después del ataque de los agresores fascistas a la Unión So­viética todo el pueblo, incluidos los creyentes, se levantó en de­fensa de su Patria. La Iglesia condenó la agresión fascista. Cuan­do por todo el país se desarrolló un amplio movimiento para recaudar ayuda financiera y material al Ejército Soviético, la Iglesia no estuvo al margen. Con los recursos reunidos por los creyentes se construyó y envió al frente una columna de tanques bajo el nombre de “Dmitri Donskói”.
Los órganos estatales y partidistas de la Unión Soviética, aunque respetaban los sentimientos de los creyentes, no renun­ciaban al principio de la separación de la Iglesia del Estado. Ni la religión ortodoxa ni ninguna otra pueden contar con partici­par en la solución de ningún tipo de cuestión estatal. El Partido siempre ha considerado una obligación suya la propaganda de las ideas materialistas marxistas y del ateísmo científico.
Así, en los años de la guerra no se produjo ninguna varia­ción sustancial en las relaciones entre el Estado soviético y la Iglesia. La influencia de la religión ortodoxa y otras religio­nes en la población del país, estuvo muy lejos de ser lo que plantean los historiadores burgueses: que la población “buscó” en la religión una fuente de convencimiento de la justeza de su lucha contra los conquistadores extranjeros.
Una versión más. Los falsificadores de la historia también recu­rren a otro método para tergiversar los orígenes del patrio­tismo soviético. Afirman de manera arbitraria que el carácter nacional de la lucha de los soviéticos contra los agresores, estuvo dado por la “incorrecta” política de ocupación de la dirección fascista. En la década del 60, se pusieron de manifiesto tales argumentaciones en las obras de los historiadores ingleses E. O. Ballanqe y A. Clark, del historiador norteamericano T. Higgins, del historiador germanoccidental E. Hesse, y otros. El so­ciólogo reaccionario francés R. Aron, quien secundó esta ver­sión, declaró que la guerra patriótica en Rusia contra los agre­sores germano fascistas estuvo provocada por los “errores” en la política alemana de ocupación.[62] Le hace eco K. Reinhardt, quien intenta explicar la heroica lucha del pueblo soviético en el frente y la retaguardia, mediante los “errores” de los di­rigentes del tercer Reich en la política hacia la población de las zonas ocupadas y hacia los prisioneros soviéticos y, a la vez justificar las órdenes y las acciones criminales del mando de la Wehrmacht, la cual “condenaba”, según él, esta política reali­zada sólo, al parecer, por las fuerzas de las SS.[63] H. Carrère d'Encausse, cuyos trabajos están permeados por el espíritu del anticomunismo y el antisovietismo, considera que la dirección de la Alemania fascista habría podido jugar la “carta de los nacionalismos” y, con ello, debilitar a la URSS. En su opi­nión, si se hubiera realizado el plan del criminal de guerra Rosenberg, quien preveía la división de la Unión Soviética, “la fe­deración soviética habría sido reducida a la nada”.[64]
Las consideraciones acerca de la posibilidad o la “eficacia” de alguna política “humana” hacia la población de la URSS por el fascismo, no pueden dejar de provocar un sentimiento de protesta. Estas consideraciones están dirigidas, ante todo, a justificar con falsedades al imperialismo y al fascismo alema­nes, a esconder la esencia feroz existente en su naturaleza mis­ma. Recordemos algunos hechos. Mucho antes de la guerra, en las intervenciones de los cabecillas de la Alemania fascista y en los documentos nazis, no sólo se promulgó y elaboró el progra­ma de conquista de tierras en el Este, sino también monstruosos planes de exterminio de los pueblos eslavos y de “germanización” de los grupos poblacionales que los conquistadores conta­ban con utilizar como esclavos suyos. Hitler declaraba cínica­mente: “Siempre debe partirse de que esos pueblos [los eslavos. —El autor], ante nosotros, tienen en primera línea la tarea de servirnos en lo económico.”[65] En el plan general “Este”, elaborado bajo la dirección de Himmler y Rosenberg en mayo de 1940, se preveía el aniquilamiento de 30 millones de eslavos. En este documento se decía acerca de la Unión So­viética: “No sólo se trata de la destrucción del ‘Moscovismo’... Se trata de mucho más: de destruir la raza rusa como tal, de su desintegración.”[66] Los fascistas planeaban exterminar la intelec­tualidad, abolir la enseñanza media y superior, convertir a los soviéticos en esclavos obtusos en los territorios ocupados.
En vísperas de la guerra, en Alemania se aprobó una ins­trucción especial sobre la conducta que debían seguir los funcionarios en el territorio ocupado de la URSS. “Ustedes de­ben tener claro que por siglos enteros serán los representantes de la gran Alemania... Por eso deben estar conscientes del mé­rito de ejecutar las medidas más duras y más crueles que les exija el Estado.”[67]
La camarilla militar alemana, sin conmoverse, realizó las teo­rías misantrópicas racistas, para lo cual empleó los métodos más sangrientos de ensañamiento con la población pacífica de las zonas ocupadas. Mediante la directiva “Acerca de la juris­dicción en la zona ‘Barbarroja’ y los poderes especiales de las tropas”, del 13 de mayo de 1941, a los soldados de la Wehrmacht se les permitía emplear “medidas masivas violentas” tanto contra los guerrilleros y todos los “sospechosos”, como contra núcleos poblacionales enteros. Por anticipado se liberaba de to­da responsabilidad a los militares de la Wehrmacht por la arbitra­riedad y los actos de violencia contra la población soviética.[68]
En uno de los documentos del 22 de julio de 1941 se orde­naba a las autoridades de ocupación que difundieran mediante sus represiones “el miedo y el terror”; las tropas debían adop­tar “las correspondientes medidas draconianas”[69].
En la orden del jefe del 6o Ejército alemán, W. von Reichenau, “Conducta de las tropas en los territorios orientales” se decía: “Las tropas deben interesarse en extinguir incendios sólo en la medida que sea necesario para garantizar suficientes can­tidades de alojamientos. Además, la desaparición de símbolos del anterior gobierno bolchevique, incluso en la forma de edificaciones, es parte de la lucha de destrucción. Ni los valores históricos ni los artísticos son de importancia en los territorios orientales.”[70]
Ciertamente, la política misantrópica de terror de los oscu­rantistas germano fascistas para con la población de las zonas ocupadas de la Unión Soviética, incrementó el odio hacia los fascistas, fue uno de los motivos que estimularon la lucha ac­tiva y decidida contra los hitlerianos. El destacado dirigente del Estado soviético M. Kalinin, todavía durante la guerra, escri­bió: “La crueldad —la cual incita incluso a las piedras a clamar venganza— empuja a las personas más pacíficas a la lucha ab­negada contra los bandidos hitlerianos. Pero aun así, la violen­cia y la crueldad empleadas por los ocupantes fascistas con la po­blación pacífica, sólo son un factor complementario en el desa­rrollo de la lucha guerrillera. Las fuentes fundamentales que nu­tren tan abundantemente al movimiento guerrillero, están mu­cho más profundas, se encuentran en el corazón del pueblo mismo.”[71]
Acerca del patriotismo y el heroísmo. La guerra de la Alema­nia fascista y sus satélites contra la Unión Soviética, fue una guerra criminal y de agresión.
El Comité Central del Partido Comunista y el Gobierno so­viético, desde el comienzo mismo de la guerra, frustraron las ideas de la agresión alemana. “El objetivo de este ataque —se señalaba en la Directiva del CC del Partido y del Gobierno, del 29 de junio de 1941— es el aniquilamiento del régimen sovié­tico, la conquista de las tierras soviéticas, la esclavización de la Unión Soviética, el saqueo de nuestro país.”[72]
El Partido llamó a todos los compatriotas a luchar abne­gadamente contra los conquistadores fascistas, a defender ca­da palmo de la tierra natal, a combatir por sus poblados y ciu­dades hasta la última gota de sangre. Al llamado del Par­tido, se levantó todo el pueblo de la inmensa nación. Millones de soviéticos manifestaron, desde las primeras horas de la gue­rra, una firmeza indoblegable en la lucha contra el enemigo, su grandeza de alma, su fidelidad al deber de ciudadanos de la Patria socialista.
Las fuentes fundamentales del patriotismo y la abnega­ción de los ciudadanos soviéticos en la lucha contra los agre­sores, fueron el régimen social y estatal soviético, los ideales del comunismo. El heroísmo de los soviéticos en la Gran Guerra Patria no constituyó hechos aislados. Fue el heroísmo sin prece­dentes de las amplias masas populares. En los años de la guerra, más de siete millones de combatientes soviéticos fueron conde­corados con órdenes y medallas de la URSS, más de 11.000 per­sonas se hicieron acreedores de la más alta distinción combativa: el título de Héroe de la Unión Soviética. El heroísmo masivo de los soviéticos fue una clara manifestación de su patriotismo, de su amor a la tierra natal, de su entrega sin reservas al régimen socialista.
Los historiadores reaccionarios no cesan en sus intentos de “desheroizar” al Ejército Soviético, de tergiversar las fuentes del gran hecho de armas de los soviéticos en aras de la defensa de la Patria socialista. El historiador norteamericano H. Baldwin “explica” la firmeza y el valor de las tropas soviéticas con el argumento de que “el mujik temía a la disciplina férrea de los comisarios y a los pelotones de fusilamiento soviéticos”.[73] El antes citado W. Craig afirma calumniosamente que la disci­plina en el Ejército Rojo se mantenía por el “método de fusilar a cada décimo hombre”. He aquí una escena de su libro: “El coronel avanzó con determinación hacia las largas filas de sol­dados en formación. Con una pistola en la mano derecha, se dio vuelta al final de la primera fila y comenzó a contar en alta voz: ‘uno, dos, tres, cuatro’... Cuando llegó al décimo hombre, giró y le disparó a la cabeza. La víctima no había cesado de agonizar en la tierra, cuando el coronel comenzó a contar de nuevo: ‘uno, dos, tres’... Al llegar a diez mató a otro hombre de un disparo y continuó su horrendo monólogo: ‘uno, dos...’ ”[74] Este episodio inventado no es casual, no es un error. Es un tosco infundio que emplean los historiadores reaccionarios con el fin de realizar una propaganda antisoviética premeditada, de especular con la con­fianza del lector poco informado.
Baldwin, Craig y otros como ellos silencian al mismo tiempo las valoraciones de quienes conocieron a los soldados soviéti­cos en el campo de batalla. El general norteamericano Stilwell escribió en 1945 que los norteamericanos expresarán los sentimien­tos de sus soldados al rendir homenaje en particular al sol­dado ruso. Lo vieron en esta guerra durante la defensa te­naz, abnegada, contra la poderosa maquinaria, durante su épi­ca resistencia en Stalingrado y su primera gran victoria allí, cuando destruyó al 6o Ejército alemán y torció el curso de la guerra hacia la victoria definitiva. Vieron cómo el soldado ruso expulsó al ejército alemán y limpió su Patria de con­quistadores en la ofensiva más grande y tenaz de la historia mi­litar. Luego, Stilwell señala que durante tres años de constante lucha los norteamericanos vieron cómo precisamente el soldado ruso resistió el empuje de los alemanes y los derrotó; superó todo lo alcanzado por los soldados rusos en guerras pasa­das, y los soldados de cualquier nacionalidad se enorgu­llecen de haber estado junto a él en esta guerra. Todo el mundo civilizado debe valorar, de manera especial, los méritos de la fi­gura central en esta lucha: el soldado ruso.
En las memorias de los generales hitlerianos también hay muchas evidencias de este tipo. Así, por ejemplo, H. Friessner escribió: “El soldado soviético... combatía de manera consciente por sus ideas políticas. Esto era válido, en particular, para los soldados jóvenes.”[75] El destacado general francés F. Gambiez, después de visitar Stalingrado con un grupo de veteranos de la guerra, valoró de la siguiente manera, en el periódico francés Le Figaro, la consigna de los defensores de la fortaleza del Volga “Detrás del Volga, no hay más tierra para nosotros”: esta consigna “permite medir la importancia de la educación patrió­tica dada a los soldados del Ejército Rojo, el apego de los sovié­ticos a su tierra invadida y martirizada y el grado de entusias­mo de todos”.[76]
Ya en 1919, V. I. Lenin se refirió a la invencibilidad del socialismo en sus enfrentamientos a los Estados explotadores: “Jamás podrá ser derrotado un pueblo cuyos obreros y campe­sinos, en su mayoría, han comprendido, sentido y visto que de­fienden su propio poder, el Poder soviético, el poder de los traba­jadores; que defienden una causa cuyo triunfo les asegurará a ellos y sus hijos la posibilidad de beneficiarse de todos los bie­nes de la cultura y de todas las creaciones del trabajo humano.”[77]
En la Gran Guerra Patria, la masa fundamental de los de­fensores de la Patria socialista la componían los hijos y las hijas de quienes el gran Lenin y el Partido Comunista condujeron a la victoria de la Gran Revolución Socialista de Octubre. Eran los representantes de una generación que se educó y trabajó en los años de las grandiosas transformaciones socio económicas en el país, una generación que edificó con su trabajo el socialis­mo real, una generación para la cual el modo de vida socialista se había convertido en una realidad diaria.
Una familia de pueblos fraternos. El pueblo combatiente de la URSS representaba una familia firmemente unida de todas las naciones y las nacionalidades asentadas en los vastos terri­torios del país. La defensa de la Patria socialista se convirtió en causa común de todos los ciudadanos de la URSS, independientemente de su nacionalidad. Hombro con hombro combatieron los represen­tantes de los pueblos grandes y pequeños del país y de sus ha­zañas y hechos de armas se enorgullecieron todos los soviéticos.
En 1944, formando parte de 200 divisiones de fusileros que contaban en sus filas con un millón de hombres, había un 58,3 % de rusos, un 22,3 % de ucranianos, un 2,7 % de bielorrusos, un 2,0 % de uzbecos, un 1,5 % de kazajos, un 1,5 % de azerbaidzhanos, un 1,4 % de armenios, un 1,0 % de kirguises y representantes de otras naciones y nacionalidades de la URSS. En los años de la guerra se formaron un cuerpo estonio; tres divisiones kazajas; las divi­siones letona, lituana, azerbaidzhana, georgiana, armenia, bashkira y otras unidades nacionales.[78] La defensa de la Patria so­cialista fue la causa común de todos los pueblos del país.
Al intervenir en un mitin de la juventud soviética en sep­tiembre de 1941, el hijo de la ardiente revolucionaria española Dolores Ibárruri, el capitán Rubén Ruiz Ibárruri, quien después cayó heroicamente en los combates de Stalingrado, dijo: “Soy español, y junto a mí combaten rusos y georgianos, bielorrusos y kazajos, ucranianos y tadzhikos. Levantaos junto a nosotros todo el que quiera conquistar para sí la libertad y la felicidad.” Los sentimientos expresados por ese oficial soviético de nacio­nalidad española, resultaban cercanos y comprensibles para todos los soviéticos, para quienes la solidaridad clasista de los trabaja­dores de todos los países y la unidad de la familia multinacional de los pueblos de la URSS, se habían convertido en una mani­festación natural de las relaciones sociales formadas en las condiciones de la edificación y la victoria del socialismo en el país.
Resultan infructuosas las artimañas de los historiadores neo­fascistas del tipo de J. Hoffmann, quien trabaja en el servicio de historia militar del Bundeswehr, W. Strik-Strikfeldt y otros semejantes a ellos, quienes intentan confirmar que, en los años de la guerra, la política nacional del Gobierno soviético “no re­sistía una comprobación”.
Los cálculos de los cabecillas fascistas y el imperialismo mundial de que resurgieran discordias intestinas nacionales y se desintegrara el Estado socialista multinacional en el período de la guerra, resultaron construidos sobre arena. La unión y la amistad de todas las naciones y las nacionalidades del País de los Soviets, resistieron las pruebas.
La firmeza del multinacional Estado soviético en los años de la Segunda Guerra Mundial, es señalada por muchos histo­riadores burgueses, quienes subrayan a la vez la inconsistencia de los cálculos de los políticos y los estrategas fascistas de excitar contradicciones nacionales supuestamente existentes en la URSS. “La lección también había sido dura para los anticomunistas de todo el mundo —reconoce G. Welter—, quienes, una vez estallada la guerra, habían contado con una revuelta de los sol­dados, con un levantamiento de los campesinos, con la desinte­gración de la Unión de Repúblicas Soviéticas.”[79]
La lucha en la retaguardia de los agresores. La abnegada lu­cha de todo el pueblo en la retaguardia de los ocupantes ger­mano fascistas, fue una clara manifestación del profundo pa­triotismo de los ciudadanos soviéticos. Incluso en condiciones de extremo terror, bajo la amenaza de la muerte, la inmensa mayoría de los ciudadanos soviéticos que se encontraban en terri­torio ocupado, no se sometió a los agresores, participaba en el sabotaje y en acciones para frustrar las medidas políticas y eco­nómicas de las autoridades de ocupación. Decenas de miles lu­chaban en la clandestinidad. Cientos de miles combatían en los destacamentos guerrilleros contra el enemigo.
En los años de la guerra, actuaban en total 6 200 destaca­mentos guerrilleros y grupos clandestinos, en los cuales com­batían más de un millón de guerrilleros en la retaguardia del enemigo en las zonas y las regiones ocupadas de la Federación Ru­sa, Ucrania, Bielorrusia, Lituania, Letonia, Estonia y Moldavia. A comienzos de 1944, más del 30 % de los guerrilleros eran obreros; alrededor del 41 %, koljosianos; y más del 29 %, emplea­dos. Casi una décima parte de los guerrilleros eran mujeres. En las formaciones guerrilleras combatían representantes de todas las nacionalidades de la Unión Soviética.[80]
La lucha de los soviéticos en la retaguardia del enemigo causó grandes pérdidas a los agresores y coadyuvó a la derrota de los ocupantes germano fascistas. Según datos que están lejos de ser exhaustivos, los luchadores clandestinos y los guerrilleros soviéticos organizaron más de 21 000 descarrilamientos de tre­nes con tropas y material de guerra del enemigo; dañaron 1 618 locomotoras, 170 800 vagones; volaron y quemaron 12 000 puen­tes de carreteras y vías férreas; aniquilaron y tomaron pri­sioneros 1,5 millón de soldados hitlerianos, oficiales y sus cómplices locales; y suministraron muchas informaciones valiosas al mando del Ejército Soviético.[81]
En varias zonas y regiones occidentales, gracias a los esfuerzos de los guerrilleros y  los luchadores clandestinos se mantuvo el Poder soviético, y, en algunos casos, existían zonas y comarcas guerrilleras, donde el ocupante no ponía en abso­luto los pies. En el verano de 1943, bajo el completo control de los guerrilleros se encontraban más de 200 000 km2 de tierra soviética.
El movimiento guerrillero tuvo una inmensa importancia política. Mediante octavillas, periódicos clandestinos y encuen­tros personales, los guerrilleros ofrecían a los soviéticos que se encontraban en el territorio ocupado una información veraz de la situación en el frente soviético alemán; desenmascara­ban la mentira y la calumnia de las autoridades de ocupación; mantenían la fe en la inevitabilidad de la derrota del enemigo y en la liberación del yugo fascista. Por su dimensión y sus re­sultados políticos y militares, la gesta heroica de los soviéticos en el territorio temporalmente ocupado por las tropas germano fascistas, adquirió el significado de un factor fundamental en la derrota del fascismo.
En algunos trabajos de historiadores occidentales se encuen­tran algunas valoraciones realistas de la lucha de los sovié­ticos en la retaguardia enemiga. El autor inglés R. White es­cribe que el movimiento guerrillero soviético “surgió rápida­mente” y se convirtió en una importante fuerza real en la lucha contra Alemania.[82] Sobre la formación de esos puntos de vista ejercieron cierta influencia las apreciaciones de participantes en las acciones bélicas en el frente soviético alemán —los generales de la Wehrmacht— y los documentos oficiales del mando germano fascista. L. Rendulic, ex general hitleriano, escribió: “En ninguna guerra de las conocidas en la historia hasta nuestros días, la lucha guerrillera ha tenido un significado semejante al que tuvo en la última guerra mundial... Sus efectos sobre las propias tropas comba­tientes, sobre todos los problemas de las tropas de refuerzo y el avituallamiento, por el peligro en que ponen las zonas de retaguardia y lo difícil que hacen la administración en los terri­torios ocupados, se convirtieron en parte de la guerra total... y determinaron el desenvolvimiento de la Segunda Guerra Mun­dial.”[83]
El 1o de julio de 1941, el jefe del Estado Mayor General de las tropas terrestres de la Wehrmacht, F. Halder, escribió en su diario: “Serias preocupaciones nos depara la intranqui­lidad en los territorios de la retaguardia... Las divisiones de se­guridad no son suficientes, ellas solas, para mantener el orden.”[84] En la disposición del jefe del Estado Mayor General del Alto Mando de las Fuerzas Armadas de la Alemania fascista, W. Keitel, del 16 de septiembre de 1941, se señalaba: “Desde co­mienzos de la campaña contra la Rusia soviética ha surgido en los territorios ocupados por Alemania toda una serie de movi­mientos de sublevación comunista. Sus formas de actuar contra nosotros varían desde medidas propagandísticas y ataques a miembros aislados de las fuerzas armadas, hasta la rebelión abierta y la guerra de bandas contra nuestras fuerzas.”[85]
El 18 de agosto de 1942, el Estado Mayor de la dirección operativa de la Wehrmacht emitió la Directiva N° 46 para re­forzar la lucha contra los guerrilleros. La ejecución de las ac­ciones militares contra los guerrilleros se imponía, mediante ese documento, a las planas mayores militares.[86] En abril de 1943, Hitler firmó una orden especial, en la cual la tarea de organi­zar y realizar la lucha contra los guerrilleros se declaraba “equi­valente a las acciones militares en los frentes”. Mediante enérgicas acciones en la retaguardia y en las vías de comunica­ción del enemigo, los guerrilleros les inmovilizaban considerables fuerzas. Desde mediados de 1942, de las tropas germano fascistas en el frente soviético alemán se desvió hasta un 10 % para luchar contra los guerrilleros. En 1943, el Mando de la Wehrmacht utilizó contra los guerrilleros soldados de las formaciones auxiliares de cerca de 25 divisiones del ejército de ope­raciones.
A los agresores les preocupaba, de manera particular, la creciente resistencia de toda la población al régimen de ocupa­ción. En octubre de 1941, el jefe del servicio antiguerrillero de la Wehrmacht en el sector meridional del frente soviético ale­mán, T. Oberländer, comunicó a Berlín: “Un peligro mucho mayor que la resistencia activa de los guerrilleros, es la resistencia pasiva: el sabotaje laboral. Para superarla tenemos aún me­nos oportunidades de éxito.”[87]
En la historiografía occidental se ha elaborado toda una colección de tesis y argumentos que se refutan frecuentemente entre sí y dirigidos a presentar, de manera tergiversada, la lu­cha nacional del pueblo soviético contra los agresores fascistas. Algunas de ellas afirman que el movimiento guerrillero no tenía un carácter popular y que sólo había surgido debido a las medidas “violentas” de los “comisarios”, quienes “expul­saban” a la población civil a los bosques. Otros intentan con­vencer a sus lectores de que el movimiento guerrillero en el te­rritorio soviético ocupado por los agresores, surgió “de manera espontánea”, algo inesperado para la dirección política de la URSS y —como expresión del enigmático “espíritu ruso”— re­sultó “incontrolable”.
El historiador germanoccidental E. Helmdach afirma que los pobladores de los territorios temporalmente ocupados no apo­yaban a los guerrilleros, y que éstos no querían lu­char.[88] Le hace eco E. M. Howell (EE.UU.), quien se especia­liza en el estudio del movimiento guerrillero soviético. Asegura: “No existió ningún levantamiento popular: las masas populares no participaron en él.”[89] Otro historiador norteamericano, J. A. Armstrong, afirma que “el movimiento guerrillero no era una organización voluntaria”.[90]
La tesis fraudulenta del carácter “coercitivo” del movimiento guerrillero, de su “imposibilidad de controlarse”, la necesitan los falsificadores para silenciar los orígenes po­pulares, patrióticos, de la lucha de los soviéticos contra los agre­sores fascistas.
Desde el comienzo mismo de la guerra, la dirección políti­ca y militar de la Unión Soviética, en apoyo de la aspiración de los soviéticos de luchar activamente contra el enemigo, adop­tó las medidas necesarias para la organización de la resistencia nacional a los agresores germano- fascistas. El 18 de julio de 1941, el Comité Central del Partido aprobó la resolución “Acer­ca de la organización de la lucha en la retaguardia de las tro­pas alemanas”. En esta resolución se subrayaba: “En cada ciudad y en cada poblado nos apoyarán sin reservas cientos y miles de nuestros hermanos y hermanas, que han caído ahora bajo la bo­ta de los fascistas alemanes y que esperan, de nuestra parte, ayuda en la organización de las fuerzas para la lucha contra los ocupantes.”
Ya en 1941, en los primeros meses de la guerra, en el te­rritorio ocupado por el enemigo, a pesar de las condiciones excepcionalmente difíciles, desarrollaron su trabajo 18 comités re­gionales clandestinos, más de 260 comités urbanos, distritales y otros órganos partidistas clandestinos, una gran cantidad de grupos y organizaciones de base del Partido. En el territorio ocupado por el enemigo, hacia fines del primer año de guerra, actuaban en total cerca de 65 500 comunistas que encabezaban la organización de la lucha del pueblo contra los agresores. En 1941, sólo en los alrededores de Moscú, actuaban 41 destaca­mentos guerrilleros y 37 grupos de sabotaje.[91] El 30 de mayo de 1942 se creó el Estado Mayor Central del movimiento gue­rrillero.
La red de órganos clandestinos en el territorio ocupado de la URSS se ampliaba constantemente. En el otoño de 1943, en la retaguardia enemiga actuaban 24 comités regionales, más de 370 comités comarcales, urbanos y distritales y otros ór­ganos clandestinos del Partido. La dirección del Partido forta­leció el movimiento guerrillero, el cual —según M. Kalinin— “tomó la forma de una lucha popular que se incre­mentaba de mes en mes”.[92]
En la historiografía burguesa se encuentran, incluso, inten­tos de demostrar el carácter ilegal de la lucha guerrillera del pueblo soviético. Desde el arsenal de la propaganda de Goebbels y las ordenanzas norteamericanas actuales, a los trabajos de los historiadores reaccionarios se han mudado expresiones ofensi­vas dirigidas a los héroes guerrilleros, quienes “han violado [al parecer] las normas tradicionales de conducción de la guerra”.[93]
Dichos historiadores deben saber que, mucho antes de iniciarse la Segunda Guerra Mundial, en el derecho internacional ya se había aceptado el estatuto jurídico guerrillero. Las confe­rencias de La Haya de 1899 y 1907 dejaron establecido que los participantes en el movimiento guerrillero debían ser puestos bajo la defensa de las normas del derecho internacional en las mismas condiciones que los militares de los ejércitos regulares.
Las valoraciones tendenciosas formuladas por los historiado­res reaccionarios del carácter, la amplitud y los orígenes del mo­vimiento guerrillero soviético, se vinculan con la estrategia política actual de la reacción mundial, y se dirigen a desacreditar esta forma, altamente eficaz de la lucha armada por la inde­pendencia nacional y contra la agresión imperialista.
El arte militar
El número y la calidad de las divisiones, su armamento, la capacidad combativa del personal y el nivel moral, son los fac­tores más importantes del poderío de las fuerzas armadas. Sin embargo, el desenlace de la lucha armada también depende de la forma en que se utilicen las fuerzas armadas para lograr la victoria sobre el enemigo; es decir, del nivel de la ciencia mili­tar, del arte militar, de la maestría militar de los jefes a todos los niveles.
La Gran Guerra Patria demostró la superioridad del arte militar soviético sobre el del enemigo, la madu­rez de la ciencia militar soviética, que se apoya en la teoría marxista leninista, el talento organizativo y la maestría de los jefes militares soviéticos.
En las publicaciones occidentales pueden encontrarse con frecuencia altas valoraciones del arte militar de las fuerzas armadas de los Estados Unidos y Gran Bretaña. También exaltan el arte militar de la Alemania fascista, la cual —como es sabi­do— perdió la guerra. El coronel retirado norteamericano T. Dupuy en el libro El frente ruso [The Russian Front] asumió la ingrata misión de elogiar “la excelente actuación en combate del ejército alemán”, el cual, según sus palabras, tuvo logros “que excedieron probablemente lo mejor de cualquier otro ejér­cito en la historia militar”.[94] El historiador norteamericano A. J. P. Taylor, al pretender originalidad, afirma que en el fren­te soviético alemán fue imposible en absoluto evidenciar el arte militar, pues todo lo decidieron los efectivos de los ejércitos, “millones de hombres lucharon, millones fueron muertos”, y que en Occidente las acciones fueron “el clímax del arte militar científico, civilizado”.[95]
Con frecuencia esos historiadores evaden el arte militar so­viético ya sea mediante el silencio, o presentándolo como resul­tado de una superioridad “reiterada” en fuerzas. Las grandes y las pequeñas unidades alemanas —se plantea en algunos libros editados en Occidente— caían bajo la “apisonadora de vapor” de la superioridad soviética en efectivos.[96] Según palabras de autores ingleses, “el genio táctico”, la “maestría” y la “decisión” de los generales de la Wehrmacht, no pudieron sobrepasar la “enorme superioridad de efectivos”  del Ejército Soviético.[97]

No por el número, sino por la habilidad. La correlación de fuerzas de las partes contendientes en la guerra es, en cada operación y cada combate, uno de los problemas más complejos de la ciencia y el arte militarse. La dirección política y militar de un Estado en guerra se plantea la tarea de crear —mediante la máxima utilización del potencial militar— una superioridad en fuerzas, o liquidar lo más rápidamente la superioridad del enemigo.
En el transcurso de la Gran Guerra Patria, la correlación de fuerzas entre las Fuerzas Armadas Soviéticas y la Wehrmacht fue variando. En el primer período de la guerra, la superiori­dad en fuerzas y medios pertenecía a las tropas germano fascis­tas. Como resultado de los enormes esfuerzos de la dirección po­lítica y militar de la Unión Soviética, que movilizó las posibi­lidades potenciales del Estado, se logró la igualdad de fuerzas y medios con las tropas germano fascistas en el frente soviético alemán, y con posterioridad se garantizó la superioridad deci­siva. La dinámica de estas variaciones puede observarse en la siguiente tabla.[98]
Fuerzas y medios
     22.06.41     01.11.42
 01.01.45
Efectivos de las tropas (en millones)
Tanques y cañones de asalto (en miles)
Cañones y morteros (en miles)
Aviones de combate (en miles)
Nota: En el numerador se citan los datos sobre las tropas soviéticas; en el denominador, sobre las tropas de Alemania.
*Sin contar los tanques ligeros. **Sólo aviones de nuevos tipos.

Al comienzo de la guerra, la Wehrmacht superaba en casi el doble a las tropas soviéticas en efectivos, y también poseía más artillería, tanques y aviones de nuevos tipos. Con una correlación de medios y fuerzas desfavorable a la Unión Soviética, se efectuaron operaciones defensivas de gran envergadura, como las de Leningrado (10 de julio - 30 de septiembre de 1941), Smolensk (10 de julio - 10 de septiembre de 1941), en la zona de Ucrania situada a la orilla derecha del Dniéper (10 de julio - 30 de agosto de 1941), Moscú (30 de septiembre - 5 de diciem­bre de 1941). Toda la campaña de las Fuer­zas Armadas Soviéticas del verano al otoño, durante la cual se realizó la defensa estratégica, transcurrió con superioridad en efectivos por parte de las tropas germano fascistas. En esta campaña, a pesar de los se­rios reveses y las grandes pérdidas, las tropas soviéticas hicieron fracasar el plan de la guerra “relámpago”.
Las tropas de la Wehrmacht sufrieron su primera gran derro­ta en los accesos de Moscú, cuando el Ejército Soviético no po­seía superioridad en fuerzas. Los combates defensivos en el pe­ríodo de la batalla de Stalingrado (17 de julio - 18 de noviembre de 1942) y las batallas por el Cáucaso (25 de julio de 1942 - 1o de enero de 1943), también transcurrieron con una superiori­dad numérica en fuerzas y medios de las tropas germano fascistas.
La contraofensiva de las tropas soviéticas en Stalingrado, que condujo al cerco y la destrucción de la mayor agrupación ene­miga, se llevó a cabo con una superioridad insignificante de las tropas soviéticas en infantería, artillería, tanques, pero el mando fascista conservaba superioridad en aviación. Sólo hacia el verano de 1943, gracias al trabajo organizativo del Par­tido Comunista y del Gobierno soviéticos, a los esfuerzos del Mando Supremo y al heroico trabajo de todo el pueblo, se lo­gró la superioridad numérica en fuerzas y medios en el frente soviético alemán. Para lograr la derrota definitiva de los agre­sores y la victoria total en la Gran Guerra Patria, el Partido Comunista y el Gobierno soviéticos, supieron aprovechar, por completo, las ventajas del régimen socialista y movilizar todas las fuerzas del pueblo.
En tanto, en el libro de H. Salisbury Las batallas más grandes del Mariscal Zhúkov [Marshal's Zhukow Grealest Batles, Londres, 1969], una falsificación de las memorias de G. Zhúkov, se afirma sin pruebas que el Ejército Rojo alcanzó la victoria a costa de grandes derramamientos de sangre y se acusa al Mando soviético, y personalmente a J. Stalin y G. Zhúkov, de gastar “de manera despiadada” los recursos humanos. El fin de estas malévolas conjeturas no sólo consiste en rebajar el arte militar soviético, sino en encubrir las proporcio­nes de las atrocidades y las víctimas del fascismo alemán en el territorio de la URSS.
Dando una respuesta enérgica a Salisbury y los falsifica­dores semejantes a él, Zhúkov escribió: “En el momento actual es muy fácil y muy sencillo ocuparse, claro está, de calcular sobre el papel la correlación de fuerzas, dar lecciones con profundi­dad de pensamiento de con cuántas divisiones debía haberse ganado hace un cuarto de siglo una u otra batalla, analizar dónde se introdujeron más tropas y dónde menos de la cifra que hoy día le parece conveniente a uno u otro historiador. Todo esto era muchísimo más difícil en los campos de batalla.” Zhúkov barrió, con decisión, los intentos de Salisbury de desvirtuar la verdad histórica. El Mando soviético, escribe el Mariscal, “llevó al combate tantas tropas como fueron necesarias, a partir de la situación existente. No gastó más fuerzas que las que requerían las condiciones de una operación determinada.”[99]
En las dificilísimas condiciones de la guerra de exterminio impuesta por Alemania y por todo el imperialismo mun­dial, el Partido Comunista, el Gobierno soviético y el Mando Supremo, aplicaron el máximo de esfuerzos para sacar del pe­ligro y salvar el mayor número posible de la población que había quedado bajo la amenaza de exterminio fascista, y se pre­ocuparon de manera constante, al plantear las operaciones mi­litares, por cuidar los recursos humanos y reducir al mínimo las bajas.
Sólo citaremos un ejemplo documental que evidencia la in­consistencia de las invenciones señaladas de los historiadores reaccionarios.
En enero de 1944, el Ejército de Primorie llevaba mucho tiempo sin poder cumplir las tareas planteadas en los combates por la ciudad de Kerch. El Mando Supremo estudió la situa­ción en la zona que ocupaba ese ejército, y el 27 de enero de 1944 se emitió una directiva del Cuartel General en la cual se planteaba:
“Por las acciones del Ejército de Primorie es evidente que los esfuerzos fundamentales del ejército persiguen apoderarse de la  ciudad Kerch mediante difíciles combates callejeros. Los combates en la ciudad conducen a gran núme­ro de bajas [el subrayado es mío. —El autor] y dificultan el uso de los medios de refuerzo de que dispone el ejército: artillería, lanzacohetes reactivos, tanques, aviación... El Cuartel General del Mando Supremo ordena:
“1. Trasladar las principales acciones combativas de las tropas de ese ejército a campo abierto.
“2. Limitar las acciones en la ciudad a operaciones que de­sempeñen un papel auxiliar respecto a las acciones principales de las fuerzas del ejército en campo abierto.
3. A partir de estas indicaciones, reagrupar las fuerzas y presentar sus consideraciones acerca del plan de las futuras ac­ciones al Estado Mayor General antes del 28.1.44. Cuartel General del Mando Supremo, Stalin, Antónov. N° 220014, 27 de enero de 1944, 17 horas 20 min.”[100]
También el arte militar, el nivel de preparación combativa y el carácter de las acciones de combate, son objeto de ataque por parte de los historiadores reaccionarios.
Pueden encontrarse invenciones que plantean que las Fuerzas Aéreas Soviéticas eran inferiores a la aviación germano fascista y no alcanzaron el nivel de la aviación anglo norteamericana. Uno de los autores de esta versión, el historia­dor norteamericano K. Uebe, al analizar sin conocimiento de causa las Fuerzas Aéreas Soviéticas, “precisa” que el programa soviético de preparación combativa de las tropas “hasta el final del conflicto” no estaba en correspondencia con las “normas de entrenamiento europeos”, y que “los pilotos rusos... tenían pocos conocimientos técnicos”.[101]
Los historiadores burgueses no divulgan que, desde el co­mienzo de la Gran Guerra Patria, el grueso de la Luftwaffe operó, en primer lugar, en el frente soviético alemán, precisa­mente donde fue derrotada. Los aviadores soviéticos derribaron y destruyeron en sus aeródromos 57.000 aviones del enemigo. En el frente soviético alemán, las pérdidas de la Fuerza Aérea ger­mano fascista, ascendieron, en total, a más de 77.000 aparatos y sobrepasaron en casi 2,5 veces sus pérdidas en los restantes fren­tes de la Segunda Guerra Mundial.[102] En lo concerniente a afir­maciones semejantes a las de K. Uebe, los investigadores que se respetan a sí mismos no las comparten. Cuando en los Estados Unidos (¡cosa rara!) se publicó la traducción del libro de los histo­riadores soviéticos Las Fuerzas Aéreas Soviéticas en la Segunda Guerra Mundial, el especialista en historia de la aviación R. Wagner escribió en el prólogo que la historia de la grandiosa y victoriosa lucha en el Frente Oriental, está impregnada de las crónicas de audacia y maestría de los aviadores soviéticos. En el prólogo se subraya que el libro es imprescindible para el estu­dio de la aviación soviética, la más poderosa fuera de los Estados Unidos, y para aclarar la actual correlación de fuerzas.[103]
La misma historia se produce con las valoraciones de las ac­ciones combativas de la Marina de Guerra Soviética, la cual, según el autor norteamericano R. Herrick, “fue in­capaz de adaptar su estrategia naval a la combinación de de­fensa estratégica y ofensiva táctica que requerían las circuns­tancias”.[104] En el prólogo de ese libro, escrito por el almirante A. Burke —conocido por sus ideas profascistas—, se señala con arrogancia que en la Segunda Guerra Mundial “las experien­cias de la Marina de Guerra Soviética en combate no pueden ser una cuestión de orgullo”.[105] Con tal de rebajar los méritos combativos de la Marina de Guerra de la URSS, R. Herrick adapta, de manera artificial, los hechos y la trama histórica a sus propios objetivos políticos e ideológicos.
El presidente de los EE.UU. F. Roosevelt, en una carta a J. V. Stalin el 30 de diciembre de 1942, le comunicó: “Le envío esta valoración de mi aprecio de que par­te de su valerosa Marina de Guerra también está contribuyendo a la causa aliada.”[106] Hoy los historiadores norteamericanos intentan censurar esta valoración.
La flota ayudó con éxito a las tropas terrestres a realizar operaciones en las direcciones marítimas, efectuó operaciones independientes encaminadas a destruir las vías ma­rítimas de comunicación del enemigo y a defender las propias. Durante la guerra, por las vías de comunicación marítimas, flu­viales y lacustres, la flota soviética garantizó el traslado de 9 800 000 personas (tropas y población civil) y de más de 94 millones de toneladas de cargas militares y de la economía nacio­nal.[107] Por los ataques de la Marina de Guerra Soviética, el enemigo perdió en los teatros marítimos más de 2 500 buques de guerra, auxiliares y de transporte.
De la defensa a la ofensiva. El análisis de los éxitos del arte mi­litar soviético demuestra, de manera convincente, su superiori­dad sobre el arte militar de la Wehrmaoht fascista: la más po­derosa y experimentada maquinaria de guerra del mundo capi­talista de entonces. El brillante éxito de la estrategia soviética resulta evidente en el ejemplo del fracaso del plan de la guerra “relámpago” de la Alemania fascista contra la URSS y de la derrota de las tropas germano fascistas en los accesos de Moscú.
Aunque al comienzo de la guerra, las Fuerzas Ar­madas Soviéticas se vieron obligadas a retroceder y ceder al ene­migo un considerable territorio, supieron cumplir las tareas plan­teadas por el Cuartel General del Mando Supremo. En el transcurso de los combates defensivos, el enemigo sufrió gran­des pérdidas en efectivos y equipos; las tropas germano fascistas fueron agotadas mediante incesantes combates; se hicieron fra­casar los planes del Mando de la Wehrmacht. El enemigo fue detenido y expulsado en el transcurso de la contraofensiva ini­ciada a partir de Moscú.
La experiencia adquirida en la conducción de la defensa estratégica en el verano y el otoño de 1941 y la organización de la primera gran contraofensiva en los accesos de Moscú, sirvieron de fundamento al ulterior desarrollo del arte militar soviético. La batalla de Stalingrado, la más importante de toda la Segunda Guerra Mundial, fue un claro ejemplo de la alta maestría del Cuartel General del Mando Supremo, de los man­dos de los frentes y los ejércitos, los jefes, las grandes y las peque­ñas unidades.
En la batalla de Stalingrado se realizaron, de manera bri­llante, las operaciones estratégicas defensivas y —más tarde— las ofensivas de varios frentes, con el fin de cercar y aniquilar una gran agrupación de tropas enemigas. La historia de las gue­rras aún no conocía operaciones de esa envergadura.
En el período de los combates defensivos, el Mando sovié­tico supo crear a tiempo —en las direcciones sometidas al ataque de fuerzas numéricamente superiores— líneas de defensa bien fortificadas, y, apoyadas en ellas, las tropas sovié­ticas efectuaban tenaces combates y asestaban contragolpes, que hacían más lento el ritmo de ataque del enemigo, obligándolo a incorporar reservas a los combates. La ofensiva enemiga se detuvo en el transcurso de tenaces y sangrientos combates dentro de la misma ciudad de Stalingrado. En estos combates, los jefes militares soviéticos de todos los niveles hicieron gala de la más alta maestría en la organización y la conducción del com­bate a corta distancia.
Un claro ejemplo de la iniciativa creadora de los je­fes y los soldados, de la táctica inventiva en las acciones de combate, fue la creación de grupos de asalto en los combates por la ciudad. Al acercarse al enemigo a la distancia de un lanzamiento de granada, privaron a la aviación fascista prácticamente de la posibilidad de asestar golpes a la primera línea de las tropas so­viéticas a causa de la inevitable amenaza de acertar en sus pro­pias unidades. Otra importante tarea de los grupos de asalto, de estas pequeñas unidades (su grueso de ataque avanzado lo com­ponían entre 10 y 12 hombres) móviles al máximo y especialmente ar­madas, consistía en tomar edificios aislados y otros puntos de apoyo del enemigo. Después de entrar en un edificio y apo­derarse de los puestos de tiro, creaban su propia defensa y cor­taban los intentos del enemigo de recuperar las posiciones perdidas. “Le opusimos a los alemanes —escribió V. Chuikov—nuestra táctica de combate en la ciudad; una táctica no estereo­tipada, sino elaborada en el combate, y la estuvimos perfeccio­nando constantemente.”[108]
Las tropas germano fascistas se vieron inmovilizadas por las in­cesantes acciones de combate y perdieron la iniciativa, lo cual le permitió al Mando soviético planificar y preparar en secreto una poderosa contraofensiva.
El Gran Cuartel General del Mando Supremo determinó asestar los golpes principales a los sectores más débiles de la defensa del enemigo, que se encontraban a varios cientos de ki­lómetros uno del otro. Los golpes se dieron en direcciones con­vergentes con el fin de cercar a la agrupación enemiga. Para di­ficultar al adversario maniobrar con sus reservas y rechazar así la ofensiva de las tropas soviéticas, se planearon ata­ques estratégicos en otros sectores del frente. En correspondencia con la idea de la contraofensiva, se crearon agrupaciones de choque de las tropas, formadas por grandes unidades mecaniza­das y blindadas. La tarea de estas grandes unidades móviles consistía en garantizar la ruptura de la defensa enemiga y de­sarrollar con ímpetu la ofensiva en la profundidad operativa. Esta idea estratégica se hizo realidad en toda su magnitud. La precisa cooperación de los frentes y los ejércitos, las hábiles accio­nes de los jefes de las grandes y las pequeñas unidades y la maestría del soldado soviético, garantizaron el éxito de las operaciones. La creación rápida y simultánea de los frentes de cerco interior y exterior, privó al Mando fascista de la posibilidad de desblo­quear las tropas cercadas.
La artillería desempeñó un destacado papel en la operación: destruía la defensa del enemigo y apoyaba, de manera segura y constante, a la infantería y los tanques que iban al ataque. En Stalingrado, el Mando soviético realizó, por primera vez en todo su volumen y en gran escala, un ataque artillero. Las grandes unidades mecanizadas y blindadas se emplearon con habilidad para desarrollar un éxito táctico en uno operativo. En el trans­curso de la batalla de Stalingrado desempeñó un importante papel la aviación soviética, cuyas acciones se centraron en las direcciones de los golpes principales de los frentes.
Se enriqueció con nuevas experiencias el trabajo político partidista con las tropas. En el período defensivo, esta labor se encaminó, ante todo, a educar a los soldados y los oficiales en la fe en la victoria, a elevar su espíritu combativo, su firmeza y valor, para resistir en los encar­nizados combates, agotar y desgastar al enemigo. En el período de la ofensiva, todas las formas del trabajo político partidista se emplearon con el fin de mantener en los combatientes un alto ímpetu ofensivo, de que comprendieran la necesidad de per­seguir con ímpetu al enemigo, no darle respiro, y expulsarlo decididamente de la tierra natal. “Y si nuestras tropas —escri­bió el Mariscal de la Unión Soviética, A. Vasilievski—, en el transcurso de toda la guerra e, incluso, en los momentos más di­fíciles, no perdieron la fe en la victoria y conservaron altas cualidades moral combativas, en ello hay que atribuir un gran mérito a los trabajadores del Partido y el Komsomol.”[109]
La estrategia de la victoria. El Gran Cuartel General del Mando Supremo y los jefes de los frentes enfocaban de manera crea­dora la valoración de la situación y la elaboración de las solu­ciones estratégicas. Por ejemplo, en la batalla de Stalingrado, los combates defensivos tenían carácter obliga­torio, pues la iniciativa estratégica pertenecía al enemigo. En el sector del saliente de Kursk, en cambio, la decisión de pasar a la defensiva se tomó premeditadamente en la prima­vera de 1943. Tras rechazar el ataque de las tropas hitle­rianas se había planteado con antelación que los frentes sovié­ticos pasarían a una fuerte contraofensiva.
El Mando soviético empleó audaz y eficientemente la ejecución de una maniobra operativa tan extremadamente com­pleja como la ofensiva en direcciones convergentes para cercar a la agrupación enemiga, lo cual requería de los jefes militares soviéticos gran maestría, alta preparación pro­fesional y vasto pensamiento creador. Después de Stalingrado, el ataque en direcciones convergentes y el cerco de grandes agru­paciones enemigas, se convirtieron en la forma dominan­te de las operaciones estratégicas soviéticas. Así se concibieron y realizaron las operaciones de Korsun-Shevchenkovski, Iasi-Kishiniov, Bielorrusia, Berlín, Praga y Manchuria. Con el incremento del poderío de las Fuerzas Armadas So­viéticas y su maestría combativa, aumentaron las posibilidades del Gran Cuartel General del Mando Supremo para realizar operaciones ofensivas. Si entre 1943 y 1944 las grandes operaciones ofensivas se realizaban escalonadamente en diferentes sec­tores del frente soviético alemán, ya en 1945 fue posible ejecu­tar varias operaciones ofensivas estratégicas al unísono. Esto requería un alto nivel de dirección estratégica, la coordinación de las acciones de los frentes y los ejércitos, la organización del suministro técnico material. Aún más, la profundidad de las ope­raciones ofensivas a realizar aumentaba constantemente. En el invierno de 1941 a 1942, por ejemplo, los frentes atacaban a una profundidad de 70 a 100 km; un año más tarde, en Stalin­grado, la profundidad del ataque de los frentes aumentó de 140 a 160 km. En 1945, en la operación del Vístula-Oder, los frentes ya actuaban en el ataque a una profundidad de hasta 550 km.
A propósito, conviene señalar como infundadas las afirma­ciones de los historiadores occidentales que tratan de presentar las operaciones del Ejército Soviético en 1945 como la simple solución a la tarea de rematar a un “enemigo extenuado”. En lo referente al frente de los aliados occidentales, éste mostró un con­traste sorprendente con los acontecimientos en el frente soviéti­co alemán. Citaremos un ejemplo. En la primavera de 1945, para el mando del 3er Frente de Ucrania estaba clara la intención del enemigo de pasar a la ofensiva con fines de largo al­cance. El jefe del Estado Mayor del frente, general de Ejército S. Ivanov, recuerda: “Cuando esto se informó al Estado Mayor General, fue acogido allí con mucha incredulidad. Incluso el jefe del Estado Mayor General, general de Ejército Antónov, conversando por teléfono con el jefe del frente F. Tolbujin, le preguntó perplejo: ‘¿Quién le va a creer a usted que Hitler sacó el 6o Ejército Blindado de las SS de Occidente y lo envió contra el 3er Frente de Ucrania y no a los alrededores de Berlín, donde se prepara la última operación para la derrota de las tropas fascistas?’ ”[110] Como es sabido, el 6 de marzo de 1945, el ene­migo desarrolló una gran ofensiva en el ala meridional del fren­te soviético alemán. Durante diez días ocurrieron difíciles y cruentos combates que culminaron con la derrota de las tropas alemanas atacantes.
Hasta las últimas horas de la guerra, la situación en el fren­te soviético alemán se caracterizó por el extremo encarnizamiento de los combates, la resistencia feroz de un enemigo fuerte y astuto, y lo rápido de las variaciones, lo que exigía del Mando soviético máxima tensión del pensamiento estratégico, y decisiones óptimas, las que eran cumplidas por las tropas con un heroísmo sin límites y abnegación. El arte militar sovié­tico fue uno de los componentes más importantes de la victoria mundialmente histórica de las Fuerzas Armadas Soviéticas en la Gran Guerra Patria.
A los historiadores que interpretan de manera tendenciosa los acontecimientos de la guerra, no estaría de más recordarles los testimonios de ex generales hitlerianos que se convencieron por experiencia propia de la superioridad del arte militar soviéti­co; las valoraciones de personalidades políticas y especialistas militares de los aliados occidentales, quienes se admiraban de la maestría del Mando soviético y las brillantes victorias del Ejército Soviético en los campos de batalla. Al intervenir como testigo en el proceso de Nuremberg, el Mariscal de Campo hitle­riano Paulus dijo: “La estrategia soviética resultó tan superior a la nuestra, que es poco probable que los rusos me necesitaran ni siquiera para dar clases en una escuela de suboficiales. La mejor muestra de ello es el desenlace de la batalla del Volga, como resultado de la cual caí prisionero y to­dos estos señores [los jefes políticos y militares de la Alemania fascista. —El autor] se encuentren sentados ahora aquí en el banquillo de los acusados.”
Personalidades políticas y militares de los aliados occiden­tales han señalado en reiteradas ocasiones los rasgos distintivos de la dirección de las tropas soviéticas. A partir de este tipo de valoraciones ha quedado claro que la elaboración y la realización exitosa de las ideas estratégicas del Mando soviético, se relacio­nan orgánicamente con el heroísmo y el valor de las tropas so­viéticas, con su disciplina y abnegación, con su decisión inque­brantable de aniquilar al odiado enemigo.
El presidente de los EE.UU. F. Roosevelt, al hablar de las victorias de las Fuerzas Armadas Soviéticas, subrayó: “Esos logros sólo pueden ser alcanzados por un ejército con una diestra dirección, una sólida organización, un adecuado entre­namiento y, sobre todo, la determinación de derrotar al ene­migo.”[111]
Los conocedores del arte militar han testimoniado el alto nivel de preparación operativa y estratégica de los Estados Ma­yores soviéticos, sus hábiles acciones, la precisión y la buena coor­dinación en la solución de las tareas más difíciles.
El ex jefe del Estado Mayor General de la Defensa Nacional, Mariscal de Francia M. Juin, escribió: “Los Estados Mayores y los jefes del Ejército Rojo, admirables por la voluntad y la in­teligencia aplicadas al arte de la guerra... son estos Estados Mayores y jefes quienes actualmente son quizá los únicos en el mundo capaces de manejar cientos de divi­siones, utilizarlas sobre las direcciones estratégicas juiciosa­mente escogidas, e impulsarlas a través de tierras devastadas hasta distancias que desafían la imaginación, conservando siem­pre su potencia ofensiva.”[112]
El historiador francés H. Michel de hecho da una respuesta enérgica a los autores occidentales que alaban el arte militar de la Wehrmacht y difaman al Ejército Soviético. “¿Son ‘hor­das tártaras’ —escribe —las que son capaces de montar, como un mecanismo de relojería, ofensivas sucesivas y complemen­tarias, a centenares de kilómetros de distancia, interrelacionándose entre sí de manera que destrozaban irresistible­mente el dispositivo instalado por los cerebros geniales del Alto Mando de las Fuerzas Terrestres de la Wehrmacht?... En fin, los alemanes se vieron obligados a enfrentar un pensamiento estratégico y una organización logística superio­res, porque fueron derrotados por una sorprendente ge­neración de jóvenes mariscales soviéticos, perfectamente adap­tados a las condiciones de la guerra en la URSS.”[113]
A la vanguardia del pueblo y el ejército
Entre los orígenes de la victoria del pueblo soviético en la Gran Guerra Patria, ocupa un lugar especial el papel orienta­dor y rector del Partido Comunista de la URSS. El pueblo soviético logró una victoria histórica en la guerra por­que el partido leninista, que marcha a la vanguardia del pueblo y goza de su confianza ilimitada, fue el guía, el organizador y el inspirador de las masas trabajadoras en su lucha contra los agresores germano fascistas.
Al inicio de la Gran Guerra Patria, el Partido Comunista de la URSS ya poseía una gran experiencia en la direc­ción del país en condiciones de guerra, acumulada en los años de la Guerra Civil y la intervención militar imperialista entre 1918 y1920.
En el Informe del Comité Central al IX Congreso del Par­tido Comunista, V. I. Lenin dijo: “Y sólo gracias a que el Par­tido permanecía alerta, a que mantenía la más rigurosa disci­plina; gracias a que su autoridad unía a todas las instituciones y los organismos, decenas, centenares, millares y, en último tér­mino, millones, marchaban como un solo hombre tras la con­signa lanzada por el CC. Sólo a causa de que se hicieron sacri­ficios inauditos; sólo gracias a eso, pudo operarse el milagro que se produjo. Sólo así pudimos vencer las reiteradas campañas de los imperialistas de la Entente y de los imperialistas del mundo entero.”[114]
En los años de la Gran Guerra Patria, el PCUS se responsabi­lizó por completo con el destino de la nación, se puso a la ca­beza del pueblo combatiente. Armado con la teoría científica de vanguardia, con la experiencia en la dirección del Estado, el PCUS se convirtió, en los años de la guerra, en la única fuerza que movilizó y dirigió a la sociedad soviética, lo cual permitió aprovechar, de manera racional y completa, las fuerzas materia­les y espirituales del país y el pueblo para la total derrota de los agresores germano fascistas.
En la directiva del Gobierno soviético y del CC del Parti­do, del 29 de junio de 1941, se decía: “La tarea de los bolcheviques consiste en cohesionar a todo el pueblo en torno al Partido Comunista y el Gobierno soviético, para el apoyo abnegado al Ejército Rojo, para la victoria... Ahora todo depende de nuestra destreza de organizarnos rápidamente y ac­tuar sin perder un minuto, ni dejar pasar ni una posibilidad en la lucha contra el enemigo.”
El Partido Comunista de la Unión Soviética definió los ob­jetivos políticos y militares de la guerra, reveló el carácter li­berador y justo de la lucha del pueblo soviético en defensa de las conquistas de la Revolución de Octubre frente a la invasión imperialista. El Partido partía, en este sentido, de las orientacio­nes de V. I. Lenin de que tiene gran importancia y asegura la victoria que las masas populares estén conscientes de los fines y las causas de la guerra. El Partido dirigió prácticamente toda la vida del país y la lucha armada contra los agresores.
La fuerza del Partido radica en su indestructible vínculo con las masas, en su gran prestigio dentro del pueblo. En los combates y las batallas, en las empresas industriales, en los sovjoses y los koljoses, en los sectores más difíciles, se encontraban co­munistas, quienes con su ejemplo en las acciones combativas y en el trabajo atraían a las masas y las conducían a la victo­ria. V. I. Lenin enseñó: “Cuando millones de trabajadores se unen como un solo hombre, marchando en pos de los mejores representantes de su clase, entonces la victoria está asegu­rada”.[115] Las condiciones de la guerra requerían concentrar los esfuerzos del PCUS para solucionar la tarea principal: la orga­nización de la lucha armada del pueblo soviético en defensa de la Patria socialista. Esta tarea determinó la necesidad de crear órganos extraordinarios del Partido y el Estado y de redistribuir las fuerzas del Partido en interés del frente.
El 30 de junio de 1941 se creó el Comité Estatal de Defen­sa (CED), órgano supremo del país, que aunó las funciones de la dirección partidista y estatal en el transcurso de toda la gue­rra. Del CED formaban parte personalidades políticas y esta­tales de la Unión Soviética, miembros o suplentes del Buró Po­lítico del CC del Partido. La instancia militar superior, respon­sable de manera directa de la lucha armada en los frentes de la Gran Guerra Patria, era el Gran Cuartel General del Mando Supremo. De sus diez miembros, tres eran miembros del Bu­ró Político; tres, del Comité Central, y dos, candidatos a miem­bros del CC del Partido. En las cuestiones más importantes de la conducción de la guerra se adoptaban decisiones conjuntas del Buró Político y el CED, del Buró Político y el Gran Cuartel General.
Ya a fines de 1941, en el Ejército y la Marina soviéticos ha­bía 1 234 000 comunistas, lo cual sobrepasaba en más del do­ble el número de miembros y aspirantes al Partido que había en las Fuerzas Armadas en vísperas de la guerra. En total, en los años de la guerra el 60 % de los miembros del Partido se en­contraba en el Ejército y la Marina.
Los comisarios políticos eran los representantes directos del Partido en las Fuerzas Armadas Soviéticas. En su libro Pequeña Tierra, L. I. Brézhnev, quien pasó toda la guerra en el cargo de comisario político, habló valorativamente de los comunistas que realizaron trabajo partidista en el ejército: “La mayoría de nuestros jefes de las secciones políticas, de nuestros comisarios políticos, organizadores del Komsomol, agitadores, supieron ha­llar el tono preciso, gozaban de prestigio entre los soldados, y lo importante era que los hombres sabían que en el momento di­fícil quien los instaba a mantenerse firmes, estaría junto a ellos, avanzaría con su arma delante de ellos. Pues nuestra arma prin­cipal era la vehemente palabra del Partido, fortalecida con un hecho: ser ejemplo personal en el combate. He aquí por qué los comisarios políticos se convirtieron en el alma de las Fuerzas Armadas.”[116]
Ser comunista en el período de la guerra significaba ser un defensor convencido y decidido de la Patria socialista. En el combate, los miembros del Partido se encontraban en las pri­meras filas de combatientes, dando muestras de valor y coraje. La consigna “¡Comunistas, adelante!” se convirtió en ley suprema de la vida y la actividad de cada miembro del Parti­do. Y los comunistas —jefes y comisarios políticos, oficiales y soldados— marchaban a la vanguardia. Tres millones de miembros del Partido ofrendaron sus vidas en los frentes de la Gran Guerra Patria.
Entre los Héroes de la Unión Soviética que recibieron ese alto título en los años de la Gran Guerra Patria, el 70 % eran miembros y aspirantes al partido leninista.[117]
 En algunos trabajos de historiadores es posible encontrar, co­mo se señaló antes, reconocimientos aislados a las ventajas del régimen social y estatal de la Unión Soviética, de su organiza­ción militar; pero en ellos se hace referencia, muy pocas veces, a la guerra. En el trabajo del historiador francés I. Trotignon El siglo XX en la URSS [Le XXe siecle en URSS], se señala, en verdad, que el Partido Comunista de la URSS “aún más que antes... encarnaba a la Patria soviética”.[118] Pero seme­jantes valoraciones constituyen una excepción. En la mayoría de los casos, el papel rector del PCUS se falsifica o, simplemente, se calla. En algunos trabajos de historiadores occidentales es posible encontrar afirmaciones de que durante la guerra el CC del PCUS y el Partido en su conjunto no desempeñaron ningún papel sustancial.[119]
Sin duda, los enemigos ideológicos del comunismo ven la potente fuerza del papel rector del PCUS en la estructuración militar soviética, en las victorias obtenidas por el Ejército Sovié­tico sobre los agresores fascistas; pero quieren desacreditar a cualquier precio, esa situación. Sin ninguna fundamentación, en sus trabajos se habla de ciertas contradicciones que tuvieron lu­gar, supuestamente, entre el Partido y el ejército, entre la direc­ción política y la militar en la Unión Soviética. Las publicaciones de este tipo sirven de alimento a los “sovietólogos”, y se emplean activamente en la propaganda anticomunista. D. Dallin (quien fue menchevique en el pasado) busca contradicciones entre “la posición partidista comunista y las tendencias nacionales”. R. Garthoff divide a los oficiales soviéticos en “tradicionalistas y tecnócratas”. R. Kolkowicz ha construido toda una tabla de esas contradicciones. “Los historiadores burgueses —como señaló con justeza el profesor soviético Yu. Petrov—, que declaran la existencia de ‘contradicciones’ entre el Partido y el ejército, entre la dirección militar y la partidista, intentan contraponer el personal de mando al Partido, los cuadros de mando a los cua­dros políticos; afirman que los primeros representan al ejército y los segundos, al Partido.”[120] En todas estas afirmaciones de los historiadores burgueses no hay ni el menor atisbo de verdad.
El aumento de las filas del Partido Comunista de la Unión Soviética en los años de la Gran Guerra Patria, es una muestra del prestigio del PCUS, de su unidad indestructible, de la fe de los soviéticos en los ideales del Partido; una muestra del reconocimiento de sus inmensos méritos en la causa de la defensa de la Patria socialista. A las filas del Partido se incorporaron 5.319.000 patriotas en el período de las duras pruebas que sufrieron los soviéticos. “Quiero ir al combate como comunista”, escribían los soldados y los oficiales en sus solicitudes de ingreso al Partido. Su tiempo como aspirante era una prueba de valor en el enfrentamiento a muerte con el enemigo. “¿Qué ventajas podía obte­ner un hombre, qué derechos podía concederle el Partido en víspera de un combate a muerte? —escribió L. I. Brézhnev—. Sólo un privilegio, sólo un derecho, sólo un deber: levantarse el pri­mero para el ataque, lanzarse el primero al encuentro del fuego.”[121]
El imperialismo alemán perdió dos guerras mundiales. Des­pués de la primera, el miembro del Estado Mayor General ale­mán, general M. Hoffmann, escribió el libro La guerra de las oportunidades perdidas [Der Krieg der versäumten Gelegenheiten]. Después de la segunda, el Mariscal de Campo hitleriano Manstein publicó el libro Las victorias perdidas [Verlorene Siege]. Cada uno de ellos contaba con ganar la guerra. Al País de los Soviets le impusieron la guerra. Y entonces las Fuerzas Armadas, creadas y dirigidas por el Partido Comunista de la Unión Soviética, derrotaron a los agresores y establecieron la paz en la Tierra.

La guerra y América Latina. Con la Gran Guerra Patria de la URSS se fundieron el movimiento liberador de los pueblos y la lucha de todas las fuerzas democráticas contra el fascismo.
La mayoría de los Estados latinoamericanos declararon la guerra a las potencias del “Eje” o rompieron relaciones diplo­máticas con ellas. Varios países del continente prestaron a los EE.UU. una ayuda sustancial con suministros de materias pri­mas estratégicas: antimonio, mercurio, cuarzo, tungsteno, cro­mo, etc. Las fuerzas democráticas latinoamericanas procuraron incorporar sus países a la lucha antifascista, prestar apoyo a las acciones de la coalición antihitleriana. El 22 de mayo de 1942, A. Manuel Ávila Camacho, Presidente de México, con motivo de haber declarado su país la guerra a las potencias del “Eje”, in­dicó que la valentía de los defensores de Moscú y Leningrado ha­bía permitido crear un frente amplio en el que estaban librando batallas sin par en la historia de la humanidad. El 22 de agosto del mismo año declaró la guerra a Alemania e Italia el gobierno de Brasil con lo que se asestó un golpe sensible a las posiciones de las potencias del “Eje” en América Latina.
Las fuerzas del progreso lucharon tenazmente contra las agru­paciones profascistas, contra la “quinta columna” de los nazis. Las tendencias profascistas existieron sobre todo en los círculos gobernantes de Argentina y Chile, que se mantenían neu­trales para ventaja de las potencias del “Eje”. En diciembre de 1942, la Confederación General de Trabajadores de Argentina exigió en su congreso romper con los países del bloque fascista y establecer relaciones diplomáticas con la Unión Soviética. En Chile, las enérgicas acciones de las fuerzas democráticas contri­buyeron a que en mayo de 1942 se aprobara una ley que prohi­bía las organizaciones profascistas. En varios estados de México se instituyeron los comités de defensa de la democracia para lu­char contra los agentes nazis. En la primavera de 1943, los de­mócratas mexicanos exigieron reprimir con todo vigor los grupos fascistas que intentaban desencadenar una sublevación. Para neutralizar a los sediciosos se enviaron tropas gubernamentales.
Los demócratas de América Latina se manifestaron por la alianza de las fuerzas progresistas de los EE.UU. y del continente latinoamericano en la lucha común contra el fascismo y la reac­ción. Simultáneamente, el desarrollo de la lucha antifascista im­pulsó el movimiento obrero y la protesta contra la prepotencia de los monopolios estadounidenses y la reacción latinoamericana.
Los antifascistas de América Latina desplegaron un movi­miento de solidaridad con la URSS y de ayuda al pueblo sovié­tico. En agosto de 1941, en la Asamblea Nacional de jóvenes cubanos, el comunista Severo Aguirre del Cristo llamó a todo el pueblo cubano a prestar la máxima ayuda a la Unión Soviética. En noviembre, los obreros cubanos decidieron abonar su salario diario al fondo de ayuda al Ejército Soviético. Los demócratas de Cuba, Argentina, Chile, Uruguay y otros países colectaron dinero y enviaron a la URSS ropa, calzado y medicamentos.
Las personas progresistas de América Latina siguieron con compasión y simpatía la heroica lucha del pueblo soviético con­tra los invasores fascistas. Alentados por las noticias sobre las primeras derrotas del bloque de los agresores, los pueblos latino­americanos se pronunciaban cada vez con mayor insistencia por que se prohibiera la actividad de las organizaciones profascistas y fueran expulsados del aparato estatal sus adeptos, por la democratización de la vida interna y el apoyo a los esfuerzos mili­tares de la coalición antifascista.
La Segunda Guerra Mundial activó el movimiento nacional liberador en América Latina. Lo mismo que en Asia y África, el ascenso de la lucha antifascista se sincronizó allí con el desarro­llo del movimiento antimperialista por la independencia polí­tica y económica. En 1945 ya habían declarado la guerra a las potencias fascistas casi todos los países del continente, pero sólo dos —México y Brasil— participaron en ella con sus fuerzas ar­madas. Los demás hicieron su aporte principalmente en forma de suministros de materias primas estratégicas y de concesión de bases militares a los Estados Unidos. Sólo los gobiernos de Argen­tina y Paraguay colaboraron con las potencias del “Eje”, pro­veyéndolas de materias primas y productos alimenticios.
La heroica lucha del pueblo soviético contra los agresores fascistas tuvo amplia resonancia en América Latina. En el mani­fiesto aprobado por la Alianza Revolucionaria Comunista de Cuba en 1943 con motivo del Primero de Mayo, se decía que la Unión Soviética asestaba golpes decisivos a las fuerzas del “Eje” y con su valor sin parangón aseguraría la libertad y la independen­cia de todos los pueblos, comprendido el cubano. Varios internacionalistas de países latinoamericanos combatieron contra los hitlerianos en el frente soviético alemán. Realizaron hazañas gloriosas en esos combates los internacionalistas cubanos Enrique Vilar y Aldo Vivo, quienes cayeron como héroes y fueron honrados con una de las condecoraciones militares más altas de la Unión Soviética: la Orden de la Gran Guerra Patria en Pri­mer grado. Las victorias de los países de la coalición antihitleriana crearon un clima más favorable para la actividad de los par­tidos comunistas. En Colombia, Perú y Venezuela salieron de la clandestinidad y se incorporaron enérgicamente a la lucha antiimperialista. El aumento del prestigio de los partidos comunis­tas se reflejó en los resultados de las elecciones parlamentarias; en las contiendas fueron elegidos a los parlamentos de Cuba, Chile, Brasil, Venezuela, Uruguay, Perú, Costa Rica y Haití co­mo senadores o diputados, más de 70 candidatos de los comunis­tas.
El auge del movimiento liberador y la actividad creciente de las fuerzas democráticas provocaron el derrocamiento de regímenes dictatoriales en Bolivia en 1943, y en Ecuador y El Salvador en 1944. En Guatemala, un poderoso movimiento popular derrocó una dictadura militar reaccio­naria en junio de 1944 y estableció un gobierno nacional democrático. Esa re­volución antifeudal y antiimperialista tuvo un vibrante eco en Amé­rica Latina.
En general, durante la segunda conflagración mundial se operó en América Latina un dinámico proceso de despertar y consolidación de las fuerzas democráticas. El carácter justo de la guerra contra el agresivo bloque militarista fascista determinó la participación activa en ella de los pueblos de varios continentes.


[1] C. Marx y F. Engels: Obras, t. 20, p. 175 (en ruso).
[2] V. I. Lenin: Obras militares escogidas, pp. 527, 528.
[3] Aimé Constantini: L'Union Soviétique en Guerre (1941-1945). Primière partie. L'invasion. Imprimerie Nationale, París, 1968, p. 63.
[4] Historia de la Segunda Guerra Mundial de 1939-1945, t. 3, pp. 285, 376, 377.
[5] Ibíd., p. 285.
[6] Historia  del fascismo  en  Europa  Occidental. Moscú, 1978,  p. 259 (en ruso).
[7] N. A. Voznesenski: La economía militar de la URSS en el período de la Gran Guerra Patria. Moscú, 1947, p. 42 (en ruso).
[8] Kommunist, 1975, N°2, p. 68.
[9] V. I. Lenin: Obras militares escogidas, pp. 431, 432.
[10] Historia de la Segunda Guerra Mundial de 1939-1945, t. 4, p. 140.
[11] K. Reinhardt: Die Wende vor Moskau. Das Scheiten der Strategie Hitlers im Winter 1941/42, p. 32.
[12] G. S. Kravchenko: La economía militar de la URSS en 1941-1945. Moscú, 1963, p. 381 (en ruso).
[13] La URSS en la lucha contra la agresión fascista en 1933-1945. Moscú, 1976, pp. 283, 284 (en ruso).
[14] Historia de la Segunda Guerra Mundial de 1939-1945, 1982, t. 12, p. 168.
[15] V. I. Lenin: Obras militares escogidas, p. 434.
[16] Horace B. Davis: Toward a Marxist Theory of Nationalism. Monthly Review Press, New York y London, 1978, p. 101.
[17] Citado según La Segunda Guerra Mundial y la época actual. Moscú, 1972, pp. 43, 44 (en ruso).
[18] War. A Historical, Political and Social Study, p.  175.
[19] René Girault: “L'effort humain de l'arrière (1941-1943)”, en Revue d'histoire de la deuxième guerre mondiale, octubre de 1967, N° 63, p. 16.
[20] Ibíd., p. 31.
[21] R. Buchanan: The United States and World War II, vol. I, Harper&Row, New York, 1964, p. XV.
[22] Quincy Howe: Ashes of Victory. World War II and Its Aftermath. Simon and Schuster, New York, 1972, p. 274.
[23] Great Events of the 20th Century. How They Changed Our Lives, p. 287.
[24] R. Rémond: Introductton a l'histoire de la notre temps, t. 3, Editíons du Seuil, París, 1974, p. 167.
[25] Henry M. Pachter: The Fall and Rise of Europe. Praeger Publishers, New York, 1975, p. 256.
[26] Lisie A. Rose: Dubious Victory. The United States and the End of World War II. The Kent State University Press, Kent (Ohio) 1973, p. 6.
[27] Robert Huhn Jones: The Roads to Russia. United States Lend-Lease to the Soviet Union. University of Oklahoma Press, Oklahoma, 1969, p. 175.
[28] R. H. Jones: The Roads to Russia. United States Lend-Lease to the Soviet Union. Oklahoma, p. IX.
[29] Albert Seaton: The Russo-German War 1941-1945. Arthur Barker Limited, Londres, 1971, p. 590.
[30] Henry W. Bragdon y Samuel P. McClutcher: History of a Free People. New York, MacMillan, 1978, pp. 675, 676.
[31] Robert E. Sherwood: Roosevelt and Hopkins. An Intimate History. Grosset&Dunlop, New York, 1950, p. 897.
[32] Alexander Werth: Russia at War 1941-1945. Barrie and Rockliff, London, 1964, p. XIV.
[33] Historia de la economía socialista de la URSS. Moscú, 1976, t. 5, p. 540 (en ruso).
[34] Historia de la diplomacia. Moscú, 1976, t. 4, pp. 274, 275 (en ruso).
[35] Kommunist, 1980, N°7, p. 51.
[36] Le front russe. Por Nicholas Bethell y los redactores de Time-Life. Time-Life International, Países Bajos, 1980, p. 145.
[37] Aland Clark: Barbarossa. The Russian-German Conflict 1941-1945, Hutchinson&Co. Ltd., London, 1965, p. XIX.
[38] Robert A. Divine: Roosevelt and World War II. Penguin Books Inc., Baltimore, 1972, pp. 83, 84.
[39] Ver V. L. Mallkov: “Harry Hopkins: páginas de su biografía polí­tica”, en Nóvaia i Novéishaia Istoria (Historia Moderna y Contem­poránea), 1979, N°3, p. 119.
[40] The New York Times, 24 de junio de 1941, p. 7.
[41] The New York Times, 6 de agosto de 1941, p. 61.
[42] Arnold-Foster M. The World at War. Thames Metheum, London, 1983, p. 160.
[43] Maxime Mourin: Reddition Zans conditions. Ediciones Albin Michel, París, 1973, p. 46.
[44] W. Averell Harriman: America and Russia in a Changing World, Doubleday&Company, Inc., New York, 1971, p. 15.
[45] The Public Papers of Dwight D. Eisenhower. The War Years, vol. I-V, Government Printing Office, Baltimore, 1970.
[46] Summary of War Production in the United States, 1940-1945, p. 2.
[47] The War Reports of General of the Army George C. Marshall, Ge­neral of the Army H. H. Arnold, Fleet Admiral Ernest J. King. J. B. Lippincott Company, Philadeiphia & New York, 1977, p. 153.
[48] George C. Herring: Aid to Russia 1941-1946. Columbia University Press, New York y London, 1973, p. 293.
[49] Memories by Harry S. Truman, vol. I. Year of Decisions, Doubleday&Company, Inc., Garden City, 1955, p. 234.
[50] Raymond  Cartier: La seconde guerre mondiale, t. 2, p. 6.
[51] Marvin Perry: Man's Unfinished Journey. A World History, Houghton Mifflin Company, Boston, 1978, p. 723.
[52] G. K. Zhúkov: Memorias y meditaciones, t. 2, pp. 372, 373.
[53] Historia de la política exterior de la URSS. 1917-1945, t. 1, p. 479.
[54] John Lewis Gaddis: The United States and the Origins of the Cold War, 1941-1947. Columbia University Press, New York y London, 1972, p. 260.
[55] Lisie A. Rose: Dubious Victory. The United States and the End of World War II, p. 64.
[56] V. I. Lenin: Obras militares escogidas, p. 266.
[57] Ibíd.
[58] Gustav Welter: Histoire de Russie. Payot, París, 1963, p. 409.
[59] Georg von Rauch: Geschichte der Sowjetunion. Alfred Kröner Verlag, Stuttgart, 1969; Hélène Carrère d'Encausse: L'empire éclaté. La révolte des nations en URSS. Flammarion, París, 1978.
[60] Historia del Partido Comunista de la Unión Soviética, t. 5, libro I, p. 401 (en ruso).
[61] Ver con más detalles en Enciclopedia Militar Soviética, t. 2, pp. 496-498.
[62] Raymond Aron: Penser la guerre, Clausewitz. Editions Gallimard. París, 1976, t. 2, pp. 90, 91.
[63] K. Reinhardt: Die Wende vor Moskau. Das Scheitem der Strategie Hitlers im Winter 1941/42, pp. 90, 91.
[64] Hélène Farrère d'Encausse: L'Empire  éclaté..., pp.  29, 30.
[65] Hitlers Tischgespräche in Führerhauptquartier 1941-1942. Editado por H. Picker, Stuttgart, Seewald, 1963, p. 270.
[66] Vierteljahrshefte für Zeitgeschishte, 3. Heft, julio de 1958, Stuttgart, p. 313.
[67] Fines criminales: medios criminales. Documentos acerca de la política de ocupación de la Alemania fascista en el territorio de la URSS (1941-1945). Moscú, 1963, p. 32 (en ruso).
[68] Ibíd., p. 31.
[69] Trial of the Major War Criminals before the International Military Tribunal, vol. XXII, publicado en Nuremberg, Alemania, 1948, p. 287.
[70] Ibíd, p. 460.
[71] M. I. Kalinin: Acerca de la educación comunista y del deber mili­tar. Moscú, 1967, p. 66 (en ruso).
[72] El PCUS en las resoluciones y acuerdos de los congresos, conferen­cias y plenos del CC. Moscú, 1971, 8a ed., t. 6, p. 19.
[73] H. W. Baldwin: Battles Lost and Won. Great Campaigns of World War II, p. 168.
[74] W. Craig: Enemy at the Gates. The Battle for Stalingrad, p. 72.
[75] Hans Friessner: Verratene Schlachten. Holsten-Verlag, Hamburgo, 1956, p. 242.
[76] Le Figaro, 28 de agosto de 1972, p. 16.
[77] V. I. Lenin: Obras completas, Ed. Política, La Habana, 1963, t. XXIX, p. 313.
[78] Enciclopedia Militar Soviética, 1977, t. 3, p. 565.
[79] Gustav Welter: Histoire de Russie. Payot, París, 1963, pp. 408, 409.
[80] Enciclopedia Militar Soviética, 1978, t. 6, p. 231.
[81] P. K. Ponomarenko: Los indomables. (La lucha de todo el pueblo en la retaguardia de los agresores fascistas durante la Gran Guerra Patria). Moscú, 1975, pp. 55, 57 (en ruso).
[82] Resistance in Europe 1939-1945. Editado por Stephen Hawes and Ralph White, Penguin Books Ltd., London, 1975, p. 16.
[83] Bilanz des Zweten Weltkrieges. Gerhard Stalling Verlag, Oldenburg-Hamburgo, 1953, p. 101.
[84] F. Halder: Kriegstagebuch, t. III, p. 32.
[85] Hans Buchheim, Martin Broszat, H. A. Jacobsen y Helmut Krausnick: Anatomie des SS-Staates, t. 2, Walter Verlag, Olten-Freiburgo, 1965, p. 259.
[86] Hitlers Weisungen für die Kriegführung 1939-1945. Dokumente des Oberkommandos der Wehrmacht, p. 201.
[87] Citado según Historia de la Segunda Guerra Mundial de 1939-1945, 1975, t. 4, p. 129.
[88] Erich Helmdach: Uberfall? Kurt Vowinckel Verlag, Neckargemünd, 1978, p. 67.
[89] Edgar M. Howell: The Soviet Partisan Movement. 1941-1944. Depart­ment of the Army, Pam. N°20-244, Washington, 1956, p. 42.
[90] Soviet Partisans in World War II. Editado por John A. Armstrong, The University of Wisconsin Press, Madison, 1964, p. 152.
[91] A. M. Samsónov: La derrota de la Wehrmacht en los accesos de Mos­cú, p. 188 (en ruso).
[92] M. I. Kalinin: Acerca de la educación de la conciencia comunista. Moscú, 1974, p. 264 (en ruso).
[93] E. Hesse: Der sowjetrussische Partisanenkrieg 1941 bis 1944, Muste-Schmidt-Verlag, Gottinga, 1969, p. 9; Kenneth Macksey: The Parti­sans of Europe in the Second World War. Stein and Day Editores, New York, 1975, pp. 74-77.
[94] The Russian Front. Germany's War in the East, 1941-45. Editado por James F. Dunnigan, Arms and Armour Press, Londres-Melbourne, 1978, p. 71.
[95] A. J. P. Taylor: From Sarajevo to Potsdam. Thames and Hudson, London, 1966, p. 183.
[96] E. Helmdach: Überfall?, p. 52.
[97] World War II. Land, Sea & Air Battles 1939-1945. Sundial Books Limited, London, 1977, pp. 136, 139.
[98] Cincuenta años de las Fuerzas Armadas de la URSS, p. 459.
[99] Kommunist, 1970, N°l, p. 93.
[100] Citado  según Voenno-istorícheski zhurnal, 1971, N°5, pp. 73, 74.
[101] Klaus Uebe: Russian Reaction to German Air Power. Avno Press, Nueva York, 1964, pp. 5, 6, 8.
[102] Krásnaia zvezdá, 6 de febrero de 1975.
[103] The Soviet Air Force in World War II. Editado y anotado por R. Wagner, Doubleday, Nueva York, 1973, p. V.
[104] Robert W. Herrick: Soviet Naval Strategy. Fifty Years of Theory and Practice. United States Naval Institute, Annapolis, 1971, p. 47.
[105] Ibíd., p. VII.
[106] Correspondence between the Chairman of the Counsil of Ministers of the USSR and President of the USA and the Primer Minister of Great Britain during the Great Patriotic War of 1941-1945, vol. 2, 1957, p. 46.
[107] V. I. Achkásov y N. B. Pávlovich: El arte militar naval soviético en la Gran Guerra Patria. Moscú, 1973, pp. 37, 38 (en ruso).
[108] V. I. Chuikov: De Stalingrado a Berlín. Moscú, 1980, p. 285 (en ruso).
[109] Nóvaia i novéishaia istoria, 1982, N°2, p. 85.
[110] A. M. Samsónov: El fracaso de la agresión fascista de 1939-1945. Ensayos históricos, pp. 640, 641.
[111] Correspondence between the Chairman of the Counsil of Ministers of the USSR and President of the USA and the Prime Minister of Great Britain during the Great Patriotic War of 1941-1945, vol. 2, p. 58.
[112] Hommage de la nation Française aux Armées Soviétiques. Editions France-URSS, París, 1945, pp. 21, 22.
[113] H. Michel: La seconde guerre mondiale, t. 2, pp. 166, 167.
[114] V. I. Lenin: Obras escogidas, t. X, p. 439.
[115] V. I. Lenin: Obras completas, t. 40, p. 232.
[116] L. I. Brézhnev: Pequeña Tierra, p. 25.
[117] Enciclopedia Militar Soviética, 1976, t. 2, p. 539.
[118] Ives Trotignon: Le XXe siècle en URSS, Bordas, París, 1976, p. 120.
[119] H. Brahm: Von der innerparteillich Demokratie unter Lenin zur Autokratie Stalins. Colonia, 1974, p. 18; History of Russia. Princett Hall, 1977, p. 561.

[120] Voenno-istorícheski zhurnal, 1969, N°l, p. 46.
[121] L. I. Brézhnev: Pequeña Tierra, p. 25.