El imponente Cerro de los Siete Colores en Purmamarca, Jujuy (Argentina)

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miércoles, 24 de junio de 2015

LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
Mito y Realidad

OLEG A. RZHESHEVSKI – Segunda Entrega

CAPÍTULO SEGUNDO

AGRESIÓN Y CATÁSTROFE

El 22 de junio de 1941, la Alemania fascista y sus aliados descargaron sobre la Unión Soviética un golpe inesperado de inmensa fuerza. Para el ataque a la URSS se concentraron 190 divisiones, más de 4 000 tanques, alrededor de 5 000 aviones y más de 200 buques. En las direcciones decisivas del ataque, el agresor tenía múltiple ventaja en fuerzas. La Gran Guerra Patria de la Unión Soviética contra los agresores germano fas­cistas duró 1418 días y noches. Como resultado del traidor ata­que, los ejércitos del agresor lograron apoderarse temporalmente de la iniciativa estratégica y ocupar una parte considerable del territorio soviético. En una situación excepcionalmente compleja y mortalmente peligrosa para el País de los Soviets, para la li­bertad y la democracia del mundo entero, el pueblo soviético y sus Fuerzas Armadas fueron capaces de superar los penosos fra­casos del período inicial de la guerra y en una cruenta lucha hacer variar el curso de los acontecimientos.
La lucha armada es el rasgo fundamental de la guerra, su especificidad como fenómeno social particular. En la Segunda Guerra Mundial, el largo y difícil camino hacia la victoria sobre los agresores transcurría, ante todo, por la lucha arma­da en el frente soviético alemán. En los Estados Unidos e Inglate­rra, la denominan con frecuencia la “guerra desconocida”; en la RFA, la “guerra no olvidada” o “guerra del Este”.
La falsificación del aporte decisivo de la URSS a la derro­ta de los agresores fascistas, es una tendencia fundamen­tal en la actividad de muchos historiadores occidentales. Al ser en una tendencia antisoviética, esta falsificación sirve, al mismo tiempo, como un medio para fundamentar el mito del papel “dominante” de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial.
Moscú, Stalingrado, Kursk
La guerra impuesta a la Unión Soviética por el fascismo ale­mán fue una de las mayores intervenciones de las fuerzas de choque del imperialismo mundial contra el socialismo, una de las pruebas más duras sufridas por el País de los Soviets en mo­mento alguno de su historia. En esa guerra se decidía el destino de la URSS, el futuro de la civilización mundial, el progreso y la democracia.

El plan de la guerra contra la URSS y sus fines. En ningún otro frente de la Segunda Guerra Mundial (norafricano, ita­liano, europeo occidental, norteamericano japonés) se ejecu­taron acciones militares tan prolongadas, continuas y tensas como en el soviético alemán. Precisamente en él, durante todo el transcurso de la guerra, actuó, como promedio, el 70 % de las divisiones de la Alemania fascista. Podría decirse que tres de cada cuatro soldados de la Wehrmacht hitleriana como promedio combatieron en el Este, y sólo uno lo hizo en Occidente. En el frente soviético alemán fueron ani­quiladas, derrotadas o hechas prisioneras 507 divisiones germa­no fascistas. Las tropas soviéticas también destruyeron una gran parte de los medios de combate del adversario: 167.000 cañones, 48.000 tanques y piezas de asalto, y 77.000 aviones. En el frente soviético alemán, los aliados de la Alemania fascista per­dieron no menos de 100 divisiones. Los ejércitos de los Estados Unidos, Inglaterra y los otros participantes de la coalición anti­fascista, pusieron fuera de combate 176 divisiones; menos de 1/3 de todas las divisiones derrotadas de la Alemania fascista y sus aliados. En el frente soviético alemán, las pérdidas de Ale­mania en hombres sobrepasaron el 73 % de las sufridas por ella durante la Segunda Guerra Mundial. Ahí, la estrategia de la Alemania hitleriana sufrió una total bancarrota y su maquinaria bélica fue destruida.
La historia no conoce crímenes más monstruosos que los cometidos por los hitlerianos en el territorio de la URSS. Las hordas fascistas convirtieron en ruinas decenas de miles de ciudades y aldeas soviéticas. Mataban y torturaban a los ciuda­danos soviéticos sin compadecerse de mujeres, niños, ni ancia­nos. La crueldad manifestada por los agresores hacia la población de los países ocupados, fue superada con creces en el territorio soviético. Todos estos crímenes están descritos, con autenticidad documental, en las actas publicadas por la Co­misión Estatal Extraordinaria para la Investigación de los Crí­menes de los Agresores Germano Fascistas y sus Cómplices y han sido puestos en conocimiento del mundo entero.
Como resultado de la invasión fascista, el País de los Soviets perdió más de 20 millones de personas, entre asesinados y muer­tos en combate; y alrededor del 30 % de la riqueza nacional.
¿Dónde radican las causas de las inmensas dimensiones de la lucha desatada, de la crueldad y la ferocidad sin límites de los agresores fascistas? Para responder a esta interrogante es ne­cesario, ante todo, tener en cuenta que la guerra de la Alema­nia fascista y sus aliados contra la URSS tenía un carácter especial. Para el imperialismo alemán, el País de los Soviets era el principal obstáculo en el camino hacia la instauración de la hegemonía mundial. Además, el fascismo alemán, al actuar en el papel de puño de choque de la reacción internacional, en la guerra contra la URSS no sólo trató de apoderarse del territorio del Estado soviético, sino también de destruir su régimen estatal y social; es decir, perseguía fines clasistas. En esto consiste la di­ferencia radical entre la guerra de la Alemania fascista contra la URSS y sus guerras contra los países capi­talistas. El odio de clase hacia el país del socialismo, las aspiracio­nes de conquista y la esencia feroz del fascismo, se fusionaron en la política, la estrategia y los métodos de conducción de la guerra.
De acuerdo con los planes de la camarilla fascista, la Unión Soviética debía ser dividida y liquidada. Se tenía pla­neado crear en su territorio cuatro comisariados del Reich o provincias alemanas. Moscú, Leningrado, Kíev y otras ciudades debían ser voladas, quemadas y borradas por completo de la faz de la Tierra. “Esta es una guerra de ex­terminio. En el Este, la crueldad hoy significa el bien en el fu­turo”, declaró el Führer en una reunión de su genera­lato el 30 de marzo de 1941.[1] La dirección nazi no sólo exigía el exterminio implacable de los combatientes del Ejército So­viético, sino también de la población civil de la URSS. Las es­peranzas se fundaban en aniquilar a la mayoría de los soviéticos, portadores de la ideología marxista leninista. A los soldados y los oficiales de la Wehrmacht les entregaban un recorda­torio que decía: “Mata a todo ruso, a todo soviético; no te deten­gas si ante ti se encuentra un anciano o una mujer, una niña o un niño; mata, con esto te salvarás de la muerte, garantizarás el futuro de tu familia y adquirirás gloria eterna.”
La planificación de la agresión alemana contra la Unión Soviética comenzó mucho antes de la guerra, ya a mediados de la década del 30. La guerra iniciada contra Polonia y, más tarde, las campañas en el norte y el oeste de Europa dirigieron temporalmente el pensamiento del Estado Mayor alemán hacia otros problemas; pero incluso en ese tiempo la preparación de la guerra contra la URSS no escapaba del campo visual de los hitlerianos. Se activó bruscamente después de la derrota de Francia, cuando —según opinión de los dirigentes fascistas— estaba garantizada la retaguardia de la futura guerra y Alema­nia contaba con suficientes recursos para realizar la contienda.
En 18 de diciembre de 1940, Hitler firmó la directiva N° 21 bajo la denominación convencional de plan “Barbarroja” [Barbarossa], la cual contenía la idea general y las indicacio­nes iniciales para la conducción de la guerra contra la URSS.
El fundamento estratégico del plan “Barbarroja” era la teoría de la “guerra relámpago”. El plan tenía previsto derro­tar a la Unión Soviética en el curso de una campaña rápida (de 8 a 10 semanas), antes de finalizar la guerra contra Inglaterra. Leningrado, Moscú, la zona industrial central y la cuenca del Donets se consideraban los principales objetivos estratégicos. La toma de Moscú ocupaba un lugar especial. Se presuponía que cuando se hubiera alcanzado ese objetivo se habría ganado la guerra.
Para efectuar la guerra fue creada una agresiva coalición militar sobre la base de un pacto tripartito concertado en 1940 entre Alemania, Italia y Japón. Alemania incorporó a Rumanía, Finlandia y Hungría como participantes activos en la agre­sión contra la URSS. Los círculos gubernamentales reacciona­rios de Bulgaria, así como los de los Estados títeres de Eslovaquia y Croacia, prestaban ayuda a los hitlerianos. Con la Alemania fascista colaboraban España, la Francia de Vichy, Portugal y Turquía. En septiembre de 1941, el régimen fascista de Franco envió al frente soviético alemán la llamada “división azul”. Esa unidad participó en el bloqueo de Leningrado, fue de­rrotada por las tropas soviéticas y sus restos regresaron a España en 1943. Así pues, los mercenarios españoles de Hitler cargan con la responsabilidad directa de la muerte, los dolores y los sufrimientos causados a la población pacífica de Leningrado entre 1941 y 1943. (Para más detalles véase S. P. Pozhárskaya. La diplomacia secreta de Madrid. Moscú, 1971, p. 108 y siguien­tes.) Los hitlerianos emplearon intensamente los recursos eco­nómicos y humanos de las naciones europeas conquistadas y ocupadas: Austria, Checoslovaquia, Polonia, Dinamarca, No­ruega, Luxemburgo, Holanda, Bélgica, Francia, Yugoslavia y Grecia. En esencia, a los intereses de Alemania también se su­bordinaba la economía de los países neutrales de Europa. Por consiguiente, para la realización del plan “Barbarroja”, la Ale­mania fascista dispuso en realidad de los recursos de casi todos los Estados europeos: tanto de sus aliados directos como de las naciones ocupadas, dependientes y neutrales, cuya población so­brepasaba los 300 millones de habitantes.[2]
Los dirigentes hitlerianos estaban tan seguros del éxito del plan “Barbarroja”, que casi desde la primavera de 1941 comenzaron a elaborar, en detalle, las futuras ideas para la conquista de la hegemonía mundial. En trenes especiales que servían de estados mayores móviles (denominados “Asia” y “América”), los estrategas de la Wehrmacht trazaban las direc­ciones de los golpes de los ejércitos fascistas que circundaban todo el planeta. En el diario de trabajo del Alto Mando de las fuerzas armadas germano fascistas (OKW) se expresa, el 17 de febrero de 1941, la exigencia de Hitler de que “después de fina­lizar la campaña del Este es necesario prever la conquista de Afganistán y la organización del ataque a la India”. A partir de esas indicaciones, el Estado Mayor de la OKW comenzó a pla­near las operaciones de la Wehrmacht para el futuro. Se plan­teaba realizar estas operaciones avanzado el otoño de 1941 y en el invierno de 1941 a 1942. Su concepción se explicó en el proyecto de directiva N° 32 “Preparación para el período posterior a la realización del plan ‘Barbarroja’,” enviado el 11 de junio de 1941 a las tropas terrestres, a la Fuerza Aérea y a la Marina de Guerra.
El proyecto estipulaba que después de aniquilar a las Fuerzas Armadas Soviéticas, la Wehrmacht tenía por delante apoderarse de los dominios coloniales ingleses y de algunos países independientes del Mediterráneo, África, el Cercano y el Lejano Oriente; la irrupción en las islas británicas; y el desarrollo de accio­nes militares contra América. Los estrategas hitlerianos calcula­ban pasar, ya en el otoño de 1941, a la conquista de Irán, Iraq, Egipto, la zona del Canal de Suez y, más tarde, de la India, donde planeaban unirse a las tropas japonesas. Los dirigen­tes germano fascistas confiaban —después de anexar España y Portugal a Alemania— en conquistar rápidamente Gibraltar, cortarle a Inglaterra sus fuentes de materias primas y realizar el sitio de las islas británicas.
La elaboración del proyecto de la directiva N° 32 y de otros documentos evidencia que, después de la derrota de la URSS y de la solución del “problema inglés”, los hitlerianos —aliados con Japón— pretendían apoderarse del continente americano. Se proponían irrumpir en Canadá y los Estados Unidos de Amé­rica desembarcando grandes cantidades de tropas navales por la costa oriental de América del Norte desde bases en Groenlan­dia, Islandia, las islas Azores y Brasil, y por la occidental, desde ba­ses en las islas Aleutianas y las islas Hawái. Una amenaza mortal pendía sobre toda la humanidad. Los agresores consideraban que la campaña “relámpago” contra la URSS les daría posiciones claves para esclavizar al mundo.
Los estrategas alemanes vaticinaban que la Unión Sovié­tica sufriría una derrota inmediata. El coronel hitleriano G. Blumentritt escribió en su informe, preparado para la reunión de los máximos jefes de las tropas terrestres, el 9 de mayo de 1941: “La historia de todas las guerras con participación de los rusos nos muestra que el ruso como combatiente es firme, insen­sible a las inclemencias del tiempo, se conforma con muy poco, no da importancia a las pérdidas ni al derramamiento de sangre. Por esto, todos nuestros combates desde la época de Fe­derico el Grande hasta la guerra mundial han sido sangrientos. No obstante todas esas particularidades de las tropas, el Im­perio Ruso nunca ha vencido. Hoy día, la relación numérica es mucho más ventajosa para nosotros. Nuestras tropas superan en dirección táctica, preparación combativa y armamento a los rusos... En los primeros 8 a 14 días puede ser que haya fuertes combates, pero después, como hasta ahora, los éxitos no se ha­rán esperar y también aquí vamos a vencer.”[3] Dejemos a la con­ciencia del derrotado coronel la ignorancia de la historia militar. (Refirámonos, al menos, sólo a la derrota, ante las tropas rusas en la batalla de Kunersdorf, en 1759, del ejército de Fe­derico, cuyo sombrero, perdido al huir del campo de batalla, se expone, incluso en la actualidad, en uno de los museos de Leningrado.)
El aventurerismo era uno de los rasgos característicos de la planificación militar de la Alemania hitleriana; pero, al mis­mo tiempo, muchas personalidades políticas y militares de Occi­dente también subestimaron las fuerzas de la URSS y sobrestimaron las posibilidades de Alemania. Cuando los dirigen­tes hitlerianos lanzaron sus tropas contra la Unión Soviética, pronosticaron un rápido éxito de la Wehrmacht, que había derro­tado a la coalición anglo francesa. En Inglaterra predominaba la opinión de que los alemanes se apoderarían de Rusia en un plazo de seis semanas a tres meses. El 23 de junio de 1941, el ministro de Guerra de los Estados Unidos, H. L. Stimson, escri­bía a Roosevelt que Alemania necesitaría, a lo sumo, tres meses para vencer a la Unión Soviética.
El pueblo soviético y sus Fuerzas Armadas refutaron estos pronósticos. En cruentos y encarnizados combates lograron el viraje de la guerra, rechazaron y destruyeron al enemigo, y echa­ron por tierra los planes fascistas de esclavizar a la humanidad.
La posición de los autores reaccionarios que interpretan la lucha armada en el frente soviético alemán, tiene como objetivo rebajar la importancia de ésta en el desarrollo y el desenlace de la Segunda Guerra Mundial; presentar bajo una luz falsa la po­lítica, la estrategia y el arte militar soviéticos. Esto se refiere, ante todo, a las batallas de Moscú, Stalingrado y Kursk, de im­portancia decisiva en el logro del viraje radical de la guerra.

La batalla de Moscú. El verano y el otoño de 1941 resultaron particularmente difíciles para el pueblo soviético. Las tres Agrupaciones de Ejércitos germano fascistas —”Norte”, “Centro” y “Sur”— habían penetrado profundamente en el territorio de la URSS. Habían bloqueado Leningrado, llegado hasta el subártico soviético, y creado una amenaza directa a Moscú, la cuenca del Don y Crimea.
En el transcurso de la defensa estratégica, las tropas sovié­ticas rechazaban con firmeza el empuje del adversario y, a su vez, asestaban potentes contragolpes. Si en las primeras tres se-manas de la guerra las tropas alemanas avanzaban como prome­dio de 20 a 30 km por día, ya a mediados de julio, este ritmo dismi­nuyó hasta ser de 3,5 s 8 km y, después, resultó aún más lento. En septiembre, el enemigo fue detenido a las puertas de Leningrado, y a fines de noviembre, ante Rostov. En encarnizados combates, defendiendo cada palmo de terreno, las tropas sovié­ticas manifestaron una firmeza y un valor sin precedentes, un heroísmo masivo y espíritu de sacrificio. La tenaz defensa de Brest y de Kíev, de Odesa y Sebastopol, de Smolensk y Tula, predecían el fracaso del plan de la guerra relámpago contra la URSS. De junio a noviembre de 1941, las pérdidas del adver­sario ascendieron —sólo en tropas terrestres— a 758 000 hom­bres, y las de aviación, a más de 5 000 aparatos.
En el otoño de 1941, las acciones combativas alcanzaron su máxima tensión en la dirección de Moscú.
La batalla de Moscú (que duró del 30 de septiembre de 1941 al 20 de abril de 1942) entró para siempre en la historia como el inicio del viraje radical en la lucha contra la invasión fascista.
Por ambas partes, en la batalla intervinieron más de 2,8 millones de hombres, hasta 2 000 tanques, más de 1 500 aviones, 21 000 cañones y morteros.[4] Al precio de inmensas pérdidas, las unidades avanzadas de la Agrupación de Ejércitos “Centro” llegaron hasta los accesos de la capital soviética a fines de noviembre de 1941; pero no pudieron seguir avanzando: ahí fueron detenidas y derrotadas.
En el transcurso de la contraofensiva, iniciada el 5 de di­ciembre, las tropas soviéticas asestaron un golpe demoledor a la Agrupación de Ejércitos “Centro”. 38 divisiones hitlerianas sufrieron una seria derrota. Las grandes unidades blindadas enemi­gas, consideradas decisivas en la ocupación de la capital sovié­tica, sufrieron pérdidas particularmente duras.
Hacia fines de abril de 1942, las bajas en combate de las tropas terrestres de la Wehrmaoht sobrepasaban el número de 1,5 millones de hombres,[5] de los cuales 716 000 corres­pondían a las fuerzas de la Agrupación de Ejércitos “Centro”. Esta cifra sobrepasaba en más de cinco veces todas las bajas de los hitlerianos en Polonia, en el noroeste y el oeste de Europa y en los Balcanes. En ese tiempo, la Wehrmacht hitleriana había per­dido más de 4 000 tanques y cañones de asalto y más de 7 000 aviones. El mando hitleriano se vio obligado a trasladar al Este 60 divisiones y 21 brigadas. Las tropas soviéticas liberaron de los agresores más de 11 000 poblaciones, entre ellas las grandes ciudades de Kalinin y Kaluga. El enemigo fue rechazado de 100 a 250 km de Moscú.
La derrota infligida por el Ejército Rojo a la agrupación se­lecta de las tropas germano fascistas, destruyó el mito de la in­vencibilidad de la Wehrmacht y fue la señal del total fracaso de los planes hitlerianos de la guerra relámpago contra la URSS. La victoria de Moscú demostró que la guerra, a pesar de su comienzo desafortunado para las tropas soviéticas, sería ganada inevitablemente por la Unión Soviética.
Los medios sociales progresistas, las personas amantes de la paz de todos los continentes, saludaron de manera solemne la victoria del Ejército Soviético en la batalla de Moscú. El mun­do se convenció de la solidez del Estado socialista soviético y de la alta capacidad combativa de sus Fuerzas Armadas. Los pue­blos de los países ocupados por el enemigo vieron en la Unión Soviética la fuerza real capaz de salvar al mundo de la esclavi­tud fascista. R. Battaglia, personalidad progresista de Italia, se­ñalaba que “el primer éxito militar soviético selló un largo pe­ríodo de incertidumbre y desorientación”.[6] F. Grenier, miembro del CC del Partido Comunista Francés, recordaba que, en la noche de Año Nuevo de 1942, él y sus camaradas lograron cap­tar una trasmisión desde Moscú. “Ese mensaje [el de Kalinin] respiraba confianza, fuerza... Cuando al final de la emisión sonó el carillón del Kremlin, Andrea y yo teníamos los ojos lle­nos de lágrimas... Entonces, Moscú era en verdad la esperan­za, el corazón del mundo”.[7] La victoria de Moscú coadyuvó a la cohesión de la coalición antihitleriana, a la creación de las condiciones para un incremento sistemático de su capacidad mi­litar.
Como evidencia de la colosal resonancia social provocada por la victoria de Moscú, pueden servirnos las valoraciones que entonces hicieron de ella personalidades estatales y militares de diferentes países.
El 15 de febrero de 1942, W. Churchill dijo por radio: “En aquellos días, Alemania parecía estar haciendo pedazos los ejércitos rusos y avanzar con creciente impulso hacia Leningrado, hacia Moscú, hacia Rostov... ¿Cómo están las cosas ahora?...  Avanzan victoriosamente... Más que eso: por primera vez, han roto la leyenda de Hitler. En lugar de victorias fáciles los alemanes hasta ahora sólo han encontrado en Rusia desastre, fracaso, la vergüenza de inenarrables crímenes, la ma­tanza o la pérdida de enormes cantidades de soldados alemanes.”[8]
El presidente de los Estados Unidos, F. D. Roosevelt, en un men­saje enviado a J. V. Stalin, recibido el 16 de diciembre de 1941; escribía: “Deseo informarle una vez más acerca del genuino en­tusiasmo existente en los Estados Unidos por el triunfo de sus ejér­citos en la defensa de su gran nación.”[9]
La alocución del general De Gaulle por la radio de Londres del 20 de enero de 1942 fue clarividente: “El pueblo francés ha saludado con entusiasmo —dijo— los éxitos y el crecimiento de las fuerzas del pueblo ruso... De repente, la liberación y la venganza se convierten para Francia en dulces probabilidades..., dan a Francia la oportunidad de recuperarse y de vencer... Para desgracia general, la alianza franco rusa, en varios si­glos, fue obstruida o impedida por la intriga o la incom­prensión. Ahora es una necesidad que se ve aparecer en cada viraje de la historia.”[10]
En varias alocuciones se apreciaron en su justo valor el heroísmo sin igual y la firmeza de los combatientes soviéticos, de todo el pueblo soviético, y el destacado arte de los jefes mi­litares soviéticos. El general D. MacArthur, quien mandaba las tropas norteamericanas en el océano Pacífico, escribió en febrero de 1942: “Durante toda mi vida he participado en varias guerras y he presenciado otras, así como he estudiado muy en de­talle las campañas de destacados líderes del pasado. En ningu­na he observado una resistencia tan eficaz a los golpes más pe­sados de un enemigo invicto hasta entonces, seguida por un aplastante contraataque que está rechazando al enemigo hasta su propia tierra. La escala y la grandeza del esfuerzo hacen que sea el mayor logro militar de toda la historia.”[11]
La batalla de Moscú atrae de manera significativa la aten­ción de los historiadores burgueses; aún más, en los últimos años ha aumentado el interés hacia ese tema. Señalaremos, ante todo, algunos elementos objetivos en la valoración de la batalla de Moscú.
El profesor norteamericano A. W. Turney señala que la fir­meza y el valor de las tropas soviéticas hicieron fracasar los planes alemanes, cuidadosamente elaborados antes de la guerra y calculados para el éxito de una ruptura relámpago hacia Moscú. Turney subraya el particular tesón y la audacia en las acciones de las tropas soviéticas en la dirección de Moscú, a partir de la se­gunda década de octubre de 1941. “La ferocidad con que combatían los rusos, incluso cuando se hallaban desesperadamente cercados, causaba sorpresa, hasta consternación, en el Alto Mando de las Fuerzas Armadas alemanas”, señala Turney.[12]
La mayoría de los historiadores occidentales no puede ignorar por completo un acontecimiento como la derrota de las tropas germano fascistas en los alrededores de Moscú; pero en sus obras este acontecimiento histórico mundial se pierde con frecuencia como una aguja en un pajar. En estos casos, los autores burgueses centran, por lo general, la atención en los pla­nes del mando hitleriano, en las propuestas de los generales fascistas a las instancias superiores, en las operaciones y los combates de las tropas alemanas, y mantienen en la sombra las acciones del Ejército Soviético.
Muchos afirman que, entre 1941 y 1942, las acciones de los aliados en África del Norte y en los teatros navales, tuvieron mayor importancia para el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial que la batalla de Moscú y, en general, que la lucha armada en el frente soviético alemán. Al interpretar los acontecimientos del invierno de 1941 a 1942, la historiografía burguesa subraya, de todas las maneras posibles, el hecho de la entrada de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. El ataque a las bases norteamericanas en el océano Pacífico, asegura H. Wallin, “intro­dujo todo el potencial de los Estados Unidos en la guerra europea”.[13] Después de Pearl Harbor, constata T. Higgins, Hitler empezó a vacilar.[14] Con la ayuda de semejantes afirmaciones se intenta  rebajar los esfuerzos heroicos del pueblo soviético para rechazar la invasión fascista en 1941 y la importancia de la victoria del Ejército Soviético en los accesos de Moscú, así como justificar la estrategia de los dirigentes anglo norteamericanos, quienes todavía entonces consideraban inevitable la derrota de la URSS y confiaban, sin fundamento, en poner de rodillas a Alemania mediante los bombardeos, el bloqueo económico y ac­ciones ofensivas limitadas.[15]
La entrada de los Estados Unidos en la guerra tuvo, claro está, un gran significado; sin embargo, fue el Ejército Rojo —con su tenaz defensa y, después, con la contraofensiva que comenzó a desplegar en el invierno de 1941 a 1942— el que echó por tie­rra los planes de los hitlerianos y sentó las bases para el viraje radical en el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial. A par­tir de junio de 1941, el peso fundamental de la guerra lo sopor­tó la Unión Soviética. Contra ella estaba concentrada la in­mensa mayoría de las tropas de la Alemania fascista, fuerza fun­damental del bloque de Estados agresores.
Por lo general, los autores occidentales reducen las causas del fracaso de los planes hitlerianos de la “guerra relámpago” contra la URSS y de la derrota de las tropas germano fascistas en los alrededores de Moscú en el invierno de 1941 a 1942: en primer lugar, a los errores de Hitler en lo político y lo militar; en segundo, a las condiciones climáticas desfavorables y los gran­des espacios de la URSS, y en tercer lugar, a la ayuda que reci­bió la Unión Soviética de sus aliados. La maestría militar y el heroísmo del Ejército Soviético y los abnegados esfuerzos de todo el pueblo soviético para organizar el rechazo al enemigo, “se escapan” del campo visual de la historiografía burguesa.
La tesis de la responsabilidad personal de Hitler por la derro­ta en los alrededores de Moscú, es la más difundida. Se planteó por ex generales fascistas que en los años de la guerra, como súbditos fieles, servían al Führer y se admiraban de su “genio”. Después de ellos, se apoderaron de esta tesis muchos historiado­res occidentales, entre quienes se cuenta A. Turney. “Al haber tomado la estratégica decisión de atacar y destruir la Unión Soviética —escribe Turney—, Hitler procedió entonces a come­ter una serie de errores fatales en su realización.”[16]
De hecho, estos historiadores callan que todo el plan de la guerra contra la URSS tenía un carácter aventurero. Partía de la opinión notoriamente preconcebida de que el Estado sovié­tico era “un coloso con pies de barro”. Sin embargo, como lo confirmó la experiencia de toda la guerra, los cabecillas fascis­tas subestimaron la solidez del régimen estatal y social de la URSS, la potencia de sus Fuerzas Armadas.
A. Turney afirma que el “error fatal” de Hitler consistió en que “detuvo el precipitado avance hacia Moscú y dirigió las fuerzas alemanas a cercar y destruir inmensas concentraciones de fuerzas rusas en Ucrania”.[17] T. Dupuy le hace coro: “Lo más crucial de todo —escribe— fue su rechazo de concentrar sus fuerzas sobre Moscú en el verano de 1941.”[18]
Estos autores callan premeditadamente la circunstancia de que el Ejército Rojo, que extenuó las fuerzas del enemigo y las puso bajo la amenaza de ser cercadas y destruidas, hizo fracasar los planes estratégicos de la Wehrmacht. El Mariscal de la Unión Soviética G. Zhúkov señaló con justeza que la situación de la agrupación central de los alemanes habría podido ser aún peor, si no hubieran renunciado temporalmente a atacar Moscú y no se hubiera desviado una parte de las fuerzas hacia Ucrania. “Pues las reservas del Cuartel General —escribe Zhúkov—, enviadas en septiembre a cubrir las brechas operati­vas en la dirección suroccidental y en noviembre a defender los accesos inmediatos a Moscú, habrían podido utilizarse pa­ra golpear el flanco y la retaguardia de la Agrupación de Ejércitos ‘Centro’, cuando ésta atacaba Moscú.”[19]
De la misma manera que los errores políticos y militares de Hitler condicionaron, según muchos historiadores occidenta­les, el fracaso de la estrategia fascista en la batalla de Moscú, el desafortunado desenlace de los combates y las operaciones se vincula, invariablemente, a “la influencia negativa del clima ruso” sobre las operaciones de las tropas germano fascistas. “Las fuerzas alemanas no pudieron superar los obstáculos de la naturaleza, la alteración de su sistema de suministros y la obstinada resistencia de los defensores rusos”, escribe A. W. Turney.[20] L. Cooper afirma que “el lodo sin fondo en los ca­minos” se convirtió en el obstáculo más importante para el avan­ce de las tropas germano fascistas.[21] En casi todas las publica­ciones occidentales dirigidas a las amplias masas, es posible ver fotografías de tanques y automóviles alemanes atascados en el lodo, con pies de figuras que rezan más o menos así: “El invier­no ruso hizo más lenta la ofensiva nazi; las lluvias convirtie­ron los caminos en corrientes de lodo. Los hombres, los caballos y las máquinas se atascaban con rapidez en él, y la Blitzkrieg alemana fue detenida.”
La propaganda fascista fue la primera en echar a andar esa versión. Ya en diciembre de 1941, el Alto Mando alemán hizo una declaración en la cual afirmaba que las “condiciones invernales” habían obligado a los alemanes a pasar “de la guerra de maniobras a la guerra posicional” y a acortar la lí­nea del frente. En la directiva N° 39 de la OKW del 8 de diciem­bre de 1941; se decía: “El crudo invierno que acaba de presentarse sorpresivamente temprano en el Este y, con él, las di­ficultades con los abastecimientos que se han confrontado, como consecuencia, nos obliga a una suspensión inmediata de todas las grandes operaciones ofensivas y, con ello, al paso a la de­fensa.”[22] Los historiadores burgueses retomaron estos argumen­tos después de la guerra. Casi ninguno prescinde de señalar el papel “fatal” del “lodo”, de las “heladas”, de los “malos cami­nos” y de los “enormes espacios de Rusia”, para explicar las causas de las derrotas de los ejércitos hitlerianos en los cam­pos de los alrededores de Moscú.
Según la opinión de los historiadores germanoccidentales y norteamericanos, fue el “General Invierno ruso” el que ases­tó el “golpe definitivo” a las tropas fascistas en los accesos a Moscú. Los autores de la Encyclopedia Americana consideran que “si el frío no hubiera llegado, posiblemente, los ejércitos alemanes se habrían abierto paso combatiendo a través de la masa de hombres” hacia su objetivo fundamental: Moscú.[23]
En la literatura histórica soviética se ha mostrado, en más de una ocasión, la inconsistencia de las afirmaciones de los autores burgueses que plantean que las condiciones climáticas fueron la causa principal de la derrota del ejército germano fascista en los alrededores de Moscú. Es imprescindible subrayar que el lodo en el otoño de 1941 duró relativamente poco tiempo. A prin­cipios de noviembre comenzó a hacer frío. En los alrededores de Moscú, la temperatura media se mantuvo entre 6 y 14 °C entre noviembre y diciembre.[24] Sin dudas, los historiadores occidentales dedicados a estudiar la batalla de Moscú conocen la anotación del jefe del Estado Mayor General de la Wehrmacht, F. Halder, hecha en agosto de 1941: “En toda la si­tuación se destaca, cada vez con mayor claridad, que hemos subestimado al coloso Rusia (...) Esta conclusión se refiere tanto a los aspectos organizativos como a los económicos; tam­bién incluye el tráfico y el transporte; pero, sobre todo, la ca­pacidad de rendimiento puramente militar.”[25] Sin embargo, este tipo de conclusiones —que descubren las verdaderas cau­sas del fracaso de la ofensiva alemana contra Moscú—no apa­recen en la inmensa mayoría de los autores occidentales.
“¡No!—escribió el Mariscal de la Unión Soviética G. Zhúkov—. No fueron la lluvia ni la nieve los que detuvieron a las tropas fascistas en los alrededores de Moscú. Una agrupación de más de un millón de tropas hitlerianas selectas se estrelló contra la férrea firmeza, el valor y el heroísmo de las tropas soviéticas; tras sus espaldas estaba su pueblo, su capital, su Patria.”[26]
Algunos historiadores occidentales, al explicar las causas del fracaso de los planes hitlerianos de la “guerra relámpa­go” contra la URSS, exageran la importancia del apoyo anglo norteamericano a la Unión Soviética en ese período. En una de las investigaciones acerca del frente soviético alemán reali­zada por el servicio de historia militar de las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos, se dice que el apoyo de los aliados occiden­tales en 1941 “garantizó a las fuerzas militares soviéticas la capacidad de continuar su resistencia” y que “sin el apoyo de los aliados, la economía soviética habría sido incapaz de suminis­trar el material adecuado para sostener a las fuerzas soviéticas en el campo de batalla”.[27] S. Welles es mucho más categórico; según su opinión, las armas y los aviones norteamericanos “ayudaron, en gran medida, a hacer posible la victoria de Moscú”.[28]
Con relación a esto recordemos que en 1941 los suminis­tros de los aliados fueron en extremo limitados. Inglaterra y los Estados Unidos suministraron a la URSS 750 aviones, 501 tanques y algún otro armamento. Esta ayuda tampoco podía te­ner una importancia decisiva porque los equipos llegaban a los puertos soviéticos incompletos y averiados. El 8 de noviembre de 1941, J. V. Stalin escribió lo siguiente a W. Churchill: “Los tanques, los cañones y los aviones son mal empacados, algunas par­tes de los cañones vienen en diferentes barcos y los aviones están tan mal embalados que los recibimos dañados.”[29]
Según consideran los historiadores ingleses J. R. M. Butler y J. M. A. Gwyer, Inglaterra y los Estados Unidos no deseaban “ver un valioso material de guerra, que podría ponerse en uso inmediato en otra parte, perdido en el caos de un frente ruso que se desplomaba”.[30] Los aliados aguardaban, no creían en la posibilidad de que la Unión Soviética resistiera y venciera.
En contra de esas dudas, gracias a una gran tensión de las fuerzas y al precio de muchas víctimas, se detuvo el ulterior desplazamiento del enemigo y su agrupación principal fue des­truida y rechazada desde Moscú hacia el oeste.

La batalla de Stalingrado. La victoria de las tropas soviéticas en Stalingrado constituyó un acontecimiento especial de la Se­gunda Guerra Mundial. La batalla en el Volga —brillante por su concepción y realización, grandiosa por su magnitud y de­cisiva por sus consecuencias político militares— no sólo entró como una página de gloría imperecedera en los anales de la Gran Guerra Patria de la Unión Soviética contra la Alemania fascista, sino también en la historia mundial. En su discurso, al develar solemnemente el conjunto escultórico en Volgogrado el 15 de octubre de 1967, L. I. Brézhnev dijo: “En esta batalla no sólo fueron trituradas las selectas tropas hitlerianas. Aquí expiró el ímpetu ofensivo, se doblegó el espíritu moral del fas­cismo. Comenzó la desintegración del bloque fascista... Se duplicaron las fuerzas de quienes no inclinaron la cabeza ante los agresores hitlerianos. La palabra ‘Stalingrado’ se trasmitía de boca en boca como una consigna de resistencia, como una consigna de victoria.”[31]
La batalla de Stalingrado duró seis meses y medio (del 17 de julio de 1942 al 2 de febrero de 1943). Las acciones com­bativas se desarrollaron en un área de casi 100 000 km2 y la línea del frente tuvo una longitud de 400 a 850 km. En algu­nas etapas, por ambos lados en la contienda participaron más de 2 millones de hombres, más de 2 000 tanques, más de 2 500 aviones y alrededor de 26 000 cañones y morteros.[32] El enemigo, que intentaba atravesar el Volga y apoderarse del Cáucaso, sufrió la más dura de las derrotas.
En el curso de la batalla defensiva, en el meandro entre el Don y el Volga, en el mismo Stalingrado, las tropas de la Wehrmacht fueron agotadas y, más tarde, aniquiladas en una brillante operación de cerco, en condiciones de igualdad apro­ximada de efectivos y medios. Después de cercar y aniquilar en Stalingrado una agrupación enemiga de 330 000 hombres, el Ejército Soviético pasó a la ofensiva general en varios fren­tes. En la batalla de Stalingrado se manifestaron, en toda su magnitud, el heroísmo masivo y el inquebrantable valor de los combatientes soviéticos, así como el gran talento militar y las capacidades organizativas del personal de mando y político del Ejercito Soviético. “Stalingrado —se señaló en el discurso en conmemoración del 26 aniversario de la Gran Revolución So­cialista de Octubre— fue el ocaso del ejército germano fascista. Después de la batalla de Stalingrado, como es sabido, los alemanes no pudieron recobrarse ya.”[33]
La batalla de Stalingrado tuvo un inmenso significado internacional. Fue una importante etapa histórica en el cami­no a la victoria de la Unión Soviética sobre la Alemania fascista; un factor estratégico que determinó un cambio gene­ral de la situación estratégica y política a favor de la coali­ción antihitleriana.
F. Roosevelt valoró altamente la victoria de las tropas soviéticas en la batalla de Stalingrado en el Diploma de Honor a Stalingrado, en el cual se lee: “En nombre del pueblo de los Estados Unidos de América, obsequio este Diploma a la ciudad de Stalingrado para destacar nuestra admiración a sus gallardos defensores, cuyo coraje, fortaleza y devo­ción durante el sitio del 13 de septiembre de 1942 al 31 de enero de 1943, inspirará por siempre los corazones de todas las per­sonas libres. Su gloriosa victoria contuvo la marea de invasión y marcó el punto decisivo en la guerra de las Naciones Aliadas contra las fuerzas agresoras.”
Según los criterios burgueses, la batalla de Stalingrado se analiza con más detalles en el libro de E. F. Ziemke De Stalingrado a Berlín: La derrota alemana en el Este [Stalingrad to Berlín: The German Defeat in the East], en el cual se le dedican dos capítulos. El historia­dor del Pentágono valora, a su manera, la importancia de la batalla. “Al poseer algunas características estratégicas por de­recho propio —escribe Ziemke—, Stalingrado se convirtió —en parte por accidente, en parte por designio—, en el punto focal de una de las batallas decisivas de la Segunda Guerra Mun­dial.”[34]
Ziemke centra sus esfuerzos fundamentales en restarle im­portancia al papel del arte militar soviético en la batalla del Volga. Afirma de manera categórica que la victoria de Sta­lingrado “resultó más por errores de Hitler que por destreza militar soviética”.[35] A su vez, “se propala” la te­sis falsa acerca de la supremacía numérica de las tropas sovié­ticas al comienzo de la contraofensiva. Según datos publica­dos en los libros de Ziemke, tropas soviéticas de 1 millón de hombres hicieron frente a sólo 500.000 de las tropas alemanas y sus aliados.[36] No resulta difícil darse cuenta que en este caso, recurriendo a una publicación oficial, se intenta utilizar de nuevo las invenciones de Zekzler y otros generales hitlerianos, desenmascaradas hace muchos años en la literatura histórico militar mundial y soviética. Es bien conocido que al inicio de la contraofensiva la correlación total de fuerzas de las partes contendientes en Stalingrado —incluido los hombres— era aproximadamente igual (1 015 300 hombres de las tropas soviéticas se enfrentaba a una agrupación adver­saria de 1 011 500 hombres).[37] En lo referente a las direccio­nes de los golpes principales, el mando soviético sí supo crear en realidad una superioridad, pero fue resultado de una hábil maniobra de fuerzas y medios.
A menudo se encuentran comparaciones entre la batalla de Stalingrado y otras ocurridas en la historia militar mundial. Lo más frecuente es que la comparen con la batalla de Verdún. En particular, C. Ryan considera que “la épica ba­talla de Stalingrado fue la Verdún de Alemania de la Segunda Guerra Mundial”.[38] En este sentido son muy oportunos los ra­zonamientos del historiador burgués inglés B. Pitt: “Stalingra­do ha sido comparado con Verdún —escribe— en intensidad y significación, y hay muchas cosas que apoyan la comparación; pero en algo vital fue diferente. En 1917, los franceses aceptaron el reto de Falkenhayn[39], e intercambiaron vida de soldado por vida de soldado, al introducir un interminable to­rrente de refuerzos en esa estrecha franja de arena junto al Mosa hasta que ambos bandos retrocedieron enfermos por la matanza y casi desangrados... En Stalingrado, durante el cru­cial invierno de 1942 a 1943, los jefes del Ejército Rojo demos­traron apreciar la realidad militar y capacidad de aprender del pasado, el cual sería un modelo para todo... Reforzaron a los defensores que estaban dentro, según pa­trones dictados por el mínimo necesario, en lugar del máximo posible, y emplearon el poder y la fuerza así conservados para lanzar el gran cerco que estranguló luego al 6o Ejér­cito de Paulus. Así pues, Stalingrado es el nombre de una gran victoria, ganada a un costo razonable; Verdún es sólo el nombre de una batalla que devoró vidas con el apetito de Moloc, y dejó a ambos bandos más débiles y pobres.”[40]
En la literatura histórico militar de los Estados Unidos deno­minan “Stalingrado de Occidente” al plan de cerco del 7o y  el 5o Ejércitos Blindados germano fascistas (alrededor de 20 divisiones) entre Falaise y Martin en agosto de 1944.[41] En esta zona, los combates tuvieron un carácter realmente tenso. Las tropas de los aliados occidentales pudieron obtener éxitos con­siderables: el enemigo tuvo grandes pérdidas y se vio obligado a retirarse tras el Sena. Sin embargo, las fuerzas unificadas de los aliados (alrededor de 37 divisiones), entonces con superiori­dad absoluta en el aire, sólo lograron cercar, en fin de cuen­tas, unidades aisladas de ocho divisiones de infantería y dos blindadas del adversario, alrededor de 45 000 hom­bres. Los hitlerianos sacaron del “saco de Falaise” las divisiones blindadas y de infantería, o sus unidades, con mayor capacidad combativa. Las causas de la culminación no exitosa por comple­to de la operación de cerco, se explican por los defec­tos en el plan mismo de la operación (en particular, se desta­caron fuerzas insuficientes para crear los frentes interno y ex­terno del cerco), así como por la confusión organizativa, la in­decisión de las acciones del mando anglo norteamericano en la etapa culminante de cerco, y otras circunstan­cias.
En la literatura norteamericana se revela igualmente la idea de que “Stalingrado en el Este y Bastogne en el oeste... representaron para Alemania... la lenta marea hacia la derrota final”.[42] Pero esta comparación no tiene fundamentos. En Bastogne, las tropas germano fascistas rodearon a la 101a División Aéreo Transportada y una parte de las fuerzas de la 10a División Blindada de los Estados Unidos, las cuales fueron desbloqueadas a la semana. Este giro de los acontecimientos, alarmante para el mando norteamericano y ocurrido en el curso de los comba­tes en las Ardenas, se produjo en la etapa culminante de la Se­gunda Guerra Mundial, cuando la derrota de la Alemania fas­cista era ya cuestión de tiempo.
Tampoco podemos dejar de referirnos a los insistentes in­tentos de “explicar” la derrota de las tropas germano fascis­tas en Stalingrado con las “fatales decisiones” de Hitler. Los autores de esos trabajos, al echar sólo sobre Hitler toda la cul­pa de la derrota, abogan con ello en favor del generalato fas­cista, así como introducen la idea de la “casualidad” de la derrota de la Alemania fascista, de la factibilidad de la revancha militar.
Citaremos dos ejemplos. T. Dupuy, historiador militar norteamericano a quien ya nos hemos referido, ve la causa de la derrota de las tropas alemanas en Stalingrado en que “Hitler insistió en que no retrocedieran un paso de Stalingrado. Mientras los generales alemanes trataban de persuadirlo de que cambiara sus órdenes, los rusos incorporaron inmensos refuer­zos terrestres y aéreos para fortalecer las líneas del cerco.”[43] Otro historiador norteamericano, M. Gallagher, conocido por sus manifestaciones antisoviéticas, afirma que incluso en los estados mayores germano fascistas “estaban conscientes de la amenaza a sus flancos..., pero Hitler se negó a permitir la retirada”.[44]
Es difícil admitir que estos y otros historiadores que compar­ten sus puntos de vista no conozcan el artículo “La batalla de Stalingrado”, escrito a solicitud del Departamento de Defensa de los Estados Unidos por el general Zeitzler, ex jefe del Estado Mayor General de las tropas terrestres de la Alemania fascista. En ese artículo, que forma parte del libro Decisiones fatales [The Fatal Decisions], se expresa con claridad que la idea de Hitler de apoderarse de Stalingrado a cualquier precio —y, más tarde, la orden de mantener la parte ocupada de la ciudad—, era apoyada por completo por la élite de los generales en las personas de Keitel y Jodl.[45]
Detengámonos con más detalles en una investigación “fun­damental” dedicada a la batalla de Stalingrado: el libro del historiador burgués norteamericano W. Craig, publicado con el título de El enemigo a las puertas. La batalla por Stalingrado [Enemy at the Gates. The Battle for Stalingrad].[46] Esta obra refleja, en gran medida, la tendencia predominante en los Estados Unidos al interpretar los acontecimientos en el frente soviético alemán. W. Craig trata de actuar en el papel de investigador objetivo. Evita repetir los odiosos intentos de poner a un mismo nivel la batalla de Stalingrado y la operación de El-Alamein o los combates por el atolón Tarawa en el océano Pacífico, como lo hacen H. Baldwin y algunos otros historiadores occiden­tales; pero elude, al mismo tiempo, valorar el lugar y la im­portancia de la batalla de Stalingrado en la Segunda Guerra Mundial.
Según se avanza en la lectura del libro, se va evi­denciando que Craig analiza de manera superficial el desarro­llo de las acciones militares en Stalingrado, confunde acontecimientos, grados y apellidos de jefes militares. En su libro, los kazajos viven en... el Volga, y Novosibirsk se encuentra en los Urales,[47] etc. Como vemos, el autor no se molestó en estudiar con cuidado el material histórico. Tenía otros propósitos, otro encargo.
Craig ve en los errores de Hitler las causas de la derrota de las tropas germano fascistas en Stalingrado y de los éxitos del Ejército Soviético. Así vemos que, al analizar la his­toria previa a la batalla de Stalingrado, trata de convencer al lec­tor de que Vorónezh se mantuvo en poder de las tropas soviéti­cas gracias a un error del Führer. “En un inicio, Hitler pla­neaba dejar de lado Vorónezh —se señala en el libro—; pero cuando los blindados alemanes penetraron fácilmente (!) en los suburbios y los jefes pidieron permiso por radio para capturar el resto de la ciudad, Hitler vaciló y dejó la decisión al jefe de la Agrupación de Ejércitos B, mariscal de campo von Bock.”[48]
La verdadera historia de los difíciles y cruentos combates en la región de Vorónezh en el verano de 1942, evidencia otra cosa: las tropas fascistas no pudieron tomar la ciudad a cau­sa de la abnegada resistencia de las unidades soviéticas, y de las hábiles medidas adoptadas a tiempo por el mando soviético. Las grandes unidades móviles de los hitlerianos que lograron apoderarse, el 6 de julio, de una cabeza de puente en la orilla izquierda del Don y dominar una parte de la ciudad, encontra­ron la resistencia tenaz y bien organizada de las tropas so­viéticas. Ese mismo día, el Frente de Briansk asestó un contra­golpe al sur de Elets, como resultado del cual el mando alemán se vio obligado a desviar hacia el norte el 24° Cuerpo Blindado y tres divisiones de infantería, que se dirigían a la región de Vorónezh. La agrupación de choque enemiga que atacaba Vorónezh resultó debilitada. Se hicieron fracasar sus intentos de apoderarse de la ciudad.[49]
Habría sido posible salvar la agrupación de Paulus, se­ñala más adelante el autor, de no haber sido por las accio­nes unipersonales de Hitler, quien prohibió a las tropas cer­cadas realizar la ruptura e ir al encuentro de Manstein.[50] Se­gún sus palabras, la ofensiva de la Agrupación de Ejércitos “Don”, cuya tarea consistía en desbloquear a las tropas cercadas, se desarrollaba con éxito: “Sorprendentemente, la resistencia rusa fue insignificante... El peor problema que enfrentaron los alemanes fue el hielo que cubría los caminos e impedía que sus tanques tuvieran amplia movilidad.”[51]
Sin embargo, el verdadero cuadro de la ofensiva que comen­zaron los hitlerianos el 12 de diciembre de 1942 desde la re­gión de Kotélnikovo en dirección a Stalingrado, fue totalmen­te diferente. El enemigo, con una gran superioridad en fuer­zas, chocó con una tenaz resistencia y sufrió inmensas pérdi­das. Los combatientes soviéticos se defendían hasta perder la vida. Manstein, al analizar en sus memorias el comienzo de la ofensiva de la Agrupación de Ejércitos “Don” que él comandaba, re­conoció: “El adversario no se limita, en modo alguno, a la de­fensa, sino que trata una y otra vez mediante contraataques de arrancarles a nuestras dos divisiones de tanques el territorio ganado o, por lo menos, parte de él... y con sus fuerzas trata de rodear a las nuestras.”[52]
Según opinión de Craig, la fuga de datos secretos del Cuar­tel General hitleriano coadyuvó, de manera decisiva, a la vic­toria del Ejército Soviético en Stalingrado. El autor se remite a las actividades de S. Radó, R. Rossler y otros agentes secretos antifascistas.[53]
Sin embargo, el mismo S. Radó desenmascara esta versión, utilizada no sólo por W. Craig: “No seré yo, agente secreto —escribió—, quien niegue el papel tan importante del servi­cio de inteligencia, de sus informadores, que trabajan en la profunda retaguardia enemiga; pero ver en sus éxitos la cau­sa de nuestra victoria es ponerlo todo de cabeza. Semejantes intentos de los falsificadores burgueses resultan, por lo me­nos, risibles... El desenlace de la guerra siempre se ha decidi­do, en fin de cuentas, en el campo de batalla. Ha vencido el ejército con un mayor potencial económico y con mayores re­servas de hombres, el ejército mejor armado y preparado, el ejército que superaba al adversario con su fuerza de espíri­tu.”[54]
En la obra de Craig se dedica un lugar significativo a los “aspectos morales de la guerra en el Este”. En este sentido, divide los hechos en provechosos y no provechosos para la pro­paganda antisoviética. Los primeros los toma como arma, los segundos los rechaza, lo que se confirma en el ejemplo de los “hechos de la vida”, citados en el libro, de soldados, oficiales y generales hitlerianos que se rindieron en Stalingrado.
El periódico de los comunistas ingleses The Morning Star, no sin fundamento, señaló en este sentido: “Pero uno queda preguntándose hasta qué punto puede ser confiable la eviden­cia del último día de algunos alemanes entrevistados [se re­fiere a entrevistados de la RFA.—El autor] por William Craig, de quienes una sorprendente cantidad sólo parece recordar lo más humano de sus propios actos o de los de sus compañeros, y sólo la rudeza de sus captores.”[55]
Conviene recordar que la victoria de las tropas soviéticas en Stalingrado se preparó y alcanzó en una situación muy compleja para la Unión Soviética. Las fronteras soviéticas en el Lejano Oriente continuaban amenazadas por el ejército japonés élite de Kwantung y en el sur una gran agrupación de tropas turcas esperaba el momento propicio para atacar a la URSS. Ellos inmovilizaban una gran parte de las Fuerzas Armadas soviéticas, limitaban sus posibilidades de lucha contra los agresores germano fascistas, cuya dimensión y crueldad se­guían creciendo.
Para la URSS también desempeñó un papel negativo la vio­lación, por parte de los dirigentes de Inglaterra y los Estados Unidos, de su deber de aliados de abrir del Segundo Frente en 1942. Esto permitió a Alemania dirigir, prácticamente sin chocar con ningún obstáculo, sus fuerzas y medios fundamentales al frente soviético alemán, no sólo para suplir las pérdidas sufridas, sino también para incrementar la composición de sus agrupaciones que actuaban contra las tro­pas soviéticas.
No obstante, en la literatura occidental está difundida una versión según la cual el Ejército Soviético no habría alcanzado la victoria sin el apoyo de las tropas anglo norteamericanas.
En la recopilación La Segunda Guerra Mundial [Der Zweite Weltkrieg], el historiador de la RFA R. Seth escribe, por ejemplo, que el déficit de las reservas, el cual no permitió al Mando germano fascista alcanzar sus objetivos en el Este en 1942, se debía al inminente desembarco de los aliados. Pa­ra enfrentar este peligro, en el oeste aguardaban, “ca­si holgazaneando, inmensos ejércitos.”[56] El historiador norteamericano J. L. Stokesbury afirma que los rusos pospusieron a propósito su contraofensiva en Stalingrado hasta noviembre de 1942, cuando “la invasión aliada del África del Norte fran­cesa, como se consideraba acertadamente, retendría reservas alemanas en Europa Occidental”.[57] En cuanto a W. Craig, intenta adjudicar un papel aún más activo a la “ame­naza” de irrupción de las tropas de los Estados Unidos e Inglaterra en Francia. Escribe acerca de cierto traslado de la división Gran Alemania, en el período de la batalla de Stalingrado, del frente soviético alemán a Francia.[58]
Cuando se someten a una comprobación no resultan confir­mados los hechos que citan Seth, Stokesbury y Craig. En pri­mer lugar, en Europa Occidental se encontraban, antes del comienzo de la batalla de Stalingrado, en total 530.000 efec­tivos de las tropas terrestres, mientras que en el frente sovié­tico alemán había 2.997.000; es decir, casi seis veces más. En Occidente se encontraba una flota aérea alemana; en el Este, cuatro.[59] Además, en Occidente una parte considerable de las tropas eran agrupaciones y unidades debilitadas o partes de ellas, enviadas hacia allá, desde el frente soviético alemán, para descansar y reformarse.
En segundo lugar, en el período de la batalla de Stalingra­do, el “bombeo” de divisiones alemanas se realizaba, antetodo, del oeste al Este. Sólo de noviembre de 1942 a abril de
1943, el mando alemán envió desde Francia y otros países de Europa Occidental al frente soviético alemán, 35 nuevas divi­siones para suplir las grandes pérdidas de la Wehrmacht.
[60] Es
una invención la afirmación de Craig acerca del traslado dela división Gran Alemania al oeste. El diario de Halder con­firma que esta gran unidad actuaba ya en el frente soviético
alemán.
[61] La división Gran Alemania llegó en mayo de 1942 desde el Occidente al frente soviético alemán y se mantuvoallí hasta el final de la guerra.[62]
Más de 100 divisiones del enemigo fueron destruidas desde el inicio de la contraofensiva en noviembre de 1942, en los al­rededores de Stalingrado, la cual se convirtió más tarde en la gran ofensiva del Ejército Soviético y continuó hasta fines de marzo de 1943. Entre muertos, heridos, prisioneros y desapa­recidos, el enemigo perdió más de 1 700 000 soldados y oficia­les; se le destruyeron 24 000 cañones y más de 3 500 tanques y 4 300 aviones.[63] Con ello se quebrantó, de manera decisiva, la capacidad militar de la Alemania fascista y se hizo un aporte inmenso al logro del viraje total en la Gran Guerra Patria y en toda la Segunda Guerra Mundial.

La batalla de Kursk. El 5 de agosto de 1943 a las 24:00 ho­ras, Moscú disparó salvas en honor de los héroes de Oriol y Bélgorod; en honor de la destacada victoria lograda en la ba­talla de los alrededores de Kursk. Esas fueron las primeras salvas de celebración en los años de la guerra. Doce salvas dis­paradas desde 124 cañones anunciaron al pueblo soviético y a todo el mundo que la Alemania hitleriana había sufrido otra gran derrota que la colocaba ante la catástrofe.
En la batalla de Kursk (que duró del 5 de julio al 23 de agosto de 1943) por ambas partes participaron enormes fuerzas: más de 4 millones de hombres, más de 69 000 cañones y mor­teros, más de 13 000 tanques y cañones de asalto y 12 000 aviones de combate.[64] Después de la derrota en Stalingrado, éste fue el último intento del mando germano fascista de efectuar una gran ofensiva en el frente soviético alemán, con el fin de recuperar la iniciativa estratégica y torcer el curso de los acontecimientos a su favor.
El Cuartel General del Mando Supremo soviético, el cual disponía de datos del servicio de inteligencia acerca de la ofensiva que preparaba el enemigo, decidió llevar a cabo una defensa premeditada. Las potentes agrupaciones del enemigo, que contaban con destruir a las tropas soviéticas a la defensiva, fueron desgastadas en cruentos combates. El 12 de julio, el Ejército Soviético pasó a la contraofensiva. En la batalla de Kursk —conocida también como el combate de tanques más grande de la Segunda Guerra Mundial—, el Ejército Soviético destruyó 30 divisiones selectas del enemigo, entre las cuales se encontraban siete divisiones blindadas. La Wehrmacht perdió más de 500 000 soldados y oficiales, 1 500 tanques, 3 700 avio­nes y 3 000 cañones.[65] Se liberaron Oriol, Járkov y muchas otras ciudades y poblados soviéticos; se crearon condiciones favorables para la liberación de la parte de Ucrania situada a la orilla izquierda del Dniéper y la salida hasta ese río.
Hasta comienzos de la década del 60, en Occidente no exis­tían prácticamente trabajos de envergadura dedicados a la ba­talla de Kursk; de su gran importancia sólo se escribió en los años de la guerra. La gran ofensiva soviética —se señala en Breve historia de la Segunda Guerra Mundial, editada por el Departamento de Defensa de los Estados Unidos en 1945—, que comenzó en el frente Kursk-Oriol en el verano de 1943, no se detuvo hasta la primavera siguiente, cuando los invasores na­zis fueron expulsados por completo del sur de Rusia.”[66]
Desde entonces los esfuerzos de los autores occidentales es­tuvieron dirigidos, en lo fundamental, a callar o denigrar los éxitos decisivos del Ejército Soviético alcanzados en la ba­talla de Kursk, y su influencia sobre el desenlace de la Segunda Guerra Mundial en su conjunto.
Los “objetivos limitados” de la ofensiva emprendida por la Wehrmacht fascista en el Arco de Kursk (operación “Zitadelle”), es una de las versiones más difundidas. En el libro de E. F. Ziemke3 la parte dedicada a esta operación se titula “Una ofensiva limitada”.[67] T. N. Dupuy y muchos otros historiadores norteamericanos caracterizan de esa misma ma­nera los objetivos de la ofensiva alemana.[68] En la mayoría de las publicaciones de los historiadores germanoccidentales se afirmó un punto de vista análogo. E. Klink considera que los estrategas hitlerianos, cuando planificaron la operación “Zitadelle”, no buscaron apoderarse de la iniciativa estratégica perdida, sino de fortalecer la defensa propia.[69] Como esos ob­jetivos eran limitados, a continuación desarrollan la idea de que el fracaso de la ofensiva no puede analizarse como un factor de importancia estratégica.
Semejante conclusión está en completa contradicción con la realidad. La preparación de la operación “Zitadelle” y las fuerzas concentradas para efectuarla, evidencian que los hi­tlerianos perseguían fines decisivos, de largo alcance, con la ofensiva en los alrededores de Kursk. Esta operación fue un intento desesperado por destruir las prin­cipales fuerzas del Ejército Rojo, recuperar la iniciativa estratégica, mantener el bloque fascista y torcer el curso de los acon­tecimientos a su favor.
En la Orden operativa N° 6, firmada por Hitler, del Cuar­tel General de la Wehrmacht sobre la preparación de la ofen­siva en los alrededores de Kursk, se subrayaba: “Cada jefe, cada soldado raso está obligado a compenetrarse, de manera cons­ciente, con la importancia decisiva de esta ofensiva. La victo­ria en los alrededores de Kursk, deberá ser un faro para el mundo entero.”[70] La orden exigía que para la ofensiva en el Arco de Kursk se utilizaran las mejores unidades, el mejor ar­mamento, los mejores jefes, la mayor cantidad posible de mu­niciones. El ex jefe del Estado Mayor del 48° Cuerpo de Tan­ques de la Wehrmacht, F. W. von Mellenthin, reconoce que “ningún ataque pudo haber sido mejor preparado que éste”.[71]
En los alrededores de Kursk, el mando hitleriano concentró 50 divisiones selectas, de las cuales 14 eran blindadas (al­rededor del 70 % de las que estaban en el frente soviético alemán) y dos motorizadas. En general, la agrupación germano fascista tenía más de 900 000 hombres, al­rededor de 10 000 cañones y morteros, 2 700 tanques y cañones de asalto, y más de 2 000 aviones.[72] El mando fascista trasladó a los alrededores de Kursk, en julio de 1943, casi todos los nuevos tanques “Pantera” y “Tigre” y los cañones de asalto “Ferdinand”, de potente blindaje, producidos en Alemania hasta la fecha de la ofensiva. No se forma una agrupación tal con el fin de realizar una “ofensiva limitada”. El mando hitleriano preparó una operación de gran alcance estratégico que, no obs­tante, se hizo fracasar por las hábiles y heroicas acciones del Ejército Soviético.
Un método perenne de falsificar la historia de la batalla de Kursk es afirmar que no fue el Ejército Soviético el que hizo fracasar el ataque alemán e infligió a la Wehrmacht una derrota demoledora, sino que el mando hi­tleriano se vio obligado a “suspender de manera inesperada” la operación “Zitadelle” por el desembarco de tropas anglo norteamericanas en Sicilia.
De ello escriben los historiadores “oficiales” de los Estados Unidos en la Encyclopedia Americana. Después de reconocer que “la situación al norte de Oriol era precaria”, ahí mismo afirman a los lectores que para Hitler y su mando “la mayor fuente de preocupación era Sicilia, donde tropas norteamerica­nas y británicas habían desembarcado el 10 de julio”.[73]
El desembarco de los aliados en Sicilia empeoró las posi­bilidades estratégicas de Alemania; pero no po­día ejercer —y no ejerció— ninguna influencia notoria sobre el desarrollo de la batalla de Kursk. El 10 de julio, desde el Cuartel General de Hitler se indicó que la operación “Zitadelle” continuaría. Al día siguiente, las tropas fascistas aplicaron nuevos esfuerzos para producir la ruptura hacia Kursk. Varia­ron la dirección de los golpes principales, lanzaron al combate nuevas unidades de tanques, pero no alcanzaron el éxito. El 12 de julio, tropas de los Frentes Occidental y de Briansk pasaron a la ofensiva en la plaza de armas de Oriol y el Frente de Vorónezh asestó un contragolpe decisivo en los alrededores de Prójorovka y al flanco izquierdo de la agrupación de choque del enemigo, el cual intentaba abrirse paso hacia Kursk desde el sur.
Se produjo un cambio brusco de la situación en el Arco de Kursk-Oriol; se definió con precisión la situación crítica de las tropas germano fascistas. La Agrupación de Ejércitos “Centro”, bajo los potentes golpes de las tropas soviéticas, se vio obligada a renunciar a las acciones ofensivas y pasar a la defensiva. El 13 de julio, Hitler citó con urgencia a una reunión a los jefes de las Agrupaciones de Ejércitos “Sur” y “Centro”.
Los potentes golpes del Ejército Soviético obligaron a Hitler a tomar esa decisión; sin embargo, el jefe de la Agrupación de Ejércitos “Sur”, E. Manstein, convenció al Führer de otra cosa. A la Agrupación de Ejércitos “Centro” se le permitía pasar a la defensiva, pero las tropas de Manstein debían continuar la ofensiva. En cuanto a la decisión final de suspender la operación “Zitadelle” y pasar a la defensiva en toda la lí­nea de Járkov-Oriol, ésta se adoptó en el Cuartel General de la Wehrmacht sólo el 19 de julio de 1943, cuando surgió el pe­ligro real de que la agrupación hitleriana de Oriol fuera cerca­da.[74]
Durante todo este tiempo, el frente soviético alemán con­tinuaba, a pesar del desembarco de los aliados en Sicilia, inmo­vilizando y aniquilando las principales fuerzas de la Alemania nazi. Aquí se encontraba más del 70 % de su ejército de opera­ciones. Precisamente esta circunstancia ayudó a los aliados a desembarcar, con bastante facilidad, en Sicilia, y la ofensiva iniciada por el Ejército Soviético hizo fracasar el plan del ene­migo de trasladar varias divisiones a Italia.
Algunos historiadores occidentales consideran que la vic­toria del Ejército Soviético en la batalla de los alrededores de Kursk, fue el resultado de ciertas “circunstancias casuales”. T. Weyr afirma, por ejemplo, que el plan nazi de ataque a Kursk, “si Hitler lo hubiera llevado a cabo tan pronto como terminaron los deshielos de primavera, podría haber tenido éxito”.[75] Según otros historiadores norteamericanos, fue un impedimento la tormenta que se desencadenó el 5 de julio, que hizo intransitable para los tanques el flanco sur del Arco de Kursk, y el mal tiempo del 8 de julio, que no per­mitió emplear la aviación.[76]
Ya se ha hablado, en reiteradas ocasiones, de la inconsis­tencia de los intentos de explicar las derrotas de las tropas ger­mano fascistas por las condiciones climáticas. Debe subrayar­se otro elemento: es imposible hablar de algún tipo de “ataque decisivo” de las tropas hitlerianas en el Arco de Kursk en la primavera de 1943. La catástrofe de los nazis en los alrededores de Stalingrado conmovió toda su maquinaria de guerra. Des­pués de la liquidación de la agrupación cercada de Paulus, el mando soviético trasladó a la región de Kursk —desde las ori­llas del Volga— grandes fuerzas.
Pero los historiadores burgueses son impotentes para silen­ciar el hecho indiscutible de que, mientras en la planificación y la ejecución de la operación las tropas germano fascistas se caracterizaron por un patrón, el mando soviético buscaba con­tinuamente y encontraba soluciones originales, creadoras. La decisión del mando soviético de pasar a una defensa preme­ditada cuando existía la superioridad general de las tropas so­viéticas, fue en realidad una innovación.
M. Caidin, quien ha investigado desde posiciones más ob­jetivas la batalla en los alrededores de Kursk, destaca en su libro Los Tigres arden [The Tigers are Burning] dos factores sustanciales que condujeron, en su opinión, a las tropas soviéticas a la victoria: en primer lugar, el brillante plan de la defensa premeditada y la subsiguiente contraofensiva; en segun­do, las destacadas cualidades combativas de las tropas soviéti­cas.[77]
El autor entabla una polémica con quienes silencian el lu­gar especial de la batalla de Kursk en la pasada guerra, y la denomina, en contra de sus oponentes occidentales, “el mayor combate terrestre y aéreo de la historia militar”.[78] Al exponer, de manera prolija, los argumentos de los historiadores soviéti­cos —quienes desenmascaran a los falsificadores burgueses—, M. Caidin concluye que “existen puntos de validez... especial­mente en... referencia a historias [de autores soviéticos.—El autor] que pretenden abarcar toda la Segunda Guerra Mun­dial”, que “gran parte de la historia acerca del frente ruso no llegó a los autores, los editores y los redactores responsables de los tomos históricos”. Más adelante, al analizar los acontecimien­tos relativos a la batalla de Kursk, escribe: “En julio de 1943, las divisiones en el Frente Oriental representaban casi el 75 % de la fuerza total del ejército alemán, lo cual daba un fuerte respaldo a la insistencia de los rusos de que ellos lleva­ban el peso de la guerra terrestre contra el enemigo común.”[79]
Sobre la base de la investigación de los planes de ofensiva de la Wehrmacht en el Arco de Oriol-Kursk (operación “Zitadelle”) y de la campaña de verano de 1943 en general, Cai­din llega a la conclusión de que quienes elaboraron esos pla­nes perseguían fines múltiples. Después de la operación “Zitadelle”, tenían la intención de emprender “una nueva ofensiva gigante contra Moscú”. También preveían —en caso de éxito en el Frente Oriental— apoderarse de Suiza y trasladar tropas para aniquilar las fuerzas anglo norteamericanas, si éstas irrum­pieran en Italia. Teniendo todo esto en cuenta, M. Caidin afirma que “no era sólo el destino de los rusos lo que se decidi­ría en Kursk. Era la propia guerra.”[80]
Los datos citados por el autor acerca de la correlación de fuerzas hacia el comienzo de la ofensiva germano fascista, re­sultan de cierto interés. Considera que las fuerzas de ambas partes eran aproximadamente iguales en lo referente al nú­mero de tanques y aviones. Según sus cálculos, los ejércitos hitlerianos poseían 3 200 tanques y cañones de asalto y 2 500 aviones. Por consiguiente, a pesar de las pérdidas sufridas con anterioridad, “a la Wehrmacht —se señala más adelante en el libro— le quedaba un enorme borde cortante de acero para la ofensiva contra el Arco de Kursk... Hitler —junto con mu­chos de sus generales— había llegado a creer en el éxito”[81].
El autor destaca el gran éxito del pensamiento del mando militar soviético, que supo adivinar a tiempo la intención del enemigo y elaborar el plan más efectivo para llevar a cabo la campaña del verano de 1943. En relación con ello, Caidin cita los nombres de G. Zhúkov, K. Rokossovski, N. Vatutin y otros jefes militares soviéticos. “Nosotros también tenemos —escribe— en nuestras filas grandes militares. Viene a la mente el general George Patton. Está el Mariscal de campo Bernard L. Montgomery y el general Douglas MacArthur... ¿Cuántos estudian­tes, para quienes la Segunda Guerra Mundial es ahora histo­ria pasada, reconocen en seguida el nombre de Gueorgui Zhúkov?... el hombre que estará por encima de todos los demás como el maestro del arte de la guerra masiva en el siglo XX.”[82] Al analizar los informes de los jefes de frentes K. Rokossovski y N. Vatutin acerca del supuesto carácter de las acciones de las tropas germano fascistas, M. Caidin subraya que “habían formulado una brillante evaluación de las capacidades del ene­migo que tenían frente a ellos”.[83]
Resultan muy curiosas —tanto en el sentido de la auten­ticidad histórica, como en relación con las invenciones de los “sovietólogos” occidentales acerca del “atraso técnico” de la URSS— las altas valoraciones que se hacen en el libro del ar­mamento soviético: los tanques “T-34” y “KV-1”, el avión “Il-2”, el cañón artillero de 76 mm, etc. Por ejemplo, el autor denomina el tanque “T-34” como “el mejor tanque del mun­do... Debía su existencia —escribe él— a hombres que pudieron prever una batalla de mediados de siglo con más claridad que cualquier otro en Occidente.”[84]
El desarrollo de la batalla misma en el Arco de Kursk y la subsiguiente ofensiva del Ejército Rojo, es objeto de menor atención por parte de M. Caidin. El autor escribe que, a pesar del uso de una serie de “nuevos e inesperados” mé­todos de lucha, las tropas hitlerianas no lograron el éxi­to estratégico y quedaron atascadas en el potente sistema de defensa soviético.
En el libro se señalan las acciones exitosas de los tanques y la aviación soviéticos, la eficacia de los golpes masivos ases­tados por los aviones de asalto “Il-2”. Se destaca, de manera particular, la importancia del ataque artillero contra las tropas germano fascistas preparadas para la ofensiva. Al analizar las acciones de la artillería soviética durante la batalla, M. Caidin afirma que la infantería alemana quedó cortada de los tan­ques; los tanques mismos cayeron bajo un fuego cruzado mortal; contra los “Tigres” y los “Ferdinand” se hallaron métodos efec­tivos de lucha. El autor reitera el heroísmo de las tropas sovié­ticas, su maestría combativa.
Pero en la obra también existe otro elemento marcado con el sello de algunos patrones típicos de la historiografía occidental. Fiel a ellos, M. Caidin repite la versión de la responsabilidad personal de Hitler por la demoledora derrota de la Wehrmacht en la batalla de Kursk. Trata de renovar la invención de los historiadores burgueses acerca de la posibilidad de “otro desen­lace” de la batalla de Kursk, al afirmar que ésta “bien pu­diera haber producido resultados diferentes sin el repentino ata­que artillero”.[85] Al hacer depender el desenlace de la batalla de Kursk de ciertos “factores casuales”, concluye que la Wehrmacht perdió esta batalla porque en los tanques “Tigre” no había ametralladoras.[86]
Al hacer las conclusiones acerca de la batalla de Kursk, M. Caidin señala que fue “una debacle, un desastre de propor­ción inenarrable”; que el Ejército Rojo demolió en el trans­curso de la ofensiva a más de 100 divisiones germano fascis­tas. Al plantear su desacuerdo con los generales hitlerianos derrotados que niegan este hecho, el autor —no sin sarcasmo—señala: “Describirán las brillantes acciones de la retaguardia de sus tropas, pero encontrarán difícil admitir que esto fue bri­llante en la derrota y no en la victoria... El importante resul­tado final de Kursk es éste: cuando los últimos disparos se ha­bían apagado en las colinas, era el ejército ruso el que había tomado para sí el ímpetu de la guerra, y era el ejército ruso el que dictaba cuándo y dónde continuaría esa guerra.”[87]
En el triángulo estratégico Moscú-Stalingrado-Kursk se libraron los acontecimientos fundamentales que determinaron el viraje radical de la lucha armada en el frente soviético alemán y de la Segunda Guerra Mundial en su conjunto.
La misión liberadora de las Fuerzas Armadas Soviéticas
Los objetivos y las tareas de la Unión Soviética en la Gran Guerra Patria se definieron en la Directiva del CC del PC (b) de la URSS, adoptada el 29 de junio de 1941[88] y en la inter­vención de J. V. Stalin, hecha por radio el 3 de julio de 1941, en la cual se plantearon los puntos fundamentales de esa di­rectiva.
“La guerra contra la Alemania fascista —señaló— no pue­de considerarse una guerra común. No sólo es una guerra entre dos ejércitos. Es, además, la gran guerra de todo el pueblo soviético contra las tropas germano fascistas. El objetivo de esta Guerra Patria de todo el pueblo contra los opresores fascistas, no sólo es liquidar el peligro que pende sobre nuestro país, sino también ayudar a todos los pueblos de Europa que sufren bajo el yugo del fascismo alemán.”[89]
En aras de la derrota total del enemigo y de la liberación de los pueblos. El objetivo de la guerra determinó la principal tarea de la política exterior de la URSS, dirigida a la creación de una potente coalición de Estados y pueblos para la lucha contra la agresión fascista. La lucha de la URSS por la formación y la con­solidación de esa coalición fue la continuación —en las nuevas condiciones históricas— de la política consecuente que llevaba a cabo el Estado soviético en los años de la preguerra, de la orga­nización de una resistencia colectiva contra los agresores: la continua­ción del cumplimiento de su deber internacional ante los pue­blos amantes de la paz. En el cumplimiento de esta tarea tuvo gran importancia la firma del Tratado de Alianza anglo soviética el 26 de mayo de 1942 en Londres, y el Acuerdo soviético norteamericano “Acerca de los principios aplicables para la ayuda mutua en la guerra contra la agresión”,[90] el 12 de junio de 1942 en Washington. Estos documentos fueron el fundamento legal sobre el cual se sustentó la coalición de la URSS, los Estados Unidos y Gran Bretaña.
La lucha heroica del pueblo soviético, que asimiló el golpe principal del bloque fascista, y los objetivos justos de liberación de la Unión Soviética en la guerra, situaron a la URSS como la fuerza rectora a la cabeza de la coalición  antihitleriana.[91]
“Si la Unión Soviética no hubiera podido resistir en su frente —escribió E. R. Stettinius, secretario de Estado de los Esta­dos Unidos—, los alemanes habrían estado en posición de con­quistar Gran Bretaña. También habrían podido invadir África, y en este caso habrían podido establecer una posición en América Latina. Este inminente peligro se hallaba constante­mente en la mente del presidente Roosevelt.”[92]
Un aliado combativo natural de la coalición antihitleriana fue el movimiento popular de resistencia a los ocupantes ja­poneses, italianos y alemanes, que se desarrolló de una manera particularmente amplia en Yugoslavia, Albania, Grecia, Polo­nia, Francia, Checoslovaquia, Vietnam, China, Birmania,    Indonesia, Filipinas y otros países. Las organiza­ciones antifascistas combativas —que actuaban en Italia, Rumanía, Bulgaria, Hungría y la misma Alemania —hicieron un gran aporte a la causa de la liquidación de los regímenes fascistas en sus países.
Bajo la dirección de los comunistas y otras fuerzas de izquierda, los patriotas de los países ocupados por los agre­sores creaban organizaciones clandestinas, pasaban a formas decididas de lucha contra el fascismo. Sirven de claro ejem­plo los levantamientos en París y en el norte de Italia; la libe­ración de muchas ciudades de Francia, Italia y otros paí­ses antes del arribo de las tropas aliadas.
La Unión Soviética, en múltiples formas y desde los prime­ros hasta los últimos días de la guerra, prestó ayuda de todo tipo —entre ella, militar— a la lucha de los pueblos de los países ocupados contra el yugo fascista.
El año 1944 comenzó con la ofensiva de las tropas de los Frentes de Leningrado y Voljov, como resultado de lo cual culminó victoriosamente la batalla de Leningrado, la cual ha­bía durado más de dos años y medio. Con la derrota de las tropas hitlerianas en el territorio de Ucrania situado a la de­recha del río Dniéper, se puso en una situación sin esperanzas a la agrupación de tropas fascistas en Crimea (siete divisiones rumanas y cinco alemanas: 195 000 hombres con su material de guerra), la cual también había sido derrotada entre abril y mayo.
En el transcurso de las operaciones del invierno y la pri­mavera de 1944, el Ejército Soviético avanzó en algunas di­recciones hasta 450 km y aniquiló 172 divisiones del enemigo.
A pesar de los grandes éxitos de las tropas anglo norteamericanas en los teatros de la guerra del Pacífico, Europa y el Mediterráneo, los eventos decisivos, como antes, continuaron desarrollándose en el frente soviético alemán. Allí, como antes, estuvieron concentradas las principales fuerzas de la Wehrmacht y sus aliados, lo cual se evidencia en la siguien­te tabla.

Distribución de las tropas terrestres de Alemania
y sus aliados en los frentes de operaciones entre
1941 y 1945 (en número de divisiones)


Frente
22 de junio de 1941
abril de 1942
noviembre de 1942
abril de 1943
enero de 1944
junio de 1944
enero de 1945
Soviético alemán
190
219
266
231
245
239,5
195,5
Otros
9
11
12,5
14,5
21
85
107

Las tropas soviéticas que desarrollaron la grandiosa ofen­siva desde el mar de Barents hasta el mar Negro en un frente de 4.500 km, contaban con 6.600.000 hombres, 98.100 cañones y morteros, 7.100 tanques y cañones de asalto, y alrededor de 12.900 aviones de combate.[93] Además, formaban parte de ellas grandes y pequeñas unidades polacas, checoslovacas, rumanas y yugoslavas y el regimiento aéreo francés “Normandía-Niemen”.[94] El Ejército Soviético controlaba con firmeza la inicia­tiva estratégica y se iba acercando a los centros vitalmente importantes del enemigo. La retaguardia abastecía al fren­te de todo lo necesario para la ulterior ofensiva. Ya a fines de marzo de 1944, las tropas del 2o Frente de Ucrania, bajo el mando del Mariscal de la Unión Soviética I. Kónev, irrumpie­ron en el territorio de Rumanía. A comienzos de junio, el Ejér­cito Soviético llegó a los accesos de Polonia y Checoslovaquia.
Como resultado de las operaciones de mayor envergadura de 1944 y 1945, brillantes por su concepción y realización (operacio­nes de Bielorrusia, Lvov-Sandomierz, Iasi-Kishiniov, Vístula-Oder, Pétsamo-Kirkenes, Budapest, Belgrado, Praga, Berlín y, después que la URSS entró en  guerra con Japón, la operación de Manchuria y otras), el Ejército Soviético liberó, to­tal o parcialmente, los territorios de Rumanía, Polonia, Che­coslovaquia, Bulgaria, Yugoslavia, Hungría, Austria, Finlan­dia, Noruega, Dinamarca, Alemania, China y Corea.
En su enfrentamiento a un enemigo fuerte y astuto, el Ejér­cito Soviético sufrió, cumpliendo su misión liberadora, gran­des bajas: más de 3 millones de hombres, de los cuales más de un millón fueron muertos. Los combatientes soviéticos consi­deraban un deber internacional ayudar a los pueblos de otros países y, a pesar del gran número de víctimas, cumplían sin va­cilaciones ese deber.
Los pueblos de las naciones liberadas por el Ejército So­viético recibían calurosamente y expresaban su agradecimiento a los combatientes soviéticos, les manifestaban su profundo respeto y gratitud. Citaremos un ejemplo:
En los combates por la aldea de Guerasimóviche, pertene­ciente a la provincia de Bialystok, el 26 de julio de 1944, cayó heroicamente G. P. Kunavin, comunista, cabo del 1021° Re­gimiento de Fusileros. Cuando la compañía a la que él pertenecía atacaba Guerasimóviche, una ametralladora enemiga enclavada en una altura que controlaba el lugar les impedía avanzar. La compañía echó cuerpo a tierra. Entonces el valiente combatien­te se lanzó al frente y tapó la tronera con su cuerpo. La com­pañía se alzó con ímpetu. Avanzando rápidamente, los com­batientes soviéticos liberaron la aldea. El 9 de agosto de 1944, los habitantes de Guerasimóviche, reunidos en asamblea, adop­taron el siguiente acuerdo: “Grígori Pávlovich Kunavin llegó hasta nosotros, hasta nuestra tierra, desde los lejanos Urales, como combatiente libertador. Su corazón fue atrave­sado por las balas del enemigo; pero abrió el camino hacia la victoria a otros combatientes del Ejército Rojo tan valientes como él mismo. Él combatía por nuestra felicidad, para que el enemigo nunca pusiera su planta en el umbral de nuestra casa.
“Enarbolamos el nombre del soldado ruso Grígori Kunavin como bandera de la gran hermandad de los pueblos ruso y pola­co... En prueba de agradecimiento al hermano libertador ruso, la asamblea de vecinos de la aldea Guerasimóviche acuerda:
“1. Inscribir el nombre del combatiente ruso Grígori Pávlovich Kunavin en la lista de los ciudadanos honorarios de la aldea polaca de Guerasimóviche.
“2. Esculpir su nombre en una tarja de mármol que será si­tuada en el centro mismo de la aldea.
“3. Solicitar que se dé el nombre de Grígori Kunavin a la escuela donde estudian nuestros hijos.
4. Que los maestros empiecen cada año la primera lección en el primer grado hablando del heroico combatiente y de sus compañeros de armas, con cuya sangre se conquistó el derecho de los niños polacos a la dicha y la libertad.”[95]

El mito del “expansionismo soviético” y de la “exportación de la revolución”. La misión liberadora de las Fuerzas Armadas soviéticas es objeto de gran atención por parte de los historiado­res occidentales, quienes intentan denigrarla y con ese fin han creado el mito del “expansionismo soviético”. Esos historiadores afirman que las tropas soviéticas irrumpieron en el territorio de otros países en contra de la voluntad de sus pueblos. H.-A. Jacobsen, historiador de la RFA, afirma de manera categórica que el Ejército Soviético “bajo la consigna de liberación y con la ayuda de sus bayonetas comenzó a imponer gobiernos comu­nistas”.[96] El cálculo se reduce a aprovechar estas invenciones para avivar el mito de la “amenaza militar soviética”, y trata de clavar una cuña en las relaciones fraternales entre la URSS y otros países de la comunidad socialista.
Esas especulaciones están calculadas para el lector mal in­formado. Son ofensivas para los pueblos de Yugoslavia, Po­lonia, Checoslovaquia, Noruega y otros países, que llevaron a cabo una lucha tenaz contra los ocupantes fascistas y saben que la Unión Soviética fue su fiel aliada en esa lucha.
También es bien conocido que la Unión Soviética, al libe­rar a otros países de los agresores fascistas, se guió rigurosa­mente por los tratados y los acuerdos existentes. El Ejército So­viético entró en Polonia según un acuerdo al cual se llegó con la Krajowa Rada Narodowa en la primavera de 1944. Análo­gos acuerdos se firmaron con Checoslovaquia en diciembre de 1943 y con Noruega en mayo de 1944. La cuestión de que el Ejército Soviético trasladara las hostilidades al territorio yugo­slavo se acordó con el Mando Supremo del Ejército Popular de Liberación de Yugoslavia, etc.[97] Al enviar sus Fuerzas Arma­das a liberar naciones de Europa y Asia, la Unión Soviética ja­más ha intervenido en sus asuntos internos y siempre ha respeta­do las costumbres y las tradiciones nacionales de los pueblos.
La autoría de las invenciones sobre la “ex­portación de la revolución” pertenece a W. Churchill, quien hace muchos años lanzó a la propaganda burguesa el “argu­mento” del denominado reparto de las “esferas de in­fluencia” entre Inglaterra y la URSS en los Balcanes. En di­ferentes variantes, muchos historiadores y autores de memorias reaccionarios repiten el mismo estribillo de las invenciones acerca del “reparto”. Las repite C. Bohlen en sus memorias Testigo de la historia [Witness to History 1924-1969] y C. L. Mee en Encuentro en Potsdam [Meeting at Potsdam]. También se refieren a ellas F. L. Loewenheim, H. Langley y M. Jonas en los comentarios a los documentos de la correspon­dencia secreta de Roosevelt y Churchill.[98] La esencia de esas invenciones se reduce a que Churchill, durante un encuentro con J. V. Stalin en octubre de 1944, recibió al parecer la anuen­cia de la dirección soviética para el reparto de las “esferas de influencia”.[99]
¿Qué hay de cierto y qué de mentira?
Conviene recordar las circunstancias del surgimiento de la versión acerca del reparto de las “esferas de influencia” en los Balcanes.
...Octubre de 1944. Sólo era cuestión de tiempo la derrota definitiva de la Alemania fascista, atenazada entre dos fren­tes. El Ejército Soviético, aniquilando en cruentos combates las fuerzas y las máquinas del enemigo, liberaba los pueblos de Europa de la esclavitud fascista. Las tropas soviéticas culminaban la li­beración de Rumanía, expulsaban a los hitlerianos de las regio­nes orientales de Polonia; ya habían hecho irrupción en los te­rritorios de Bulgaria, Hungría, Noruega, Checoslovaquia y Yugo­slavia y, apoyándose en la ayuda de los pueblos de estos países, desarrollaban la ofensiva más allá, hacia Occidente. La situa­ción revolucionaria se incrementaba como resultado de la ex­pulsión de los ocupantes fascistas y el desarrollo del movimiento democrático en los países europeos liberados.
En esa situación llegó W. Churchill a Moscú. Se derrumba­ba la “estrategia balcánica” de los aliados occidentales, cuya esencia consistía en enviar a los Balcanes a través del paso de Liubliana, los ejércitos anglo norteamericanos que se encontra­ban en Italia, y establecer en los países balcánicos regíme­nes reaccionarios proingleses y pronorteamericanos. Churchill —escribe uno de sus ministros, Oliver Lyttelton— “una y otra vez llamó la atención sobre las ventajas que se ob­tendrían si los aliados occidentales fueran, en lugar de los rusos, los libertadores y los ejércitos ocupantes de algunas de las ca­pitales, Budapest, Praga, Viena, Varsovia, parte de la propia base de Europa”.[100] Hace varios años se publicó en los Estados Unidos un memorándum de uno de los principales diplomáti­cos norteamericanos, W. Bullitt, del 10 de agosto de 1943 di­rigido al presidente Roosevelt, el cual es una prueba más de la existencia de esos planes. En el memorándum se señala, especialmente: “Nuestros objetivos políticos exigen el establecimiento de fuerzas británicas y norteamericanas en los Balcanes y Europa Central y Oriental.” “Su primer objetivo —continuaba Bullitt— debe ser la derrota de Alemania; el segundo, impedir el camino hacia Europa del Ejército Rojo.”[101]
K. Greenfield considera que la iniciativa en la elaboración de la “variante balcánica” de estrategia de los aliados occidenta­les pertenecía a Roosevelt. En 1942, “fue Roosevelt quien tomó la iniciativa de alentar las más brillantes esperanzas de Churchill” y dispuso que los jefes de los Estados Mayores exploraran las posibilidades de movimiento hacia adelante “dirigido contra Cerdeña, Sicilia, Italia, Grecia y otras zonas de los Balcanes (‘Balcanes’ iba subrayado) e incluir la posibilidad de obtener apoyo turco para un ataque a través del mar Negro contra el flanco de Alemania”.[102]
En octubre de 1944, la situación político militar no permitía hacer realidad esos planes. Entonces Churchill se planteó como tarea lograr de la Unión Soviética su anuencia para cierto “reparto de influencia” en los Balcanes, pero sufrió, naturalmente, una derrota. En sus memorias, Churchill inten­tó rehabilitarse a última hora y adjudicar a la Unión Sovié­tica la misma política imperialista que intentaron los círculos gubernamentales de las potencias occidentales en los países balcánicos.
Así, bajo su pluma nació la versión acerca del “reparto de influencia” en los Balcanes; versión esgrimida por múltiples his­toriadores burgueses.
Los documentos soviéticos de la conversación de J. V. Stalin con W. Churchill el 9 de octubre de 1944, que se conser­van en la Dirección de Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores de la URSS, aclaran la esencia de los acontecimien­tos. En esos documentos aparece lo siguiente: “Churchill anun­ció que había confeccionado un documento bastante sucio y chapucero, en el cual se mostraba la distribución de la influen­cia soviética y británica en Rumanía, Grecia, Yugoslavia y Bulgaria. La tabla fue confeccionada por él para mostrar qué piensan los británicos acerca de esta cuestión.”
El documento soviético confirma que Churchill, en el trans­curso de esas conversaciones, planteó realmente la idea de re­partir algunos países por esferas de influencia. Como resultado, para el Gobierno soviético quedó claro por completo a qué as­piraban los círculos gubernamentales británicos. No obstante, es una invención la afirmación de Churchill acerca de que Stalin dio su anuencia para el reparto de las esferas de influencia.[103]
Por último, una prueba convincente que refuta las invencio­nes de Churchill resultaron los documentos ingleses —que de­jaron de ser un secreto hace poco— de ese encuentro, los cuales confirman igualmente que J. V. Stalin no dio ningún tipo de aprobación al reparto propuesto por Churchill.[104]
Algunos historiadores occidentales pusieron en duda tanto la versión de Churchill, como la interpretación de la histo­riografía reaccionaría de la política de la URSS en los paí­ses liberados por el Ejército Soviético. En particular, G. Kolko señala el carácter realista de la política soviética. Según su opinión, hacia octubre de 1944 estaba bastante claro que “la Unión Soviética estaba siguiendo una política pluralista en Euro­pa Oriental basada en las condiciones políticas específicas de cada país”.[105]
Los documentos permiten establecer sin dificultad que el Gobierno soviético, al enviar sus Fuerzas Armadas a liberar países de Europa y Asia, actuaba rigurosamente en correspon­dencia con las normas del derecho internacional; prestaba una gran ayuda a los pueblos que se habían levantado en lucha contra el fascismo germano italiano y el militarismo japonés.[106]
La versión burguesa de la “exportación de la revolución” sólo es un tributo al antisovietismo. V. I. Lenin señaló: “Las revoluciones no se hacen por encargo, no se acomodan a tal o cual momento, sino que van madurando en el proceso del desarrollo histórico y estallan en el instante condicionado por un conjunto de causas interiores y exteriores.”[107]
Es sabido que en varios países, en cuyos territorios estuvieron las tropas soviéticas (Noruega, Dinamarca, Austria, Irán, Finlandia), rige aún el régimen burgués. Al mismo tiempo, en Albania, Vietnam y Cuba no estuvieron las tropas soviéticas y, no obstante, en esos países se produjeron revolu­ciones.
Los infundios acerca de las “crueldades”. Algunos autores reac­cionarios, sin molestarse en estudiar los hechos, acusan calum­niosamente al Ejército Soviético de “crueldades”, de haber realizado “actos de violencia y saqueos” en los territorios libera­dos.[108]
Pero esas acusaciones no proceden. Los combatientes so­viéticos, educados en el espíritu del internacionalismo proleta­rio, nunca basaron sus acciones en un sentimiento de odio, ni ha­cia el pueblo alemán ni hacia los pueblos de las naciones que actuaron como aliados y satélites de Alemania. El Partido Co­munista y el Gobierno soviético han subrayado, en reiteradas ocasiones, que la Unión Soviética llevaba a cabo la guerra contra el fascismo alemán y no contra el pueblo de ese país. Con mo­tivo del acercamiento de las tropas soviéticas a las fronteras de Alemania, el 19 de enero de 1945, el Jefe Supremo J. V. Stalin exigió a todo el personal de las Fuerzas Armadas no permi­tir casos de trato incorrecto a la población alemana.[109]
El Ejército Soviético entró en el territorio de Alemania guiado por un solo objetivo: cumplir los acuerdos de las poten­cias aliadas, culminar la derrota del hitlerismo y prestar ayuda al pueblo alemán para su liberación del yugo fascista y en la construcción de una nueva vida sobre bases democráticas. Todas las acciones de los combatientes soviéticos en tierra alemana, estaban impregnadas del espíritu del internacionalismo y de un humanismo excepcional. Citemos un ejemplo. Los hitlerianos, que retenían uno de los edificios de viviendas de Berlín, obstaculi­zaban el avance de un grupo de combatientes soviéticos. No obs­tante, los soldados soviéticos rogaron a los tanquistas y los artille­ros que los apoyaban con su fuego no destruir esa casa, pues en los pisos bajos y en los sótanos se refugiaban mujeres y niños.[110] De la bondad y el humanismo del soldado soviético nos habla la actitud de Nikolái Masalov, quien bajo un intenso fuego del enemigo, arriesgando su propia vida, salvó a una niña alemana. Ejemplos como éstos hubo muchos.[111]
C. Ryan, J. Toland y otros afirman que la población ale­mana “le tenía un miedo tremendo” al Ejército Soviético, pero silencian que ese miedo sin fundamento al Ejército Rojo les había sido inculcado por la propaganda de Goebbels, por la prensa y la radio fascistas. Afirmaban que “caer en poder de los rusos es más terrible que la misma muerte”. Recordemos que por orden de Hitler fueron volados en Berlín, el 28 de abril, los diques que separaban el canal Landwehr de los túneles del me­tro. El agua comenzó a inundar los túneles. Esto fue una sorpresa total para los berlineses, quienes se resguardaban de las bom­bas, las granadas y las balas en los túneles. Miles de personas, en par­ticular niños, mujeres, ancianos y heridos, se ahogaron ese día en los túneles del metro.
Inmediatamente después de comunicada la capitulación de Berlín, el mando soviético adoptó medidas para abastecer de víveres a la población. Ya el 2 de mayo de 1945, en muchos lugares de la ciudad estaban instaladas cocinas soviéticas de campaña, donde recibían comida caliente los niños, las muje­res, los ancianos y los soldados alemanes que se habían entre­gado prisioneros. Ni los cuatro años de guerra ni los crímenes cometidos por los fascistas en tierra soviética, engendraron en los combatientes soviéticos crueldad o ansia de venganza hacia el pueblo alemán.
El mando soviético adoptó medidas urgentes dirigidas a la reparación de las centrales eléctricas, las cañerías de agua, el alcantarillado y el transporte urbano en Berlín. A comienzos de junio en la ciudad ya funcionaba el metro, circulaban los tran-vías, y el agua, el gas y la electricidad llegaban a las ca­sas. La preocupación manifestada por las tropas soviéticas di­sipaba el embotamiento provocado por la propaganda fascista. “Nosotros no esperábamos esa generosidad hacia el pueblo ale­mán”, declaró un médico alemán poco después de la liberación de la ciudad.[112] Un electricista berlinés, al valorar la nueva si­tuación existente en la ciudad, dijo: “Las semanas horribles han quedado atrás. Los nazis nos asustaban diciéndonos que los rusos enviarían a todos los alemanes como esclavos eternos a la fría Siberia. Ahora vemos que eso era una men­tira descarada.”[113]
Sin embargo, de la ayuda desinteresada del Ejército Sovié­tico a la población de Berlín no se dice nada en los trabajos de Toland, Sulzberger, Ryan y otros autores occidentales, aunque les gusta argüir “objetividad” en el material que presen­tan. Así, vemos que Toland asegura que todo lo escrito por él está basado en testimonios de personas a las que entre­vistó. Pero incluso el general de brigada S. Marshall, que no se distingue por simpatizar con la Unión Soviética, manifestó sus dudas respecto a la confiabilidad de esos testimonios: “Toland se apoya mucho en declaraciones de participantes y testigos oculares, que recopiló años después —escribe Marshall en la crítica al libro de Toland Los últimos cien días—. Aun­que eso merece orquídeas por la empresa, como saben todos los historiadores, éste es un material peligrosamente engañoso.”[114] En este caso, S. Marshall ha reparado, de manera correcta, en una de las particularidades no sólo del libro de J. Toland, sino también de la mayoría de la literatura burguesa acerca de la lucha armada en el frente soviético alemán: el carácter falsifi­cado del estudio de las fuentes que conforman el fundamento de esta literatura.
La hazaña internacional del Ejército Soviético le conquis­tó gloria mundial. La URSS, tras haber realizado su mi­sión liberadora en los años de la guerra, prestó a los pueblos de muchos países ayuda multilateral en la con­solidación de la libertad y la independencia, los protegió de las intrigas contrarrevolucionarias del imperialismo internacional. “Quien sufrió la Segunda Guerra Mundial y tomó parte en la lucha antifascista —señaló el Secretario General del CC del Par­tido Comunista de Checoslovaquia, Gustav Husák—, nunca ol­vidará el papel excepcional desempeñado por la URSS en la batalla por la libertad de los pueblos; nunca olvidará sus víctimas, el heroísmo de su pueblo y su ejército. No olvida­rá que esa lucha y esas víctimas de la URSS les ofrecie­ron a muchos pueblos la posibilidad de reencontrar su libertad nacional y su independencia estatal, así como iniciar la lucha por la victoria de la clase obrera, por el camino hacia el socia­lismo.”[115] Esa es la verdad de la historia.
Acerca del aporte de la URSS a la victoria sobre el Japón militarista
La decisión de la URSS de entrar en guerra con Japón estuvo dictada por sus compromisos con los aliados y respondía a los intereses de los pueblos de todas las naciones aún in­mersas en la conflagración bélica. La Unión Soviética nece­sitaba garantizar la seguridad de sus fronteras en el Lejano Oriente, amenazadas por Japón en el transcurso de toda la historia del Estado soviético. Sus acciones adquirieron un carácter particularmente peligroso en el período más difícil para la URSS durante la guerra contra Alemania, cuando Japón —violando groseramente el tratado de neutra­lidad— preparó, en reiteradas ocasiones, el ataque a la URSS y no lo efectuó sólo a causa de las derrotas consecutivas de la Wehrmacht en el frente soviético alemán. La política traicionera del Gobierno japonés obligó a la URSS a mantener, durante toda la guerra, hasta 40 divisiones en sus fronteras del Lejano Oriente,[116] divisiones en extremo necesarias para la lucha contra la invasión fascista. Así, la guerra de la Unión Soviética contra Japón fue la continuación lógica de la Gran Guerra Patria.[117]
La falsificación de los acontecimientos en el Lejano Oriente. En la literatura burguesa se está llevando a cabo, desde hace ya bastante tiempo, una discusión —inspirada arti­ficialmente— acerca del aporte de la URSS a la victoria so­bre el Japón militarista. Al responder a una interrogante plan­teada por los historiadores norteamericanos acerca del papel desempeñado por la URSS en la victoria sobre Japón, H. Truman, siendo presidente de los Estados Unidos, declaró que “los rusos no hicieron ninguna contribución militar a la vic­toria sobre Japón”. Esta declaración —poco común por su irresponsabilidad, incluso entre los políticos burgueses— se publicó en una de las obras norteamericanas oficiales acerca de historia militar[118] y, más tarde, ha sido retomada por mu­chos historiadores y autores de memorias burgueses. L. Morton se encargó de demostrar que hacia el verano de 1945 Japón estaba derrotado y, por consiguiente, fue errónea la solicitud de que la URSS entrara en guerra contra él.[119] R. L. Garthoff utilizó la falsificación de los acontecimientos en el Lejano Oriente, para deslucir la política soviética en los años de la guerra. Escribe: “Al habérseles satisfecho la mayoría de sus objetivos por los aliados occidentales en Yalta como recom­pensa por la ayuda contra los japoneses, los rusos denunciaron su tratado de no agresión y entonces, aunque éste todavía estaba en vigor, atacaron en agosto de 1945. En todo caso habrían entrado para compartir los frutos de la victoria, pero Stalin pudo minimizar la culpa por su violación del tratado de no agre­sión, al solicitar y obtener, una carta del presidente Truman en la cual se solicitaba a la URSS entrar en la guerra.”[120]
Sin embargo, la historia es implacable con los falsifica­dores de cualquier clase.
Los resultados de las grandiosas batallas en el frente soviético alemán, que determinaron el viraje en el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, también ejercieron una influen­cia importantísima en la situación de las partes contendien­tes en el teatro de hostilidades del océano Pacífico y obligaron al mando japonés a reconsiderar la estrategia en el Pacífico y pasar a la defensiva.
El jefe de las fuerzas armadas de los Estados Unidos en el Le­jano Oriente, general MacArthur, poco antes de la capitulación de su guarnición en las Filipinas en 1942, se dirigió a las tropas en una alocución, en la cual dijo: “La situación internacional creada muestra que, en la actualidad, las esperanzas de la civi­lización están indisolublemente unidas a las acciones del he­roico Ejército Rojo, a sus gloriosas banderas.”[121]
La derrota de la Alemania hitleriana y su capitulación pre­determinaron el desenlace de la guerra. Sin embargo, la victo­ria sobre la Alemania fascista no condujo, de manera automá­tica, a la derrota de los agresores japoneses. Aún se requirió bastantes esfuerzos para aniquilarlos y, con ello, dar culmina­ción a la Segunda Guerra Mundial.
Como evidencia G. Kennan, según los cálculos del Comité Combinado de Jefes de Estados Mayores presentados a F. Roosevelt y W. Churchill en la Segunda Conferencia de Quebec (noviembre de 1944), las fuerzas armadas de los Estados Unidos y Gran Bretaña necesitaban 18 meses, a partir del fin de la guerra con Alemania, para obligar a Japón a capitular. En otras palabras, la guerra contra Japón podía dilatarse hasta fines de 1946.[122] Ante las fuerzas armadas de los aliados esta­ba planteada la tarea de aniquilar un ejército japonés de 5 millones de hombres, entre quienes había varios miles de com­batientes suicidas. En los círculos militares de los Estados Unidos provocaban particular preocupación las tropas japonesas acan­tonadas en Manchuria y en otras zonas vecinas a las fronteras de la URSS, donde se encontraban, de  manera permanente, 2/3 de los tanques, la mitad de la artillería y las divisiones impe­riales élites. Ellos valoraban las unidades de la artillería japone­sa como las mejores, y luchar contra ellas, según los cálculos norteamericanos, conduciría a un aumento de las bajas norte­americanas en más de un millón de hombres. Es verdad, al­gunos historiadores de los Estados Unidos han intentado reducir la fuerza del ejército de Kwantung, pero en este sentido no han logrado aportar pruebas convincentes.[123]
Según el ejército de los Estados Unidos se acercaba a las islas japonesas, se recrudecía ostensiblemente la resistencia de las tropas japonesas. El 18 de junio de 1945, el jefe del Estado Mayor del Ejército de los Estados Unidos, general A. Marshall, en un encuentro con Truman en la Casa Blanca, le comunicó datos según los cuales las bajas norteamericanas en los combates por las islas Iwo Jima y Okinawa se incrementaron casi en tres veces (como “patrón” se tomaron los datos de las pérdidas en los combates por las islas Leyte y Luzón). Los militaristas japone­ses decretaron la movilización total y, siguiendo el ejemplo de los hitlerianos, trataron de convertir su guarida en un bastión inexpugnable. Marshall subrayó que la importancia de la entra­da de la Unión Soviética en la guerra consistía en que podía ser la acción decisiva que obligara a Japón a capitular.
Sin embargo, K. R. Greenfield considera que los Estados Mayores norteamericanos no valoraron de manera correcta la situación. En su opinión, los bombardeos aéreos a Japón y los golpes asestados por las fuerzas navales norteamericanas, “obligaron a rendirse a los japoneses sin una invasión de su país por parte del Ejército”.[124] Pero Greenfield no se refiere en ab­soluto a que los conquistadores japoneses lograron obtener, a comienzos de 1945, grandes éxitos en China: llegaron a las zo­nas suroccidentales de ese país y se unieron con sus tropas que actuaban en la Indochina francesa. Se estableció una línea con­tinua del frente de Pekín a Singapur. Las tropas terrestres de Japón eran aún una gran fuerza y quedaba por delante una prolongada lucha para aniquilarlas.
Todo esto condicionó la petición insistente de los Estados Uni­dos e Inglaterra al Gobierno soviético para que entrara en la guerra contra Japón.
La URSS es fiel a su deber. El 8 de agosto de 1945, la Unión Soviética, fiel a sus compromisos con los aliados, entró en la guerra contra Japón en la fecha prevista y asestó un golpe de­moledor a la agrupación de tropas terrestres más fuerte del ejército nipón, que se encontraba en los territorios de Manchuria, Corea, Sajalín Meridional y las Islas Kuriles. En esos días, H. Truman dijo en nombre del Gobierno de los Estados Unidos: “Damos la bienvenida con gusto a esta lucha... a nuestro gallar­do y victorioso aliado.” Pero transcurridos varios años, olvidó estas palabras y comenzó a afirmar que “dejar caer las bom­bas puso fin a la guerra”.[125]
Estas últimas afirmaciones de Truman se presentan como una verdad que no requiere comprobación. Aún más, en el libro Grandes acontecimientos del siglo XX [Great Events of the 20th Century], publicado por la redacción norteamerica­na de la revista Reader's Digest, en la parte dedicada a la Segunda Guerra Mundial, no se hace absolutamente ninguna referencia a que la URSS llevó a cabo la guerra en el Lejano Oriente. En ese libro, los últimos días de la guerra se descri­ben de la siguiente manera: “El 6 de agosto de 1945 se lanzó una bomba atómica sobre Hiroshima, y el mundo cambió por completo. Incluso la devastación de los seis años anteriores pa­reció palidecer en comparación con el espeluznante poder de esta arma. Ella puso fin a la Segunda Guerra Mundial.”[126] En el Gran Atlas de la Segunda Guerra Mundial [Der Grosse Atlas zum II Weltkrieg], publicado en la RFA, se dice que “los japo­neses, sin embargo, no cedían. Sólo después de haber caído la segunda bomba atómica capitularon.”[127] En Inglaterra, en la obra colectiva La Segunda Guerra Mundial [World War II], se afirma asimismo que fue precisamente la bomba atómica la que convenció a Japón de “aceptar una rendición incondicional, que había llegado a ser inevitable”.[128]
En todos estos casos los autores evitan valorar, en realidad ese bárbaro acto del bombardeo atómico, el cual arrasó con cientos de miles de vidas de la población civil y sirvió a los fines del chantaje atómico a la URSS y las fuerzas progre­sistas.
Conviene señalar que en el mismo Japón la entrada de la URSS en la guerra (tanto antes de los bombardeos atómicos norteamericanos, como después de ellos) se ha valorado de ma­nera diferente a como lo hacen hoy día muchos historiadores de los Estados Unidos. “Es absolutamente necesario —se señalaba en un acuerdo del Consejo Supremo de la Dirección de la Gue­rra, reunido en Tokío en mayo de 1945—, sin tener en cuenta cómo pueda desarrollarse la guerra contra Gran Bretaña y Nor­teamérica, que nuestro Imperio haga esfuerzos supremos por evitar que la URSS participe en la guerra contra nosotros, por­que esto será un golpe fatal a nuestro Imperio.”[129]
También es curioso el siguiente punto de vista de algunos historiadores japoneses. “Aunque los Estados Unidos tratan de pre­sentar el bombardeo atómico a algunas ciudades japonesas co­mo resultado del deseo de acelerar el fin de la guerra, en rea­lidad estas bombas, que asesinaron gran número de habitantes pacíficos, no condujeron a Japón a la decisión de terminar la contienda... No fueron las víctimas entre los habitantes pací­ficos como resultado del bombardeo atómico, sino el temor a una revolución después de la entrada de la URSS en la guerra, lo que condicionó la rápida terminación de ésta.”[130] La primera reunión del Gabinete japonés después de los bombar­deos, celebrada el 9 de agosto de 1945, no se dedicó a la influen­cia de las bombas atómicas en el curso de las acciones mili­tares, sino a la total variación de la situación como resultado de la entrada de la URSS en la contienda. K. Suzuki, primer ministro de Japón, en la sesión del Consejo Supremo de la Di­rección de la Guerra, declaró: “La entrada de la Unión Sovié­tica en la guerra esta mañana, nos coloca definitiva­mente en una situación sin salida y hace imposible la continua­ción de la guerra.”[131]
También está difundida otra versión, cuyo objetivo consiste en denigrar a las Fuerzas Armadas Soviéticas que participaron en la derrota de Japón. Esta versión la inventó el antes citado Garthoff, en su artículo “La campaña del Ejército Soviético en Manchuria en agosto de 1945”, publicado por la revista Military Affairs.[132] La esencia de la versión se reduce a que la Unión So­viética, aunque “no había terminado los preparativos para la ofensiva”, se vio obligada a “lanzar su campaña una fecha algo más temprana de lo planeado... apremiada por el primer ata­que atómico norteamericano sobre Japón el 6 de agosto”.[133] Al parecer, el historiador norteamericano no sabe, o ignora, los hechos. Es bien conocido que la preparación de las Fuerzas Armadas Soviéticas para la guerra contra Japón, comenzó des­pués de la Conferencia de Crimea, donde el Gobierno soviético, accediendo a insistentes ruegos de los Estados Unidos e Ingla­terra, dio su anuencia para entrar en esa guerra. El 11 de fe­brero de 1945, los jefes de las tres potencias firmaron un acuerdo según el cual la URSS se comprometía a comenzar las hostilidades contra Japón dos o tres meses después de la derrota de Ale­mania.
El Cuartel General del Mando Supremo soviético preparó dos golpes principales —desde el territorio de la República Po­pular de Mongolia y Primorie— y varios golpes auxi­liares en direcciones convergentes hacia el centro de Manchuria. Se planeaba rodear al ejército de Kwantung, para después dis­persarlo en partes y destruirlo.
Con el fin de realizar este proyecto, en el Lejano Oriente se concentró el número necesario de tropas. Para completar las 40 divisiones que ya se encontraban allí, entre mayo y julio el man­do soviético trasladó al Lejano Oriente al 39° y al 5o Ejérci­tos desde Prusia Oriental, y al 53° Ejército, al 6o Ejército de tanques de la Guardia y a la agrupación de caballería y tro­pas mecanizadas, desde la zona de Praga. De mayo a julio, de Occidente al Lejano Oriente y a Transbaikalia arribaron 136 000 vagones con tropas y material de guerra.[134] Para dirigir la ope­ración se creó el Alto Mando de las tropas soviéticas en el Le­jano Oriente y se formaron tres frentes: el de Transbaikalia y los 1o y 2o del Lejano Oriente. Como Comandante en jefe de las tropas se designó un destacado jefe militar, el Mariscal de la Unión Soviética A. Vasilievski. Del Frente de Transbaikalia formaban parte operativamente casi todas las Fuerzas Arma­das de la República Popular de Mongolia, bajo el mando del experimentado jefe militar, Mariscal de la RPM, J. Choibalsán. El Comandante en jefe de las Fuerzas de la Marina de Guerra, almirante de la Flota N. Kuznetsov, destacado jefe naval, estaba responsabilizado de la coordinación de las acciones de la Flota del océano Pacífico y la flotilla del Amur con las tropas terres­tres. Las directivas para los frentes se aprobaron por el Cuartel General el 28 de junio de 1945.[135] Todos los preparativos se terminaron en la fecha prevista. La Unión Soviética entró en guerra contra Japón tres meses después de la capitulación de la Alemania fascista, como estaba previsto en el acuerdo adop­tado en la Conferencia de Crimea.
Los golpes demoledores del Ejército Soviético, apoyados por la ofensiva de las tropas de la hermana República Popular de Mongolia, así como por las acciones de las fuerzas patrióticas de otros países, hicieron variar de manera brusca la si­tuación estratégica en el Lejano Oriente, crearon las condiciones para el poderoso auge de la lucha de liberación nacional de los pueblos y para la manifestación revolucionaria de los tra­bajadores japoneses en contra de la camarilla militarista que había sumido el país en la catástrofe. Todo esto determinó, en fin de cuentas, la capitulación de Japón.
¿Por qué es inconsistente la concepción burguesa de las “batallas decisivas”?
El surgimiento de la concepción de las “batallas decisivas” se remonta al fin de la guerra y está estrechamente relacionado con la actividad propagandística del Departamento de Defensa de los Estados Unidos.
El sentido de una concepción y su desarrollo. En 1945, el De­partamento de Defensa de los Estados Unidos editó Breve historia de la Segunda Guerra Mundial [A Brief History of World War II], la cual contenía no pocas valoraciones objetivas que des­aparecieron después de las páginas de las publicaciones oficiales de los Estados Unidos. Además, en ella ya era posible entrever al­gunas tendencias de las falsificación de la historia de la guerra. En particular, sus autores intentaban igualar en significado la ba­talla naval junto a la isla Midway y el desembarco de las tro­pas anglo norteamericanas en el norte de África con la derrota de las tropas fascistas en los alrededores de Stalingrado. “La noticia [de la victoria en la isla Midway. —El autor] fue la me­jor que recibieron los norteamericanos en 1942 —se dice en el libro—, sólo igualada por los desembarcos británico y norteameri­cano en África del Norte y la victoria rusa en Stalingrado.”[136] En 1948, el teórico e historiador militar inglés, general J. Fuller, igualó en esencia acontecimientos como la derrota de las tropas germano fascistas en Stalingrado y la victoria de las tropas anglo norteamericanas en Túnez en mayo de 1943. Al hacer las conclusiones de la batalla de Stalingrado, Fuller escribió: “La iniciativa pasó, por último, de los alemanes a los rusos, como tres meses después pasó a manos anglo norteameri­canas en la batalla de Túnez; pues la rendición del ejército de von Arnim en la península de cabo Bon fue el Stalingrado de África del Norte.”[137] Lo mismo afirmaban los generales hitleria­nos. “Los dramas que iban a tener su fin dentro de poco tiempo bajo el sol africano en Túnez y en las ruinas nevadas de Stalingrado —aseveran—, habían comenzado y devenían una se­ria advertencia del giro del destino.”[138] El número de las “batallas decisivas” se incrementaba continuamente. Los historiadores germanoccidentales H.-A. Jacobsen y H. Dollinger afirmaban que Midway, Guadalcanal, El-Alamein, Túnez, Marruecos, Stalingrado y el final de la quinta fase de la batalla por el Atlán­tico, representaron los puntos de viraje de la Segunda Guerra Mundial.[139] El general de brigada P. Young arranca del prin­cipio cronológico: “En verdad, la marea había cambiado —de­claró— en aquellos días de noviembre de 1942, cuando Montgomery emergió victorioso del campo de El-Alamein; cuando las huestes de Eisenhower desembarcaron en la costa de África del Norte; y cuando, después de una defensa épica, los rusos cer­caron a sus sitiadores en las márgenes del Volga.”[140]
Hacia mediados de la década del 60 culminó, en sus puntos fundamentales, la elaboración de la concepción de las “batallas decisivas”. Pero aun antes de ese momento ya estaba claro su objetivo: demostrar que las batallas ganadas por los aliados anglo norteamericanos tuvieron la importancia primor­dial, así como los frentes donde realizaron las acciones de com­bate sus tropas. Los falsificadores han intentado convencer a los lectores de que el aporte decisivo a la derrota del bloque fascista militarista fue hecho por Inglaterra y los Estados Unidos, y no por la URSS.
En las páginas de sus obras, algunos historiadores afirman abiertamente que el objetivo de sus publicaciones consiste, ante todo, en demostrar el papel decisivo de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. R. Dupuy (EE.UU.) en el prólogo al libro Breve historia de la Segunda Guerra Mundial [World War II. A Compact History], escribe que se planteó la tarea de registrar todo el conflicto “en espera de orientar al lector familiarizado con el esbozo del vasto panorama, y, al mismo tiempo, de apreciar el decisivo papel desempeñado por los Estados Unidos en la victoria del mundo libre sobre las potencias del totalitarismo”.[141] El libro comienza con el capítulo “El ataque de Japón a Pearl Harbor”, como predeterminando para los Esta­dos Unidos el papel de “arquitecto de la victoria”, el cual no le corresponde.
Una especie de “hito” en la elaboración de la concepción que analizamos es el libro de H. Baldwin, redactor militar del periódico The New York Times, publicado en los Estados Unidos en 1966. El libro recibió el título Batallas perdidas y ganadas. Las grandes campañas de la Segunda Guerra Mundial [Battles Lost and Won. Great Campaigns of World War II]. En él se citan y describen once acontecimientos de la guerra, diferen­tes por su importancia: la campaña en Polonia en 1939, la ba­talla por Bretaña, el desembarco en la isla de Creta, los comba­tes por Corregidor, la batalla de Stalingrado, los combates por el atolón Tarawa, los desembarcos en Sicilia y Normandía, la batalla naval en el golfo de Leyte, las Ardenas y Okinawa.[142]
Con posterioridad, el número de acontecimientos importan­tes de la guerra, en las obras de diferentes autores burgue­ses, o bien aumentan a 20, o bien disminuyen a 5, por lo gene­ral; pero en sus libros el lugar principal siempre se adjudica a los frentes y teatros donde llevaron a cabo sus acciones mili­tares las fuerzas armadas de los Estados Unidos e Inglaterra. Es imposible dejar de señalar que Baldwin y quienes comparten su punto de vista silencian las batallas de Moscú, Kursk y otras ocurridas en el frente soviético alemán. Esos autores sólo consi­deraron decisiva la batalla de Stalingrado.
Es particularmente frecuente que los historiadores burgue­ses se refieran —como a batallas decisivas que determinaron el viraje radical de la guerra— a tres batallas en teatros terres­tres (Stalingrado, El-Alamein y Túnez) y a dos en teatros nava­les (la batalla junto a la isla Midway y la batalla por la isla Guadalcanal).
Sin fundamento científico. Resulta evidentemente inadmisible comparar las dimensiones y, lo más importante, los resultados y las consecuencias político-militares de las batallas señaladas. Los historiadores soviéticos han estudiado este problema de ma­nera bastante profunda. Recordemos sólo algunos hechos.
En la zona de El-Alamein (de octubre a noviembre de 1942) se enfrentaron a los ingleses cuatro divisiones alemanas y ocho italianas con un total de casi 80 000 hombres; además, el grueso de esta agrupación logró evitar la derrota en el curso de la ofen­siva exitosa de los ingleses. Por el contrario, los efectivos de las tropas germano fascistas que atacaron Stalingrado sobrepasaban un millón de hombres. Sólo en el período de la contraofensiva de las tropas soviéticas, entre el 19 de noviembre de 1942 y el 2 de febrero de 1943, en los alrededores de Stalingrado se cercó y liquidó una agrupación de tropas fascistas con más de 300.000 hombres, se derrotaron por completo 32 divisiones y tres brigadas de la Alemania fascista y sus satélites, y 16 divi­siones sufrieron una seria derrota. Las bajas totales del ene­migo ascendieron a más de 800 000 hombres.[143]
La batalla de Stalingrado contribuyó de manera decisiva al logro del viraje radical en el curso de la guerra, que se de­sarrolló y culminó en las operaciones subsiguientes. La batalla de El-Alamein, por su envergadura y resultados, no tuvo y no podía tener importancia crucial.[144]
Se exageran a menudo las bajas de las tropas ítalo alema­nas en Túnez (mayo de 1943). En la literatura occidental se afirma, por lo general, que las bajas ascendieron a 250 000 hombres. Algunos historiadores burgueses de los Estados Unidos dan cifras aún mayores. Así, R. Beitzell afirma que en Túnez capitularon 275 000 hombres. Al mismo tiempo, al tratar de res­tar importancia al papel de la batalla de Stalingrado, afirma: “Psicológica y militarmente, Stalingrado fue la mayor victoria aliada. En términos de estrategia y el gasto de recursos del ‘Eje’, Túnez fue mucho más productiva.”[145]
Hace varios años, B. H. Liddell Hart llegó a la conclusión de que el número real de prisioneros (la mayoría formada por tropas italianas desmoralizadas y con poca capacidad combati­va) hechos por los aliados era mucho menor. Como confirma­ción informa que el 2 de mayo el Estado Mayor de la Agrupación de Ejércitos “Afrika” había informado a Roma que en abril —es decir, antes del comienzo de los combates más encarnizados en esa zona del frente— el número total de efectivos de las tro­pas del adversario era de 170 000 a 180 000 hombres.[146] Otro his­toriador inglés, A. J. P. Taylor, aclara de cierta manera esta cuestión. “Los aliados —escribe— tomaron unos 130 000 pri­sioneros, quienes aumentaron en los relatos de posguerra hasta un cuarto de millón.”[147]
El desembarco de una división reforzada de la Infantería de Marina norteamericana en agosto de 1942 en la isla Guadal-canal, es denominado por casi todos los historiadores occidentales como el comienzo de la contraofensiva en el océano Pacífico[148]; pero en realidad no existen fundamentos para llegar a esa conclusión. Esa operación sólo fue ofensiva en el plano táctico, pues en el estratégico desempeñó un papel defensivo: permitió debi­litar la amenaza militar japonesa a Australia. Aún existen menos argumentos para denominar “Stalingrado del Pacífico” los com­bates por la isla Guadalcanal, como lo hace E. Bauer.[149]
La batalla naval junto a la isla de Midway, del 4 al 6 de junio de 1942, fue una de las batallas navales de mayor envergadura de la guerra. Fueron derrotadas y hechas retroceder potentes fuerzas de la flota japonesa, las que habían dirigido un ataque a la base de los Estados Unidos en esa isla. Las pérdidas de Japón ascendieron a cuatro portaviones, un crucero pesado y 332 aviones (la mayoría hundida junto con los por­taviones); las pérdidas de los Estados Unidos, un portaavión, un destructor y 150 aviones.
La derrota junto a la isla Midway privó al Japón milita­rista de una considerable parte de sus portaviones, pero no liquidó su supremacía en el Pacífico y no influyó de manera notable en el curso general de la Segunda Guerra Mundial.[150]
Es necesario señalar que durante la guerra los historiado­res de los Estados Unidos, y entre ellos quienes se encontraban al servicio del Estado, valoraban más objetivamente la impor­tancia de la batalla de Midway, al denominarla como el límite que determinó la transición “de la defensa pasiva a la acti­va” en la guerra naval en el teatro de las acciones bélicas en el Pacífico.[151]
Los criterios por los cuales se guían los historiadores occi­dentales al determinar las batallas decisivas en los frentes pe­riféricos, no tienen un carácter científico. Como ejemplo, po­demos referirnos a H. Baldwin, quien cita como una de esas ba­tallas los combates por el atolón Tarawa en el Pacífico a fines de 1943. S. E. Morison denominó, incluso, a esos combates “el cantero de la victoria en 1945”.[152] Las dimensiones de las ac­ciones bélicas y los resultados obtenidos, no ofrecen fundamento para tal conclusión: tropas de desembarco norteamericanas, 12 000 hombres, vencieron la resistencia de una pequeña guar­nición japonesa tras prolongados combates.
Hacemos notar que no todos los historiadores occidentales ni mucho menos, comparten la concepción de las “batallas de­cisivas”. Algunos, que investigan de manera más objetiva los acontecimientos, señalan sin vacilar la importancia primordial de las batallas en el frente soviético alemán. H. Michel (Fran­cia), al analizar la batalla de Stalingrado, observa que “los historiadores soviéticos ven con justeza, en el brillante éxito al­canzado por el Ejército Rojo, la victoria más importante de la Segunda Guerra Mundial, la cual marcó el viraje”.[153] Casi idéntica idea acerca del significado de la batalla de Stalingrado la expresó el historiador de la RFA H. Heis en un semi­nario internacional dedicado al XL aniversario de la batalla (el seminario tuvo lugar en Berlín Occidental en junio de 1982). A. Taylor escribe: “La principal fuerza de combate del ejér­cito alemán siempre permaneció en el Frente Oriental.”[154]
También es posible encontrar, aunque con poca frecuencia, valoraciones objetivas en los trabajos de historiadores de los Estados Unidos. L. Morton, en uno de los resúmenes tradicionales de la nueva literatura acerca de la Segunda Guerra Mundial, que publica la revista The American Historical Review, señaló: “Librada muy lejos de la guerra en Occidente, la guerra soviético alemana fue, con toda probabilidad, el teatro mayor, más sangriento y más decisivo de la Segunda Guerra Mundial; em­pequeñeció el esfuerzo aliado en Occidente, e involucró a vas­tos ejércitos a lo largo de un frente que se extendió más de mil millas.”[155] Esas valoraciones coadyuvan, sin lugar a dudas, a la creación de un punto de vista más correcto acerca del apor­te de los Estados Unidos a la victoria sobre los agresores.
Contradicciones inevitables. En los últimos diez años se han producido algunos cambios en la concepción de las “batallas de­cisivas”.
Por una parte, varios historiadores occidentales se han visto obligados a renunciar a la afirmación de que sólo la batalla de Stalingrado fue decisiva en el frente soviético alemán en el curso y el desenlace de la Segunda Guerra Mundial en su conjunto. Por lo general, ahora se dice que las batallas de Moscú y Kursk también tuvieron importancia decisiva. En su nuevo libro, H. Baldwin, sin referirse a sus anteriores posicio­nes, escribe que “la batalla de Moscú fue sin dudas un punto decisivo en la Segunda Guerra Mundial, más que Stalingrado”.[156] “La invasión alemana a Rusia y la mayor ba­talla terrestre de la historia del arte militar que siguió —hace un recuento de 1941—, produjeron resultados políticos, psico­lógicos y miltares de significado general.”[157]
Por otra, por diferentes vías intentan renovar la concepción de las “batallas decisivas”, hacerla más convincente. Una con­firmación de esto es la serie de publicaciones —editadas en la década del 70— dedicada a las batallas decisivas de la Segun­da Guerra Mundial. Entre las obras de mayor envergadura de­be situarse el trabajo de H. Maule Grandes batallas de la Se­gunda Guerra Mundial [The Great Battles of World War II][158] y el libro cuyos redactores jefe fueron N. Frankland y G. Dowling Batallas decisivas del siglo XX [Decisive Battles of the 20th Century][159]. H. Maule distingue trece batallas (Dunquerke, la batalla por Bretaña, Keren, Cirenaica, la batalla de Moscú, Midway, Guadalcanal, El-Alamein, la batalla de Stalingrado, Anzio, Imphal, Normandía y Rangún); Frankland y Dowling, catorce (las batallas por el Atlántico, Bretaña, Francia, la batalla de Moscú, Pearl Harbor, Singapur, Midway, El-Alamein, la batalla de Stalingrado, la batalla de Kursk, Schweinfurt, Imphal-Kohima, Normandía, Leyte). Como vemos, las batallas de Moscú, Stalingrado y Kursk, así como la batalla por Bretaña y el desem­barco de los aliados en Normandía, se colocan a un mismo nivel con combates y operaciones de importancia secundaria (en los alrededores de Keren en Eritrea, en Cirenaica, etcétera).
H. Maule trata de presentar la victoria de las tropas sovié­ticas en los accesos de Moscú como un servicio prestado por Inglaterra, la cual, según sus palabras, obligó a Alemania “a luchar en dos frentes”.[160] H. Salisbury, autor de la parte dedica­da a la batalla de Moscú en el libro Batallas decisivas del siglo XX, amontona diferentes invenciones (“se desconoce el número de tropas soviéticas que participaron en la ofensiva”, “se ru­mora que Stalin se evacuó de Moscú”, etc.). No obstante, des­aprueba el mito de la helada como causa de la derrota de las tropas germano fascistas en los accesos de Moscú: “El 8 de di­ciembre, Hitler había abandonado su ofensiva, y culpó al se­vero tiempo invernal. Sin embargo, lo que estaba sucediendo no era un mal tiempo. Era la ofensiva soviética que avanzaba rápidamente, que por primera vez, desde que Hitler había co­menzado su marcha, estaba obligando a la Wehrmacht a re­troceder.” [161]
H. Baldwin, por el contrario, trata de explicar —como lo hicieron los generales hitlerianos— las causas de la derrota de las tropas germano fascistas diciendo que “el clima y el me­dio eran psicológicamente opresivos para los hombres de Europa Occidental”. “Siempre había un río más que cruzar; el inter­minable horizonte se extendía sin cesar.” “El frío —afirma— fue, quizás, el enemigo más grande de todos.”[162] El his­toriador inglés D. Irving se hace eco de la misma versión en su libro.[163] La manifestación prácticamente simultánea de H. Salisbury y H. Baldwin —dos historiadores considerados en los Estados Unidos como especialistas en el frente soviético alemán— de valoraciones opuestas de las causas de la derrota de las tro­pas germano fascistas en Moscú indica el nivel de las investiga­ciones que se realizan en los Estados Unidos acerca de los aconte­cimientos en el frente soviético alemán y hace más difícil al lec­tor conocer la verdad.
Quizás convenga detenerse en particular en el intento —adoptado por primera vez por W. Frankland— de presentar como una de las batallas decisivas de la Segunda Guerra Mun­dial el bombardeo por la aviación de los Estados Unidos a una fá­brica alemana de cojinetes en Schweinfurt, el 14 de octubre de 1943. Este autor informa de las grandes pérdidas de la avia­ción de los Estados Unidos: de 291 bombarderos, 60 no regresaron, y 120 sufrieron daños. Frankland considera que la incursión aérea desempeñó un papel decisivo por dos motivos: en primer lugar, fue elegido un objetivo clave para la producción bélica alemana; en segundo lugar, las grandes pér­didas de la aviación de los Estados Unidos condujeron a la varia­ción de la táctica de los bombardeos, lo cual disminuyó en el futuro las pérdidas de los aliados, elevó la eficacia de la ofensi­va aérea sobre Alemania; o sea, condujo, en fin de cuentas, a su “catastrófica destrucción”.[164]
Señalemos que varios historiadores occidentales plan­tean valoraciones de más peso en ese sentido. “Hasta 1944, la ofensiva aérea estratégica había quedado muy por debajo de sus pretensiones como alternativa a la invasión por tierra —escribe B. H. Liddell Hart—, y sus efectos se habían sobrestimado en gran medida. El indiscriminado bombardeo de las ciudades no había reducido, en esencia, la producción de muni­ciones; además, no logró quebrantar la voluntad de los adversarios y obligarlos a rendirse, como se esperaba.”[165] Aún más convincentes son los contraargumentos de A. Taylor: “En 1942 —señala—, los británicos lanzaron 48 000 toneladas de bom­bas, y los alemanes produjeron 36..804 armas de guerra (caño­nes pesados, tanques y aviones). En 1943, los británicos y los norteamericanos lanzaron 207.600 toneladas de bombas; los alemanes produjeron 71.693 armas de guerra. En 1944, los bri­tánicos y los norteamericanos lanzaron 915.000 toneladas de bombas; los alemanes produjeron 105.258 armas de guerra.”[166] La disminución de la producción bélica alemana —iniciada a partir de la segunda mitad de 1944— fue resultado, ante todo, de la ofensiva del Ejército Soviético, la cual privó al Reich de importantes bases de materias primas.
Los intentos de modernizar la concepción de las “batallas decisivas”, sólo subrayan su inconsistencia. Citemos una confir­mación más. En ninguna de las variantes conocidas de esta concepción, incluidas las renovadas, se hace referencia, por ejem­plo, a la operación ofensiva de Bielorrusia efectuada por las Fuerzas Armadas Soviéticas (23/06/44-29/08/44), la cual sobre­pasa en envergadura a las mayores operaciones realizadas por los aliados occidentales en los teatros terrestres y no tiene paran­gón en la historia de otros países y pueblos.
El objetivo de la operación (cuya codificación fue “Bagratión”) consistía en la derrota de la Agrupación de Ejércitos germano fascista “Centro”, la liberación de Bielorrusia, así como el apoyo a las acciones de las tropas de los aliados occidentales que ha­bían desembarcado en Normandía, como parte de la interac­ción entre los aliados.
El 6 de junio de 1944, J. V. Stalin escribió a W. Churchill: “La ofensiva estival de las tropas soviéticas, organizada según lo acordado en la Conferencia de Teherán, comenzará a me­diados de junio en uno de los sectores más importantes del frente... A fines de junio y durante julio, las operaciones ofen­sivas se convertirán en la ofensiva general de las tropas sovié­ticas.”[167]
En la operación de Bielorrusia, las tropas soviéticas se en­frentaron, en general, a 63 divisiones y tres brigadas enemigas. Los alemanes contaban con 1.200.000 hombres, más de 9.500 cañones y morteros, 900 tanques y cañones de asalto y alrede­dor de 1.350 aviones, y ocupaban una zona defensiva  previamente preparada y escalonada en profundidad (250-270 km), que se apoyaba en un sistema desarrollado de fortificaciones de campaña y líneas naturales. La operación se desarrolló con las fuerzas de cuatro frentes, en cuya composición entraban 19 ejércitos interarmas y dos blindados (un total de 166 divisio­nes), así como varias otras agrupaciones y unida­des. Contaban con más de 2.400.000 hombres, 36.000 cañones y morteros, 5.200 tanques y cañones de asalto, y más de 5.000 aviones de combate. Los guerrilleros actuaban en estrecha re­lación con las tropas. La coordinación de las acciones de los frentes la realizaban los representantes del Cuartel General del Mando Supremo, los mariscales de la Unión Soviética G. Zhúkov y A. Vasilievski.
En la gigantesca batalla que se desarrolló, por ambos ban­dos participaron 3.600.000 hombres (más de 250 divisiones condicionales), con alrededor de 47.000 cañones y morteros, más de 6.000 tanques y alrededor de 6.500 aviones. Como resul­tado de la operación, las tropas soviéticas avanzaron de 550 a 600 km, liberaron Bielorrusia, irrumpieron en el territorio de Polonia y alcanzaron los suburbios de Varsovia. La Agrupación de Ejércitos “Centro” fue aniquilado: 17 divisiones, totalmente; el resto perdió la mitad de sus efectivos. Se destruyeron unos 2 000 aviones y gran cantidad de otros equipos de combate del enemigo.
El éxito de la operación de Bielorrusia influyó de manera importante en la variación general de la situación estraté­gica en Europa, teatro decisivo de la guerra, a favor de la coa­lición antihitleriana. La derrota de la mayor agrupación de tropas germano fascistas, condujo a la desorganización de toda la defensa de la Wehrmacht en el frente soviético; a un gran número de bajas prácticamente irreparables (500.000 hombres); a perspectivas reales de ruptura de las tro­pas soviéticas hacia los centros vitales de Ale­mania, hacia lo profundo de los Balcanes y en dirección a Che­coslovaquia; al envío obligado al frente soviético alemán de las últimas reservas, las que podrían haberse utilizado contra los aliados que habían desembarcado en Normandía.
Se incrementó de manera ostensible la crisis política en el seno del bloque fascista. En los países ocupados por el agre­sor,  donde había entrado o se acercaba el Ejército Soviético, se incrementó, de manera significativa, el movimiento de la Resistencia. Entre agosto y septiembre de 1944 fueron derrocados los regímenes fascistas en Rumanía y Bulgaria, lo cual condujo a que estos países pasaran a la coalición antihitleriana; una de sus consecuencias fue la ulterior disminución de los recursos de materias primas en la economía bélica alemana. El atentado perpetrado contra Hitler (20.07.44) es un indicador de la agudización de la situación política interna en la misma Alemania. El aumento del prestigio internacional de la Unión Soviética y del Ejército Soviético, inyectaba nuevas fuerzas a todos los participantes en la lucha contra los agresores fascistas y desmoronaba aún más el potencial político moral del enemigo.
En la literatura occidental, se hace referencia en ocasiones a la operación de Bielorrusia. E. F. Ziemke le dedica un capítulo de su libro. El autor señala la “crisis moral” que había surgido en la Wehrmacht, concluye que el soldado alemán “que no podía siquiera imaginar el desastre final, ahora lo esperaba”.[168] El historiador inglés A. Reid observa que la derrota de la Agrupación de Ejércitos “Centro” en la operación de Bielorrusia, “eliminó para siempre la última vaga esperanza de detener alguna vez la marea rusa”.[169] No obstante, estos y otros autores burgueses, en el mejor de los casos, eluden valorar la operación de Bielorrusia a escala de la Segunda Guerra Mundial. Conviene recordar que en el transcurso de la guerra las Fuerzas Armadas soviéticas efectuaron más de 50 operaciones estratégicas de grupos de frentes. La operación de Bielorrusia fue una de ellas.
En las obras soviéticas se analiza en detalle y se aprecia en su justo valor, el gran aporte de los Estados Unidos, Inglaterra y otros aliados occidentales a la victoria sobre los agresores. A pesar de la radical diferencia entre el régimen social de la URSS y el de los países capitalistas miembros de la coalición antihitleriana, pudieron colaborar con éxito en la lucha contra el enemigo común, buscaron y hallaron soluciones recíprocamente admisibles, a muchas cuestiones en litigio. Los aviadores británicos y los marinos norteamericanos, los tanquistas de la “Francia combatiente” y los soldados de infantería de los aliados, lucharon con valor en el cielo de La Mancha y en los accesos a Bir-Hakein, junto a la isla Midway y en los alrededores de El-Alamein, en los vastos espacios del Atlántico y en las Ardenas. Los trabajadores de los países capitalistas participantes de la coalición antihitleriana y los de sus dominios coloniales, coadyuvaron a que las Naciones Unidas lograran la superioridad decisiva sobre el bloque fascista en la esfera eco­nómico militar. Personas de nacionalidades, puntos de vista po­líticos e ideas diferentes, forjaron la victoria en los talleres fa­briles y en los campos de batalla.
Sin embargo, sucedió que históricamente fue a la Unión Soviética, al pueblo soviético, a sus Fuerzas Armadas, y no a otros, a los que correspondió el aporte decisivo en la derro­ta infligida a los agresores. Así lo han reconocido personalida­des políticas y militares occidentales de tiempos de la guerra y lo han comprendido muchos de sus participantes y varios historiadores occidentales. “Nadie puede negar los esfuerzos gi­gantescos de la Unión Soviética o callar las ingentes pérdidas, las in­numerables pruebas y el inmenso dolor sufrido por este país”,[170] escribe J. Erickson. Esto está basado en el resultado de profun­das y multifacéticas investigaciones científicas; ha quedado cla­ro al familiarizarse toda persona imparcial con los hechos y los documentos históricos. La valoración objetiva del aporte de la URSS a la victoria sobre los agresores, tiene una importancia de principio para la comprensión correcta de los resultados y las lecciones de la guerra, así como de las conclusiones que ofrece su historia para el momento actual.





[1] Historia de la Segunda Guerra Mundial de 1939-1945, t. 3, pp. 227,228.
[2] Ibíd., p. 255.
[3] K. Reinchardt: Die Wende vor Moskau..., p. 21.
[4] Historia de la Segunda Guerra Mundial de 1939-1945, t. 4, p. 283, 284.
[5] Ibídem. Pravda, 28 de octubre de 1981.
[6] Roberto Battaglia: Storia della Resistenza italiana 8 settembre 1943-25 aprile 1945. Giulio Einaudi Editore, Torino, 1953, p. 47.
[7] Fernand Grenier: C'Etait ainsi..., 1940-1945. Editions Sociales, París, 1970, pp. 97, 98.
[8] W. S. Churchill: His Complete Speeches, 1897-1963, vol. VI (1935-1942), Chelsea House Publishers en asociación con R. R. Bowker Company, New York y London, 1974, pp. 6583-6584.
[9] Correspondence between the Chairman of the Counsil of Ministers of the USSR and President of the USA and the Prime Minister of Great Britain during the Great Patriotic War of 1941-1945, vol. 2, Foreign Languages Publishing House, Moscú, 1957, p. 18.
[10] Charles de Gaulle: Mémoirs de guerre, vol. 1, 1940-1942, Librairie Plon, París, 1954, pp. 546, 547.
[11] Frederíck L. Schuman: Soviet Politics at Home and Abroad, Alfred A. Knopf, Inc., New York, 1946, pp. 432, 433.
[12] Alfred W. Turney: Disaster at Moscow: Von Bock's Compaigns 1941-1942. University of New Mexico Press, Alburquerque, 1970, p. 54.
[13] H. Wallin: Pearl Harbor. Naval History Division, Washington, 1968, p. 3.
[14] Trumbull Higgins: Hitler and Russia. The MacMillan Company, New York, 1966, p. 193.
[15] American Military History, pp. 425, 426.
[16] A. W. Turney: Disaster at Moscow: Von Bock's Compaigns 1941-1942, p. XIII.
[17] Ibíd., p. XIV.
[18] Trevor Dupuy: The Military Life of Adolf Hitler. F. Watts, New York, 1970, p. 98.
[19] G. K. Zhúkov: Memorias y meditaciones. Moscú, 1978, t. 2, p. 33 (en ruso).
[20] A. W. Turney: Disaster at Moscow: Von Bock's Compaigns 1941-1942, p. XV.
[21] Leonard Cooper: Many Roads to Moscow. Three Historic Invasions. Hamish Hamilton, London, 1968, pp. 215, 216.
[22] Hitlers Weisungen für die Kriegsführung 1939-1945. Dokumente der Oberkommandos der Wehrmacht. Bernard&Graefe Verlag für Wehrwesen, Francfort del Meno, 1962, p. 171.
[23] The Encyclopedia Americana, vol. 29, p. 427; Wolfgang Paul: Erfrorener Sieg. Die Schlacht um Moskau 1941/42. Bechte Verlag, Múnich, 1975.
[24] Pravda, 28 de octubre de 1981; Wolfgang Paul: Erfrorener Sieg. Die Schlacht um Moskau 1941/42.
[25] F. Halder: Kriegstagebuch, t. III, p. 170.
[26] G. K. Zhúkov: Memorias y meditaciones, t. 2, p. 33.
[27] Walter Schwabedissen: The Russian Air Force in the Eyes of German Commanders (USAF Historical Studies, N°175). Amo Press Inc., New York, 1968, p. 159.
[28] Summer Welles: “Two Roosevelt Decisions: One Debit, One Credit”, en Foreign Affairs, enero de 1951, N°2, p. 193.
[29] Correspondence between the Chairman of the Counsil of Ministers of the USSR and Presidents of the USA and the Prime Minister of Great Britain during the Great Patriotic War of 1941-1945, vol. 1,  p. 34.
[30] J. M. A. Gwyer y J. R. M. Butler: “Grand Strategy”, en History of the Second World War, vol. 3, Her Majesty's Stationary Office, Londres, 1964, p. 105.
[31] L. I. Brézhnev: Por el camino de Lenin. Discursos y artículos. Moscú, 1970, t. 2, p. 68 (en ruso).
[32] Historia de la Segunda Guerra Mundial de 1939-1945, 1976, t. 6, pp. 35, 45.
[33] J. V. Stalin: Acerca de la Gran Guerra Patria de la Unión Sovié­tica. Moscú, 1947, p. 113 (en ruso).
[34] Earl F. Ziemke: Stalingrad to Berlin: The German Defeat in the East. Office of the Chief of Military History U.S. Army, Washing­ton, 1968, p. 37.
[35] Ibíd., p. 80.
[36] Ibíd., p. 52.
[37] La Gran Guerra Patria de la Unión Soviética de 1941-1945. Breve historia. Moscú, 1970, p. 214 (en ruso).
[38] William Craig: Enemy at the Gates. The Battle for Stalingrad. Hodder and Stoughton, Londres, 1973.
[39] Erich von Falkenhayn fue ministro de Guerra y jefe del Estado Mayor General de Alemania en los años de la Primera Guerra Mun­dial.
[40] History of the Second World War. London, 1968, vol. III, N°15 (cubierta).
[41] E. Florentin: The Battle of the Falaise Gap, Hawthorn Books, 1967, New York; The Army, enero de 1968, p. 76.
[42] Military Affairs, vol. XXXIII, N°3, diciembre de   1969, p. 416.
[43] T. Dupuy: The Military History of World War II, vol. VII, 1962-1965, F. Watts, New York, p. 5.
[44] Matthew P. Gallagher: The Soviet History of World War II. Myths, Memories and Realities. Frederick A. Praeger, Editor, New York-London, 1963, p. 16.
[45] Coronel general Kurt Zeitzler: “Stalingrad”, en The Fatal Decisions. Editado por Seymour Freidin y William Richardson, William Sloane Associates, Nueva York, 1956, pp. 163, 164.
[46] W. Craig: Enemy at the Gates. The Battle for Stalingrad. New York, 1973.
[47] Ibíd., pp. 321, 387.
[48] Ibíd., p. 18.
[49] Historia de la Segunda Guerra Mundial de 1939-1945, t. 5, pp. 148--154.
[50] W. Craig: Enemy at the Gates. The Battle for Stalingrad, pp. 250, 272, y otras.
[51] Ibíd., p. 231.
[52] Erich von Manstein: Verlorene Siege. Athenäum Verlag, Bonn, 1955, p. 361.
[53] W. Craig: Enemy at the Gates. The Battle for Stalingrad, pp. 23, 24.
[54] Radó Sándor: Dóra Jelenti..., Kossuth Könyvkiado, Budapest, 1971, p. 327 (en húngaro).
[55] The Morning Star, 1º de noviembre de 1973.
[56] Der Zweite Weltkrieg, t. 2, Verlag Das Beste, Stuttgart, 1979, p. 285.
[57] James L. Stokesbury: A Short History of World War II. William Morrow and Company. Inc., New York, 1980, p. 239.
[58] W. Craig: Enemy at the Gates. The Battle for Stalingrad, p. 20.
[59] G. Förster at all: Der Zweite Weltkrieg. VEB Verlag, Leipzig, 1962, pp. 196, 197.
[60] Historia de la Gran Guerra Patria de la Unión Soviética de 1941-1945, 1965, t. 6, p. 30.
[61] F. Halder: Kriegstagebuch; t. III, pp. 258, 259.
[62] B. Müller-Hillebrand: Das Heer 1933-1945. Francfort del Meno, Mittler, 1969, p. 405.
[63] Historia de la Segunda Guerra Mundial de 1939-1945, t. 6, p. 467.
[64] Enciclopedia Militar Soviética, t. 4, Moscú, 1977, pp. 536-539 (en ruso).
[65] Ibíd.
[66] The World at War 1939-1945. A Brief History of World War II, p. 244.
[67] E. F. Ziemke: Stalingrad to Berlin: The German Defeat in the East, p. 124.
[68] T. N. Dupuy: The Military Life of Adolf Hitler, p. 116.
[69] Ernest Klink: Das Gesetz des Handelns. Die Operation “Zitadelle” 1943. Deutsche Verlags-Anstalt, Stuttgart, 1966, p. 11.
[70] Citado Según G. A. Koltunov y B. G. Soloviov: La batalla de Kursk. Moscú, 1970, p. 520 (en ruso).
[71] F. W. von Mellenthin: Panzer Battles 1939-1945. Casell&Company, Ltd., London, 1955, p. 215.
[72] Historia de la Segunda Guerra Mundial de 1939-1945, 1976, t. 7, p. 144.
[73] The Encyclopedia Americana, vol. 29, p. 433.
[74] Ver G. A. Koltunov y B. G. Soloviov: La Batalla de Kursk, p. 228.
[75] Thomas Weyr: World War II. Bailey Bros&Swinfen Ltd., Folkestone, 1970, p. 126.
[76] E. F. Ziemke: Stalingrad to Berlin: The German Defeat in the East, pp. 135, 136.
[77] Martin Caidin: The Tigers are Burning. Hawthorn Books, Inc., New York, 1974, p. 244.
[78] Ibíd., cubierta del libro.
[79] Ibíd., pp. 47, 87-88.
[80] Ibíd., pp. 4-8.
[81] Ibíd., pp. 85, 89.
[82] Ibíd., pp. 97, 98.
[83] Ibíd., p. 107.
[84] Ibíd., p. 149.
[85] Ibíd., p. 172.
[86] Ibíd., p. 22.
[87] Ibíd., p. 26.
[88] El PCUS acerca de las Fuerzas Armadas de la Unión Soviética. Documentos de 1917-1981. Moscú, 1981, p. 297 (en ruso).
[89] J. V. Stalin: Acerca de la Gran Guerra Patria de la Unión Sovié­tica, p. 16.
[90] La política exterior de la Unión Soviética en el período de la Guerra Patria, t. I, pp. 270-273, 277-283.
[91] Las principales decisiones acerca de la conducción de la paz después de la contienda, se adoptaron en el marco de la coalición antihitle­riana en las conferencias de los jefes de Gobierno de la URSS, los Esta­dos Unidos y Gran Bretaña, celebradas en Teherán (1943); Crimea, en Yalta (1945), y Berlín, en Potsdam (1945). Hacia fines de la guerra, en la coalición antihitleriana estaban integrados más de 50 Estados y, entre ellos, cinco grandes potencias (la URSS, los EE.UU., China, Inglaterra y Francia). Albania, Australia, Bélgica, Brasil, Canadá, la India, México, Nueva Zelanda, Polonia, Checoslovaquia, Yugoslavia, etc. participaban con sus fuerzas armadas en la lucha común contra Alemania y sus aliados. Otros Estados ayudaba con suminis­tros de materias primas a la producción de material bélico y ot­ros medios. Las tropas africanas y otras tropas coloniales también hicieron su aporte a la victoria sobre los agresores. De manera for­mal también entraron en la coalición antihitleriana otros Estados que habían declarado la guerra a Alemania antes de su derrota de­finitiva y no hicieron ningún aporte a la victoria sobre el enemigo común (por ejemplo, Turquía).
[92] Edward R. Stettintus: Roosevelt and the Russians. The Yalta Conference. Jonathan Cape, London, 1950, p. 16.
[93] Historia de la Segunda Guerra Mundial de 1939-1945, 1978, t. 9, pp. 17, 19.
[94] La misión liberadora de las Fuerzas Armadas Soviéticas en la Segun­da Guerra Mundial. Moscú, 1971, p. 80 (en ruso).
[95] Revue Internationale D'Histoire Militaire. (Revue Périodique), N° 44, 1979, p. 187.
[96] H.-A. Jacobsen: Der Weg zur Teilung der Welt. Politik und Strategie 1939-1945, p. 19.
[97] Revista Internacional, mayo de 1980, N°5, p. 67.
[98] Roosevelt and Churchill. Their Secret Wartime Correspondence. Edi­tado por Frances L. Loevvenheim, Harold D. Llangley, Manfred Jonas, Saturday Review Press/E. P. Dutton&Co., Inc., New York, 1975, p. 584.
[99] Charles L. Mee: Meeting at Potsdam. Purnell Book Services, Limited, Thetford, 1975, p. 118; Charles Bohlen: Witness to History 1924-1969. Norton, New York, 1973, pp. 161-163.
[100] The Memoirs of Lord Chandos Oliver Lyttelton. The Bodley Head, London, 1962, p. 178.
[101] The New York Times, 26 de abril de 1970, p. 30.
[102] Kent Roberts Greenfield: American Strategy in World War II: A Reconsideration, The Johns Hopkins Press, Baltimore, 1963, p. 70.
[103] International Affairs (Mezhdunaródnaya zhizñ). Moscú, agosto de 1958, N°8, p. 57.
[104] PRO, Prem. 3, 434/4, p. 6.
[105] Joseph M. Siracusa: New Left Diplomatic Histories and Historians, Kennikat Press, Inc., New York-London, 1973, p. 96.
[106] Acerca de esta cuestión, ver con más detalles en La misión liberadora de las Fuerzas Armadas soviéticas en la Segunda Guerra Mundial; S. S. Gromov y N. I. Shishov: “La colaboración militar en la lucha contra el fascismo”, en Voprosi Istorii (Cuestiones de Historia), 1975, N°5, pp. 3-21.
[107] El marxismo-leninismo acerca de la guerra y el ejército. Bib. El Ofi­cial, La Habana, 1946, p. 113.
[108] John Toland: The Last 100 Days. Random House, Nueva York, 1966, p. 566. A acusaciones difamatorias contra el Ejército Soviético está “dedicado”, casi por completo, el libro La última batalla de Cornelius Ryan, el cual ya ha recibido la debida respuesta de parte de los historiadores soviéticos. Ver D. Kraminov: “Los falsificadores. A quién quiere complacer el señor Ryan”, en Pravda, 10 de julio de 1966; I. Záitsev. “La larga mentira del señor Ryan”, en Za Rubezhom (En el extranjero), N°34, 19-26 de agosto de 1966, pp. 19, 20; Guerra, historia, ideología. Moscú, 1974, pp. 164-166 (todos en ruso).
[109] Ver Cincuenta años de las Fuerzas Armadas de la URSS, p. 394, (en ruso).
[110] Ver F. D. Vorobiov, I. V. Parotkin y A. N. Shimanski: El último asalto. Moscú, 1975, p. 338 (en ruso).
[111] F. D. Vorobiov, I. V. Parotkin y A. N. Shimanski: El último asalto, p. 338.
[112] Ibíd., p. 376.
[113] Ibíd.
[114] S. L. A. Marshall: “Götterdammerung”, en The New York Times Book Review, 13 de febrero de 1966, pp. 1, 51.
[115] Conferencia Internacional de los Partidos Comunistas y Obreros. Documentos y materiales. Moscú, 5-17 de junio de 1969. Moscú, 1969, pp. 180, 181 (en ruso).
[116] A. M. Samsónov: El fracaso de la agresión fascista. Ensayos histó­ricos. Moscú, 1980, p. 693 (en ruso).
[117] Historia de la Segunda Guerra Mundial de 1939-1945, 1979, t. 11, p. 6.
[118] The Army Air Force in World War II, vol. 5, The University of Chicago Press, Chicago, 1953, p. 712.
[119] L. Morton: “Soviet Intervention in the War with Japan”, en Foreign Affairs, vol. 40, junio de 1962, N°4, p. 662.
[120] R. L. Garthoff: Soviet Military Policy. A Historical Analysis, p. 19.
[121] Willam Manchester: American Caesar. A Dell Book, New York, 1979, p. 283.
[122] G. F. Kennan: Russia and the West under Lenin and Stalin. Little, Brown and Company, Boston, 1961, p. 378.
[123] R. L. Garthoff: “The Soviet Manchurian Campaign, August 1945”, en Military Affairs, vol. XXXIII, N°2, octubre de 1969, pp. 313, 314. El destacado historiador japonés profesor A. Fujiwara, en su in­tervención ante la Conferencia Científica, celebrada en Moscú en noviembre de 1975, citó datos acerca del Ejército de Kwantung, se­gún los cuales sus efectivos —contando las unidades agregadas para el momento de la entrada de la URSS en la guerra contra Japón— ascendían a 1,2 millones de hombres, lo cual corresponde en general a la realidad.
[124] K. R. Greenfield: American Strategy in World War II: A Reconsideration, p. 87.
[125] The Army Air Force in World War II, vol. 5, p. 712.
[126] Great Events of the 20th Century, How They Charged Our Lives. The Reader's Digest Association (Canada) Limited, Montreal, 1977, p. 358.
[127] Der Grosse Atlas zum II Weltkrieg. Südwest Verlag, Múnich, 1975, p. 280.
[128] World War II. Land, Sea & Air Batlles 1939-1945. Sundial Books Limited, London, 1977, p. 9.
[129] L. Brooks: Behind Japan's Surrender. McGraw-Hill Book Company, New York, 1968, p. 138.
[130] Nihon Rekisi (Historia de Japón), Tokío, 1977, t. 21, pp. 360, 361 (en japonés).
[131] Inoue Kiesi at all: Historia del Japón actual. Moscú, 1955, pp. 263, 264 (en ruso).
[132] R. L. Garthoff: “The Soviet Manchurian Campaign, August 1945”, en Military Affairs, p. 34.
[133] Ibíd., p. 314.
[134] La Gran Guerra Patria de la Unión Soviética de 1941-1945. Breve historia, p. 543.
[135] Ver A. Vasilievski: La causa de toda la vida. Moscú, 1975, pp. 562, 563, (en ruso).
[136] The World at War 1939-1944. A Brief History of World War II, p. 166.
[137] J. F. C. Fuller: The Second World War 1939-1945. Eyre and Spottishwoode (Editores) Ltd., London, 1948, p. 257.
[138] Weltkrieg 1939-1945. Ehrenbuch der Deutschen Wehrmacht. Buch und Zeitschriften-Verlag, Dr. Hans Rieger, Stuttgart, 1954, p. 167.
[139] H. A. Jacobsen y Hans Dollinger: Der Zweite Weltkrieg in Bildern und Documenten, t. II, Múnich, dibujos y bocetos de Gottfried Wustmann, 1963.
[140] Peter Young: World War 1939-1945. A Short History. Arthur Barker Limited, London, 1966, p. 246.
[141] Richard Dupuy: World War II. A Compact History. Hawthorn Books, New York, 1969, p. VII.
[142] H. W. Baldwin: Battles Lost and Won. Great Campaigns of World War II. Harper&Row Publishers, New York, 1968.
[143] Historia de la Segunda Guerra Mundial de 1939-1945, 1976, t. 6, p. 81.
[144] D. D. Eisenhower valoró sus resultados como “una brillante victoria táctica”. (Dwight D. Eisenhower: Crusade in Europe, p. 115.)
[145] Robert Beitzell: The Uneasy Alliance, America, Britain and Russia, 1941-1943. Alfred A. Knopf, New York, 1972, pp. 65, 66.
[146] B. H. L. Hart: History of the Second World War. G. P. Putnam's Sons, New York, 1971, p. 431.
[147] A. J. P. Taylor: The Second World War..., p. 172.
[148] John Miller: Guadalcanal. The First Offensive. Department of the Army, Washington, 1949; Robert Leckie: Challenge for the Pacific: Guadalcanal, the Turning Point of the War. Boubleday, New York, 1965; American Military History. Washington, 1973, pp. 502, 503.
[149] Eckly Bauer: La dernière guerre ou histoire controversée de la deuxième guerre mondiale. Grange Bateliére, París, 1974, t. 6, p. 166.
[150] Ver más detalladamente en S. G. Gorshkov: El poderío naval del Estado. Voennizdat, Moscú, 1976, pp. 186-190 (en ruso).
[151] The World at War 1939-1944. A Brief History of World War II, p. 164.
[152] B. H. L. Hart: History of the Second World War, p. 535.
[153] Henri Michel: La seconde guerre mondiale, t. 1, Presse Universitaires de France, París, 1977, p. 467.
[154] A. J. P. Taylor: The Second World War. An Illustrated History, p. 188.
[155] The American Historical Review, vol. LXXV, N°7, diciembre de 1970, p. 1993.
[156] H. W. Baldwin: The Crucial Years 1939-1941. The World at War. Harper and Row Publishers, New York, 1976, p. 346.
[157] H. W. Baldwin. The Crucial Years 1939-1941. The World at War, p. 350.
[158] Henry Maule: The Great Battles of World War II. Jarrold and Sons, Limited, London, 1976.
[159] Decisive Battles of the 20th Century. Land, Sea, and Air. Editado por N. Frankland y G. Dowling, Sidgwick and Jackson, Limited, London, 1976.
[160] H. Maule: The Great Battles of World War II. H. Regnery Company, Chicago, 1973, p. 168.
[161] Decisive Battles of the 20th Century. Land, Sea and Air, p. 138.
[162] H. W. Baldwin. The Crucial Years 1939-1941. The World at War, pp. 320, 345.
[163] David Irving: Hitler's War, p. 350.
[164] Decisive Battles of the 20th Century. Land, Sea and Air, p. 249.
[165] B. H. L. Hart: History of the Second World War, p. 712.
[166] A. J. P. Taylor: The Second World War. An Illustrated History, p. 179.
[167] Correspondence between the Chairman of the Counsil of Ministers of the USSR and Presidents of the USA and the Prime Minister of Great Britain during the Great Patriotic War of 1941-1945, vol. 1, p. 267.
[168] E. F. Ziemke: Stalingrad to Berlin: The German Defeat in the East, p. 345.
[169] Alan Reid: A Concise Encyclopedia of the Second World War. Osprey Publishing Limited, London, 1974, p. 116.
[170] Falta esta nota en el original El escaneador.