El imponente Cerro de los Siete Colores en Purmamarca, Jujuy (Argentina)

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sábado, 27 de junio de 2015

LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL:
Mito y Realidad

OLEG A. RZHESHEVSKI – Última entrega

CAPÍTULO CUARTO

LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL Y EL MOMENTO ACTUAL

A fines de diciembre de 1945, el presidente de los Estados Uni­dos H. Truman escribió a J. V. Stalin: “Le repito mi convic­ción de que es mi deseo más sincero, y estoy seguro de que es el deseo del pueblo de los Estados Unidos, que el pueblo de la Unión Soviética y el pueblo de los Estados Unidos trabajen juntos para res­taurar y mantener la paz. Estoy seguro de que el interés de nuestros dos países por mantener la paz, pesa mucho más que cualesquiera diferencias posibles entre nosotros.”[1]
Unos días después, a principios de enero de 1946, el mismo H. Truman le comunicaba al secretario de Estado de los Estados Unidos, J. F. Byrnes: “No creo que debamos seguir ju­gando al compromiso. Debemos negarnos a reconocer a Rumanía y Bulgaria hasta que accedan a nuestras exigencias; debe­mos dar a conocer nuestra posición acerca de Irán en términos nada imprecisos y debemos continuar insistiendo en la internacionalización del canal de Kiel, la vía acuática Rin-Danubio y los estrechos del mar Negro y debemos mantener el control to­tal de Japón y el Pacífico. Debemos reconstruir China y crear un fuerte gobierno central allí. Debemos hacer lo mismo con Corea... Estoy cansado de mimar a los soviéticos.”[2]
¿Qué es esto? ¿Dos cursos incompatibles en la política de la posguerra, o desinformación en el primer caso y verdaderas aspiraciones del imperialismo norteamericano en el segundo?
La respuesta a esta interrogante reviste extraordinaria im­portancia para el análisis del vínculo existente entre los resultados de la Segunda Guerra Mundial y el momento actual.
La nueva correlación de fuerzas y el mito de la “amenaza soviética”
La Segunda Guerra Mundial fue un acontecimiento históri­co que influyó sobre todo el curso del desarrollo social de la humanidad. La derrota del fascismo alemán y el militarismo japonés, levantó una potente ola de transformaciones socio po­líticas, condujo al debilitamiento del capitalismo mundial, al re­vés más grande de las fuerzas de la reacción y la guerra. La co­rrelación general de fuerzas en el ámbito internacional, varió de manera radical a favor de la paz, la democracia y el socia­lismo. Esto fue el resultado del desarrollo normal del proceso histórico mundial, acelerado por una guerra que agudizó hasta el límite las contradicciones del sistema capitalista.
En la historiografía occidental se hace constar la gran in­fluencia de los resultados de la Segunda Guerra Mundial en los cambios ocurridos con posterioridad en el mundo. El año victorioso de 1945 es denominado en ocasiones como “el año más crucial del siglo XX”.[3] El historiador norteamericano L. Morton cali­fica la Segunda Guerra Mundial como “el acontecimiento de­cisivo de nuestra época, que señala el fin de una era y el comienzo de otra”.[4] Todavía antes de finalizar la guerra, a comienzos de 1945, el Estado Mayor Conjunto de los Estados Uni­dos señaló que los acontecimientos que ocurrían “eran de he­cho más comparables con los sucedidos por la caída de Roma que con cualquier otro cambio acontecido durante los siguientes 1 500 años”.[5]
Al definir la importancia histórica de los resultados de la Segunda Guerra Mundial, los autores occidentales refutan, gene­ralmente, el carácter objetivo de los cambios ocurridos en el mundo y su regularidad. Ofrecen a los lectores un cuadro desfi­gurado del  desarrollo del proceso histórico mundial.
Los principales resultados de la guerra. La Segunda Guerra Mun­dial finalizó con la bancarrota total y la capitulación incondi­cional de los países del bloque fascista militarista. Los resulta­dos con que llegó la URSS al final de la guerra, de­mostraron convincentemente que en el mundo no existen fuerzas capaces de destruir el régimen socialista, de poner de rodillas a un pueblo fiel a las ideas del marxismo leninismo y leal a su Patria.
La victoria de la Unión Soviética en la Gran Guerra Patria no sólo significó la derrota de Alemania, de sus aliados y saté­lites, de toda la organización político militar de los Estados del bloque fascista, sino que también se confirmó las proféticas pa­labras de V. I. Lenin acerca de que “todo intento de guerra contra nosotros significará, para los Estados que se enzarcen en este conflicto, agravar las condiciones que habrían podido te­ner sin la guerra y antes de la guerra, en comparación con las que obtendrán como resultado de ella y después de ella”.[6]
Aumentó inconmensurablemente el prestigio internacional de la Unión Soviética; se incrementó de manera gigantesca su influencia política en el mundo. Como una muestra de este pro­ceso puede servir la ampliación de las relaciones internacionales de la URSS: si antes de la Gran Guerra Patria, la Unión Sovié­tica mantenía relaciones diplomáticas con 26 Estados, ya a fines de la guerra esa cifra se había incrementado a 52.[7]
La victoria del pueblo soviético ejerció una profunda influen­cia en la opinión pública mundial. En las masas popula­res de los países capitalistas y coloniales se afirmó el conven­cimiento de que la URSS, como país socialista, es un baluarte seguro de la causa de la paz, la democracia y el progreso social.
El secretario general del Partido Comunista de Francia M. Torez, al expresar los profundos sentimientos de simpatía de los franceses a la URSS, escribió: “La incues­tionable superioridad del sistema socialista permitió a la URSS desempeñar el papel decisivo en el aniquilamiento del fascismo alemán y salvar así a Europa de la esclavitud bárbara. Después de esto, la unión y la amistad con la URSS se hicieron aún más queridas para el pueblo de Francia, aún más deseadas a los ojos de todos los franceses que luchan en de­fensa de la independencia nacional.”[8]
El veterano del movimiento obrero alemán y primer presi­dente de la República Democrática Alemana, Wilhelm Pieck, hizo la siguiente valoración de la importancia de la victoria de la URSS para el pueblo alemán: “No se ha dicho demasiado cuando se concluye: a la Unión Soviética no sólo agradece el pueblo alemán su liberación de la sangrienta dominación fascista y —en una tercera parte de Alemania— también de las fuerzas reaccionarias del imperialismo alemán, sino, además, su propia conservación y existencia nacional.”[9]
Líderes del mundo capitalista han declarado con reconoci­miento cuánto le debe el mundo al País de los Soviets. En su mensaje con motivo del Día del Ejército Soviético, el primer ministro inglés Winston Churchill escribió en febrero de 1945: “El Ejército Rojo celebra su vigésimo séptimo aniversario en me­dio de los triunfos que han ganado el ilimitado aplauso de sus alia­dos y han sellado el destino del militarismo alemán. Las futuras generaciones reconocerán su deuda con el Ejército Rojo tan sin reservas como lo hacemos nosotros, quienes hemos vivido para presenciar estos formidables logros.”[10]
La derrota del fascismo y del militarismo japonés en la Segunda Guerra Mundial, estuvo acompañada por un auge general del movimiento democrático de liberación de los pueblos.
En varios países de Europa y Asia surgieron nuevos eslabones débiles en el sistema del capitalismo. La lucha de los pueblos por la independencia, la liberación del yugo de los agre­sores germano fascistas y japoneses, se transformó en movimien­tos revolucionarios contra la dominación capitalista, por la eliminación de la explotación del hombre por el hombre, por una verdadera democracia y por la instauración de un régimen social justo. Esta lucha culminó con la victoria de revoluciones socia­listas en varios países de Europa y Asia. Surgió el siste­ma socialista mundial, cuyas fronteras se extienden desde el El­ba hasta el océano Pacífico, lo cual constituyó el acontecimien­to histórico mundial más importante después de la victoria de la Gran Revolución Socialista de Octubre.
El surgimiento del sistema mundial del socialismo transfor­mó, de manera radical, la situación en el mundo. De aquí en adelante, el curso del desarrollo histórico comenzó a estar deter­minado por la existencia y la lucha de dos sistemas mundiales. El socialismo se convirtió en una fuerza que influye, de manera decisiva, en la política mundial.
Se consolidan activamente las posiciones de los países so­cialistas en la economía mundial. De 1950 a 1975, los ritmos promedios anuales de incremento de la producción industrial en los países del CAME, fueron de un 9,6 %, y en los países ca­pitalistas desarrollados, de un 4,6 %; es decir, 2 veces menor. Los últimos años no han sido los más prósperos para la economía na­cional de los Estados socialistas. No obstante, los ritmos de cre­cimiento económico de los países del CAME, han sido 2 veces mayores que en los países capitalistas desarrollados. Crece de manera constante la participación de los países socialistas en la producción industrial mundial. En 1917, ésta era de un 3 %; en 1939, un 10 % (sólo la URSS); en 1950, un 17,3 % (URSS, RDA, RPB, RPH, RPP, RSR); en 1975, alrededor del 34 %.[11]
La victoria de la Unión Soviética en la Gran Guerra Patria, contribuyó al poderoso auge del movimiento obrero en los paí­ses capitalistas, al incremento del papel de los partidos comu­nistas, que demostraron ser, en los años de la lucha contra el fascismo, los defensores más fieles y seguros de los intereses del pueblo. Si en 1939 en el mundo había 61 partidos comunistas que agrupaban 4 millones de miembros, ya para el 1o de sep­tiembre de 1945 había 76 partidos, en cuyas filas se contaban 20 millones de comunistas. Los círculos gubernamentales de Ita­lia, Francia y otros países capitalistas, se vieron obligados, ante el auge de las fuerzas democráticas, a colaborar con los comu­nistas, lo que creaba condiciones nuevas y favorables para la lucha de la clase obrera por los intereses de los trabajadores. En la actualidad, los partidos comunistas, fortaleciendo su influencia en las masas, funcionan activamente en 94 países del mundo. Só­lo en Europa Occidental, en los últimos diez años a sus filas se han incorporado alrededor de 800 000 nuevos luchadores.[12]
La victoria de la Unión Soviética ejerció una poderosa in­fluencia en el desarrollo del movimiento de liberación nacio­nal en los países coloniales y dependientes; resultaron derrota­das potencias coloniales como Italia y Japón; fracasaron los planes de dominios coloniales de la Alemania fascista; Inglate­rra, Francia, Bélgica, Holanda y otras naciones poseedoras de colonias fueron incapaces para defender a los pueblos dependien­tes de la agresión fascista. La participación de los pueblos de las colonias y los países dependientes en la guerra justa, esti­muló el desarrollo de su conciencia nacional y clasista. Co­mo resultado de la Segunda Guerra Mundial se planteó la cues­tión de la liquidación del sistema colonial del capitalismo. En los años de la posguerra, en Asia, África y América Latina se consti­tuyeron más de 100 nuevos Estados independientes. El derrumbe de la esclavitud colonial bajo el empuje del movimiento de liberación nacional, es un acontecimiento de inmensa importancia histórica. El curso antiimperialista de estos Estados se refleja en el programa y en la actividad práctica del Movimiento de los No Alineados.
¿A quienes no convienen los resultados de la guerra? Los profundos cambios en la vida de toda la humanidad, determina­ron el inicio de una nueva fase en el desarrollo del proceso revolucionario mundial. Precisamente esto explica la aparición —poco después de la guerra— de declaraciones de per­sonalidades políticas reaccionarias de Occidente, y tras ellos de historiadores burgueses, sobre lo “absurdo” e “inútil” de la Segunda Guerra Mundial.
Uno de los primeros en calificar la guerra pasada como “in­necesaria” fue W. Churchill. En 1946, en uno de sus discursos, Churchill hizo gala de los colores más sombríos al pintar la amenazante situación creada, según sus palabras, en la Europa de la posguerra. “Entre los vencedores —señaló— hay una babel de vibrantes voces; entre los vencidos, el tétrico silencio de la desesperación.”[13] En el libro Guerra perpetua para paz perpetua [Perpetual War for Perpetual Peace], editado en los Estados Unidos, los resultados de la guerra se califican como “un calamitoso punto decisivo en la historia de la humanidad”.[14]
“No existe ningún acontecimiento de los siglos pasados —se lamenta el autor germanoccidental M. Freund—, que pueda de­finirse con tanta precisión como la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial. Ninguna transformación intelectual o espiri­tual, ninguna guerra, ninguna revolución han conmovido al mun­do en sus cimientos como lo hizo ella. Órdenes y sistemas de siglos fueron derrumbados por ella.”[15] “La rendición incondi­cional de Alemania trastornó el equilibrio de poder en Europa, y la de Japón tuvo resultados similares en Asia —escribe el his­toriador norteamericano R. Hobbs—... por tanto, no sólo Ale­mania y Japón, sino toda la civilización occidental perdió la guerra.”[16] El punto de vista de A. J. P. Taylor debe considerarse como una rara excepción: “Quienes la experimentaron —escribe — saben que fue una guerra justificada en sus objetivos y que tuvo éxito en lograrlos. A pesar de toda la matanza y la destruc­ción que la acompañó, la Segunda Guerra Mundial fue una buena guerra.”[17]
Es tan profundo el odio de las fuerzas imperialistas a las transformaciones sociales, la libertad y la independencia de los pueblos, que la salvación de la humanidad de la esclavitud fas­cista ha adquirido, en sus valoraciones, el carácter de catástro­fe. “Al final de la Segunda Guerra Mundial —se lamenta el pro­fesor norteamericano R. Strausz-Hupé en las páginas de una publicación oficial de la OTAN—, la influencia fundamental de Occidente en el Medio Oriente, militar, política y económica, no ha-bía sido desafiada; en África, desde Tánger hasta El Cabo, la influencia occidental era suprema; el océano Índico era un lago occidental, y la idea de que la decisión de un cártel comer­cial pudiera lanzar a Occidente a un desorden económico, habría sido objeto de burla como algo inadmisible.”[18]
Al analizar los resultados de la Segunda Guerra Mundial desde estas posiciones, los historiadores reaccionarios se han lanzado contra la política de los Estados Unidos e Inglaterra en el período de la guerra de aliarse a la URSS, de colaborar en la de­rrota militar del bloque fascista.
El profesor de la Universidad de Yale B. M. Russett afirma a los lectores que la neutralidad de los Estados Unidos en la pasada guerra habría sido mucho más conveniente, pues “Alemania probablemente no habría sido derrotada”.[19]
Existe una ley: mientras más reaccionarios son los puntos de vista de uno u otro historiador o personalidad política, más cínicamente se manifiestan a favor de una alianza con la Alema­nia fascista contra la URSS. Esos individuos declaran a F. Roosevelt el principal culpable de que los aliados occidentales, des­pués de vencer a la Alemania fascista y al Japón militarista, “cedieron”, supuestamente, los frutos de la victoria a la Rusia Soviética. No callan que el principal resultado de la guerra —la consolidación de la Unión Soviética y las fuerzas del so­cialismo en el ámbito internacional—no satisface a los círculos gubernamentales de los Estados Unidos; se quejan de que el Gobierno de Roosevelt “pasó por alto” la posibilidad real de destruir a la URSS a manos de Alemania y Japón. Para funda­mentar esta concepción profascista, los historiadores reaccionarios recurren a la argumentación —común de los falsificadores— acerca del “totalitarismo” de Moscú y la “amenaza” a los inte­reses norteamericanos. “La concentración de poder de ataque totalitario en un solo centro, Moscú —escriben los autores del libro Guerra perpetua para paz perpetua—, es más desventajosa y amenazante, desde el punto de vista de la seguridad norteame­ricana, que la distribución de este poder entre varios centros: Berlín, Tokío, Moscú y Roma. Además, el comunismo es más pe­ligroso que el nacional socialismo, el fascismo o el autoritarismo japonés”.[20]
C. Bohlen, ex embajador de los Estados Unidos en la URSS, en sus memorias se adhiere a la crítica del curso de la política exterior de Roosevelt e intenta denigrar al presidente mismo y a sus colaboradores cercanos: H. Hopkins, E. R. Stettinius y A. Harriman y a otras personalidades políticas y militares, quie­nes sostenían una actitud realista en las relaciones con la URSS. Según la opinión de Bohlen, Harriman “no comprendía” la na­turaleza del sistema soviético, y el agregado militar en Moscú, coronel Faymonville, “no era muy útil, porque era propenso a estar a favor del régimen soviético en casi todas las acciones.”[21] Bohlen mismo considera un mérito haber sustentado siempre po­siciones antisoviéticas. “En aquellos días descubrí —escribe Boh­len— que era casi imposible convencer a los demás de que la admiración por el extraordinario valor de las tropas rusas y el incuestionable heroísmo del pueblo ruso, estaba cegando a los norteamericanos ante los peligros de los líderes bolcheviques.”[22]
La crítica a la política de F. Roosevelt no es el objetivo final de los historiadores burgueses. Se plantean tareas más amplias, directamente relacionadas con el curso actual del im­perialismo; intentan desacreditar la coalición antihitleriana formada durante la guerra y, con ello, quebrar la fe de los me­dios sociales de los países capitalistas en la posibilidad de una colaboración pacífica con los países socialistas, sobre la base de que esa colaboración  “siempre sólo beneficiaría a Moscú”.
La revista francesa Lectures françaises, conocida por su tendencia profascista, reaccionaria, afirma a sus lectores: “La historia se desarrolla de manera implacable y totalmente opuesta a la que habían deseado los políticos que creían dirigirla. Hitler perdió su guerra porque había evaluado de manera erró­nea, el comportamiento británico. Churchill perdió su victoria porque no comprendió a tiempo que hacía falta modificar la trayectoria de la política de las democracias, antes del derrumbe de Alemania”.[23]
Esa es la concepción general de los resultados de la guerra en la interpretación de la mayoría de los historiadores y los auto­res de memorias burguesas; concepción que se emplea, directa o indirectamente, para fundamentar la actual política agresiva del imperialismo.
¿Quiénes amenazan a la paz?Después de finalizar la grandiosa batalla y de derrotar al enemigo —señaló L. I. Brézhnev—, los principales participantes de la coalición antihitleriana no siguieron el camino común de edificar una paz firme, sino dife­rentes vías. Pudiéramos decir que no había tenido tiempo de secarse la tinta en la declaración de la derrota de Alemania —fir­mada en Berlín por los representantes de la URSS, los Estados Unidos, Inglaterra y Francia—, cuando nuestros ex aliados co­menzaron a romper los vínculos que habían unido a los principa­les participantes en la guerra contra el fascismo alemán.”[24]
La responsabilidad fundamental por la ejecución de esa po­lítica corresponde al imperialismo norteamericano y queda explicada por los planes de instauración de la hegemonía mundial por parte de los EE.UU. Ya a fines de 1940, el pre­sidente de la Junta de la Conferencia Industrial Nacional [Na­tional Industrial Conference Board] de los EE.UU., V. Jor­dan, declaró: “Cualquiera que sea el resultado de la guerra, América se ha aventurado en una carrera imperialista, tan­to en los asuntos mundiales como en todo otro ámbito de su vida.”[25] En verdad, mientras duró la guerra, los fines agresivos del imperialismo estadounidense fueron enmascarados con cui­dado. Los historiadores norteamericanos Joyce y Gabriel Kolko llegan a la siguiente conclusión: “En esencia —escriben en el libro Los límites del poder—, el propósito de los Estados Unidos era reestructurar el mundo de manera que los negocios norteamericanos pudieran comerciar, operar y obtener ganancias sin restricciones en todas partes. En esto había unanimidad absoluta entre los líderes norteamericanos, y fue alrededor de este núcleo que ela­boraron sus políticas y programas.”[26]
El monopolio del arma atómica engendró la ilusión de que la instauración de la supremacía mundial de los EE.UU. era real. Precisamente a partir de tales cálculos, la adminis­tración de H. Truman se orientó a la preparación de una nueva guerra. “Los rusos pronto serán puestos en su sitio —declaró  H.  Truman—... Los Estados Unidos entonces tomarán la delantera en dirigir al mundo de la manera que el mundo me­rece ser dirigido.”[27]
La bomba atómica hizo perder la cabeza no sólo a Truman. H. Hoover, ex presidente de los Estados Unidos, exclamó histérica­mente que la bomba atómica “concede el poder a los Estados Uni­dos y a Gran Bretaña de dictar la política a todo el mun­do”.[28]
Una parte componente de esta política consistía en crear a nivel mundial, una opinión pública en el espíritu del curso reaccionario de la política interna y externa de los EE.UU. La propaganda del anticomunismo y el antisovietismo se convir­tió en parte inseparable del actuar de la administración norteamericana.
En esa propaganda ocupan un lugar especial las invenciones acerca de la “amenaza soviética”. El mito de la “amenaza sovié­tica” es el principal instrumento ideológico del cual se valen para justificar la política de la “guerra fría”, la carrera arma­mentista y, prácticamente, cada acción agresiva del imperialismo, sea cual sea la región del planeta donde se lleve a cabo: contra Afganistán y la República Democrática Alemana, Checoslova­quia y Polonia, la República Democrática de Corea y Vietnam, Laos y Kampuchea, Líbano y Egipto, Cuba y la República Do­minicana, Nicaragua y El Salvador. Encubiertos en el mito de la “amenaza soviética” se siembra el odio y la desconfianza ha­cia la Unión Soviética y los otros países socialistas, hacia el movimiento obrero y de liberación nacional de los trabajado­res.[29]
A propósito, cuando Truman, en diciembre de 1945, aseguraba a J. V. Stalin que su deseo más sincero era que el pueblo de la Unión Soviética y el de los Estados Unidos “tra­bajen juntos para restaurar y mantener la paz”, el jefe de las Fuerzas Armadas de los aliados occidentales en Europa, general D. Einsenhower, y sus Estados Mayores ya habían presentado en Washington un plan de guerra contra la URSS, el cual fue aprobado por el presidente de los EE.UU. H. Truman, des­pués de habérsele dado los últimos toques. A la realización de ese plan, que recibió con posterioridad la denominación de “Dropshot”, se subordinó toda la política externa e interna de los EE.UU., y más tarde también la de sus aliados de la OTAN y otros bloques occidentales.
El plan “Dropshot”, al ser una expresión concentrada del curso político de los Estados Unidos, posibilita explicar hoy día en su totalidad el llamado de W. Churchill a una “cruzada contra el socialismo” —hecho por él en marzo de 1946 en Fulton en presencia de Truman— y los orígenes de la “guerra fría y del macartismo, la predestinación de las valoraciones negati­vas de los resultados de la Segunda Guerra Mundial y del mito de la “amenaza soviética”, como medios de engaño a la opinión pública mundial y norteamericana en lo referente a los verda­deros objetivos de la política de los Estados Unidos.
El contenido de los planes de ataque a la Unión Soviética se conoció a partir de documentos norteamericanos publicados en 1978. Esos documentos muestran que se había planeado comen­zar ese ataque bajo el falso pretexto de una supuesta irrupción, iniciada por las tropas soviéticas, a Europa Occidental; con eso se tenía en cuenta realizar una guerra con el empleo ilimi­tado del arma nuclear y la participación de pueblos de todos los continentes. De manera que esos planes preveían, nada me­nos, que el desencadenamiento de una tercera guerra mundial.
Atrae la atención el carácter clasista claramente manifies­to de esos planes. “La más grave amenaza a la seguridad de los Esta­dos Unidos [es decir, al poder de los monopolios. —El autor]... surge de la naturaleza del sistema socialista”. El principal ob­jetivo político de la guerra, como se deduce de los documentos señalados, consistía en “destruir las raíces del bolchevismo” mediante la derrota militar de la URSS y sus aliados, en restau­rar el capitalismo y el colonialismo y en el logro de la hegemo­nía mundial norteamericana con ayuda del bloque de la OTAN.
La idea estratégica del plan “Dropshot” se formuló de la siguiente manera: “En colaboración con nuestros aliados, conse­guir los objetivos de guerra contra la URSS destruyendo la voluntad y la capacidad de resistencia soviéticas, realizando una ofensiva estratégica en Eurasia Occidental y una defensa estra­tégica en el Lejano Oriente.”[30]
Estaba previsto llevar a cabo esa idea estratégica en cua­tro etapas.

Primera etapa: golpe inesperado con medios de destrucción masiva al territorio de la URSS, en particular a las zonas den­samente pobladas (300 bombas atómicas en 30 días). A conti­nuación se proponía efectuar bombardeos atómicos y, además, lanzar 250 000 toneladas de bombas “corrientes”. Se calculaba que de esa manera se inutilizaría un 85 % de la industria soviética y un 95 % de la industria de los demás países so­cialistas, y serían exterminados 6,7 millones de la población civil.

Segunda etapa: preparación de operaciones ofensivas con el objetivo de entrar en el territorio de la URSS y sus aliados. En esta etapa se tenía previsto continuar los bombardeos aéreos y culminar la concentración —en las fronteras de la URSS y otros países socialistas— de una agrupación de la OTAN forma­da por 164 divisiones (de ellas, 69 norteamericanas) y 7 400 aviones. La necesidad de fuerzas navales para garantizar la ofen­siva y los desembarcos de la infantería, se calculó que sería de 24 portaviones escoltas y alrededor de 700 buques de los princi­pales tipos. Las Fuerzas Armadas de la OTAN, como las de Australia, Nueva Zelanda y la Unión Sudafricana, debían esta­blecer en este período el control de todas las comunicaciones marítimas y oceánicas.

Tercera etapa: conquista del territorio de la URSS y sus alia­dos por las Fuerzas Armadas de los EE.UU. y los demás paí­ses de la OTAN. Para alcanzar los objetivos planteados estaba previsto el uso no sólo del arma atómica, sino también de otros tipos de armas de exterminio masivo: la química, la biológica y la radiológica. En el plan “Dropshot” se señalaba: “En esa campaña se hace hincapié en el exterminio físico del enemigo.”

Cuarta etapa: instauración del régimen de ocupación en el territorio de la URSS; división de su territorio en cuatro zonas de ocupación, con la dislocación de tropas norteamericanas en las ciudades claves de la URSS, así como en Gdansk, Varsovia, Sofía, Praga, Budapest, Bucarest, Constanza, Belgrado, Zagreb, Tirana y, en el Lejano Oriente, en Seúl.
Las intenciones de los estrategas norteamericanos no se li­mitaban a esto. Después de la derrota de la URSS y sus alia­dos en Europa y en la RDPC, tenían pensado apoderarse de la RPM, China y toda el Asia Sudoccidental; aplastar los “levanta­mientos procomunistas” en Indochina, Malaya, Birmania y otras regiones; es decir, aplastar el movimiento de liberación nacio­nal en todo el mundo y restablecer el dominio colonial del im­perialismo.

El plan “Dropshot” planteaba emplear contra la URSS 250 divisiones, con efectivos de un total de 6.250.000 hombres. En la aviación, la flota, las unidades de la de­fensa antiaérea, y las tropas auxiliares, debían participar 8 millones de hombres más. El total de efectivos de las fuerzas armadas de los agresores, que actuarían bajo la dirección de Estados Unidos, debía alcanzar los 20 millones de hombres.[31]
Además de las acciones militares directas contra la URSS, el plan “Dropshot” tenía previstas amplias operacio­nes de “guerra psicológica”, dirigidas a quebrantar la moral de la población de la URSS y el uso de traidores (“disiden­tes”). En el plan se subrayaba: “Una resistencia más efectiva [contra el Poder soviético. —El autor] en esta forma de sabotaje organizado y actividad guerrillera, sería improbable de desarro­llar, de manera significativa, hasta que se les garantice orien­tación y apoyo desde Occidente.”[32]
Ese era el proyecto de la guerra preventiva contra la URSS y los demás Estados socialistas. El plan “Dropshot” se mantu­vo en vigor hasta 1957.
En un espíritu análogo también actuaban los círculos guber­namentales de Gran Bretaña. En julio de 1981, el periódico in­glés The Times informó que el Comité de Jefes de los Estados Mayores de Gran Bretaña estuvo elaborando, de enero a julio de 1946, de manera urgente planes de guerra contra la URSS con el uso del arma bacteriológica. En junio de 1946, ante el Gabinete de Ministros de Gran Bretaña se presentó un informe sobre las futuras tendencias en el desarrollo del ar­ma y los métodos de la guerra. Los autores del informe anali­zaban las posibilidades de empleo del arma atómica y el arma bacteriológica contra la URSS. Según sus cálculos, la aviación de bombardeo, actuando desde las islas británicas, podría destruir 58 ciudades soviéticas con una población de más de 100 000 habitantes cada una y situadas a 1 500 millas de los aeródromos militares ingleses. De aumentar la longitud de vuelo de los bombarderos ingleses hasta 1 850 millas, podrían atacar 21 grandes ciudades soviéticas más.[33]
Pero los planes inglés y norteamericano de guerra contra la URSS con el empleo de armamento de destrucción masiva, resultaron irreales. Los éxitos alcanzados por la Unión Sovié­tica después de la guerra le garantizaron tal poderío militar y económico que resultaba imposible de destruir por las fuerzas guerreristas del imperialismo. La eliminación del monopolio nor­teamericano sobre el arma nuclear, asentó un duro golpe a esos planes. En la Unión Soviética se fabricó e incorporó como ar­mamento el arma atómica propia y, más tarde, también el arma de hidrógeno. En este sentido, H. Truman hizo la siguiente anotación en sus memorias: “Nuestro monopolio llegó a su fin antes de lo que habían predicho los expertos.”[34] La creación en la Unión Soviética de potentes cohetes intercontinentales y los lanzamientos exitosos de los satélites artificiales y las naves cós­micas teledirigidas soviéticas, hicieron polvo las esperanzas de superioridad de los Estados Unidos y la exportación de la contrarre­volución. La guerra mundial también se convirtió en algo pe­ligroso para la ciudadela del imperialismo: los Estados Unidos de América.
El equilibrio alcanzado en la década del 70 en la esfera de los armamentos, obligó a los círculos gubernamentales de los EE.UU. a hacer correcciones sustanciales en sus planes agre­sivos; pero el objetivo político fundamental de la reacción im­perialista se mantiene invariable: debilitar al socialismo, socavar la unidad de los países de la comunidad socialista, preparar la guerra y, de darse el caso, aniquilar a la URSS por la vía militar.
Un curso peligroso. La política hostil contra la Unión Soviéti­ca también entra en los planes futuros de los círculos gubernamentales norteamericanos. El ex jefe de las fuerzas navales de los Estados Unidos, almirante E. Zumwalt, escribió en la compila­ción Gran estrategia para los años 80 [Grand Strategy for the 1980's]: “La Unión Soviética es claramente la principal antago­nista de los Estados Unidos... como hoy y para el futuro previsible, el principal obstáculo para el logro de los objetivos norteame­ricanos es la Unión Soviética.” El almirante llama a “aunar fuerza política y económica para fomentar nuestros propios intereses y frustrar los de la Unión Soviética”.[35]
La política de la administración de Reagan, que incluye las medidas extremas —hasta el balanceo al borde de la guerra—, se orienta precisamente al enfrentamiento directo con la URSS y, en sustancia, al logro de la hegemonía mundial. Co­mo resultado de esa política se agravó bruscamente la situación internacional.
Habiendo abandonado el rumbo a la distensión internacional, los círculos gobernantes de los EE.UU., para alcanzar sus objetivos en el ámbito mundial, confiaron principalmente en la fuerza y, sobre todo, en su superioridad militar. “Debemos construir la paz en base a la fuerza... La paz debe basarse en la fuerza... La paz será firme si somos fuertes...”: estas palabras las pronunció el mismo Reagan, presidente de los Estados Unidos.
A tenor con estos planteamientos se llevan a cabo preparativos bélicos sin precedentes por su envergadura, que tienen por objeto romper el equilibrio estratégico militar formado entre los EE.UU. y la URSS, cambiar el balance de fuerzas militares a favor de los Estados Unidos y, sobre esta base, asegurar al imperia­lismo norteamericano la posibilidad de regir a su antojo los des­tinos de otros Estados y pueblos.
En Washington se incuban los planes de emplear los prime­ros el arma nuclear, se examinan diversas variantes de guerra nuclear y se efectúan cálculos para salir vencedores de ella. De conformidad con esos designios agresivos se hace particular incapié, dentro del sistema de preparativos bélicos, en el acrecen­tamiento acelerado del potencial nuclear estratégico. Se están creando o se despliegan ya los misiles intercontinentales de pri­mer golpe “MX” y “Minitmen”, los nuevos submarinos cohete-riles atómicos tipo “Ohio”, los nuevos bombarderos estratégi­cos “B-1B” y “Stelt”, los misiles crucero de largo alcance con base terrestre, naval y aérea. Aumentan las fuerzas portacohetes submarinas. En enero de 1985 se echó al agua el séptimo submarino atómico tipo “Trident”, pertrechado de 24 cohetes. El Pentágono proyecta elevar el potencial nuclear estratégico a 20 000 cargas nucleares hacia 1990 y seguir aumentándolo en adelante.
En Europa Occidental, cerca de las fronteras de las URSS y sus aliados, se está desplegando una nutrida agrupación de misiles nucleares norteamericanos de alcance medio, destinada a cumplir misiones estratégicas.
Además de medios nucleares, a las fuerzas armadas norteame­ricanas se les suministran en abundancia armas químicas. Se fa­brican a todo vapor municiones neutrónicas. Al mismo tiempo se ponen a punto y entran en servicio nuevos sistemas de armas convencionales, próximos por sus características de combate a los medios de exterminio en masa.
Crean una nueva amenaza extraordinariamente grave para la seguridad internacional los planes de militarización del cos­mos formulados por Washington, el propósito de imponer a la humanidad la era de las “guerras estelares”. Los intentos de realizarlos pueden originar nuevas orientaciones en la carrera armamentista y desestabilizar sensiblemente la situación políti­co militar.
Enarbolando la bandera de la “cruzada por la libertad”, los círculos político militares de los EE.UU. imponen la política de enfrentamiento directo con la URSS y de escalada de los prepara­tivos bélicos a sus aliados de los bloques militares, para poner al servicio de sus propios intereses militaristas todos los recursos de Occidente, y conseguir que los países de la OTAN asignen su­mas mayores a los programas militares.
En los EE.UU., los gastos militares en 1985 se aproximan a la cifra astronómica de casi 300 000 millones de dólares, y para el próximo quinquenio (1985-1989) se proyecta asignar al Pen­tágono más de dos billones de dólares, o sea, más que du­rante los 15 años precedentes.
Desde su llegada al poder, la administración de Reagan no ha hecho nada para consolidar los cambios positivos antes alcanza­dos en el mundo y reforzar la confianza entre los Estados pertenecientes a los sistemas sociopolíticos diferentes. Al contrario, ha desorganizado con sus esfuerzos el proceso de limitación y reducción de los armamentos nucleares, que se inició en los años setenta, y ha frustrado las importantes negociaciones sobre los modos de afianzar la seguridad internacional. “Esa adminis­tración —señaló A. Gromyko— ha trabajado bastante para des­concertar y, más aún, destruir lo hecho por sus predecesores. Ha trabajado, si es admisible expresarse de este modo, con un garrote, asestando golpes tan pronto a un acuerdo como al otro”.
Un testimonio más de que la política y la estrategia de los EE.UU. son agresivas en esencia, es su terca negativa a asumir el compromiso de no emplear los primeros el arma nuclear.
Washington utiliza en gran escala la fuerza militar y  mé­todos terroristas como medio de presión sobre los gobiernos inconvenientes y para combatir los regímenes progresistas. La di­rectiva presidencial número 138, del 3 de abril de 1984, sobre “la lucha contra el terrorismo internacional” estipula la acción adelantada de los destacamentos especialmente preparados, incluyen­do los que forman parte de las fuerzas armadas, contra los mo­vimientos nacional patrióticos y revolucionarios y contra los paí­ses que les prestan apoyo. Los ejemplos más recientes de cómo esto se realiza en la práctica son la injerencia militar directa en el Líbano, la intervención armada en la Granada indefensa, la guerra no declarada contra Nicaragua, y las acciones de zapa contra las fuerzas de liberación nacional de Guatemala. Han alcanzado proporciones en extremo peligrosas las provocaciones militares y las amenazas constantes contra Cuba. Son objeto de amenazas y chantaje también otros países de América Latina que tratan de aplicar una política no ajustada entera­mente a los intereses de los EE.UU.
En una entrevista concedida a la revista germanoccidental Stern, en diciembre de 1984, Fidel Castro, Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba, Presidente del Consejo de Estado y del Consejo de Ministros de la República, dijo que los EE.UU. son reacios a la existencia de los gobiernos independientes que de­fienden los intereses de sus países. El líder cubano indicó que Washington intenta hacer recaer sobre Cuba y la URSS la responsabilidad por los problemas de América Central, pero los mismos EE.UU. intervinieron ya a comienzos de nuestro si­glo en Cuba, República Dominicana y Haití. Ayudando a los gobiernos y los tiranos venales en los últimos 50 años —explicó Fidel Castro— los “defensores de la democracia” esta­dounidenses mante-nían con ello la miseria y el bajo nivel de desarrollo, pues no les han interesado nunca las escuelas, la sani­dad pública ni el progreso económico de América Latina. Sus divagaciones actuales sobre el “progreso”, las “reformas” y la “democracia” son sólo intentos de impedir la vic­toria de la revolución en América Central. Esta es la causa de su intervención en Granada.
Por temor a que la esencia de la política militaris­ta norteamericana deje de ser un secreto para los pueblos, Wa­shington recurre a subterfugios y falsea los hechos. Continúa utilizándose como uno de los argumentos en favor de la política de la carrera armamentista el vetusto mito de la “amenaza militar soviética”.
La propaganda occidental lanza todos los días una multitud de informaciones, cifras y datos inventados para engañar y confundir a las gentes, hacerlas desconfiar de la política seguida por la Unión Soviética. Se divulgan los falaces asertos respecto a la “agresividad” de la URSS y el Tratado de Varsovia. Pero embaucar a los pueblos es cada vez más difícil. El carácter gra­tuito de los alegatos de la administración de Reagan a la “amena­za soviética” está claro para muchos investigadores en Occiden­te. El prestigioso historiador inglés M. Howard, profesor honoris causa de la Universidad de Oxford, dice al respecto, con cierta reserva, en su nuevo libro titulado Las causas de guerras: “En el oeste de Europa predomina la opinión general de que la inter­pretación norteamericana de la amenaza soviética tiene su ori­gen en algunos factores de política interior inherentes a la pro­pia Norteamérica —la presión del complejo militar industrial y, en mayor grado aún, la aspiración a restablecer el prestigio na­cional después de las humillaciones de Vietnam y Watergate—, antes que en la política real de la Unión Soviética”[36].
Desatendiendo documentos y hechos irrefutables, los his­toriadores de Occidente tratan de presentar los amplios prepara­tivos militaristas de los EE.UU. y sus aliados de la OTAN como “reacción” al propósito soviético de dominación mun­dial[37]. Se divulgan patrañas calumniadoras acerca de la políti­ca soviética, se callan las iniciativas pacíficas de la URSS. El co­nocido historiador inglés Andrew Rotstein, veterano comunis­ta británico, se expresó así sobre este particular: “Al ciudadano de un país socialista le es difícil imaginar, probablemente, hasta qué grado la mayoría de los ingleses ignora si existen, en general, las propuestas soviéticas de desarme y menos aún tiene noción de los detalles. Tan densa es la cortina de si­lencio con la que los envuelven la prensa, la radio y los politi­castros capitalistas”. Este juicio bien puede aplicarse también a los EE.UU. y otros países capitalistas.
La URSS y los demás países de la comunidad socialista hacen todo lo posible para mantener y robustecer la paz, librar al gé­nero humano de la amenaza de una nueva guerra mundial, or­ganizar una colaboración equitativa y mutuamente ventajosa; pero no pueden permanecer indiferentes ante los preparativos bélicos que realizan los EE.UU. y sus socios de la OTAN. Teniendo en cuenta la situación actual, se ven obligados a tomar las me­didas pertinentes para reforzar su seguridad.
“Nuestra preocupación por la seguridad de la Patria socialista —dijo Konstantín Chernenko— es comprensible para toda persona sensata. En cada familia soviética no se borrará nunca el dolor de las pérdidas ocasionadas por la pasada guerra. Nues­tro país inmoló 20 millones de vidas humanas en aras de su independencia; para salvar a la civilización mundial de la amenaza de ser avasallada por los bárbaros fascistas”[38].
Los historiadores contra la historia
Desde el primer día de su existencia, el País de los Soviets tomó el camino de la lucha por una paz duradera sobre la Tie­rra. Y ya hace seis décadas y media que sigue firmemente por esa vía. Ningún tipo de provocaciones, intrigas ni amenazas del imperialismo apartarán a la URSS y sus aliados del camino elegido. Sólo en los años de la posguerra, la URSS ha presentado más de cien propuestas dirigidas a detener la carrera armamentista, lograr el desarme, Y garantizar la se­guridad de las naciones.
En contra de las lecciones de la historia. Otra es la política que realizan las fuerzas reaccionarias imperialistas. En poco más de dos siglos de existencia, los EE.UU. han llevado a cabo guerras de conquistas contra casi 50 países de Europa, Asia, Áfri­ca, América del Sur y el Norte; han efectuado cientos de ope­raciones punitivas contra los pueblos de los países coloniales y dependientes. En los años de la posguerra, las fuerzas de la agresión y el militarismo han desencadenado alrededor de 150 guerras y conflictos militares locales, cuyas víctimas sobrepasan los 25 millones de personas. En el período transcurrido entre 1946 y 1975, los EE.UU. recurrieron, de manera directa o indirecta, 215 veces al empleo de las fuerzas armadas y amenazaron a otras naciones con la intervención militar. En Washington se analizó 19 veces la cuestión del empleo directo del arma nuclear, con lo cual se colocó al mundo al borde de una catástrofe nuclear.[39] Entre los trabajos “científicos” que se elaboran en los EE.UU. y otros países capitalistas sobre la base de la “experiencia histórica”, existe una tendencia que apunta directamen­te al desencadenamiento de una nueva guerra. Éstos son historia­dores que se manifiestan contra las lecciones de la historia. Su esfera de actividad es muy amplia y abarca diferentes períodos de la historia mundial. En esta tendencia desempeña un papel bastante grande la falsificación de los resultados y las lecciones de la Segunda Guerra Mundial. La incitación a la guerra con­tra la URSS, la rehabilitación de los crímenes de los agresores fascistas, la propaganda del revanchismo y el antisovietismo, son su contenido fundamental.
Comencemos con el siguiente ejemplo. El antes citado L. Fischer hace una valoración objetiva, a primera vista, de la derro­ta de las tropas germano fascistas ante Moscú. Escribe que esa victoria fue el resultado de la firmeza de los generales y los sol­dados del Ejército Rojo, de todo el pueblo soviético. La lección histórica de la derrota de los ejércitos de Napoleón y de Hitler la ve en que ahora “es probable que nunca más haya otra inva­sión de Rusia desde Occidente”.[40]
¿Qué significa “desde Occidente”? La respuesta a esta inte­rrogante es posible encontrarla en una de las revistas norteame­ricanas, que publicó un artículo bajo el título El octavo camino a Moscú [The Eighth Road to Moscow], cuando Fischer trabaja­ba en el libro. Su autor, el teniente coronel D. Palmer, contó que la URSS, desde los vikingos basta la Alemania fascista en 1941, fue atacada en toda su historia siete veces. Esas campañas fracasaron en su opinión, porque los conquistadores irrumpieron desde Occidente. Palmer propone una octava variante de ataque a Moscú: desde el Oriente. Al analizar por qué debe tomarse la oriental como la dirección prin­cipal para atacar a la URSS, la revista plantea: “Sin duda, Chi­na Roja podría ser nuestro aliado más firme en un conflicto con Rusia... No puede permitirse que antiguas advertencias contra la guerra terrestre en Asia nos cieguen simplemente ante futuras posibilidades... Si podemos o no lanzar una invasión desde Asia, podría ser hoy un punto discutible; pero es muy posible maña­na.” Las tropas norteamericanas, se señala a continuación, cons­tituirían el grueso de las fuerzas de ataque, apoyándose en sus bases militares y, quizás, “incluso en parte de la propia China continental”. El ataque en una dirección secundaria desde Euro­pa Occidental, analiza el autor, lo encabezará probablemente la RFA. Se llega a una conclusión: “En resumen, lanzar el ataque principal desde China no sólo es una alternativa factible, sino que pudiera ser simplemente la mejor alternativa.”[41]
Semejantes recomendaciones provocadoras recuerdan mucho los cálculos de los “muniquenses” del período de la década del 30. Pero la Segunda Guerra Mundial, como es sa­bido, estalló con un enfrentamiento entre los países que inten­taban formar una alianza antisoviética común. Las contradiccio­nes irreconciliables entre ellos sobrepasaron el odio hacia la URSS que los unía. Los EE.UU. e Inglaterra esperaban el ataque de la Alemania fascista a la URSS, pero, para entonces, la existencia de esas mismas “democracias occidentales” depen­día de la capacidad de la URSS de resistir y vencer en la lucha contra la agresión fascista.
Las fuerzas aventureristas del imperialismo internacional; y en particular de los EE.UU. y sus aliados de la OTAN, vinculan sus principales cálculos con la posibilidad de ganar una guerra nuclear contra la URSS. La concepción de la “admi­sibilidad” de la guerra nuclear ocupa un lugar central en la propaganda militarista contemporánea. En esta campaña criminal también tratan de poner su grano de arena esos histo­riadores reaccionarios que, como L. Cooper, actúan en el papel de incitadores a la guerra. Cooper publicó el libro Muchos ca­minos a Moscú [Many Roads to Moscow], en el cual analiza las causas de la derrota de Carlos XII, Napoleón, Hitler, y las explica en el espíritu de los postulados conocidos: los vastos es­pacios de Rusia, la gran población, el clima crudo. Plantea des­pués esta pregunta retórica. “¿Es cierto que cualquier agresor que esté lo bastante loco o desesperado para intentar la con­quista de Rusia por tierra, deba afrontar siempre las mismas di­ficultades insuperables?” La respuesta suena impensada: “Debe ser cierto que Rusia es demasiado grande... para que esa aven­tura no triunfe jamás por medios convencionales[42] [la cursiva es mía. —El autor.], con lo cual indica la posibilidad de abrirse paso hacia Moscú con ayuda del arma atómica.
La actividad de los historiadores reaccionarios, dirigida a rehabilitar los crímenes del fascismo, debe analizarse dentro de la preparación de una nueva guerra contra la Unión Soviética y contra las fuerzas revolucionarias de la actualidad. Pre­cisamente dentro de esos cauces deben analizarse los planes de realización de esa guerra, calculados para exterminar a decenas y cientos de millones de personas. También aquí el arma de los falsificadores es la mistificación, las provocaciones organiza­das con la participación de la CIA y otros centros subversivos.
Los abogados de lso críimenesdel fascismo. Son características las especulaciones realizadas durante muchos años por la propa­ganda reaccionaria alrededor del “asunto de Katyn”, los inten­tos de culpar a los “órganos soviéticos del NKVD” de la muer­te de 11.000 oficiales polacos, bestialmente exterminados por los hitlerianos en el bosque de Katyn cerca de Smolensk.
La historia de estas especulaciones es muy curiosa. Está tomada de un documento falso difundido por Goebbels en el oto­ño de 1943, poco antes de la liberación de Smolensk por el Ejér­cito Soviético y del inevitable desenmascaramiento de los mons­truos fascistas como los culpables de otro crimen más cometido por ellos: el asesinato masivo de los prisioneros de guerra pola­cos. “Los calumniadores de Goebbels —se señalaba en el comunicado soviético oficial publicado el 16 de abril de 1943— se han ocupado de difundir en los últimos dos o tres días inven­ciones difamatorias y abominables acerca de un supuesto fusilamiento en masa de oficiales polacos por los órga­nos soviéticos ocurrido en la primavera de 1940 en la zona de Smolensk... Las informaciones germano fascistas no dejan lugar a dudas sobre el trágico destino de los ex militares polacos que en 1941 se hallaban en las zonas situadas al oeste de Smo­lensk en obras de construcción y que cayeron en poder de los verdugos germano fascistas junto a muchos soviéticos resi­dentes en la zona de Smolensk... Al difundir invenciones ca­lumniosas sobre supuestas atrocidades soviéticas en la pri­mavera de 1940... los hitlerianos... intentan librarse de la res­ponsabilidad de haber cometido un crimen bestial... Los asesi­nos germano fascistas... que exterminaron en la misma Polonia a cientos de miles de ciudadanos polacos, no lograron engañar a nadie con la calumnia y la mentira ruin.”[43]
Los ulteriores acontecimientos mostraron que la falsifica­ción de Goebbels, perseguía fines de mayor alcance: crear una brecha en la coalición antihitleriana y asegurar condiciones de política exterior favorables para la ofensiva estival en el frente soviético alemán. (La preparación para la operación “Zitadelle” —la ofensiva de la Wehrmacht en el Arco de Kursk— co­menzó en marzo de 1943.) “La propaganda alemana —escribió W. Churchill— ha producido esta historia precisamente para abrir una grieta en las filas de las Naciones Unidas.”[44] Pero el Primer Ministro británico llevaba a cabo un doble juego, tratando de debilitar por todos los medios las posiciones de la URSS en la coalición antihitleriana después de la decisi­va victoria del Ejército Soviético en Stalingrado. Con el cono­cimiento del propio Churchill, el gobierno burgués terratenien­te polaco en la emigración, creado en Londres, apoyó las inven­ciones de la propaganda de Goebbels, publicó una declaración que contenía la calumnia contra la URSS y, prácti­camente simultáneamente con los hitlerianos, se dirigió a la Cruz Roja Internacional para pedirle la realización de una investigación en el lugar —es decir, en el bosque de Katyn, en territorio entonces ocupado por los hitlerianos y bajo su con­trol—, para lo cual sólo tenían posibilidades los criminales fas­cistas.
“La circunstancia —escribió J. Stalin a W. Churchill y F. Roosevelt— de que la campaña antisoviética se haya iniciado al mismo tiempo en la prensa alemana y la polaca, y siga patrones idénticos, es evidencia indudable de contacto y colusión entre Hitler, el enemigo de los aliados, y el Gobierno de Sikorski en esta campaña hostil.”[45] Las acciones antisoviéticas del gobierno polaco de la emigración en Londres, obligaron a la URSS a romper relaciones con él.
El diario inglés The Times señaló que había muchas interrogantes: “Los alemanes han ocupado el distrito durante casi dos años, ¿cómo es que sólo ahora han descubierto esas tumbas?... Los propios alemanes han asesinado a muchos miles de polacos, y han alardeado de ello. ¿Están tratando de apro­vechar el asesinato de algunas de sus propias víctimas? ¿Por qué sus propias historias acerca del descubrimiento difieren tanto en contenido? Primero dicen que se enteraron de los asesinatos hace dos años; un poco después declaran que se enteraron sólo a fines de marzo de 1943. Sus estimados acerca de la cantidad de cadáveres varían de un día a otro, de 1 200 a 15 000. Saben que en realidad no puede haber ninguna investigación indepen­diente o cabal y, por tanto, se sienten libres para inventar como quieran.”40
Inmediatamente después de la liberación de Smolensk por el Ejército Soviético en septiembre de 1943, una comisión especial­mente creada por el Gobierno Soviético se ocupó de investigar las circunstancias del fusilamiento, por los agresores germano fascistas, de los prisioneros de guerra polacos en el bosque de Katyn. Destacados expertos en medicina legal y representantes de los medios sociales, entre ellos, el académico N. N. Burdenko, el comisario del Pueblo para la Educación, académico V. P. Potiomkin, el escritor Alexéi Tolstói, el Metropolitano de Moscú, Nikolái y otras personalidades formaban la comisión.
“Al analizar con cuidado todo el material que se halla a disposición de la comisión especial —se señala en los resultados de la investigación, publicados por la comisión—, es decir, las declaraciones de más de 100 testigos interrogados, los datos de los expertos médicos legales, los documentos y la evidencia ma­terial, y las pertenencias tomadas de las sepulturas del bosque de Katyn, podemos llegar a las siguientes conclusiones definitivas:
“5. Los datos del examen médico legal determinaron, sin ninguna sombra de duda, que
“a)   La fecha del fusilamiento fue el otoño de 1941.
“b) La aplicación por parte de los ejecutores alemanes, cuan­do fusilaban prisioneros de guerra polacos, de un método idén­tico —un disparo de pistola en la nuca— al utilizado por ellos en los asesinatos masivos de los ciudadanos soviéticos en otras ciudades, en especial en Oriol, Vorónezh, Krasnodar y en la propia Smolensk.
“7. Las conclusiones a que se llegó, tras estudiar las declaraciones juradas y los exámenes médicos legales referen­tes al fusilamiento de prisioneros de guerra polacos por los alemanes en el otoño de 1941, se confirmaron a plenitud con la evidencia material y los documentos descubiertos en las sepulturas de Katyn.
“8. Al fusilar a los prisioneros de guerra polacos en el bos­que de Katyn, los invasores fascistas alemanes realizaban consecuentemente su política de exterminio físico de los pueblos eslavos.”[46]
El 15 de enero de 1944, los crímenes de los nazis en el bos­que de Katyn pudo observarlos en ese mismo lugar un gran gru­po de periodistas occidentales, entre quienes estaba A. Werth, corresponsal del diario inglés Sunday Times, quien se convirtió posteriormente en un destacado historiador. Al plan­tear en detalle su punto de vista acerca de las relaciones soviético polacas en los años de la guerra, A. Werth, al referirse en particular al “asunto de Katyn”, subrayó que, como se había aclarado, “los polacos habían sido asesinados con balas alemanas, hecho que —a juzgar por su diario— había perturbado en gran medida a Goebbels”.[47] También se convenció de la veraci­dad de lo sucedido K. Harriman, hija de A. Harriman, embaja­dor de los EE.UU. en la URSS, quien acompañó a los pe­riodistas occidentales en ese viaje.
Las conclusiones de la comisión y otros materiales relacio­nados con el “asunto de Katyn” se publicaron en su totalidad en la prensa y, después, se editaron como documentos oficiales del proceso seguido contra los principales criminales de guerra nazis en Nuremberg en 1946. (Documentos de la URSS, 54, 507; Documento 402 PS; Documentos de la URSS, 507/402 PS, etc.).[48]
No obstante, debido a los esfuerzos del Departamento de Estado de los EE.UU. y diferentes centros antisocialistas diversionistas que actúan en Occidente, la versión de Goebbels acerca de los acontecimientos en el bosque de Katyn se revitalizó con fines hostiles al socialismo y se dirigió a lograr una rup­tura de las relaciones fraternales entre la URSS y la Polonia so­cialista. Tomada como arma por los líderes contrarrevoluciona­rios del cacareado sindicato “Solidaridad”, la venenosa mentira goebbelsiana se utilizó para provocar animosidades antisoviéti­cas y antigubernamentales entre los polacos poco conocedores de la historia.
Pero los intentos de los enemigos por asestarle un duro gol­pe a la amistad soviético polaca —y entre esos intentos, las viles especulaciones del trágico destino de los oficiales polacos aniquilados por los hitlerianos— están condenados al fracaso. La amistad soviético polaca es indestructible.
La campaña que se efectuó hace ya muchos años acerca de los prisioneros de guerra alemanes del período de la Segunda Guerra Mundial, está subordinada a rehabilitar los crímenes de los hitlerianos y, al mismo tiempo, a calumniar a la URSS. En los últimos diez años, la “base documental” de esa cam­paña es la compilación, editada en la RFA en 15 tomos (22 li­bros), Para una historia de los prisioneros de guerra alemanes de la Segunda Guerra Mundial.[49] La compilación contiene una prolija descripción de la vida de los prisioneros de guerra alemanes en la URSS, Yugoslavia, Polonia, Checoslova­quia, los EE.UU., Gran Bretaña, Francia y otros países. La parte fundamental de la “investigación” (siete tomos) se dedi­ca a la vida de los prisioneros de guerra alemanes en la URSS. Tergiversando hechos y acontecimientos, sus autores intentan demostrar que la URSS no observó las normas legales internacionales respecto a los prisioneros de guerra alemanes, que la vida de éstos en el cautiverio era una constante “tortura”. Análogamente se presenta la vida de los prisio­neros de guerra en Polonia, Checoslovaquia y Yugoslavia.
La derrota de la Wehrmacht fascista y la captura de sus sol­dados, oficiales y generales fue el resultado natural de la agre­sión hitleriana al Estado soviético. La Unión Soviética, a pe­sar de los gravísimos crímenes cometidos por los hitlerianos en su territorio, actuaba conforme a los principios de humanidad en el trato a los prisioneros de guerra de la Wehrmacht, y observaba de manera rigurosa los acuerdos internacionales. En las condi­ciones de inmensas dificultades materiales que sufría el Estado soviético como resultado de la esclavitud fascista, a los prisione­ros de guerra alemanes y de otras naciones de los ejércitos del bloque fascista se les aseguró todos los tipos vitalmente impres­cindibles de avituallamiento, ayuda médica y otros.
Mediante una resolución del Consejo de Comisarios del Pueblo de la URSS del 1o de julio de 1941 se aprobó el “Reglamento acerca de los prisioneros de guerra” —de acuerdo con el cual a estos últimos se les garantizaba la vida—, se determinaron el orden y las reglas de su manutención.
Este Reglamento se aprobó en reiteradas ocasiones en las órdenes del Jefe Supremo. Así vemos que en la orden N° 55 del 23 de febrero de 1942 se subrayaba: “El Ejército Rojo tomará prisioneros a los soldados y los oficiales alemanes si se entregan y les respetarán la vida.”[50] Como anexo al Reglamento, el 11 de ju­nio de 1943 se emitió una directiva del Jefe del Estado Mayor General del Ejército Soviético, en la cual se indicaban las con­cesiones a quienes se entregaran prisioneros voluntariamente: una mayor norma de alimento, alojamiento en campos especiales situados en condiciones climáticas más favorables, preferencia en la elección del trabajo según su especialidad y envío de car­tas a sus familias, retorno sin tener que esperar turno a su patria o (a deseo del prisionero de guerra) a cualquier otro país inme­diatamente después de finalizada la guerra.
El Mando del Ejército Soviético cumplía de manera estricta los requisitos planteados en estos documentos. En los campos establecidos en la profunda retaguardia de la URSS, a los prisioneros de guerra se les garantizaba todo lo necesario y a quienes tra­bajaban, también dinero.
Una demostración convincente de la actitud humanitaria hacia los soldados, los oficiales y los generales alemanes prisioneros en la URSS, del cumplimiento fiel por parte del Gobierno sovié­tico y del Mando del Ejército Soviético de las normas interna­cionales de tratamiento a los prisioneros de guerra, son las miles de declaraciones verdaderas de estos últimos, hechas abierta­mente en diferentes momentos por representantes de distintas clases y grupos sociales. Entre ellas, una inmensa mayoría per­tenece a personas de nacionalidad alemana.
En una declaración conjunta de un grupo de generales y ofi­ciales alemanes que se manifestaron en especial sobre esa cuestión, se señaló: “En casi dos años hemos tenido la posibilidad de conocer diferentes campos para prisio­neros de guerra y pudimos convencernos que están en lugares sanos y producen una buena impresión, tanto por su as­pecto externo como por su organización interna... Los prisio­neros de guerra son empleados para trabajar en dependencia de su capacidad de trabajo y, dentro de lo posible, de su profe­sión... Los prisioneros de guerra no se emplean en trabajos no­civos para la salud. El tiempo de trabajo establecido donde quiera es de ocho a nueve horas; por lo general, el domingo es libre. El estado de salud de los prisioneros de guerra es relativa­mente bueno, la alimentación es suficiente. Los prisioneros de guerra que trabajan en las empresas rusas reciben, además, ali­mentación complementaria, en ocasiones bastante considerable. Los prisioneros de guerra agradecen la solícita atención médica y sanitaria que les brindan los médicos alemanes y rusos... He­mos constatado y declaramos que los prisioneros de guerra son atendidos según las costumbres y los acuerdos internacionales. Los soldados y los oficiales prisioneros de guerra están convencidos que después de la guerra regresarán a la Patria sanos, capacitados para trabajar e ilesos.” La declaración se firmó por el jefe de la 376a División de Infantería, teniente general Edler von Da­niels, el jefe del 14° Cuerpo Blindado teniente general H. Schlemmer, el jefe del 12° Cuerpo de Ejército, teniente general Vincent Müller, el jefe de la 295a División de Infantería, mayor general, doctor Otto Korfes, el jefe de la 305a División de Infante­ría, coronel, doctor A. Szimaitis, el jefe de la 24a División Blin­dada, mayor general A. von Lensky y otros. Los autores de la compilación Para una historia de los prisioneros de guerra ale­manes... ignoran declaraciones semejantes y presentan a título de verdad sólo la mentira de “los horrores del cautiverio ruso”.
Tras los intentos de tergiversar la situación de los prisio­neros de guerra alemanes en la URSS, también se esconde el otro objetivo de la compilación Para una historia de los prisio­neros de guerra alemanes de la Segunda Guerra Mundial: justi­ficar el bárbaro trato a los prisioneros de guerra so­viéticos por los hitlerianos y sus seguidores. Los críme­nes de la camarilla fascista contra los prisioneros de guerra so­viéticos son ampliamente conocidos, fueron condenados en el pro­ceso de Nuremberg, y los autores están obligados a referirse a ellos, aunque sea de pasada. En la compilación se hace creer la tesis de que los crímenes contra los prisioneros de gue­rra soviéticos tuvieron carácter episódico y no reflejan la si­tuación real de las personas prisioneras de los fascistas alemanes. Sin embargo, los hechos dicen lo opuesto.
La historia no conoce crímenes más salvajes que los cometidos por los fascistas para abrirse paso a la consecución de sus objetivos de conquista. Oswiecim, Majdanek, Treblinka, Dachau, Mauthausen, Buchenwald, Ravensbrück. Estos y otros nombres de los centros de la “industria” fascista de la muerte, donde fueron exterminados 11 millones de ciudadanos de la URSS, Polonia, Francia, Yugoslavia, Checoslovaquia, Holanda, Bélgica y otros países, jamás se borrarán de la me­moria de los pueblos.
El historiador militar de la RDA H. Kühnrich cita datos de múltiples asesinatos de prisioneros de guerra soviéticos en cam­pos de concentración. “La liquidación de los prisioneros de gue­rra soviéticos aumentó en gran medida... Decenas de miles de ciudadanos soviéticos perecieron víctimas de la vesania de los bandidos de las SS. En el campo de concentración de Buchenwald se ultimaron unos 7 200, en el de Auschwitz 8 320, en el de Sachsenhausen 18 000, en el de Mauthausen 3 135, en su mayo­ría por fusilamiento, y esto en el curso de unas pocas se­manas.”[51]
La política de los órganos oficiales del Reich fascista y el Mando de la Wehrmacht hacia los prisioneros de guerra soviéticos, evidencia a la perfección la esencia misantrópica del fascismo. Esta política fue parte componente del genocidio co­metido contra el pueblo soviético. Pero la verdad no existe para los falsificadores de la historia. El historiador militar de la RFA J. Hoffmann rechaza simplemente estos hechos y escribe de manera desvergonzada que las condiciones de vida de los prisioneros de guerra en los campos de concentración nazis, “eran suficientes para mantener la vida y la salud de un ser hu­mano.”[52]
La camarilla militar japonesa también cometió atrocidades en igual grado. Una de las órdenes del Mando japonés, presenta­da ante el Tribunal de Tokío, rezaba que los prisioneros de gue­rra “serán exterminados ya sea de uno en uno, en grupo, mediante bombardeo, envenenamiento con gases o sustancias ve­nenosas, ahogándolos, decapitándolos o con otros medios en de­pendencia de la situación”. En un solo campo, el O'Donnell, de abril a diciembre de 1942 perdieron la vida no menos de 27 000 norteamericanos y filipinos. Las masacres y las torturas de to­do tipo, el asesinato de los prisioneros de guerra sin previa ce­lebración de juicio, son sólo una parte de los crímenes de guerra demostrados por las pruebas presentadas ante el tribunal. Por doquier en los territorios ocupados por los japoneses, en los campos de concentración para prisioneros de guerra y civiles in­ternados, reinaba el mismo régimen, el cual borraba el límite entre los carceleros y las fieras salvajes. Pero las fieras bípedas superaban, de manera notable, a los habitantes de la jungla en las muestras de sadismo.[53]
Sin embargo, en nuestros días se hacen esfuerzos para que todo eso sea olvidado. En Inglaterra abrieron, no hace mucho, un campo de concentración-museo fascista, donde los amantes de las “sensaciones fuertes” pueden pasar tres días en barracas “verdaderas”, dormir en tarimas vigilados por guardias en uni­formes de las SS, y llegar finalmente a la conclusión de que no les ha sucedido nada. La fantasía de los negociantes ingleses es una burla a la historia y a la memoria de los hombres, incluida la de sus compatriotas, muchos de los cuales perecieron en los campos de muerte alemanes y japoneses.
El alcalde de la ciudad italiana Marzabotto, D. Gruicchi, relataba que hace ya más de 20 años en la RFA y Austria se realiza una desvergonzada campaña a la cual sirve de blanco la tragedia de los habitantes de esa ciudad, quienes fueron bestialmente exterminados por las SS en septiembre de 1944. Han aparecido dos libros —La mentira de Marzabotto y Marzabotto es un engaño mundial— que justifican a los criminales fascistas. El diario germanoccidental Die Welt publicó un artículo donde se describe al criminal y verdugo W. Raeder, organizador de esa matanza, como un “valiente soldado vícti­ma inocente de la confabulación de los comunistas italianos”. El reaccionario semanario francés Rivarol llamó “cuento” a las informaciones de la muerte de millones de reclusos en los campos de concentración hitlerianos. Posteriormente, en la revista parisina L'Express fue publicada una entrevista, de la cual se deducía que las cámaras de gases no habían existi­do en absoluto y que “sólo mataban los piojos”.
En este mismo contexto debe analizarse la campaña dirigida contra los procesos de Nuremberg y Tokío, seguidos contra los principales criminales de guerra. Los procesos de Nuremberg (20.11.1945-1.10.1946) y Tokío (3.05.1946-12.11.1948) desenmascararon la esencia misantrópica del fascismo alemán y del militarismo japonés, sus sangrientos crímenes, las monstruosas invenciones para exterminar pueblos y Estados completos. En el juicio del Tribunal Internacional en Nuremberg se señala, de manera especial, que “iniciar una guerra de agresión no sólo es, por tanto, un delito internacional, sino el delito internacional su­premo, el cual sólo difiere de otros crímenes de guerra en que contiene en sí el mal acumulado de todos”.[54]
Once de los principales criminales de guerra alemanes y sie­te japoneses —incluidos ex jefes de gobiernos, de las fuerzas armadas y de instituciones diplomáticas—fueron condenados a muerte y ahorcados por haber desencadenado la guerra y cometi­do otros crímenes de lesa humanidad. Otros fueron condenados a diferentes tipos de reclusión en prisión.
Las sentencias de esos tribunales preocupan, como es lógi­co, a los actuales instigadores de la guerra. A solicitud de ellos, varios historiadores occidentales se han dado a la tarea de desacreditar los procesos de Nuremberg y Tokío. La argumen­tación que emplean es característica: “Las mentiras de las deu­das de guerra [de los criminales juzgados.—El autor] hace ya mucho que no van dirigidas contra el militarismo prusiano del pasado —escribe H. Härtle de la RFA—, sino contra el poder defensivo de la República Federal Alemania, contra el Bundeswehr alemán.”[55] La revista francesa Lectures Françaises, al dirigirse a los lectores jóvenes que no conocen los “terribles años de la guerra” y a quienes “les esconden la verdad”, escribió: “En Nuremberg se ahorcó a quienes un tribunal, formado por los vencedores, juzgó culpables de haber querido, preparado y desatado el conflicto que arrasó a Occidente. Pero los condenados no eran los únicos culpables. Había otros, a quienes la Alta Corte de Justicia ignoró.” Esta revista profascista declara principales culpables de la guerra... a los comunistas, apoya­dos por... Churchill, Eden, Reynaud y Roosevelt, quienes realizaban una política “prosoviética”.[56]
Es posible encontrar ataques a la decisión de los aliados de enjuiciar a los criminales de guerra alemanes y japone­ses no sólo en los neofascistas. Estos ataques van apareciendo, cada vez con mayor frecuencia, en los trabajos de historiadores norteamericanos, ingleses y franceses; se enseñan en las escue­las. En el libro de texto En busca de la autodeterminación. His­toria americana moderna [The Search for Identity. Modern American History], editado en los EE.UU., los autores re­futan la legalidad de la decisión de los aliados de condenar a los criminales de guerra, al poner como justificación que “un in­dividuo no podría considerarse responsable de violar leyes para las cuales no existían estatutos, penas y medios de observancia en el momento en que fueron cometidos los actos”,[57] aunque existían y existen normas jurídicas internacionales que determi­nan las acciones contrarias al derecho que violan las leyes y las cos­tumbres de la guerra. Estas normas se han definido en conven­ciones internacionales aprobadas en las Conferencias de La Haya de 1899 y 1907 y la Conferencia de Ginebra de 1929. En 1943, los aliados publicaron la Declaración de Moscú sobre la responsabilidad de los hitlerianos por la comisión de crímenes. En la Conferencia de Crimea, en 1945, como desarrollo de esa declaración, se adoptó el acuerdo de castigar a los criminales de guerra. Así pues, existía todo fundamento jurídico para enjuiciar a los criminales de guerra; pero los falsificadores bur­gueses, engañando a sus lectores, ocultan con mucho cuidado este aspecto del problema, pues desenmascara sus intentos de comprometer los procesos y rehabilitar a los criminales.
En los EE.UU. y Europa Occidental hace ya muchos años que en los estantes de las librerías y las pá­ginas de diarios y revistas, viene apareciendo gran cantidad de libros, memorias, artículos y otras publicaciones sobre el Reich fascista, Hitler y sus colaboradores. El carácter de es­ta literatura se distingue en gran medida de las publicaciones de los primeros decenios posteriores a la Segunda Guerra Mun­dial. Si antes se intentaba, en general, explicar las causas de la derrota de Alemania poniendo como motivos “los errores del Führer”, actualmente se desarrolla una campaña de rehabilitación de Hitler y el fascismo como tal.
“Hitler no sólo se convirtió en el Führer de los alemanes —escribe la revista germanoccidental Der Freiwülige—, se ha convertido, directa o indirectamente, en el Führer de todos los europeos, quienes desencantados de las democracias corruptas de sus países después de 1940, han reconocido un nuevo principio de dirección de éstas.” El diario germanoc­cidental Deutsche National Zeitung publicó varios ar­tículos bajo un título común: Vida y muerte de Adolfo Hitler, en los que el régimen fascista alemán se denomina “el bien del pueblo alemán” y al Führer, “un luchador por la sal­vación contra el comunismo”.[58] Los falsificadores burgueses de la historia afirman el “fatal error” de Churchill y Roosevelt, al no valorar a Hitler cuando éste luchaba contra el “bol­chevismo asiático” en aras de la salvación de Europa.
Llama la atención que la campaña de rehabilitación del fascismo, y en primer lugar, de la Wehrmacht, se efectúa en las Fuerzas Armadas de la RFA. En el documento oficial El Bundeswehr y las tradiciones, a los jefes de las grandes y pequeñas unidades se les impone como obligación hacer propaganda, por todos los medios, “a las gloriosas tradiciones”, “al valor” de los soldados y los oficiales de la Wehrmacht, quienes deben servir de “ideal a la joven generación de soldados del Bundeswehr”.
“Conservar la tradición no sólo significa pensar en el pasa­do. También significa aprovechar las fuerzas del pasado que mantienen su vigencia en la hora actual, para que esas fuer­zas nos ayuden a enfrentarnos al presente y al futuro”, declaró uno de los jefes del Bundeswehr, el general Maiziere.[59]
En el transcurso de varios años, en la RFA se vienen publicando semanalmente folletos bajo un título común: Relatos acerca de lo vivido: De la historia de la Segunda Guerra Mun­dial, dirigidos a los soldados del Bundeswehr y la juventud civil. En esos folletos se publican materiales sobre la ruta militar de las grandes y pequeñas unidades de la Wehrmacht; se presentan, de manera popular, las campañas de conquista de la Alemania fascista; se narran ejemplos de los hechos “heroicos” de los soldados y los oficiales del Reich hitleriano. La crónica fílmica fascista de los años de la guerra, que glorifica a la Wehrmacht, se proyecta regularmente por la televisión germana occidental.
El mando del Bundeswehr da nombres de ex generales y oficiales nazis —entre ellos, de criminales de guerra— a los cuartales donde está dislocado el actual ejército germano occidental. El cuartel de Mittenwald lleva el nombre del gene­ral Kübler, condenado a muerte por el jurado yugoslavo en 1947 por los crímenes cometidos en los territorios de Polonia, la Unión Soviética, Yugoslavia e Italia del Norte. El nombre del criminal de guerra general Konrad se adjudicó al cuartel de la Bundes­wehr en Bad-Reihenhalle. Hay gran cantidad de ejemplos similares.
En el Bundeswehr también se acostumbra a dar a los cuarte­les nombres de lugares y ciudades que volvieron a formar parte de Polonia, la URSS y Checoslovaquia como resultado de la Segunda Guerra Mundial. Nombres como “Pomerania”, “Prusia Oriental”, “Ostmark”, “Tannenberg”, “Breslau”, deben educar, según las ideas de los jefes del Bundeswehr, a los soldados germanoccidentales en el espíritu del revanchismo. En enero de 1981, el diario de los comunistas germanoccidentales comunicó que en los cuarteles del Bundeswehr en Defendorf/Inn a los soldados se les enseña un mapa “de la gran Alemania, con los te­rritorios de la actual República Federal y de la RDA, así como territorios de Polonia, Checoslovaquia y la Unión So­viética”.[60]
El mando del Bundeswehr estimula el establecimiento de vínculos entre las grandes y pequeñas unidades y las organizacio­nes de antiguos SS y soldados de la Wehrmacht. Esos vínculos permiten recordar, de manera constante, a los jóvenes soldados el “heroico pasado combativo” del ejército alemán. En 1981 se emitió en la RFA una medalla en honor al almirante Karl Doenitz. En las comunicaciones de propaganda con motivo de ese hecho y publicadas en varios diarios de la RFA, se decía: “La muerte de Karl Doenitz significa la pérdida de la más destacada personalidad de la historia alemana.” Así, el cri­minal de guerra Doenitz, a quien Hitler denominó “un nacional socialista hasta el tuétano” y condenado a 10 años de prisión por el Tribunal de Nuremberg, se presenta como el “héroe” ale­mán. El Deutsche National Zeitung aclara: “La lucha contra el comunismo no puede ser convincente hoy sin el debido reconocimiento a quienes lucharon ayer contra el comunismo con las armas en la mano.”
La viabilidad de las ideas fascistas preocupa a la opinión pública de la RFA y obliga a pensar a algunos líderes actuales de Alemania Occidental.
El ex ministro de defensa y posteriormente canciller de la RFA, Helmut Schmidt, escribió en su libro El equilibrio del po­der [The Balance of Power] que en el Bundeswehr existen “cier­tas tendencias de carácter retrógrado, derivadas de malas tra­diciones, que no están de acuerdo totalmente con las normas de vida y conducta de nuestro orden social democrático”.[61]
Una tesis peligrosa. La declaración de Schmidt desmiente las afirmaciones de los historiadores burgueses que exigen poner fin a la “polémica” contra el fascismo y enfocarlo “de manera objetiva”, sobre la base de que el fascismo se ha convertido, di­cen, en historia y en las condiciones actuales no representa nin­guna amenaza real para la democracia burguesa; de que se comprometió “lo suficiente” en la Segunda Guerra Mundial, y por eso no vale la pena prestar una atención seria a la acti­vidad de los neonazis.
Semejante tesis encierra un gran peligro. En la década del 20, las autoridades burguesas valoraban de manera muy escéptica la posibilidad de que Hitler y su partido arribaran al poder en Alemania; en la del 30, los fervientes partidarios de la políti­ca de “pacificación” aseguraban a la opinión pública que exis­tían fundamentos para llegar a un acuerdo con la Alemania fas­cista. Las trágicas consecuencias de esa miopía política son co­nocidas. El comentarista del diario francés Le Monde, E. Roussel, escribió el 8 de mayo de 1981: “Treinta y seis años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, el espectro del nazismo viene de nuevo a inquietarnos. Despertado, después de tanto tiempo, por una propaganda insidiosa y absurda que quiere ex­cusar, y a veces exaltar, la barbarie hitleriana. Las evidencias admitidas por todos los hombres de buena fe, son, en efecto, ne­gadas, con desprecio de los hechos, por un puñado de fanáticos que se cubren abusivamente con el nombre de historiadores y lo deshonran.”[62]
En el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, el fascismo fue derrotado, pero no se suprimieron las raíces clasistas que propician su resurgimiento. El fascismo fue, y sigue siendo fruto del régimen capitalista en las condiciones de agudiza­ción de todas sus contradicciones. Y sería erróneo hoy día re­nunciar al peligro del resurgimiento del fascismo, de la trans­formación gradual de los regímenes democrático burgueses en fascistas; al peligro de que en algunos países se instauren dic­taduras militares terroristas no encubiertas en absoluto. Los acontecimientos acaecidos en Chile, la República de África del Sur y varios otros países, muestran la posibilidad real de que la reacción imperialista utilice regímenes en extremo reaccionarios en la lucha contra el movimiento democrático de las masas populares.
Los partidos o grupos neofascistas actúan en la RFA, Ita­lia, Francia, en varios otros Estados de Europa Occiden­tal, en los Estados Unidos de América. Se han convertido en una fuerza influyente en algunos países de América Latina, incre­mentan su actividad en África y Asia. La reacción imperialista se arma gustosamente de las ideas del fascismo: el anticomunis­mo feroz, la inclinación a la violencia y el militarismo, las teo­rías racistas, el derecho de una “nación elegida” a dominar a otros pueblos. Bajo la bandera de la defensa de los “intereses vitales” de los Estados Unidos se ha desarrollado una propaganda tendente a justificar la injerencia norteamericana en los asun­tos internos de otras naciones, se cultiva el mito de la “misión especial de los Estados Unidos en la dirección del mundo.”
Las fronteras son sólidas. En los últimos años ha crecido en gran medida la actividad revanchista de los historiadores occidentales de poner en tela de juicio la legalidad de las fronteras establecidas como resultado de la Segunda Guerra Mundial y determinadas en los acuerdos de las conferencias de Crimea (Yalta) y Berlín (Potsdam), como las fronteras de la Polonia Popular en la línea del Oder y el Neisse. ¿A qué se refiere esto?
En la Conferencia de Berlín (Potsdam) de 1945, los jefes de Gobierno de la URSS, los EE.UU. e Inglaterra acordaron que “los antiguos territorios alemanes al Este de una línea que va desde el Báltico casi al oeste de Swinemuende, y de ahí a lo largo del Oder hasta la confluen­cia del Neisse occidental, y a lo largo del Neisse occiden­tal hasta la frontera checoslovaca —incluida la porción de Prusia Oriental no situada bajo la administración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas—, de acuerdo con el enten­dimiento alcanzado en esta Conferencia —e incluida la zona de la antigua ciudad libre de Danzig—, estarán bajo administra­ción del Estado polaco y para esos fines no deben considerarse parte de la zona soviética de ocupación en Alemania.”[63]
Inmediatamente después de finalizada la guerra, los elemen­tos revanchistas y profascistas de Alemania Occidental desarrollaron, con la connivencia de las autoridades de ocupación norteamericanas e inglesas, una amplia campaña en la cual intenta­ron “demostrar la ilegalidad” de las fronteras en el Oder-Neisse. En 1946, el ex diplomático hitleriano G. Vogel, en nombre del gobierno de la tierra de Hessen, elaboró un memorándum acerca de cuestiones de política exterior. Este documento conte­nía la solicitud de no reconocer los resultados territoriales de la Segunda Guerra Mundial. Se planteaba el siguiente argumento: Alemania no había firmado los acuerdos de Berlín. No se encu­brían los cálculos de apoyo por parte de círculos gubernamentales norteamericanos y británicos muy influyentes “los cuales tenían una posición de no rechazo hacia la idea de una corrección de las fronteras”[64] en favor de Alemania.
Durante más de 30 años, el problema de las fronteras en Europa se ha estado planteando, en la historiografía burguesa reaccionaria, como “una cuestión no solucionada de la Segunda Guerra Mundial”;[65] se reiteran las afirmaciones de la “ilegali­dad de la frontera en el Oder-Neisse”.[66]
En un libro de texto norteamericano para las escuelas de enseñanza media, editado en 1978, se señala que la cuestión de la línea Oder-Neisse “es todavía un asunto sin solucionar en la política europea”.[67]
Durante mucho tiempo, la República Federal Alemana no reconoció oficialmente los resultados de la Segunda Guerra Mun­dial, ni la situación real que se había conformado en Europa; pero en la década del 70, este curso de los círculos gubernamen­tales de la RFA sufrió cambios sustanciales. El gobierno de coa­lición del PSDA y el PDL, que arribó al poder consideró imprescindible normalizar las relaciones con los países socialistas, lo cual significó un viraje hacia el realismo en la política exte­rior de Bonn.
En el acuerdo entre la RFA y la URSS, firmado en 1970, se reflejó la inviolabilidad territorial de las fronteras en Europa, entre ellas, la frontera Oder-Neisse y las fronteras entre la RFA y la RDA. Esto significó el reconocimiento de la Repú­blica Democrática Alemana por parte de la RFA y la renuncia oficial del Gobierno de Bonn a los planes revanchistas de rea­nálisis de los resultados de la Segunda Guerra Mundial. Con pos­terioridad, estas importantes cuestiones se reafirmaron en acuer­dos entre la RFA y la RDA (1972), entre la RFA y la RPP (1973) y entre la RFA y la RSCh (1973).
No obstante, la campaña revanchista continúa y crece.
Las exigencias de revisar los resultados de la Segunda Gue­rra Mundial y de reconsiderar el acuerdo referente a la fron­tera Oder-Neisse, se han tomado como armas por las agrupaciones neofascistas de Alemania Occidental. Plantean las consignas de “Devolución de las tierras orientales” y “Renacimiento del gran imperio alemán.” Algunos círculos gubernamentales tampoco han renunciado a las ideas de revancha y de reconsideración de la frontera Oder-Neisse. En 1981, los ministros germanoccidentales responsabilizados con las cuestiones de la edu­cación, llegaron al acuerdo de reflejar en los libros de texto es­colares las fronteras del Reich alemán tal como eran antes del 1937, y denominar en alemán las ciudades polacas y soviéticas que se encuentren den-tro de los límites de esas fronteras.
Durante la activación de los elementos antisocialistas en la República Popular de Polonia, que actuaban por guiones ela­borados por los servicios especiales de los Estados imperialistas y de la OTAN, los revanchistas germanoccidentales han incre­mentado su propaganda referente a arrebatar a Polonia las tie­rras occidentales. En enero de 1981, la organización neofascista AKON (“Acción Oder-Neisse”) difundió en la RFA un volante en el cual se decía que “el descontento del obrerismo polaco, demostrado por las olas de huelgas, abre una nueva fase en la lucha por la devolución de los territorios alemanes del Este”. Los autores del volante aprovechan los sucesos de Polonia para mos­trar “la incapacidad del Estado polaco de administrar los te­rritorios alemanes del Este”.[68]
Los intentos provocadores de obtener la revisión de las fron­teras establecidas en Europa como resultado de la Segunda Guerra Mundial, están condenados como es natural al fracaso. La inviolabilidad de las fronteras de la RPP y la RDA, está ga­rantizada por el derecho internacional y por todo el poderío de los países de la comunidad socialista. Sin embargo, es imposible no valorar el papel que desempeñan esas provocaciones en la creación de una atmósfera de psicosis revanchista.
Un turbio torrente de intimidaciones. En los Estados Unidos y Europa Occidental se publican uno tras otro libros del más di­verso carácter: desde los populares paperbooks dirigidos al lector masivo hasta “investigaciones científicas”, en las cuales se des­criben diferentes variantes del surgimiento de la guerra con co­hetes nucleares. Se elabora toda una serie de “guiones” de desen­cadenamiento de la guerra, en los cuales el papel de agresores se les atribuye a los países del Tratado de Varsovia y, en pri­mer lugar, a la URSS. Sobre el lector se arroja toda una avalancha de suposiciones fantásticas y descripciones “espan­tosas”: sobre las ciudades de Europa y América se han lanzado cohetes soviéticos con cargas nucleares, los tanques soviéticos se han abierto paso hasta La Mancha, Japón perece bajo los golpes de los cohetes nucleares, la flota soviética amenaza a Australia y Nueva Zelanda, y muchos otros detalles “horripilan­tes” de futuras catástrofes.
Veamos uno de esos “guiones”, cuya acción se ubica a ini­cios de la década del 50. “La Tercera Guerra Mundial ha co­menzado... Los aliados —sobre todo, norteamericanos y británi­cos— ofrecen una breve resistencia en el Rin; pero el frente se desploma el 3 de enero, cuando el frente del mariscal Malinovsky establece una cabeza de puente en el Wesser, con bastante probabilidad en la misma zona por donde cruzó Montgomery en la Segunda Guerra Mundial... En toda Europa Occidental se pone de manifiesto el brazo de la acción comunista y, utilizan­do armamentos y explosivos de la Segunda Guerra Mundial almacenados para este momento... el 6 de enero, la bandera roja es izada sobre París y en las demás capitales de Europa Occiden­tal.”[69]
El escritor germanoccidental F. Hitzer ofrece una relación completa de libros editados en la RFA acerca de este tema: Los rusos avanzan, Ellos vendrán, La bandera roja sobre Bonn, Cru­zada contra la República Federal, Europa indefensa. “Las per­sonas en mi país —escribe F. Hitzer— se encuentran día tras día bajo los impactos de proyectiles cargados de anticomunismo y antisovietismo.”[70]
En 1979, en París se publicó el libro Euroshima. Este extra­ño título está formado a partir de dos palabras: Europa e Hiro­shima. Les sirvió a los autores para asustar a los lectores con la amenaza nuclear soviética; para inculcar la idea de que a la “indefensa” Europa le espera el destino de Hiroshima. “Desde Washington hasta Teherán, desde Kinshasa hasta Pretoria, todo sobre lo cual descansaba su defensa, se derrumba.”[71] En Japón se publicaron los libros El Ejército Soviético desembarca en Japón y su continuación Minsk marcha al combate, en los cuales se narran acontecimientos “inevitables” de la década del 80: la ocupación de Japón por las tropas soviéticas, la guerra de Ja­pón y los Estados Unidos contra la URSS. Podría continuarse hasta el infinito la relación de libros de este tipo editados en Occiden­te. Su influencia no pasa sin dejar huella. El semanario norteame­ricano Newsweek ha afirmado: “Como Washington ha iniciado una nueva parranda de gastos para ‘parar a los soviéticos’... para la industria de defensa eso significa prosperidad en el fu­turo.”[72]
Al mismo tiempo, los trabajos que interpretan, de manera ob­jetiva, la historia son sometidos a todo tipo de persecución. Así sucedió, en particular, en Japón con el libro del profesor E. Koriyama Estudio de las relaciones nipono rusas a fines del perío­do bakumatsu, editado en 1980. Operando con una gran canti­dad de datos históricos extraídos de materiales de archivo en ruso y en japonés, el autor demuestra de manera convincente que las islas Kuriles —incluidas Iturup y Kunashir— no pueden considerarse “tierras puramente japonesas”; que los intentos de los políticos japoneses de afirmar tal cosa carecen de todo fun­damento científico. En este sentido son característicos, tanto las objeciones de la administración de Reagan contra la publicación en los Estados Unidos de la obra académica soviética Historia de la Segunda Guerra Mundial de 1939-1945, como los obstáculos de todo tipo puestos por las autoridades norteamericanas a la exhi­bición de la película para la televisión “La Gran Guerra Patria” —en la variante norteamericana, “La guerra desconocida” [The Unknown War]—, y muchos otros hechos de ese tipo.
El miedo a la verdad de la gran hazaña del pueblo soviético, en la lucha conjunta con los Estados Unidos y los pueblos de la coa­lición antihitleriana contra la agresión fascista, provoca la có­lera sorda de las fuerzas reaccionarias, cuyas acciones actuales recuerdan en mucho los excesos cometidos por los hitlerianos, quienes quemaron en hogueras libros mundialmente conocidos para obligar a la especie humana a borrar de su memoria los mayores logros de la humanidad.
A. A. Gromyko en su intervención en la XXXIV Sesión de la Asamblea General de la ONU, subrayó el peligro del incremento de la propaganda del “culto a la guerra” por las fuerzas militaristas más reaccionarias. “Pues antes de romper a hablar los cañones de los agresores que desencadenaron la Segunda Guerra Mundial, durante muchos años se estuvo realizando la propagan­da a la guerra, no cesaron los llamados a cambiar por completo el mapa de Europa y el mundo de acuerdo a los planes de los agresores —señaló A. A. Gromyko—. La Unión Soviética se refiere a esto porque son cada vez más activas las fuerzas que llevan a cabo una línea encaminada a habituar a las perso­nas a pensar con las categorías de la guerra y la intensificación de los armamentos.”[73]
¿Cuales eran los resultados de la guerra que querían los his­toriadores reaccionarios? La respuesta la dio hace ya muchos años H. Baldwin, entonces comentarista militar del diario The New York Times: “La gran oportunidad de las democracias [léase del imperialismo de los EE.UU.—El autor] para establecer una paz estable llegó el 22 de junio de 1941... pero la dejamos escapar.”[74] Está dicho de una manera cínica, pero franca. Sólo que no fue que “ellos” dejaron escapar esa oportunidad. La Unión Soviética hizo fracasar los planes del imperialismo. El País de los Soviets resistió la prueba de fuego y actuó como la fuerza decisiva que aplastó al agresor. En esto consiste, ante todo, la importancia histórica a nivel mundial de los resultados de la Segunda Guerra Mundial y de sus lecciones para el momento actual.



CONCLUSIONES
La Marina de Guerra de los EE.UU. —con­centrada en el golfo Pérsico en el otoño de 1979 durante la “crisis de los rehenes” norteamericano iraní— contaba con decenas de buques de guerra de gran tamaño. Muchos de sus nombres recordaban la Segunda Guerra Mundial: “Eisenhower”, “Coral Sea”, “Midway”, “Tarawa”, etc. Luego se les unió el destructor inglés “Coventry”. Estos buques participaron, en reiteradas ocasiones, en demostraciones de la política de fuerza, le sirvieron de instrumento directo. Es posible citar muchos ejemplos de situaciones en las que la agresión imperialista se ha enmascarado con nombres relacionados con el período de la lucha de los pueblos contra la agresión fascista. Así sucedió en Corea y Vietnam, el Cercano Oriente y el Atlántico Sur. Fenóme­nos poco notables y sucesos que transforman el mundo, cambios en los destinos de millones de personas, se relacio­nan también hoy con la historia y los resultados de la Se­gunda Guerra Mundial.
El lector actual busca en los libros de historia de la Segunda Guerra Mundial respuestas a muchas interrogantes preocupantes sobre las causas de la guerra y los culpables de su desencadenamiento, los orígenes y el precio de la victoria, el aporte de los diversos Estados al logro de esa victoria, las lecciones del pasado y la responsabilidad ante el futuro, la posibilidad de impedir otra conflagra­ción mundial y las vías de fortalecer la paz en la Tierra.
El contenido de los trabajos de los historiadores reaccionarios acerca de la pasada guerra, dictado por el anticomunismo, no ofrece una respuesta veraz a esas interrogantes. Han creado todo un sistema de mitos acerca de la pasada guerra; sistema que tie­ne como objetivo justificar la actual política agresiva del imperialismo, y adormecer la vigilancia de los pueblos. Los círculos imperialistas responden con un incremento de los preparativos militares a las derrotas en los enfrentamientos sociales, a la pér­dida de los dominios coloniales y a la salida de nuevas naciones del sistema capitalista, a los éxitos de la comunidad socialista, al incremento de la influencia de los partidos comunistas y otras fuerzas democráticas en los Estados burgueses. Se exagera cada vez más el mito de la “amenaza soviética”, al amparo del cual se realiza la carrera armamentista que ha alcanzado, en los paí­ses de la OTAN y en particular en los Estados Unidos, escalas nun­ca antes vistas. Los historiadores reaccionarios actúan como cóm­plices directos de los círculos gubernamentales de estos países.
Sus fieros ataques están provocados por el incesante incre­mento del prestigio de la política de paz que lleva a cabo la Unión Soviética, por el aumento de la comprensión de esa polí­tica por amplias capas de la opinión pública en los paí­ses occidentales. Primordial importancia reviste la elaboración consecuente por el Gobierno soviético de medidas concretas en­caminadas a solucionar la tarea histórica de impedir una nueva guerra mundial: el Programa de Paz para la década del 80.
A tono con los acuerdos del XXVI Congreso del PCUS (1981), el Gobierno soviético elaboró y dio a conocer a la opinión pública mundial varias propuestas importantes, cuyo objetivo consiste en cortar la carrera armamen­tista. Estas propuestas se plantearon en el transcurso de contac­tos bilaterales al más alto nivel en las sesiones de la Asamblea General de la ONU, en encuentros de dirigentes soviéticos con personalidades extranjeras destacadas, en los congresos de las organizaciones socio políticas soviéticas, en mítines y manifes­taciones de soviéticos.
Recordemos sólo dos iniciativas soviéticas que provocaron la más amplia respuesta mundial: el compromiso adoptado por la URSS de no ser la primera en emplear el arma nuclear y la ini­ciativa de “congelar” las armas nucleares como primer paso para disminuirlas y, perspectivamente, eliminarlas por completo. En el desarrollo de esta iniciativa se presentó y detalló una pro­puesta de moratoria al despliegue de nuevos medios coheteriles nucleares de alcance medio de los países de la OTAN y la URSS en Europa, es decir, de “congelación” del nivel existen­te de esos medios en lo cualitativo y lo cuantitativo.
Sin embargo, los círculos gubernamentales de los Estados Unidos —y a indicación de ellos, los de otros países de la OTAN—, ce­gados por la irrealizable idea de romper la paridad nuclear y lograr la supremacía militar sobre la URSS, rechazaron las pro­puestas soviéticas de paz.
El Pleno del CC del PCUS, celebrado en marzo de 1985, confirmó una vez más la indoblegable voluntad de paz del pue­blo soviético. “Seguiremos firmemente la línea leninista de paz y coexistencia pacífica —señaló Mijaíl Gorbachov, Secreta­rio General del CC del PCUS, en el discurso pronunciado en ese Pleno—. La URSS corresponderá siempre a la bue­na voluntad y la confianza; pero todos deben saber que nunca haremos dejación de los intereses de nuestra Patria y sus alia­dos. Recordamos los éxitos de la distensión internacional en los años setenta, y estamos dispuestos a participar en la continuación del proceso encaminado a lograr una colaboración pacífica y mutuamente beneficiosa con los Estados sobre los prin­cipios de igualdad de derechos, respeto mutuo y no in­jerencia en los asuntos internos”[75].
Hoy en el mundo existen poderosas fuerzas que dispo­nen de los medios necesarios para impedir el surgi­miento de una nueva guerra mundial, frenar a tiempo al agresor y, si se atreve a comenzar la guerra, darle una res­puesta demoledora y hacer fracasar sus planes criminales.
¿Cuáles son estas fuerzas?
La poderosa comunidad socialista, que ha puesto al servicio de la paz todo su poderío político, económico y militar.
La clase obrera internacional y su vanguardia, los partidos comunistas, que llevan a cabo una lucha consecuente contra la amenaza de una nueva guerra.
El movimiento de liberación nacional, que se manifiesta contra el neocolonialismo, por la consolidación de la independen­cia nacional y el progreso social.
El movimiento de masas en defensa de la paz, que obliga a los imperialistas a considerar la voluntad de cientos de mi­llones de personas, firmemente decididas a salvaguardar la paz.
No se puede permitir que la humanidad sea arrastrada a una nueva catástrofe bélica. La historia de la tragedia y el triunfo de los pueblos amantes de la libertad en la Segunda Guerra Mundial, enseña la necesidad de conocer y asi­milar sus lecciones.
Los soviéticos están firmemente convencidos de que los Es­tados y los pueblos podrán vencer, si aúnan sus esfuerzos, la amenaza militar, podrán salvaguardar y consolidar la paz en la Tierra y garantizar al hombre el derecho a la vida.



[1] Correspondence between the Chairman of the Counsil of Ministers of the USSR and the President of the USA and the Prime Minister of Great Britain during the Great Patriotic War of 1941-1945, t. 2, p. 279.
[2] James F. Byrnes: All in One Lifetime. Harper&Brothers Publishers, New York, 1958, p. 402.
[3] Jim Bishop: FDR's Last Year. April 1944-April 1945. William Morrow and Company, Inc., New York, 1974.
[4] The American Historical Review, vol. LXXV, N°7, 1970, p. 1987.
[5] Michael S. Sherry: Preparing for the Next War. American Plans for Postwar Defense, 1941-45. Yale University Press, New Haven & London, 1977, p. 163.
[6] V. I. Lenin: Obras escogidas, t. XI, p. 285.
[7] Historia de la política exterior de la URSS. 1945-1980. Moscú, 1981, t. 2, p. 9 (en ruso).
[8] M. Torez: Obras escogidas. Moscú, 1959, t. 2, p. 543  (en ruso).
[9] Wilhelm Pieck: Reden und Aufsätze, t. 3, 1950-1953, Dietz Verlag, Berlín, 1954, p. 103.
[10] The Times, 24 de febrero de 1945, p. 2.
[11] La política de bloque militar del imperialismo. La historia y la época actual. Moscú, 1980, p. 173 (en ruso).
[12] Materiales del XXVI Congreso del PCUS, p. 16 (en ruso).
[13] W. S. Churchill: His Complete Speeches, 1897-1963, vol. VIII (1943-1949), p. 7379.
[14] Perpetual War for Perpetual Peace. Editado por Harry Elmer Barnes, The Gaxton Printers Ltd., 1953, p. 7.
[15] M. Freund: Deutsche Geschichte, p. 1270.
[16] Richard Hobbs: The Myth of Victory. What is Victory in War? Westview Press, Boulder (Colorado), 1979, p. 235.
[17] A. J. P. Taylor: The Second World War, p. 234.
[18] Robert Strausz-Hupé: “NATO in Midstream”, en NATO Review, N°5, octubre de 1977, p. 6.
[19] Bruce M. Russett: No Clear and Present Danger. A Sceptical View of the United States Entry into World War II. Harper & Row Publishers, New York, etc., 1972, pp. 19, 20, 30.
[20] Perpetual War for Perpetual Peace, pp. 523, 524.
[21] Charles Bohlen: Witness to History 1924-1969. Norton, New York, 1973, pp. 127, 157.
[22] Ibíd., p. 125.
[23]Les causes cachées de la Deuxième Guerre Mondiale”, en Lectures françaises. Bajo la dirección de Henry Coston, número especial, mayo de 1975, p. 11.
[24] L. I. Brézhnev: Por el camino de Lenin, t. I, pp. 149, 150.
[25] John M. Swomlcy, hijo: American Empire. The Political Ethics of Twentieth-Century Conquest. The MacMillan Company, London, 1970, p. 95.
[26] Joyce y Gabriel Kolko: The Limits of Power. The World and the United States Foreign Policy, 1945-1954. Harper&Row Publishcrs, New York, 1972, p. 2.
[27] Cita según William Appleman Williams: The Ttragedy of American Diplomacy. The World Publishing Company, Cleveland, 1959, p. 168.
[28] Herbert Hoover: Addresses upon the American Road 1945-1948. Van Nostrand Company, Inc., New York, 1949, p. 14.
[29] Ver con más detalles en Amenaza a Europa. Moscú, 1981; Quiénes amenazan la paz. Moscú, 1982 (ambas en ruso).
[30] “Dropshot”. The United States Plan for War with the Soviet Union in 1957. Editado por Anthony Cave Brown, The Dial Press-James Wade, New York, 1978, pp. 42, 47.
[31] Ibíd., p. 241.
[32] Ibíd., p. 75.
[33] Citado según Pravda, 13 de julio de 1981.
[34] Memories of Harry S. Truman, vol. II, Years of Trial and Hope, Doubleday&Company, Inc., Garden City, 1956, p. 306.
[35] Grand Strategy for the 1980's. American Enterprise Institute for Public Policy Research, Washington,   1978, pp. 38, 51.
[36] M. Howard. The Causes of Wars. Harward University Press, Cambrid­ge, Masachussetts, 1983, p. 3.
[37] The Russian War Machine 1917-1945. Ed. by S. L. Mayer, London, 1978, p. 249; L. Davis: The Cold War Begins. Princeton and Lon­don, 1974, p. 385; A. Fisher: Sowjetische Deutschlandspolitic im Zweiten Weltkrieg. Stuttgart, 1975, pp. 134, 158.
[38] K. U. Chernenko. El pueblo y el Partido están unidos. Moscú., Politizdat, 1984, p. 470.
[39] Quiénes amenazan la paz, p. 76.
[40] Louis Fischer: The Road to Yalta. Harpcr&Row Publishers, Nueva York, 1972, p. 39.
[41] Armour, vol. LXXVIII, noviembre-diciembre de 1969, N°6, pp. 54, 55.
[42] Leonard Cooper: Many Roads to Moscow. Three Historie of Invasions, p. 231.
[43] Pravda, 16 de abril de 1943.
[44] Correspondence between the Chairman of the Counsil of Ministers the USSR and the President of the USA and the Prime Minister of Great Britain during the Great Patriotic War of 1941-1945, vol. 1, p. 123.
[45] Ibíd., vol. 1, p.121; vol. 2, p. 60.
[46] International Military Tribunal. Trial of the Major War Criminals, vol. III. Publicado en Nuremberg, Alemania, 1947, pp. 426-428.
[47] Alexander Werth: Russia at War 1941-1945, Barrie and Rockliff, Londres, 1964, p. 664. “Por desgracia, se ha encontrado pólvora ale­mana en las sepulturas de Katyn. Pero la cuestión de cómo llegó allí necesita aclaración. En todo caso, es esencial que este incidente permanezca muy secreto... Si llegara a conocimiento del enemigo, todo el asunto de Katyn tendría que abandonarse.” (The Goebbels Diary. Hamish Hamilton, Londres, 1948, p. 276.)
[48] International Military Tribunal. Trial of the Major War Criminals, vol. III, IX, XIII, 1947.
[49] Zur Geschichte der deutschen Kriegsgefangenen des 2. Weltrieges, Múnich, 1962-1974, tt. 1-15.
[50] J. V. Stalin: Acerca de la Gran Guerra Patria de la Unión Soviética, p. 48.
[51] Heinz Kühnrich: Der KZ-Staat. Rolle und Entwicklung der fascistischen Konzentrationslager 1933 bis 1945. Dietz Verlag, Berlín, 1960, p. 58.
[52] Joachim Hoffmann: Der Ostlegionen 1941-1943, p. 166.
[53] L. N. Smírnov y E. B. Záitsev: El juicio en Tokío. Moscú, 1978, pp. 524, 525 (en ruso).
[54] Trial of the Major War Criminals before the International Military Tribunal, vol. XXII, 1948, p. 427.
[55] Heinrich Härtle: Die Kriegsschuld der Sieger. Churchills, Roosevelts und Stalins Verbrechen gegen den Weltfrieden, pp. 49, 50.
[56] “Les causes cachées de la Dcuxième Guerre Mondiale”, en Lectures Françaises, número especial, París, mayo de 1975, p. 5.
[57] John Edward Wiltz: The Search for Identity of Modern American History, J. B. Lippincott Company, Filadelfia, 1978, p. 632.
[58] Deutsche National Zeitung, 22  de junio - 29  de junio de  1973.
[59] Frankfurter Allgemeine Zeitung, 18 de abril de 1970, p. 14.
[60] Unzere Zeit, 12 de enero de 1981, p. 1.
[61] Hehnut Schmidt: The Balance of Power. Germany's Peace Policy and the Super Power. Kimber, Londres, 1971, p. 243.
[62] Le Monde, 8 de mayo de 1981, p. 1.
[63] The World Almanac and Book of Facts for 1947. New York World-Telegram. New York, 1947, p. 527.
[64] Georg Vogel: Diplomat unter Hitler und Adenauer. Econ Verlag, Dusseldorf, 1969, pp. 131-133.
[65] Kann Europa abrüsten? Friedenspolitische Optionen für die siebziger Jahre. Carl Hanser Verlag, Múnich, 1973, p. 22.
[66] Der Spiegel, N°13, 21 de marzo de  1977, pp. 174-188.
[67] Marvin Perry: Man's Unfinished Journey. A World History. Houghton Mífflin Company, Boston, 1978, p. 752.
[68] Unzere Zeit, 12 de enero de 1981, p. 1.
[69] “Dropshot”. The United States Plan for War with the Soviet Union in 1957, p. 250.
[70] Pravda, 16 de julio de 1979.
[71] René Cagnat, Guy Doly y Pascal Fontaine: Euroshima, Construire l'Europe de la défense. Les Editions Media, París, 1979, p. 5.
[72] Newsweek, 4 de febrero de 1980, N°5, p. 39.
[73] A. A. Gromyko: Por la seguridad de los pueblos, por la paz en la Tierra. Discurso en la XXXIV Sesión de la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas, 25 de septiembre de 1979, Moscú, 1979, p. 5.
[74] H. Baldwin: The Great Mistakes of the War. London, 1950, pp. 10, 11.
[75] Pravda, 12 de marzo de 1985.